En Defensa del Marxismo

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El 15 de octubre apareció un artículo de Israel Shamir, titulado La saga de Woods, en la página web de habla hispana Rebelión. Shamir lanza todo su veneno estalinista contra el verdadero marxismo, es decir el trotskismo, pero también añade algunas de sus propias ideas originales. Alan Woods, basándose en los escritos clásicos de Marx, Engels y, en particular, Lenin, demuestra que el estalinismo y el marxismo son cosas contrarias. En la primera parte este trabajo trata principalmenteente de la cuestión del “socialismo en un solo país”, insistiendo en que esta teoría representaba la estrecha visión nacionalista de la burocracia y que estaba en total contradicción con el internacionalismo de Lenin.

Respuesta a Israel Shamir

El 15 de octubre apareció un artículo de Israel Shamir, titulado La saga de Woods, en la página web de habla hispana Rebelión. Shamir lanza todo su veneno estalinista contra el verdadero marxismo, es decir el trotskismo, pero también añade algunas de sus propias ideas originales. Alan Woods, basándose en los escritos clásicos de Marx, Engels y, en particular, Lenin, demuestra que el estalinismo y el marxismo son cosas contrarias. En la primera parte este trabajo trata principalmente de la cuestión del “socialismo en un solo país”, insistiendo en que esta teoría representaba la estrecha visión nacionalista de la burocracia y que estaba en total contradicción con el internacionalismo de Lenin.

Alan Woods

Debo confesar que nunca antes había oído hablar de Israel Shamir. Me han informado de que es un escritor y periodista que vive en Jaffa, Israel. Aunque no nos conocemos, he llegado a la conclusión de que debe ser un hombre muy listo. Consigue hacer algo que sería imposible para los mortales comunes. Responde a los artículos que no ha leído. Esto es un arte que, confieso, nunca he logrado dominar. Quisiera que en algún momento me diga cómo lo hace.

Shamir se imagina que ha aplastado las ideas del trotskismo. Esto me recuerda el cuento del sastrecillo valiente que iba alardeando de que había matado a “siete de un golpe”. La gente pensaba que estaba haciendo referencia a siete hombres y todos estaban debidamente impresionados. Pero cuando se enteraron de que hablaba de siete moscas, su admiración por el sastrecillo quedó un tanto mermada. En el caso de Israel Shamir, ni siquiera ha matado una sola mosca, sino que simplemente ha dado palos de ciego y hecho el ridículo.

Shamir es bastante amable al describirme como “el prolífico escritor trotskista Alan Woods” y, hay que reconocérselo, publica un vínculo a los tres artículos que escribí en respuesta a su ataque a Celia Hart. Pero inmediatamente comienza a quejarse de mi “tríptico” como él lo llama. Lamento saber que lo considera una “respuesta extremadamente larga para mi breve artículo”.

También lamento que esta respuesta no pueda ser más corta por la siguiente razón: es fácil escribir en pocas líneas distorsiones y mentiras, pero responderlas requieren mucho más espacio. Como hemos señalado en otras ocasiones como esta, para poner al descubierto una mentira es necesario citar fuentes, hechos y cifras. Nuestro crítico nunca hace esto en sus artículos y, por tanto, el valor que tienen sus argumentos no excede el de las siete moscas muertas por el sastrecillo.

Israel Shamir no puede tomarse la molestia de leer libros y artículos largos, por eso pone objeciones no sólo al “prolífico escritor trotskista Alan Woods”, sino también a escritores aún más prolíficos como son Marx, Engels y Lenin, a los que tampoco se ha molestado en leer. Hay un refrán español que dice: “la ignorancia es atrevida”. Estamos ante un ejemplo clásico de este fenómeno.

Unas cuantas cuestiones preliminares

Israel Shamir comienza su última diatriba con un aviso: “No hay que considerar mi polémica con Alan Woods como una discusión erudita de la Revolución Rusa; la riña no trata de León Trotsky y de José Stalin (que sus almas descasen en paz en el regazo de Marx, en el paraíso comunista) sino sobre temas extremadamente relevantes de nuestros días, aunque los presento en su perspectiva histórica”.

En una cosa al menos podemos estar de acuerdo. No hay nada de “erudito” en lo que escribe Shamir. Nos encontramos ante una total ausencia de seriedad y rigor científico. Se hacen las afirmaciones más escandalosas, una detrás de otra, sin el más mínimo intento de demostrarlas. Simplemente debemos aceptar todo lo que dice nuestro amigo y sin hacer preguntas. La impresión general es de una ligereza extrema.

Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí con las tablas de piedra y la cara brillante como el sol, los antiguos israelitas se postraron ante él. No pidieron ninguna prueba. Pero esa era otra época, más crédula. Ahora vivimos en el siglo XXI. Stalin está muerto, la Unión Soviética ha colapsado y las tablas sagradas escasean cada vez más.

Durante mucho tiempo, después de la muerte de Lenin, al movimiento comunista mundial se le pidió que aceptara sin preguntar todo lo que les dijeran los dirigentes estalinistas. Los que hacían preguntas incómodas eran etiquetados de “trotskistas” y eran expulsados, o algo peor. Este monstruoso régimen estalinista no tenía nada en común con el Partido Bolchevique, el partido más democrático de la historia, ni con el régimen de democracia obrera soviética establecido por Lenin y Trotsky en 1917.

Shamir obviamente echa de menos aquellos viejos buenos tiempos en los que no se hacían preguntas. Pero esos días se fueron para siempre. El colapso de la URSS ha suscitado muchas preguntas en las mentes de los comunistas honrados por todas partes. Ellos no están dispuestos a aceptar la vieja sofistería y las mentiras. Es en este contexto en el que surge la cuestión de la reevaluación de las ideas de Trotsky por parte del movimiento comunista. La gente quiere saber la verdad sobre el hombre que, junto a Lenin, dirigió la Revolución de Octubre y quien, junto con aquellos comunistas que defendieron las verdaderas tradiciones de octubre y del bolchevismo-leninismo, se opusieron al estalinismo.

Hasta el día de hoy los dirigentes de los partidos comunistas internacionalmente no han dado una explicación seria del colapso de la Unión Soviética. Son incapaces de hacerlo. Sólo en las páginas de La revolución traicionada y en otras numerosas obras y artículos escritos por León Trotsky en los años treinta, se podrá encontrar una verdadera explicación marxista de todo lo ocurrido en la URSS después de la muerte de Lenin.

Trotsky no sólo pronosticó que la burocracia estalinista terminaría restaurando el capitalismo en la URSS. También dio una descripción precisa de lo que ocurriría más tarde: “La caída de la actual dictadura burocrática, si no es sustituida por un nuevo poder socialista, significará el regreso a las relaciones capitalistas, con un declive catastrófico de la industria y la cultura”. Esto es exactamente lo que ha ocurrido en Rusia durante los últimos diez años.

Empecemos con algunas preguntas incómodas para nuestros contrincantes estalinistas. La primera es: si aceptamos lo que dicen Uds., que la Unión Soviética era un paraíso socialista, entonces ¿cómo es que colapsó?

La segunda es esta: Si, como sostienen, el PCUS era un genuino Partido Comunista dirigido por marxistas leninistas comprometidos, ¿cómo pudo suceder que la mayoría de ellos se pasaran al capitalismo con armas y bagajes, y que ahora sean multimillonarios a través del saqueo de la propiedad estatal?

Y la tercera sería: si en la URSS había una genuina democracia obrera, ¿por qué los trabajadores soviéticos no lucharon para defender el viejo régimen? ¿Cómo pudo ocurrir que después de más de medio siglo de lo que Israel Shamir llama socialismo pudieran restablecer el capitalismo sin una guerra civil?

Shamir se cubre las espaldas

Siendo un hombre tan listo, Israel comienza cubriéndose el trasero. Después de haber declarado la naturaleza “no erudita” (es decir, completamente arbitraria, frívola y acientífica) de sus artículos, añade (contrariamente a lo que había dicho antes) ¡que la discusión no trata en absoluto de Trotsky y Stalin! Además, nos invita cordialmente a dejar que sus almas descansen en paz.

Llamamos la atención del lector ante el patente tono de cinismo burgués de estas líneas, especialmente la frase “en el regazo de Marx en el paraíso comunista”. En los últimos años nos hemos encontrado con este tipo de cosas demasiadas veces. ¿Marx y Lenin? ¡Bah! ¡Eso está pasado de moda! ¿Para qué los necesitamos? ¡Dejemos que los viejos descansen en paz! Ocupémonos de los problemas del mundo moderno.

Esta es la posición, no de un comunista, sino de un escéptico burgués o más bien un burócrata ex comunista que ha llegado a la conclusión de que después de la caída de la URSS la idea de luchar por el socialismo (el “paraíso comunista”) es completamente utópico y debe abandonarse, junto con todas las ideas caducas de Marx.

Aquí inmediatamente llegamos al meollo del problema. La esencia de esta discusión no es que las ideas de Trotsky sean correctas. La esencia es si las ideas de Marx, Engels y Lenin son correctas y todavía son aplicables al mundo moderno.

