La “revolución pacífica” de Georgia anuncia nuevos conflictos

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Los dramáticos acontecimientos de Tiblisi indican un giro profundo en la situación del Cáucaso. Los seguidores de la oposición asaltaron el parlamento georgiano el domingo, obligando al presidente Eduard Shevardnadze a huir mientras miles de personas exigían su dimisión. Los dramáticos acontecimientos de Tiblisi indican un giro profundo en la situación del Cáucaso. Los seguidores de la oposición asaltaron el parlamento georgiano el domingo, obligando al presidente Eduard Shevardnadze a huir mientras miles de personas exigían su dimisión. El líder de la oposición, Mijail Saakashvili, dirigió a cientos de sus seguidores que se abrieron camino hacia la cámara, volcando mesas y sillas, luchando con los parlamentarios.

Shevardnadze, que fue ministro de exteriores de la URSS con Mijail Gorbachov, lleva gobernando esta república ex-soviética desde 1992. Igual que las anteriores repúblicas soviéticas el país ha estado en una situación de crisis permanente. En la actualidad sufre el mayor conflicto político en años después de que en las elecciones parlamentarias del 2 de noviembre, según los resultados oficiales, ganara el partido de Shevardnadze. La oposición y muchos observadores extranjeros han denunciado fraude en los resultados electorales.

Según los resultados finales el bloque pro-Shevardnadze, Para una Nueva Georgia, ganó las elecciones con un 21,3 por ciento de los votos, mientras que el partido Reactivación, que algunas veces ha sido crítico con el gobierno pero que ahora se ha puesto al lado de Shevardnadze, terminó segundo con el 18,8 por ciento. El Movimiento Nacional de Saakashvili quedó en tercera posición con el 18 por ciento, mientras que los Demócratas que se aliaron con Saakashvili consiguieron el 8,8 por ciento. El Partido Laborista, por su parte, consiguió el 12 por ciento.

El viernes el gobierno estadounidense llamó al gobierno de Georgia para llevar a cabo una investigación independiente de los resultados electorales. El portavoz estadounidense, Adam Ereli, dijo que los resultados electorales en algunas regiones mostraban un “fraude electoral masivo” y que “no reflejaban la voluntad del pueblo georgiano”.

Sin duda era verdad. A Shevardnadze, un bonapartista reaccionario, no le resulta extraño amañar las elecciones y todo tipo de maniobras sucias. Presionado por las masas Shevardnadze reconoció que había algunos problemas con las elecciones. “Aproximadamente el 8 ó 10 por ciento de los votos no son válidos”, pero añadió que eso debería dirimirse en los juzgados. Así que siguió con la formación del nuevo parlamento en medio de enormes medidas de seguridad. La policía rodeó con vehículos acorazados los principales edificios del gobierno.

Pero mientras Shevardnadze hablaba, los seguidores de la oposición asaltaban las puertas de la cámara. Las imágenes de televisión mostraban a los manifestantes tirando todo a su paso y subiendo al estrado, desde aquí el líder de la oposición se dirigió a la multitud: “En Georgia ha tenido lugar una revolución de terciopelo” y todos le aplaudieron. “Estamos en contra de la violencia”.

“Yo no dimitiré. Lo haré cuando expire el mandato presidencial de acuerdo con la constitución”, estas son las palabras que pronunció Shevardnadze antes de abandonar el parlamento. Su intención claramente era mantenerse en el poder, si era necesario por la fuerza. Pero ésta se agotó cuando las fuerzas armadas se pasaron al lado de la oposición. Shevardnadze, que tiene 75 años de edad, abandonó apresuradamente la cámara y el edificio del parlamento acompañado de sus guardaespaldas. En el momento de la verdad el presidente era un general sin ejército. Después de hablar con el ministro de exteriores ruso, Igor Ivanov, el sábado, Shevardnadze dimitió después de diez años de presidencia.

Saakashvili, en medio de la refriega, ordenó a todos los diputados pro-gobierno que abandonaran el edificio. Después cedió la palabra a la líder opositora y presidenta del parlamento Nino Burdzhanadze.

