Ayer 3 de octubre, Catalunya vivió una protesta gigantesca contra la represión del Estado, en un clima insurreccional en algunas partes de la comunidad. El gobierno del PP quemó en apenas 15 días todo su arsenal represivo en su intento vano de abortar el Referéndum sobre la independencia del 1-O, y lo hizo arrojando gasolina sobre el fuego en un pastizal seco, provocando un incendio de dimensiones colosales. La acción directa de las masas en la calle ha maniatado todo intento del Estado de aplastar el movimiento por la autodeterminación. Desairado por todo un pueblo, y suspendido en el aire sin apoyos parlamentarios sólidos, el Rey ha acudido en ayuda del gobierno del PP y de Ciudadanos, en un intento agónico de disciplinar las filas “constitucionalistas” y de cortar cualquier vía de negociación con la Generalitat. La monarquía ha atado así su destino a lo que pase en Catalunya.
Lucha de Clases – Corriente Marxista Internacional en España]
Millones de personas en Catalunya valoraron como una victoria, duramente ganada en las calles, el referéndum del 1-O. Y así ha sido percibido en el resto del Estado y en las principales cancillerías internacionales.
El odio de la población a las fuerzas represivas traídas por el gobierno, que justamente, son vistas como una fuerza de ocupación, se ha quintuplicado tras la brutal represión contra miles de personas indefensas en las colas de votación. Cientos de vecinos en varias poblaciones de Barcelona y Tarragona se manifestaron airados el lunes y martes a las puertas de los hoteles que alojan a policías y guardias civiles, forzando su traslado a otras residencias e instalaciones militares. Los bomberos de Tarragona, también reprimidos por la policía en las colas de votación tras actuar como escudos humanos en varios lugares para proteger a la gente de la represión, instalaron el lunes sus camiones delante de la puerta de la comisaría de la Policía Nacional de Tarragona haciendo sonar sus sirenas durante unos minutos antes de marcharse, en un acto de abierto desafío.
Conviene repasar brevemente el comportamiento épico de millones de personas en Catalunya en estas semanas para asegurar la celebración del Referéndum, a fin de atisbar su verdadera dimensión y el inmenso poder que descansa en las masas cuando se ponen en movimiento.
La prohibición de actos y mítines en apoyo al Referéndum en Catalunya fue desafiada y derrotada desde el minuto uno con la participación de miles en todos ellos.
La prohibición de pegar carteles fue desafiada y contestada por decenas de miles imprimiendo el material en sus casas y oficinas y empapelando toda Catalunya con piquetes de centenares de personas.
Los detenidos el 20 de septiembre fueron liberados tras gigantescas movilizaciones “tumultuarias”.
Una organización ejemplar, con participación de varios miles, aseguró el aprovisionamiento y la presencia de urnas de votación ante las mismas narices de los servicios secretos que fueron incapaces de detectar esta organización audaz.
Las papeletas, prohibidas, fueron impresas por millones en casas particulares, oficinas y pequeñas imprentas para que llegaran a todos.
10.000 fuerzas policiales bien pertrechadas fueron incapaces de impedir completamente la votación y que millones vencieran el miedo y la aprensión y salieran a la calle para votar en un acto “ilegal” calificado de sedicioso por la “justicia”. Decenas de miles hicieron guardia durante la noche para defender sus colegios de votación, y cientos de miles aguardaron haciendo cola horas antes de comenzar la votación.
Lo más importante: gran parte de la organización de la preparación de la votación en los barrios y pueblos fue organizado por Comités de Defensa del Referéndum que se formaron por decenas en toda Catalunya, días antes de la votación, agrupando a miles de vecinos y activistas, en lo que supone embriones de poder popular.
Un gobierno, como el catalán, que ha desobedecido las leyes (injustas) establecidas, y ha sido acusado de todo tipo de delitos sigue en su puesto, y el gobierno central ni siquiera ha sido capaz, hasta el momento del discurso del Rey, de intervenir completamente la autonomía catalana aplicando el artículo 155 de la Constitución, por miedo a la reacción de la población.
