España hacia las elecciones del 9 de marzo

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2008 abre nuevas perspectivas para los marxistas. La polarización política es el reflejo del grado que han alcanzado las contradicciones entre las clases, que no encuentran solución en el juego parlamentario habitual, en el consenso y el pacto. Las cataplasmas con que la socialdemocracia ha intentado obviar este fenómeno no servirán de nada.

Más polarización política y más lucha de clases

Perspectivas para 2008

Lo importante en el pensamiento científico, sobre todo en las complejas cuestiones de política e historia, es distinguir lo fundamental de lo secundario, lo esencial de lo accidental, es prever el movimiento de los factores esenciales de desarrollo. Para esa gente cuyo pensamiento no va más allá de hoy para el día siguiente, para aquellos que buscan tranquilizarse con todo tipo de hechos episódicos sin conectarlos con el todo, el pensamiento científico que parte de los factores fundamentales parece dogmático: en política se encuentra esta paradoja en todo momento.
(León Trotsky, Guerra y paz, 1940)

Acaba el año 2007 como empezó: con una profunda polarización política en el conjunto de la sociedad. Tan sólo han pasado 12 meses y muchos de los consensos históricos que se tejieron hace treinta años están tocados en su línea de flotación. Peor aún, los viejos fantasmas que parecían conjurados han vuelto a cobrar fuerza impregnando todo el debate político. Prueba de esto es la despedida del curso por parte de la jerarquía católica, que ha concentrando el 30 de diciembre en Madrid a decenas de miles de fieles en una nueva manifestación de hostilidad al gobierno de Rodríguez Zapatero: una celebración, según terminología eclesial, en la que ha vertido toda su demagogia oscurantista y reaccionaria contra un supuesto laicismo disolvente, advirtiendo amenazadoramente de que los ataques al integrismo católico, del que la conferencia episcopal española es digna representante, constituye una prueba irrefutable de la disolución de la democracia española ¡Faltaría más!

Acaba la legislatura

Se ha convertido en un lugar común para el conjunto de los medios de comunicación burgueses afirmar que esta legislatura ha sido diferente a las anteriores. Y el rasgo diferenciador, según esa inmensa mayoría, no ha sido otro que la ruptura del llamado consenso político labrado con tanto esfuerzo en los años de la transición. Muchos analistas políticos, de diverso credo y procedencia, no se cansan de señalar que el andamiaje institucional y la política de Estado, que tanta fidelidad había cosechado a derecha e izquierda, ha sido dinamitada por la profunda polarización política que vive la sociedad. Por ejemplo, periódicos como El Mundo han dedicado suplementos dominicales a preguntarse si este año ha sido Horribilis para el Rey Juan Carlos I, para inmediatamente deshacerse en los calificativos más serviles hacia su persona. Otros como El País, han encabezado una auténtica cruzada para limpiar la imagen de la Monarquía, temerosos de que la pátina democrática que llevan fabricando durante décadas en torno a la regia persona se derrumbe, dejando al desnudo sus vínculos con el franquismo y sus puntos de vista de clase en los aspectos fundamentales. El incidente con Chávez ha servido de coartada para profundizar en esta línea. Toda una legión de intelectuales "progresistas" y democráticos se ha sumado a esta tarea con gran entusiasmo. Siguiendo este hilo, no es casualidad que el mismo 31 de diciembre Juan Carlos I, in person, se desplazase a Afganistán para brindar con las tropas españolas que apoyan la aventura imperialista en aquel país. Una maniobra de propaganda destinada a reforzar la figura de un Rey que pasa por horas bajas.
Si los estrategas políticos de la clase dominante tienen que hacer estos esfuerzos ímprobos por restablecer la imagen de la Monarquía, baluarte del consenso creado en los años de la transición y válvula de seguridad en el arsenal de la burguesía para los momentos de extrema gravedad ¿Qué está ocurriendo realmente?
Durante todos estos años, la idea de la polarización política ha sido repudiada por un buen número de portavoces y estrategas de la izquierda reformista que consideraba la crispación del debate público, como les gusta definir a esta situación de polarización, como un resultado singular de la artificiosidad y las maniobras del aparato del PP en su política de desgaste del Gobierno Zapatero. Este razonamiento, que adjudicaba en exclusiva a los intereses electorales de la derecha el origen de la polarización, oculta las profundas causas sociales, políticas y económicas de este fenómeno. Como parte de este esquema, los líderes de la socialdemocracia, que temen a la polarización como un demonio a un exorcista, han utilizado su "sentido del Estado" y del "consenso" para renunciar a la lucha contra la derecha y capitular permanentemente ante ella, precisamente en las grandes cuestiones que afectan a la vida cotidiana de la mayoría de la población. Es verdaderamente paradójico, de esas paradojas que prueban la pusilanimidad de los líderes socialdemócratas, que después de tantas concesiones por parte del gobierno a la jerarquía católica en materia educativa, de financiación, en su exculpación por los crímenes que cometieron en la guerra civil… esa misma jerarquía privilegiada y parásita los premie con una patada en la boca.
La estrategia política equivocada de los dirigentes del PSOE ha frustrado, en una medida considerable, las aspiraciones más sentidas por millones de trabajadores y jóvenes. Una estrategia que ha tenido, además, otra cara muy perniciosa. Al llamado de la paz social, del sosiego y la "convivencia", los dirigentes del PSOE, de Izquierda Unida y de los sindicatos, han cedido la iniciativa política al PP y su entramado político-mediático. Esta es la única razón que explica qué la derecha haya movilizado a su base social de una manera desconocida en estos últimos treinta años y apenas se haya encontrado oposición en la calle. La causa de este fenómeno, aparentemente contradictorio, no se explica por la ausencia de voluntad de lucha de la juventud y el movimiento obrero. En cada momento en que esta voluntad ha tenido oportunidad de expresarse, lo ha hecho con una fuerza tremenda.
Más allá de las deseos de todos los teóricos empeñados en convencernos de que este es un país de prosperidad y cohesión social, una polarización política como la que atraviesa el Estado español, es decir, el enfrentamiento agudo entre dos campos sociales e ideológicos diferenciados en el seno de la sociedad, no puede ser el producto accidental de una coyuntura. Por el contrario, es el resultado de un proceso de largo recorrido y profundas raíces, que ha ido cristalizando al calor de acontecimientos de envergadura afectando la conciencia y psicología de todas las clases.

