La cesión de bases militares colombianas a Estados Unidos y el conflicto Chávez-Uribe

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¿Cómo luchar contra los planes contrarrevolucionarios del imperialismo estadounidense y las oligarquías colombiana y venezolana?

El anuncio de un acuerdo militar entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos que concede al ejército estadounidense el derecho a utilizar siete bases militares en suelo colombiano ha abierto una nueva crisis en las relaciones entre el gobierno pro-imperialista y contrarrevolucionario de Álvaro Uribe y los gobiernos de Ecuador y Venezuela.

¿Cómo luchar contra los planes contrarrevolucionarios del imperialismo estadounidense y las oligarquías colombiana y venezolana?

El anuncio de un acuerdo militar entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos que concede al ejército estadounidense el derecho a utilizar siete bases militares en suelo colombiano ha abierto una nueva crisis en las relaciones entre el gobierno pro-imperialista y contrarrevolucionario de Álvaro Uribe y los gobiernos de Ecuador y Venezuela.

Aunque hasta el momento la letra pequeña del acuerdo permanece en secreto, el anuncio de las líneas generales del mismo ya ha provocado un terremoto político y diplomático en toda la región.

Inmediatamente después de hacerse público al acuerdo para la cesión de las bases, el Presidente Chávez anunciaba en rueda de prensa la retirada del embajador venezolano en Bogotá, el cierre de la frontera y la suspensión de todas las importaciones procedentes del país vecino. Bolivia también ha rechazado tajantemente el acuerdo y el gobierno ecuatoriano -que, tras la agresión contra su territorio realizada en marzo de 2008 por tropas colombianas, rompió relaciones diplomáticas con Colombia- ha condenado igualmente de manera enérgica el establecimiento de bases del ejército de los EEUU en suelo colombiano y ha amenazado también con sustituir las importaciones procedentes del país vecino.

Venezuela representa en estos momentos el segundo mercado para los exportadores colombianos, precisamente por detrás de Estados Unidos, y Ecuador el tercero. El gobierno venezolano ha planteado sustituir las importaciones procedentes de Colombia por productos de Argentina y Brasil. En el caso del sector automotriz Venezuela absorbe el 35% y Ecuador el 48% del total de las exportaciones colombianas. Ambos países juntos representan el 85%. Si bien es cierto que la tendencia de la economía venezolana ya era a reducir las importaciones de carros procedentes de Colombia (que hace dos años representaban el 83% de sus ventas de carros hacia el exterior), en un contexto de crisis, esta decisión representa un golpe significativo para el sector.

En otros sectores como el textil y el papel las exportaciones de Colombia hacia Venezuela y Ecuador representan el 75% y el 69% del total respectivamente. Las exportaciones agroalimentarias, el sector que tiene un impacto mayor sobre la economía colombiana, aunque han venido creciendo en los últimos años, representan un 8,8% de las exportaciones totales colombianas de estos rubros. La mayoría de los productos agrícolas colombianos siguen teniendo como destino principal los Estados Unidos. En este sector clave el impacto, aunque significativo para algunas empresas, sería considerablemente menor.

Aunque en los últimos días, en un gesto de distensión, el embajador venezolano ha regresado a Bogotá, las relaciones comerciales y diplomáticas siguen rotas y en la frontera colombo-venezolana se vive uno de los momentos de mayor tensión de los últimos años.

Las bases

De las siete bases militares colombianas que, a partir de este acuerdo podría utilizar el ejército estadounidense, la más importante según los expertos en cuestiones militares es la de Palanquero, ubicada en Puerto Salgar, en el departamento de Cundinamarca. Esta es la principal base para aviones de combate de que actualmente dispone el ejército colombiano. Con la tecnología en poder de EEUU, esta base puede sustituir sin problemas e incluso mejorar la capacidad de espionaje e intervención en la zona que permitía la base de Manta (Ecuador), la cual fue retirada a Estados Unidos por el Gobierno de Rafael Correa. El gobierno estadounidense ha destinado 46 millones de dólares sólo a las inversiones en Palanquero. Desde esta base tendrá un control estratégico sobre la costa y rutas marítimas y aéreas del Pacífico.

Pese a las divisiones y contradicciones crecientes en su seno acerca de la reelección de Uribe y otros temas, la burguesía colombiana ha cerrado filas respecto al asunto de las bases estadounidenses. A pesar de ello, en la explicación que daba la influyente publicación burguesa colombiana "Semana" de su apoyo al convenio con EEUU se veía obligada a reconocer que el acuerdo militar no es ni tan inocuo ni tan "soberano" como la propaganda de los medios de comunicación burgueses dice, y los reformistas de derechas latinoamericanos, españoles y de otros países se empeñan en creer.

