La aventura de Bush en Iraq: ¿quién ha ganado con ella?

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Después de cinco años de matanza mutual, miles de muertos, millones de vidas arruinadas y una guerra que no tiene final a la vista, el presidente norteamericano George W. Bush sigue insistiendo en su victoria en Iraq. George W. parece incapaz de mirar a la realidad a la cara. En realidad, no han conseguido ninguno de los objetivos proclamados en la guerra

Después de cinco años de matanza mutual, miles de muertos, millones de vidas arruinadas y una guerra que no tiene final a la vista, el presidente norteamericano George W. Bush sigue insistiendo en su victoria en Iraq. George W. parece incapaz de mirar a la realidad a la cara.

En realidad,  no han conseguido ninguno de los objetivos proclamados  en la guerra: las armas de destrucción masiva no se encontraron en ninguna parte; Iraq, en lugar de transformarse por arte de magia en una democracia burguesa títere después de echar del poder a Saddam Hussein, se ha desintegrado totalmente y se ha convertido en un semillero para todo tipo de terrorismo internacional. Eso ocurre mientras los soldados estadounidenses y los ciudadanos iraquíes pierden diariamente la vida.

Sin embargo, desde el miope punto de vista de las principales petroleras, con las que Bush está familiarizado, la guerra parece ser su victoria más grande en la historia reciente.

El hecho es que la guerra nunca pretendió proteger al mundo de las armas de destrucción masiva o llevar la democracia a Iraq. La guerra tenía como objetivo imponer el dominio de EEUU, una potencia imperialista en declive, conseguir el control del petróleo y establecer algún tipo de control en todo el inestable Oriente Medio.

El 19 de junio de 2008, The New York Times informaba que 36 años después de que Saddam Hussein nacionalizara los pozos petroleros iraquíes, el gobierno títere imperialista de Iraq ha otorgado concesiones a todas las principales petroleras mundiales para "mantener" de nuevo los pozos petroleros iraquíes. Después de 36 años han regresado: las gigantescas ExxonMobile, Chevron, Total, British Petroleum y Shell han vuelto para saquear los pozos petroleros más lucrativos del mundo. Desde su estrecha perspectiva, estas medidas del actual gobierno iraquí son bienvenidas, por esa razón, para ellas la destrucción y el derramamiento de sangre valen la pena. Pero conseguir que salga petróleo es otra cuestión diferente.

Las verdaderas razones de la guerra de Iraq

Las principales petroleras occidentales sufrieron un revés después de que Iraq y otros estados petroleros nacionalizaran sus pozos. El gobierno norteamericano consideró en serio la intervención militar. La administración Carter incluso respondió enviando una fuerza militar a la región para que pudiese intervenir en Oriente Medio rápidamente. Contemplaron incluso la posibilidad de invadir algunas zonas de Arabia Saudí, concretamente la región donde se concentran los pozos de petróleo, en caso de que el régimen cayera.

Sin embargo, en ese período, la situación en Oriente Medio era tan delicada que descartaba esa intervención. Durante la Guerra Fría, la actitud norteamericana hacia Oriente Medio se balanceó entre dos extremos. Uno era la inmensa importancia que tenía controlar el petróleo del Golfo para el capitalismo estadounidense, con la maquinaria militar y el armamento moderno que eso requería. El otro extremo era el miedo a que si EEUU se mostraba abiertamente agresivo en la defensa de sus intereses, las masas árabes se radicalizaran y pudieran surgir dirigentes que mirasen hacia la Unión Soviética en busca de ayuda.

Debemos recortar que el Partido Baath de Saddam Hussein inicialmente recibió apoyo de EEUU, cuando expulsó al pro-soviético Abd el-Karim Qasim en un golpe en 1963. EEUU sabía perfectamente bien que si intentaban sustituir a Saddam, su sucesor podría ser incluso peor para ellos. Además, a pesar de su "malicia" nacionalizando el petróleo, Saddam había demostrado ser una fuerza vital para garantizar los intereses imperialistas en la región. Pudieron contar con él para acabar con los comunistas, bloquear al régimen anti-occidental de Irán y ayudar a mantener bajos los precios del petróleo.

El argumento final contra la invasión de Iraq era que las petroleras, incluso después de perder sus concesiones, todavía conseguían ingentes beneficios del transporte, refinado, comercialización y de los productos petroleros. En ese período el suministro de petróleo era abundante y el precio subía. Sin embargo, todo eso cambió.