En realidad no hay diferencia entre las ideas de Lenin y las de Marx, como tampoco hay diferencia entre las ideas de Lenin y las de Trotsky. Trotsky y sus seguidores se autodenominaban bolcheviques-leninistas. Los estalinistas fueron los que inventaron el “trotskismo”. Pero hay una enorme diferencia entre estalinismo y bolchevismo, una línea de sangre separa a los dos. No tienen nada en común.

Los “tres monstruos marinos” de Alan Woods

La verdadera significación de Israel Shamir es que expresa con una claridad admirable el hecho de que el estalinismo es la negación absoluta del marxismo y el leninismo. Ahora pasaremos a lo que Israel Shamir llama mis “tres monstruos marinos”.

“Woods traza un cuadro completo de la especie de comunismo que apoya, y que desea que todos adopten. Se basa en tres monstruos marinos, como lo hacía el mundo en la cosmografía antigua”.

En realidad, yo no trazo un “cuadro completo de la especie de comunismo que apoyo”, cualquiera que sea. Yo no traté en absoluto de la sociedad comunista. En mis artículos escribí sobre los problemas a los que se enfrentaron los bolcheviques después de que la clase obrera tomara el poder en Rusia, un país extremadamente atrasado en el cual, como incluso Stalin sabía, estaban ausentes las condiciones materiales para la construcción del socialismo. Lenin nunca afirmó que el socialismo existiera en Rusia (menos aún el comunismo).

Lo que existía en Rusia después de la Revolución de Octubre no era socialismo ni comunismo, sino un estado obrero o la dictadura del proletariado, como lo denominó Marx. Además, como Lenin dijo a Bujarin en 1920, dado el extremo atraso de Rusia, era un estado obrero “con deformaciones burocráticas”. Esto es conocido por los marxistas como el período transicional -el período entre el capitalismo y el socialismo-. Como Shamir considera que se deberían dejar en paz las ideas de Marx, nos disculpamos por mencionarlas, pero de cualquier forma es una realidad.

Cualquiera que esté mínimamente familiarizado con las “viejas” ideas del marxismo sabe que entre el capitalismo y el socialismo hay un período transicional, en el cual la burguesía es expropiada y se instala una economía nacionalizada planificada. Esto representa una conquista colosal y un gran paso adelante, como demostró la historia de la URSS (y también de Cuba). Pero eso todavía no es socialismo.

Esto era ABC para todo marxista (incluido Stalin hasta 1924), aunque es algo completamente nuevo para Israel Shamir. Para este gran genio hay capitalismo y hay socialismo, y no hay nada más. Por lo tanto, cuando Alan Woods dice que no era posible la construcción del socialismo en Rusia en la medida que permaneciera aislada en condiciones de atraso espantoso, se vuelve furioso.

Utilizando esa marca de peculiar sofistería de los jesuitas y de ciertas clases de rabinos escolásticos del tipo talmúdico, Shamir después concluye que Alan Woods no está a favor de la revolución socialista en Rusia, China, Vietnam, Cuba ¡ni en ninguna otra parte! Lo que esto demuestra, como es habitual, es que no tiene la más mínima idea de lo que está hablando.

¿Qué es la teoría de la revolución permanente?

Antes de 1917 todas las tendencias del movimiento marxista ruso estaban de acuerdo en que la revolución venidera sería una revolución democrático burguesa, es decir, una revolución surgida de la contradicción entre una economía capitalista en desarrollo y el estado autocrático semifeudal zarista. Pero la simple admisión general de la naturaleza burguesa de la revolución no respondería a la pregunta concreta de qué clase encabezaría la lucha revolucionaria contra la autocracia.

Los mencheviques asumieron por analogía con las grandes revoluciones burguesas anteriores, que la revolución estaría dirigida por los demócratas burgueses y pequeño burgueses, a quienes debería apoyar el movimiento obrero. Lenin se opuso enérgicamente a esta idea que constituyó la principal diferencia política entre bolchevismo (revolucionarismo proletario) y menchevismo (reformismo pequeño burgués).

