La carrera armamentística mundial se intensifica: Imperialismo, militarismo y capitalismo

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A medida que el mundo se vuelve más peligroso, parece que nuestros gobiernos nos piden una vez más que aprendamos a amar la bomba.1

La política de Trump de aumentar el aislacionismo, con amenazas de retirar el apoyo de Estados Unidos a Ucrania y a la OTAN, ha creado un estado de pánico entre las potencias europeas.

Corren como pollos sin cabeza. Si Estados Unidos se retira, se preguntan, ¿quién defenderá Europa? ¿Pueden las armas nucleares francesas y británicas proteger al resto del continente? Si no es así, ¿deberían otros países tratar de desarrollar esas capacidades?

En la prisa por rearmarse, Donald Tusk, primer ministro polaco, ha planteado la idea de que Polonia adquiera un arsenal nuclear. Los funcionarios alemanes se preguntan en voz alta si deberían seguir su ejemplo.

Por supuesto, gran parte de este coro creciente —sobre la necesidad del rearme, otra vez el rearme y una vez más el rearme— es fanfarronería y bravuconería. Los europeos, especialmente Macron, son como el ratón que rugió.

Sin embargo, hay un lado serio en esta retórica. Temerosos de un resurgimiento de Rusia, con Putin ganando la guerra en Ucrania, todos los líderes europeos coinciden en que hay que aumentar el gasto en defensa, ¡y rápidamente!

Según Sir Keir Starmer: «Rusia es una amenaza en nuestras aguas, en nuestro espacio aéreo y en nuestras calles».

Y acompañando esta manía por un mayor militarismo y un mayor gasto estatal en «defensa» está la necesidad de preparar a la opinión pública para los enormes sacrificios que se avecinan, en términos de recortes salvajes en el bienestar y los servicios.

Desorden global

Se ha abierto una nueva situación a nivel internacional. En lugar de la globalización, ahora impera el nacionalismo económico.

Esto queda gráficamente ilustrado por la política «America First» de Trump, que significa que todos los demás son los últimos.

En un mundo de tensiones crecientes, todos los países se lanzan a defender sus propios intereses. Esto conlleva el auge del proteccionismo y la amenaza de una guerra comercial mundial.

Los líderes europeos se han apresurado a rescatar algo de este orden de posguerra que se desmorona. Pero Trump les ha dicho sin ambages que ya no pueden confiar en las garantías de seguridad de Estados Unidos.

«Por fin tenemos que despertar y darnos cuenta de que esto es el fin», afirmó un alto diplomático de la UE. «Estamos solos. Los padres al otro lado del Atlántico nos han echado de casa, nos han quitado la mesada y nos han desheredado».

Tras décadas de adulación al imperialismo estadounidense, los europeos se han visto ahora con los pantalones bajados.

Su apoyo incondicional a la guerra en Ucrania se ha convertido de repente en una losa que les pesa sobre los hombros. Tras haberse unido a Zelenski, ahora se enfrentan a la derrota y a la humillación total. Este desenlace no podía haber llegado en peor momento.

Quieren aumentar el gasto militar precisamente en un momento en que se intensifica la crisis del capitalismo europeo.

El crecimiento es extremadamente lento. Alemania, en el corazón de la UE, está en recesión. Una montaña de deuda pesa sobre la economía europea. Y esta sigue creciendo, volviéndose cada vez más insostenible.

Como resultado, mientras se invierten miles de millones adicionales en «defensa», también es necesario recortar profundamente el gasto social. Pero ya existe un sentimiento de ira ardiente contra la austeridad en la sociedad.

Declive y decadencia

Hace tiempo que se ha dejado de hablar de «dividendos de la paz». En su lugar, ahora solo se habla de rearme y aumento del militarismo.

Starmer ha tomado la iniciativa en tocar los tambores de guerra. El líder «laborista» ha estado al frente de este frenesí. «Gran Bretaña desempeñará su papel en la escena mundial», afirma. «Estamos dispuestos a enviar tropas a Ucrania».

Todo esto es prestigio sin sustancia. Todo el mundo sabe que el poder de Gran Bretaña lleva 100 años en declive. La pérdida del imperio y décadas de decadencia económica han reducido a Gran Bretaña a una potencia de tercera categoría en la escena mundial.