Desde finales de los años ochenta, todos los argumentos contra la guerra en Iraq y la recuperación del control directo del petróleo se volvieron irrelevantes. Primero, la caída de la Unión Soviética cambió la correlación de fuerzas en la región. Con los soviéticos fuera de su camino, EEUU se convirtió en la única superpotencia mundial. En las altas esferas de Washington se extendió un sentimiento contagioso de omnipotencia. Creían que ahora poseían el mundo y que podían hacer todo lo que quisieran.

En segundo lugar, como la demanda de petróleo aumentó, las reservas de petróleo en todo el mundo comenzaron a caer, aunque en la región del Golfo Pérsico se continuaban descubriendo nuevas reservas. El petróleo del Golfo Pérsico se convirtió en el más lucrativo y con las reservas más grandes del mundo. Controlar el golfo era una necesidad apremiante para el imperialismo norteamericano.

Por último, Saddam Hussein ya no cumplían su función como agente de "estabilización" en el Golfo. Frente a la bancarrota de su país después de la costosa guerra con Irán, y furioso con EEUU y sus vecinos regionales por no proporcionarle ayuda financiera después de haber combatido en Irán por ellos, Saddam decidió ocupar Kuwait. Después de atestiguar el abundante mercado petrolero de Kuwait y por tanto la reducción de los precios del petróleo, él sabía que conquistándolo tendría un mayor control sobre los precios del petróleo. Ingenuamente pensaba que podría reconciliarse con EEUU con una reducción de los precios del petróleo. Sin embargo, lo que no tuvo en consideración era quién estaba a cargo de la Casa Blanca, la familia Bush y sus vínculos muy estrechos con los gigantes del petróleo, que después de décadas, una vez más, habían puesto sus ojos en el control del petróleo iraquí.

La acumulación de estas condiciones preparó el camino para la primera Guerra del Golfo. En esa guerra, mientras la Unión Soviética aún existía, sustituir a los líderes rebeldes mediante la intervención  militar directa no era la opción elegida por el gobierno norteamericano. En esa situación delicada normalmente preferían intervenir indirectamente. Alentaban golpes de estado de la oposición local utilizando sanciones económicas y ayuda encubierta de la CIA. Así es como llegó al poder el propio Saddam, junto con otros dictadores despreciables. Por eso durante la administración Clinton hubo intentos británicos y norteamericanos de desestabilizar el régimen mediante sanciones y continuos ataques militares de bajo nivel, pero no intentaron echar a Saddam del poder a través del uso de métodos militares directos.

Como hemos visto, durante el período de George W. Bush, en las venas de los líderes estadounidenses se insufló un sentimiento de omnipotencia y con objetivos tan importantes en juego, la elección fue intervenir directamente.

Los atentados terroristas de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono sólo fueron el pretexto para algo que estaba planificado de antemano. Según un testimonio de Paul O’Neill, el anterior Secretario del Tesoro, la administración Bush comenzó a planear la invasión de Iraq casi inmediatamente después de salir elegida. En realidad, según dijo la BBC en 2005, funcionarios norteamericanos habían comenzado a buscar entre la oposición iraquí un sucesor a Saddam ya  antes del 11 de septiembre.

Las grandes petroleras comenzaron a trabajar en Iraq inmediatamente después de la invasión norteamericana, utilizando su propio personal para dirigir la extracción de petróleo y recibiendo inmunidad del gobierno títere local. El reciente acuerdo publicado en The New York Times es otro paso importante para garantizar el control estadounidense y occidental de los pozos petroleros. Asegurándose que Rusia y China estarían fuera de Iraq, garantizando así el control estadounidense de la región del Golfo y de sus pozos petroleros, el mayor tesoro de la historia de la humanidad.

La complejidad del balance de la guerra

Desde el miope punto de vista de las gigantescas petroleras de su principal mayordomo, George W. Bush, la guerra podría parece una victoria. Sin embargo, en realidad está creando nuevas contradicciones que pueden ser muy perjudiciales para el futuro del imperialismo norteamericano.