En todos sus discursos y escritos, Lenin insistía una y otra vez en el papel contrarrevolucionario de los liberales democrático burgueses. Sin embargo, hasta 1917 no creía que los obreros rusos llegaran al poder antes del triunfo de la revolución socialista en occidente. Siguiendo los pasos de Marx, que había descrito al “partido democrático” burgués como “mucho más peligroso para los obreros que los anteriores liberales”, Lenin explicó que la burguesía rusa, lejos de ser una aliada de los obreros inevitablemente se pondría al lado de la contrarrevolución:

“La burguesía en su mayoría”, escribió en 1905, “se volverá inevitablemente del lado de la contrarrevolución, del lado de la autocracia contra la revolución, contra el pueblo, en cuanto sean satisfechos sus intereses estrechos y egoístas, en cuanto ‘dé la espalda’ a la democracia consecuente (y ahora ya comienza a darle la espalda) ”. (Obras Escogidas, vol. 1, p.549. Ed. Progreso. Moscú, 1961).

En opinión de Lenin la única clase que podía dirigir la revolución democrático burguesa era el proletariado, en alianza con el campesinado:

“Sólo el proletariado es capaz de ir seguro hasta eso, el proletariado lucha en vanguardia por la república, rechazando con desprecio los consejos, necios e indignos de él, de quienes le dicen que tenga cuidado de no asustar a la burguesía” (Ibíd.).

Sobre la cuestión de la actitud hacia la burguesía liberal, las ideas de Lenin y Trotsky estaban en total solidaridad contra los mencheviques, que se escondían detrás de la naturaleza burguesa de la revolución como tras una capa, para justificar la subordinación del partido obrero a la burguesía. Argumentando contra la colaboración de clases, tanto Lenin como Trotsky explicaron que sólo la clase obrera, en alianza con las masas campesinas, podrían llevar a cabo las tareas de la revolución democrático burguesa.

La única diferencia entre Lenin y Trotsky, en las perspectivas para la revolución rusa, era que antes de 1917 Lenin pensaba que la clase obrera no podría llevar a cabo la revolución socialista en la Rusia zarista atrasada antes de que triunfara la revolución socialista en occidente. Aquí está lo que realmente decía Lenin sobre la naturaleza de clase de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”:

“Pero no será, naturalmente, una dictadura socialista, sino una dictadura democrática. Esta dictadura no podrá tocar (sin pasar por toda una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario) las bases del capitalismo. Podrá, en el mejor de los casos, llevar a cabo una redistribución radical de la propiedad de la tierra a favor de los campesinos, implantar una democracia consecuente y completa hasta llegar a la república, desarraigar no sólo de la vida del campo sino también del régimen de la fábrica, todos los rasgos asiáticos de servidumbre, iniciar un mejoramiento serio en la situación de los obreros y elevar su nivel de vida y finalmente, en el último por orden pero no por su importancia, hacer que la hoguera revolucionaria prenda en Europa". (Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Obras Escogidas, vol. 1, p. 513. Ed. Progreso. Moscú, 1961. El subrayado es mío).

La posición de Lenin está absolutamente clara y nada ambigua: la próxima revolución será una revolución burguesa, dirigida por el proletariado en alianza con las masas campesinas. En el mejor de los casos se podía esperar el cumplimiento de las tareas básicas democrático burguesas: distribución de la tierra entre los campesinos, una república democrática, etc. No sólo Lenin no creía en la posibilidad de construir el socialismo en Rusia, sino que antes de febrero de 1917 ni siquiera creía que los obreros rusos pudieran llegar al poder antes que los obreros de Europa.

Para Lenin no había otro resultado posible en un país atrasado y semifeudal como Rusia. Antes de 1917 el único marxista ruso que defendía la perspectiva de que el proletariado ruso podría llegar al poder antes que el proletariado europeo era Trotsky. Ya en 1904 adelantó la teoría de la revolución permanente, que afirma que en países subdesarrollados como la Rusia zarista (pero también China, Cuba, Vietnam y Venezuela), las tareas de la revolución democrático burguesa sólo podrían ser realizadas por la clase obrera tomando el poder en sus propias manos, poniéndose a la cabeza de la nación y expropiando a los terratenientes y capitalistas:

“Es posible”, escribió Trotsky en 1905, “que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al poder que en un país capitalista evolucionado (…) En nuestra opinión la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de hacer un despliegue completo de su genio político”. (1905. Resultados y perspectivas, vol. 2, pp. 171-72. Ruedo Ibérico. París, 1971. Subrayado en el original).

La corrección de la teoría de la revolución permanente fue triunfalmente demostrada por la propia Revolución de Octubre. La clase obrera rusa -como Trotsky había pronosticado en 1904- llegó al poder antes que los trabajadores de Europa occidental. Cumplieron todas las tareas de la revolución democrático burguesa e inmediatamente emprendieron la nacionalización de la industria, pasando a continuación a las tareas de la revolución socialista. La burguesía jugó un papel abiertamente contrarrevolucionario, pero fue derrotada por la clase obrera que formó una alianza con los campesinos pobres. Los bolcheviques entonces hicieron un llamamiento revolucionario a los trabajadores de todo el mundo para que siguieran su ejemplo.