Descrédito de las instituciones

El hecho de que se insista tanto, y con tanto lamento en el fin del consenso que alumbró la transición, es un reconocimiento de la seriedad del cambio. Aquel consenso se alcanzó con el objetivo inequívoco de hacer fracasar la lucha que libró la clase trabajadora contra la dictadura franquista y por la transformación socialista de la sociedad. En un contexto semejante, con una correlación de fuerzas muy desfavorable para la clase dominante, la burguesía tuvo que recurrir a los dirigentes obreros para lograr encarrilar el movimiento revolucionario de los trabajadores por las tranquilas aguas del parlamentarismo burgués. Los dirigentes mal llamados socialistas y comunistas actuaron, como otras veces en el pasado, como las muletas salvadoras del sistema, utilizando su autoridad para imponer a los trabajadores la renuncia a sus objetivos socialistas. La derrota sufrida por el movimiento obrero permitió al capitalismo español restablecer una correlación mucho más favorable para sus intereses e ir ganado, paulatinamente, lo que había perdido en las grandes luchas de los años setenta.
Estas son las razones que explican, en última instancia, que se consiguiera apuntalar el sistema capitalista en el Estado español y por ende la Monarquía y todo el entramado institucional al que dio lugar aquella situación. Por eso es absolutamente llamativo que aquel gran "compromiso histórico" esté sometido, en el momento actual, a un cuestionamiento tan grande. Que se viertan comentarios continuos en las páginas de la prensa burguesa, en los debates televisivos o en las tertulias radiofónicas, acerca del renacimiento del espíritu de las dos Españas, que asuntos como la guerra civil se tratan con un enconamiento y una violencia verbal sin precedentes o que la derecha recurra a los mismos ejes políticos que utilizaba en los años treinta para azuzar la movilización de su base social, son un buen botón de muestra de la profunda transformación que se ha operado en el panorama político.
El ambiente social de crispación, división y tensión es tan notorio, que los ejemplos son legión. Cabe resaltar, como penúltimo ejemplo, la manifestación del martes 4 de diciembre contra el último atentado de ETA convocada unitariamente por todo el arco parlamentario.
La manifestación, que había sido publicitada machaconamente desde todos los medios de comunicación, movilizó a menos de cinco mil personas, una cifra tan insignificante que no tiene precedentes en convocatorias de esta naturaleza, confirmando con letras mayúsculas esta brutal polarización. A la escasa participación hay que añadir los enfrentamientos que se produjeron entre partidarios del PSOE y militantes del PP y de la extrema derecha, algo que se ha vuelto inevitable en este marco de polarización política creciente pero que no es la primera vez que ocurre: en la manifestación del 12 de marzo de 2004 en Madrid contra los atentados islamistas del día anterior, Aznar y los dirigentes del PP fueron increpados por miles de asistentes que los responsabilizaban políticamente de lo ocurrido. Otro tanto ocurrió en Barcelona durante la manifestación en recuerdo de Ernest Lluch, muerto por ETA, y en la que dirigentes del PP como Josep Pique y Rodrigo Rato fueron obligados a abandonar por los abucheos de cientos de asistentes.
Ahora, tras el fracaso de la convocatoria del 4 de diciembre, muchos comentaristas han observado que si la manifestación hubiera sido organizada en solitario por la derecha, o por la izquierda, habría agrupado a decenas de miles. De esta manera, los columnistas confirman algo obvio y que los marxistas hemos defendido desde hace unos cuantos años: que la cuestión nacional (el instrumento a través del cual la burguesía españolista vertió todo su veneno reaccionario entre capas de la clase obrera, algo que logró temporalmente por el apoyo y el respaldo entusiasta que le prestaron los líderes socialdemócratas del momento) hoy en día se ha convertido en un terreno más de la lucha de clases, del conflicto entre intereses de clase contradictorios que no dejan de salir a la superficie con virulencia siempre que encuentran una vía para expresarse. Al fin y al cabo, la exacerbación de la cuestión nacional en todos sus matices, incluida la utilización del nacionalismo español más histérico por parte de la clase dominante, es un síntoma del grado que han alcanzado las contradicciones en el seno de la sociedad. No se puede desvincular un fenómeno de otro. Pero volveremos sobre la cuestión nacional más adelante.[1]
Para la mayoría de los dirigentes del PP y del PSOE esta asistencia tan escasa a su llamamiento es la prueba de que, después de años de duros enfrentamientos, los "ciudadanos" no se creen la recobrada "unidad de los demócratas". Evidentemente esta afirmación esconde una verdad de Perogrullo. Pero mantenerse en este estadio del análisis no nos permite comprender, en toda su dimensión, lo que realmente refleja esta profunda polarización política ni sus consecuencias.
En última instancia cuando abordamos esta nueva situación, que ya ha merecido incluso la publicación de libros por parte de especialistas extranjeros[2], estamos señalando, de forma muy concreta, el carácter agudo que está adoptando la lucha de clases en nuestro país. Lucha de clases que -aunque no se exprese por el momento en una explosión de la actividad huelguista- sí está afectando la credibilidad de las instituciones del parlamentarismo burgués y a la confianza en el sistema en general; al descrédito del reformismo como solución a los problemas fundamentales de la mayoría de la población, marcado por el agudo descontento con la situación laboral y económica; y a la consolidación, más que evidente, de un progresivo y consciente odio de clase contra la reacción. También en correspondencia, se está generando un fuerte y creciente sentimiento de hostilidad y resentimiento entre amplias capas de la pequeña burguesía contra todo lo que huela a izquierda.

