¿Por qué invadió Afganistán la burocracia rusa?

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En la reacción internacional que han provocado los acontecimientos en Afganistán se pueden ver los antagonismos nacionales y los conflictos sociales que afectan hoy al mundo capitalista. Para los trabajadores avanzados del movimiento socialista y del movimiento obrero mundial es vital comprender claramente estos acontecimientos para poder responder a los argumentos de los políticos capitalistas.

Antes de ocuparnos de cuestiones como la diplomacia y el dominio político, es necesario recordar brevemente el desarrollo de la revolución afgana. Afganistán es un país montañoso donde sólo se puede cultivar una quinta parte de la tierra. Cuenta sólo con 20 millones de habitantes en un área tan grande como la de Francia. Su posición estratégica ha hecho que el país sea propenso a la invasión extranjera. Durante la segunda mitad del siglo XX ha permanecido como un estado feudal. Sin embargo, este remoto país atrapado en las cadenas feudales y la superstición, ha caído inevitablemente bajo la presión del mundo moderno.

Con el mantenimiento de las relaciones feudales no era posible seguir hacia adelante. El 97% de las mujeres y el 90% de los hombres son analfabetos. Aproximadamente el 5%, los terratenientes, acapara más del 50% de la tierra fértil. No hay ferrocarriles y sólo en los últimos veinte años, con la ayuda rusa, este país ha conseguido tener un sistema de carreteras.

Históricamente Afganistán fue un país codiciado tanto por la Rusia zarista como por el imperialismo británico. Cuando colapsó el dominio británico en el subcontinente indio, la influencia del imperialismo fue reemplazada por la influencia de la burocracia soviética.

Primero la burocracia apoyó al régimen monárquico y después, cuando éste fue derrocado por Daud, apoyó a este último. Con el sistema social afgano en un callejón sin salida, la presión del capitalismo y el estalinismo en sus fronteras inevitablemente tuvieron un enorme efecto sobre el país.

En abril de 1978 la miseria de las masas y la corrupción del régimen de Daud provocaron un golpe bonapartista proletario. El bonapartismo proletario es un sistema en el que se ha abolido el capitalismo y el latifundismo, pero donde el poder no ha pasado a la población, sino que continúa en manos de un partido o una dictadura policiaco-militar. El golpe se precipitó cuando Daud intentó acabar con toda la oposición. El golpe derrocó un régimen burocrático feudal que sólo permitía la existencia de un partido político. La pequeña clase obrera del país no tenía organizaciones sindicales.

Si la revolución hubiera adoptado la forma de un movimiento de masas, entonces, el resultado habría sido diferente a lo que ocurrió en Afganistán. El golpe de abril de 1978 fue un movimiento que se basó en la elite del ejército, en los intelectuales y en las capas superiores de los profesionales de clase media urbana.

En primer lugar, organizaron el golpe como una medida preventiva contra los intentos de exterminarlos. Actuaron guiados por la propia conservación aunque también los guiaba la idea de llevar a Afganistán al mundo moderno. Una vez en el poder abolieron las hipotecas y otras deudas contraídas por los campesinos, que estaban completamente dominados por los usureros, y emprendieron la reforma agraria. Al mismo tiempo anunciaron la nacionalización de “todo aquello que merezca ser nacionalizado”.

A diferencia de elite etíope, no enviaron a miles de estudiantes a cada rincón del país, a cada valle o montaña de Afganistán para explicar las reformas. Por consiguiente, para las masas campesinas no eran evidentes los beneficios de la revolución de abril. Una revolución, en el sentido clásico, empieza desde abajo con la participación de la mayoría de la población. Pero en este caso, la revolución comenzó por arriba, los intelectuales de las ciudades que estaban al frente se quedaron aislados de la aplastante mayoría de la población que vivía en el campo y las montañas.

Entre otras reformas aprobadas estaba la abolición del “precio de la novia”, la venta de las mujeres a los futuros maridos para el beneficio de la familia, normalmente, el cabeza de familia masculino. Además el programa de eliminación del analfabetismo incluía a mujeres y hombres. Estas dos medidas provocaron un gran resentimiento en el sector más reaccionario y atrasado de la población.