La «independencia» nuclear del Reino Unido, en realidad, depende totalmente de Estados Unidos. La fiabilidad de este costoso sistema, por su parte, quedó en entredicho cuando los dos últimos misiles Trident de prueba se desviaron de su rumbo y fallaron.

Resulta vergonzoso que los dos portaaviones británicos rara vez salgan al mar con toda su dotación de aviones. El ejército británico es numéricamente más débil que en cualquier momento de los últimos 200 años. Los generales del país apenas pueden reunir una división con apoyo adecuado, y mucho menos librar una guerra seria.

No es de extrañar que la supuesta «coalición de voluntarios» de Starmer se haya convertido en un hazmerreír, tachada por Witkoff, el enviado especial de Estados Unidos, de «postura y pose». Bromeó diciendo que, aunque el primer ministro británico se veía a sí mismo como un líder churchilliano, en realidad estaba luchando contra molinos de viento.

Deuda y pánico

Bajo Trump, Estados Unidos ya no es considerado un aliado de confianza por los europeos. Por lo tanto, se apresuran a rearmarse y a independizarse del Tío Sam. Pero esto requiere tiempo y recursos, que escasean. Esto explica el pánico.

El gran problema es que se han vuelto completamente dependientes de la tecnología y el armamento estadounidenses. Casi dos tercios de las armas importadas por los miembros europeos de la OTAN en los últimos cinco años se fabricaron en Estados Unidos. No hay una solución rápida para esta dependencia.

En medio de estos temores, las cumbres de seguridad europeas prometen «unidad» y más dinero para armas. Los líderes de la UE han propuesto inyectar 150 000 millones de euros en la industria de defensa europea en forma de préstamo. Pero esto ha provocado una reacción violenta por parte de los italianos y españoles, que atraviesan dificultades económicas.

Alemania ha eliminado su «freno al endeudamiento» para permitir un mayor gasto militar. Pero las potencias europeas más débiles temen quedarse atrás en esta carrera armamentística.

Este posible endeudamiento ha sido descrito como una forma de «keynesianismo militar» que, dados los niveles relativamente bajos de deuda de Alemania, podría suponer un estímulo económico a corto plazo.

«Está muy claro: los alemanes no pueden vender sus coches, así que fabricarán tanques», afirmó un empresario francés.

Sin embargo, a nivel europeo, la perspectiva de un endeudamiento a gran escala ha elevado el coste del servicio de la deuda del continente.

Guerra frente a bienestar

Está claro que el gasto en defensa, en lugar de suponer un impulso, se convertirá en una carga y un lastre para las economías europeas, ya muy endeudadas, incluida la británica.

El Reino Unido destina actualmente el 2,32 % de su PIB a defensa, lo que equivale a 64 600 millones de libras al año.

Rachel Reeves, la ministra de Hacienda, acaba de prometer 2200 millones de libras adicionales, más otros 400 millones para la industria armamentística. Y Starmer ha anunciado que el gasto militar del Reino Unido aumentará hasta el 2,5 % del PIB en 2027, que se financiará mediante recortes en la ayuda exterior y los presupuestos de bienestar social. Su ambición es alcanzar el objetivo del 3 % en la próxima legislatura.

Con una deuda pública que supera el 100 % del PIB, Starmer ha descartado un mayor endeudamiento público. En su lugar, el Partido Laborista recurrirá a subidas de impuestos y recortes para destinar más fondos a la «defensa».

La clase dominante y sus portavoces están animando a Starmer y compañía en esta empresa imperialista.

Según el columnista del Financial Times Janan Ganesh, por ejemplo, «Europa debe recortar su estado del bienestar para construir un estado bélico». Afirma que los altos niveles de gasto social fueron «el producto de unas circunstancias históricas extrañas, que prevalecieron en la segunda mitad del siglo XX y que ya no existen».

Esto revela el futuro de la clase trabajadora bajo el capitalismo: más austeridad brutal y ataques.