El enredo en Iraq nos enseña que los exponentes políticos de la burguesía no siempre actúan de acuerdo con los intereses de la clase a la que se supone representan. En términos de rapidez, las fuerzas norteamericanas fueron capaces de ocupar Iraq y presentar la guerra como una victoria. La camarilla de Bush pensaba que tenía el control del país y que por lo tanto podría explotar sus enormes reservas petroleras.

No obstante, las cosas son algo diferentes a lo que Bush había previsto. Desde una perspectiva política, la guerra ha sido una asombrosa derrota. El imperialismo norteamericano ha quedado debilitado con la guerra. El sentimiento de omnipotencia que impregnaba a la clase dominante estadounidense hace unos años ha demostrado ser infundado.

Subestimaron la fuerza de la resistencia local y de las implicaciones que esta guerra tendría para EEUU. Implicarse en una guerra invencible en Iraq ha dañado seriamente la capacidad de EEUU de intervenir en otras partes. También ha tenido un gran impacto sobre las propias masas norteamericanas. El hecho de que el candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, Barack Obama, sea el primer candidato en la historia en decir públicamente que algunas veces se avergüenza de su país, es una prueba de lo mal que se están poniendo las cosas. Nunca habría pronunciado estas palabras de no haber estado seguro de que millones de norteamericanos simpatizan con tal declaración. El hecho de que haya planteado la idea de una retirada paulatina de Iraq también indica cuál es el verdadero ambiente en EEUU.

La clase dominante estadounidense está intentando salir del caos creado culpando de todo a un hombre: George W. Bush. La cantinela común, compartida tanto por los dirigentes republicanos como demócratas, es que una vez Bush se haya ido todo comenzará a solucionarse. Incluso el documental extremadamente crítico con la guerra del "provocador" Michael Moore es parte de esa historia. La victoria de Obama dentro del Partido Demócrata también indica un deseo de ver alto totalmente diferente en la Casa Blanca. No obstante, ¿cuál será la respuesta de las masas estadounidenses una vez vean que Obama como presidente, si gana, continuará actuando de acuerdo con los intereses de la clase dominante norteamericana?

Las contradicciones que llevaron a la Guerra aún estarán presentes después de que Bush abandone el cargo. EEUU todavía necesitará mantener algún tipo de control sobre el Golfo y conseguir que sus competidores, principalmente Rusia y China, se queden fuera de la región. La clase dominante norteamericana se enfrenta a un dilema. Mientras Iraq siga inestable, el ejército estadounidense no se puede ir porque entonces nada podría garantizar la existencia del régimen pro-norteamericano. Al mismo tiempo, no pueden ganar esta guerra.

Por otro lado, cuánto más tiempo permanezcan allí, más difícil será la salida. Cuantos más soldados norteamericanos mueran, junto con la creciente crisis económica en EEUU, las masas exigirán cada vez más a la administración norteamericana que saque a las tropas de Iraq. El imperialismo estadounidense podría verse obligado a salir prematuramente de Iraq. De esta manera, todas las "conquistas" económicas fruto de controlar los pozos petroleros se perderán.

Parece que la segunda Guerra del Golfo ha creado una situación contradictoria e inestable. El debilitado imperialismo norteamericano pero formalmente ha fortalecido a las petroleras estadounidenses. Esta contradicción no puede continuar durante demasiado tiempo. Está claro que con el debilitamiento militar del imperialismo norteamericano también hay implicaciones serias para el conjunto del capital estadounidense.

Por esa razón, la guerra en Iraq puede ser la perdición para el "imperio norteamericano". Y esta situación se produce sólo unos pocos años después de que el imperialismo estadounidense parecía tan poderoso e incontestado a escala mundial.

¿Es Irán el siguiente en la agenda imperialista?

Hay otro país en el Golfo Pérsico que hace mucho escapó al dominio de EEUU: Irán. En una situación ideal, controlando Irán junto con Iraq y el resto de los Estados del Golfo, definitivamente se completaría la imagen del dominio mundial norteamericano. Le daría el control de unas inmensas reservas de petróleo. Rompería el cartel independiente de la OPEP y daría al capital estadounidense casi la total capacidad de controlar los precios del petróleo en su propio interés. Los beneficios también serían inmensos.

En determinado momento parece que Bush preparó un ataque contra Irán, pero el lodazal de Iraq ha cambiado esa perspectiva. Si son incapaces de detener la insurgencia en Iraq tampoco pueden esperar el dominio de Irán. El fracaso en Iraq ha obligado a la clase dominante norteamericana a reconsiderar seriamente toda su estrategia. Incluso el obtuso Bush ha tenido que comenzar a pensar en términos de la situación real sobre el terreno y no en el mundo ideal de su limitada capacidad cerebral.