Utilizando esto y las supersticiones del campesinado, los miembros de las tribus de las montañas, incitados por los reaccionarios musulmanes, mulás, monárquicos, terratenientes y otra gentuza parecida, empezaron a organizar una guerra de guerrillas contra el nuevo régimen de Kabul.

Desde tiempos inmemoriales, los gobiernos de Kabul han mantenido una tensa relación con los miembros de las tribus de las montañas. Y ocurrió lo mismo con el nuevo gobierno revolucionario encabezado por Taraki. La rebelión fue una variada insurrección de cientos o incluso de miles de miembros de tribu desunidos y agrupados en diferentes valles y montañas. Muchos eran bandidos y criminales “dispuestos al saqueo”.

Carecían de armonía, incluso en las mejores condiciones los rebeldes habrían tenido dificultades para mantener una guerra nacional contra el régimen de Kabul. Pero esta chusma desunida, con cientos de miles buscando refugio en Pakistán, estaba subrepticiamente financiada con dinero de Arabia Saudí y con armas de Pakistán, y hasta cierto punto de China.

El régimen bonapartista proletario en China siempre parece apostar por el caballo perdedor, deslumbrado por el odio que le produce la extensión de la influencia del bonapartismo proletario de Rusia. Sin lugar a dudas, Estados Unidos -a través de la CIA- dio dinero y armas a los rebeldes.

El consejo revolucionario de Afganistán en agosto de 1978 tomó la decisión de “distribuir entre los campesinos la tierra de los terratenientes”, que constituía aproximadamente el 80% de las zonas agrarias del país. El 12 de julio el consejo decidió cancelar los préstamos e hipotecas de los campesinos y reducir los privilegios de los oficiales de las fuerzas armadas. Babrak Karmal, entonces viceprimer ministro —ahora presidente—, el 10 de mayo le dijo al primer ministro libio que igual que la revolución libia de septiembre de 1969, la revolución afgana también se derivaba de “los dos principios del Islam”. “Nunca ha existido un partido llamado comunista en Afganistán. No es un secreto nuestro compromiso con los pueblos oprimidos. El acontecimiento de la semana pasada libra a Afganistán de la aristocracia. Será un programa de reforma agraria, los precios bajarán; los salarios subirán, y también será un programa de nacionalización de todo aquello que merezca ser nacionalizado”.

Con estas medidas reformistas la propiedad de la tierra se limitó a seis hectáreas o quince acres por familia, poco más en el caso de tierra poco fértil. La tierra que sobrepasaba estos límites se distribuía entre los campesinos pobres. El gobierno estimuló la propiedad privada de las pequeñas y medianas empresas, tanto en la agricultura como en la industria. Pero los campesinos pobres carecían de los instrumentos agrarios necesarios para formar cooperativas.

Una consecuencia directa de la forma en que se inició el régimen bonapartista proletario es que no consiguió inmediatamente el apoyo de las tribus y los campesinos. Los grandes y medianos terratenientes aprovecharon el atraso de los miembros de las tribus para incitarlos contra el régimen “ateo” y “comunista” de Kabul. Esta insurrección, a su vez, provocó inestabilidad dentro de las propias filas del régimen. El presidente Taraki exilió a Babrak a Checoslovaquia como embajador.

El partido “comunista” cambió su nombre por el de Partido Democrático del Pueblo, que era una fusión de dos partidos comunistas, los partidos Khalq y Parcham. El Partido Parcham era una escisión, encabezada en 1967 por Babrak Ramal, del Partido Khalq,  más tarde siguió los dictados de la política de Moscú y apoyó al presidente Daud cuando tomó el poder en 1973. Taraki y Amín se opusieron a este golpe de estado. ¡Así es como la burocracia rusa apoyaba la transformación socialista de Afganistán en aquella época! Más tarde, las dos facciones se unificaron y, bajo la presión de Moscú, Taraki comenzó a oponerse a la línea dura de Amín contra los mulás reaccionarios.

Después de una reunión en Moscú con Breznev, Taraki regresó a Kabul con la intención de destituir a Amín. Este último se anticipó a Moscú y asesinó a Taraki. Pero Amín todavía dependía de Moscú y cada vez tenía más problemas debido a su política de línea dura que pretendía acabar con la guerra de guerrillas en las montañas. Su régimen sólo controlaba las grandes ciudades.