Starmer y Reeves han dado el primer paso recortando las ayudas para la calefacción en invierno a los ancianos y recortando las prestaciones por discapacidad, lo que afecta a los más vulnerables de la sociedad. Se calcula que esto empujará a la pobreza a 250 000 personas más.

Esto ya está provocando una reacción pública. La guerra del Partido Laborista contra los pobres es una receta para grandes batallas de clases.

Keynesianismo militar

Como un ladrón sorprendido in fraganti, Starmer ha intentado disfrazar este rearme como parte de un fantasioso plan para «reconstruir la industria en todo el país», con inversión pública para «proporcionar buenos empleos seguros y cualificaciones para la próxima generación».

De manera similar, un artículo del Financial Times discutía cómo el gasto en defensa debería estar en el centro de la estrategia industrial británica, con una rápida transición de «verde a gris acorazado».

Sin embargo, los intentos de justificar el aumento del gasto en defensa con referencias al «aumento del crecimiento» son una completa falacia.

Los defensores de este «keynesianismo militar» sugieren que el estímulo estatal fue lo que provocó el fin de la Gran Depresión. ¿No impulsó el rearme entre guerras el crecimiento?

La respuesta es sencilla: no. La Depresión llegó a su fin con la movilización hacia la Segunda Guerra Mundial y con la propia guerra mundial. Las potencias europeas y sus economías quedaron devastadas por este conflicto.

En términos económicos, la guerra tuvo el mismo efecto que una recesión, en la que la destrucción de capital y materias primas allana el camino para la recuperación.

El imperialismo estadounidense, que no sufrió ningún daño económico por la guerra, también contribuyó a financiar la recuperación de la posguerra con la ayuda Marshall.

Pero la principal fuerza motriz del auge mundial fue la decisión tomada en Bretton Woods de eliminar las barreras arancelarias que habían provocado el colapso del comercio mundial en la década de 1930. Esto permitió una mayor expansión económica y una mayor inversión.

«Economía armamentista permanente»

En este periodo, algunos miembros de la izquierda cedieron a las presiones del keynesianismo y vieron en el gasto público la solución a las crisis del capitalismo.

Tony Cliff, del Partido Socialista de los Trabajadores, por ejemplo, propuso la teoría de la «economía de armamento permanente» para explicar el auge de la posguerra. También utilizó esta teoría para «explicar» por qué no había ciclos de auge y caída en la Unión Soviética, que él definía como «capitalista de Estado».

Sin embargo, la razón por la que no había ciclos de auge y caída en la URSS no era porque fuera «capitalista de Estado», sino por la existencia de una economía planificada nacionalizada que no estaba sujeta a las leyes del mercado.

«La causa fundamental de las crisis capitalistas de sobreproducción es el poder adquisitivo relativamente bajo de las masas en comparación con la capacidad productiva de la industria», explicaba Cliff.

En consecuencia, creía que el gasto «permanente» del Estado en armamento podía proporcionar la demanda necesaria para absorber este exceso de producción, lo que daría lugar a la estabilidad y el crecimiento económicos.

Pero esto es simplemente keynesianismo, es decir, un programa de financiación del déficit público. Es el mismo argumento que utilizan hoy en día los reformistas de izquierda.

Durante la Gran Depresión, Keynes sugirió que el Estado le pagara a los trabajadores desempleados para que cavaran hoyos y los volvieran a rellenar.

El poder adquisitivo adicional derivado de sus salarios, decía, crearía una demanda adicional y, por lo tanto, estimularía la producción y la inversión, lo que conduciría al crecimiento económico.

El gasto militar puede considerarse de la misma manera. Pero en lugar de trabajadores cavando hoyos, se trata de capitalistas cavando tumbas.

Sin embargo, lo que los keynesianos no comprenden es que el capitalismo no consiste simplemente en crear demanda, sino en la producción, la inversión y los mercados rentables.

Hoy en día, la sobreproducción se manifiesta como «exceso de capacidad» o sobrecapacidad. Incluso en el apogeo de sus auges, el capitalismo solo puede utilizar de forma rentable alrededor del 80 % de la capacidad productiva disponible. En una recesión, esta cifra se reduce a alrededor del 60 %.

Esto demuestra que el capitalismo, como sistema, ha llegado a sus límites.