Si todo esto no expresa una actitud revolucionaria en millones de personas, no sabemos cómo podría denominarse tal cosa.
El “Paro de país” del 3 de octubre
La jornada de movilización de ayer fue gestada de una manera peculiar, en lo que fue llamado un “paro de país”, coincidiendo con una convocatoria de Huelga General impulsada por la CGT y otros sindicatos minoritarios, con apoyo de la CUP y Podem. Ya el día anterior, el lunes, cientos de miles de trabajadores pararon unos minutos al mediodía para concentrarse a las puertas de sus empresas y frente a los ayuntamientos.
La movilización de ayer fue organizada por la llamada “Taula Democràtica” (Mesa Democrática) que incluye a todas las organizaciones y organismos que apoyan el derecho de autodeterminación, incluidos los grandes sindicatos, CCOO y UGT, y organizaciones de pequeños empresarios, la Generalitat, y la izquierda catalana salvo el PSC.
Lamentablemente, los dirigentes catalanes de CCOO y UGT dejaron clara su oposición resuelta a una huelga general, sobre todo en las grandes empresas, y centraron su compromiso en alcanzar un acuerdo de “paro” con las pequeñas empresas que integran la “Taula” y con la Generalitat, en lo referido a los empleados de organismos públicos. En las grandes empresas, los sindicatos simplemente notificaron a los trabajadores que se oponían a la Huelga General y que participar en ella era un asunto voluntario e individual, lo que ocasionaba no sólo pérdida de salario sino incertidumbre e indefensión ante la patronal. No obstante, algunos sectores significativos de la clase obrera participaron activamente en la huelga, como los estibadores de Barcelona y Tarragona, los bomberos, y los conductores de autobús de las capitales, y los del metro y tren del área metropolitana de Barcelona.
Así, la huelga fue masiva en puertos, transporte, administración pública, comercio, educación, sanidad y pequeñas empresas, así como en los museos y teatros. El polígono alimentario de Mercabarna también quedó paralizado, y algunos polígonos industriales de Lleida. Las empresas de los diferentes polígonos industriales del sur de Barcelona pararon al 50%.
El sector agrario y las pequeñas explotaciones agrícolas también se sumaron al paro, impulsado por la Unión de Payeses. Significativamente, el Monasterio de Poblet, habitado por monjes cistercienses, también anunció su adhesión a lahuelga.
Por la mañana, hubo cortes en unas 60 carreteras de toda Catalunya.
En las grandes empresas, el paro fue débil, en gran medida por la actitud que ya mencionamos de las direcciones sindicales. Tuvo una pequeña incidencia en la planta de Nissan en la Zona Franca de Barcelona (30%), pero no alcanzó a la principal planta industrial de Catalunya, la SEAT de Martorell.
Donde la protesta sí alcanzó una incidencia mayúscula fue en las concentraciones y manifestaciones de masas habidas a lo largo de todo el día.
En Barcelona, la Guardia urbana cifró en 300.000 los participantes en las diversas concentraciones de la mañana en toda la ciudad, siendo la más nutrida la protagonizada por los estudiantes. Por la tarde, hubo 700.000 personas en una manifestación gigantesca.
En Girona, participaron 60.000 personas en una ciudad de 100.000, al mediodía. En Lleida, hubo 45.000 personas según la Generalitat, y en Tarragona hubo 10.000 por la mañana y más de 30.000 en la manifestación de la tarde.
En otras poblaciones también hubo manifestaciones destacables, como 5.000 en Tortosa, y 8.000 en Reus y Badalona.
Significativamente, en muchas de las manifestaciones pudieron verse banderas españolas aisladas, y por supuesto republicanas, junto a un mar de banderas esteladas, en una movilización que juntaba a una mayoría de independentistas con personas no independentistas contra la represión policial. Esto es muy positivo porque expresa la unidad por debajo de las más amplias masas populares, y amplía la base del movimiento.
