Francia: Balance del movimiento en contra de la ley de Trabajo

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La ley de Trabajo se aprobará en la Asamblea Nacional el próximo día 22 de julio, tras un último paso por el Senado. El gobierno “socialista”, por lo tanto, ha logrado la victoria en esta batalla. Para ello, ha recurrido a unos niveles de represión policial inéditos en la historia reciente del país, así como a una violenta campaña de insultos y estigmatización hacia los militantes de la CGT comprometidos en esta lucha. Después de haber instrumentalizado a los “alborotadores” para desacreditar el movimiento, el gobierno los ha utilizado como pretexto para someter las últimas manifestaciones a una filtración y a una vigilancia policial masivas, obstaculizando de facto el derecho a manifestación.

En su comunicado del pasado 8 de julio, la Intersindical (CGT, FO, FSU, Solidaires, UNEF, UNL, FIDL) anuncia una nueva “jornada de acción e iniciativas el 15 de septiembre para lograr la derogación de la ley de Trabajo y conquistar nuevas garantías y protecciones colectivas.” Sin embargo, ya ha habido 12 jornadas de acción en estos cuatro últimos meses. Es evidente por tanto que la del próximo 15 de septiembre no logrará forzar al gobierno a “derogar” la ley de Trabajo, sin hablar ya de conceder “nuevas garantías y protecciones colectivas”. Lo más probable es que ni los autores del comunicado se crean ellos mismos lo que anuncian. Solo quieren disimular la derrota. Nosotros pensamos que es mejor reconocerla y sacar las enseñanzas de la misma.

Tal y como venimos señalando desde el mes de marzo en nuestros artículos sobre el movimiento, el gobierno sólo podía ser llevado a retroceder sobre la base de huelgas indefinidas en un número creciente de sectores económicos. Sin embargo, el movimiento de huelgas indefinidas y bloqueos que había comenzado en varios sectores a mediados del mes de mayo, no llegó a extenderse de manera significativa. Por ejemplo, la huelga de los ferroviarios no fue lo suficientemente seguida como para paralizar completamente el tráfico. La huelga de la RATP (transportes públicos de Paris, NdT), tuvo poco seguimiento y casi ningún impacto. En este contexto, no se les podía pedir a los trabajadores de las refinerías y de los puertos – que al igual que en 2010, constituyeron la vanguardia obrera del movimiento – que aguantaran indefinidamente. A falta de una extensión rápida de las huelgas indefinidas, el movimiento no podía más que retroceder. Ya a partir de la segunda semana del movimiento, el reflujo ya se había iniciado claramente. Desde ese momento, el gobierno se sentía en una posición de fuerza y no tenía más que una idea: acabar lo más rápidamente posible, limitando, entre otras cosas, el derecho de manifestación.

Es evidente que los trabajadores no están siempre dispuestos a luchar. “Una huelga general no se convoca por decreto”, según la fórmula consagrada de las direcciones sindicales. En efecto: si tal fuera el caso, el capitalismo habría sido derrocado hace mucho tiempo. Sin embargo, no nos podemos conformar con tales evidencias. En última instancia, el grado de combatividad de los trabajadores se verifica en la propia lucha.

Pero para ello, es también necesario que la lucha esté correctamente dirigida, que la estrategia y las consignas difundidas generen, en cada etapa de la lucha, las condiciones para la más alta expresión de la combatividad de los asalariados.

Para empezar, la dirección del movimiento debe proporcionarles a los trabajadores una idea clara de la correlación real entre las fuerzas. Sin embargo, la Intersindical basó desde el principio toda su estrategia en organizar “jornadas de acción”, cuando era evidente que no harían retroceder al gobierno. Fueron necesarias la influencia de las “Noches en Pie” y la presión de los delegados sindicales de la CGT en su último congreso, a mediados de abril, para que la consigna de las “huelgas indefinidas” lograra una mayor centralidad. Bajo la presión de su base, y frente al inicio de huelgas indefinidas como hecho consumado, Philippe Martinez las apoyó y hasta llamó a su extensión. No obstante, no se llegó a elaborar ningún plan a nivel confederal para favorecer dicha extensión [1]. Martinez presentaba las huelgas indefinidas como “una forma de lucha” entre otras, cuando constituían la única forma de lucha capaz de arrancar la victoria.

