Acabo de leer una entrevista a Eric Hobsbawm realizada por Wlodek Goldkorn, en L’Espresso. Como la mayoría de sus últimos escritos, no es más que un glosario de divagaciones incoherentes sin pies ni cabeza. Pero una o dos frases se destacan a todo color. Hobsbawm les asegura a los lectores de L’Espresso que no existen motivos de preocupación importantes acerca del futuro del capitalismo.
Así es como Goldkorn resume la entrevista:
¿Crisis? ¿Qué crisis?
«La noticia de la muerte del capitalismo es cuanto menos prematura, el sistema económico y social que ha dominado el mundo durante cientos de años ni siquiera está enfermo, basta con mirar a China para convencerse de ello y ver lo que nos depara el futuro. En Oriente, las masas campesinas están entrando en el mundo del trabajo asalariado, dejando al mundo rural y convirtiéndose en proletarios. Un fenómeno nuevo ha nacido, sin precedentes en la historia, el capitalismo de Estado, donde la vieja burguesía ilustrada, creativa, aunque depredadora -como Marx la describió en el Manifiesto Comunista– ha sido sustituida por instituciones públicas. En resumen, no estamos viendo el Apocalipsis ni hay ninguna revolución a la vuelta de la esquina. El capitalismo está simplemente mudando su piel «.
Cuando habla del socialismo, el profesor Hobsbawm se hunde en el más profundo pesimismo. Pero en cuanto habla de las perspectivas para el capitalismo, de inmediato se anima y expresa su plena confianza en las perspectivas de futuro del mismo. Uno rebuscaría en vano en los editoriales de la prensa burguesa para encontrar ese optimismo hoy y, de hecho, el periodista italiano no parece quedar totalmente convencido con el diagnóstico optimista del profesor, por lo que se aventura a preguntarle si existe una cura para un sistema que, con el debido respeto, se halla muy claramente enfermo.
A la pregunta: «¿Hay una cura?», responde el profesor:
«Sí, siempre y cuando se entienda que la economía no es un fin en sí mismo, sino que afecta a los seres humanos [!]. Se puede comprobar al observar el progreso de la crisis. Según las creencias anticuadas de la izquierda, la crisis es probable que produzca revoluciones. No hemos visto esto (con la excepción de algunas amargas protestas). Y como no sabemos qué problemas van a surgir, no podemos saber cuál ha de ser la solución».
Estas declaraciones se parecen al Oráculo de Delfos. Suenan misteriosas y profundas, pero carecen totalmente de contenido concreto. Nuestra atención se dirige al hecho de que la economía no constituye un fin en sí mismo.
Cuando nuestros antepasados paleolíticos fabricaron su primer hacha de piedra, parece que esto no era solo un acto autosuficiente, sino que en realidad tenía algún propósito. Tan maravilloso descubrimiento sin duda se merece un gran reconocimiento.
A partir de este gran descubrimiento, el profesor nos informa ahora de que la actividad económica afecta a los humanos. Esta profunda verdad tiene una aplicación universal, y se puede demostrar como verdad respecto a todos los aspectos conocidos de la actividad productiva humana. Se le puede aplicar con seguridad, no sólo al capitalismo, sino a todos los modos de producción que conozcamos, pasado, presente o futuro.
Sin embargo, alguien podría señalarle respetuosamente al profesor Hobsbawm que el sistema capitalista, además de afectar a los seres humanos, es bien conocido por basarse en la producción con fines de lucro. Sin embargo, haciendo caso omiso de este hecho notorio, el Profesor Rojo continúa con sus variaciones sobre el tema de la actividad económica «que afecta a los humanos», de la que extrae una conclusión interesante.
¿Capitalismo de Estado?
«No es obvio que el capitalismo pudiese funcionar sin instituciones tales y como el Bienestar. El Bienestar está generalmente gestionado por el Estado. Por lo tanto creo que el capitalismo de Estado tiene un gran futuro «.
Una vez más, el profesor vuelve a ese espíritu de optimismo que siempre caracteriza su visión del capitalismo. Y si el capitalismo normal no funciona, siempre podemos tener al capitalismo de Estado en su lugar. Pero en qué consiste precisamente dicho capitalismo de Estado es lo que nunca se explica, aunque de todos modos, tiene un futuro maravilloso.