El gobierno de Rajoy, suspendido en el aire
El gobierno Rajoy, arrogante hace sólo un mes, ahora descansa en el aire. En los dos días que siguieron al 1-O apareció noqueado, confuso y vacilante. No sólo acusó el golpe de verse humillado ante la combatividad popular en Catalunya, sino que le llovieron críticas dentro y fuera del país por la represión policial. En las últimas semanas ha perdido el apoyo casi incondicional del PNV, quedando en minoría parlamentaria
La parálisis del gobierno central se acentúa por el miedo a recurrir a la represión violenta una sola vez más, porque podría producir una conflagración social definitiva y el estallido de una revolución abierta en Catalunya.
Ante la presión de Ciudadanos para que Rajoy aplicara el ya famoso artículo 155 de la Constitución para intervenir la autonomía de Catalunya, destituir al gobierno de Puigdemont e imponer la convocatoria de elecciones autonómicas, el gobierno se encontró inesperadamente con el rechazo del PSOE a la aplicación de estas medidas. Pedro Sánchez, acuciado por la presión del PSC, llamó a una negociación entre Rajoy y Puigdemont. Esto obligó al PP a anunciar ayer al mediodía que renunciaba a aplicar el artículo 155 sin los suficientes apoyos parlamentarios.
Sólo la cobardía de la dirección del PSOE y las vacilaciones y falta de resolución de la dirección de Unidos Podemos han impedido en estos dos días una aceleración del desprestigio del gobierno Rajoy e incluso una caída del mismo, si hubieran llamado inmediatamente a la movilización en todo el Estado contra la represión en Catalunya y por el rechazo a su política antisocial y represiva general. Así, alimentan la confusión generada en un sector de la población trabajadora del resto del Estado, intoxicada por el fetichismo hacia el respeto reverencial a las leyes (por muy injustas que sean) y, en menor medida, por la propaganda del nacionalismo españolista.
Puigdemont, oliendo el desconcierto del PP, y enfrentado a la presión del movimiento en Catalunya para que proclame unilateralmente la independencia, ha maniobrado para tratar de retrasar esta medida a fin de poder arrancar ilusoriamente un acuerdo airoso, apelando a la mediación europea. Así, retrasó primero la declaración unilateral de independencia (DUI) prevista inicialmente ayer martes, para el jueves; luego al domingo, y finalmente a la semana que viene.
La intervención del Rey – el peligro bonapartista
En un movimiento inesperado, ante la parálisis del gobierno, la Casa Real anunció ayer por la tarde la retransmisión por TV de un discurso del monarca sobre la crisis catalana. Conscientes del desprestigio del gobierno del PP y de la humillación que suponía no responder con firmeza a lo que aparenta ser un vacío de poder, los sectores decisivos de la clase dominante española se han decidido por un movimiento desesperado, en un intento de retomar la iniciativa, para dar confianza al nacionalismo españolista existente en las capas más atrasadas de la sociedad y provocar un cambio reaccionario en el ambiente general contra el pueblo catalán.
Mucha gente ingenua esperaba un mensaje balsámico que expusiera la intransigencia y el aventurerismo de la Generalitat, pero que lamentara los efectos de la represión policial y emplazara a un acuerdo negociado “dentro de la Constitución”. Nada de eso. Reflejando el carácter reaccionario hasta la médula de la burguesía española y de su aparato de Estado, y el sentimiento de su prestigio ofendido por las masas en la calle, lanzó un desafío a la Generalitat calificando su actitud de “deslealtad inadmisible” y llamó al Estado “a restaurar el orden constitucional en Catalunya”. Con un desprecio soberano a la mayoría del pueblo catalán, sólo tuvo palabras cálidas para la minoría que apoya a la derecha española en Catalunya con la frase: “No estáis solos, tenéis nuestra solidaridad y la garantía del Estado de Derecho”.
Esto es una declaración de guerra a los millones que apoyan un referéndum de autodeterminación, a los millones que participaron en la votación del 1-O y a los millones que se movilizaron ayer en toda Catalunya, independentistas o no, contra la represión policial, a la que no hizo referencia; lo que sólo puede entenderse como un apoyo explícito a la misma.