Se diga lo que se diga, la utilización de las siete bases militares colombianas por parte de las tropas imperialistas de los EEUU supone un salto cualitativo en la creciente intervención militar gringa en Colombia y un paso más en la estrategia imperialista de convertir a este país en la cabeza de playa contra la revolución latinoamericana y en especial contra su punto más avanzado: Venezuela.

De la sonrisa de Obama al golpe hondureño y las bases colombianas

Los planes del imperialismo estadounidense para utilizar a Colombia, bajo la excusa de la lucha contra el narcotráfico y "el terrorismo", como base de operaciones contra la revolución latinoamericana, y contra cualquier posible movimiento revolucionario en la propia Colombia, son cuento viejo y los hemos analizado en diferentes artículos. Tanto el Plan Colombia como los Planes Patriota, Balboa, etc. han servido para militarizar la sociedad colombiana. El presupuesto militar colombiano representa hoy el 5% del PIB mientras hace una década, cuando las guerrillas estaban más activas y eran bastante más poderosas, no pasaba del 2,5%. La media latinoamericana representa el 1,6% del PIB.

El porcentaje de gasto militar del Estado colombiano sólo es superado en todo el mundo por Israel y Burundi. Colombia es, así mismo, uno de los países que recibe más ayuda militar estadounidense tras Irak y Afganistán. El actual gobierno colombiano ha hecho, además, del incremento del gasto militar, el aumento de los efectivos policiales y militares y la vinculación de sus Fuerzas armadas y Policía al imperialismo estadounidense una de sus banderas.

La decisión de un gobierno tan sumiso ante el imperialismo y despiadado con su propio pueblo como el de Uribe de reforzar aún más la intervención imperialista en el país, por sí misma, no debería sorprender a nadie. Pero sí resulta necesario analizar porqué se toma esta decisión precisamente en este momento y qué perspectivas abre la misma para toda la región. Sobre todo, llama la atención que se haga público el acuerdo entre EEUU y Colombia precisamente ahora, ya que el gobierno estadounidense, desde la llegada de Obama, había adoptado la estrategia de transmitir una imagen de diálogo con el gobierno venezolano y otros gobiernos de izquierda latinoamericanos. La decisión de reforzar su intervención en la zona estableciendo bases en Colombia ha causado gran indignación en estos países y ha puesto claramente en cuestión la citada estrategia.

El anuncio público del acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos se produce después de otro acontecimiento que ha significado un punto de inflexión en toda Latinoamérica como es el golpe en Honduras. El golpe hondureño marcó un jalón en la ruptura ante los ojos de las masas latinoamericanas de la imagen de diálogo que intentaba transmitir Obama. Aunque el propio Obama, la Secretaria de Estado Hillary Clinton y la Embajada de los EEUU en Honduras condenaron el golpe, sus declaraciones contrastan vivamente con la evidencia de que una acción de estas características no se lleva a cabo sin el visto bueno de como mínimo un sector decisivo del imperialismo estadounidense.

Es probable que el golpe hondureño no fuese decidido ni organizado por el mismo Obama. Distintos datos que se han hecho públicos, incluidas declaraciones del propio Zelaya en el sentido de que le constaba que había presiones desde el entorno de Obama para impedir o al menos aplazar un golpe, parecen confirmar este hecho. Por supuesto no se trata de que Obama respetase la voluntad democrática del pueblo hondureño o se resistiese a intervenir en sus asuntos internos. Como representante de la clase dominante estadounidense que es, Obama también quería acabar con la aproximación de Honduras a Venezuela y sacar a Zelaya del gobierno pero su apuesta, según todo indica, era hacerlo por la "vía constitucional" y seguramente con otros métodos y ritmo. Era un diferencia de forma y estilo más que de fondo

Todo indica que sectores decisivos de la clase dominante estadounidense, del aparato estatal y los servicios de inteligencia pusieron a Obama ante un hecho consumado. De este modo, le han enviado a él y a todo el mundo un mensaje claro. Una cosa son los deseos e intenciones subjetivos de Obama y otra muy distinta la realidad de la lucha de clases y la red de intereses en la que están envueltos amplios sectores del aparato estatal y la burguesía estadounidense.

Las declaraciones del primer Canciller del gobierno golpista hondureño refiriéndose al Presidente de los EEUU en términos despectivos ( "ese negrito no sabe ni donde está Tegucigalpa") reflejaban una audacia desconocida en la oligarquía hondureña a la hora de relacionarse con la Casa Blanca. Esta audacia sólo se entiende si detrás del golpe hay sectores del propio imperialismo yanqui que han animado a los golpistas a actuar y resistir porque saben que finalmente Obama, como representante de la clase dominante que es, tendrá que bailar al ritmo que ellos marquen. Ni siquiera hace falta mucha imaginación para pensar que el ex canciller hondureño tomase prestada la frase despectiva hacia Obama de alguno de los asesores de la CIA o el Pentágono que los han acompañado.