Hobsbawm afirmaba que el capitalismo de Estado reemplazaría al libre mercado. Esta era su perspectiva real, no el socialismo. Lo que se requiere es capitalismo dirigido, capitalismo regulado, capitalismo de buenos modales y capitalismo civilizado: un capitalismo con rostro humano.
En este nuevo y maravilloso mundo Hobsbawmiano, el Estado se asegurará de que el capitalismo se comporte con buenos modales. Establecerá las normas y reglas necesarias para evitar disgustos innecesarios (la «lucha de clases») causados por niveles excesivos de desigualdad. El sol brillará, la era de la felicidad universal amanecerá y la humanidad vivirá feliz para siempre.
Ahora bien, en tanto que el profesor Hobsbawm persistió hasta el final de su vida en describirse a sí mismo como un marxista, suponemos que conocía la teoría marxista del Estado. Marx, Engels y Lenin explicaron que el Estado era un órgano de coerción con el propósito de mantener la dominación de una clase sobre el conjunto de la sociedad. Nunca ha habido, ni puede haber, un estado que exista en y por sí mismo.
La idea de que el Estado pueda representar un árbitro neutral entre las clases, un organismo imparcial situado por encima de la sociedad, es un mito que ha sido cuidadosamente cultivado por la clase dominante para ocultar la realidad de su dominación. Esta idea mística del Estado fue aceptada por los reformistas socialdemócratas como una excusa para su abandono de la revolución. Fueron gente como Kautsky y Bernstein los que le proporcionaron una cobertura teórica a esta capitulación.
Eric Hobsbawm ni siquiera es original en su revisionismo. Se limitó a regurgitar el absurdo reformista de Bernstein. Se podría decir que existió al menos una justificación aparente para esta idea antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el capitalismo se encontraba todavía en una fase de expansión. La economía se desarrollaba, los niveles de vida iban mejorando para mucha gente, y la burguesía podía permitirse el lujo de hacer concesiones y aprobar reformas. Pero ese ya no es el caso ahora.
En todas partes la burguesía exige una reducción de los niveles de vida. Han saqueado el estado para salvar a los bancos privados, y están decididos a presentarles la factura a los trabajadores y a las capas medias. El Estado está en quiebra en el sentido más literal de la palabra. Se nos ha dicho en repetidas ocasiones que no hay dinero para escuelas, hospitales, viviendas o pensiones.
Lejos de defender reformas, los socialdemócratas están en todas partes llevando a cabo los recortes exigidos por los banqueros y los capitalistas. Pero esta política sólo agrava la crisis y crea las condiciones para un nuevo colapso. La burguesía y sus economistas afines no tienen ni idea de cómo salir de la crisis. Lo único en lo que todos están de acuerdo es en que debe haber austeridad durante años, sino décadas. Y esta es una receta acabada para una intensificación de la lucha de clases.
En estas condiciones, imaginar que el Estado, el cual está controlado por la burguesía, pueda regular el sistema y resolver la crisis constituye la peor de las utopías. Es estúpido. Si se acepta la existencia del capitalismo, entonces también se deben aceptar las leyes del capitalismo. Estas leyes son muy simples.
Si la economía está en manos privadas, dependerá de la inversión privada para poder funcionar. Sin embargo los capitalistas sólo invertirán si pueden obtener lo que ellos consideran como una tasa aceptable de ganancia. Por lo tanto el deber del Estado es crear condiciones favorables para que los banqueros y los capitalistas realicen los mayores beneficios posibles.
¿Cómo se puede hacer esto? Reduciendo aquello que los capitalistas consideren como cargas innecesarias y obstáculos para la obtención de beneficios. El nivel de los impuestos a los ricos no debe por lo tanto aumentar, sino caer al nivel más bajo. Esto significa proceder a los ajustes necesarios (es decir, los recortes) de los elementos innecesarios en los gastos del Estado, tales y como la educación, la vivienda social, la sanidad y las pensiones.
Es por eso que cada gobierno está recortando el gasto público en estas cosas, y desde un punto de vista capitalista es absolutamente correcto y necesario. Es inútil quejarse de esto. Si aceptamos el sistema capitalista, no tiene sentido protestar por las consecuencias. La idea de que podemos tener un capitalismo con rostro humano es más o menos como pretender que un tigre devorador de hombres coma verduras en lugar de carne.
