La Guerra Civil (2da. parte: 1937) Revolución y contrarrevolución

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El proletariado catalán se había convertido, y más todavía después del 19 de julio, en la columna vertebral de las fuerzas antifascistas. Sus explotaciones agrícolas colectivizadas, que recogían las mayores cosechas de su historia, alimentaban al ejército, ciudades y además proveían -gracias a la exportación de los agrios- de créditos extranjeros con los que importar cargamentos preciosos para usarlos en la lucha contra el fascismo. La industria textil, incluso los obreros del metal y la química, hab, habían construido una potente industria de guerra.

A 75 años de la Revolución española (VII)

El proletariado catalán se había convertido, y más todavía después del 19 de julio, en la columna vertebral de las fuerzas antifascistas. Sus explotaciones agrícolas colectivizadas, que recogían las mayores cosechas de su historia, alimentaban al ejército, ciudades y además proveían -gracias a la exportación de los agrios- de créditos extranjeros con los que importar cargamentos preciosos para usarlos en la lucha contra el fascismo. La industria textil, incluso los obreros del metal y la química, habían construido una potente industria de guerra. El proletariado catalán mantenía los frentes de Aragón y Teruel y lo mejor de sus milicias, en torno a la CNT con Durruti al frente, se había enviado a salvar a Madrid en el momento preciso.

La insurrección de mayo. Barricadas en Barcelona

Las masas catalanas no iban a someterse sin luchar al avance permanente de la contrarrevolución que se estaba produciendo dentro del campo republicano.
El 1º de Mayo de 1937 el gobierno prohibió manifestaciones y asambleas en todo el Estado. Durante los días de abril fuerzas de carabineros bajo control de los burgueses y estalinistas fueron enviadas a Figueras y otras ciudades para arrancar el control policial de manos de las organizaciones obreras.
Simultáneamente, en Barcelona la guardia de asalto procedía a desarmar a los obreros en las calles. Durante la noche se sucedieron los enfrentamientos entre obreros y guardias. Durante la última semana de abril informaron que habían desarmado de esta manera a 300. El siguiente objetivo de la burguesía, aliada con los dirigentes estalinistas del PSUC, era de vital importancia para recuperar el control político, económico y militar de las manos de la clase obrera catalana: la Telefónica.
Desde el 19 de julio la central había estado conquistada por los obreros de la CNT y dirigida por un comité de CNT-UGT. El control de Telefónica era un ejemplo de doble poder. El gobierno estaba obligado a dar todas sus órdenes a través de un sistema por el cual las organizaciones obreras podían escuchar todos los mensajes. El bloque estalinista-burgués nunca sería amo de Catalunya mientras los obreros pudieran cortar la coordinación telefónica de las fuerzas del gobierno.
El lunes 3 de mayo, tres camiones de guardias de asalto llegaron a la Telefónica dirigidos por el estalinista Rodríguez Salas y empezaron a desarmar a los obreros. Era una clara provocación. Tomados por sorpresa, los milicianos de los pisos inferiores fueron desarmados, pero a mitad de camino una ametralladora les impidió el paso. Los dirigentes anarquistas le suplicaron a Salas que abandonara el edificio. Se negó. Como un reguero de pólvora las fábricas y los distritos obreros se levantaron. El vaso había sido colmado.
En sólo dos horas se armaron y construyeron barricadas. Esa primera noche no hubo prácticamente disparos, los obreros eran aplastantemente más fuertes que el gobierno. En Lérida, esa misma noche la guardia civil rindió armas a los obreros, también en Tarragona y Girona los centros del PSUC y el Estat Catalá fueron tomados, como medida preventiva, por militantes del POUM y la CNT.
El Estado burgués se veía en la obligación de tomar la iniciativa contra los residuos de poder obrero. Sabía que podía contar con los dirigentes socialistas, estalinistas y anarquistas para sostenerse en sus tentativas de desarmar a los obreros. Pero se equivocaron. Las bases del POUM y la CNT con la poca dirección de la que proveían los comités de defensa locales, no solamente habían parado el ataque sino que habían conseguido la toma formal de Barcelona. La constitución de un gobierno revolucionario hubiera llevado de la noche a la mañana a la clase obrera al poder, posibilidad que ni siquiera negaron los dirigentes de la CNT y el POUM.