Distinguir lo fundamental de lo secundario: la base material de la polarización

Desde la izquierda reformista se oyen, con la letanía de un tantra, lamentos por la actitud irresponsable de una derecha que ha impulsado a lo largo de toda la legislatura una movilización permanente y sin resuello de su base social, la pequeña burguesía, azuzando la polarización hasta unos niveles desconocidos. Es más, cualquier columnista de tinte socialdemócrata no deja de suspirar por ese modelo de derecha responsable, que "asuma su papel de oposición respetuosa con las instituciones democráticas y colabore lealmente en las cuestiones de Estado". Podría parecer una broma sino fuera por que cualquiera puede escuchar estos mensajes lacrimógenos todos los días por parte de gente que se califica a si misma de izquierdas. Por citar uno de los últimos ejemplos al respecto: en su despedida como Presidente del Congreso de los diputados, Manuel Marín hizo votos por evitar futuras legislaturas como la que acaban. Sus reproches contra la crispación y el enconamiento político, y sus deseos de que la concordia, el decoro parlamentario y la buena vecindad política presidan las relaciones entre los partidos demuestran, sin duda, que Marín es un buen socialdemócrata, firmemente apegado a sus principios. ¿Por qué en lugar de ser buenos amigos, estamos todo el día a la gresca? ¿Por qué no pensamos más en los intereses del país que en los réditos electorales? ¿Por qué no dejamos a un lado nuestras diferencias y nos ponemos a trabajar por el bien común? Nada nuevo bajo el sol. ¿Acaso no han sido estas siempre las ideas de la socialdemocracia oficial cuando las cosas se ponen feas?
Más allá de los buenos deseos de estos profesionales del consenso, el enconamiento y la polarización tienen raíces profundas, y no son, ni mucho menos, una característica singular del Estado español. La realidad es que la derecha que ansía la socialdemocracia es patrimonio de otros tiempos, los buenos tiempos posteriores a la IIª Guerra Mundial en que el capitalismo desarrollaba las fuerzas productivas y podía permitirse concesiones democráticas en los países capitalistas avanzados. Esa derecha era una manifestación temporal y excepcional de una época histórica que ha terminado y no volverá aunque, dicho sea de paso, esa misma burguesía estuvo siempre dispuesta a recurrir a métodos menos homologables desde el punto de vista democrático cuando sus intereses y su poder se encontraron amenazados por el movimiento revolucionario de los trabajadores (De Gaulle en Francia, la red Gladio en Italia, la conspiración golpista en Gran Bretaña a finales de los setenta, no dejan duda de que para la burguesía los derechos democráticos no son una cuestión de principios…)
La ofensiva sin cuartel contra las conquistas que el movimiento obrero arrancó entre 1945-1950, como subproducto de la lucha revolucionaria, en países como Alemania, Francia, Italia o Gran Bretaña, por citar sólo algunos ejemplos, ha eliminado la base para que esa derecha siga existiendo. Ese es el aspecto esencial, fundamental, del periodo histórico actual. La polarización no es una creación arbitraria de la maquinaria electoral de la derecha, refleja una dinámica social, económica y política, expresa un cambio fundamental en la situación objetiva y en la psicología de las clases. A Trotsky le gustaba insistir que "en última instancia, los factores objetivos prevalecen siempre sobre los subjetivos. Por eso una política acertada comienza siempre con un análisis del mundo real y un análisis de las tendencias que lo atraviesan".
En una época donde los beneficios económicos del capital europeo y mundial, pues el caso es semejante en EEUU, en Japón o en China, se obtienen por las privatizaciones masivas de las empresas y los servicios públicos y la destrucción del antiguo estado de bienestar; por la precarización extrema del mercado laboral; por la reducción sin piedad de los salarios y la prolongación de la jornada laboral… la derecha civilizada desaparece y es sustituida por otra derecha más acorde las necesidades del momento. Desde un punto de vista materialista, y no idealista, los cambios en la superestructura política derivan, en última instancia, de las transformaciones y modificaciones que se producen en la estructura económica y social.
El capital se está preparando políticamente para enfrentar los nuevos tiempos. Por esa razón en toda Europa se ha producido un ataque continuado a los derechos democráticos, en algunos casos apenas sin levantar polvareda debido a la complacencia y el apoyo de los líderes socialdemócratas a los mismos. En los últimos años, el recurso sistemático a la legislación de excepción, a los recortes a la libertad de expresión, reunión y organización de la izquierda, a la amputación de los derechos sindicales y políticos de los trabajadores, a la demagogia racista contra los inmigrantes, se ha convertido en norma.
El conjunto de la clase dominante en Europa, en esta nueva etapa de la lucha de clases y con el objetivo de profundizar en la ofensiva contra los trabajadores, no ha dudado en oscilar, con más o menos intensidad, hacia un comportamiento bonapartista encumbrando como lideres de la derecha tradicional a demagogos reaccionarios que basan su discurso en la ley y el orden. Esta es su receta para imponer una nueva disciplina al movimiento obrero, y hacerle entender que los derechos adquiridos en épocas anteriores chocan con las nuevas necesidades de la clase dominante y no son, por tanto, aceptables. De esta manera pretenden asegurar mejor la defensa de sus intereses frente a una clase trabajadora que está respondiendo a sus ataques con una inquebrantable voluntad de lucha, a pesar de sus direcciones políticas y sindicales. Tan sólo hay que recordar el rosario de movilizaciones, huelgas generales y sectoriales que han sacudido Europa en estos siete años y que, en el último mes y medio, han afectado a los servicios públicos y al transporte en Francia y Alemania o se han expresado en manifestaciones de cientos de miles contra los recortes sociales y la carestía de la vida en Portugal, Italia, Dinamarca, Bélgica…
Esta es la razón de que la fisonomía de la derecha política haya cambiado y cambie aún más en el próximo periodo: en Francia con Sarkozy; en Italia con Berlusconi, en Grecia con Caramanlis; incluso en países con una gran tradición democrática como la pequeña Suiza, dónde Christoph Blocar, líder de la UDC, se ha encaramado como el principal dirigente de la derecha con un duro discurso racista y antiobrero.
De todas formas, este fenómeno no es ni mucho menos desconocido en la historia de Europa. Ejemplos de este tipo de gobiernos reaccionarios, con tendencias claras hacia medidas bonapartistas, se han dado en otras épocas de profunda inestabilidad política, económica y militar, precediendo a periodos de convulsiones revolucionarias. Lo verdaderamente relevante es el hecho, incontrovertible, de que la burguesía está adaptando todos los instrumentos de su dominación para una época histórica muy diferente, marcada por choques y enfrentamientos entre las clases de una gran dimensión y profundidad.
Evidentemente la posición consecuente de la burguesía, a la hora de exponer y defender sus intereses de clase, no encuentra la necesaria correspondencia en los dirigentes reformistas de la izquierda política y sindical. Pero esto tampoco es una excepción histórica. En los momentos de gran polarización política del siglo XX, los reformistas siempre jugaron el papel de serviles mayordomos de la burguesía, sellando su destino con el del Estado capitalista en decadencia. No obstante, los dirigentes reformistas, por mucho empeño que le pusieron, no evitaron finalmente el enfrentamiento abierto. Esta lección de la historia es importante no olvidarla.
Por tanto, si esta es la realidad que recorre Europa ¿Por qué razón va a ser diferente en el Estado español? Cualquiera que no se deje embaucar por la propaganda interesada de los reformistas y la burguesía, puede darse cuenta que no puede ser ni será diferente, porque las causas objetivas del proceso son todavía más obvias y tienen raíces más profundas. Sólo los intoxicados por ciertas editoriales de la prensa burguesa de tinte "progre", pueden ver en los acontecimientos que se suceden desde hace siete años en nuestro país, hechos artificiosos o maniobras de los aparatos políticos. Todo lo contrario. Aunque los reformistas, esos campeones de la paz social, el sosiego y la concordia entre las clases, lo quieran olvidar, la polarización actual es hija legítima de la lucha de clases, y más exactamente, de la gran movilización de masas que expulsó al PP del gobierno.