La Corona se pone así sobre su espalda la decisión que debía haber tomado el temeroso gobierno del PP, como es un llamamiento implícito a la aplicación del artículo 155 de la Constitución y hacer pagar al gobierno catalán, incluidas las acciones penales, por la humillación sufrida. Pero, sobre todo, el discurso del Rey tenía un destinatario: la dirección del PSOE, para que pusiera fin de una vez por todas a sus vacilaciones y retornara sin vacilar al “bloque constitucionalista” y apechugue como los demás con las acciones a emprender, y sus consecuencias.
Este es un movimiento muy arriesgado para la clase dominante, que ha decidido quemar todos sus cartuchos de una sola vez, porque si la jugada sale mal el prestigio de la monarquía se derrumbaría, y eso podría conducir al desarrollo de un movimiento de masas en todo el Estado a favor de la República, extendiendo el movimiento revolucionario desde Catalunya al conjunto del Estado.
La actitud del Rey desvela la falsedad propalada durante décadas sobre el papel decorativo de esta figura, cuando la Constitución de 1978 le otorga importantes poderes de reserva que podría utilizar contra su propio pueblo, como declarar el Estado de Excepción e incluso liderar un golpe militar, como jefe máximo del ejército, también recogido en la Constitución.
Otro objetivo que se deduce del discurso de Felipe es organizar, a marchas forzadas un movimiento de masas reaccionario que pueda oponer en las calles, quizás no en Catalunya pero sí en el resto del Estado, al magnífico movimiento popular de Catalunya, apelando al “respeto a la ley y la democracia”, a “la Constitución”, contra el “separatismo”, y demás. Hasta ahora, todos los intentos de la derecha y de la ultraderecha española para generar tal movimiento durante las semanas anteriores resultaron en un fracaso, por el ineludible tufillo franquista y fascista que exhalaban todas sus concentraciones y pequeñas manifestaciones.
Esta mañana, la Audiencia Nacional acaba de citar para el viernes al jefe de los Mossos, Trapero, y a los dirigentes de las asociaciones civiles independentistas Òmnium Cultural y Asamblea Nacional Catalana; acusados del delito de “sedición”. Es el primer movimiento represivo del Estado desde el 1-O y sigue al discurso de ayer de Felipe VI, seguramente para preparar un siguiente golpe, aún mayor.
Un momento crítico: hacia la revolución o hacia la reacción
Estamos en un momento crítico, si las vacilaciones y retrasos de Puigdemont se prolongan, sin dar una salida, reflejo de la inconsistencia, cobardía y falta de decisión propias de un político burgués que teme y desconfía del propio movimiento de masas generado; pero también de las divisiones internas en el PdeCat entre el sector más proclive a retroceder y el que no, eso puede trasladarse a las capas más vacilantes del movimiento y arrastrar en cascada a un sector significativo, y ser la señal para que la reacción neofranquista retome la iniciativa.
Pero el movimiento del Rey tiene grandes riesgos. Está por ver no sólo la reacción de la clase obrera catalana, de la juventud y de las masas de la pequeñaburguesía que apoyan abrumadoramente el proceso independentista, ante un intento de imponer la legalidad constitucional de manera violenta, en una situación que bordea la insurrección. El PSOE está fraccionado. La dirección del PSOE andaluz, fiel lacaya del nacionalismo españolista y de la burguesía española, ha criticado la falta de firmeza de Rajoy y ha saludado el discurso del Rey. Pero numerosos dirigentes medios y locales han declarado su “frustración” por la falta de diálogo que ha expresado el discurso Real, y no sólo en Catalunya, también en Baleares, Euskadi y otras partes. Unidos Podemos y sus confluencias han reaccionado de forma valiente. Alberto Garzón, que ha mantenido una posición lamentable sobre el tema catalán en estas semanas aunque defendió el derecho a participar en el 1-O y condenó implacablemente la represión policial, ha llamado abiertamente a luchar por la República. En las mismas líneas se ha expresado Xavi Domènech. Pablo Iglesias ha llamado a Felipe VI “el Rey no votado” y ha calificado su discurso de “no en nuestro nombre”. Si Unidos Podemos, como fervientemente esperamos, levanta una posición valiente y desafiante a los planes reaccionarios del régimen del 78, podría organizar un movimiento de masas que tenga como objetivo no sólo apoyar al pueblo catalán y rechazar cualquier tipo de violencia contra él, sino liderar un movimiento poderoso a favor de la República.