Las reacciones de los gobiernos latinoamericanos al acuerdo Colombia-EEUU y los límites para una política común frente al imperialismo

Junto a la oposición contundente de Venezuela, Ecuador y Bolivia al acuerdo militar entre EEUU y Colombia, los gobiernos de Argentina y Brasil también han manifestado su malestar y hecho públicas fuertes críticas al mismo. Especialmente Brasil, que en los últimos años ha incrementado significativamente su gasto militar y es considerado por los propios EEUU como una potencia regional emergente, ha sido muy crítico con el establecimiento de bases estadounidenses en la zona.

La revista burguesa colombiana Semana, en un artículo dedicado a analizar las repercusiones del acuerdo y los resultados de la gira que Uribe se vio obligado a realizar por la región para intentar "tranquilizar" a sus vecinos y obtener el apoyo, o al menos la no oposición, de distintos gobiernos latinoamericanos a su iniciativa hace el siguiente análisis: "Brasil esperaba que con el fin de Manta, la presencia norteamericana menguara en la región. Mientras tanto este país, considerado una potencia emergente, ha fortalecido su aparato militar sin precedentes. Busca un submarino nuclear y comprar varias decenas de cazabombarderos de última generación. Además, en 2005 el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva aprobó una política de defensa con ambiciones regionales, que parte de la hipótesis de proteger la Amazonía, para lo que busca construir alianzas militares en Suramérica. Las bases de Colombia son, como dijo Amorin, algo que no esperaban y que, saben muy bien, cambia el equilibrio de la región."


"… La palabra clave en todo esto es disuasión. Es obvio que Colombia, además de fortalecer su lucha interna, también busca disuadir a los vecinos que son laxos con las Farc para que no sigan siéndolo. El tema de la guerrilla se ha convertido en fuente de conflicto permanente con Ecuador y Venezuela. Colombia no tiene cómo hacerle frente a la carrera armamentista de Venezuela, pero sí como enviar un mensaje disuasivo con el respaldo de Estados Unidos. Al tiempo, los gringos quieren disuadir a los gobiernos que están haciendo entusiastas acuerdos militares con Rusia, Irán o China. Y Brasil, a su tiempo, cómo líder de Unasur, quiere disuadir a la inefable potencia estadounidense de no seguir tomando a América Latina como su patio trasero.." (Por qué sí a las bases,
www.semana.com.co)

Mas allá de tal o cual idea secundaria, la tesis central de este artículo es que el asunto de las bases no significa un desencuentro más entre Uribe y sus vecinos, sino que marca un punto de inflexión en la estrategia del imperialismo y la oligarquía colombiana para la zona.

La diferencia entre la oposición a las bases por parte de Venezuela, Ecuador y Bolivia y la de Brasil es que  mientras en el caso de los tres países en revolución expresa el sentimiento antiimperialista de los gobiernos y la presión revolucionaria de las masas, en el caso de Brasil existe un componente importante de cálculo y defensa de los intereses de un sector de la burguesía brasileña. Esto hace que, a la hora de la verdad, después de patalear y dar un toque de atención diplomático, el gobierno brasileño mire hacia otro lado. Por boca de su canciller, Celso Amorím, Brasil ha realizado fuertes críticas al establecimiento de las bases pero esta oposición -como también ocurriera en el caso del rechazo al golpe en Honduras- no ha pasado de una declaración testimonial, siendo además el contenido de esa declaración bastante menos contundente que las de Ecuador, Bolivia y Venezuela.

La nota más discordante dentro del coro de declaraciones de los diferentes gobiernos latinoamericanos la han puesto, una vez más y como era de esperar, el gobierno títere del imperialismo y asesino de su propio pueblo de Alan García en Perú y la socialdemócrata de derecha Bachelet en Chile. García mostró un apoyo inequívoco al reforzamiento de la intervención gringa en Colombia. Bachelet, tras sumarse inicialmente al rechazo brasileño al acuerdo, dio un giro brusco de y decidió lavarse las manos declarando su respeto por la "soberanía" del gobierno colombiano. !Curiosa soberanía que permite la utilización de instalaciones militares colombianas por parte de un ejército imperialista extranjero y garantiza a los efectivos del mismo absoluta impunidad dentro del país!

Esta diversidad de posiciones confirma, como hemos explicado los marxistas, la imposibilidad de una política seria y común de oposición al imperialismo por parte de los distintos países latinoamericanos. Los gobiernos burgueses que siguen existiendo en la mayoría de los países del continente no moverán un dedo ante ninguna agresión imperialista contra la revolución en Venezuela o cualquier otro país. Aunque en próximos días tendrá lugar una nueva cumbre de UNASUR las posibilidades de que de la misma salga algo más que declaraciones genéricas y como mucho (y ni siquiera eso es seguro) alguna condena formal es escasa.