La intervención de las masas ha sido el factor decisivo

La derecha, y la clase dominante de la que es expresión política, no han olvidado lo que sucedió en el Estado español entre el año 2000 y el 2004. Y no es para menos. Justo cuando el Partido Popular había alcanzado una lustrosa mayoría absoluta en el parlamento, cosechada gracias a los graves errores de las direcciones de la izquierda sindical y política empecinada en la desmovilización social y la colaboración de clases, justo en ese momento, comenzó el principio del fin del gobierno Aznar.
Como en muchas ocasiones sucede en la historia, los estrategas del capital ensoberbecidos por su triunfo, comenzaron a despegarse de la realidad, intoxicados de megalomanía y delirios de grandeza. Exactamente igual que le ocurrió a Bush con la guerra imperialista en Iraq, su fiel vasallo, José María Aznar, pensó que tenía carta blanca para hacer y deshacer a su antojo. Los dirigentes del PP se creyeron que la actitud pasiva y claudicante de los dirigentes obreros era el reflejo de "la conciencia y el estado de ánimo de los trabajadores". Análisis, con el que por otra parte, coincidían con muchos sectarios que por una extraña razón se autocalifican como marxistas, y que jamás pierden ocasión en culpar a los trabajadores de los pecados de sus dirigentes.
No es este el lugar para analizar en detalle la movilización de masas que sacudió la sociedad de arriba a abajo en esos cuatro años de legislatura del PP, pero habría que remontarse a los años de la transición para encontrar un periodo semejante. Decenas de millones salieron a la calle a luchar contra el PP. Desde la huelga general en Galicia en junio de 2001, que fue un rotundo éxito a pesar de la oposición de la cúpula de CCOO; pasando por el movimiento masivo contra el desastre del Prestige, las luchas contra el Plan Hidrológico Nacional, el movimiento estudiantil de masas contra los ataques de la LOU y la LOCE, hasta la gran huelga general del 20 J de 2002 y, por supuesto, el movimiento de millones contra la guerra imperialista.
¿Alguien podría pensar que una movilización tan extensa y profunda como esta no iba a dejar huella, una huella indeleble, en la conciencia de la clase trabajadora y la juventud?
La derecha se batió en retirada, y no por la audacia de los dirigentes del PSOE o de IU, que no hay que olvidar fueron a rebufo de la movilización. Pocos entendieron que detrás de la aparente calma que teóricamente aseguraban las cifras de crecimiento económico, y que permitían a Aznar blandir su España va bien a diestro y siniestro, en la profundidad de la clase se estaba incubando un odio profundo contra la reacción. La respuesta de la población frente a las mentiras del PP tras los atentados del 11 de marzo de 2004, no hicieron más que expresar de la forma más contundente y audaz lo que ya había quedado claro en las movilizaciones masivas de los años anteriores. Los teóricos del "giro a la derecha de la sociedad", tan mayoritarios en las organizaciones de la izquierda, fueron refutados en la arena práctica de la lucha de clases.
Es en este periodo donde se crearon las bases de esta profunda polarización política que recorre todo el Estado español. Fue la acción de las masas, su audacia y decisión la que expulsó al PP del gobierno y provocó la derrota electoral de la derecha el 14M de 2004, no los méritos ni los aciertos de la dirección del PSOE o de Rodríguez Zapatero. El hecho de que el gobierno actual sea el producto de un movimiento de masas tan impresionante, condicionó sus primeras actuaciones. Su margen de maniobra y su autoridad entre las masas, como hemos repetido en numerosas ocasiones, no era el de Felipe González en 1982. Esta es la razón, la única razón, por la que el gobierno de Rodríguez Zapatero retiró inmediatamente las tropas de Iraq, pues haber traicionado a su base social de manera tan burda, y tan rápida, le hubiera pasado una factura muy difícil de satisfacer sin afectar fundamentalmente a su credibilidad.
La forma en la que el PP fue derrotado no es secundaria. Una cosa es perder unas elecciones por el desgaste político habitual de la labor del gobierno, por las consecuencias de la crisis económica, por escándalos de corrupción y otra muy diferente ser desalojado por la movilización de las masas, precisamente después de haber obtenido una mayoría absoluta tan sólo hacía cuatro años. La derrota del PP, en un contexto de crecimiento económico que tradicionalmente favorece al partido en el gobierno, también es un argumento contundente contra aquellos supuestos "marxistas" que, adoptando una posición mecánica y no dialéctica, sólo ven los efectos negativos del boom económico en la conciencia de los trabajadores. En la práctica el carácter de este boom lejos de atemperar el conflicto político y suavizarlo, de disipar el enfrentamiento ideológico, esta alimentando a marchas forzadas la polarización política.
Pero volviendo al aspecto fundamental. La clase dominante española, es decir, los sectores del capital español que tradicionalmente han estado al timón del aparato político y estatal, entendieron que había que imponer una estrategia seria y contundente. Era absolutamente necesario demostrar a la clase obrera la fuerza de la burguesía, arrebatar la calle a la izquierda y dejar claro a los dirigentes de la socialdemocracia quien mandaba en la casa. Para la burguesía es muy importante contar con dirigentes obreros dúctiles y serviles, que hagan el trabajo sucio en los momentos críticos. Pero dirigentes que se aúpan en la grupa de la movilización y que son susceptibles de reflejar las presiones y exigencias de su base social, es algo muy peligroso que debe ser combatido a sangre y fuego. No es que desconfíen de los socialdemócratas, les conocen muy bien y saben que nunca traicionaran a la mano que les da de comer. De quien desconfían es de las masas que hay detrás de las organizaciones obreras, temen al movimiento y su acción independiente ¡Y hacen muy bien en tenerle miedo! Por ese motivo, esta legislatura ha sido una prueba de fuerza para la burguesía.