¿Socialismo en un solo país?

Cuando los mencheviques defendían que las condiciones materiales para el socialismo estaban ausentes en Rusia nadie se lo discutía, tampoco Lenin. Él sabía muy bien que sin la victoria de la revolución en los países capitalistas desarrollados, especialmente Alemania, la revolución no podría sobrevivir aislada, especialmente en un país atrasado como Rusia. ¿Esto significaba por lo tanto que los bolcheviques no debían tomar el poder? En absoluto. Ese era precisamente el argumento de los mencheviques.

Si la revolución rusa hubiera sido concebida como un hecho aislado y autosuficiente, la forma en la que parece verla el estrecho nacionalista Shamir, entonces los mencheviques habrían tenido razón y la toma del poder por parte de los bolcheviques habría sido una aventura. Pero Lenin nunca vio la Revolución Rusa de la forma en la que la ve Shamir, un acto nacional puramente aislado. Lenin siempre vio la Revolución Rusa como el primer paso en la revolución europea y mundial.

Este era el caso incluso cuando Lenin todavía pensaba que la Revolución Rusa no podría ir más allá de los límites de una revolución burguesa avanzada (una posición defendida hasta 1917). Siempre insistió en su dimensión internacional y señaló que el destino final de la Revolución Rusa dependería de la extensión de la revolución a Alemania y otros países de Europa.

Israel Shamir no quiere que citemos a Lenin, pero tenemos que pedirle perdón y seguir haciéndolo. En su libro Dos tácticas de la socialdemocracia, Lenin explica que la Revolución Rusa no será capaz de afectar a los cimientos del capitalismo “sin una serie de etapas intermedias de acontecimientos revolucionarios”. ¿En qué tipo de acontecimientos pensaba Lenin? Él dice que la revolución democrático burguesa en Rusia logrará:

“…hacer que la hoguera revolucionaria prenda en Europa. Semejante victoria no convertirá aún, ni mucho menos, nuestra revolución burguesa en socialista; la revolución democrática no se saldrá propiamente del marco de las relaciones económico-sociales burguesas; pero, no obstante, tendrá una importancia gigantesca para el desarrollo futuro de Rusia y del mundo entero. Nada elevará a tal altura la energía revolucionaria del proletariado mundial, nada acortará tan considerablemente el camino que conduce a su victoria total, como esta victoria decisiva de la revolución que se ha iniciado ahora en Rusia”. (Ibíd., p. 513.)

El internacionalismo de Lenin está en total contradicción con el estrecho nacionalismo de los estalinistas. Ni Lenin, ni ningún otro marxista, albergaba en serio la idea de que sería posible construir el “socialismo en un solo país”, mucho menos en un país atrasado, asiático y campesino como Rusia. En todas partes Lenin explica, algo que sería el ABC para cualquier marxista, que las condiciones para la transformación socialista de la sociedad estaban ausentes en Rusia, aunque sí estaban totalmente maduras en Europa Occidental. Polemizando con los mencheviques en el libro antes mencionado, Lenin reitera la posición clásica del marxismo sobre el significado internacional de la Revolución Rusa:

“La idea básica aquí es formulada repetidamente por Vpériod, que ha declarado que no debemos temer (…) una victoria completa de la socialdemocracia en una revolución democrática, por ejemplo una dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado, pero tal victoria nos permitiría despertar a Europa; tras desembarazarnos del yugo de la burguesía, el proletariado socialista en Europa nos ayudará a llevar a cabo la revolución socialista". (Ibíd., p. 82. El subrayado es nuestro).

En abril de 1917 Lenin cambió de idea. Inmediatamente vio que la única salida era que la clase obrera tomara el poder en sus manos (“todo el poder a los soviets”). Esta idea -que era la misma que desde 1904 defendía Trotsky- se encontró con la oposición de otros dirigentes bolcheviques, Kámenev, Zinoviev y Stalin. Ellos defendían la misma postura que nuestro amigo de Jaffa, que la clase obrera no debe tomar el poder sino que debe aliarse con la burguesía nacional progresista. Cuando Lenin presentó sus famosas bi>Tesis de Abril a Pravda (entonces editado por Kámenev y Stalin) fueron publicadas con su nombre y como una opinión personal. Pero después de una feroz lucha, Lenin consiguió la mayoría y, junto a Trotsky, llevó a la clase obrera hasta la victoria.

