La revolución de los esclavos en Santo Domingo – Haití (1791-1803)

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Después de 12 años de levantamientos, guerras, masacres y traiciones, la revolución que estalló en 1791, en Santo Domingo, desembocó en la abolición de la esclavitud y en la independencia de Haití. Esta revolución fue consecuencia y prolongación de la Revolución Francesa. Sus etapas sucesivas, marcadas por numerosos enfrentamientos y entuertos fueron ampliamente determinadas por el flujo y reflujo de la revolución en Francia.

Héroes de la emancipación

Después de 12 años de levantamientos, guerras, masacres y traiciones, la revolución que estalló en 1791, en Santo Domingo, desembocó en la abolición de la esclavitud y en la independencia de Haití. Esta revolución fue consecuencia y prolongación de la Revolución Francesa. Sus etapas sucesivas, marcadas por numerosos enfrentamientos y entuertos fueron ampliamente determinadas por el flujo y reflujo de la revolución en Francia.

La historia de esta revolución está hecha de heroísmo y sacrificios. Los esclavos insurgentes terminaron por vencer, una tras otra, a todas las potencias europeas como España, Inglaterra y Francia. Pero también es una historia hecha con avaricia, cinismo y crueldad inhumana por parte de las clases dominantes.

La revolución de Santo Domingo merece ser más conocida por los trabajadores y la juventud de nuestra época. Es en el estupendo libro de C. L. R. James, Los Jacobinos Negros, escrito en 1938, donde encontramos la explicación más completa y seria. Aquí, sólo podemos dar algunas pinceladas.

Después de la llegada de Cristóbal Colón a las costas de la isla, que llamara La Española, se funda una colonia española en su parte sudeste. Los colonizadores han traído con ellos el cristianismo, los trabajos forzados, las violaciones y el pillaje. También traen enfermedades infecciosas. Para someter a los indígenas rebeldes, organizaban hambrunas. La consecuencia de esta “misión civilizadora” fue la dramática reducción de la población indígena, que pasó de 1.300.000 a sólo 60.000 en el transcurso de 15 años.

La burguesía francesa: esclavitud y atrocidades

En 1695, el tratado de Ryswick otorgaba la parte occidental de la isla a Francia, y durante todo el siglo XVIII, la trata de esclavos se desarrolló masivamente. Capturados en África y embarcados por la fuerza, los esclavos atravesaban el Atlántico encadenados y amontonados en las bodegas sofocantes de las naves negreras. Este comercio desplazó a centenares de miles de africanos hacia América y las Indias Occidentales, donde fueron entregados a la peor crueldad de los amos blancos.

Marcados con hierros candentes, los esclavos sufrían el látigo, las mutilaciones y toda clase de torturas. Sus dueños se jactaban de los “miles de refinamientos” de sus métodos de castigo y de sus condenas a muerte. Les derramaban cera hirviendo en sus cabezas. Les hacían comer sus excrementos. Los condenados a muerte eran quemados vivos o morían atados a cuatro estacas, el vientre abierto, mientras los perros de sus dueños les comían las entrañas.

La burguesía francesa se cebaba en esa brutal explotación y en todas las barbaridades necesarias para perpetrarla. Los dueños de Santo Domingo estaban corrompidos por el poder sobre la vida y la muerte que poseían sobre esa cada vez más numerosa masa de seres humanos. La fortuna de la burguesía naviera, construida sobre la trata de esclavos, estaba en parte invertida en la colonia. Con sus agentes y negociantes, así como con los hijos de familias nobles empobrecidas y distintos comerciantes, esta clase de propietarios formaban el escalafón superior de la sociedad colonial, por debajo del cual se encontraban los clérigos, los notarios, los abogados, los regidores, los capataces y los artesanos.

“Si no se encontraba un sólo punto en el planeta que llevara más miseria que una nave negrera,” leemos en Los Jacobinos Negros, “ ninguna parte del mundo, teniendo en cuenta su superficie, poseía más riquezas que la colonia de Santo Domingo.” Así, un gran número de “pequeños blancos” -jornaleros, vagabundos urbanos y criminales- se instalaban en Santo Domingo con la esperanza de enriquecerse y de gozar de un estatus que estaba fuera de su alcance en Francia.