Socialismo o Barbarie
Hobsbawm continúa:
«Yo escribí hace algún tiempo que vivíamos con la idea de dos formas alternativas: el capitalismo por un lado y el socialismo por el otro. Pero esta es una idea extraña que Marx nunca tuvo. En su lugar, explicó que este sistema, el capitalismo, un día quedaría superado. Si nos fijamos en la realidad: los EE.UU., los Países Bajos, Gran Bretaña, Suiza, Japón, podemos llegar a la conclusión de que no es un sistema único y coherente. Existen muchas variantes del capitalismo.»
Marx no solo habló de capitalismo o socialismo. Tampoco es cierto que, simplemente, previera un salto repentino «de aquí para allá». Él escribió con cierta extensión en obras como Crítica del programa de Gotha que entre el capitalismo y el socialismo hay un período de transición, un estado obrero o, para usar la vieja expresión, una dictadura del proletariado. Nunca usó el término capitalismo de Estado por la buena y sencilla razón de que se trata de una formulación confusa y poco científica.
Marx y Engels, sin embargo, observaron la tendencia del Estado a invadir la economía bajo el capitalismo, lo que, indirectamente, muestra las limitaciones de la economía de mercado capitalista. El hecho de que hoy en día en todos los países los grandes bancos se encuentren totalmente dependientes de la ayuda estatal para su supervivencia constituye una indicación muy dramática de que el sistema capitalista ha agotado su potencial y debe ser «superado», o para hablar en lenguaje llano, derrocado y reemplazado por algo mejor.
Pero nuestro Eric no quiere derrocar nada. Él tiene una idea mucho mejor. Dado que el capitalismo existe bajo múltiples formas, solo hay que elegir el mejor tipo de capitalismo, dejando a un lado el malo, el capitalismo neoliberal y eligiendo en su lugar el bueno, el capitalismo keynesiano, civilizado. Es como un enorme buffet, donde se pueden escoger los más sabrosos manjares, dejando los elementos menos apetecibles a un lado de la fuente.
Es una imagen reconfortante pero que, por desgracia, no guarda ninguna relación con la realidad actual. En todas partes la burguesía está exigiendo recortes en el gasto público. Lejos de ampliar y perfeccionar el Estado de Bienestar, están decididos a abolirlo por completo. La profunda verdad universal según la cual «la economía afecta a los humanos» no puede ayudarnos a contestar a la pregunta planteada, la de si existe o no una cura para la actual crisis del capitalismo.
En lugar de decirnos lo que la cura podría ser, el profesor se apresura a decirnos lo que no es. Él rechaza con el mayor desdén “las creencias anticuadas de la izquierda», es decir, que la crisis es probable que produzca revoluciones. El hombre que escribió de forma tan extensa (y no del todo mal) sobre las revoluciones en el pasado, ahora nos asegura que no hay posibilidad de revoluciones en el futuro. Pero dado que una revolución no es más que un cambio fundamental en la sociedad, en el modo de producción y distribución y en las relaciones de propiedad en que descansan, lo que quiere decir es que, con el capitalismo, la historia ha efectivamente llegado a su fin.
Por qué el capitalismo debería ser diferente a otros sistemas socio-económicos que lo precedieron, no lo sabemos, y el profesor no hace ningún intento para esclarecérnoslo. Su única lógica es la siguiente: dado que el capitalismo existe y todavía no ha sido derrocado, debe seguir existiendo en un futuro previsible.
El hecho de que el capitalismo esté en crisis, que se hunda y que arrastre hacia abajo a la sociedad con él, todo esto le es totalmente indiferente al profesor, aunque no a los millones de personas que están sufriendo las consecuencias y actúan acorde a ello. La alternativa real que tiene la raza humana ante sí no es entre el capitalismo «malo» (el «neoliberalismo») y el capitalismo «bueno» (el keynesianismo), sino entre el socialismo y la barbarie, como Marx sostenía.
El Principio de la Felicidad
El profesor continúa su exposición:
«Mira la historia. La URSS intentó suprimir el sector privado, y fue una estrepitosa derrota. Por otro lado, el intento de los ultraliberales también fracasó miserablemente. La cuestión no es tanto en qué consista la mezcla de lo público con lo privado, sino cuál es el objeto de esta mezcla. O más bien cuál es su propósito. Y el objetivo no puede ser meramente el crecimiento económico. No es cierto que el bienestar esté relacionado con el crecimiento total de la producción en todo el mundo.»