Golpear lo más duro posible

La clase dominante nunca pone todos los huevos en la misma cesta. Su actuación siempre esta dictada por la defensa intransigente de sus intereses estratégicos, y para ello se basa en su amplia experiencia en el poder. El ejemplo de su posición en Venezuela es bastante representativo. Si no pueden derrocar a Chávez a través de una acción violenta contundente y definitiva, como ocurrió con el Golpe frustrado del 13 de abril de 2002 y la posterior huelga petrolera, no dudan en utilizar otros: el sabotaje económico, la compra de dirigentes chavistas, o el apoyo, con todos los medios que tienen a su disposición, a la socialdemocracia venezolana para intentar descarrilar el proceso por "métodos democráticos"…
En el caso del Estado español también han planteado una estrategia similar, salvando la gran diferencia de que en este momento no nos encontramos inmersos en una situación revolucionaria. Pero la forma de abordar el problema responde a un punto de vista común a la burguesía de todo el mundo cuando ve que sus intereses políticos han sido puestos en entredicho.
El gran capital tiene apoyos muy firmes en el Gobierno de Rodríguez Zapatero, precisamente los que más importan desde el punto de vista de la salvaguarda de sus intereses. Coloca a hombres de su entera confianza como Solbes para controlar directamente la política económica del gobierno, al tiempo que permiten a Zapatero aprobar medidas y leyes que no ponen en entredicho los fundamentos del poder capitalista. Zapatero, por supuesto, está encantado con Solbes, ya que de esta manera puede atacar a los líderes del PP presentando entre sus activos a un vicepresidente absolutamente respetado y vinculado a la burguesía y los grandes monopolios. De esta manera Zapatero, mal que le pese, confirma una de las máximas de Marx: el Gobierno, incluso en el régimen parlamentario más democrático, no es más que el Comité Ejecutivo que vela por los intereses generales de la clase dominante.
Con todo, esta descripción de la naturaleza del Gobierno de Zapatero no agota la cuestión. La burguesía, al mismo tiempo que controla los aspectos esenciales de la política del Gobierno, no duda en atacarlo y debilitarlo todo lo que puede. Y lo hacen no tanto por que teman a Zapatero o su entorno, de hecho la pintura que hacen de él como un rojo radical no es más que propaganda para consumo de su base social. Lo hacen para doblegar la voluntad de lucha de los trabajadores, y asegurar que acontecimientos como los ocurridos en el periodo 2000-2004 no se vuelvan a repetir o, si se repiten, situarse en mejores condiciones para neutralizarlos.
Desde el principio de la legislatura, la derecha se ha lanzado al cuello del gobierno, y de la izquierda en general, con el beneplácito del capital. Han utilizado todo lo que está a su alcance para desgastar y atacar a Zapatero: la cuestión nacional, la política antiterrorista, la religión, los matrimonios entre homosexuales, la educación, la política exterior, el control de las instituciones burguesas, la Monarquía, la memoria histórica, el juicio sobre los atentados del 11M, los medios de comunicación… No hay terreno en que el no se haya desatado una avalancha de reprobaciones y acusaciones, muchas sin ningún fundamento real, con el objetivo de presentar al gobierno de Zapatero como una amenaza radical, como un club de rojos dispuestos a todo.
Evidentemente, la movilización de la base social de la derecha no se puede lograr apelando a la democracia, al consenso, al acuerdo. Eso es una estupidez. La derecha y la clase dominante de este país tiene una tradición determinada, que algunos parece que han olvidado. En última instancia, la derecha política es el reflejo de la configuración histórica de la clase dominante española y de un capitalismo atrasado y dependiente. El que hayamos vivido tres décadas de democracia parlamentaria no afecta esta observación en lo fundamental.
Estas tradiciones han aflorado en todo su esplendor. Exactamente igual que durante la IIª República, la derecha ha orientado sus aguijones hacia los mismos temas, blandiendo los mismos argumentos. De esta manera han agudizado la polarización y creado, a su vez, una dinámica propia entre su base social. También las leyes de la dialéctica sirven para entender los procesos que se dan en el campo de la reacción: ahora han desatado unas fuerzas difíciles de ser controladas o encauzadas con simples gestos o maniobras. Si durante tres años y medio el discurso del PP en materia antiterrorista ha sido que el gobierno rompía España y la entregaba a ETA, o que negociaba con asesinos, y ese discurso machaconamente difundido por todos los medios a su alcance ha movilizado en la calle a la hez más reaccionaria, a los sectores más rabiosos y mezquinos de las capas medias, insuflándoles orgullo y confianza en sus propias fuerzas, cambiar el paso al final de la legislatura no puede conectar con una base social excitada y que se cree a pies juntillas la propaganda de estos últimos años. Esto es lo que explica que las huestes de la derecha no acudieran a la manifestación antiterrorista del pasado 4 de diciembre. Entendieron que acudir a esa manifestación era seguir el juego del gobierno. ¡Y desde su punto de vista no les faltaba razón!
No obstante la debilidad de la derecha también se refleja en los límites de su capacidad de movilización. La baja participación de últimas manifestaciones organizadas por la AVT, o lo que es lo mismo por el PP, han sembrado algunas dudas en el aparato de Génova. Han confirmado que la llamada a la movilización no logra trascender en ningún momento las fronteras sociológicas de la derecha. A diferencia de otras manifestaciones antiterroristas en el pasado, con una composición interclasista marcada, en las de estos años la ausencia de trabajadores y jóvenes era absolutamente evidente.
En el otro lado del escenario ocurre algo similar. Todos los intentos de la socialdemocracia y sus aliados por evitar los choques, por no presentar batalla en la calle, por escurrirse de la confrontación con la derecha y apelar al sosiego, al consenso y al acuerdo, tampoco encuentra eco entre la clase obrera y la juventud que mira con absoluta desconfianza estos llamamientos. La polarización también se ha manifestado con toda crudeza desde la izquierda cuando ha tenido ocasión.
Como señalábamos al principio del artículo, la cuestión nacional, o mejor dicho la utilización del nacionalismo español reaccionario para combatir los intentos de negociación del Gobierno con ETA, que tan buenos resultados ha proporcionado a los dirigentes del PP, ha provocado, en cambio, un fuerte rechazo entre la clase obrera, rompiendo cualquier posibilidad de acuerdo formal en este asunto a medio plazo. La prueba de lo que decimos fue la manifestación del 15 de enero de 2007 en Madrid, convocada por la izquierda tras el atentado de la T4 en el que murieron dos trabajadores inmigrantes.
La oposición del PP a firmar la convocatoria, reflejaban las enormes presiones de su base social y de una estrategia que estaba dando resultado, aparentemente, en el desgaste del gobierno. Finalmente el que los sindicatos junto con el PSOE e IU se decidiesen a mantener la marcha, además de ser un hecho sin precedentes en los últimos treinta años cuando se trata de manifestaciones de condena a ETA, reflejaba la enorme presión de la base sobre los dirigentes reformistas de la izquierda. También de los problemas que estos dirigentes tienen a la hora de mantener sus vínculos y su propio prestigio ante su base social, de la que dependen, en última instancia, sus posiciones en las instituciones burguesas. La participación en esa manifestación de más de medio millón de trabajadores, las consignas y la actitud militante contra la derecha que recorrió toda la marcha, incluso la impresión general de que la salida a la cuestión nacional sólo puede ser política, dejaban constancia del profundo cambio que se ha producido en la situación objetiva y la gran polarización que recorre la vida política. Volver a un escenario como el del Pacto Constitucional, que marcó la política en Euskal Herria y en el conjunto del Estado español en la segunda mitad de los noventa, incluso considerando que la posición de los dirigentes del PSOE en este terreno es completamente equivocada y hace el juego a al derecha, solo sería posible en una situación objetiva como la de aquellos años. ¿Es esta una perspectiva probable para el próximo periodo? Parece que existen argumentos poderosos para dudarlo.
En un momento en que la actividad armada de ETA se utiliza desde el gobierno de Zapatero para activar una escalada represiva sin parangón contra la izquierda abertzale; incluso cuando los planes de ilegalización de ANV y el PCTV por parte del PSOE se están acelerando, no parece probable que en el terreno de la cuestión nacional se vaya a reducir cualitativamente el grado de ataques del PP contra el gobierno. Todo lo contrario. La presión sobre el PSOE se va recrudecer más allá de que se produzcan gestos cara a la galería. Y esta presión está tendiendo efectos claros, considerando las concesiones que el gobierno de Zapatero está realizando en todos los terrenos, empezando por la nueva hoja de ruta con la que pretenden ganar las elecciones.

Perspectivas: ¿Desaparecerá la polarización tras las elecciones del 9 de marzo?

