La lucha por la equidad de género es lucha de clases

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Una cosa sabemos con certeza respecto a las próximas elecciones: tendremos un parlamento, y muy probablemente un gobierno, con una de las más altas tasas de participación femeninas al mundo. Es algo que se viene construyendo ya desde anteriores gestiones, así que ahora podemos también empezar a medir cuanto esto sirva realmente a emancipar la condición de la mujer boliviana.

El TSE tiene razones para saludar con satisfacción el cumplimiento de la meta de una presencia del 52% de mujeres en las listas electorales; de hecho a un rápido análisis de las políticas de género y sus resultados, la “discriminación positiva” para la compilación de las listas electorales es la única con una efectividad absoluta. Y esto no es casualidad. 

Políticas de género

La participación determinante de mujeres en las luchas de movimientos sindicales y sociales ha convertido la “equidad social y de género” en un principio constitucional que, sin embargo, cuenta todavía con escasas acciones concretas para hacerlo realidad. Entre las leyes promulgadas podemos citar las que se refieren a las plazas reservadas en la política; la ley contra el acoso y la violencia política hacia las mujeres “candidatas, electas, designadas o en el ejercicio de la función político – pública”; la ley que permite “a las madres en periodo de lactancia, llevar a sus bebés a sus fuentes de trabajo y de estudio, para que proporcionen lactancia materna exclusiva durante los seis (6) primeros meses de vida”, obligando a “adecuar ambientes en los lugares de trabajo y de estudio” para este fin, y la ley integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia.

A estas normas podemos sumar las que agilizan la titulación de tierra a favor de mujeres y leyes todavía en tratamiento, como el nuevo Código de la Familia o del Trabajo. En estos, por ejemplo, se eliminaría la atribución a la mujer de una “función económico social” – como si fuese tierra que debe producir – y por consecuente al hombre de la pareja la posibilidad de prohibirle el ejercicio de profesiones u oficios que perjudiquen esta función (artículos 99 y 99 del Código de la Familia todavía vigente) o la extensión hasta dieciséis horas la jornada laboral de trabajadoras del hogar.

La situación real

¿Y en concreto que ha cambiado? Según las estadísticas oficiales del INE el desempleo de las mujeres es todavía el doble que entre los hombres y a bien mirar las cosas están peor. De hecho en 2005 teníamos que de cada 100 hombres en edad de trabajar, 71 buscaban trabajo y 68 lo encontraban, mientras ahora 75 buscan trabajo y 73 lo encuentran. Para las mujeres sigue prácticamente lo mismo: de cada 4 en edad de trabajar, 2 buscan empleo y solo una lo obtiene. Asimismo el salario de un hombre es en promedio el doble del de una mujer, incluso dentro de una misma actividad económica. Además la mayoría casi absoluta de las mujeres trabajadoras siguen informales; trabajadoras sin seguridad social.

Las dramáticas cifras hasta julio de este año demuestran que la violencia hacia la mujer se multiplica pese a la ley para extirparla: 6.893 casos reportados a la Fuerza Especial de Lucha Contra la Violencia (FELCV) y 31 feminicidios solo en el eje troncal, convierten a Bolivia en el país con más violencia de género de toda la región. Cada año hay 14.000 denuncias de violencia sexual y solo el 0,04% de las que pasan a juicio acaban con una sentencia para el violador. El 60% de las denuncias son retiradas porque las víctimas no pueden sostener ni el costo psicológico ni el económico de la demanda; en la mayoría de los casos las mujeres que sufrieron violencia son de nivel socioeconómico bajo, es decir dependen económicamente de sus propios verdugos. A estas cifras ya de por sí aterradoras hay que sumar las aproximadamente 600 mujeres que cada año mueren en abortos que son ilegales…. ¡en nombre de la defensa de la vida!

Qué balance extraer

El comentario viene espontaneo; ¿De qué les ha servido a las mujeres tener una mayoría de su mismo sexo en diputados? A que las diputadas precavieran sus curules con una ley contra el acoso político. Las demás normas o son inaplicadas, como la que citamos sobre la lactancia (no conocemos empresas, oficinas, Universidad o Normal que hayan “adecuado” ambientes para la lactancia) o se demostraron insuficientes como la ley contra la violencia. Cuando compañeras como Patricia Mancilla, dirigente campesina y del MAS, tomaron la iniciativa por la despenalización del aborto, no tuvieron apoyo ni del mismo partido.