La respuesta ante el convenio EEUU-Colombia también demuestra las diferencias que existen entre gobiernos de corte popular -llegados al poder en un contexto de ascenso de la movilización revolucionaria de las masas y que mantienen un vínculo profundo con éstas- como los de Bolivia, Ecuador y particularmente Venezuela, y otros gobiernos latinoamericanos que, como el de los Kirchner en Argentina o Lula en Brasil, utilizan en determinados momentos un discurso crítico con determinadas acciones del imperialismo, pero a la hora de la verdad no están dispuestos a enfrentarse seriamente ni a éste ni a la oligarquía, cediendo finalmente en todas las cuestiones fundamentales a su presión.

Una lección tanto del golpe en Honduras como del conflicto respecto a las bases es que la defensa de la revolución contra cualquier arremetida imperialista sólo puede ser una tarea de la clase obrera y el resto de las masas explotadas de Latinoamérica y del resto del mundo. Esta tarea pasa, además, necesariamente por la lucha por completar la revolución en Venezuela, Ecuador y Bolivia, expropiando a la clase dominante y extendiendo estos procesos revolucionarios al conjunto del continente.

La lección de los acontecimientos recientes en Honduras, y de lo ocurrido en Bolivia, Ecuador, Venezuela y otros países a lo largo de los últimos años, es también clara para los contrarrevolucionarios: el ascenso revolucionario de las masas en Latinoamérica tiene causas profundas y no va a ser derrotado fácilmente. Además, la actuación del Presidente Chávez tanto respecto al golpe en Honduras como en otros aspectos de la política internacional, así como su decisión de expropiar nuevas empresas o sus declaraciones a favor del control obrero, demuestran a los distintos sectores del imperialismo, por si les quedaba alguna duda, que el Jefe de Estado venezolano está dispuesto a seguir avanzando y va en una dirección opuesta a la que ellos necesitan.

Esto, más allá de las contradicciones o errores que pueda tener Chávez en tal o cual discurso o decisión, es un factor clave que contribuye a animar y radicalizar la movilización de las masas, y no sólo en Venezuela sino en toda la región. Para los sectores más consecuentes del imperialismo y las oligarquías latinoamericanas arroja una conclusión clara: los planes para intentar establecer un cordón sanitario alrededor de la revolución venezolana y aislar, asfixiar y en cuanto sea posible intentar aplastarla que llevan desarrollando desde hace tiempo no sólo deben mantenerse sino ser acelerados. Esta, y no la (inexistente) guerra contra el narcotráfico, ni la manida lucha contra "el terrorismo", es la razón fundamental del acuerdo entre la Casa Blanca y la Casa de Nariño para que el ejército estadounidense se establezca con más efectivos y fuerzas en Colombia y utilice siete bases militares colombianas para operar en la región.

La correlación de fuerzas y las distintas opciones del imperialismo

Hoy no tienen todavía condiciones suficientemente favorables para poder lanzarse a una ofensiva frontal victoriosa contra la revolución latinoamericana y en particular contra su punto más avanzado: Venezuela. Si lo hiciesen se volvería contra ellos. Esa es precisamente la causa fundamental de sus dudas y diferencias tácticas. Por el momento, al menos los sectores mayoritarios del imperialismo y la oligarquía apuestan por ganar tiempo y se ven obligados a combinar distintas formas de lucha.

La primera es, como ya hemos explicado, el saboteo económico contra los países con gobiernos más a la izquierda. Mientras buscan revertir la actual correlación de fuerzas favorable a la revolución, los contrarrevolucionarios utilizan sus posiciones en la economía y en el aparato del estado para sabotear cualquier medida progresista. Al mismo tiempo, se apoyan en los sectores burocráticos y reformistas que existen dentro del movimiento revolucionario y del aparato estatal en cada país para intentar frenar la revolución y desmoralizar a las masas. Pero el éxito de esta táctica no está asegurado. La posibilidad de que, en un contexto de crisis profunda del capitalismo como el que vivimos, la relación dialéctica que existe entre las masas revolucionarias y sus dirigentes, especialmente en el caso de Venezuela con Chávez, o la acción revolucionaria de la clase obrera al frente de todos los explotados, pueda provocar un giro brusco aún más a la izquierda y la expropiación de los sectores decisivos de la economía no puede ser descartada.