Pedimos disculpas al lector por este galimatías incoherente. Pero esto es lo que el profesor dijo realmente. Entonces, ¿cuál es el verdadero propósito de la economía? El entrevistador amablemente orienta al anciano en la dirección correcta:
Pregunta: «¿Es la felicidad el propósito de la economía?» Respuesta: «Por supuesto«
Aquí la profundidad de la discusión llega a su cenit (¿o mejor deberíamos decir su nadir?) El propósito de la economía es -¡ la felicidad! Pero ya lo sabíamos desde mucho tiempo atrás, desde que Jeremy Bentham, aquel filósofo archiburgués que Marx consideraba con desprecio, inventó su «principio de la felicidad».
Evidentemente, es un hecho que el sistema capitalista está diseñado de por sí para generar felicidad, y logra muy bien este objetivo. Los banqueros, los terratenientes y los capitalistas están, por lo general, bastante contentos con el sistema actual. Obtienen fabulosas ganancias aun cuando la gran mayoría ve reducido su nivel de vida. También es muy cierto que su felicidad está en proporción inversa a la de la gran mayoría de la raza humana.
Todo esto no es sorprendente, ya que, como explicó Marx, la felicidad de una clase se obtiene a costa de la miseria de la mayoría. Esto es lo que lleva a la lucha de clases, acerca de la cual el profesor Hobsbawm escribió tan elocuentemente en el pasado pero que, llegado a la vejez, ya no considera más que un vago recuerdo.
Es, desgraciadamente, un poco tarde para hacerle al viejo Eric una pregunta, pero la vamos a hacer de todos modos, en beneficio de las almas descarriadas que todavía creen que el fallecido era marxista de algún modo. Nos preguntamos ¿cómo es posible lograr una economía basada en el logro de «la mayor felicidad para el mayor número» (para citar al viejo Jeremy Bentham), dejando la tierra, los bancos y los grandes monopolios en manos del uno por ciento de la población?
No importa las vueltas que se le quiera dar, es imposible responder a esta pregunta, excepto de forma negativa. En otras palabras, es imposible llegar a «la mayor felicidad para el mayor número» a menos que las palancas fundamentales del poder económico se les quiten de las manos al uno por ciento y se coloquen bajo el control y la dirección de la mayoría, las personas que realmente producen la riqueza de la sociedad -la clase obrera.
Pero aquí nos encontramos de inmediato con un problema. Dado que el uno por ciento dominante se encuentra extremadamente satisfecho con su situación, no está en absoluto ansioso por cambiar y sería muy infeliz si alguien sugiriera tal cosa, y, además, dado que este feliz uno por ciento es el que tiene en sus manos los medios de comunicación, una gran cantidad de dinero y el control del Estado, uno se podría imaginar que van a utilizar todo esto para proteger su felicidad frente a la mayoría infeliz.
Naturalmente, esto nos lleva de nuevo al punto de partida. Hobsbawm niega cualquier posibilidad de revolución. Sin embargo, toda la historia muestra (incluso los libros del propio profesor) que ninguna clase o casta dominante ha entregado nunca su poder, riqueza y privilegios sin luchar -y que por lo general esto significa una lucha sin piedad.
¿Por qué deberían las cosas ser diferentes ahora? ¿Creemos realmente que la clase dirigente actual es diferente a los gobernantes de Francia en 1789 o de Rusia en 1917? ¿Son más amables, más sabios, más democráticos, más humanos? Evidentemente, eso es lo que los reformistas como Hobsbawm creen. ¡Y tienen la osadía de describir a los marxistas como utópicos!
¿Necesitamos crecimiento económico?
Ya hemos citado las palabras de Hobsbawm: «el objetivo no puede ser meramente el crecimiento económico. No es cierto que el bienestar esté relacionado con el crecimiento total de la producción en todo el mundo.»
Estas palabras no tienen ningún sentido. Desde luego, no tienen nada en común con el marxismo. Cuando hablamos de una economía nacionalizada y planificada, no estamos hablando de «la producción mundial total», sino sólo de la economía nacional, al menos en primer lugar. Es de esto que el bienestar depende sobre todo.
Los economistas burgueses y los políticos (y también los reformistas) están siempre diciéndoles a los trabajadores y a las capas medias: «Mirad, no podemos dar más escuelas, hospitales y pensiones, porque estamos en crisis. En primer lugar debemos saldar el déficit. Todos tenemos que hacer sacrificios”. En tal situación, es imposible hablar de bienestar. Por el contrario, nos enfrentamos a años, sino décadas, de recortes, austeridad y caída de los niveles de vida.