El desenlace llegó dos semanas después de las protestas diarias de los seguidores de la oposición en las calles. Antes de que Shevardnadze abriera el parlamento, decenas de miles de seguidores de la oposición se reunieron en la Plaza de la Libertad y en otras calles, golpeando una efigie de Shevardnadze y con pancartas en las que se podía leer: “Tu siglo fue el XX. Ahora es el XXI”. Juraron no abandonar las calles hasta que se fuera Shevardnadze. Estos acontecimientos aparecieron reflejados rápidamente en los medios de comunicación como una “revolución pacífica”. Pero la verdadera razón del colapso del régimen fue la “independencia” de Georgia sobre bases capitalistas, que sólo ha significado guerra, miseria y desempleo, oficialmente la tasa de paro es del 17 por ciento pero la cifra real es mucho más elevada. Muchas personas han huido del país y se ha extendido el descontento que ha encontrado su expresión en los acontecimientos de los últimos días.

Desgraciadamente, esta llamada “revolución” no resolverá nada y sólo aumentará los sufrimientos de la población georgiana. Mijail Saakashvili, un abogado de 35 años que estudió en EEUU y Francia, es considerado un pro-occidental, un reformista, es decir, un contrarrevolucionario burgués y un agente del imperialismo estadounidense. Sus diferencias con Shevardnadze eran más una cuestión de ambición personal que otra cosa. Estuvo al frente del ayuntamiento de Tiblisi. En el año 2000 fue nombrado ministro de justicia por Shevardnadze pero abandonó el gobierno al año siguiente para formar el Movimiento Nacional.

Saakashvili representa una nueva generación de políticos burgueses —jóvenes, agresivos, confiados e impacientes— que ha echado a un lado a los más viejos, a dirigentes más cautos como Shevardnadze y que ahora ocupan sus lugares, con salarios lucrativos y con los privilegios que conlleva esa situación. En el Cáucaso existe una vieja tradición según la cual un cargo político es simplemente una forma conveniente de llenarse los bolsillos a expensas de la población. Por supuesto, lo mismo puede decirse de Gran Bretaña o EEUU, pero estas actividades en general se hacen de una forma más discreta, mientras que en países como Georgia el saqueo se lleva a cabo de una forma vergonzosa y ante los ojos de todos.

La nueva Georgia capitalista e “independiente” combina las características más repulsivas del antiguo régimen burocrático con las injusticias y la explotación monstruosa del capitalismo. El nuevo régimen seguirá la misma tradición, la diferencia es que el alcance del robo será mayor, debido a la inevitable afluencia de empresarios procedentes de Dallas y Nueva York con maletines llenos de dólares para sobornar a cambio de contratos jugosos. Los georgianos normales no verán un solo céntimo. La actual euforia pronto desaparecerá, en cuanto los georgianos sean conscientes de que los han engañado.

Nada sustancial cambiará. El parlamento anterior seguirá, los mismos gángsters, ladrones y estafadores continuarán en el mismo lugar. El mensaje central de los “revolucionarios” era la continuidad. Burdzhanadze dijo que “el país debe [ahora] regresar a su ritmo habitual de vida” y pidió a las fuerzas de seguridad que reanudaran sus obligaciones.

El único gran cambio será un giro más profundo hacia occidente y especialmente hacia EEUU. Estos últimos han dado la bienvenida al nuevo gobierno, el secretario de estado, Colin Powell, dijo que estaba dispuesto a colaborar con Burdzhanadze “en su esfuerzo por mantener la integridad de la democracia de Georgia (…) EEUU y la comunidad internacional están dispuestos a apoyar al nuevo gobierno para la celebración en el futuro de elecciones justas y libres”.

La prisa indecente de Washington por apoyar a la oposición indica que hay algo más. Desde la caída de la URSS el Cáucaso se ha convertido en el centro de una lucha feroz entre Rusia, EEUU y Turquía por el control de sus recursos y riqueza petrolera. En esta gran lucha de poder, Georgia ocupa la posición clave. Este pequeño país de casi cinco millones de habitantes está localizado estratégicamente en el Mar Negro, al sur de Rusia y al norte de Turquía. La anterior república soviética es el lugar por donde pasará un importante oleoducto desde el mar Caspio hasta Turquía a principios de 2005.