El Informe Baker, o como se le conoce oficialmente: The Iraq Study Group Report: The Way Forward, A New Approach, publicado en diciembre de 2006, da una solución totalmente diferente. Sugería reducir las fuerzas militares norteamericanas en Iraq a un mínimo e implicar a Irán y Siria para que ayuden a poner fin al combate. A Bush no le gustaron demasiado las propuestas de ese informe pero sí revelaban claramente el pensamiento de un sector importante de la clase norteamericana. Habían llegado a la conclusión de que la guerra no se podía ganar, que era demasiado cara y provocada problemas muy serios. Las contradicciones creadas en Iraq hicieron imposible que  el imperialismo norteamericano interviniera directamente en Irán. Lo irónico de todo es que Irán, clasificado como unos de los "regímenes bribones" del mundo, ha salido fortalecido en la región.

Sobre la base de esta nueva situación, la perspectiva de un ataque estadounidense a Irán se ha debilitado. Inicialmente, se habló de un ataque de misiles norteamericanos contra las instalaciones nucleares iraníes, pero incluso esto cada vez es más improbable. ¿Cómo resolverá este dilema? Entre el séquito de Bush ha aparecido la idea de que puede haber una salida a esta complejidad. EEUU podría basarse en uno de sus Estados satélites en la región para proteger sus objetivos económicos, mientras que la carga política se la lleva ese país satélite.

¿Puede resolver el problema Israel?

Ese Estado satélite es Israel. Recientemente, funcionarios veteranos israelíes han planteado repetida y amenazadoramente la idea de que Israel está muy cerca de tomar medidas militares contra Irán, utilizando como pretexto sus proyectos de energía nuclear. Además, tanto el presidente norteamericano de turno, los dos candidatos han hecho declaraciones claras de apoyo a Israel y su "derecho a defenderse", han puesto la luz ámbar a Israel, indicándose así que pueden preparar el ataque.

En Israel, el Estado está utilizando los medios de comunicación para su propaganda contra Irán. Los medios de comunicación mantienen un bombardeo constante sobre las masas israelíes con aterradoras imágenes de la "locura", "fanatismo" y el "antisemitismo" de los líderes iraníes con su arsenal nuclear. Incluso han reclutado a la "ciencia" para esta misión. Un "experto" israelí en el Islam con reputación internacional, el profesor Moshe Sharon, dijo recientemente en una entrevista en una radio pública, que "según los principios chiíes", Irán, aunque no se los provoque, utilizaría el armamento atómico contra Israel tan pronto como desarrolle capacidad nuclear.

Un conflicto militar entre Israel e Irán provocaría miles de víctimas, incluso más. Después de perder la guerra del Líbano, la clase dominante israelí, y sus jefes militares, necesitan demostrar que aún son una fuerza militar poderosa. Están alimentando la ilusión, alimentada por la burocracia militar, de que las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) puede que sean incapaces de luchar contra fuerzas guerrilleras, pero que sí son los más capacitados para luchar contra un ejército regular.

El hecho de que deseen una guerra como una forma de desviar la atención de la crisis interna tan seria a la que se enfrenta Israel, se puede ver en el bombardeo de instalaciones sirias no hace mucho tiempo. El problema era que los sirios no tragaron el anzuelo, se negaron a tomar represalias. Siria habría sido ideal, comparte una frontera con Israel y hubiera sido posible una guerra convencional. ¿Cómo Israel luchará una guerra convencional contra Irán, con los dos ejércitos enfrentándose sin una frontera común? Esto significa que un enfrentamiento militar entre Israel e Irán quedaría reducido a una campaña de bombardeos.

En cualquier caso, una gran parte de los programas de entrenamiento del ejército israelí de los últimos años se dedicó más a combatir el terrorismo y la lucha guerrillera que a la lucha contra ejércitos regulares. Además, la experiencia de combate de los soldados se ha centrado sobre todo en la vigilancia de los Territorios Ocupados. Estos soldados puede que sean expertos en bravuconear, destruir casas, perseguir y disparar a los trabajadores palestinos y a prisioneros torturados, pero su formación de combate es mucho más cuestionable. Las filas superiores del ejército no están en una situación mejor, consumidas por la avaricia y la corrupción, se preocupan mucho más por sus futuras carreras políticas e inversiones financieras que sobre la forma en que se encuentran el ejército que ellos dirigen, como reveló la última guerra contra el Líbano.