Los rusos querían -y todavía quieren- un régimen que incluya a los mulás para conseguir poner un pie firme en la zona. La burocracia rusa intervino directamente porque no podía tolerar el derrocamiento -por primera vez desde la posguerra- de un régimen basado en la eliminación del capitalismo y el latifundismo, y la victoria de la contrarrevolución capitalista feudal, sobre todo, en un estado fronterizo con la Unión Soviética. Los burócratas del Kremlin temen que el fermento reaccionario en Afganistán pueda extenderse y afectar a la población musulmana en las regiones vecinas de Rusia. Los musulmanes representan una cuarta parte de la población de la Unión Soviética.

La burocracia rusa se ha visto obligada a intervenir, no sólo debido a la posición estratégica de Afganistán, también por razones de poder y prestigio. Esta intervención no tiene nada en común con la política del bolchevismo en el pasado. La intervención de Rusia se ha convertido en una cuestión internacional de primera magnitud. La prensa, la radio y la televisión de todo el mundo están llenas de denuncias indignadas sobre la agresión rusa. Esta campaña de propaganda contra la intervención en los asuntos de otro pueblo es completamente hipócrita.

Si se mira el período reciente, los crímenes del imperialismo antes y después de la guerra, especialmente la intervención de Estados Unidos en Vietnam y contra aquellos movimientos que pretendían acabar con la dominación capitalista, es evidente la hipocresía de esta indignación, sobre todo la que procede de la clase dominante estadounidense. No se escuchó ninguna palabra de denuncia cuando Francia intervino en Zaire, Chad y otros países africanos. Tampoco se reprendió a Bélgica cuando sus paracaidistas hicieron una incursión en Zaire. Tampoco se amenazó a Bélgica con sanciones comerciales. Últimamente el imperialismo estadounidense ha instigado el uso de tropas sudafricanas en Angola. En la actualidad todavía las tropas sudafricanas siguen en Rodesia para utilizarlas si es necesario contra las guerrillas del Frente Patriótico. Ni una sola palabra de protesta por parte de la “Commonwealth” para exigir la retirada de las tropas sudafricanas. Las potencias imperialistas tienen las manos manchadas de sangre y con su descarada doble moral son las menos indicadas para pedir a los pueblos del mundo una base “moral”.

Las medidas adoptadas por el imperialismo estadounidense son medidas de clase. La ruptura de los acuerdos comerciales, la negativa a enviar grano y otras medidas similares, son represalias contra el pueblo ruso y afectarán bastante poco a la burocracia rusa. El imperialismo estadounidense ha tomado estas medidas malévolas no por la burocracia totalitaria, sino a pesar de ella. Intentan golpear a Rusia por el carácter de clase de la Unión Soviética y porque ha eliminado el latifundismo y el capitalismo.

Con relación a esto nos encontramos con la curiosa postura de los partidos comunistas europeos. Por un lado, intentan distanciarse de la burocracia rusa por la naturaleza totalitaria del régimen. Y por otro lado, siguen declarando que se trata de un régimen “socialista”. Los partidos comunistas de Italia y España han condenado la intervención rusa en Afganistán, mientras que el partido comunista de Francia ha adoptado una postura ambigua. En lugar de ver el proceso desde el punto de vista de la lucha de clases internacional y las relaciones de clase entre las naciones, el Partido Comunista y los “tribunos” [la izquierda del Partido Laborista Británico] han adoptado una posición llena de “principios” abstractos. “Ninguna agresión entre los pueblos”, apoyo a las Naciones Unidas y otras cosas por el estilo. Han condenado la intervención rusa sin explicar nada más. Para ellos esta intervención ¡no es agradable! Mantienen una visión piadosa, sentimental y de clase media: un país “socialista” no se debe comportar así.

Se trata de la otra cara de la política del “socialismo en un solo país”. En sus primeros años la burocracia rusa rebatía a Trotsky cuando éste decía que se debía utilizar el Ejército Rojo como un instrumento de la revolución socialista internacional. Ahora tenemos el uso burocrático del Ejército Rojo sin el apoyo de los trabajadores y sin apoyar el movimiento hacia la revolución socialista.