Dentro de dos meses se celebrarán nuevas elecciones generales. Las perspectivas para las mismas están marcadas por un empate técnico entre el PP y el PSOE. Todas las encuestas reflejan este hecho, que a su vez confirma los límites objetivos que la derecha tiene para aumentar su influencia entre capas de los trabajadores y sobre todo, la incoherencia y los graves errores de la política de PSOE.
Para intentar romper este equilibrio, los jefes de campaña del PSOE han diseñado una hoja de ruta hacia la moderación. ¡Ellos son así! En sus propias palabras, el Gobierno y el PSOE deben transmitir mensajes de tranquilidad, seguridad y serenidad, con el objetivo de ganar al electorado ¡¡¡desideologizado!!! Según estos expertos, esta es la manera de recuperar al electorado que se fugó en las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2007, en las que el PSOE perdió más de un millón de votos respecto a las generales de 2004.
La hoja de ruta ya ha sido puesta en práctica a través de toda una cantidad de decisiones prácticas: el fichaje de Pedro Solbes, quien confirmó su disposición a seguir como vicepresidente económico, o el anuncio de suprimir el impuesto de patrimonio para asegurar "tranquilidad en lo económico" a las capas medias. En esta misma línea cabe reseñar la incorporación en las candidaturas de José Bono, presentado como un guiño al electorado más religioso. Y para no provocar más a la Iglesia, que como demostró el 30 de diciembre no necesita ser provocada para mostrar todo su odio y hostilidad a este gobierno, los nuevos estrategas de Moncloa han decidido no contemplar en el programa electoral propuestas sobre el aborto, la eutanasia o las relaciones con la cúpula eclesial.
Este grupo de expertos, ha propuesto que "se pongan todas las energías en situar en la agenda asuntos que no dividan y que tengan una orientación atractiva para los ciudadanos de bajo perfil político, sin ahuyentar a la izquierda. Para retener a ésta, están diseñadas las campañas de recuerdo de los logros sociales de la legislatura. Pero la clave de la estrategia se resume en los mensajes de tranquilidad en lo económico, seguridad en lo social y serenidad en lo político."
Desde ya podemos augurar que si se mantiene esta estrategia, la dirección del PSOE no sólo no logrará movilizar a los dos millones de posibles abstencionistas, sino que desmovilizará a su base social, a los trabajadores y jóvenes que confiaron en sus promesas pero que advirtieron en la misma noche del 14 de marzo de 2004: ¡Zapatero no nos falles!
Siguiendo con lo que ha sido la tónica en estos últimos cuatro años, los responsables del PSOE piensan que a la derecha se la para… haciendo políticas de derecha ¡Increíble! Este mismo esquema fue puesto en práctica por los gobiernos de Felipe González y aquello terminó con el triunfo del PP y la pesadilla de ocho años de gobierno Aznar.
En realidad, la socialdemocracia puede perder las elecciones por los mismos motivos que en otras ocasiones: por su incapacidad orgánica para conectar con las aspiraciones de millones de jóvenes y de trabajadores que ven como sus condiciones de vida, de trabajo, sus salarios, sus posibilidades de acceso a una vivienda digna, a los servicios públicos, la educación o la sanidad, empeoran sin que este gobierno, por el que votaron hace cuatro años, haga nada por impedirlo, sino todo lo contrario. Esta es la verdadera cuestión en litigio.
Cuando los estrategas de Moncloa insisten en captar el voto "desideologizado" están persiguiendo una quimera. Tal voto no existe, y mucho menos en unas condiciones de polarización como las actuales. Sus gestos y concesiones a la derecha no convencerán a los sectores de la pequeña burguesía que han sido ganados a la demagogia de la derecha, pero si provocará irritación entre millones de jóvenes y trabajadores que se preguntan, acertadamente, en que planeta vive el gobierno. Esta es la consecuencia inevitable de considerar el capitalismo como el único sistema posible y de renunciar a la transformación socialista de la sociedad. El pragmatismo socialdemócrata se transforma en la gestión de los intereses generales de la clase dominante, lo que no impide, por otra parte, que la burguesía arrecie en sus ataques contra ellos como una vía para desmoralizar y doblegar la resistencia de los trabajadores.
La autocomplaciencia de Rodríguez Zapatero cuando se hincha de satisfacción con las "medidas sociales" que su gobierno ha aprobado, no pueden sino provocar asombro y perplejidad. ¿De qué habla Zapatero?
Las leyes contra la violencia de género, a favor de los matrimonios homosexuales, o la ley de dependencia, por citar algunos de los "hitos" más sobresalientes del gobierno, no pueden ocultar una realidad lacerante que demuestra que, en materia social, la política de Rodríguez Zapatero ha sido completamente impotente para mejorar las condiciones de vida de millones de familias trabajadoras.
Citemos algunos datos que aparecen de continuo en las páginas económicas de la prensa burguesa:

1. En el último informe sobre el mercado laboral de la UE, publicado por la Comisión Europea en el mes de diciembre, se concluye que el peso de los ingresos del trabajo en el PIB comunitario alcanzó en 2006 su mínimo histórico, con una participación del 58%. En 1975 las rentas laborales tenían un peso del 70% en el PIB de la UE (15 miembros). Es decir, se ha producido un retroceso de 12 puntos porcentuales de los salarios en la renta nacional de los 15 países económicamente más poderosos de Europa. El descenso continuado en la cuota de riqueza de los trabajadores en las últimas tres décadas se repite en otras grandes economías: en Japón y EE UU apenas supera el 60% de sus respectivos PIB.
Según las cuentas de Bruselas, que incluyen conceptos más amplios que los utilizados por el INE, la participación de las rentas del trabajo en la riqueza española bajó al 54,5%, tres puntos menos que la media comunitaria. Según el CES (Consejo Económico y Social), la remuneración de asalariados representó un 46,6% del producto interior bruto (PIB) en el año 2006, cuando en el año 2000 rozaba el 50%.
Un estudio del Banco de España del año 2006, firmado por el responsable de estudios José Luis Malo de Molina, reconoce que la remuneración por asalariado, que había crecido a una tasa media del 9,4% entre 1980 a 1995, se moderó hasta el 2,9% de crecimiento medio entre 1996 y 2005. Los trabajadores españoles cobraban al cierre del tercer trimestre del año 2006 una media de 1.553 euros brutos, una cantidad similar a la registrada en 1997. Según otro estudio realizado por el profesor Daniel Fuentes Castro de la Universidad de Zaragoza, "aunque el poder de consumo ha crecido un 1,2% en la última década, el poder adquisitivo total de los salarios se ha reducido significativamente, entre 9 y 20 puntos".
Según un reciente estudio elaborado por CCOO, dos de cada diez contratados cobran un sueldo inferior al salario mínimo interprofesional (513 euros en el año estudiado, y que ahora se elevará a 600). En la Comunidad de Madrid, el buque insignia de la política económica de la derecha y dónde los dirigentes sindicales no hacen más que firmar pacto social tras pacto social, cerca de 1,4 millones de asalariados -casi la mitad del total, 2,9 millones- cobran menos de mil euros al mes. El estudio de CCOO se basa en los datos de la Agencia Tributaria de 2005, referidos sólo a los ingresos que declaran los ciudadanos a sueldo (quedan fuera autónomos o empresarios, por ejemplo) y de la Encuesta de Coste Laboral de ese año. El informe también denuncia un aumento de la proporción de ciudadanos madrileños que viven bajo el umbral de la pobreza (con ingresos inferiores al 60% de la media de la renta): un 12% en 2006, mientras en 1999 la cifra era de 9,5%.
Por el contrario, esta ha sido la «década de oro» para las empresas y todavía no ha tocado techo, puesto que las empresas que integran el Ibex-35, principal índice bursátil español, ganaron en los primeros nueve meses del año 2007 37.019 millones de euros netos, lo que supone un aumento del 28% respecto al mismo periodo de 2006. La Banca en el mismo periodo obtuvo 13.759 millones de beneficios, hasta escalar al segundo puesto del ranking mundial de rentabilidad.