Por encima de todo esto, cuando la administración norteamericana intenta reanudar las relaciones diplomáticas con Irán, un ataque de Israel no ayudaría en nada a la situación. Está claro que la administración estadounidense y la clase dominante israelí ven las cosas de manera diferente en este tema. Basta con recordar el "goteo" en EEUU sobre fuentes de inteligencia diciendo que Irán no realiza la investigación nuclear para propósitos militares. Eso claramente perjudica a la capacidad de Bush de convencer a la opinión pública norteamericana de la necesidad de ataques aéreos contra Irán. Fuentes de inteligencia israelíes inmediatamente hicieron una declaración de que sus fuentes de información dicen que Irán sí lleva a cabo programas de investigación nuclear para propósitos militares. Claramente, los intereses del imperialismo norteamericano y los de la clase dominante israelí no son siempre los mismos.

Israel, por su propio interés, podría lanzar ataques aéreos contra Irán. Dirían que se trata de detener el programa nuclear. El problema es que Israel no puede detener la investigación nuclear de Irán. En el mejor de los casos puede dañarlo, retrasarlo o ralentizarlos. Pero sólo convencería a los iraníes de la necesidad de acelerar el programa nuclear, como una manera de disuadir futuros ataques. Independientemente de lo que ocurra, no es probable que Israel pueda salvar a EEUU de sus contradicciones en Oriente Medio.

Los medios de comunicación en Israel están azuzando la locura bélica, pretenden que Irán es una amenaza a la existencia misma de Israel. Pero incluso aquí hemos visto que las amenazas verbales por parte del presidente iraní realmente son para consumo interno. El régimen iraní se enfrenta a un caos interno cada vez mayor, con huelgas y protestas estudiantiles. Las condiciones de vida de las masas son cada vez más insoportables. En realidad, las condiciones para la revolución están madurando y el régimen se está debilitando. Tarde o temprano caerá.

Los analistas burgueses serios en occidente pueden ver que el régimen es débil y tienen una forma de abordar la situación diferente. Esto implica el inicio de lazos diplomáticos, entablar un "diálogo" con el régimen iraní, apertura de su economía, utilizar la inversión como una manera de presionar al régimen para que se mueva en la dirección que quiere el imperialismo.

En Israel también hay problemas sociales y económicos cada vez más intensos. Hay una crisis por arriba con un escándalo tras otro, en los que está implicado el propio Olmert.  Los tambores de guerra son un instrumento útil para desviar la atención de la población de los problemas reales.

La tragedia en Israel es que no existe una dirección en el movimiento obrero preparada para ofrecer una verdadera alternativa. La dirección de la federación sindical israelí, el HIstradut, tiene una historia de vender a los trabajadores israelíes al Estado cuando se plantean las cuestiones de "seguridad nacional". Por otro lado, las masas israelíes aún están convencidas de que el ejército tiene un papel protector contra el "bárbaro" mundo árabe. Creen que están rodeados por regímenes hostiles que sólo quieren ver el fin de Israel. Pero no es verdad. Los despóticos gobernantes árabes también encuentran en Israel un instrumento útil. Pueden culparle de todos los males que afligen al mundo árabe. Condenan de palabra a Israel, mientras en la práctica ellos son aliados del mismo imperialismo norteamericano que apoya a Israel. El caso de Arabia Saudí es el más obvio, pero la mayoría comparte una situación similar.

La situación es trágica. La clase dominante israelí puede llevar a la nación a otro conflicto militar que no resolvería ninguno de los problemas. Las masas israelíes tarde o temprano despertarán y comprenderán la verdadera naturaleza del Estado israelí, que en absoluto es proporcionar una patria segura para los judíos. En realidad es un satélite del imperialismo en la región, aunque inestable.

Los intereses de las masas israelíes y los de la clase dominante sionista no son los mismos. Los sionistas usan al miedo histórico de las masas israelíes a un nuevo holocausto, para mantenerlas dentro de la camisa de fuerza política. Para romper esa camisa de fuerza es necesaria una verdadera perspectiva socialista.