Auge y recesión

«La sobreproducción de capital», explicaba Marx, «no significa otra cosa que la sobreproducción de medios de producción…

El capital consiste en mercancías y, por lo tanto, la sobreproducción de capital implica una sobreproducción de mercancías».

Marx esbozó cómo los capitalistas son capaces de superar temporalmente esta crisis de sobreproducción apropiándose de la plusvalía creada por el trabajo de la clase obrera y reinvirtiéndola en la producción. Si no fuera así, ¡habría una crisis permanente de sobreproducción desde el primer día!

Por supuesto, con el tiempo, esto solo crea una capacidad productiva cada vez mayor, lo que da lugar a una mayor contradicción de sobreproducción.

Es a través de sus recesiones que el capitalismo destruye este «exceso de capacidad» y devalúa los medios de producción existentes, restaurando así la rentabilidad y preparando el camino para un nuevo repunte.

En los años 50 y 60, el capitalismo no experimentó simplemente un auge típico, sino un prolongado repunte. Durante este periodo hubo recesiones, pero apenas se notaron dada la trayectoria general al alza.

Es importante señalar que esta sólida dinámica de crecimiento se produjo en un momento en el que el gasto en defensa estaba disminuyendo, lo que contradice la teoría de Cliff de una «economía armamentista permanente».

De hecho, las economías que mejor se comportaron durante el auge de la posguerra fueron aquellas que no gastaron tanto en sus ejércitos, como Alemania y Japón, sino que pudieron invertir ese dinero en la industria productiva. Esto hizo que estas economías fueran mucho más competitivas.

Los fabricantes de armas alemanes, por su parte, también se beneficiaron de las ventas mundiales de armas, lo que supuso una fuente adicional de ingresos para el capitalismo alemán, en lugar de una sangría económica.

Economía de guerra

¿Qué ocurre cuando toda una economía se orienta hacia la guerra?

El capitalismo alemán se convirtió en una economía de guerra bajo Hitler. En 1939, la producción militar representaba alrededor del 68 % de la producción económica alemana. Pero esto era completamente insostenible desde el punto de vista económico.

Durante todo este periodo, el capitalismo alemán estuvo al borde del colapso. Hitler y su régimen se enfrentaban a la disyuntiva de declarar la guerra o enfrentarse al olvido.

Al final, Hitler declaró la guerra y conquistó la mayor parte de Europa, saqueando sistemáticamente los recursos del continente y evitando así (temporalmente) la crisis económica alemana. El armamento producido en masa se utilizó de forma eficaz, proporcionando los medios para aumentar la riqueza del imperialismo alemán.

En este sentido, desde el punto de vista económico, la economía armamentística produjo un rentable retorno de la inversión para los capitalistas alemanes… ¡hasta que Hitler fue derrotado!

En realidad, el gasto en armamento supone una enorme sangría para la economía.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se autoproclamó policía del mundo. En el ejercicio de esta función, el imperialismo estadounidense se involucró en Corea, Vietnam, Oriente Medio y otras zonas. Pero estas guerras resultaron ser una carga colosal para la economía estadounidense, convirtiendo los superávits comerciales y fiscales de Estados Unidos en déficits.

Además, los efectos inflacionarios del gasto militar estadounidense socavaron el dólar. Esto condujo al colapso del sistema monetario de Bretton Woods en 1971, lo que provocó una conmoción en toda la economía mundial.

Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética y los Estados Unidos se vieron envueltos en una carrera armamentística. Pero estos armamentos eran básicamente chatarra. En lugar de impulsar sus economías, el gasto militar resultó ser un lastre.

Esto contribuyó de manera importante al debilitamiento de la economía soviética, aunque la razón principal fue la mala gestión burocrática que estranguló la economía planificada.

Circulación, acumulación y reproducción

Marx explicó que todas las mercancías tienen un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso de un cigarrillo, a pesar de sus efectos nocivos, es ser fumado. El valor de uso de las armas es ser disparadas y utilizadas en la guerra.

Pero la mayoría de los armamentos, incluidas las armas nucleares, simplemente se almacenan. En realidad, en esta forma estática, tienen el mismo valor que un depósito de coches abandonados.