Rusia sigue siendo una potencia clave en la región y está intentando reducir la influencia estadounidense. Para presionar a Georgia y mantener su control sobre el país, Moscú ha acusado a Tiblisi de dar apoyo y refugiar a rebeldes chechenos. Ha apoyado los movimientos separatistas de Abkhazia y Ossetia, como una forma de debilitar a Georgia. Entre Shevardnadze y el Kremlin no hay precisamente amor, a pesar de que el primero tiene un pasado como burócrata del Kremlin y “comunista”, pero ahora ha adoptado el nacionalismo burgués. El problema es que la oposición es, si es posible, aún más pro-estadounidense que Shevardnadze. Por lo tanto, aunque Moscú reconoció el fraude electoral, el ministro de exteriores ruso pidió que “se corrigieran los errores, insistió en que se debe hacer ‘en el marco de la ley’ […] La alternativa es el caos”. Moscú puede provocar, si quiere, un tremendo caos en la región.

Este era un aviso para los estadounidenses y sus amigos georgianos, aconsejándoles que no fueran demasiado lejos. Pero el consejo cayó en oídos sordos. Con la dimisión de Shevardnadze ha llegado al poder en Tiblisi la oposición pro-estadounidense. Todo esto forma parte del intento de Washington de aumentar su influencia en el Cáucaso, pero esto también ha encendido las luces de alarma en el Kremlin. Los rusos no se van a quedar con los brazos cruzados mientras un país clave al sur de su frontera se pasa directamente al campo del imperialismo estadounidense.

Estos acontecimientos sin duda prepararán el camino para un conflicto mayor y la desintegración de Georgia. Los rusos apretarán los tornillos a Georgia. Las llamadas regiones independientes y los dirigentes políticos pro-Moscú están dispuestos a pelear con la nueva dirección de la capital. Como ninguno disfruta de un apoyo mayoritario, el caos y la violencia prevalecerán provocando nuevos levantamientos, guerras, derramamientos de sangre y miseria en toda esta maravillosa y desafortunada región, todo con la intención de sabotear los planes de EEUU de extraer el petróleo del Caspio. Nino Burdzhanadze fue la primera en hacer una declaración televisada después de la dimisión del presidente:

“Hemos conseguido superar la crisis más grave de la historia reciente de Georgia sin derramar una sola gota de sangre”. Pero habló demasiado pronto. Las intrigas de los imperialistas provocará un derramamiento de sangre mayor antes de que la crisis se cierre de una forma u otra. Los nuevos gobernantes miran nerviosos por encima de sus hombros a Rusia. Burdzhanadze anunció el final de la campaña de desobediencia y dijo que el país debe trabajar para fortalecer sus lazos con sus vecinos y “el gran estado de Rusia”. Pero estas palabras no impresionan al Kremlin. Rusia está mirando muy de cerca la política y la conducta del nuevo gobierno de Tiblisi.

El Cáucaso, para aquellos que no lo conocen, es como un paraíso sobre la Tierra. Un clima maravilloso, un paisaje asombroso, una agricultura rica y una colosal riqueza minera. La población del Cáucaso, a pesar de todas las diferencias lingüísticas, étnicas y religiosas, comparte una historia y tradiciones comunes, además de muchas afinidades culturales. Son una de las poblaciones más encantadoras, hospitalarias y generosas del planeta. En este sentido tienen algo en común con los pueblos de los Balcanes y la región se parece en algunos aspectos.

Es un tremendo jardín con un maravilloso potencial para el desarrollo y la prosperidad que se ha visto reducido a una cáscara vacía, un horrible campo de batalla donde mueren personas por fronteras artificiales que no tienen ningún significado real. La gran tragedia histórica del Cáucaso es que los pueblos de la región se han desvinculado entre sí, cruelmente divididos y balcanizados. Esto les impide resistir la constante injerencia de las grandes potencias, la que les rodea (Rusia)y el gigante trasatlántico (EEUU).

Ahora todos hacen cola para poner sus manos en la riqueza de la región y para cumplir este objetivo están dispuestos a saquearla y hundirla en el caos. Detrás de cada fracción rival hay una u otra potencia extranjera -estadounidenses, rusos, turcos, alemanes-, conspirando, incitando al asesinato, robando, corrompiendo, provocando guerras y separatismo en nombre de la “autodeterminación” y en todas partes extienden la miseria, el caos y la muerte. Aquí vemos una reproducción perfecta de la historia de los Balcanes antes de 1914. Y los resultados para los pueblos caucásicos no van a ser menos terribles.

