Varios cientos de miles de personas participaron en la movilización del 10 de septiembre. Desde el amanecer hasta el anochecer, el movimiento se desarrolló de diferentes formas: bloqueos, concentraciones, manifestaciones, piquetes y asambleas generales. El ambiente era radical y combativo. Los jóvenes dominaban las marchas, especialmente en las grandes ciudades.
Esto es aún más significativo si se tiene en cuenta que la movilización tuvo que abrirse camino a través de muchos obstáculos. Este verano, la prensa «liberal» denunció ruidosamente la mano de la «extrema derecha». Luego, cuando las organizaciones del movimiento obrero llamaron a la movilización el 10 de septiembre, los mismos periodistas se sumaron al análisis —siempre sutil— de Bruno Retailleau: la «ultraizquierda» iba a poner el país patas arriba, bajo la dirección cínica y fría del Nerón de los tiempos modernos: Jean-Luc Mélenchon. A menos que todo esto fuera obra de… ¡Vladimir Putin! En estos tiempos turbulentos, los «periodistas» a sueldo del poder no se detienen ante ninguna absurdidad.
Ante la «violencia» y el «caos» anunciados, el ministro del Interior (dimisionario) prometió una represión brutal. De hecho, los intentos de bloqueo fueron sistemáticamente reprimidos, al igual que varias manifestaciones y concentraciones.
Pero los obstáculos no solo vinieron del Gobierno, los medios de comunicación reaccionarios y el aparato estatal. En lugar de volcar todas sus fuerzas en el 10 de septiembre, las direcciones confederales de los sindicatos acordaron, a finales de agosto, convocar una jornada de acción para el 18 de septiembre. Esta fecha concurrente no podía sino perjudicar la movilización del 10 de septiembre. Las direcciones confederales lo sabían muy bien.
A pesar de todo ello, el 10 de septiembre fue un éxito. Es innegable que Mélenchon, al igual que otros, contribuyó a ello. Pero la causa fundamental del movimiento «Bloquons tout» (Bloqueemos todo) es la enorme cantidad de ira social que se ha acumulado en las profundidades de la sociedad durante muchos años. Son las contrarreformas, la austeridad, la inflación, la precariedad laboral, la destrucción de los servicios públicos, los cierres de empresas, la selección en la universidad, el racismo de Estado, el genocidio de los habitantes de Gaza, la complicidad del imperialismo francés en este genocidio, la represión de los militantes pro palestinos, y muchas otras fuentes de indignación y sufrimiento.
La última ha sido el nombramiento en Matignon de Sébastien Lecornu, el doble político de Macron. Se trata tanto de una provocación como de una expresión flagrante de la crisis del régimen del capitalismo francés. Con un 12 % de opinión favorable, Macron persiste y reitera: «o yo o el caos». Millones de jóvenes y trabajadores lo han interpretado como un llamamiento a intensificar la movilización para desalojar al loco del Elíseo. Con razón.
¿Y ahora qué?
Ya lo hemos dicho: en las altas esferas del movimiento sindical, el día 18 de septiembre se concibió como un obstáculo para el 10. Sin embargo, el 18 de septiembre también fue impuesto a las direcciones confederales por el movimiento del 10 de septiembre. Y ahora, el día 18 puede suponer un salto cualitativo en la movilización. En otras palabras, la dinámica de la lucha podría escapar a las maniobras conservadoras de las direcciones confederales.
Muchos trabajadores han optado por «saltarse» el día 10 y pasar a la acción el 18, que por lo tanto se anuncia masivo. La juventud movilizada ayer también lo estará el 18, y sin duda en mayor número. Sin embargo, el 18 no debe ser un «día de acción» sin futuro ni plan de batalla. Desde ahora mismo, todas las organizaciones juveniles y del movimiento obrero deben convocar asambleas generales para hacer del 18 de septiembre el punto de partida de un movimiento destinado a «bloquearlo todo», es decir, a paralizar la economía mediante huelgas renovables en el mayor número posible de sectores. Solo el desarrollo de un movimiento de este tipo puede crear las condiciones para una victoria decisiva de nuestro bando.
Está claro que las direcciones confederales de los sindicatos no están dispuestas a orientar el movimiento en esta dirección. Por lo tanto, sin dejar de aumentar la presión sobre las cúpulas sindicales, las organizaciones más militantes de la izquierda y del movimiento sindical —empezando por la FI y el ala izquierda de la CGT— deben tomar la iniciativa de convocar y animar asambleas generales para defender un plan de batalla ofensivo basado en un programa radical.
Ya no es momento de una vana sucesión de «jornadas de acción»; es momento de una movilización decisiva contra Macron, Lecornu, toda la derecha y la gran burguesía. El 10 de septiembre fue un primer trueno. Hagamos del 18 el comienzo de una tormenta social que plantee la pregunta: ¿quién debe dirigir la sociedad? ¿Es la clase obrera, que crea toda la riqueza, o es el puñado de parásitos gigantes que, para defender sus beneficios, quieren imponernos una austeridad drástica?