La cuestión nacional permanece como una úlcera sangrante en la historia política española, y así permanecerá hasta que la clase obrera no se proponga abiertamente luchar por su emancipación como clase, resolviendo de paso los problemas democráticos pendientes, tales como la mencionada cuestión nacional catalana, vasca y gallega, y la consecución de una república democrática.
Romper el fetichismo de la “unidad de España”
Mientras la mayoría de la clase obrera española no sea capaz de barrer a un lado el fetichismo reaccionario de la “unidad de España”, y más exactamente de su “unidad forzosa”, y de hacer suyo el derecho democrático de autodeterminación de Catalunya, Euskadi y Galicia, permanecerá esclavizada como un juguete en manos de la burguesía española y de su aparato de Estado clerical-franquista. Éstos, siempre podrán utilizar los antagonismos y suspicacias nacionales y el espantajo del “separatismo” para encadenarla a la explotación del trabajo asalariado, a la indigencia de sus condiciones asfixiantes de vida, con el cuento de que existen intereses superiores: la “unidad de la patria”, frente a las “miserables” preocupaciones que a la clase trabajadora le ha tocado en suerte vivir.
La clase obrera española debe rechazar la vaporosa ilusión -equiparable al “más allá” religioso- de que España de algún modo le pertenece, pues ésta permanece sólidamente en manos de las 200 familias oligárquicas que deciden el destino de todos y cada uno de los habitantes del suelo español. Igual que sólo muertos podrán acceder los creyentes al “más allá”, sólo muertos los trabajadores podrán reclamar realmente como suyo un palmo de tierra española, el que albergue sus restos o cenizas.
Mientras la clase obrera no se reconcilie con el hecho de que la única unidad viable en la península ibérica debe basarse en la unidad voluntaria y en pie de igualdad, expresada democráticamente por los pueblos y naciones diversos que la componen, nunca podrá haber verdadera unidad en la clase trabajadora. Sin eso, siempre estará abierta la puerta a las suspicacias, desconfianzas y conflictos nacionales. Y siempre será utilizada esta situación por las clases privilegiadas para mantener a la clase trabajadora dividida y enfrentada entre sí.
Pero no culpamos de todo esto a los trabajadores, sino a los dirigentes de la izquierda española, que han cedido cobardemente al nacionalismo españolista del régimen del 78 y que ponen, con ello, obstáculos en el proceso de toma de conciencia de la clase trabajadora.
Inevitablemente, será necesaria entonces, una experiencia más o menos prolongada, a través de la cual las amplias masas trabajadoras asocien la bandera rojigualda y su nacionalismo opresor, al enemigo de clase y a su propia situación de opresión. Y esta experiencia puede ser más corta de lo que parece -y ya empieza a dar sus primeros frutos- ahora que los perros de presa del franquismo, en la derecha y en el aparato del Estado, aun con toda su insignificancia social, pero ebrios de arrogancia, se han desatado para mostrar su auténtica faz como la bota sucia del gran capital.
El carácter progresista del movimiento de autodeterminación catalán
El movimiento actual por la independencia catalana no es un invento de intelectuales ni una expresión del “egoismo nacional” catalán. Ha encontrado su combustible en la crisis de régimen, social y económica, iniciada con la crisis de 2008, y se sustenta en una opresión nacional real, a veces abierta, a veces sibilina, de la bota del aparato del Estado y del sentimiento de superioridad españolista de la clase dominante que hiere y humilla a una mayoría del pueblo catalán. Este movimiento ha evolucionado dejando atrás sus aspectos más identitarios y nacionalistas para emerger como un movimiento de masas amplio, democrático, republicano que amenaza las bases mismas del régimen capitalista español. Está preñado de un enorme potencial revolucionario, no sólo para el pueblo catalán sino para las mismas clases obreras, catalana y española. Las inspiradoras jornadas revolucionarias del 1 y 3 de octubre de 2017 fueron una muestra de ello.
Catalunya constituye hoy la posición más avanzada al rechazo al régimen monárquico del 78. No es tanto la independencia como el ambiente de rebelión contra el orden establecido lo que genera pánico en la clase dominante española y su aparato de Estado.
Le aterra que la gente “se tome la justicia por su mano”; esto es, que practique la desobediencia civil a gran escala y ejerza el derecho de autodeterminación por la acción directa de masas, como el 1 de octubre de 2017, desobedeciendo las leyes establecidas; un abierto desacato popular que expresa un ambiente revolucionario claro, el más radical en 40 años de “democracia”. Por eso la burguesía catalana ha desertado del campo nacional-catalán y se ha cobijado bajo el campo españolista, donde sus intereses permanecen mejor resguardados.
Marxismo frente a “obrerismo”
El obrerismo ramplón de quienes se sitúan en una pretendida neutralidad del estilo: “esto no va con nosotros”, no tiene nada de clasista ni de marxista. El marxismo aprovecha la crisis revolucionaria desatada por cualquier reivindicación democrática o social, para impulsar el movimiento hacia adelante mientras pone sobre la mesa sus demandas socialistas, pues sólo bajo el fuego del ambiente de rebelión, no importa lo que inicialmente alimente la llama, pueden una revolución y las ideas socialistas crecer y desarrollarse. Si la clase obrera catalana se propusiera abanderar la lucha por la república catalana con un programa socialista, arrastraría tras de sí a la mayoría del pueblo catalán, siendo la clase más consistente y poderosa, y más ahora, tras quedar la pequeña burguesía –mayoritariamente independentista– huérfana de dirección y guía, papel ejercido sobre ella tradicionalmente por la gran burguesía.
Una república catalana, adquiriendo inmediatamente un contenido socialista –golpeando al gran capital y sin afectar a su aliada, la pequeña burguesía– tendría un impacto poderosísimo en el resto del Estado, que vería desarrollarse un movimiento revolucionario de igual magnitud.
República catalana: la chispa de la revolución ibérica
La república catalana, más aún si adquiere un contenido socialista, sería así la chispa que prendería la revolución ibérica. Sería posible entonces empalmar ambos movimientos a un lado y otro del río Ebro. Desechado el “socialismo en un solo país” –ese sueño utópico pequeñoburgués del nacionalismo de izquierdas– la formación de una federación voluntaria de repúblicas socialistas ibéricas, incluyendo Portugal, sería sólo el toque de clarín para el inicio de un proceso más vasto que debe detonar un movimiento revolucionario internacional que establezca una federación socialista europea y culmine, posteriormente, en una federación socialista mundial.
Veríamos así cumplirse nuevamente el curso proyectado por la teoría de la revolución permanente formulada por León Trotsky: un movimiento revolucionario iniciado en una nación por reivindicaciones democráticas (a despecho de las tesis obreristas) que sólo puede triunfar bajo la dirección de la clase obrera incorporando sus demandas socialistas, y que inevitablemente debe adquirir para sobrevivir un impacto y desarrollo internacional que, a su vez, debe culminar en la revolución socialista mundial.
“La necesidad sólo es ciega, cuando no se la comprende. La libertad es el conocimiento de la necesidad”. La teoría, por tanto, es la guía de la acción revolucionaria.