Para la burguesía naviera de Nantes y Burdeos, la abolición de la esclavitud significaba la ruina. También lo era para los dueños de esclavos en la isla. Y a los ojos de los “pequeños blancos” la permanencia de la esclavitud y de la discriminación racial era vital. Demostraron a lo largo de la historia que para mantenerlas, no retrocederían ante ninguna atrocidad.

Un sector ínfimo de negros -cocheros, cocineros, nodrizas, servicio doméstico, etc.- escapaban al calvario que sufrían la inmensa mayoría de la masa de esclavos, y hasta podían tener acceso a un poco de instrucción. Es de esta fina capa social de donde saldrían la mayor parte de los jefes de la revolución, entre ellos, Toussaint Breda, el que sería conocido como Toussaint Louverture.

El padre de Toussaint llega a la isla en las bodegas de una nave negrera, pero tiene la suerte de ser comprado por un colono que le otorgaba algunas libertades. Primero de ocho hijos, Toussaint tuvo como padrino a un esclavo llamado Pierre Batiste, que le enseñó un francés rudimentario. Fue pastor, más tarde cochero. De entre los libros que Toussaint pudo leer, se encuentra la Historia Filosófica del Asentamiento y Comercio de los Europeos en las Dos Indias, publicado por el abad Raynal. Convencido de que una revuelta estallaría en las colonias, el abad escribía: “Dos colonias de negros fugitivos existen ya. Estos relámpagos anuncian el trueno. Sólo falta un jefe valiente. ¿Adonde está? Aparecerá, no lo dudemos. Vendrá y levantará la bandera sagrada de la libertad.”

Cuando la revolución francesa estalla, los “pequeños blancos” ven la oportunidad de asestar un golpe a la autoridad de la monarquía y de hacerse reconocer como dueños de la isla. Desde hacía tiempo, pregonaban la exterminación de todos los mulatos -de “sangre mezclada”- de quienes querían apropiarse los bienes. Numerosos mulatos fueron incorporados a la milicia de la autoridad monárquica, que se apoyaba en ellos para resistir a los alzamientos “revolucionarios” de los blancos.

Las condiciones infrahumanas a las que estaba sometida la inmensa mayoría de los esclavos despierta en un gran número de ellos el fatalismo e la indiferencia hacia su propio destino. Pero eso no quitaba que se produjeran actos de resistencia. Estos actos se plasmaban en “evasiones” a través de suicidios o el envenenamientos de los negreros, de sus mujeres e hijos.

Los esclavos que huían de sus dueños se escondían en las regiones montañosas y los bosques donde se formaban grupos de fugitivos llamados “marrones”. A mitad del siglo XVIII, uno de ellos, Makandal, se propuso alzar a los negros de forma masiva y echar a los colonos. Su plan consistía en el envenenamiento del agua de todas las casas de los colonos. Pero este plan nunca se llevó a cabo. Traicionado, Makandal fue capturado y quemado vivo en 1758.

En 1790, la revolución francesa estaba en retroceso. La burguesía naviera, que dominaba la Asamblea Nacional, se conforma con el compromiso establecido con la monarquía, y no desea que la revolución vaya más allá. Se niega a reconocer los derechos de los mulatos por miedo a abrir una vía a la rebelión de los esclavos negros. Sin embargo, de la misma forma en que el conflicto de intereses entre la burguesía y la monarquía abre un espacio para la entrada en acción de las masas parisinas, el conflicto entre los blancos y los mulatos de Santo Domingo desencadena la revolución de los esclavos que estalla en la noche del 22 al 23 de agosto de 1791.

Los instigadores de la insurrección se aglutinan alrededor de su jefe Boukman en el bosque de la montaña Morne Rouge, a la luz de las antorchas y bajo la lluvia de una tormenta tropical. Después de beber la sangre de un cerdo degollado, Boukman eleva una plegaria: “El dios de los blancos les inspira crímenes, pero el nuestro sólo nos empuja hacia las buenas acciones. Nuestro dios, bueno para nosotros, nos ordena vengarnos de las ofensas recibidas. El dirigirá nuestras armas y nos ayudará.” En pocas horas, la insurrección había asolado la mitad de la llanura del norte. Los esclavos destruían y mataban incansablemente al grito de “¡Venganza! ¡Venganza!”

