Los asesores de Trump calumnian al socialismo: una respuesta a la Casa Blanca (primera parte)

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La Casa Blanca ha publicado un documento, titulado “Los posibles costes del socialismo”, que reconoce la creciente popularidad del socialismo en los Estados Unidos (especialmente entre los jóvenes) y que, asimismo, intenta proporcionar una refutación científica a favor del capitalismo. Alan Woods, editor de In Defence of Marxism, responde a las calumnias de este documento e investiga por qué las ideas socialistas están ganando terreno en los EE. UU.

Recientemente, un grupo de especialistas de la Casa Blanca de Donald Trump publicó un informe de 76 páginas sobre el socialismo, al que evidentemente ven como una amenaza creciente en los Estados Unidos de América. El informe se puede leer en su totalidad aquí.

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Los autores del informe son miembros de lo que se llama el Consejo de Asesores Económicos. Así es como se describe el Consejo:

“El Consejo de Asesores Económicos, una agencia dentro de la Oficina Ejecutiva del Presidente, está a cargo de proporcionar al Presidente asesoramiento económico objetivo en la formulación de la política económica nacional e internacional. El Consejo basa sus recomendaciones y análisis en investigación económica y evidencia empírica, utilizando los mejores datos disponibles para apoyar al Presidente en el establecimiento de la política económica de nuestra nación”. (Énfasis nuestro)

En vista del hecho que las políticas aplicadas por el actual titular de la Oficina Oval se consideran altamente cuestionables desde el punto de vista de muchos estrategas del capital, uno podría sospechar que el consejo objetivo proporcionado por este organismo (CAE) no es de la más alta calidad posible. Estas sospechas están ampliamente confirmadas por sus consejos en relación con el socialismo.

Pero suspendamos nuestro juicio hasta que hayamos examinado al menos las líneas principales de este interesante documento.

Los sastrecillos valientes de la Casa Blanca

En los cuentos infantiles, el heroico sastrecillo valiente, molesto por el zumbido de las moscas alrededor de su sándwich de mermelada, golpea a éstas con el periódico o algo así (no estamos seguros de que hubiese periódicos disponibles en esos días), matando a siete de los molestos insectos. Orgulloso de su hazaña, desfila por la ciudad con un cinturón que dice “siete de un golpe”. La gente naturalmente asume que esto se refiere a siete hombres, no a siete moscas. En consecuencia, su fama crece exponencialmente, se enfrenta y derrota a varios gigantes, se casa con una princesa, se convierte en rey y vive feliz para siempre.

Los logros del CAE (como lo llamaremos en adelante) son comparables a los del sastrecillo valiente, sólo que en una escala mucho más vasta. Los representantes intelectuales de la Casa Blanca (si podemos ser tan audaces como para describirlos así) no caminan por las calles con un cinturón, sino que publican sus aventuras en el reino de las ideas en los medios de comunicación.

Pero a pesar de las semejanzas superficiales, hay una diferencia entre ambas historias. Mientras que el sastrecillo del cuento era bastante inconsciente de sus acciones, los “sastres” de la Casa Blanca que bordaron este lamentable documento son muy conscientes del hecho de que para desacreditar las ideas del socialismo, debían recurrir a los engaños más descarados. Estos trucos bien pueden servir para engañar a personas crédulas, pero para aquellos que todavía tenemos un cerebro que piensa, el engaño es tan claro que roza lo cómico, como tantas cosas que surgen de la Casa Blanca en estos días.

Es muy significativo que hagan todo lo posible por desacreditar al socialismo “científicamente”, aunque esto se reduzca a una caricatura vulgar, o, como a algunas personas les gusta describirlo, a fake news, noticias falsas. Colocan simplemente un espantapájaros para poder derribarlo. El truco principal es equiparar al socialismo con el estalinismo burocrático-totalitario o con el reformismo socialdemócrata. Ambas analogías son falsas, como mostraremos.

¡Marx ha vuelto!

El documento comienza con una floritura sorprendente:

“Coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx, el socialismo está reapareciendo en el discurso político estadounidense”(Énfasis mío, AW.)