A los estalinistas rusos no le importa la opinión de la clase obrera. A los capitalistas tampoco pero intentan engañar a los trabajadores. Los marxistas sólo pueden conseguir el apoyo consciente de los trabajadores de todo el mundo si van con la verdad por delante. Esto es lo que ocurría en el estado ruso dirigido por Lenin y Trotsky. Se basaban en las acciones y la propaganda que podía elevar el nivel de conciencia de la clase obrera mundial. Defendían el verdadero derecho de autodeterminación de los pueblos. Todo aquello que elevaba el nivel de conciencia de la clase trabajadora estaba justificado y todo lo que tenía el efecto contrario estaba condenado. Ese es el criterio que se debe utilizar, los trabajadores avanzados deben apoyar todo aquello que extienda el internacionalismo y el poder de la clase obrera, y deben condenar aquello que provoca el descenso de la conciencia de clase y exacerba las divisiones nacionales.

La lucha de clases no se puede detener en las estrechas fronteras nacionales. En Francia, en 1968, tuvimos la solidaridad instintiva de la clase obrera internacional con los trabajadores franceses. Los trabajadores alemanes, italianos, holandeses, belgas y otros se negaron a convertirse en esquiroles de sus hermanos y hermanas franceses. Estaban dispuestos a prestar toda su ayuda a la lucha de clases en Francia. Los trabajadores del transporte, aeropuertos ferrocarriles, todos los sectores de la clase obrera estaban instintivamente dispuestos a solidarizarse con ellos, en esto se basa el movimiento internacional de la clase obrera.

Por otro lado Trotsky explicó, en el período del ascenso de Hitler, que el Ejército Rojo debería ser movilizado -e incluso utilizado- para ayudar a la clase obrera alemana si ésta lo solicitaba para evitar que Hitler llegara al poder. Pero esto también presuponía una política correcta dentro de la propia Alemania.

Si el partido comunista hubiera ofrecido la formación de un frente único a los socialdemócratas, se podía haber evitado la llegada al poder de Hitler. Probablemente no hubiera sido necesario utilizar al Ejército Rojo. Pero se podía haber movilizado al Ejército Rojo para ayudar a los trabajadores alemanes frente a una posible intervención del capitalismo británico y francés. La tarea del Ejército Rojo habría sido de ayuda, no de sustitución, de la revolución socialista en Alemania. Si se hubiera aplicado esta política la clase obrera mundial podría haberse librado de la pesadilla y el sufrimiento del totalitarismo hitleriano y de la sangría que supuso la Segunda Guerra Mundial y que costó la vida a millones de personas.

Los problemas de la clase obrera no se resuelven porque las potencias tengan un comportamiento agradable o “moral”. Se trata de una cuestión de clase y una cuestión social. Lo que debe determinar la política y la actitud de los socialistas, son los intereses de los trabajadores frente a los intereses de los capitalistas. Lo que determina la política de las naciones capitalistas sólo son los beneficios, el poder, los privilegios, el prestigio y la demarcación de esferas de influencia dentro de la dominación neocolonial del mundo, particularmente, en los países subdesarrollados. Esta es la ideología desnuda del capitalismo. Intentan disfrazarla con todo tipo de subterfugios y moralinas, cuando en realidad es lo que determina la política de EEUU, Francia, Japón, Alemania y los demás países capitalistas.

Por otro lado, la política de Rusia, China y otros regímenes bonapartistas proletarios está determinada, no por los intereses de la clase obrera mundial, tampoco por su “socialismo”, sino por los ingresos, el poder, el prestigio y los privilegios de la casta burocrática que usurpó el poder en la Unión Soviética. Pero estos regímenes tienen bases sociales diferentes, las potencias capitalistas apoyan todo tipo de regímenes capitalistas, oscurantistas, corrompidos, reaccionarios y semifeudales, como en Vietnam. Los líderes rusos apoyan la revolución de los países atrasados cuando ésta adopta la forma distorsionada del bonapartismo proletario, y apoyan estos movimientos sólo cuando consideran que son buenos para sus propios intereses.