La insurrección parisina del 10 de agosto de 1792 y sus consecuencias para los esclavos

Un mes después del comienzo de la insurrección, Toussaint Louverture se une a ella y se convierte, junto a Biassou y Jean-François, en uno de los dirigentes del movimiento. Los esclavos en rebelión dominaban los campos, pero empezaban a paralizarse. Ante el estancamiento de la insurrección, sus jefes, entre ellos Toussaint, estaban a punto de abandonar la lucha a cambio de la liberación de unos 60 jefes. Pero, los patrones no querían saber nada. Ningún compromiso era posible. De esta forma, para el ejército revolucionario, del cual Toussaint se había convertido en el máximo jefe, las opciones ya eran ¡libertad o muerte!

El gobierno francés mandó una expedición militar, dirigida por el general Sonthonax, para restablecer el orden en la isla. Sin embargo, antes de que llegue a Santo Domingo, la insurrección parisina tumbó la monarquía y echó a la burguesía esclavista. Esta nueva fase de la revolución francesa tuvo grandes consecuencias para los esclavos de Santo Domingo, ya que las masas populares levantadas en armas sobre las que descansaba el poder revolucionario estaban a favor de abolir la esclavitud. ¡Por primera vez, los esclavos de Santo Domingo tenían fuertes aliados en Francia!

Toussaint y su ejército de esclavos se ponen al lado de España para combatir las fuerzas armadas enviadas por Francia. Después de reorganizar sus tropas, Toussaint ocupa varias ciudades. Los británicos, aprovechando las dificultades de Sonthonax, se hacen con el control de toda la costa occidental, menos la capital. Desbordado por todos lados y con la amenaza de la derrota, Sonthonax solicita el apoyo de Toussaint frente a los británicos. Para lograrlo, llega hasta decretar la abolición de la esclavitud. Pero Toussaint desconfiaba. ¿Cuál era la actitud de Paris? ¿No era Sonthonax el encargado por los esclavistas de “restablecer el orden”? Es sólo cuando se entera del decreto del 4 de febrero de 1794, aboliendo la esclavitud, que Toussaint se da vuelta contra los españoles y se une a Sonthonax para combatir los británicos.

La autoridad y el poder de Toussaint Louverture, ya oficial del ejército francés, no deja de crecer. Con 5.000 hombres a sus órdenes, mantiene una línea de posiciones fortificadas entre el norte y el oeste de la isla. Las fuerzas británicas y españolas, enfrente, tenían superioridad en armamento y aprovisionamiento. También estaban las fuerzas mulatas dirigidas por Rigaud, asociadas a los británicos.

Casi todos los soldados de Toussaint habían nacido en África. No hablaban casi el francés. Sus oficiales eran antiguos esclavos, como Dessalines, que llevaba bajo su uniforme del ejército francés las huellas del látigo de sus antiguos amos. Su fuerza se nutría del entusiasmo revolucionario y del temor a la vuelta a la esclavitud. Su principal arma eran las consignas revolucionarias: Libertad e Igualdad. Eso daba a los antiguos esclavos una enorme ventaja sobre las tropas contrarias, que luchaban por intereses ajenos a ellas. Mal armados y hambrientos, los antiguos esclavos demostraban una valentía y una combatividad extraordinarias bajo el fuego enemigo. A falta de municiones, luchaban con piedras o con las manos vacías.

La lucha por la libertad atraía a todos los oprimidos de la isla, lo que proporcionó al ejército de Toussaint una base social de masa. Hasta que un tal Dieudonné, que se encontraba a la cabeza de unos cuantos miles de “marrones”, se dispuso a pasarse del lado de los generales mulatos Rigaud y Beauvais y de sus aliados británicos. Toussaint le mandó una carta para explicarle su error: “los españoles pudieron cegarme un tiempo, pero no tardé en darme cuenta de su rapacidad. Los he abandonado, y vencido totalmente… Es posible que los ingleses te hayan podido engañar, querido hermano, abandónelos. Únase a los honrados republicanos, y juntos, echemos a estos monárquicos de nuestro país. Son aves de rapiña que quieren volver a ponernos los grilletes que con tanta dificultad hemos roto.”