La revolución traicionada

Las masas obreras habían conseguido la victoria pero una acción militar de este tipo presupone directrices políticas, querían conservar sus armas y por eso habían desarmado a las fuerzas del Gobierno. Más allá de esto no habían previsto nada. Ahora más que nunca necesitaban a sus dirigentes.
La mañana del martes Solidaridad Obrera, órgano de la CNT, pedía la dimisión de Salas pero ni una sola palabra de barricadas, ni de aquello que los obreros estaban haciendo, menos aún directrices de lo que debían de hacer después. Tampoco La Batalla, el órgano del POUM, proponía ninguna consigna contra el Estado burgués.
Los dirigentes de la CNT y la FAI trabajando mano a mano con la Generalitat, la UGT bajo control estalinista y el PSUC, se pasaron la jornada del martes ante los micrófonos de la radio llamando a los obreros a abandonar las barricadas. Tampoco la dirección del POUM dio ninguna directriz, intentó convencer a la dirección de la CNT -que había participado en el gobierno de la Generalitat junto a la burguesía de Companys y los estalinistas del PSUC- y al no conseguirlo, el POUM no quiso actuar sin ellos.
Los obreros anarquistas, comprendiendo que sus dirigentes los traicionaban en nombre de “la unidad contra el enemigo común, el fascismo”, proseguían sus combates contra las fuerzas gubernamentales. Mientras, desde la Casa de la CNT los dirigentes prohibían toda acción y ordenaban a los obreros que abandonaran las barricadas.
El miércoles ni las súplicas por radio, ni el establecimiento de un nuevo gobierno habían movido a los obreros armados de las barricadas. La CNT propuso una serie de condiciones para levantar las barricadas: cada partido mantendría sus posiciones y los comités responsables serían informados si en alguna parte se rompía el pacto. El gobierno anunció enseguida su acuerdo para intentar frenar la insurrección. Ni una sola palabra sobre el control de Telefónica, ni el desarme de las masas. El jueves por la mañana el POUM ordenaba también a sus militantes que abandonaran las barricadas, en vez de utilizar una oportunidad sin igual de ponerse a la cabeza del movimiento, puso su destino en manos de la dirección de la CNT. La Batalla planteaba el regreso al trabajo.
Sólo los Bolcheviques-Leninistas (sección española de la IV Internacional), que constituían un pequeño grupo, sacaron un panfleto llamando a la revolución y lo distribuyeron en las barricadas, defendiendo la toma del poder por el proletariado catalán, el armamento de la clase obrera, la unidad de acción y la creación de comités de defensa revolucionaria en talleres, fábricas y barrios. Igualmente la izquierda del POUM, la izquierda de la CNT y las Juventudes Libertarias, se orientaron en la línea de los Bolcheviques-Leninistas.
El miércoles 5 de mayo de 1937, el gobierno y dirigentes anarquistas fueron a Lleida a detener un piquete de 500 milicianos del POUM y la CNT. Representantes del gobierno estatal en Valencia y la Generalitat les habían prometido que, si las tropas no avanzaban, el gobierno no traería más tropas a Barcelona. El jueves, sin embargo, 5.000 guardias de asalto estaban en camino por la carretera Valencia-Barcelona.
A las tres, la Casa de la CNT ordenaba a su guardia abandonar la Telefónica porque habían llegado a un acuerdo con el gobierno para abandonarla. Ambos bandos retirarían sus fuerzas armadas. Tan pronto como los guardias de la CNT se habían ido, los guardias del gobierno ocuparon el edificio rompiendo de nuevo sus promesas. Los “ultrademócratas” dirigentes de la CNT simplemente ocultaron las noticias a sus bases para evitar una nueva explosión y el regreso a las barricadas. A las cuatro, el general Pozas se presentaba ante el ministro de defensa de Catalunya (CNT) y cortésmente le informaba de que su puesto de ministro había dejado de existir, que los Ejércitos Catalanes eran ahora la IV Brigada del ejército español. La dirección de la CNT se apresuró a entregar el control a Pozas.
Mientras los dirigentes anarquistas se afanaban en buscar acuerdos para evitar la consiguiente represión, el gobierno republicano inicia los arrestos en masa, centenares son asesinados, enviados a la línea de fuego sin protección de aviación y de artillería, y miles son encarcelados en los meses siguientes. El enfrentamiento entre los obreros revolucionarios y las fuerzas del orden leales al gobierno de Frente Popular se salda con 500 muertos y 1.500 heridos.