Sobre esta afirmación no puede haber dudas. El sorprendente éxito de la campaña de Bernie Sanders, el crecimiento de los Socialistas Demócratas de América, y muchos otros síntomas, muestran un cambio sorprendente de actitudes en Estados Unidos hacia el socialismo.

No hace mucho tiempo, el socialismo en los Estados Unidos se equiparaba con el comunismo, que a su vez se equiparaba con la Rusia estalinista, que a su vez se equiparaba con el Imperio del Mal, que, como todos sabemos, se equiparaba con el reino siniestro de Satanás, El Anticristo y todo lo que era contrario al pastel de manzana, la maternidad y cualquier otro valor estadounidense bien conocido.

Durante décadas, el público estadounidense ha sido alimentado con una dieta constante de este tipo de cosas. Por lo tanto, es sorprendente para muchos que las encuestas de opinión recientes hayan indicado un cambio significativo en la actitud de los ciudadanos estadounidenses hacia el socialismo. Esto está causando una alarma creciente entre los comentaristas conservadores, incluso en la Casa Blanca de Donald Trump.

Los temores están bien fundados. El creciente apoyo a las ideas socialistas está bien documentado. Aquí hay algunos ejemplos. Casi la mitad de los millennials Demócratas (jóvenes de entre 20 y 30 años) dicen que se identifican como socialistas o Socialistas Demócratas, según un Nueva encuesta de BuzzFeed News y Maru / Blue. Casi la mitad, el 48 por ciento, contestó que se definiría a sí mismo como socialista o Socialista Demócrata, en comparación con el 39 por ciento que dijo no identificarse con ninguno.

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Los porcentajes fueron naturalmente más bajos entre los millennials Republicanos, aunque, sorprendentemente, ¡el 23 por ciento de ellos dicen que se llamarían a sí mismos socialistas o ocialistas democráticos! Casi el doble de los millennials dijeron que al menos se inclinaban hacia los demócratas en lugar de los republicanos, del 48 al 25 por ciento, mientras que el 19 por ciento de los encuestados se identificaron como independientes.

Por primera vez en la medición de Gallup en la última década, los autoidentificados como Demócratas tienen una imagen más positiva del socialismo que del capitalismo.Las actitudes hacia el socialismo entre los Demócratas no han cambiado sustancialmente desde 2010, con un 57 por ciento hoy en con una opinión positiva. El cambio principal entre los Demócratas ha sido una actitud menos favorable hacia el capitalismo, que se ha reducido al 47 por ciento este año, más baja que en cualquiera de las tres encuestas anteriores, aunque los Republicanos siguen siendo mucho más positivos hacia el capitalismo que sobre el socialismo (16 por ciento son positivos sobre el socialismo) con apenas cambio en sus puntos de vista desde 2010.

Un artículo que apareció en las páginas de The National Review el 18 de marzo de 2017, bajo el interesante titular: La creciente popularidad del socialismo amenaza el futuro de Estados Unidos, comenta:

“’El resultado más alarmante, según [George] Barna, fue que cuatro de cada diez adultos afirman preferir el socialismo al capitalismo’, señaló el ACFI en su comentario sobre la encuesta. ‘Esto es una gran minoría’, dijo Barna, ‘e incluye a la mayoría de los liberales, quienes se inclinarían hacia un modelo económico completamente diferente para nuestra nación. Esto es material bélico incendiario de guerras civiles. Debería hacer saltar las alarmas entre los líderes más tradicionalmente centrados de todo el país‘. Que el 40% de los estadounidenses ahora prefieran el socialismo al capitalismo podría significar un cambio importante en las políticas desarrolladas por los legisladores y los líderes políticos y en las interpretaciones de los jueces que gobiernan la aplicación de leyes nuevas y las preexistentes”.

En caso de que alguien no haya entendido la gravedad de la situación, el artículo es presentado con un subtítulo adecuadamente dramático: Muchos de nosotros hemos olvidado las lecciones de la Guerra Fría. El documento de la Casa Blanca subraya este punto:

“Las propuestas de políticas detalladas de los autodeclarados socialistas están ganando apoyo en el Congreso y entre gran parte del electorado”.

