Las presidenciales de este domingo 10 de abril en el Perú cierran un ciclo electoral abierto por la victoria de Macri en la Argentina y las derrotas de los gobiernos progresistas de Venezuela y Bolivia. En este caso, el revés al gobernante Partido Nacionalista Peruano (PNP) ya está adquirido: el mismo Ollanta Humala lo ha sorpresivamente retirado de estos comicios, forzado por encuestas que daban al partido muy por debajo del 4% necesario a mantener la personería jurídica.
Hace solo cinco años, en 2011, un apoyo de masas con raíces en la izquierda, los sindicatos obreros, campesinos y las organizaciones indígenas del Perú, habían permitido a Humala de conquistar el 31,72% del electorado en la primera vuelta y casi ocho millones de votos (el 52% aproximadamente) en la segunda vuelta. Con esta histórica votación Humala derrotó entonces a Keiko Fujimori, la hija de Alberto, presidente entre 1990 y 2000 que con métodos dictatoriales logró doblegar el Perú a la voluntad del FMI, del capitalismo financiero internacional y de la camarilla de corruptos que lo acompañaron en el gobierno. Hoy en cambio es la misma Keiko Fujimori que lidera las intenciones de voto y concentra también las protestas de activistas, trabajadores y jóvenes en contra de su candidatura.
La debacle del PNP es una lección valiosa en el cuadro político actual de Sudamérica. El PNP nació fundamentalmente para sostener la candidatura de Humala en 2006, y reunir alrededor de ella a partidos de la izquierda, sindicatos y movimientos sociales. Un partido sin raíces sociales propias que se viene abajo arrastrado por la caída libre del apoyo a Humala.
Durante su mandato Humala, cuya trayectoria justificaba comparaciones con Hugo Chávez, ha traicionado las expectativas como ninguno de los llamados gobiernos progresistas de la región. En nombre del “desarrollo del país” ha reprimido duramente movilizaciones campesinas contra las multinacionales mineras – occidentales y chinas – así como las huelgas de profesores, médicos, obreros etc. En política exterior ha intentado descargar sus contradicciones internas en una causa internacional a Chile; sin embargo con el Chile de Piñera, Colombia y México, ha constituido la Alianza del Pacifico, una especie de tratado de libre comercio con los EEUU que lo han promovido en contra del eje del ALBA y el MERCOSUR.
A pesar de que su gobierno ha tenido los vientos a favor de la economía y de los precios internacionales de las materias primas, y a pesar de un aumento de los ingresos tributarios, las reformas de Humala fueron absolutamente intranscendentes: no hubo nacionalizaciones, ni parciales; las desigualdades en la distribución de la renta, medida con el método del coeficiente GINI, han permanecido prácticamente inalteradas, haciendo del Perú uno de los países más injusto de la región. Su única reforma del trabajo ha sido para recortar el 25% del salario, directo e indirecto, y el 50% de los feriados para los jóvenes que ingresen al mercado laboral, desencadenando protestas hasta en la base juvenil de su partido en Lima.
El de Humala ha sido un nacionalismo burgués, constante y desesperadamente a la búsqueda de aprobación de los inversores privados y del imperialismo que, también por esto, ha acabado por caracterizarse en primer lugar por la corrupción que ha llegado hasta el entorno familiar del presidente. Un nacionalismo que hoy enfrenta una crisis económica severa, con el PIB peruano reducido del 8,5% de 2010 a aproximadamente el 2,1% de 2015, impidiendo incluso aquellas mínimas mejoras como la adecuación del salario mínimo nacional a la canasta básica familiar.
Un sector de la clase dominante apoya a Pedro Pablo Kuczynski, economista y ex ministro de Alejandro Toledo a principio de la década del 2000, un gobierno marcado por una cierta estabilidad y por la venta del país en beneficio de las multinacionales. Kuczynski es una figura no comprometida ni con el fujimorismo ni con el APRA de Alan García, y los espectros de corrupción, autoritarismo, desnacionalización e hiperinflación que estos evocan. Su apreciación de todo lo “responsable” – inclusive la contrarreforma del trabajo juvenil – realizado por Humala garantizaría una sucesión sin convulsiones sociales.