Responsabilidad de la dirección

Los acontecimientos de mayo, supusieron una terrible derrota y nos transmiten una amarga lección: la necesidad de contar con una dirección revolucionaria capaz de dotar al movimiento de una táctica y una estrategia adecuada que conduzca a la clase trabajadora hacia la toma del poder. Una dirección revolucionaria no se improvisa, necesita tiempo para forjarse y echar raíces entre las masas.
En mayo de 1937 los obreros catalanes se habían sublevado, ¡no sólo sin dirección sino contra la dirección misma! Los dirigentes de la CNT han repetido cientos de veces que, si hubieran querido, en mayo habrían tomado el poder sin dificultades, pero cuando llegó el momento de la verdad se negaron. Nunca como hasta mayo de 1937 se demostró el colapso de la “política anarquista”. Cuando todas las condiciones objetivas estaban dadas para llevar a cabo una ruptura revolucionaria con el Estado capitalista, los “apolíticos” dirigentes de la CNT pactaron con el gobierno republicano para desarmar a los obreros.
La dirección del POUM se agarró a las faldas de la CNT. Sólo gracias a esto pudo la burguesía aplastar la insurrección de mayo.
La guerra civil lleva la lucha de clases a sus extremos, poniendo a prueba a cualquier organización, su política y sus métodos. La correlación de fuerzas entre las diferentes clases es un factor político importante, pero no suprime la importancia decisiva de los partidos, de su estrategia y de su dirección.

La política del Frente Popular

Trotsky explicó en su artículo ¨Clase, partido y dirección¨ que los teóricos del Frente Popular aplican a la política las reglas de la suma: la suma de comunistas, anarquistas y liberales es mayor que la de los factores individuales. Sin embargo la realidad es la contraria; cuanto más divergen las fuerzas, la resultante es más corta, es decir, cuando los aliados políticos tiran en direcciones opuestas la resultante es cero.
El bloque de los distintos grupos políticos de la clase obrera, es absolutamente fundamental para resolver las tareas comunes. Sobre la base de un programa proletario, en determinadas condiciones históricas, este bloque puede y debe atraer hacia sí a las masas pequeñoburguesas oprimidas. Por el contrario la alianza del proletariado con la burguesía, cuyos intereses son diametralmente opuestos, la colaboración de clases, sólo puede paralizar la fuerza revolucionaria del proletariado. La táctica del ala republicana de la burguesía, era detener la revolución y recomponer el capitalismo. Azaña y Companys coincidían con este plan, igual que Stalin, para quien era necesario conquistar la confianza de la burguesía francesa e inglesa, demostrando que era capaz de defender el orden contra la anarquía, para asegurar un futuro acuerdo contra Alemania.
De este modo se enfrentaron en la guerra civil dos programas antagónicos. Aquellos que en primer lugar deseaban la defensa a ultranza de la propiedad privada y si es posible salvaguardar la democracia burguesa; y en el otro lado el aniquilamiento de la propiedad privada por medio de la conquista del poder por la clase obrera. El primer programa expresaba los intereses del capital y el segundo los deseos semiconscientes del movimiento revolucionario de masas. Desgraciadamente “entre el pequeño grupo de auténticos revolucionarios y el proletariado se levantaba el tabique del Frente Popular”.
De este modo se enfrentaron en la guerra civil dos programas antagónicos. Aquellos que en primer lugar deseaban la defensa a ultranza de la propiedad privada y si es posible salvaguardar la democracia burguesa; y en el otro lado el aniquilamiento de la propiedad privada por medio de la conquista del poder por la clase obrera. El primer programa expresaba los intereses del capital y el segundo los deseos semiconscientes del movimiento revolucionario de masas. Desgraciadamente “entre el pequeño grupo de auténticos revolucionarios y el proletariado se levantaba el tabique del Frente Popular”.
El gobierno republicano había prometido a la burguesía defender su propiedad, pero la ofensiva de las masas contra esa propiedad burguesa fue creciente. Esa necesidad de defender sus propiedades, fue lo que echó a la burguesía en manos de Franco.
La revolución española demostró, una vez más, que era imposible mantener el capitalismo en crisis contra las masas revolucionarias, excepto mediante métodos reaccionarios fascistas y, por contra, una verdadera lucha contra el fascismo tenía que poner en práctica los métodos de la revolución proletaria.