Una perspectiva semejante siembra el pánico en las filas del imperialismo y la burguesía. Por ello, al mismo tiempo que mantienen la táctica de desgastar desde dentro los procesos revolucionarios en marcha, necesitan establecer firmemente puntos de apoyo desde las cuales poder organizar en el futuro inmediato una ofensiva de la contrarrevolución. Como resultado, es imprescindible apoyar de un modo aun más decidido que antes, si cabe, a los gobiernos pro-imperialistas y reaccionarios de Colombia o Perú y establecer una cabeza de playa política y militar en ellos contra la revolución.

El primer objetivo del acuerdo EEUU-Colombia es enviar un mensaje de advertencia a los sectores reformistas y burocráticos en la propia Venezuela para que frenen y desactiven el proceso revolucionario, así como introducir dudas y miedo a un posible conflicto militar entre las masas. Además, se trata de impedir que la revolución se extienda a nuevas zonas y prepararse para el futuro estableciendo bases confiables desde la que vigilar, hostigar y de ser necesario (y permitirlo las circunstancias) lanzar en cuanto sea posible una ofensiva en toda regla contra la revolución.

¿Una intervención contrarrevolucionaria desde Colombia?

A lo largo de los últimos años diversos analistas han denunciado planes imperialistas secretos para una posible intervención militar contra la revolución venezolana desde Colombia. Casi todos estos planes tenían como eje la utilización del ejército y la oligarquía colombianos como ariete contra la revolución en Venezuela y pasaban por provocar un conflicto fronterizo entre Colombia y Venezuela, ya sea con la excusa del narcotráfico o del conflicto armado colombiano, que pudiese servir para justificar una intervención del gobierno colombiano y de su aliado estadounidense.

Desde hace años existe una campaña soterrada intentando culpabilizar a los gobiernos venezolano (y, desde la llegada de Correa al poder, también al gobierno ecuatoriano) de dar cobertura e incluso apoyo militar a las FARC, así como de connivencia o permisividad con el narcotráfico. La famosa computadora de Raúl Reyes ha sido utilizada hasta la saciedad para intentar predisponer a la opinión pública colombiana y de otros países en ese sentido.

Junto a ello, como elemento coadyuvante de esos planes desestabilizadores, diversos estudiosos del tema han mencionado una estrategia desestabilizadora de los estados fronterizos venezolanos, especialmente el Zulia y Táchira. Esta estrategia ha buscado ampliar la presencia de grupos paramilitares de origen colombiano en estos estados. Al mismo tiempo, sobre todo en el caso del Zulia, intentarían fomentar una especie de movimiento separatista o autonomista zuliano en la línea de lo que han hecho en Bolivia con Santa Cruz de la Sierra y la llamada "Media Luna". El propio Presidente Chávez ha alertado de una posible intervención contra la revolución venezolana partiendo de La Guajira colombiana (zona fronteriza con el Estado Zulia).

Hay pocas dudas de que estos y otros planes parecidos han sido evaluados por la burguesía contrarrevolucionaria de Colombia y Venezuela y por el imperialismo en distintos momentos. Por el momento dichos planes han sido metidos en el congelador. Sin embargo, eso no significa que hayan sido descartados definitivamente. La causa de que hasta el momento no se hayan puesto en marcha no es ni mucho menos que los contrarrevolucionarios no quieran llevarlos a cabo. La causa fundamental de que el imperialismo estadounidense no haya intervenido de forma directa y con medios militares contra la revolución venezolana hay que buscarla en los límites que tiene su poder en estos momentos. Estos límites básicamente son dos: los numerosos frentes abiertos que mantienen -que les tienen empantanados en Irak y Afganistán/Pakistán- y el ascenso revolucionario de la movilización de las masas en América Latina, que hace que en caso de una intervención militar contra la revolución venezolana ésta pudiese extenderse a otros países del continente, empezando por la propia Colombia.

Una intervención contra la revolución venezolana (o contra Ecuador o Bolivia) pondría en pie de guerra a todo el continente. Por otra parte, los planes para desestabilizar los estados fronterizos venezolanos, aunque han avanzado, están todavía lejos de conseguir sus objetivos. Aunque la penetración en el Zulia y el Táchira de efectivos paramilitares es evidente, y la oposición contrarrevolucionaria ganó la gobernación de ambos estados por un estrecho margen en las elecciones regionales de 2008, la realidad es que cada vez que revolución y contrarrevolución han tenido que medir fuerzas en la calle los contrarrevolucionarios se han encontrado con una movilización y resistencia masiva por parte de los partidarios de la revolución que ha dificultado hasta el momento cualquier intento de organizar una ofensiva contrarrevolucionaria poderosa.