Cuando Hobsbawm afirma que el bienestar no depende del crecimiento económico, sólo dice tonterías. Eso es precisamente de lo que depende. A menos que seamos capaces de decir cómo se puede lograr una alta tasa de crecimiento económico, cómo la riqueza de la sociedad puede ser aumentada, no tendremos otra alternativa que aceptar la lógica de recortes y austeridad que fluye inevitablemente de la crisis del capitalismo.
¿Por qué tenemos que nacionalizar los medios de producción? No es por ánimo de venganza hacia la burguesía. Tampoco es por razones sentimentales o dogmáticas. Esto se debe a que la única solución al desempleo es una economía basada en un plan racional que no se subordine a los intereses de un pequeño grupo de aprovechados.
Una vez que las palancas fundamentales de la economía estén en nuestras manos, podremos planificar la economía como un todo armónico y racional. Empezaríamos por movilizar a los desempleados con un plan de choque para construir casas, hospitales, escuelas y universidades. Podríamos poner en marcha todo el potencial productivo no utilizado, de manera que la riqueza de la sociedad fluya más libremente que nunca. Bajo tales circunstancias, el problema del déficit desaparecería inmediatamente.
Esta es una estrategia clara y coherente y un programa para salir de la crisis. Aquí no hay un átomo de utopía. Todo esto sería fácilmente posible sobre la base del aparato productivo existente y de la tecnología. El problema no es que la base productiva para el progreso no exista. Existe y ha existido durante mucho tiempo. Sin embargo, está paralizada por la camisa de fuerza anticuada de la propiedad privada y la del estado-nación.
Sin embargo, para nuestro Eric se trataba de una utopía imposible. Él, por el contrario, se consideraba un realista supremo. ¿En qué consiste su receta realista? Citemos sus palabras: «Tenemos la obligación moral de tratar de construir una sociedad con más igualdad. Un país donde hay más equidad es probablemente un país mejor, pero qué grado de igualdad una nación puede soportar es algo que no está del todo claro. «
Aquí nos encontramos ante la más pura de las utopías. Somos viajeros del tiempo que han aterrizado de nuevo en el mundo ideal de Robert Owen, Saint Simon y Fourier. O mejor dicho (para no ser injustos con aquellos grandes pensadores), hemos retrocedido dos mil años y nos hallamos escuchando el Sermón de la Montaña.
En este peculiar mundo entre las nubes, estamos motivados, no por condiciones objetivas tales como la crisis del capitalismo, sino por una «obligación moral», que suena más a Kant (el Imperativo Categórico) que a Marx. Nuestra tarea no es luchar por el socialismo (que es utópico), sino «construir una sociedad con más igualdad». Esta sociedad sería «probablemente mejor» (aunque tampoco estamos muy seguros). Como tampoco estamos seguros exactamente de «cuánta igualdad puede soportar la sociedad» (no vayamos a tener lo bueno en exceso…).
Todo esto carece completamente de claridad. Lo que realmente asombra es que cualquier persona seria pueda tomar esta cháchara vacía sobre la «moral» y la «igualdad» por un argumento serio. El capitalismo es desigual por naturaleza. Y la moral no tiene nada que ver con ello.
¿Economía mixta?
Sigamos ahora al profesor desde Italia hasta Gran Bretaña. En una entrevista con The Guardian publicada bajo el título: «El socialismo ha fracasado. Ahora el capitalismo está en bancarrota. ¿Entonces qué es lo que viene después? «, a Hobsbawm se le cita diciendo:
«La impotencia por lo tanto, afecta tanto a los que creen en un capitalismo de mercado puro y sin Estado, una especie de anarquismo burgués internacional, como a aquellos que creen en un socialismo planificado, no contaminado por empresas privadas con fines de lucro. Ambos están en bancarrota. El futuro, como el presente y el pasado, pertenece a las economías mixtas en las que lo público y lo privado se entrelazan de una manera u otra. ¿Cómo? Ese es el problema para todo el mundo hoy en día, pero especialmente para las personas de izquierda.» (The Guardian, 10 de abril de 2009)
Esta es la posición cómoda de un hombre que, quedándose al margen, emite un juicio severo sobre la raza humana. No está a favor ni del capitalismo ni del socialismo. Él se halla por encima de todo esto. Repite las sabias palabras del rey Salomón: «Vanidad, vanidad, todo es vanidad«.