Esta carta fue leída a las tropas de Dieudonné por un enviado de Toussaint. Los negros que la escucharon, inmediatamente denunciaron la traición de Dieudonné, que fue arrestado y encarcelado. Como escribe James a propósito de este episodio: “Es una prueba de que a pesar de su ignorancia, y su dificultad en ver claro ante tantas proclamas, mentiras, promesas y trampas en su entorno, realmente querían luchar por la libertad.”

Mientras tanto, en Francia, la revolución llegaba a sus límites. Las capas inferiores de la sociedad, que habían sido la fuerza motriz de la revolución, no llegaban a sobrepasar los límites del orden burgués, y la reacción levantó cabeza. Después de la caída de los Jacobinos, son los enemigos de los esclavos, y en particular la burguesía naviera, los que vuelven a la carga.

Toussaint presintió que el viento giraba. Sonthonax, conciente también del peligro de la reinstauración de la esclavitud, había propuesto a Toussaint echar definitivamente de la isla a los colonos blancos. Toussaint rechazó la propuesta, y terminó por mandar de vuelta a Sonthonax a Francia. Este gesto hizo que el Directorio recelara de las miras independentista de Toussaint, sospechas inciertas, por cierto. Lo que temía Toussaint, de hecho, era que Francia volviera a instaurar la esclavitud.

Para tranquilizar al Directorio, Toussaint mandó una larga y notable carta, asegurándole su lealtad. Pero se trata sobre todo de una lealtad a los principios revolucionarios y a la emancipación de los esclavos. “Francia no renegará de sus principios, no nos quitará el mayor de sus logros, nos protegerá de nuestros enemigos…, no permitirá que su decreto del 16 Pluvioso, que es una alegría para la humanidad, sea revocado. Pero si para restablecer la esclavitud se hiciera eso, os digo, sería intentar lo imposible: hemos sabido afrontar todos los peligros para obtener nuestra libertad, y sabremos afrontar la muerte para preservarla.”
En Santo Domingo mismo, Toussaint estaba todavía intentando acabar con los ejércitos de Gran Bretaña. Estos ya habían pagado con pesado tributo la voluntad revolucionaria de los antiguos esclavos. A finales de 1796, la guerra había matado a 25.000 soldados británicos y herido a 30.000. Ante tantas pérdidas -sin demasiados logros- el gobierno de Su Majestad decidió retirarse y sólo conservar a Môle Saint Nicolas y la Isla de la Tortuga. Pero Toussaint ni siquiera les iba a otorgar esa simbólica presencia. Con Rigaud, el general mulato, su aliado ahora, lanzó una ofensiva de gran envergadura que dejó al general Maitland como única opción, la evacuación de toda la parte occidental de la isla.

Intentos de la burguesía naviera en Francia de recuperar sus privilegios

En julio de 1797, el Directorio designaba al general Hédouville como representante especial de Francia en Santo Domingo. El general tenía como misión reducir el poder y la capacidad militar de Toussaint a la espera de recibir nuevos refuerzos militares. Llegó a Santo Domingo en abril de 1798, en el mismo momento en que Toussaint vencía a los británicos.

Hédouville cierra un acuerdo con Rigaud, quien, una vez más, se vuelve contra Toussaint. Frente a las provocaciones y amenazas de Hédouville, Toussaint da orden a Dessalines de atacarlo. La campaña fulminante de Dessalines, obliga a huir a toda prisa de Santo Domingo a Hedouville junto a un millar de funcionarios y soldados. Toussaint y Dessalines pudieron entonces lanzar su ofensiva contra Rigaud, en el sur. Después de la derrota de los mulatos, Toussaint reina sobre la colonia.

Napoleón Bonaparte, ya en el poder, no puede ignorar la autoridad de Toussaint, y lo nombra comandante en jefe de Santo Domingo. Rigaud, que es victima de un naufragio en su vuelta a Francia, a la que recién llega en 1801. Napoleón lo recibe y le dice: “General, sólo le reprocho una cosa, el no haber sabido vencer”. Por su lado, Toussaint ofrece la administración del sur al mulato Claireveaux -quien la rechaza- y después a Dessalines, que manda fusilar a 350 militares mulatos. No le era posible tolerar elementos sospechosos frente a la amenaza de una nueva expedición francesa.