La situación política en Colombia

Como hemos explicado, la burguesía colombiana, especialmente en los últimos años -bajo el gobierno de Uribe- ha utilizado la llamada "Política de Seguridad Democrática" para crear en la práctica un estado cuasipolicial y justificar la militarización de la sociedad, la represión de las luchas obreras y populares y la creciente intervención del imperialismo estadounidense en el país. La "Seguridad Democrática" de Uribe ha sido una especie de estado de sitio bajo otro nombre. Todo ello se ha justificado con la excusa del conflicto armado que desde hace décadas sufre el país; un conflicto que creó la propia rapacidad y crueldad de la clase dominante pero que en las últimas dos décadas ha sido utilizado propagandísticamente por ésta con el fin de cargar la responsabilidad del mismo sobre los guerrilleros y justificar sus políticas militaristas.

No obstante, lo más significativo de la situación política colombiana, como hemos explicado en diferentes artículos, no es que la clase dominante haya podido combinar la represión del estado contra las luchas populares, e incluso la utilización de elementos propios del fascismo como los asesinatos de luchadores obreros y populares o la impunidad de los paramilitares, con un régimen parlamentario formalmente democrático y el apoyo electoral de la pequeña burguesía e incluso de algunos sectores atrasados de las masas. Lo más significativo, en nuestra opinión, es que esa estrategia no ha logrado vencer la resistencia de las masas obreras y campesinas. El imperialismo y la oligarquía colombiana, pese a todos sus intentos -y a lo lejos que han llegado en su recurso a la violencia- están lejos de convertir a Colombia en el Israel de América Latina, tal y como pretendían.

En el terreno militar, las guerrillas de las FARC y el ELN -aunque debilitadas por décadas de combate militar desigual, aislamiento en las zonas rurales y sobre todo por sus programas, métodos y estrategia equivocados- siguen manteniendo pese a todo una presencia y apoyo significativos en distintas zonas rurales del país. Sin embargo, el factor decisivo ni siquiera es este. La clave de la situación en Colombia es la impresionante capacidad de movilización y resistencia que siguen demostrando -pese a los asesinatos de activistas, amenazas de muerte, etc.- el movimiento campesino e indígena, los estudiantes y la clase obrera colombiana.

La izquierda colombiana puede derrotar a Uribe con un programa socialista

El gobierno reaccionario y guerrerista de Uribe no se sostiene por el apoyo masivo de la población colombiana. En todas las convocatorias electorales la abstención en Colombia supera el 50% del registro electoral. La causa de que Uribe se mantenga en el poder es la inercia, desmoralización y falta de confianza en sus propias fuerzas que siguen atenazando a amplios sectores de las masas. La mayoría de la población no participa en política porque no encuentran una propuesta y un programa que les ilusione, que les convenza de que las cosas pueden cambiar.

Esto, a su vez, es consecuencia de la derrota histórica con la que se saldó el ascenso revolucionario de los 80s. Tras la Asamblea Constituyente de 1991, cuando la victoria de los ex guerrilleros del M-19 en lugar de abrir paso a una transformación política y social permitió la estabilización del dominio de la burguesía, la decepción y el miedo a causa de los asesinatos organizados por los paramilitares se extendieron a la mayoría de la población.

Como hemos explicado en otros trabajos, la burguesía se dedicó a utilizar demagógicamente el conflicto armado con las guerrillas y organizó la violencia de los narcoparamilitares para sembrar el miedo y la desmoralización y sustituir la lucha colectiva por cambiar la sociedad por la lucha individual por la supervivencia. La búsqueda desesperada por parte de la mayoría de la población de de una salida individual es lo que ha predominado durante las últimas dos décadas. Pero este proceso también tiene sus límites y todo indica que estamos acercándonos al llegadero. La explotación capitalista hace que la clase obrera, pese a las derrotas del pasado y la losa de la violencia, tenga que levantar la cabeza.

Pese a la brutal represión del estado y de sus aliados paramilitares, los trabajadores colombianos han mantenido en pie sus organizaciones sindicales contra viento y marea. En los últimos años, además, han protagonizado destacadas luchas que han obligado al gobierno burgués contrarrevolucionario de Uribe y a sectores de la clase dominante a tener que replegarse e incluso, en algunos casos, tener que ceder a las reivindicaciones. En cualquier caso, las luchas obreras y campesinas del último año y medio y las divisiones existentes en el seno de la burguesía colombiana respecto a la estrategia a seguir han aumentado la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas.

En las últimas elecciones presidenciales de 2006, el Polo Democrático Alternativo (PDA), el frente de izquierda en el que participan los dirigentes de la CUT, la principal central sindical, el Partido Comunista, distintos dirigentes procedentes de la Alianza Democrática M-19 y otros sectores, conseguía el mejor resultado electoral de la izquierda en la historia de Colombia. Más de 3 millones de votos, un 22% de los sufragios emitidos. Desde hace 8 años el Polo también gobierna en el DC de Bogota, donde se concentra entre un 20% y un 25% de la población del país.