En completa contradicción con la dinámica real del movimiento, es decir la necesidad de extender de forma rápida las huelgas indefinidas, el comunicado intersindical del 20 de mayo anunciaba dos nuevas jornadas de acción: el 26 de mayo y el 14 de junio. La jornada del 26 de mayo podía jugar un papel dentro de una dinámica de extensión de las huelgas indefinidas iniciada desde mediados de mayo. La del 14 de junio, sin embargo, se hallaba demasiado alejada en el tiempo. Tal y como escribíamos el 23 de mayo: “de aquí al 14 de junio, o bien las huelgas indefinidas se habrán extendido a otros sectores, o bien el movimiento habrá entrado en reflujo. Es al menos la perspectiva más probable – de acuerdo con la experiencia de 2010”.                                                              

Philippe Martinez  les dejaba la elección de los métodos de lucha a los trabajadores reunidos en Asambleas Generales (AAGG). Sin embargo, como escribíamos el 23 de mayo: “El que sea imposible, en cualquier empresa, organizar una huelga indefinida en contra de la voluntad de una mayoría de trabajadores, es una evidencia. La necesidad de organizar AAGG es otra evidencia. Los militantes sindicales no necesitan realmente este tipo de consejos. Lo que necesitan, es una actitud clara, ofensiva y de determinación por parte de la dirección confederal. Cuando convocan una Asamblea General de trabajadores en su empresa, deben poder demostrarles a los trabajadores que no están solos, que toda la CGT – empezando por la propia dirección confederal, en cumplimiento de su papel, desempeña una campaña sistemática, enérgica, masiva, con el objetivo de movilizar el máximo de sectores para el movimiento (…) Sin eso, los asalariados convocados a las AAGG mirarán por encima del hombro de sus compañeros sindicalistas, hacia la cúpula de la CGT – y, al constatar que su actitud es vacilante, poco decidida, dirán “si vamos a la huelga, nos arriesgamos a quedarnos solos”.

La otra debilidad del movimiento se encontraba en sus consignas programáticas. La retirada de la ley de Trabajo constituía, lógicamente, la reivindicación central. Sin embargo, muchos asalariados, entre ellos los funcionarios, no se sentían afectados de forma directa por esta contrarreforma (aun si comprendían que todo retroceso en el sector privado prepara a su vez retrocesos en el sector público). Por el contrario, en el sector privado, muchos trabajadores se hallan ya sometidos al tipo de disposiciones previstas en la ley de Trabajo, ya sometidos al régimen infernal de la precariedad permanente, de las horas extras impagadas y otros abusos patronales. La lucha tenía un carácter demasiado defensivo. Para intentar atraer a capas más amplias de trabajadores hacia el movimiento, era necesario integrar a su plataforma reivindicaciones positivas y ofensivas, por ejemplo acerca de los salarios y de la jornada laboral. En lugar de ello, los dirigentes sindicales no dejaban de repetir que la lucha pretendía lograr – a parte de la retirada de la ley de Trabajo – “unos nuevos derechos con un código de trabajo del siglo XXI”. ¿Y qué nuevos derechos, en concreto? ¿Y en qué consiste un “código de trabajo del siglo XXI”? Eso no se explicaba, esta fórmula ritual carecía de contenido preciso.