El oponerle una economía mixta al capitalismo es algo a la vez tonto e ignorante. Toda economía capitalista es «mixta», en el sentido de que siempre hay un grado de participación del Estado en la vida económica. Hay algunos sectores que no son rentables y que carecen de interés para los inversores privados, pero que al mismo tiempo son necesarios para el funcionamiento de la economía en su conjunto. Por ejemplo, la nacionalización de Correos en Gran Bretaña fue llevada a cabo por los conservadores en el siglo XIX.
La política de la burguesía y de los reformistas consiste en nacionalizar las pérdidas y privatizar las ganancias. Los marxistas, por el contrario, abogan por la nacionalización de los puntos clave de la vida económica bajo el control y la gestión democráticos de los trabajadores. No pretendemos, sin embargo, nacionalizar las empresas pequeñas y las granjas. Eso no es en absoluto necesario, ya que no gozan de existencia independiente bajo el capitalismo sino que dependen de los bancos, los monopolios, supermercados, etc.
Sólo acabando con la propiedad privada en estos últimos sectores, será posible poner fin a la pesadilla de la anarquía capitalista y comenzar a planificar la producción en líneas racionales, en beneficio de la mayoría en lugar de las ganancias de unos pocos.
El problema más grave para la izquierda es que no propone una alternativa al capitalismo decadente. Y esto es, en gran medida porque está dominada por ex-estalinistas como Hobsbawm que han abandonado completamente el socialismo, y cuyo deseo más ferviente es asegurarse de que el camino hacia el socialismo le quede cerrado a la joven generación.
Todos se encuentran «impotentes» -todos salvo el Profesor Hobsbawm, quién goza de un conocimiento profundo de todo lo que hay bajo el sol y de unas pocas cosas más. En realidad, las personas más impotentes de todas son los héroes del seminario universitario, que se consideran por encima de la historia, de la sociedad, de la lucha de clases y de la raza humana en general, cuando en realidad, se hallan en un nivel infinitamente más bajo.
Un apologista del Establishment
El 11 de mayo de 2006, el diario Repubblica publicó una entrevista a Hobsbawm acerca de Giorgio Napolitano. El periodista, Enrico Franceschini, comienza informando al profesor de que su viejo amigo Giorgio Napolitano había sido elegido Presidente de la República. Hobsbawm estaba en éxtasis: «¡Qué gran noticia!», Exclamaba por teléfono desde su casa de Hampstead en Londres. «¡Mi amigo Giorgo, Presidente! Me alegro por él, por su partido y por Italia. Es una excelente elección.»
Y más aún:
«Creo que es la mejor elección posible. Napolitano tiene una imagen muy positiva y será un gran presidente. Él es mucho más que un ex-comunista, como lo llamas: tuvo un papel central en los asuntos políticos de su partido, pero también era una figura política de gran calidad, apreciado por todos por su papel como Presidente de la Cámara de los Diputados y como Ministro del Interior. Yo diría que él representa la mejor tradición de Italia «.
El profesor nunca se detuvo en preguntarse por qué el establishment italiano había decidido convertir a este ex «comunista» en Presidente de la República. La respuesta no es difícil de ver. Esto fue en agradecimiento por los servicios prestados a la burguesía por Napolitano, el hombre que, junto con otros dirigentes «comunistas», había transformado el otrora poderoso PCI en un partido burgués -el Partido Democrático (PD). En otras palabras, Giorgio Napolitano, como Eric Hobsbawm, se habían convertido en parte del establisment.
En 1998, como agradecimiento por los servicios prestados, Eric Hobsbawm fue nombrado Compañero de Honor por la Reina en la ceremonia del Año Nuevo. Esto fue poco después de que Tony Blair se convirtiera en Primer Ministro y el propio Blair estaría probablemente detrás de ello.
Un año antes de su muerte, este antiguo «comunista» le puso el sello final a su degeneración política al arrastrarse ante la monarquía:
«La monarquía constitucional sin poder ejecutivo ha demostrado ser un marco fiable para los regímenes democrático-liberales, como en los Países Bajos, Bélgica, Gran Bretaña y España. Es probable que continúe siendo útil, aunque sólo sea porque elimina la política del problema de la sucesión. (Imagínese tener que elegir a cualquier miembro de los gobiernos actuales y pasados como presidente.) No causa ningún daño el que un monarca practique una religión, pero no hay motivo para identificar a un país multirreligioso o no religioso con un monarca que represente la cabeza de una sola fe. La monarquía ha dejado de ser algo relevante para la mayoría de los habitantes de la Commonwealth. Es probable que esto se aclare después de la muerte de la reina actual «.