¿Qué es el socialismo?

Para los marxistas la Revolución de Octubre fue el acontecimiento más grande en la historia de la humanidad. Por primera vez, si excluimos el glorioso episodio de la Comuna de París, las masas -esos millones de hombres y mujeres trabajadores de a pie- derrocaron el viejo régimen de opresión y comenzaron la tarea de la transformación socialista de la sociedad. Los bolcheviques expropiaron a la burguesía e instituyeron una economía nacionalizada y planificada. Se basaron en la democracia obrera: el dominio de la clase obrera a través de los soviets. Fue una victoria tremenda. ¿Pero eso era socialismo?

Marx dijo en cierta ocasión que la revolución socialista comenzaría en Francia, continuaría en Alemania y terminaría en Inglaterra. A Rusia ni siquiera la mencionó. La razón era que en aquella época el capitalismo no se había desarrollado todavía en países como Rusia. No había industria ni clase obrera. Pero con el desarrollo del imperialismo y la exportación de capital la situación cambió de forma radical. Asia, África y América Latina comenzaron a entrar en el camino capitalista como resultado del capital extranjero.

La ley del desarrollo desigual y combinado significó que incluso en países agrícolas subdesarrollados como la semifeudal Rusia, existieran centros industriales con una enorme concentración de obreros. Esto no significaba que los países subdesarrollados experimentaran un desarrollo similar al de los países capitalistas metropolitanos. La burguesía de aquellos países había entrado demasiado tarde en la escena histórica como para jugar un papel progresista. Estaba atada por mil hilos a los terratenientes y al imperialismo. Por otro lado, los obreros de Rusia estaban abiertos a las ideas más revolucionarias.

Esto creó la posibilidad de que la clase obrera llegara al poder en un país atrasado antes que los trabajadores de Europa estuvieran preparados para tomar el poder. Contrariamente a lo esperado por Marx, el primer estado obrero del mundo llegó al poder, no en un país industrial desarrollado, sino en la Rusia agrícola atrasada. El sistema capitalista, en palabras de Lenin, se “rompió por su eslabón más débil”. Los bolcheviques tenían la perspectiva del desarrollo de la revolución en Europa, especialmente en Alemania. Consideraban la Revolución de Octubre como el principio de un nuevo orden socialista mundial.

El socialismo, como lo entendían Marx y Lenin, presupone que el desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado un nivel suficiente que eliminará todas las desigualdades materiales. La abolición de las clases no se puede establecer por decreto. Debe surgir de la superabundancia de cosas que elevarán de forma universal la calidad de vida hasta niveles insospechados.

Todas las necesidades humanas básicas serían satisfechas y por lo tanto la lucha humillante por la existencia dejaría de existir. La reducción general de la jornada laboral crearía las condiciones para un desarrollo sin paralelo de la cultura. Permitiría a los hombres y mujeres participar en la administración de la industria, del estado y la sociedad. Desde el principio el estado obrero estaría caracterizado por un nivel de participación democrática muy superior a la república burguesa más democrática.

Como consecuencia, las clases se diluirían en la sociedad, junto con los últimos vestigios de la sociedad de clases: el dinero y el estado. Esto haría surgir el verdadero comunismo y la sustitución de la dominación del hombre por el hombre, con la “administración de las cosas”, por utilizar la expresión de Engels. Esto, y nada más, es lo que llaman los marxistas socialismo. En última instancia, el éxito del socialismo sólo puede estar garantizado por un mundo socialista y una economía socialista planificada mundial.

La nacionalización de las fuerzas productivas fue un gran paso adelante, pero de ninguna manera garantizaba la victoria del socialismo en Rusia. Como señaló Trotsky:

“El socialismo es la organización de una producción social planificada y armoniosa para la satisfacción de las necesidades humanas. La propiedad colectiva de los medios de producción no es todavía el socialismo, sino sólo su premisa legal. El problema de una sociedad socialista no se puede abstraer del problema de las fuerzas productivas, que en la etapa actual de desarrollo humano son mundiales en su misma esencia”. (Trotsky, Historia de la revolución rusa. p. 1.237. En la edición inglesa).

Más que construir los cimientos del capitalismo más desarrollado, el régimen soviético estaba intentando superar los problemas presocialistas y precomunistas. La tarea se convirtió en alcanzar a Europa y Norteamérica. Esto estaba muy lejos, incluso de la “etapa más inferior de comunismo” concebida por Marx. Los bolcheviques se vieron obligados a enfrentarse a problemas económicos y culturales que hacía mucho se habían solucionado en occidente.