Lo único que ha impedido un crecimiento mayor del PDA son sus propias contradicciones internas y la falta de un programa que ilusione a las masas menos concienciadas políticamente y ofrezca solución a sus problemas. Si los dirigentes del PDA y la CUT, se dotasen de un programa capaz de ilusionar a las masas y ofrecer una solución a sus problemas, vinculando la lucha por la paz a la defensa de los salarios, el empleo, condiciones de vida dignas, etc. toda la situación del país podría cambiar radicalmente hacia la izquierda.

¿Cómo derrotar los planes contrarrevolucionarios del imperialismo estadounidense y las oligarquías colombiana y venezolana?

La voluntad de lucha de las masas, su inmenso coraje revolucionario, tanto en Colombia como en Venezuela, Bolivia, o Ecuador es el factor de la ecuación que la burguesía y el imperialismo nunca logran controlar; la incógnita que hasta ahora ha descuadrado todos sus planes contrarrevolucionarios, incluidos los que en determinados momentos pensaban en provocar un conflicto militar colombo-venezolano con el que justificar una intervención imperialista. Si esos planes de guerra han sido temporalmente engavetados es, como ya hemos dicho, porque los sectores decisivos del imperialismo comprendían que el intento de utilizar a Colombia para intentar acabar con la revolución venezolana podía transformarse en su contrario y marcar el inicio de la extensión de la revolución venezolana a todo el continente, incluida la propia Colombia.

Por supuesto, eso no significa que el peligro de una intervención militar directa por parte del imperialismo, o de éste apoyándose en la oligarquía colombiana, haya desparecido. Si la revolución amenazase con llegar hasta el final y no tuviesen otra opción que esa, seguramente un sector del imperialismo podría apostar por la vía militar. Incluso, la posibilidad de un error de cálculo por parte del imperialismo, que les pudiese llevar en un determinado momento a provocar un conflicto en la frontera e intervenir para intentar infligir un golpe decisivo a la revolución, no puede ser descartada. Ante una situación semejante, como explicábamos antes, la mejor defensa de la revolución venezolana es una política revolucionaria consecuente que complete la revolución en Venezuela y busque de manera consciente su extensión al resto de Latinoamérica y en primer lugar a Colombia.

Chávez, correctamente, ha denunciado como "cínicas" las declaraciones de Uribe según las cuales, tras reiterar el establecimiento de las bases imperialistas, llamaba a Ecuador y Venezuela a olvidarse del asunto y restablecer las relaciones diplomáticas. El Presidente venezolano también ha planteado que la decisión del gobierno colombiano marca un punto de no retorno y que no hay marcha atrás en la decisión de romper relaciones políticas con Uribe. Ahora el gobierno venezolano debe sacar todas las conclusiones de esto y corregir algunas políticas erráticas que ha desarrollado en el pasado respecto al régimen reaccionario colombiano.

Es necesario que el gobierno venezolano rompa de manera total e inequívoca con la política de contemporización con el uribismo seguida en determinados momentos, abandonar los llamados al "amigo" Uribe a luchar juntos contra la violencia, etc. y explicar claramente el carácter contrarrevolucionario y pro-imperialista del régimen uribista, haciendo un llamado a los jóvenes y trabajadores colombianos a luchar por un gobierno de los trabajadores y el pueblo con un programa socialista. Pero sobre todo hace falta completar la revolución en Venezuela. El arma más importante y poderosa para defender la revolución en Venezuela no es técnica ni militar sino política. La tarea principal que enfrentamos los revolucionarios en Venezuela es la culminación de la revolución expropiando a los capitalistas, estatizando la banca y las principales industrias bajo control de los trabajadores para poder resolver definitivamente los problemas de las masas (pobreza, desempleo, economía informal, déficit habitacional, inseguridad) mediante el establecimiento de una economía planificada democráticamente.

Un ejército y una reserva genuinamente revolucionarios, basados en la creación y extensión de las milicias obreras y populares y en la organización de batallones y patrullas socialistas, con asambleas de soldados y oficiales revolucionarios, que pusiese las academias de oficiales bajo el control de las organizaciones obreras y populares, sería un instrumento poderosísimo para defender el país de cualquier agresión externa o tentativa contrarrevolucionaria. Pero incluso más importante que esto sería el efecto de contagio que se produciría si la revolución bolivariana, hoy a medias todavía y corroída por importantes contradicciones (burocratismo, corrupción, mantenimiento de la propiedad capitalista de los medios de producción), completase sus tareas y garantizase unas condiciones de vida dignas a las masas.

