Mientras la revolución siria sigue encerrada en una guerra civil desde hace tres años, las potencias regionales han empezado a usar el conflicto como una oportunidad para poner su agenda imperialista en el orden del día. Siria se ha convertido en un campo de batalla de una guerra de proximidad entre Irán, Israel y los emiratos del golfo, en particular Arabia Saudita y Qatar.
La semana pasada vio cómo Israel volvía a bombardear Siria a una escala no vista desde la guerra del Yom Kippur en 1973. Fuentes israelíes oficiosas decían que los ataques de Israel tenían como objetivo los misiles Fateh-100 enviados por Irán que iban en camino a la organización chiita libanesa Hezbollah.
Esto es simplemente la punta del iceberg de una larga lucha entre Irán e Israel por la supremacía en la región. El gobierno iraní ha intentado durante un tiempo desarrollar Hezbollah que, por su cercanía a Israel, es un buen disuasivo ante los posibles ataques israelíes a suelo iraní. El régimen de El-Assad ha jugado un papel importante en este proceso ya que ha salvaguardado material y recursos iraníes que eran enviados al Líbano. Israel, por supuesto, intenta extender sus fronteras a través de sus conflictos con Siria en los Altos del Golán pero, como con toda guerra de proximidad, esto significa el sufrimiento de la gente que vive en la zona de combate; o sea, el pueblo sirio.
Hay que añadir a este cóctel explosivo la llegada del extremismo islámico apoyado y financiado por las autoridades saudíes y cataríes. Muchas de las organizaciones jihadistas que han ido a Siria no ocultan su voluntad de transformar la revolución en una causa islamista. El más importante de estos grupos es Jabhat al-Nusra, que tiene vínculos con Al-Qaeda y que se ha convertido en parte del Ejercito Sirio Libre (ESL). De hecho, al-Nusra se ha convertido en la tendencia dirigente entre las bases del movimiento de resistencia, dirigencia que los líderes del ala liberal burguesa de la Coalición Nacional Siria, supuestos representantes de la revolución, ha intentado desmontar.
Los elementos islamistas han fomentado el lado sectario del conflicto para reemplazar los objetivos de la revolución, las libertades políticas, por una supremacía de los suníes sobre las minorías chiitas y otras. Como la familia de Assad es aleví, una secta del chiismo, y ha protegido y favorecido tradicionalmente a los alevies sirios en un país de mayoría sunita, las fuerzas pro-Assad y anti-Assad en el conflicto armado han tendido a alinearse con sectores chiíes o suníes, respectivamente. Sin embargo, dichas divisiones sectarias se han hecho más grandes con la insistencia de al-Nusra en que el conflicto es una guerra religiosa contra una versión ‘infiel’ del islam, que a su vez ha movilizado a los chiíes alrededor de Assad para conseguir protección.
Estas divisiones sectarias son muy convenientes para los intereses de las potencias regionales, en especial la chiita Irán y las sunitas Arabia Saudita y Qatar. Irán puede utilizar el conflicto para movilizar a los chiitas de todo el Oriente Medio, en especial en Irak y el Líbano, presentándose como el protector del chiismo y así asegurarse una supremacía geopolítica. Recientemente, el gobierno chiita de Irak cerró 10 cadenas televisivas en el país, incluyendo Al Jazeera, por “derivas sectarias”. Las recientes declaraciones del dirigente de Hezbollah, Hassan Nasrallah, de que su organización está actuando activamente en Siria para proteger a los chiíes sirios es una extensión de este fenómeno, que revela el grado de extensión de la participación iraní en el conflicto sirio. En respuesta, Arabia Saudita y Qatar continúan financiando a organizaciones armadas suníes como al-Nusra. Lo que todas las fuerzas extranjeras tienen en común es que sus objetivos son hostiles a los de los revolucionarios sirios.
Pero si dichos grupos están incrementando su ascendencia en Siria es debido al pragmatismo más que a la ideología. Por supuesto, muchos sirios son devotos creyentes y seria absurdo negar la importancia de la religión en sus vidas. Sin embargo, muchos rebeldes sirios en el ESL se han alineado con al-Nusra no por su inclinación religiosa sino porque la organización islamista (gracias al apoyo logístico y militar de sus patrocinadores) está mucho mejor organizada y posee mejores recursos con los que enfrentarse a la fuerzas de Assad.
El comandante de una brigada rebelde en el área de Hasaka declaró al periodista del New York Times que al-Nusra “es la fuerza militar más fuerte en la región… no lo podemos negar”. Pero añadió “la mayoría de la juventud que se les une lo hizo para derrocar al régimen no para unirse a Al Qaeda”. Mientras que al-Nusra sigue tomando el control de pozos petrolíferos del gobierno, el ESL pierde terreno por la falta de armas y recursos. Por ejemplo, un miembro del ESL que se unió a al-Nusra dijo al diario The Guardian “si te unes a al-Nusra, siempre hay un arma para ti pero si estás en las brigadas del ESL no te dan ni siquiera balas para combatir”. De hecho, al-Nusra es suficientemente rica como para apoyar financieramente a las familias de sus rebeldes durante el conflicto. En una situación de guerra, ¿es tan difícil de ver por qué al-Nusra está ganando apoyo? Al mismo tiempo, ¿a quién van a apoyar los chiitas sino a Assad y a Hezbollah para asegurar su supervivencia?
Mientras tanto, Occidente está paralizado sobre cómo tratar la situación. Países europeos como Francia o el Reino Unido han promovido a la liberal Coalición Nacional Siria como el legítimo gobierno del país y ha pedido ayuda para el ESL. Los Estados Unidos, más temerosos de la influencia islamista en el seno del ESL, están con dudas sobre a quién apoyar pero tienen un gran interés por controlar la situación como lo muestra su maniobra para entablar discusiones con Rusia sobre lo que se debe de hacer en relación al conflicto. Lo que todo esto demuestra es que la Coalición Nacional Siria está fuertemente influenciada por las fuerzas Occidentales y que se someterá a la leyes del capitalismo si llegara al poder.
Por lo tanto, la situación en Siria muestra una clara falta de dirección revolucionaria mientras la mayor parte de las potencias mundiales intentan usar el conflicto para poner por delante sus intereses. Entre tanto, el pueblo sirio paga los platos rotos. Ahora mismo, una dirección marxista daría ilimitadas oportunidades para la liberación, no atada a las influencias imperialistas o regionales. Sería también la única dirección que podría reducir el sectarismo entre sunitas y chiitas, demandando igualdad para todos, que es quizás la única vía para la paz en Siria. En ausencia de dicha dirección, sólo podemos esperar una escalada del conflicto con, quizás, una intervención extranjera más activa.