Es indudable que la marcha de la situación económica y las expectativas que todavía existen en la mayoría de la población explican la relativa estabilidad del gobierno de Kirchner. La oposición política a derecha e izquierda, en cambio, vegeta sin un objetivo definido.
Editorial de El Militante nro. 10
Es indudable que la marcha de la situación económica y las expectativas que todavía existen en la mayoría de la población explican la relativa estabilidad del gobierno de Kirchner. La oposición política a derecha e izquierda, en cambio, vegeta sin un objetivo definido. Esto permite a Kirchner sortear con más o menos habilidad las negociaciones por el pago de la deuda y la suba de tarifas aunque en la práctica suponga ceder en gran parte de los reclamos del FMI y las privatizadas. También le permite echar paños fríos a la interna peronista en la lucha que mantiene con Duhalde por el control de las estructuras del PJ.
Kirchner tuvo la suerte de que su gobierno echara a andar cuando ya se inició un repunte claro de la actividad económica, permitiéndole recaudar importantes ingresos a las arcas del Estado y así conciliar diversos intereses y amortiguar parcialmente los choques sociales. Así, la riqueza producida, el PBI, creció un 8,8% en el 2003 y se espera que crezca más de un 7% en el 2004. Hubo un cierto aumento del empleo y algunas subas salariales, aunque el desempleo real todavía afecta al 20% de la población activa y el poder adquisitivo de los salarios continúa siendo inferior al del 2001.
La causa del crecimiento económico se explica en gran parte por factores externos, reflejándose en la alta demanda de productos agropecuarios e hidrocarburos, de acero y de otros productos, vinculada al impresionante auge económico de China y, en menor medida, de Brasil, EEUU y Europa, y en la suba del precio de las materias primas. Pero esta dependencia del desenvolvimiento de la economía mundial, también plantea algunos interrogantes (aumento del precio del petróleo, suba de los tipos de interés en EEUU, evolución del precio de las materias primas y de la situación económica internacional) que pueden provocar un quiebre en la economía del país y en el ambiente social y político del país, que habrá que seguir con atención en los próximos meses.
La sobreexplotación de la clase obrera
Pero esta recuperación de la economía argentina también se debe a la sobreexplotación de la clase obrera. Los capitalistas argentinos están consiguiendo salir adelante, no a través de la modernización de sus equipos, sino con salarios bajos, largas jornadas de trabajo y una precarización del empleo espeluznante: con el 48% de los trabajadores “en negro”. De hecho, el costo laboral industrial cayó un 31% sólo entre 1997 y el 2003 y la productividad por hora trabajada aumentó un 20%. En el otro extremo, según un estudio de la CTA, las 100 empresas más importantes de Argentina aumentaron sus ganancias un 47,7% en el trienio 2001-2004.
Usando como chantaje a los millones de desempleados, el salario promedio en los nuevos trabajos es de $395, ganando $628,40 los contratados en blanco y $308,70 los contratados en negro, cuando la línea de la pobreza está cuantificada en ingresos por debajo de los $758.
Pero esta situación, en el marco de una reactivación importante de la actividad económica, está teniendo otras consecuencias, aumentando la bronca y el descontento de la clase obrera y reanimando sus luchas por mejores salarios y condiciones de empleo.
El movimiento obrero y nuestras tareas
El 2003 fue el año donde la actividad del movimiento obrero alcanzó su punto más bajo desde la dictadura, con un promedio de 12 huelgas mensuales. Las últimas cifras disponibles este año revelan que el promedio de huelgas mensuales es de 30; es decir, 2,5 veces más huelgas que el año pasado lo que marca una clara recuperación del movimiento reivindicativo de los trabajadores.
En este nuevo ambiente, la tarea de los delegados sindicales no está siendo tan agradable y cómoda, obligados a encarar la bronca creciente y la indignación de los trabajadores en sus reclamos por mayores salarios y mejores condiciones de trabajo.
Para no perder completamente el control sobre los trabajadores, muchos de los burócratas sindicales se verán obligados a encabezar luchas, mejor o peor organizadas, como de hecho está sucediendo. De toda esta experiencia es de la que los trabajadores comienzan a sacar la conclusión de que necesitan otros delegados sindicales que los representen, creando condiciones para el inicio de un cambio molecular en el seno de las estructuras sindicales en el interior de las empresas y fuera de ellas.