No tenemos (ni es objetivo o prioridad de las políticas públicas) la construcción de guarderías infantiles, comedores y lavanderías públicas que sirvan a socializar el trabajo doméstico, liberando para la sociedad, el trabajo y la política, la energía de las mujeres hoy encerrada en las cuatros paredes de su “función económico social”, a la cual son relegadas. Tampoco hay propuestas mínimas como la asignación gratuita de legales en caso de violencia de género. Y esta crítica no va hacia el gobierno, sino hacia cierto feminismo pequeño-burgués, al cual el gobierno convenientemente se acomoda, que reduce la “equidad de género” a cuestiones de “protocolo” de las relaciones pública que no modifican en lo más mínimo la realidad.

Feminismo y marxismo

Como marxistas nos oponemos a cualquier política de “discriminación positiva”, de plazas reservadas etc., porque las consideramos una maniobra de división y de distracción útil a encauzar y contener el potencial revolucionario de la denuncia de género. El movimiento obrero y los movimientos sociales hemos y tenemos todavía mucho que aprender de la crítica del feminismo: sobre el reconocimiento mismo de la opresión de género o el hecho que esta no tiene fáciles escapatorias como el “chacha-warmi” (hombre-mujer) que en el mundo andino es la complementariedad de la mujer al hombre y por esto mismo relación de subalternidad. Sin embargo, sin una clara perspectiva de clase toda esta crítica se reduce, quiérase o no, a la superficie de las discriminaciones siendo además incapaz de explicarlas.

Es un hecho que todas las principales conquistas sociales de las mujeres en la historia de la humanidad, como el mismo derecho al voto, se han dado con su incorporación al trabajo industrial, particularmente en el periodo de las guerras mundiales. Esto no solo porque realizando mismos trabajos las mujeres pudieron empezar a exigir los mismos derechos o los que le eran necesarios a desempeñarse en el trabajo (como la educación pública desde parvularios), sino que ha sido la socialización del trabajo, es decir el hecho que seamos todos ahora engranajes de una cadena de producción a gran escala, lo que ha permitido superar a la familia como unidad económica autosuficiente donde se realiza la división del trabajo entre hombres y mujeres y la subalternidad de las segundas a los primeros. No es casualidad que en época de crisis como las actuales, todas las principales conquistas de las mujeres sean las primeras a ser cuestionadas. Cuando como ahora el capitalismo inmerso en su crisis debe decidir entre la ganancia de los capitalistas y el estado de bienestar conquistado por la clase obrera en beneficio de toda la sociedad, escoge la primera y vemos en todos los países industrializados un giro reaccionario hacia políticas de apoyo a la “familia”, contra el aborto y recortando gastos sociales, que son en definitiva una manera de descargar sobre las mujeres el costo social de la crisis.

Por un feminismo de clase

La plena y definitiva superación de la opresión de género vendrá solo resolviendo la contradicción del capitalismo donde el trabajo social se realiza en las formas alienadas e inhumanas que permiten la apropiación individual de sus frutos. Solo reorganizando la sociedad de manera que seamos realmente parte activa de la misma y no simple “fuerza trabajo” en venta o unida en núcleos familiares en lucha por la sobrevivencia, la relaciones humanas serán realmente libres y auténticas.

Esto no quiere para nada decir que las reivindicaciones de las mujeres y del movimiento feminista deban supeditarse o renunciar a organizarse autónomamente. Más por el contrario, quiere decir que en un país como el nuestro es necesario que el movimiento feminista sepa dotarse de claridad ideológica y vincular sus luchas por el derecho al aborto, la equidad de género etc., a luchas más diversas como por la solución de la cuestión agraria y la mecanización de la labor agrícola, los derechos de las mujeres trabajadoras del área urbana etc. Un feminismo de clase que asuma como suya la perspectiva de “el hombre con la mujer contra el patriarcado, los dos contra el capital”.