En la medida en que el documento remite al electorado (es decir, la población en general) esta observación es correcta. Pero la idea de que el Congreso de los EE. UU. está lleno de Rojos supera la imaginación incluso del cerebro más febril. Evidentemente, lo que los intelectuales de la Casa Blanca quieren decir es que hay algunas personas en el Congreso que apoyan ideas revolucionarias como el derecho del pueblo estadounidense a la atención médica universal, la educación gratuita, a un ingreso mínimo garantizado, y otras propuestas tan descabelladas que son claramente subversivas a los ideales de libre mercado.

Lamento decirlo, no hay mucha evidencia que avale la visión de que los Demócratas del Congreso estén a punto de levantar la bandera roja sobre el Capitolio. Las modestas propuestas mencionadas anteriormente están muy lejos de ser revolucionarias, o al menos no serían consideradas como tales por ninguna sociedad relativamente civilizada. Muchos de éstas existen, en un grado u otro, en Escandinavia, Gran Bretaña, Francia y Alemania, y no parecen haber subvertido el orden capitalista en lo más mínimo.

El hecho de que ahora haya un grado de apoyo tibio para el”socialismo” entre algunos Demócratas en el Congreso es obviamente una indicación de un cambio en comparación con el apoyo prácticamente cero en el pasado. Pero de ninguna manera representa una conversión repentina de los Demócratas al socialismo genuino. Lo que sí indica es una creciente presión desde abajo sobre el Congreso por parte de millones de estadounidenses que están cada vez más descontentos con la ley de la selva que ha dominado sus vidas hasta ahora.

El informe continúa:”No está claro, por supuesto, exactamente lo que un votante típico tiene en mente cuando piensa en el ‘socialismo’”. Esto es lamentablemente cierto. Pero si bien puede que la mayoría de las personas no saben exactamente lo que quieren, también es cierto que saben perfectamente lo que no quieren. No desean vivir en una sociedad donde a millones de personas se les niega la atención primaria de la salud, que debería ser el derecho inalienable de las personas en cualquier sociedad semicivilizada. No quieren ser explotadas por empresarios capitalistas rapaces que pagan salarios de miseria por largas horas de trabajo duro.

Tampoco quieren que los domine una pequeña pandilla de banqueros y capitalistas obscenamente ricos que no aportan nada y controlan todo. Están hartos del viejo sistema en el que adinerados políticos, tanto Republicanos como Demócratas, están al servicio de Wall Street y gobiernan de acuerdo con los intereses de su clase, en detrimento de los intereses de la abrumadora mayoría.

Décadas de ira, indignación y frustración, que se han ido acumulando gradualmente bajo la superficie, finalmente han comenzado a erupcionar. De manera peculiar, incluso la elección de Donald Trump reflejó esta ira. Pero Trump, él mismo un multimillonario, no representa los intereses de la mayoría de los estadounidenses de clase trabajadora. En esencia, representa los mismos intereses de clase que Hillary Clinton: los de los banqueros y los capitalistas, aunque lo hace a su manera particular que no siempre es de su agrado.

Palabras, palabras, palabras…

Después de prescindir de los preliminares, el CAE ahora comienzan la tarea:

“[…] los economistas en general están de acuerdo en cómo definir el socialismo, y han dedicado mucho tiempo y recursos al estudio de sus costos y beneficios. Con un ojo en este amplio cuerpo de literatura, este informe analiza las visiones e intenciones históricas del socialismo, sus características económicas, su impacto en el desempeño económico y su relación con las recientes propuestas de políticas en los Estados Unidos”.

Una de las características desafortunadas del capitalismo moderno y de sus gurús intelectuales es la degradación constante de la lengua inglesa. Las palabras están siendo retorcidas y distorsionadas de una forma constantemente más allá de todo reconocimiento, convirtiéndolas frecuentemente en sus opuestos. Por lo tanto, nadie tiene ningún problema en estos días, sino sólo “asuntos”. La gente ya no es asesinada, sino simplemente “eliminada”. Ya no hay víctimas civiles inocentes en las guerras, sino sólo “daños colaterales”. Este tipo de cosas lleva a la Neolengua de George Orwell a un nuevo nivel de sublimidad.