De nuevo, nada garantizaba a priori la victoria del movimiento; el grado de combatividad de los trabajadores se verifica en la propia lucha. El problema es que la estrategia errónea de las direcciones sindicales constituyó un obstáculo para la plena expresión de dicha combatividad en lugar de favorecerla. Sin embargo, varios elementos indicaban claramente el gran potencial del movimiento: el altísimo nivel de oposición a la ley de Trabajo entre la población (más del 70%), el amplio apoyo que esta les prestaba a las huelgas indefinidas (a pesar de la furibunda campaña mediática en contra de la CGT), el inédito aislamiento del gobierno en las encuestas de opinión, el fenómeno de las Noches en Pie y la radicalización de las consignas procedentes de la juventud y de las bases sindicales (“Huelga General”).

Radicalización política

Más generalmente, está claro que después de años de crisis económica, de aumento del paro y de políticas de austeridad, una enorme cantidad de rabia y frustración se está acumulando en las profundidades de la sociedad francesa. Una intensificación de la lucha de clases es inevitable, en el próximo periodo. Ante esta perspectiva, el gobierno y la clase dirigente deberán pagar el precio por haber aprobado la ley de Trabajo a la fuerza. La democracia burguesa y los grandes medios de comunicación se encuentran ahora aún más desacreditados que antes. La represión policial dejará una huella indeleble en las mentes. Entre la juventud y el movimiento obrero, se afilarán las conciencias, se radicalizarán. En este sentido, la clase dirigente y sus políticos han logrado una victoria pírrica. No tienen solución para la crisis del capitalismo, la cual prepara unas explosiones sociales aún más potentes.

En lo inmediato, la lucha de clases se trasladará al terreno político, con las elecciones presidenciales de abril de 2017 en el punto de mira. Muchos jóvenes y trabajadores dirán: necesitamos un gobierno que derogue la ley de Trabajo y ponga fin a las políticas de austeridad. Desde este punto de vista el movimiento contra la ley de Trabajo y la actitud de los distintos partidos, en el transcurso de esta lucha, han aportado algunas enseñanzas que serán de gran utilidad.

El Partido Socialista, que ya estaba desacreditado antes de presentar la ley de Trabajo, ha alcanzado ahora unas cuotas de impopularidad abismales. Incluso se ha visto obligado a cancelar su escuela de verano, convencido – y con razón – de que sería el blanco de los oponentes a la ley de Trabajo. De cara a 2017, las últimas esperanzas de los dirigentes del PS se basan en el descrédito y la crisis que también afectan a los Republicanos (ex UMP, la derecha, NdT). Esperan pasar a la segunda vuelta, frente a Marine Le Pen. Pero aunque su candidato fuese François Hollande o cualquier otro candidato del ala derecha del PS, este es un cálculo muy azaroso. Su balance es catastrófico, indefendible. No podrán repetir dos veces el lema de “mi enemigo, es el mundo de las finanzas”.      

En cuanto al “ala de izquierda” del PS, los tristemente conocidos como “frondeurs”  (literalmente los “lanzadores de honda”, como se conoce a los diputados díscolos del PS, NdT), fueron incapaces de llevar su oposición verbal a la ley de Trabajo hasta el final. No querían votar la moción de censura de la derecha. Estaban dispuestos a firmar una “de izquierda”, pero con la condición de que… el número de firmas necesario no se llegara a alcanzar. Por dos veces, “fracasaron” cuidadosamente a dos pasos del objetivo (56 firmas de las 58 necesarias). Los que firmaban eran cómplices de los que no firmaban. Si llevaron a cabo esta farsa parlamentaria, no es solamente para proteger sus investiduras en las próximas elecciones legislativas. Es también, y más en profundidad, porque no defienden ninguna alternativa seria a la política del gobierno. Desde el inicio del mandato de François Hollande, estos “frondeurs” sin honda se conformaron con exigir algo menosde austeridad. No se oponen al principio en sí mismo porque no saben que poner en su lugar. Por ejemplo votaron sistemáticamente a favor de los recortes presupuestarios.  