Lo que teníamos en Rusia no era socialismo sino un estado obrero, y además un estado obrero en unas condiciones de atraso terribles, rodeado por potencias capitalistas hostiles. Este atraso y aislamiento de la revolución, comenzó a presionar a la clase obrera rusa. La guerra civil, el hambre y el agotamiento físico la empujó a la apatía política y permitió el surgimiento de cada vez mayores deformaciones burocráticas en el estado y en el partido.

La tarea principal era mantener tanto como fuera posible el poder. Lenin nunca concibió el aislamiento prolongado del estado soviético. O se rompía el aislamiento o el régimen soviético estaría condenado. Todo dependía de la revolución mundial. Su atraso creó enormes dificultades que tuvieron profundas consecuencias. En lugar de extinguirse el estado, ocurrió el proceso contrario. Debido a la miseria, agravada por la guerra civil y el bloqueo económico, la “lucha por la existencia individual”, utilizando la frase de Marx, no desapareció ni se suavizó, sino que en los años siguientes adquirió una ferocidad inaudita.

La ayuda internacional era vital para garantizar la supervivencia de la joven república soviética. Los bolcheviques intentaron mantener el poder -contra todas las previsiones- durante el mayor tiempo posible hasta que llegase la ayuda de occidente. Por eso Lenin y los bolcheviques concedieron tanta importancia a la construcción de la Internacional Comunista y la realización de la revolución mundial. Basándose en un plan de producción mundial y una nueva división mundial del trabajo daría un poderoso impulso a las fuerzas productivas. La ciencia y la técnica modernas serían utilizadas para aprovechar la naturaleza y convertir el desierto en llanuras fértiles. Toda la destrucción del planeta y el espantoso despilfarro del capitalismo llegarían a su final. En una generación aproximadamente estarían sentadas las bases materiales para el socialismo.

Lenin y el “socialismo en un solo país”

Monstruo nº 1, dice Israel,: “No al socialismo en un solo país”. Aquí, por ejemplo, Shamir consigue citar algo de lo que yo escribí: “En el fondo de la ideología estalinista se encuentra la llamada teoría del socialismo en un solo país. La teoría antimarxista del socialismo en un solo país fue expuesta por primera vez por Stalin en el otoño de 1924; iba en contra de todo lo que habían defendido los bolcheviques y la Internacional Comunista. Esta idea nunca hubiera sido aprobada por Marx o Lenin”.

Inmediatamente Shamir se lanza a la acción, agitando su espada y blandiendo su escudo: “Liberémonos de la discusión talmúdica sobre lo que dijeron exactamente Marx, Lenin o Stalin”. Aquí el escudo es considerablemente más importante que todo lo demás, ya que es necesario cubrirse el trasero. No nos quiere dar citas de Marx o Lenin, porque sabe muy bien que su posición se opone de plano a todo lo que ellos dijeron o escribieron.

Dice que citar a Lenin es caer en una “discusión talmúdica”. Como el señor Shamir sabe, los eruditos talmúdicos medievales, al igual que los escolásticos cristianos, eran personas muy inteligentes y capaces de dar argumentos muy hábiles sobre las minucias de la doctrina religiosa. Si tenían un defecto era que, para defender una posición insostenible, recurrían a lo que es conocido en filosofía como sofistería. Este es precisamente el método de Israel Shamir, que ha absorbido a fondo los aspectos más negativos del pensamiento talmúdico. Este es el método “inteligente” que él utiliza en todo momento.

“¡No importa lo que decían Marx, Lenin o Stalin -dice. Sólo escúchenme a mí!” Pero si la discusión es sobre el marxismo, ¿cómo no vamos a citar lo que dijeron Marx y Lenin? A menos que, por supuesto, aceptemos el argumento de los ex-marxistas de que todo lo que escribieron Marx y Lenin realmente está “pasado de moda” y no vale ni el papel en el que fue escrito.

Estamos obligados a citar a Lenin para demostrar que estas ideas no fueron inventadas por Alan Woods, sino que en realidad eran las ideas de Lenin y los bolcheviques. Y para ahorrar mucho tiempo y esfuerzo a Israel Shamir le proporcionaremos unas cuantas citas relevantes de las Obras Completas de Lenin. Las siguientes son sólo unos cuantos ejemplos. Se podrían multiplicar a voluntad:

24 de enero de 1918:

“Estamos lejos incluso de haber terminado el período de transición del capitalismo al socialismo. Jamás nos hemos dejado engañar por la esperanza de que podríamos terminarlo sin la ayuda del proletariado internacional. Jamás hemos tenido ilusiones acerca de esta cuestión. La victoria final del socialismo en un solo país es, por supuesto, imposible. Nuestro contingente de obreros y campesinos que está defendiendo el poder soviético es uno de los contingentes del gran ejército mundial, que actualmente ha quedado escindido por la guerra mundial, pero que está luchando por la unidad. Ahora podemos ver claramente cuán lejos irá el desarrollo de la revolución. Los rusos la empezaron –los alemanes, franceses e ingleses la terminarán y el socialismo será victorioso”. (Lenin. III Congreso de los Soviets de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos. Obras Completas. Moscú. Editorial Progreso. 1986. Volumen 26, pp. 465-72. En la edición inglesa.)