Los autores del presente informe pusieron lo mejor de su parte para continuar desarrollando el delicado arte de la ofuscación lingüística. Un ejemplo de ello es la frase “costos de oportunidad”. Pero al menos intentan dar una definición de diccionario de su extraño vocabulario. Un “costo de oportunidad” se define como “la pérdida de ganancia potencial de otras alternativas cuando se elige una alternativa determinada”.

Que nos enfrentemos a varias oportunidades diferentes es evidente incluso para un niño de seis años no muy inteligente. Pero, ¿de qué alternativas específicas estamos hablando? Una alternativa es lo que ya existe. Es conocido como el capitalismo. Eso significa, en un lenguaje muy simple: un sistema económico donde todo depende de una cosa: producción con fines de lucro. Las vidas de millones de hombres y mujeres están determinadas en el capitalismo por este simple hecho.

Mientras los capitalistas y los banqueros puedan obtener lo que consideran un nivel adecuado de ganancia al exprimir el trabajo de los trabajadores, seguirán produciendo, la gente tendrá empleos e incluso puede obtener algunas migajas del banquete del hombre rico. Pero si los capitalistas no obtienen lo que consideran una recompensa adecuada por su ”trabajo” (en lo que realmente se compone este ”trabajo” es una cuestión discutible), cerrarán las fábricas como si fueran cajas de fósforos, arrojando trabajadores a las calles sin el más mínimo escrúpulo, destruyendo comunidades enteras y conduciendo a la desesperación a toda una generación.

Esto es en realidad lo que ha sucedido a muchos trabajadores estadounidenses. Las áreas anteriormente prósperas, donde las industrias de gran escala producían masivamente bienes, han quedado reducidas a desiertos industriales. En Pennsylvania, Ohio y Michigan, el norte de Indiana, el este de Illinois y Wisconsin, las minas y las fábricas han sido cerradas, las comunidades han sido diezmadas y millones de ciudadanos estadounidenses han sido degradados a niveles de pobreza, miseria y desesperación no vistos desde los años treinta.

Fue el rechazo claro a esta supuesta alternativa, lo que estuvo en gran parte detrás de la búsqueda desesperada de otro rumbo durante la última elección presidencial. Se expresó en el ascenso de Donald Trump, quien apeló demagógicamente a los millones de estadounidenses arrojados al desguace por el sistema capitalista. Su retórica sintonizó con la gente, mientras que otros políticos no la comprendían o ni siquiera la mencionaron. Fue esto, y no ninguna “interferencia rusa” lo que determinó los resultados de las elecciones presidenciales.

Trump y Sanders

Sin embargo, hay otra respuesta a esta pregunta. Cuando Bernie Sanders anunció su candidatura, muy pocos estadounidenses habían oído hablar de él. Por otro lado, todos habían oído hablar de Hillary Clinton. Sin embargo, en muy corto espacio de tiempo, Bernie Sanders arrasó en las urnas. A sus actos asistieron decenas de miles de personas entusiastas, mayoritariamente jóvenes, buscando una alternativa.

En estos actos masivos, Sanders habló sobre el socialismo, atacó a los ricos y poderosos, e incluso habló de la necesidad de una revolución política contra la clase multimillonaria. Y estos discursos conectaron no sólo con sus propios partidarios, sino también con muchas personas que apoyaban a Donald Trump. De hecho, Sanders fue el único candidato que pudo haber derrotado a Trump. Al final, como era de esperar, el aparato del Partido Demócrata maniobró para derrotar a Bernie Sanders, quien, desafortunadamente, lo aceptó y pidió a la gente que votara por Hillary Clinton, que muchas personas veían como la candidata de Wall Street. El resultado es bien conocido.