Después de los británicos con Maitland, los franceses con Hédouville y los mulatos con Rigaud, ahora les tocaba a los españoles al este de la isla, enfrentarse a la fortaleza de los antiguos esclavos. El 21 de enero de 1801, el gobernador español tiene que desalojar la colonia.

Santo Domingo estaba para entonces desangrado. De los 30.000 blancos que vivían en la isla en 1789, sólo quedan 10.000, y de los 40.000 mulatos sólo 30.000. De los 500.000 negros del principio de la revolución francesa, sólo quedan 350.000. Las plantaciones y los cultivos estaban ampliamente destruidos. Pero el nuevo régimen, que descansaba ahora sobre una masa de campesinos independientes, era mucho mejor que el anterior. La reconstrucción y la modernización del país podían por fin empezar., La revolución había creado, principalmente, una nueva raza de hombres, en los que el sentimiento de inferioridad inculcado por los esclavistas había desaparecido.

En Francia, sin embargo, la burguesía naviera sueña con disfrutar los fabulosos beneficios de la época pre-revolucionaria. Para satisfacerla, Napoleón decide volver a instaurar la esclavitud de los negros, y la discriminación contra los mulatos. En diciembre de 1801, una expedición de 20.000 hombres parte hacia Santo Domingo, bajo el mando del cuñado de Napoleón, el general Leclerc.

En todos estos entuertos y cambios de alianza, nunca la independencia estuvo en los objetivos de Toussaint. A medida que iba llegando la expedición, por todos lados, los blancos manifestaban su júbilo ante la perspectiva de que se reinstaure la esclavitud. Pero Toussaint seguía sin querer admitir las verdaderas intenciones de Napoleón. Estaba convencido de que todavía era posible un compromiso, y no reaccionaba.

La frustración de los antiguos esclavos frente a ciertos aspectos de la política de Toussaint dio lugar a una insurrección, en septiembre del 1801. Se reprochaba a Toussaint el haber favorecido a los blancos para cuidar sus relaciones con Francia. Toussaint mandó fusilar a Moïse, su hijo adoptivo o “sobrino” que era considerado por los antiguos esclavos como un héroe de la guerra por la libertad.

En lugar de explicar claramente los objetivos de la expedición, purgar su ejército de elementos sospechosos y reprimir a los blancos que reclamaban la vuelta de la esclavitud, Toussaint había reprimido a los de su propio bando que, como Moïse, habían entendido el peligro y querían darle una respuesta. Eso explica la desunión, las deserciones masivas y la confusión que reinaban en su bando en el momento del desembarco, así como los primeros éxitos de las tropas de Leclerc.

Una vez que el alcance del desastre fue evidente, Toussaint reaccionó. La resistencia empezó a organizarse, al punto de contener el avance de las fuerzas de Leclerc. Con la estación de las lluvias y la fiebre amarilla, las pérdidas acusadas por los franceses ponían a Leclerc, él mismo agotado y enfermo, en una situación particularmente precaria. La increíble valentía de los antiguos esclavos frente a la muerte hizo mella en la moral de los soldados franceses, que terminaban preguntándose si la justicia en esta guerra estaba realmente en su bando.

Mientras luchaba valientemente, Toussaint consideraba un desastre este conflicto con Francia. Por esta razón, alternaba una guerra férrea in situ con negociaciones secretas con el enemigo. Seguía con la esperanza de un compromiso, y esa debilidad fue aprovechada por el mando francés. Leclerc propuso un acuerdo de paz, según el cual el ejército de Toussaint debía incorporarse al ejército francés conservando sus generales y graduaciones. Este acuerdo se completaba con el compromiso del no reinstauración de la esclavitud. Toussaint lo aceptó. Pero en realidad, Leclerc necesitaba ganar tiempo. Estaba a la espera de refuerzos que, según su criterio, le permitirían exterminar las tropas de Toussaint y restablecer el régimen esclavista.

La muerte de Toussaint

A pesar del acuerdo llevado a cabo por Toussaint, la resistencia seguía. Enseguida que una región se “pacificaba”, la resistencia surgía en otra. La fiebre amarilla mataba a cientos de soldados franceses. Leclerc temía una ola de deserciones entre las tropas negras que tenía bajo su mando a raíz del acuerdo.

