Pasada la negación inicial ya nadie puede ocultar el comienzo de una crisis económica mundial, que tiene como epicentro a los EEUU. Grandes aumentos del precio del petróleo, metales y alimentos, bruscas caídas de las acciones en la bolsa, pérdidas inéditas en las empresas, despidos, devaluación del dólar, recesión con inflación… todo esto con punto de inflexión en 2007 con el fin de la burbuja inmobiliaria. Pasada la negación inicial ya nadie puede ocultar el comienzo de una crisis económica mundial, que tiene como epicentro a los EEUU. Grandes aumentos del precio del petróleo, metales y alimentos, bruscas caídas de las acciones en la bolsa, pérdidas inéditas en las empresas, despidos, devaluación del dólar, recesión con inflación… todo esto con punto de inflexión en 2007 con el fin de la burbuja inmobiliaria.
El primer síntoma de la crisis fue el estallido de la burbuja inmobiliaria que había hecho volar los precios de las viviendas, mediante mecanismos de compra y venta de paquetes de deudas hipotecarias, creando un gigantesco mercado de bonos basados en el endeudamiento de millones de familias. Todo marchó bien mientras los deudores pagaban las cuotas y las expectativas del valor de las viviendas eran positivas. Pero ni bien se descubrió que muchos de los créditos otorgados eran incobrables, los fondos comenzaron a huir vertiginosamente, explotando la burbuja. Se perdieron 2 billones de dólares, pero esto no es más que una pequeña fracción de los 600 billones de otras personas que estos fondos manejan y cuya volatilidad puede generar mucho más estruendo. En comparación, la producción mundial de mercancías y servicios es de sólo 50 billones al año.
Del negocio de la hipotecas, esos fondos que pretenden crear dinero del dinero, se trasladaron al petróleo, agrocombustibles, alimentos y metales, creando nuevas burbujas especulativas.
En la base, se manifiesta una crisis de sobreproducción de mercancías que impele al Capital a buscar en la pura especulación un mecanismo para revalorizar sus inversiones, empeorando la crisis.
El Estado norteamericano patea la pelota hacia adelante: salió al rescate con cientos de miles de millones de dólares… pero no de los deudores sino de ¡las mismas entidades financieras responsables de la especulación! Incluidas la dos más importantes financieras del mercado de garantías hipotecarias: Fannie Mae y Freddie Mac y también la novena, Indy Mac. Y hay otro centenar de entidades en condiciones difíciles.
Claro que esos fondos estatales no son mágicos, salen del gasto social (pensiones, salud, sistemas muy deteriorados en los últimos años en EEUU) Otras medidas que se ensayan van en el mismo sentido: guerras por mercados y materias primas en Africa y en Iraq, devaluación del dólar tratando de trasladarle la crisis a otras regiones vía exportaciones. Europa ya vive también las consecuencias y se anuncian recesiones en Dinamarca, España y Gran Bretaña.
Esta intervención del Estado, inyectando fondos y nacionalizando entidades en problemas rompe con la mentira del ¨libre mercado corrector¨, aunque va en el mismo sentido: es para favorecer o evitar la quiebra de las grandes entidades.
Los precios de la vivienda cayeron un 20% y los intereses de los bancos se dispararon, incrementando la morosidad y frenando el consumo y la inversión empresarial. La crisis de trasladó a las bolsas mundiales. En 2007, el valor de las acciones descendió en 469.000 millones de dólares.
El gobierno de EEUU tuvo que aprobar una ley para frenar la ejecución de 400.000 viviendas (aunque hay 3 millones de hogares amenazados por impagos) y garantizar los depósitos de hasta 100.000 dólares ante la amenaza de quiebras bancarias.
Pero la crisis sigue. General Motors, principal compañía automotriz del mundo, anunció pérdidas de 15.500 millones en el último trimestre. Ford, tercera automotriz de EEUU, reconoció pérdidas en el último trimestre por valor de 8.700 millones de dólares y ahora anuncia el despido del 15% de su fuerza laboral, que se suma a los 100.000 obreros automotrices despedidos en EEUU en los últimos 3 años.
Las medidas de intervención ensayadas por el Estado mostrarán sus limitaciones en tanto no se conviertan en nacionalizaciones de las palancas fundamentales de la economía bajo una planificación centralizada y con un programa de inversiones que responda a las necesidades sociales de alimentación, salud, vivienda, etc. Para lo cual deben estar bajo control obrero y popular. Claro que para eso es necesario una clase de políticos muy distintos a estos sirvientes de las petroleras y entidades financieras que encabezan los partidos Republicano y Demócrata.
Aunque el candidato presidencial Demócrata, Barak Obama, se postule como "El Cambio", cada vez más muestra sus credenciales de sirviente de las grandes corporaciones.
La necesidad, por lo tanto, de que la clase obrera norteamericana ponga en pie su propio partido político con un programa socialista se hará cada vez más presente en los próximos años.