Es cierto que, como resultado de la guerra de Ucrania, estas reservas se han reducido de forma constante. Y, por supuesto, para los fabricantes de armas, los contratos gubernamentales son una fuente de jugosos beneficios. Pero esto no altera la naturaleza general de las armas en términos económicos más amplios.

Al igual que todas las empresas capitalistas, las empresas armamentísticas esperan obtener del Estado la tasa media de beneficio, si no más.

Para comprar estas armas, el Estado recurre a los impuestos, que a su vez provienen de los salarios de los trabajadores o de los beneficios de los capitalistas, es decir, de la riqueza creada en la producción real.

Por lo tanto, el gasto militar proviene en última instancia del valor producido por el resto de la economía productiva.

En otras palabras, el dinero destinado a armas representa un gasto improductivo desde el punto de vista económico: un gasto que, de otro modo, podría ser invertido por los capitalistas en medios de producción y mano de obra para generar beneficios; el desvío de los recursos económicos de la sociedad fuera de la circulación y la acumulación de capital.

Bajo el capitalismo, la clase trabajadora es explotada por los capitalistas para producir plusvalía. Este excedente es luego apropiado por los capitalistas y reinvertido en la industria. Este es el proceso de acumulación capitalista, o «reproducción».

Analizando este proceso, Marx dividió la economía capitalista en dos áreas: el «departamento I», la producción de los medios de producción, y el «departamento II», la producción de los medios de consumo.

Ambos sectores de la economía son esenciales para que el capitalismo se reproduzca y se expanda.

Sin embargo, una parte de la plusvalía creada en la producción no se reinvierte, sino que es gastada o consumida como «ingresos» por los capitalistas. Esto incluye cosas como los bienes de lujo. Esta parte del valor no forma parte del ciclo de reproducción del capitalismo.

El gasto militar funciona de la misma manera que los bienes de lujo. Es económicamente improductivo: el dinero se gasta como ingresos, no se reinvierte en la producción y, por lo tanto, no forma parte de la circulación y la reproducción del capitalismo.

El líder bolchevique Nikolái Bujarin explicó la situación de la siguiente manera:

«La producción bélica tiene un significado completamente diferente [al de la reproducción capitalista]: un cañón no se transforma en un elemento del nuevo ciclo de producción; la pólvora se dispara al aire y no aparece de ninguna manera en un nuevo proyectil en el ciclo siguiente». (Bujarin, Teoría económica en el periodo de transición).

Lo mismo ocurre con el trabajo vivo que se desperdicia en la guerra. Los soldados no desempeñan ningún papel en el proceso de producción. A diferencia de los trabajadores, no se les utiliza de forma productiva para crear plusvalía.

«El ejército, que proporciona una demanda poderosa, es decir, la necesidad de ser mantenido, no ofrece ningún trabajo equivalente», explicaba Bujarin. «Como resultado, no produce, sino que priva» (ibíd.).

En otras palabras, el ejército no produce, solamente consume.

Por lo tanto, para el sistema capitalista en su conjunto, el gasto militar es improductivo. Es un lastre para la economía.

Por la misma razón, el gasto en «defensa» contribuye a las presiones inflacionistas en la economía.

Este gasto representa una forma de capital ficticio, tal y como lo describió Marx: dinero que circula en la economía (por ejemplo, en forma de beneficios de los fabricantes de armas) sin ningún valor equivalente en términos de bienes reales.

Los ejércitos estatales y los fabricantes de armas compiten en última instancia por utilizar los mismos recursos económicos que otros sectores productivos de la economía. Esto aumenta la demanda económica, pero sin que se incremente la oferta.

De ahí la tendencia inflacionista del gasto militar, junto con todas las demás formas de gasto estatal improductivo, como los hipotéticos cavadores de hoyos de Keynes.

«Las armas antes que la manteca»

Hasta hace poco, los gobiernos capitalistas intentaban recortar el gasto en defensa. Acogieron con satisfacción el llamado «dividendo de la paz» al final de la Guerra Fría, que significaba que se podía gastar menos en defensa y más en otras cosas. Pero esa época ha llegado a su fin.