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El gran escritor estadounidense Gore Vidal explicó una vez que “nuestra república tiene un partido, el partido de la propiedad, con dos alas derechas”. No hay mucho más que se pueda añadir a esa definición notable de la política estadounidense. El gran error de Sanders fue vincular su campaña al Partido Demócrata, que es un partido capitalista no menos que el Partido Republicano.

¿Qué es el socialismo?

Ahora, por fin, los autores del documento intentan decirnos qué es realmente el socialismo:

“Para los economistas, el socialismo no es una denominación cero o uno. Si un país o industria es socialista, es una cuestión del grado en que (a) los medios de producción, distribución e intercambio son propiedad o están regulados por el Estado; y (b) el Estado utiliza su control para distribuir la producción económica sin tener en cuenta la disposición de los consumidores finales a pagar o intercambiar (es decir, regalar los recursos ‘de forma gratuita’). Como se explica a continuación, esta definición se ajusta tanto a las declaraciones como a las propuestas políticas de los principales socialistas, desde Karl Marx hasta Vladimir Lenin, pasando por Mao Zedong y los actuales socialistas estadounidenses”.

La definición de socialismo proporcionada por estos economistas anónimos se deriva directamente de la era del “Terror Rojo” de la política estadounidense. Bajo el socialismo, estamos informados, todo estará en manos del Estado, ese Estado monstruoso, opresivo y burocrático que desea controlar cada aspecto de nuestras vidas y reducirnos al nivel de esclavos. Peor aún, en una economía donde la producción, la distribución y el intercambio son “propiedad o están regulados por el Estado”, la “producción económica” (lo que sea que eso pueda significar) se distribuirá “sin tener en cuenta la disposición de los consumidores finales a pagar”. Es decir, ¡horror de los horrores!, “regalar recursos de forma gratuita”.

La noción de dar algo de forma gratuita enviará escalofríos a cada empresario y banquero que se precie, desde los Cayos de Florida hasta Alaska. ¡Esta idea monstruosa significaría el fin de la civilización como la conocemos! Pero analicemos la cuestión con un poco más de detalle. En primer lugar, avancemos en nuestra definición muy simple de la diferencia fundamental entre socialismo y capitalismo. El capitalismo, como hemos dicho, es producción para beneficio privado. El socialismo es producción para la satisfacción de las necesidades humanas. Si nos atenemos a estas dos ideas fundamentales, no hay duda de confusión sobre el tema.

Tomemos la situación actual. En las primeras décadas del siglo XXI, vivimos en un mundo donde las fuerzas productivas se han desarrollado hasta tal punto que, por primera vez en la historia de la humanidad, podemos decir honestamente que no hay justificación para que nadie se muera de hambre, no hay justificación para que nadie se quede sin hogar, no hay justificación para que un niño muera por falta de agua potable o de atención médica elemental, o para que nadie sea analfabeto.

No hay necesidad de ninguna de estas cosas en el mundo moderno. Y, sin embargo, todas estas cosas existen a gran escala, no sólo en lo que solía llamarse el ”Tercer Mundo”, África, Asia y América Latina, sino también en los países capitalistas avanzados, incluido Estados Unidos, el país más rico sobre la Tierra.

Disposición a pagar”

Existe un abismo insalvable que separa la teoría de la “economía de libre mercado” capitalista y su práctica. El documento habla de la “disposición” de los consumidores a pagar. Lo que realmente quieren decir es su capacidad de pagar. Todos estarían dispuestos a pagar por un cómodo apartamento en Nueva York o San Francisco, si tan solo pudieran. El problema es que el precio monstruoso del alojamiento en las grandes ciudades de los Estados Unidos, un requisito tan elemental como un hogar, está fuera del alcance de muchos, si no de la mayoría, de los estadounidenses.

Aquí volvemos a la diferencia fundamental entre socialismo y capitalismo. Bajo el capitalismo, las mercancías solo se producen donde existe una demanda de ellas. Pero aquí, la palabra demanda debe definirse correctamente. Hay una gran diferencia entre la demanda en abstracto, y lo que los economistas denominan demanda efectiva. Obviamente, existe una gran demanda de vivienda en los EE. UU., al igual que en Gran Bretaña y en todos los demás países. Desafortunadamente, la demanda efectiva es otra cosa completamente diferente.