El 7 de junio de 1802, Toussaint fue convocado para entrevistarse con el general Brunet. Una vez ahí , fue apresado, encadenado y, junto a su familia, echado en una fragata que lo devolvió a Francia. Murió de frío y de malos tratos en Fort-de-Joux, en abril de 1803.
Pero este arresto no solucionó nada a Leclerc. Al mes siguiente, agobiado, rogaba a Paris que lo sustituyera y que mandara refuerzos. De los 37.000 soldados que habían llegado en sucesivos desembarcos, sólo quedaban 10.000, de los cuales 8.000 se encontraban en los hospitales. “La enfermedad sigue, y hace horribles estragos” escribía Leclerc, “y la consternación reina entre las tropas del oeste y del sur.” En el norte, la resistencia se extendía.

Leclerc y Rochambeau: la guerra de exterminio

Leclerc había mantenido en secreto las órdenes de Napoleón sobre la reinstauración de la esclavitud. Pero a fines de julio de 1802, unos negros a bordo de la fragata La Cocarde, proveniente de la isla de Guadalupe, se tiraron al mar, y nadaron hasta la orilla para llevar la noticia a sus hermanos de Santo Domingo: la esclavitud había sido reinstaurada en Guadalupe.

La insurrección, en Santo Domingo, fue inmediata y general. Y sin embargo, durante algún tiempo todavía, los generales negros y mulatos no se unieron a los insurrectos. Tenían la esperanza de que su lealtad libraría a los negros de Santo Domingo tener el mismo destino que los de Guadalupe. Hasta participaban en la represión a los “asaltantes”. Al final, fueron los generales mulatos Piéton y Claireveaux los que se pasan primero a la resistencia. Dessalines no tardará en seguir su ejemplo.

Rochambeau, quien sustituye a Leclerc después de su fallecimiento en noviembre de 1802, desarrolla, como él, una verdadera guerra de exterminio contra los negros, que son fusilados, ahorcados, ahogados y quemados vivos por miles. Los mulatos sufren el mismo destino. Rochambeau pide el envío de 35.000 hombres para acabar este trabajo de exterminio, pero Napoleón sólo le puede mandar 10.000.

Para ahorrar municiones, y también como diversión, Rochambeau hizo echar a unos mil negros a la bahía del Cap, desde fragatas francesas. Para que no pudieran nadar, se les ataban los pies a cadáveres en descomposición de los negros que habían sido fusilados y ahorcados. En el sótano de un convento, Rochambeau había levantado un escenario. Un joven negro fue atado a un palo bajo las miradas divertidas de las damas burguesas. Los perros, que se suponía tenían que comérselo vivo, vacilaron, posiblemente asustados por la música militar que acompañaba el espectáculo. Fue entonces cuando le abrieron el vientre de un sablazo, y los perros hambrientos lo devoraron.

Más que una guerra de ejércitos, era una guerra de pueblos, y la población negra, lejos de dejarse intimidar por los métodos de Rochambeau, los afrontaba con tal valentía y firmeza, que asustaba a sus verdugos. Dessalines no tenía tantos escrúpulos con Francia como Toussaint. Su consigna era: “independencia”.

Dessalines pagaba con la misma moneda, masacrando a todo blanco que se cruzara por su camino. La ofensiva de los negros bajo su mando fue de una increíble violencia. La guerra tomaba forma de guerra racial. Sin embargo, su causa real no respondía al color de los combatientes, sino a la sed de beneficios de la burguesía francesa. El 16 de noviembre, los batallones de negros y mulatos se reagruparon para el asalto final al Cap y a las fortificaciones que la rodeaban. La potencia del ataque obligó a Rochambeau a desalojar la isla. El día de su partida, el 29 de noviembre de 1803, una declaración previa de independencia fue publicada. La decisión final fue tomada el 31 de diciembre.

Toussaint Louverture ya no estaba, pero el ejército revolucionario que él había creado demostró, una vez más, ser capaz de vencer a una gran potencia europea. Los mandos de este ejército, así como los numerosos combatientes anónimos que lucharon y murieron para acabar con la esclavitud, se merecen que nos acordemos de su lucha. Para retomar la expresión del autor de Los Jacobinos Negros, los esclavos que hicieron la revolución de Santo Domingo fueron verdaderos “héroes de la emancipación humana”.