Probablemente a Moscú la ha tomado por sorpresa la insurrección del ejército, la clase media y el Partido Comunista de Afganistán. Pero una vez ha ocurrido, han decidido aprovecharse y colaborar con ellos. Pero no es cierto que tuviesen noticias del golpe de estado en abril de 1978.

Sin embargo, mientras que sí pueden tolerar revoluciones distorsionadas en los países atrasados, no pueden permitirse ese lujo en los países desarrollados. Se han opuesto a la transformación socialista en los países avanzados porque sería una amenaza para su dominio en Rusia. Los dirigentes de un régimen socialista democrático en cualquier país avanzado del mundo inmediatamente se convertirían en una amenaza para Rusia, China y otros países estalinistas. En los países atrasados, donde la eliminación del feudalismo y el capitalismo ha servido para crear una elite burocrática a imagen y semejanza de la existente en Rusia y China, sí se permiten el lujo de apoyarlos. El final del feudalismo y del capitalismo en un país como Afganistán abre la puerta para que esta sociedad arcaica entre en el siglo XX, por lo tanto, es un acontecimiento progresista.

Si consideramos la intervención rusa de una forma aislada, entonces deberíamos dar nuestro apoyo crítico. Pero debemos tener en cuenta el efecto reaccionario que va a tener en la conciencia de la clase obrera mundial, y esto es mil veces más importante que los acontecimientos en un pequeño país como Afganistán, por eso los marxistas nos oponemos a la intervención rusa. El peligro en la situación actual es la alienación de los trabajadores de Japón, Europa occidental, Estados Unidos y otros países avanzados de las ideas de la revolución socialista. Ésta se puede ver en la actitud de los Tribunos. Como en el caso del Partido Comunista, desgraciadamente se basan, no en el movimiento real de la lucha de clases y las relaciones entre la grandes potencias, todo lo contrario, se limitan sólo a hacer condenas ”morales” abstractas.

Para ellos las fronteras erigidas durante los últimos dos siglos son sacrosantas. En el caso de Afganistán están satisfechos con fronteras que dividen nacionalidades entre Pakistán, Afganistán y otros estados vecinos.

Apelan a las Naciones Unidas para la resolución de estos problemas, como le ocurrió anteriormente a la Liga de las Naciones, la ONU desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 ha sido incapaz de evitar ninguno de los conflictos que han provocado la muerte de 25 millones de personas desde 1950.

La impotencia de las Naciones Unidas también se ha podido ver en su incapacidad de poner fin a la monstruosa carrera armamentística. Cada año se dedican 250.000 millones de dólares en gasto militar, dinero que si se utilizara para otros fines productivos podría transformar fácilmente el mundo. Estos antagonismos son un reflejo de las contradicciones dialécticas entre los estados capitalistas y, sobre todo, de la principal contradicción de nuestra época, por un lado la existencia de los estados estalinistas, y por otro lado, la existencia de los países capitalistas. Hay condenar la intervención rusa en Afganistán, a pesar de sus aspectos progresistas, por sus efectos en las ideas de la clase obrera mundial. Robespierre dijo hace tiempo que “los misioneros con bayonetas” nunca son populares.

Pero la exigencia de las potencias imperialistas, apoyada por el Partido Comunista y el grupo Tribuna, de retirada de las tropas rusas de Afganistán es una utopía. Evidentemente Rusia ha vetado esta exigencia en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La exigencia de la retirada estadounidense de Vietnam sólo tuvo éxito por la presión de la población y los soldados estadounidenses cansados ya de la guerra sucia. Pero la naturaleza de clase reaccionaria de la oposición en Afganistán le impide tener éxito en la expulsión de las fuerzas rusas.

Si la revolución afgana tuviera un carácter clásico —en las líneas de Octubre de 1917 en Rusia— entonces, lejos de intervenir, la burocracia rusa habría tenido serias dificultades para mantenerse en el poder en su propio país.

