La guerra de Irak, el asunto Plame y el Partido Republicano

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Lejos de disfrutar el mandato conseguido después de las elecciones de 2004, la administración Bush ha ido desde entonces de una crisis y revés a otro. En el primer año de su segundo mandato presidencial, la Casa Blanca de Bush ha sido incapaz de conseguir ni uno solo de sus objetivos. Los grandes planes de George W. Bush para la “reforma” de la Seguridad Social han tenido que postergarse tras encontrarse con una oposición masiva. La situación en Iraq no sólo se ha deteriorado, sino que el país no esto está más cerca de la “democracia” que en los días de Sadam Hussein. Las bajas estadounidenses en Iraq han sobrepasado ya las dos mil, con unos 15.000 heridos.

Más problemas para el gobierno de Bush

Lejos de disfrutar el mandato conseguido después de las elecciones de 2004, la administración Bush ha ido desde entonces de una crisis y revés a otro. En el primer año de su segundo mandato presidencial, la Casa Blanca de Bush ha sido incapaz de conseguir ni uno solo de sus objetivos. Los grandes planes de George W. Bush para la “reforma” de la Seguridad Social han tenido que postergarse tras encontrarse con una oposición masiva. La situación en Iraq no sólo se ha deteriorado, sino que el país no está más cerca de la “democracia” que en los días de Sadam Hussein. Las bajas estadounidenses en Iraq han sobrepasado ya las dos mil, con unos 15.000 heridos.

La reducción de impuestos del presidente para los ricos y los correspondientes recortes de los servicios sociales y los programas de Medicare/Medicaid han dejado un mal sabor de boca para los trabajadores. El huracán Katrina supuso la mayor condena de la administración Bush (como del capitalismo en general) por la respuesta inepta y cínica del gobierno ante esta catástrofe. Los intentos de la administración de establecer el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) están detenidos. Y más recientemente, Bush llegó a casa con las manos totalmente vacías de la Cumbre de las Américas celebrada en Argentina, donde decenas de miles de personas protestaron contra la política económica y exterior de EEUU.

El propio Partido Republicano cada vez está más dividido entre sus elementos más tradicionales (las grandes empresas) y el ala cristiano evangélica del partido. Encima de todo esto está el escándalo Valerie Palmer, un caso que tendrá más repercusiones en el futuro y que puede alcanzar finalmente al vicepresidente Cheney y al presidente Bush.

Como ya dijimos el año pasado, la reelección sólo ha acumulado los problemas de la administración Bush y de la clase capitalista en general. Cada uno de sus actos provoca un resultado que es el contrario al que esperaban. En lugar de acabar con la “insurgencia” en Iraq, las elecciones “democráticas” fraudulentas sólo han avivado las llamas de la resistencia. Los intentos de la administración de aislar diplomática a Venezuela sólo han aislado más a EEUU dentro de la OEA y en América Latina. La unión de Bush con la derecha religiosa, aunque le ayudó a ganar las elecciones, lo ha llevado a más problemas, por ejemplo los provocados por elementos como Pat Robertson y Hill Bennett. El control republicano del congreso, total hace un año, ahora está en entredicho por el enjuiciamiento de Tom De Lay, líder republicano en el congreso, acusado de corrupción, y del líder de la mayoría en el senado, Frist, investigado por un escándalo bursátil. Desafortunadamente para Bush y su gabinete, le costará más que una plegaria al Todopoderoso sacar a su gobierno de la situación en la que se encuentra.

El partido de Enron

Como dice un refrán a un hombre se lo conoce por los amigos que tiene, y el Partido Republicano no es una excepción. En víspera del escándalo Enron en 2002, G. W. Bush fue a Wall Street para exigir responsabilidad empresarial. Ahora podría recuperar aquellos discursos para aplicarlos a su propio partido. En septiembre de este año, el azote de la mayoría en el congreso, Tom De Lay (congresista por Texas), fue llevado a juicio ante el tribunal del Condado de Travis acusado de conspirar para violar las leyes electorales de Texas. Las acusaciones corresponden a las elecciones de 2002 y a la distribución de distritos electorales que convertía los feudos demócratas del estado en distritos electorales mayoritariamente republicanos. La táctica de “apisonadora” utilizada por los republicanos en el cuerpo legislativo de Texas redistribuyendo los distritos electorales, llevó a los representantes pertenecientes al Partido Demócrata a viajar a la vecina Oklahoma para reunirse allí clandestinamente. Cuando se descubrió el lugar de reunión, los policías de Texas hicieron regresar a Austin a los legisladores “refugiados”.