El mismo Hobsbawm quién elogiaba a los jacobinos por haberle cortado la cabeza a Luis XVI, luego nos dice que la monarquía constitucional en general había “demostrado ser un marco fiable para los regímenes democrático-liberales» y «es probable que continúe siendo útil.» Esta pequeña joya está contenida en un artículo adecuadamente titulado «God save the Queen» (Prospect, 23 de marzo de 2011)
¿Se puede imaginar un ejemplo más repugnante de reverencias a la clase dirigente -incluso en sus manifestaciones más retrógradas y reaccionarias?
Apostasía
En una entrevista publicada en La Stampa el 1 de julio de 2012, a Hobsbawm se le preguntó: ¿Eres todavía comunista? Él respondió lo siguiente:
«El comunismo ya no existe. Son leales a la esperanza de una revolución, aunque no creo que vuelva a suceder. No sé lo suficiente como para ser comunista. Soy marxista porque creo que no habrá estabilidad hasta que el capitalismo se convierta en algo irreconocible del capitalismo tal como lo conocemos hoy en día. «
En una entrevista en la BBC 2 a principios de 2012, Jeremy Paxman le preguntó al profesor si el capitalismo era compatible con la justicia social. Él respondió: «Puede hacerse.» Al final de la entrevista confesó que él era pesimista, que creía que ninguna solución se podía encontrar, y que, en consecuencia, nos enfrentaríamos a «un período tormentoso durante los próximos 20 -30 años.»
Puede resultarle a uno sorprendente que un hombre que dedicara la primera mitad de su vida a escribir libros sobre la lucha de clases de los siglos XVIII y XIX, hubiese dedicado la segunda mitad a explicar cómo la lucha de clases es una cosa del pasado. Es aún más sorprendente que hubiera llegado a tal conclusión, precisamente en un momento en que la lucha de clases está en aumento en todo el mundo.
En todas partes vemos los comienzos de la resistencia: huelgas generales, manifestaciones masivas, ocupaciones, los “indignados”, no obstante el digno profesor no veía nada más que unas pocas “amargas protestas”. Su actitud hacia la revolución se ve asombrosamente revelada por su desprecio hacia Mayo de 1968 en Francia. El autor de su necrológica en The Economist señaló, con una satisfacción mal disimulada, que «la manifestación moderna más famosa de furia izquierdista, la de París en mayo de 1968, le parecía [a Hobsbawm] un asunto de niños malcriados de clase media del Club Méditerranée [sic]»
En esta frase rencorosa se percibe no sólo el completo abandono de cualquier perspectiva para el socialismo, sino el desprecio absoluto hacia el potencial revolucionario de los trabajadores y la juventud. Esta desconfianza orgánica hacia las masas fue siempre un sello distintivo del estalinismo, incluso en el pasado, cuando todavía hablaba de socialismo y comunismo.
Karl Marx escribió en una ocasión que el poeta alemán Goethe, a pesar de sus logros, seguía teniendo el rabo del filisteo colgándole por detrás. A pesar de todas sus protestas, Hobsbawm tuvo el rabo del estalinismo colgándole hasta el final de sus días. La falta de confianza en la clase obrera y un desprecio altivo hacia las masas fueron siempre parte de la sicología burocrática. Pero ahora, tras el período de apostasía que siguió a la caída de la URSS, esto se ha convertido en algo completamente podrido.
Cuando yo era un niño en Gales crecí a orillas del Atlántico. Había hermosas playas con largas extensiones de arena dorada. Cuando uno caminaba a lo largo de estas playas durante la marea baja, podía ver todo tipo de fauna grotesca, peces muertos y moribundos. Pero la marea siempre llegaba de nuevo. Las olas barrían toda la basura vieja, y las aguas limpias traían oxígeno y vida nueva.
Hay una analogía entre las mareas del océano y la lucha de clases. Esta última también sube y baja por la razón obvia de que la clase obrera no puede estar siempre en lucha. Los reflujos de la lucha de clases, dejan atrás huellas de desmoralización. Las mentes de los hombres y las mujeres quedan confundidas, presa de estados de ánimo de pesimismo, escepticismo y cinismo corrosivo.