Los Republicanos están de acuerdo sobre el fondo de la ley de Trabajo. En el momento del primer 49.3 (aprobación por decreto y sin voto, a falta de acuerdo parlamentario, en base a este artículo de la Constitución, NdT), su moción de censura no era más que un tacticismo; no sin asegurarse antes que sería rechazada; no querían la caída del gobierno. En el Senado, endurecieron la ley – no con la esperanza de que sus enmiendas fueran aprobadas por el gobierno, sino como demostración de cuáles son sus posiciones políticas en el caso de volver al poder. Los distintos candidatos de los Republicanos también anuncian sus intenciones. A cual promete más recortes en el gasto público: de los 85.000 a 100.000 millones en cinco años de Juppé, 100.000 millones de Sarkozy, 110.000 millones de Fillon y 150.000 millones de Le Maire. Al mismo tiempo, todos proponen bajar masivamente los impuestos a las rentas del capital y a las rentas altas. El mensaje tiene el mérito de ser claro. Es una declaración de guerra a los asalariados, a los parados y a todas las víctimas de la crisis.

Durante los cuatro meses que duró la lucha contra la ley de Trabajo, el Frente Nacional desapareció prácticamente del panorama político. Estos hipócritas campeones del “pueblo francés” se esconden y callan cuando el pueblo trabajador está inmerso en la lucha de clases a gran escala. Están de acuerdo con la ley de Trabajo y les gustaría ir incluso más lejos. Pero calcularon que entre el 74% de oponentes a la ley El Khomri, hay un número importante de votantes pasados o potenciales del FN. Entonces, prefirieron ocultarse en la sombra, huyendo de los micrófonos, y vertiendo con cuentagotas sus declaraciones contradictorias.

Con el reflujo de la lucha de masas, el FN pronto saldrá de su reserva y volverá a tomar el curso de su demagogia “antisistema”. Lo explotará todo a su favor: la debacle del PS, la pusilanimidad de los “frondeurs”, la crisis de los Republicanos, el estancamiento económico, el aumento del paro, el Brexit y la crisis de la UE, – así como por supuesto, cualquier ocasión para estigmatizar a los extranjeros. Es incluso probable que critique la Ley de Trabajo de forma retrospectiva. Se presentará como alternativa al status quo, como adversario de la vieja clase política corrompida.

Sin embargo otra alternativa, verdadera ésta, al status quo – una alternativa de izquierda debe y puede emerger a una escala masiva en los próximos meses. El movimiento contra la ley de Trabajo ha demostrado una vez más el potencial existente para ello. A su vez, la experiencia de este movimiento favorecerá el desarrollo de una alternativa política de izquierda. La bancarrota del PS abre un inmenso espacio a su izquierda.

Este espacio, sin embargo, no podrá ser llenado de forma automática por cualquiera que pretenda ocuparlo. Mélenchon y su movimiento –  La France Insoumise – no se beneficiarán mecánicamente de la situación política actual. Para que alguna dinámica se genere a su alrededor, deberán ponerse en sintonía con las aspiraciones de las masas, con su cólera y su radicalidad. Tendremos muchas ocasiones de volver sobre el tipo de campaña que creemos que Mélenchon debería hacer, y sobre el programa que debería defender. Aquí solo destacamos una de las enseñanzas más evidente del movimiento contra la ley de Trabajo: el apoyo aplastante que recibió entre la población se debe ante y sobre todo a su claro contenido de clase. La campaña de Mélenchon deberá por lo tanto tener también un claro contenido de clase. Este será el mejor – y a decir verdad, el único – modo de segar la hierba bajo los pies del Frente Nacional.

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[1] Solo tratamos aquí del papel de los dirigentes confederales de la CGT, porque representaban el ala izquierda de la Intersindical, y porque los militantes de la CGT constituían la columna vertebral del movimiento. Por ejemplo, Jean-Claude Mailly, (FO – Fuerza Obrera), no tuvo nada que decir sobre el tema de las huelgas indefinidas.