La campaña de redistribución de distritos fue orquestada por el CAP (Comité de Acción Política) y fue llamada “Texanos por una mayoría republicana”, su presidente era De Lay. La campaña era parte de una estrategia republicana nacional para las elecciones de 2004. La campaña de Texas financió maniobras que bloquearon las leyes que prohibían al Partido Republicano recibir contribuciones empresariales a sus candidatos. De Lay y su colega, un lobbysta de Washington llamado Jack Abramoff, decidieron una forma de sortear la ley. El CAP recibió grandes cantidades de dinero (todavía no se sabe el total) que después fueron entregadas por el CAP al Comité Nacional Republicano, que luego financió a sus candidatos en Texas. Desgraciadamente para De Lay y el Partido Republicano, en septiembre de este año después de la conclusión de una investigación del gran jurado, De Lay y varios miembros de su personal han sido acusados y arrestados por el fiscal de distrito del Condado de Travis, Ronny Earle. Así que la aparición de este escándalo en las primeras páginas de todos los periódicos ha sido muy embarazoso para el Partido Republicano y la administración Bush.

Sin embargo, este escándalo también proporciona lecciones interesantes sobre el funcionamiento de la “democracia” en EEUU. Desde que Bush llegó a la Casa Blanca en 2000, De Lay ha sido el mamporrero del presidente en el Congreso, utilizando las amenazadas y el soborno para “convencer” a los miembros recalcitrantes de la Cámara de los Representantes para que votaran lo que quería el presidente. De Lay fue recompensado por los aportantes empresariales con unas vacaciones en la isla de Guam, estuvo en un lujoso hotel escocés y con unas caras entradas de teatro en Londres. En realidad, su viaje a Guam en 2001 provocó conmoción debido a que esta posesión estadounidense es una isla famosa por la explotación a los trabajadores.

Otro de los problemas para el Partido Republicano ha sido el comportamiento de sus aliados fundamentalistas cristianos. El episodio más destacado fue el de Pat Robertson en su programa de televisión “El club de los 700”, donde el buen reverendo pidió el asesinato del presidente venezolano Hugo Chávez. Poco después, el anterior secretario de educación y comentarista de radio conservador, Bill Bennett (otro caballero cristiano) “hipotetizó” en su programa sobre lo siguiente: “Si se hubiera abortado cada niño negro de este país, se habría reducido la tasa de criminalidad”. El anterior secretario de educación y adicto a los casinos, también es un importante seguidor de la administración Bush. Aunque la administración Bush es una de las más “cristianas” por fuera, Bush no es un fundamentalista como tampoco lo es la dirección del Partido Republicano ni sus contribuyentes capitalistas. A muchos en el Partido Republicano, sobre todo la “vieja guardia”, les gustaría librarse de los reverendos y sus congregaciones. Hace poco, el anterior senador republicano Danforth, actualmente enviado de EEUU en Sudán, publicó un artículo describiendo a los fundamentalistas como “una amenaza para nuestro sistema democrático”.

Pero entre las dos alas del partido del presidente ha provocado aún más enfrentamiento la muerte del juez del Presidente del Tribunal Supremo, William Rehnquist, y su sustitución. Con una rara victoria, Bush fue capaz de instalar rápidamente al conservador John Roberts. Antes la juez Dandra Day O’Connor había anunciado su próximo retiro. Lo primero que hizo la Casa Blanca fue proponer a una colaboradora estrecha de Bush, Harriet Miers, pero fue derrotada no por los demócratas, que en realidad la apoyaban, sino por los elementos más duros de la derecha del congreso republicano. Con la administración enfrentándose a un juicio en Texas y la propia Casa Blanca paralizada por el juicio a Lobby, Bush y compañía tuvieron que aceptar la derrota y ahora han propuesto a otro conservador para el Tribunal Supremo, Samuel Alito.

El compadreo ha sido parte de la carrera política de G. W. Bush, desde los días del senado en Texas hasta el Despacho Oval. Como muchos saben, Michael Brown, el anterior director del FEMA que cayó en desgracia después del Katrina, llegó a ese puesto sólo por sus relaciones familiares y empresariales con Bush. Su trabajo anterior fue el de director de la Asociación del Caballo Árabe. Sin embargo, el compadreo y la corrupción, sea “legal” o ilegal, siempre han sido un ingrediente importante del funcionamiento de la democracia capitalista moderna. Franklin Roosevelt, por ejemplo, nombró a dos personas para el “sagrado” Tribunal Supremo que nunca antes habían sido jueces, simplemente eran asesores y socios empresariales suyos.

La única diferencia es que Bush y compañía han llevado esta situación a un nivel más alto. Los políticos burgueses reparten los puestos de gobierno y los cargos públicos como si fuera una subasta entre sus seguidores y aportantes, de la misma manera que sus jefes, los capitalistas, reparten sus “contribuciones de campaña” a los candidatos, independientemente del partido, que prometen seguir sus órdenes cuando sean elegidos. En realidad, hoy en la “democracia” americana la mayoría de los senadores y congresistas están especializados. El senador Joseph Liebermann (demócrata) ha sido financiado casi exclusivamente por la industria aseguradora. El senador “Maverick” John McCain (republicano) es propiedad exclusiva de los gigantes de las telecomunicaciones. Charles Schumer (republicano) es el hombre del sector financiero en el Congreso. Y la que tiene representantes más importantes es la industria petrolera, sus principales representantes no son otros que el presidente y el vicepresidente de EEUU. Para endulzar el acuerdo, el hombre de Halliburton, Cheney, disfrutó de “opciones sobre acciones de la empresa”, eso garantizó el éxito de la nueva política de energía nacional redactada por altos ejecutivos petroleros en 2001.