Estos hombres y mujeres viejos y cansados, que han abandonado cualquier pretensión de defender el socialismo, se han ido convirtiendo en cínicos profesionales, cuyo único objetivo en la vida es infectar a la generación joven con su escepticismo venenoso. Se los puede encontrar en los cafés de todas las capitales europeas, llorando sobre su té de hierbas, quejándose de la supuesta apatía de los jóvenes mientras reviven viejos recuerdos sentimentales de los días en que ellos mismos eran jóvenes y todavía creían en algo.
Esta es la categoría de lo que yo llamo los peces muertos, y un pez muerto empieza a pudrirse por la cabeza. Eric Hobsbawm pertenecía a esa categoría. Peor aún, trató de teorizar su apostasía con todo tipo de argumentos seudo-marxistas pretenciosos. Se ocultó tras su reputación como «marxista» erudito para sembrar la confusión y la desesperación en las mentes de los jóvenes. Cualquier mérito que pudo haber tenido en el pasado como escritor quedó completamente destruido por esto.
Fue gente como Hobsbawm quienes han estado defendiendo el estalinismo durante décadas. Luego, cuando finalmente abandonaron el barco, inmediatamente saltaron al carro capitalista y reformista, aportando razones eruditas de por qué el socialismo no puede funcionar, y por qué era imposible derrocar el capitalismo, y recomendando por lo tanto que la gente aceptara lo inevitable y simplemente tratara de reformar el sistema para que sea un poco más agradable al paladar.
Hobsbawm finalmente llegó a la conclusión de que la Revolución Rusa fue un error terrible. Tal y como The Economist se regodeó en su obituario publicado el 5 de octubre, Hobsbawm escribió que “el comunismo se derrumbó ‘tan completamente’ que ahora debe resultar obvio que el fracaso era algo intrínseco a esta empresa desde el principio.»
En un obituario publicado en el periódico italiano Il Manifesto, el autor citaba un discurso de Hobsbawm, tras la caída del muro de Berlín, en el que dijo: «Tal vez, en 1917, hubiese sido mejor no tomar el poder.» Eso resume las cosas con toda claridad. Y cualquier político burgués, cualquier académico reformista, corrupto y contrarrevolucionario en el mundo podrá gritar al unísono: ¡Amén!
Esto es falso de principio a fin. Lo que fracasó en la URSS no fue el socialismo en el sentido en el que lo entendían Marx y Lenin. Lo que falló fue una caricatura burocrática y totalitaria del socialismo. ¿Pero cual era alternativa de Hobsbawm? Era esta:
«¿Existe aún un espacio para la más grande de todas las esperanzas, la de crear un mundo en el que hombres y mujeres libres, emancipados del temor y de la necesidad material, puedan vivir una buena vida juntos en una buena sociedad? ¿Por qué no? El siglo XIX nos enseñó que el deseo de una sociedad perfecta no queda satisfecho por algún diseño predeterminado para la vida, de tipo Mormón, owenista o lo que sea, y podemos sospechar que incluso si tal diseño nuevo fuese a representar la forma del futuro, no lo sabríamos, o no seríamos capaces de determinar hoy lo que sería. La función de la búsqueda de la sociedad perfecta no es la de detener la Historia, sino la de abrir sus posibilidades desconocidas e incognoscibles a todos los hombres y mujeres. En este sentido, el camino a la utopía, afortunadamente para la raza humana, no está cerrado. «(The Guardian, 10 de abril de 2009)
Al leer estas líneas, podemos pensar en un epitafio final muy adecuado para Hobsbawm: «Desde la nada, a través de la nada, hacia la nada.» Este es el tipo de galimatías vacío que hoy pasa por algo profundo en los círculos académicos y entre aquellos en la izquierda que han olvidado cómo pensar.
Sólo basta con comparar esta tontería con la claridad cristalina de los escritos de Marx, Engels, Lenin y Trotsky para ver hasta qué nivel abismal los intelectuales modernos posteriores se han hundido. Uno recuerda las palabras de Hegel en la Fenomenología del espíritu: «Por lo poco que de este modo se pueden satisfacer las necesidades del espíritu humano, se puede medir el grado de su pérdida».
Son muchos los que han abandonado hace tiempo la lucha por el socialismo. Pero hay muchos más que están llegando a la conclusión de que el capitalismo debe ser derrocado. A aquellos que están demasiado cansados, desmoralizados o son demasiado cobardes para hacerlo, sólo les pedimos una cosa: ¡que sean tan amables como para apartarse del camino y permitirnos continuar con la lucha!
Leer también:
Primera parte: ¿Era Eric Hobsbawm marxista?