2. Endeudamiento de las familias. Según datos del Banco de España, la deuda de los hogares creció un 15,7% en el segundo trimestre de 2007 respecto al mismo periodo del año anterior, lo que supone un nuevo récord histórico al acercarse por primera vez a la barrera de los 900.000 millones de euros y casi igualar el PIB español (1.037.600 millones de euros). La deuda de las familias españolas ha pasado del 66% de la renta familiar disponible al 103% entre los años 1999 y 2005 con un aumento de 48,3 puntos porcentuales, superior al registrado por todos los países del G-7, según el informe de coyuntura de Caixa Catalunya.

3. Precariedad y marginación. El informe de la UE anteriormente mencionado señala que el Estado español sigue a la cabeza de la precariedad laboral: más del 34% del total de la fuerza de trabajo es precaria. En el caso de los jóvenes menores de 30 años, el porcentaje sube al 45% y triplica la media comunitaria.
Como un reflejo de la precariedad, los altos ritmos de trabajo y los bajos salarios, casi 1.000 obreros han muerto este año pasado en el Estado español en su jornada de trabajo. Hasta octubre de 2007 fallecieron 716 trabajadores. A éstos hay que sumar los 276 que han muerto en accidentes de coche en camino al trabajo. Por otra parte, el número de accidentes no desciende. Hasta octubre de 2007 se han registrado 78.979 accidentes con baja laboral. Cada año, un millón de trabajadores sufren accidentes en el trabajo.
Según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, tomando como referencia de pobreza relativa un ingreso medio para dos adultos de 20.498 euros, una quinta parte de la población vive por debajo de este umbral. En el caso de los mayores de 65 años esta situación se agudiza, y uno de cada tres vive en situación de pobreza. Según los datos de UNICEF, el 25% de los niños que viven en el Estado español está en riesgo de pobreza.
En contraposición, diez familias y 18 empresarios posen el 20,14% de las empresas del Ibex 35, un valor que supera los 102.000 millones de euros. Son los nombres ilustres de la oligarquía española, los intocables: Las familias Botín, Lara, Entrecanales, Polanco, March, Ortega y Nozaleda; las hermanas Koplowitz y los primos Alberto Cortina y Alberto Alcocer; Florentino Pérez, Luis del Rivero, Silvio Berlusconi, Luis Portillo y Juan Abelló, entre otros.

4. Inflación. Según un estudio publicado por el diario El País el pasado mes de diciembre, el precio de los productos básicos se ha incrementado un 43% en seis años: un litro de leche semidesnatada costaba 0,56 euros a finales de 2001; ahora vale 0,97. Una docena de huevos salía por 1,38 euros; ahora, por 1,87. Un paquete de detergente, 3,91; en la actualidad, 5,35. También el aceite de girasol y el pan, cuyos precios han crecido un 40% y otro 40% respectivamente. El aceite de oliva, la tónica o la cerveza también han experimentado crecimientos significativos en este sexenio, pero menos que la leche.
El alza de los precios ha sido tal en los últimos meses, que la inflación se ha disparado en noviembre al 4,1%. Mientras tanto, todo lo que el gobierno tiene que decir al respecto es responsabilizar del incremento de los precios a la escalada del petróleo, o a nuestra incapacidad para interiorizar el coste del euro, como tan ingeniosamente ha señalado el Ministro Solbes.
En un contexto de topes y caídas salariales y de inflación desbocada ¿Cómo defiende el gobierno del PSOE los salarios de los trabajadores? Bastan como ejemplo las declaraciones del gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, quien afirmó en la Universidad de Oviedo que el aumento de la inflación será un fenómeno "transitorio" y por ello pidió a empresarios y sindicatos que no la incorporen a sus demandas salariales. "En el medio plazo, la inflación está asegurada en el 2% y eso es lo importante", concluyó.
Esta es la realidad. Mientras el gobierno incrementa el SMI a ¡¡600 euros!! y lo presenta eufóricamente como una gran conquista, los responsables del Ministerio de Economía llaman a la moderación salarial, y el año arranca con subas de un 4,7% del gas natural, de un 5,3% del butano y de un 3,3% de la luz. Por otra parte, la mayor parte de los ayuntamientos, muchos de ellos gobernados por el PSOE e IU, como viene siendo tradición desde hace años ignoran la previsión de inflación (2%) a la hora de fijar el precio de los transportes urbanos, aplicando incrementos del 5% y en algunas ciudades, como Sevilla o San Sebastián, subas escandalosas.