El asunto Valerie Plame

Ahora Bush ha sufrido otro golpe con el asunto Valerie Plame. Durante la campaña previa a la guerra de Iraq, la administración utilizó todo lo que tenía a su disposición para convencer al mundo de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y que planeaba utilizarlas contra occidente. La ahora desacreditada idea fue apoyada por flojos informes de “inteligencia” que nadie, aparte de Washington, estaba dispuesto a apoyar en serio. Para apuntalar esta idea el presidente Bush en su discurso a la nación en 2003, dijo que Iraq había comprado uranio en África, la CIA había enviado al anterior embajador estadounidense Joseph Wilson a ese continente para comprobar esto. Después de no encontrar ninguna prueba, convencido de que la Casa Blanca sabía que todo era falso, Wilson escribió una columna de opinión en “The New York Times” desacreditando toda la teoría de las armas de destrucción masiva. Poco después de la aparición del artículo la Casa Blanca tuvo que admitir que sus pretensiones de existencia de armas nucleares “no deberían haber estado incluidas en el discurso sobre el estado de la nación”.

Después, el 14 de julio de 2003, sólo unas semanas después, aparecía un artículo en el “Times”, firmado por el columnista conservador Robert Novak, identificando a la esposa de Wilson, Valerie Plame, como una agente encubierta de la CIA. Inmediatamente resultó obvio que la fuente de la información era alguien del gobierno. Descubrir a propósito la identidad de un agente de la CIA es un delito federal, así que un juez federal abrió una investigación. La atención de los investigadores naturalmente se volvió hacia la Casa Blanca. En los meses finales de la investigación, el jefe de personal de la Casa Blanca y anterior asesor de Bush, Kart Rove, fue llamado a testificar cuatro veces. Finalmente, el 28 de octubre de 2005, el jefe de personal del vicepresidente, I. Lewis Lobby, fue acusado por el juez especial Patrick Fitzgerald de perjurio y hacer falsos testimonios ante el gran jurado. Ahora han aparecido documentos de la Casa Blanca incautados por los investigadores que demuestran que es más que probable que fuese el propio vicepresidente Cheney el que divulgase el nombre de Plame. Ahora también es evidente que se trataba de un plan de la Casa Blanca para castigar a Wilson por desenmascarar las mentiras de la administración sobre Iraq e intimidar a todo aquel que quisiera hacer algo parecido.

Después de que el escándalo apareciera en los medios de comunicación, la Casa Blanca anunció que el presidente despediría inmediatamente al responsable de desvelar información clasificada. Sin embargo, cuando fue evidente que el gran jurado estrechaba su investigación exclusivamente en la Casa Blanca, Bush se olvidó de lo dicho anteriormente. Aunque Rove todavía no ha sido acusado, él ya ha contratado los servicios de un importante abogado demócrata, Robert Luskin.

Todo esto ha tenido un efecto en Bush y su círculo interno. Han aparecido varios artículos que presentan un cuadro de un Bush cada vez más paranoico. Con la situación en Iraq, su tasa de aprobación sigue cayendo, las consecuencias del Katrina todavía se dejan sentir en la nación, las divisiones en su propio partido y el caso De Lay están erosionando rápidamente la confianza en el gobierno. Bush además puede estar amenazado por el impeachment. Pero incluso si la reaccionaria administración Bush se va al estilo de Richard Nixon, ¿dónde queda la clase obrera en EEUU? En este duopolio de dos partidos donde a la clase obrera se le pide que elija entre dos partidos que son las caras de la misma moneda, realmente no tiene mucha elección.

Incluso cuando miramos la política exterior, encontramos aún más similitudes entre los dos partidos. Tomemos el ejemplo del columnista conservador Jonah Goldberg: “Reprochamos lo que el presidente había dicho sobre la amenaza que representaba Sadam Hussein. Si él continúa eludiendo sus obligaciones mediante tácticas de engaño y retraso, él y él solo será el culpable de las consecuencias… Imaginemos el futuro. ¿Si él fracasa en la tarea, fracasa en la acción o toma un tercer camino ambiguo que le de más oportunidades de desarrollar su programa de armas de destrucción masiva? Llegará a la conclusión de que la comunidad internacional ha perdido su voluntad. Entonces decidirá que puede continuar construyendo un arsenal cada vez más grande de destrucción. Y algún día, de alguna manera, se los garantizo, utilizará ese arsenal. Creo que realmente todos pensamos lo mismo. Aquí está la dificultad: que no es Bill Clinton en 1998 ni George W. Bush en 2002”.

Ahora los dos partidos que forman las dos alas de este duopolio capitalista están enfrentados, pero no existe una diferencia fundamental entre los dos. Cuando los republicanos finalmente salgan del poder ¿podemos confiar en que el Partido Demócrata mejorará las condiciones de vida de la clase obrera? ¿Mejorará la situación en Iraq y en todo el planeta? Es difícil de creer. Por eso es necesario un partido por y para la clase trabajadora. Es tan simple como eso.