Incluso en el caso que el monarca, la derecha y la cobarde dirección socialista tuvieran un cierto éxito en organizar un movimiento de masas españolista significativo, arrastrando a las capas más atrasadas, inevitablemente se destacarán en el mismo los elementos fascistas y franquistas más repugnantes, incluyendo el intento de criminalizar y de generar violencia física contra la izquierda y sus activistas. El grueso de la clase obrera española puede estar dividido y confuso sobre la cuestión catalana, pero hay una memoria histórica y un instinto de clase antifranquista que no han podido sepultar 40 años de régimen del 78. Si las provocaciones de la reacción van demasiado lejos, eso prepararía una respuesta feroz de la clase obrera que cambiaría rápidamente toda la situación, unido a las condiciones de precariedad laboral y de hartazgo hacia la corrupción del sistema, y que podría conducir a un estallido revolucionario en toda regla con un contenido republicano y anticapitalista.
El movimiento por la autodeterminación de Catalunya ha llegado al punto más elevado jamás imaginado. El grueso del pueblo catalán ha asombrado a millones en todo el mundo por su determinación, tenacidad y valentía en estas semanas, enfrentado a un aparato de Estado poderoso. La corriente Lucha de Clases apoyó sin ambages el referéndum del 1-O y su resultado, bloqueada cualquier otra alternativa para que el pueblo catalán pudiera expresar democráticamente su opinión sobre su relación con el Estado español y, por lo tanto, defendemos la proclamación de una república catalana independiente. Ahora bien, proclamar la independencia no basta para constituirse como país independiente. Aunque el movimiento tiene, sin duda, el apoyo de la mayoría de la población catalana, falta asegurar el apoyo incontestable de la mayoría decisiva de la clase obrera, sobre todo de la población castellano-parlante, que aglutina una parte sustancial de los batallones pesados del proletariado catalán, y que mira con desconfianza al ala burguesa del movimiento representada por el PDeCat y sus políticas a favor de los ricos, los recortes y la austeridad. Lo que se necesita, por tanto, es que la izquierda del movimiento, donde la CUP y los sectores más a la izquierda de los Comunes y Podem, tienen una posición significativa, luche por alcanzar la dirección del mismo, vinculando la república con un programa socialista de transformación, que arrastre al grueso de la clase obrera catalana.
En lo inmediato, y ante la inminente intervención de la autonomía catalana y de la destitución represiva del gobierno de Puigdemont, lo que se necesita es preparar la resistencia para responder con una nueva ofensiva en la calle.
Extender los Comités de Defensa, embriones del poder obrero y popular
La principal tarea del momento es extender y fortalecer en el plazo inmediato los Comités de Defensa hasta el último barrio y pueblo de Catalunya, con especial énfasis en los barrios obreros y zonas fabriles, no como núcleo de activistas sino como organizaciones de masas. Habría que convocar una asamblea nacional de comités de toda Catalunya que asuma la verdadera representación del pueblo catalán ante la probable destitución del gobierno de la Generalitat, y formar un gobierno de carácter obrero y popular que, dotado de un programa amplio, recoja las demandas de todos los sectores populares, desde los campesinos, pequeños propietarios y profesionales, hasta las demandas obreras más inmediatas, vinculándolas con la nacionalización de las grandes empresas y bancos catalanes, que ya han manifestado su apoyo y solidaridad con sus hermanos de clase de la oligarquía de Madrid.
Habría que tomar el control de los Mossos, depurarlos de los elementos reaccionarios que también existen en su seno, y proclamar así una república socialista catalana que hiciera un llamamiento revolucionario a la clase obrera española para que se levante contra el podrido régimen capitalista español, e inaugurar así una oleada revolucionaria socialista por la península, y más allá.