La destitución de Largo Caballero

La derrota del proletariado catalán marcó una nueva etapa en el avance de la contrarrevolución en todo el Estado. Hasta ahora la contrarrevolución se había desarrollado bajo el paraguas de la colaboración de los dirigentes de la CNT y la UGT, incluso durante algunos meses de los dirigentes del POUM. Ahora que se acercaba el momento decisivo, era hora para los estalinistas de prescindir de los centristas. Los golpes dados a la izquierda han fortalecido suficientemente a la derecha, está ya capacitada para volverse contra los centristas, que dificultan nuevos giros; el resultado es la represión brutal de los obreros revolucionarios. Ahora los centristas del Estado español, iban a pagar el precio por haber consentido el aplastamiento del proletariado catalán.
Las vacilaciones de Largo Caballero, sus concesiones a la política de colaboración de clases que tanto combatió en 1934-35, había debilitado su posición y su apoyo entre las bases socialistas. Sus continuas proclamas a favor de la fusión del PSOE y el PCE, lo único que hicieron fue favorecer que miles de los mejores jóvenes socialistas miraran hacía el estalinismo como una alternativa, máxime cuando éste se arropaba con la bandera de Octubre de 1917 y del comunismo.

El ‘Gobierno de la Victoria’

La Pasionaria bautizó al gobierno de Negrín (con peso decisivo de los estalinistas), que sustituyó al de Largo Caballero, como el “Gobierno de la Victoria”. Pero la historia volvió a rebautizarlo como el de “la derrota”.
¿Cómo es posible que a partir de 1937 todos los operativos militares del bando republicano se saldaran con costosos fracasos? Como Trotsky explicó en sus magníficos ¨Escritos sobre España¨, realizados entre 1930 y 1939:
“…En una guerra civil, una parte fundamental de la lucha se desarrolla en el terreno político. Los combatientes del ejército republicano deben tener conciencia de que combaten por su completa emancipación social y no por restablecer las anteriores formas de explotación. Lo mismo debe hacerse comprender a los obreros y sobre todo a los campesinos tanto en la retaguardia del ejército revolucionario, como en la del ejército enemigo…
“No por casualidad, las victorias más importantes de los republicanos se produjeron inicialmente en el frente de Aragón, donde Durruti al frente de las brigadas de la CNT y el POUM marchaba como un ejército de liberación social. Al conquistar un pueblo era convertido en una fortaleza de la revolución. En cada pueblo se formaba un Comité, a quien se entregaban todas las haciendas y sus equipos. Tras de sí, la CNT-POUM dejaban pueblos dispuestos a defenderse hasta la muerte por el campo, que ahora era suyo. En Aragón parte de la tierra era cultivada por colectividades. Se formaron los consejos municipales de Aragón y el Consejo de Aragón, que, con mayoría anarquista, actuaba como una agencia centralizadora, en oposición a la teoría anarquista de la autonomía (anarquía) de la administración socio-económica…”
La política del gobierno de Negrín fue precisamente la contraria: consolidar el poder burgués y devolver el control de la situación a la burguesía. Se inició la contrarrevolución económica, en el nombre de la “victoria sobre el fascismo”. Fueron dictadas leyes que devolvían el control de las empresas a sus antiguos dueños, también las fábricas confiscadas. Los sindicatos pasaron a la labor de controlar las condiciones laborales de los trabajadores. La burocracia soviética puede estar contenta: “¿Véis?”, les vuelven a repetir a los imperialistas de Francia e Inglaterra, “somos buenos chicos”.