Especialmente en las zonas fronterizas con Colombia, la reacción utiliza las fallas internas que sufre nuestra revolución para intentar desprestigiar a la misma ante los ojos tanto de los inmigrantes colombianos en Venezuela como de la población colombiana. La inflación, el contrabando de todo tipo de productos, la inseguridad, la falta de vivienda digna y de calidad o de empleos dignos y estables (informalidad, etc) no sólo son utilizadas por los reaccionarios para intentar desprestigiar al socialismo en Venezuela, también son empleadas en Colombia para plantear que el socialismo del que habla Chávez es ineficiente, no es mejor que el capitalismo, etc. Si todos estos problemas, que el capitalismo ha creado y que mientras las empresas sigan en manos de los capitalistas y burócratas se mantienen, fuesen resueltos de manera tajante el apoyo a la revolución no sólo se fortalecería de manera espectacular en Venezuela sino que se extendería como un tsunami imparable a Colombia y los demás países fronterizos. Nada hay más contagioso que una revolución triunfante.

Colombia y Venezuela: un mismo pueblo, una misma revolución

En Venezuela se calcula que existen alrededor de cinco millones de personas de origen colombiano (casi un 20% de la población). Si todas estas personas tuviesen acceso a trabajo, salud y educación digna, y viesen el socialismo como la única garantía de un futuro en paz y con justicia y dignidad para sus familias, su apoyo y el de sus amigos y familiares en el país hermano dejaría a la oligarquía colombiana prácticamente sin base social en la que apoyarse. Esto permitiría también a la izquierda revolucionaria colombiana desarrollarse rápidamente.

Las crecientes diferencias políticas, ideológicas y diplomáticas entre Chávez y Uribe expresan en última instancia el desarrollo de la lucha de clases en el seno de ambos países. La revolución venezolana y las propuestas socialistas de Chávez reflejan los intereses históricos no sólo de los obreros, los campesinos y la juventud revolucionaria venezolana sino también de la colombiana y de todo el continente. Por su parte, la alianza de Uribe con el imperialismo estadounidense no sólo busca defender los intereses espúreos y reaccionarios de la oligarquía colombiana; también es un instrumento al servicio de la burguesía venezolana y de todos los capitalistas del continente en su objetivo de derrotar la revolución en América Latina, empezando por Venezuela.

Ante la escalada militar iniciada por la burguesía colombiana durante los últimos años, y más aún tras este nuevo convenio vendepatria que entrega siete bases militares ubicadas en territorio colombiano al imperialismo, el gobierno bolivariano de Venezuela tiene no sólo el derecho sino el deber de preparar la defensa del país y reforzar su poder militar disuasorio. Al mismo tiempo, es fundamental que el Gobierno bolivariano deje claro en todo momento que la responsabilidad por cualquier conflicto o tensión en la frontera es del imperialismo estadounidense y sus lacayos los capitalistas, tanto colombianos como venezolanos, diferenciando siempre entre los gobiernos burgueses y la clase dominante por un lado, y los pueblos de Venezuela, Ecuador y Colombia, que son quienes sufren la explotación y contra quien van dirigidas las maniobras contrarrevolucionarias de la clase dominante. .

Los choques de los Gobiernos anti-imperialistas y revolucionarios de Chávez y Correa con el gobierno pro-imperialista y reaccionario de Uribe no expresan distintos intereses nacionales entre Colombia por un lado y Venezuela y Ecuador por otro, sino de clase. En realidad, Colombia, Venezuela y Ecuador son el mismo pueblo. Su separación en diferentes países fue un acto criminal por parte de las respectivas oligarquías que sólo las benefició a ellas y al imperialismo. Desde entonces, la bandera de la unificación latinoamericana levantada por Bolívar es una bandera que siempre hemos enarbolado los revolucionarios.

Una de las razones del odio brutal que sienten tanto la oligarquía colombiana como la venezolana contra Chávez y la revolución bolivariana es que el desarrollo de ésta tiende a plantear de manera inevitable la cuestión de su extensión a escala internacional. La necesidad de volver a unificar a los distintos pueblos latinoamericanos y en primer lugar a los que hicieron parte de la Gran Colombia forjada por Bolívar. El ALBA, con toda su importancia, es apenas un tímido anuncio de lo que sería posible en una federación socialista de los pueblos americanos. Mientras exista el capitalismo, esta unidad es absolutamente imposible. Sin embargo bajo el socialismo sería no sólo posible sino absolutamente imprescindible una federación socialista de repúblicas americanas. Una Federación socialista abriría paso a una nueva era en la historia del continente y permitiría que por primera vez en la historia los pueblos de Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, etc. pudiesen desarrollar plenamente todo su potencial: económico, social y cultural, y convertir este paraíso natural que es América -que el capitalismo ha transformado en un infierno de miseria, barbarie y violencia para millones de personas- en un paraíso también económico y social.

Caracas, 17 de Agosto de 2009