A pesar de las vanas promesas de Starmer y Reeves de convertir a Gran Bretaña en «una superpotencia industrial en materia de defensa», la industria de defensa del Reino Unido es demasiado pequeña para tener algún impacto en la economía nacional.

Según el Ministerio de Defensa, el gasto en armamento sustenta directamente unos 130.000 puestos de trabajo a tiempo completo. Si se incluyen las cadenas de suministro, esta cifra asciende a 209 000, lo que supone solo el 0,83 % de la población activa.

Creer que Gran Bretaña puede transformarse en una superpotencia militar-industrial partiendo de esta base tan reducida es pura fantasía.

Hoy en día, el Reino Unido tiene el sexto presupuesto militar más grande del mundo, que utiliza para mantener el legado del pasado imperial británico.

Starmer quiere impulsar esto atacando a los sectores más vulnerables de la sociedad. Está a favor de una política de «las armas antes que la manteca».

Los que se beneficiarán serán empresas como BAE Systems, el principal traficante de armas del país, que ha pagado 9.800 millones de libras a sus accionistas desde 2015.

Estos contratistas, junto con el resto del complejo militar-industrial, son grandes corporaciones multinacionales, chupópteros que viven del dinero de los contribuyentes.

Mientras tanto, en Europa, los políticos buscan financiar el rearme mediante un mayor endeudamiento estatal. Sin embargo, dados los elevados niveles de deuda pública existentes, esto supondrá unos costes de intereses insostenibles, lo que presionará a los gobiernos para que recorten el gasto en otros ámbitos.

Las clases dominantes de todo el mundo están decididas a hacer recaer la carga del militarismo y la crisis capitalista sobre las espaldas de la clase trabajadora.

¡Libros, no bombas!

Para la clase trabajadora, no hay salida sobre la base del capitalismo, que solo ofrece austeridad, guerra e inseguridad.

Nos oponemos firmemente al auge del militarismo. Como comunistas, nuestro objetivo es desenmascarar los intereses cínicos y la hipocresía de los capitalistas y sus secuaces, cuyo objetivo es engañarnos.

Lamentablemente, los líderes sindicales han caído en las mentiras de los capitalistas. Apoyan el aumento del gasto en defensa para ayudar a crear más puestos de trabajo para los trabajadores británicos.

Pero, ¿por qué deben los trabajadores fabricar armas para matar a otros trabajadores con el fin de crear puestos de trabajo? ¿Por qué no podemos producir bienes y servicios socialmente útiles, tal y como propusieron los trabajadores de Lucas Aerospace en la década de 1970?

Es cierto que el astillero de Barrow-in-Furness, por ejemplo, depende actualmente de contratos gubernamentales para construir submarinos nucleares. Pero a principios de la década de 1960, su trabajo más rentable era la fabricación de motores para British Rail, una contribución muy productiva a la sociedad.

El capitalismo lo ha puesto todo de cabeza.

Como explica Khem Rogaly, investigador senior del think-tank Common Wealth: «Las decisiones políticas han dejado a las comunidades dependientes de los contratos militares debido a la desinversión en los servicios públicos y la industria civil».

Esta evolución es un reflejo de la anarquía del capitalismo, que da prioridad a bombardear escuelas y hospitales en el extranjero en lugar de reconstruirlos en casa.

Los capitalistas y los imperialistas se guían por la codicia y el afán de obtener mayores beneficios, y nada más.

Debemos oponernos a esta locura capitalista. Nos oponemos a la carrera por las armas de destrucción masiva, promovida por el Partido Laborista de Starmer y por los gobiernos capitalistas de todo el mundo.

En lugar de un programa de rearme, pedimos un programa de obras públicas socialmente útiles. ¡Exigimos sanidad, no la guerra! ¡Libros, no bombas!

Defendemos un plan socialista de producción, en el que los recursos de la sociedad se utilicen de forma racional en beneficio de todos.

Solo expropiando a los multimillonarios y a sus lacayos podremos alcanzar este objetivo y crear un mundo libre de conflictos, caos y crisis.

Esto significa luchar por nada menos que la revolución socialista mundial.


  1. En referencia a la película de Kubrick “Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb”

    ↩︎

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