Fascismo o Revolución

La política de “primero la victoria, después los cambios” es la fórmula más precisa para la derrota, produce desmoralización y fue utilizada permanentemente tanto por los estalinistas, como por las diferentes fracciones del PSOE, y la CNT, cuando por el contrario, la propaganda debía estar permanentemente repleta de revolución social.
Realizar las tareas de la revolución social en las zonas conquistadas (expropiación de las tierras y su distribución, así como el control de abastecimientos, etc.), tal y como en parte se hizo en Aragón, era fundamental, no sólo para dejar una retaguardia segura, también para debilitar las filas del enemigo, ya que estas medidas podían y debían ser utilizadas como ejemplo para minar el ejército de Franco, formado mayoritariamente por campesinos.
Como explica Trotsky, en sus ¨Escritos sobre España¨, en una guerra civil “la política revolucionaria domina la estrategia”.
Desde el punto de vista militar, el mando burgués de la zona republicana tomó todo tipo de medidas que lejos de fortalecer la posición del Frente Popular lo debilitaba.
Casi en su totalidad, la flota se mantuvo leal a la República, pero permaneció inmóvil casi durante toda la guerra en Cartagena, sin salir salvo en viajes excepcionales, “simplemente dejó de existir como arma republicana” mientras los buques de Franco se movían a sus anchas entre Ceuta y Algeciras, transportando por docenas de miles las tropas y armamentos que necesitaban. Una buena utilización de estos medios hubiera dificultado, incluso impedido, la consolidación de los fascistas y su rápida marcha sobre Madrid.
El Frente de Aragón en manos de los milicianos de la CNT fue claramente boicoteado en cuanto al envío por parte del gobierno de medios, armamento y municiones, mientras la guardia de asalto en las ciudades era armada hasta los dientes. Era más peligrosa la revolución social, que el triunfo del fascismo. Era fundamental, por tanto, para los burgueses y estalinistas romper el prestigio y el poder anarquista con maniobras y purgas, hasta que las milicias de la CNT, la flor y nata del proletariado revolucionario, fueron disueltas y obligadas a integrarse en el Ejército republicano.
En lo referido a la centralización y mando único del ejército, que los burgueses republicanos, el ala de derecha del PSOE y los estalinistas esgrimían constantemente como la única manera de acabar con la “anarquía” de las milicias obreras y lograr la victoria, el problema que se planteaba no era tanto de orden militar, como de los objetivos políticos de ese ejército y de qué clase social lo controlaba, pues de ahí se derivaba su éxito o no en el frente de batalla.
Los marxistas, como se probó en la guerra civil rusa de 1918 a 1921, no negamos la importancia de la disciplina. Muy al contrario, en una guerra civil la disciplina es un factor decisivo cuando te enfrentas a un ejército más poderoso. Pero la disciplina, como demostró el Ejército Rojo, sólo puede surgir del máximo grado de convencimiento de la tropa, de su compromiso con los objetivos de la lucha. Y ligada a la disciplina, más importante si cabe, es la moral de los combatientes. La moral de los soldados rojos en Rusia provenía precisamente de que estaban convencidos de que libraban una guerra revolucionaria contra el zarismo y los imperialistas. Su lucha no era a favor de la democracia burguesa, sino a favor del futuro de sus familias, de la tierra y la fábrica que habían expropiado a los burgueses y de la nueva sociedad que construirían, libres de la explotación capitalista. Cuando estas ideas penetraron en la conciencia de miles de soldados rojos se convirtieron en una fuerza imparable.
En el caso de la guerra civil, un ejército centralizado y disciplinado podría haber logrado una victoria sobre el fascismo a condición de que hubiera sido un ejército revolucionario proletario y hubiese llevado a cabo una guerra, no en nombre de la democracia sino del socialismo.
Por el contrario Negrín, comprometido con la política de colaboración de clases, no hizo nada para oponerse al sabotaje descarado y premeditado de la burguesía en el terreno militar. Tal fue el caso de la burguesía vasca.
San Sebastián, Bilbao y Santander cayeron en manos de los fascistas, con las industrias prácticamente intactas, gracias a la traición del PNV, que incluso colaboró con las fuerzas de ocupación fascistas echando de la ciudad a las milicias de Asturias y Santander, de la izquierda de la UGT y la CNT, dispuestas a defender con la muerte sus posiciones y a no dejar ni una pared en pie para poder ser usada por los fascistas. Para la burguesía vasca, dejar su propiedad intacta a Franco, con la perspectiva de una reconciliación, era infinitamente mejor que su destrucción en una lucha a muerte.
El gobierno de Negrín fue incapaz de organizar ninguna ofensiva general en los frentes. La última operación de gran envergadura, la famosa Batalla del Ebro, supuso una dura derrota para el ejército republicano y abrió el camino para el avance decisivo de las tropas franquistas.

La política exterior del Frente Popular

Si los dirigentes obreros del Frente Popular hubiesen querido frenar a Franco realmente, su política exterior debía tener como objetivo principal a los obreros y campesinos de todo el mundo, para despertar su conciencia revolucionaria. Esa era la mejor presión sobre los gobiernos burgueses y la única solidaridad internacional que un gobierno revolucionario podría esperar. Sin embargo, ni un solo llamamiento a la clase obrera por parte de ninguno de los sucesivos gobiernos del Frente Popular, en vez de eso cartas y misivas permanentes a las burguesías británica y francesa, que obviamente temían mucho más a la revolución que a un eventual triunfo del fascismo. La política de Francia y Gran Bretaña, a través del Comité de No Intervención, fue la de sabotear e impedir cualquier tipo de ayuda al gobierno republicano, mientras consentían el apoyo militar masivo de Italia y Alemania al ejército militar franquista.
Las condiciones para una auténtica solidaridad estaban dadas sobre todo en Francia, con León Blum en el gobierno y un movimiento obrero en expansión, sensible a los acontecimientos en el Estado español, que hubiera sido un factor decisivo de cara a cambiar la actitud del gobierno y provocar un movimiento en cascada de otros países. Sin embargo, los líderes del Frente Popular francés aceptaron la idea de la “no intervención” impidiendo cualquier apoyo militar o político al ejército republicano