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El célebre escritor francés, Anatole France, escribió una vez que:”La ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe a los ricos y a los pobres dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan”. Esta frase es altamente aplicable a la situación actual en los Estados Unidos. Por supuesto, todos bajo el capitalismo disfrutan de la libertad de elección. Pero para millones de personas pobres, la opción tan aclamada que ofrece la economía de mercado es elegir si dormir en un portal o debajo de un puente.

El alto costo de la vivienda es uno de los principales escándalos del período en que vivimos. Los millones de personas sin hogar que muestran una voluntad ferviente de adquirir un techo sobre sus cabezas, lamentablemente carecen de los medios para transformar esta ardiente disposiciónen una compra real.

¿Hay incentivo bajo el capitalismo?

El documento continúa:

“Encontramos que los defensores históricos de las políticas socialistas y quienes lo hacen ahora en los Estados Unidos comparten algunas de sus visiones e intenciones. Ambos caracterizan la distribución del ingreso en las economías de mercado como el resultado injusto de la ‘explotación’, que debe ser rectificada por un extenso control estatal”.

Notamos que la palabra explotación se coloca en comas invertidas. Esto implica que la explotación capitalista no existe. Según esto, los beneficios de la clase capitalista deben salir del aire. Se supone que la relación entre capital y trabajo asalariado es enteramente armoniosa, igual y equitativa. Y todos vivimos felices para siempre.

Cualquier trabajador estadounidense sabe que esto es sólo un cuento de hadas. Las relaciones entre los trabajadores y los capitalistas no son en absoluto armoniosas, sino completamente antagónicas. Este debe ser el caso, por la sencilla razón de que los beneficios de los capitalistas se derivan del trabajo no pagado a la clase obrera. Y no pueden derivarse de otra cosa. Los autores del documento desestiman el concepto de “explotación” como una “queja” de la izquierda. Se refieren tímidamente a la “distribución del ingreso en las economías de mercado”. Pero no nos dicen qué es esta distribución. Tomemos un momento para iluminarlos.

Las estadísticas muestran que hay un aumento a largo del tiempo de la desigualdad entre las capas más ricas de la sociedad estadounidense y las más pobres. Después de la Gran Depresión de la década de 1930, la brecha entre ricos y pobres en realidad se redujo. Ahora se puede ver la tendencia opuesta. En la actualidad, una cuarta parte de los trabajadores estadounidenses gana menos de $ 10 por hora, lo que está por debajo del nivel federal de pobreza. Entre 1979 y 2007, el ingreso familiar aumentó el 275 por ciento para el 1 por ciento más rico de las familias. Subió un 65 por ciento para el 20 por ciento más rico. El 20% más pobre aumentó solo un 18 por ciento.

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Según las estimaciones de la Oficina del Censo de los EE. UU. de 2017, el 12,3 por ciento de la población de los Estados Unidos (39,7 millones de personas) vivía en la pobreza según la medida oficial. La encuesta se envía a los hogares de los EE. UU. por lo que las estimaciones de pobreza no incluyen a las personas sin hogar. Estas cifras también excluyen al personal militar que no vive con al menos un adulto civil, así como a adultos encarcelados.

Otras estimaciones son aún más altas. Según la Oficina del Censo 18,5 millones de personas informaron de pobreza profunda, lo que significa un ingreso familiar por debajo del 50 por ciento del umbral de pobreza de 2017. Estos individuos representaban aproximadamente el 5,7 por ciento de todos los estadounidenses y el 46,7 por ciento de los que viven en la pobreza. La mayoría de los trabajadores de bajos salarios no reciben seguro médico, pago por enfermedad o planes de pensión de sus empresarios. Estos trabajadores no pueden darse el lujo de estar enfermos y no tienen ninguna esperanza de jubilarse.

Este es el primero de una serie de artículos que responden al documento de la Casa Blanca. En la siguiente parte, Alan Woods se ocupará de la explotación capitalista en los Estados Unidos y del fin del llamado sueño americano..