En el fondo, el problema es la ausencia de un movimiento independiente de la clase obrera del Cáucaso. El proletariado se ha visto arrastrado detrás de otras clases sociales en una supuesta lucha por la “independencia nacional”. Se ha subordinado a los demagogos nacionalistas burgueses cuyos únicos intereses es poner sus manos en el tesoro del estado y vender su país al mejor postor entre los países imperialistas. ¿Qué clase de “independencia nacional” es esta?

Los demagogos nacionalistas como Shevardnadze, animados por el imperialismo estadounidense, prometieron a sus poblaciones un futuro lleno de prosperidad y “democracia” con un régimen capitalista independiente. Pero diez años después, todos estos sueños han quedado reducidos a cenizas. El balance para millones de personas es la muerte, la destrucción y la miseria.

Washington y Moscú tratan a los pequeños, débiles y divididos estados caucásicos, como simples peones en un juego donde toda la región actúa como un gigantesco tablero de ajedrez. EEUU mueve su pieza, Rusia responde, el resultado es la guerra, un asesinato, una explosión, un golpe militar o una “revolución incruenta”. Ahora estamos a la espera del próximo movimiento. No sabemos cuando o donde responderá Moscú, pero una cosa está clara: los perdedores serán la población normal, los pobres y los indefensos.

La única esperanza para los pueblos del Cáucaso reside en una ruptura radical con el capitalismo y el imperialismo. Echar a los ladrones burgueses y expropiar la propiedad de los imperialistas. Después quizá la palabra “independencia” pueda adquirir algún significado. Pero para estos pequeños países no puede haber progreso levantando barreras artificiales. Georgianos, armenios, azeríes, chechenos y los demás pueblos de la región deben vivir juntos en una federación socialista del Cáucaso, sobre la base de la completa igualdad, la democracia, la fraternidad y la amistad.

¿Esto parece imposible? Pero ya se ha conseguido en una ocasión. La revolución bolchevique de octubre de 1917 dio a los pueblos del Cáucaso la tierra y la libertad. Los unió en una Federación Transcaucásica que puso fin a siglos de lucha y creó un espíritu de verdadero internacionalismo proletario. Sacó al Cáucaso del atraso semifeudal en el que se encontraba, abrió el camino para el desarrollo económico y cultural a través de la economía nacionalizada y planificada. Esto fue lo que transformó radicalmente la vida de los pueblos del Cáucaso y les dio un futuro.

Es verdad que con Stalin y sus sucesores mucho de este trabajo se perdió. Pero lo que se consiguió una vez se puede conseguir de nuevo. La bandera del internacionalismo leninista fue sustituida por el chovinismo gran ruso y encontró su reflejo en las repúblicas soviéticas con burócratas nacionalistas locales, como Eduard Shevardnadze que azuzó el separatismo y los antagonismos nacionales que provocaron la ruptura de la URSS.

La poblaciones normales de Georgia, Armenia, Azerbaiján y otras naciones caucásicas han visto desaparecer aquellos días en los que todos vivían en paz. Si pudieran elegir sin duda elegirían entrar en una federación voluntaria donde los recursos del Cáucaso fueran explotados en beneficio de todos. En la actualidad el establecimiento de una federación socialista en las condiciones modernas alcanzaría un nivel muy superior al de 1923. Prepararía el camino para un desarrollo rápido de las fuerzas productivas, con la eliminación del desempleo, la pobreza y la creación de las condiciones para la prosperidad y la abundancia. En estas condiciones dejarían de existir las bases para la guerra y el enfrentamiento, junto con los antiguos odios primitivos y desavenencias.

Sólo sobre estas bases se puede materializar todo el potencial del Cáucaso. Finalmente podrá florecer un maravilloso jardín. Hombres y mujeres podrán elevarse hasta alcanzar su verdadera estatura y el Cáucaso dejará de ser un campo de batalla sangriento donde los imperialistas rivales saldan sus cuentas y se convertirá en un verdadero ejemplo para toda la humanidad.