Las Naciones Unidas son simplemente un foro en el que se debaten las luchas secundarias entre las grandes potencias. No pueden resolver ningún tema importante, sobre todo por la existencia del derecho a veto de cualquier resolución presentada en el Consejo de Seguridad. De esta forma consiguen paralizar este organismo cuando se trata de temas importantes para sus intereses vitales. La solución de los antagonismos nacionales, de la carrera armamentística o de los problemas de la guerra, sólo se pueden conseguir con el derrocamiento del capitalismo y el estalinismo, mediante la creación de una Federación Socialista Democrática de los Estados Unidos de Europa y el resto del mundo. Esta es la única solución final para los problemas mundiales

Los llamados políticos “prácticos” que intentan dirigir la realidad con resoluciones de condena moral son completamente utópicos. Esperan que los tigres del capitalismo y la burocracia se hagan vegetarianos y que coman sólo hierba. Desgraciadamente, el león no se acuesta con el cordero, se lo come.

Los antagonismos y contradicciones surgidas en el transcurso de los últimos cincuenta años sólo se pueden superar con el control democrático de la clase obrera, nacional e internacionalmente.

Pero las medidas progresistas de eliminación del latifundismo y el capitalismo en Afganistán, han conseguido que los imperialistas no obtengan lo que esperaban. EEUU, Pakistán y China, suministran armas y dinero a los rebeldes, pero no va a ser un “Vietnam” afgano para Rusia, como esperan los imperialistas estadounidenses.

En Vietnam los imperialistas estadounidenses se basaron en los terratenientes corruptos, el ejército y los capitalistas, mientras se oponían a la mayoría de la población vietnamita. En Afganistán los campesinos pobres y los pueblos minoritarios se beneficiarán de los cambios sociales, por eso el nuevo régimen, a pesar de la cuestión nacional, podrá consolidarse.

El imperialismo estadounidense, a pesar de ser una gran potencia mundial militar e industrial, fue derrotado por un ejército de campesinos con pies descalzos en Vietnam, era una cuestión de clase, se trataba de la opresión social y nacional, y además estaba claro que EEUU era un opresor extranjero. En Afganistán, cuando la contrarrevolución sea derrotada, las tropas rusas se retirarán.

El malicioso deseo de los imperialistas de que sea una guerra larga y desastrosa sólo es un error de cálculo. El régimen bonapartista y los rusos llegarán a algún tipo de acuerdo con los mulás.

El imperialismo estadounidense en el mundo respalda todo aquello que tenga un carácter reaccionario. Ahora quieren reforzar su apoyo al general Zia en Pakistán. Esto al final se volverá en contra de los estadounidenses.

La represalias comerciales pueden conseguir que los rusos al final terminen apoyando a los baluchis y los phastun en Pakistán. Podrían sin quererlo acelerar la desintegración de Pakistán.

Antes de que las cosas vayan demasiado lejos es probable que en un futuro no demasiado lejano la burocracia y EEUU lleguen a algún tipo de acuerdo. La burocracia china ha condenado el movimiento ruso en Afganistán, aunque ellos hicieron exactamente lo mismo en el Tíbet cuando conquistaron el país para acabar con una rebelión contrarrevolucionaria.

Merece la pena recordar que la ocupación del Tíbet por parte del Ejército Rojo chino no recibió ninguna condena por parte de los capitalistas, porque estos acontecimientos en una zona tan remota de Asia apenas los afectaba.

La intervención de China -sin embargo- sí provocó una guerra entre la India y China. Pero los imperialistas adoptaron una posición neutral y no tomaron represalias contra ninguno de los dos países.  No ocurrió lo mismo cuando el ejército indio intervino en Bangladesh para ayudar al pueblo bangladeshi en su lucha contra la opresión de Pakistán. Los trabajadores y activistas del movimiento obrero deben basarse en un análisis marxista de clase. Esta es la única forma de acabar con toda la propaganda hipócrita e histérica lanzada por la clase capitalista y sus medios de comunicación. Sólo un análisis marxista nos permitirá comprender los problemas nacionales e internacionales. Es un arma de lucha para transformar la sociedad en interés de la clase obrera.

Sólo analizando los intereses de clase que hay detrás de los choques y contradicciones internacionales es posible comprender el mundo moderno y preparar a la clase obrera para la necesaria transformación de la sociedad.