Sin embargo la imagen de un país y un Estado en descomposición y gobernado por la criminalidad que los medios han constantemente echado en cara a Humala para ejercer sobre él las presiones de la clase dominante, pero sobre todo las luchas con las cuales obreros, jóvenes y campesinos apuntaban a hacer lo propio, jalan en la dirección opuesta a la del “moderado” Kuczynski.
Keiko Fujimori es en cambio el sinónimo de neoliberalismo y de mano de hierro contra sindicatos y opositores que representó el padre. Una imagen que su hija trata de utilizar para atraer el voto de sectores populares y de clase media con un discurso demagógico contra el desorden social, el “estatismo”, y la crisis económica. La candidatura de Keiko Fujimori es evidentemente apoyada por sectores del mismo Estado, en cuyo aparato sigue incrustado el fujimorismo: a pesar de las evidencias de haber incurrido en el mismo delito electoral de proselitismo con entrega de dinero que han llevado a la depuración de otros candidatos, el órgano electoral la mantuvo en la carrera presidencial.
Un balotaje entre Kuczynski y Keiko sería probablemente el escenario ideal para la clase dominante, que podría así dirigir hacia el primero las protestas contra Fujimori, utilizando a esta última como espantapájaros o, de ser necesario, tolete en contra de la clase obrera y la juventud del Perú.
Sin embargo la peculiaridad de estas elecciones, tanto con relación a la historia del país como sobre todo a la coyuntura regional, es que en el Perú existe una candidatura capaz de atraer el descontento de obreros, jóvenes, campesinos e indígenas hacia Humala, que nace de la misma quiebra del PNP y que, a diferencia de cuanto ocurrido a experiencias similares en Ecuador, Venezuela y la propia Bolivia, podría evitar la dispersión del electorado más socialmente avanzado del PNP. Se trata de Verónika Mendoza, Vero, ex dirigente nacional y diputada del PNP, del cual salió en protesta con la represión de las movilizaciones campesinas contra la minería en las provincias de su natía Cuzco. La apoya un Frente Amplio que va desde Tierra y Libertad, partido inspirado a la teología de la liberación, a maoístas, estalinistas, activistas por los derechos civiles, ecologistas e importantes sectores sindicales obreros y campesinos.
Hasta las encuestas manipuladas para favorecer a Keiko Fujimori, dan a Vero en crecimiento tanto como para poder pelear la posibilidad de pelear con Keiko en una segunda vuelta. Las grandes movilizaciones contra la Fujimori que han llenado las calles de Lima a pocos días del voto, han demostrado que existe un interés político de masas a buscar una salida por la izquierda a la crisis económica y a la crisis del PNP. El Frente Amplio la ofrece solo parcialmente. En su programa propone un aumento de aproximadamente un tercio del salario mínimo nacional, la ruptura de la Alianza del Pacifico y el rechazo al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) promovido por los EEUU, un desarrollo sostenible, derechos civiles, crédito a los pequeños productores etc. Heredero de un proyecto fracasado de unidad de la izquierda, el Frente Amplio, revitalizado por la misma Mendoza, se propone además estructurarse como organización política democrática a nivel nacional, con referencias políticas y de clase mucho más marcadas que el PNP y con la participación de sectores sindicales.
Sin embargo el balance que el Frente Amplio hace del fracaso del PNP es abortado antes de empezar. En su plan de gobierno el frente declara explícitamente que el único otro mundo posible es un capitalismo con rostro humano y regulado. Pero este capitalismo en crisis, también en Perú, que, coarta derechos a las nuevas generaciones, descarga su violencia sobre la clase obrera y defiende sus intereses en paraísos fiscales, es el mismo que condiciona ayudas e inversiones a las exigencias de mercado de los países industrializados. Humala ha gobernado en un periodo de relativo crecimiento económico que no utilizó para extender derechos y combatir desigualdades; pero esta época se acabó. Hoy incluso las más tímidas reformas que propone Mendoza serían imposibles sin romper con este sistema podrido.