La necesidad de organizar una corriente sindical de oposición en el seno de la CGT y la CTA nace directamente de esta situación. Es necesario aglutinar en un frente único a todos los activistas sindicales combativos y luchadores para la tarea de recuperar los sindicatos como instrumentos a favor de los intereses de los trabajadores, compartiendo experiencias y acelerando este proceso. Las condiciones para que esta corriente se desarrolle con éxito son enormes: millones de trabajadores organizados y sin organizar en los que reina un malestar profundo por sus condiciones de trabajo, por sus bajos salarios y por los pésimos dirigentes que tienen.
Los modestos éxitos obtenidos en algunos gremios y empresas presentando listas opositoras, donde la izquierda se presentó unida junto a los activistas combativos, también expresa esta necesidad. Pero no se debe circunscribir la agitación al mero armado de una lista opositora. Siguiendo el ejemplo del SUBTE, debemos organizar una plataforma permanente que agite en las empresas, que edite volantes regularmente, que organice luchas allá donde tenga posiciones dirigentes.
Que la izquierda sea capaz de aprovechar esta situación dependerá de su capacidad para practicar una audaz política de “frente único” en el terreno sindical para emerger como un polo de referencia en las luchas de los trabajadores. En este sentido, creemos un error que los grupos más relevantes de la izquierda empiecen a postular su sello electoral particular, faltando un año para las elecciones, cuando la prioridad es lanzarse con todo a acompañar y orientar las luchas de los trabajadores que están peleándola por el salario y el empleo digno.
Las falencias de la izquierda
Lamentablemente, en la izquierda existe una dolorosa sensación de aislamiento, perplejidad y desorientación política que no escapa a la percepción de miles de activistas obreros y juveniles. Refugiarse en un falso “exitismo” para mantener “alta” la moral de sus bases y preservar el sentimiento de infalibilidad y de prestigio de las direcciones no ayuda a resolver los problemas.
Los enfrentamientos sectarios y la incapacidad para llevar a la práctica una consistente política de “frente único” de toda la izquierda en el terreno piquetero, juvenil, sindical y electoral repele a la inmensa mayoría de los activistas y explica en gran medida esta debilidad de la izquierda.
Así, el movimiento piquetero combativo se encuentra en un “impasse” total, recorrido por una división y un fraccionamiento crecientes que afecta hasta a la propia ANT tras la virtual ruptura de Castells, y donde proliferan todo tipo de tácticas individualistas y aventureras, a espaldas y sin conexión con las luchas de los trabajadores.
Aunque la crítica a Kirchner es justa y correcta en el fondo, está formulada de una manera tan estridente e histérica que no conecta con la experiencia de los trabajadores, sobre todo con los que aún mantienen ilusiones en su política.
Algunos compañeros abusan del término “reflujo” para caracterizar el ambiente entre los trabajadores y la juventud. Pero esta caracterización está lejos de ser correcta. Quizás sea apropiada para definir el estado de ánimo de muchos activistas de izquierda que estuvieron en la primera línea de batalla en los últimos tres años, pero no es cierta si nos referimos al ambiente entre los trabajadores, quienes de ahora en más están empezando a estirar sus músculos, incorporándose de manera creciente a la lucha, y obteniendo concesiones por primera vez en años.
La izquierda debe cambiar radicalmente de tácticas. Debe dotarse de perspectivas políticas correctas, no confundiendo la realidad con sus deseos, adoptando consignas que se desprendan de la situación objetiva y que tomen en cuenta el nivel de conciencia de los trabajadores; debe practicar una política audaz de frente único en todo su accionar, mantener una orientación preferente y sistemática al movimiento sindical; dotarse de un programa que vincule las demandas más inmediatas y sentidas por los trabajadores con la perspectiva del socialismo, y de una perspectiva revolucionaria y socialista internacional. No existe otro camino para salir del actual estancamiento y estar en las mejores condiciones ante el inevitable resurgir y fortalecimiento de las luchas de los trabajadores en los próximos meses.