Todos estos datos, que inciden en la vida cotidiana de la mayoría de la población, están teniendo un profundo impacto en la conciencia de millones. Si a esto añadimos las perspectivas sombrías para la economía española y el crecimiento constante del desempleo en todos los sectores, pero especialmente en la construcción y en la industria, no es posible prever una reducción de la polarización política: al contrario, este proceso se ve alimentado por la desigualdad social y económica que ha generado este boom económico en los últimos años. La última encuesta del CIS, que sitúa al "terrorismo" como cuarta preocupación de los españoles, por detrás del paro y de la negativa percepción de la economía, es un buen indicativo de lo anterior.
Por el momento, la burguesía se basa en el buen hacer de los dirigentes sindicales para dar una vuelta más a la tuerca, aumentando la presión sobre los trabajadores. Pero todo tiene un límite y nos estamos aproximando peligrosamente a él. Que los líderes de CCOO y UGT respondan a este incremento salvaje de los precios con una nueva firma del Acuerdo Marco Interconfederal para la negociación colectiva, es un insulto a millones de familias que ven angustiosamente como les es imposible llegar a fin de mes. En lugar de movilizar a la clase obrera de la forma más contundente para recuperar el poder adquisitivo perdido y defender el empleo, los dirigentes sindicales, instalados en su estrategia de despacho y vanagloriándose de su posición de grandes estadistas, están tendiendo una alfombra roja a la ofensiva de la patronal, y amparando al gobierno para que siga legislando de espaldas a los trabajadores y contra sus intereses. Pero la cantidad se transformará en calidad. Las huelgas que están estallando, como las sucedidas en el metal y la construcción de Pontevedra, la magnífica lucha de los trabajadores de la bahía gaditana contra el cierre de Delphi, las del sector de la automoción, a las de las contratas de limpiezas que se han sucedido por toda la geografía del Estado (ahora mismo se desarrolla la huelga indefinida de los trabajadores de la limpieza del Metro de Madrid), todas ellas se han caracterizado por su radicalización y participación. Son tan solo una muestra de lo que va a ocurrir en el próximo periodo, y no habrá en ese momento burocracia sindical capaz de contener tanto descontento acumulado.
En esta perspectiva es difícil hacer un pronóstico acabado para las elecciones de marzo. Pero una cosa es clara: el fermento y los elementos de crisis interna que se están desarrollando en todos los partidos tradicionales, a derecha e izquierda incluyendo a las formaciones nacionalistas, no se va a mitigar. Un fermento que, al fin y al cabo no es más que el fruto del profundo y sordo descontento que se está cociendo en las entrañas de la sociedad contra una política que no conecta con las aspiraciones de las masas.
El resultado electoral está muy abierto. La posibilidad de un triunfo raquítico del PSOE acelerará su giro a la derecha inclinando más a los estrategas de Ferráz a buscar pactos con los nacionalistas burgueses de CiU y PNV. Esta hipótesis significaría un gobierno débil, sometido a la presión brutal de la derecha y a un movimiento obrero que no va a tolerar más sacrificios a costa de sus empleos y salarios. Pensar que en ese contexto se puede repetir un esquema de paz social como el impuesto durante la primera legislatura por los dirigentes de CCOO y UGT, es pensar mucho. Precisamente la presión en las fábricas y empresas por el descontento acumulado es de tal magnitud, que inevitablemente buscará un cauce en la arena de la acción de masas, incluyendo la lucha huelguista sin descartar, inclusive, la convocatoria de una huelga general.
Si el resultado es el de un triunfo precario del PP, con una mayoría minoritaria en el parlamento, la misma situación de inestabilidad se abriría en el escenario político. En esta hipótesis, un gobierno de la derecha que tuviese que recurrir a pactos con los nacionalistas, provocaría fisuras de grueso calado en las filas de la derecha y en las del PNV y CiU, y en la hipótesis de que se alcanzasen acuerdos eso no impediría una radicalización de la lucha de clases. Un gobierno así tendría que acometer nuevos ataques contra los trabajadores, sin disponer de la influencia y autoridad de los dirigentes socialdemócratas, por mermada que esté,
2008 abre nuevas perspectivas para los marxistas. La polarización política es el reflejo del grado que han alcanzado las contradicciones entre las clases, que no encuentran solución en el juego parlamentario habitual, en el consenso y el pacto. Las cataplasmas con que la socialdemocracia ha intentado obviar este fenómeno no servirán de nada.
Aquellos que no entiendan que todos estos acontecimientos están preparando una época de grandes sacudidas, estimuladas por la crisis económica y el empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora y la juventud; aquellos que se niegan a considerar el factor decisivo de los dirigentes obreros y su política de paz social como el principal obstáculo que tiene por delante el movimiento y opinan, desde su impotencia sectaria, que la política de los dirigentes y su margen de actuación es el resultado del bajo nivel de conciencia de las masas; aquellos que no comprenden el profundo resentimiento e insatisfacción que se está acumulando en las entrañas de los oprimidos, porque no van más allá de hoy para mañana; aquellos que no están en contacto con estas capas sino con la aristocracia obrera y ese sector de "activistas" escépticos y desmoralizados que siempre tendrán una buena razón para culpar a los trabajadores; todos aquellos que piensan así, que se preparen: el vendaval de la lucha de clases se los llevará por delante y los arrojara a la cuneta. Para los marxistas el método es exactamente el contrario: nos basamos en las profundas contradicciones sociales, políticas e ideológicas que explican la polarización actual para intervenir con la máxima audacia en la lucha de clases y construir el partido revolucionario que la clase obrera necesita. Este es el camino, no hay tiempo que perder.
¡Únete a la Corriente Marxista-El Militante para luchar por la transformación socialista de la sociedad!

Notas

[1] Obviamente este análisis de clase ante el problema nacional es rechazado por todas las gamas del reformismo. De hecho, uno de los más entusiastas en la defensa de la "unidad de los demócratas" en esta cuestión, es decir, en defender una posición de abierta colaboración de clases, es Gaspar Llamazares, coordinador general de IU. En la página web de IU días después del fracaso de la manifestación del 4 de diciembre se podía leer la siguiente nota: "Llamazares hace un llamamiento durante la concentración contra ETA para que "se abra una nueva etapa en la que tengamos una política de estado no partidista contra el terrorismo". El coordinador general de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, expresó al término de la concentración desarrollada hoy en la Puerta de Alcalá de Madrid su confianza para que "se abra una nueva etapa en relación a la política antiterrorista. Durante un largo tiempo ha sido una política de partidos para enfrentar partidos y ahora existe la voluntad ciudadana y la presión de algunos políticos para que sea una política de Estado".
"Llamazares espera que todos quienes respetan la democracia, sin excepciones, "trabajen para consolidar este objetivo, porque así lo desea la sociedad", aunque lamentó que hoy no haya habido una fotografía juntos de las asociaciones sindicales, de los movimientos sociales, de las asociaciones que representan a las víctimas y de los representantes de los partidos políticos".
El máximo responsable de IU indicó que "hemos iniciado este periodo de forma frágil, pero yo estoy convencido de que lo vamos a consolidar porque los ciudadanos quieren que estemos juntos contra el terrorismo y que estemos juntos en solidaridad con las víctimas. Creo que lo vamos a conseguir, aunque hoy no hayamos estado muy afortunados desde el punto de vista de la imagen. Igual que hemos tenido una imagen unitaria en el Congreso, no veo por qué no podíamos dar una imagen unitaria de cara a la ciudadanía. Mañana saldrán fotos de uno y otro partido pero no habrá una sola foto donde estemos de nuevo en la calle con los ciudadanos todos unidos de verdad".

En fin, es difícil encontrar una declaración más franca de cretinismo parlamentario que la del Coordinador General de IU.

[2] Recientemente ha visto la luz un libro que lleva por título España, del consenso a la polarización: cambios en la democracia española, editado por Iberoamericana. En los créditos de presentación del mismo se puede leer lo siguiente: "Especialistas en política española actual debaten si se está produciendo, y en qué medida, el abandono de un consenso fundamental en aras de una polarización política y analizan las posibles consecuencias de dicho proceso. El libro, resultado de un congreso internacional que reunió, en el año 2006, a especialistas de la actual política española, presenta toda una serie de respuestas a la pregunta crucial, en qué medida se delinea en el debate público español la transición de un consenso fundamental hacia una polarización de las posiciones políticas y cuáles son las consecuencias que resultan para la dinámica política tanto interior como exterior del país. El modelo de consenso de la democracia española de la postransición se disuelve y cede ante un modelo de competencia caracterizado por una masiva polarización política y el surgimiento de "campos enfrentados", un fenómeno que dificulta o incluso hace imposible fundamentar políticas comunes. El cambio en el comportamiento de las élites políticas conlleva una nueva orientación de la cultura política que podría tener múltiples consecuencias para el clima y el estilo políticos así como para el curso de la política interior y exterior de España".