8 de marzo de 1918:

“El Congreso considera que la garantía más firme de afianzamiento de la revolución socialista victoriosa en Rusia consiste únicamente en su transformación en revolución obrera internacional”. (Lenin. Resolución sobre la guerra y la paz. Ibíd., Vol. 36. p. 40.)

23 de abril de 1918:

“Alcanzaremos la victoria definitiva sólo cuando logremos vencer, por fin, definitivamente al imperialismo internacional, que se apoya en la grandiosa fuerza de la técnica y de la disciplina. Pero alcanzaremos la victoria únicamente con todos los obreros de los demás países, del mundo entero”. (Lenin. Discurso pronunciado en el soviet de Moscú de Diputados Obreros, Campesinos y Combatientes del Ejército Rojo. Ibíd., Vol. 36. p. 240.)

14 de mayo de 1918:

“Esperar hasta que las clases trabajadoras hagan la revolución a escala internacional, equivale a quedar inmovilizados en la espera. Esto es absurdo. Como se sabe, la revolución es una empresa ardua. Después de comenzar con brillante éxito en un país, es posible que atraviese períodos penosos, pues sólo se puede vencer definitivamente a escala internacional y con los esfuerzos mancomunados de los obreros de todos los países”. (Lenin. Informe sobre la política exterior en la sesión conjunta del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia del Soviet de Moscú. Ibíd. Vol. 36. p. 344.)

29 de julio de 1918:

“Pero jamás nos hemos hecho la ilusión de que con las fuerzas del proletariado y de las masas revolucionarias de un solo país -por más heroicas que sean, por más grandes que sean su organización y disciplina-, de que con las fuerzas del proletariado de un solo país se pueda derrocar el imperialismo internacional: eso únicamente puede hacerse con el esfuerzo conjunto de los proletarios de todos los países… Sabíamos que nuestros esfuerzos llevan inevitablemente a la revolución mundial y que con los esfuerzos de los gobiernos imperialistas no se puede poner fin a la guerra empezada por ellos. Con la guerra únicamente pueden acabar los esfuerzos de todo el proletariado, y nuestra tarea, al subir al poder como partido comunista proletario, cuando en los otros países ha quedado en pie la dominación burguesa capitalista, nuestra tarea inmediata era, lo repito, mantener ese poder, esa antorcha del socialismo para que continuara echando todas las chispas posibles al creciente incendio de la revolución socialista”. (Lenin. Discurso pronunciado en la reunión conjunta del Comité ejecutivo Central de toda Rusia, del soviet de Moscú, de los comités fabriles y de los sindicatos de Moscú. Ibíd. Vol. 37. pp 8-9.)

8 de noviembre de 1918:

“Desde el comienzo mismo de la Revolución de Octubre, el problema de la política exterior y de las relaciones internacionales ha sido para nosotros el principal, y no sólo porque el imperialismo constituye desde ahora un engranaje fuerte y sólido, formando un solo sistema, por no decir un inmundo cuajarón de sangre, de todos los Estados del orbe, sino también porque la victoria completa de la revolución socialista es inconcebible en un solo país, pues requiere la colaboración más enérgica, por lo menos, de varios países avanzados, entre los cuales no podemos incluir a Rusia. De ahí que uno de los problemas principales de la revolución sea determinar en qué grado conseguiremos que ésta se extienda también a otros países y en qué medida lograremos hasta entonces hacer frente al imperialismo”. (Lenin. Discurso sobre la situación internacional. Ibíd. Vol. 37. p. 277.)

20 de noviembre de 1918:

La transformación de nuestra revolución, rusa, en socialista no era una aventura, sino una necesidad, pues no había otra opción: el imperialismo anglo-francés y norteamericano estrangulará indefectiblemente la independencia y la libertad de Rusia si no triunfa la revolución socialista mundial, el bolchevismo mundial”. (Lenin. Las preciosas confesiones de Pitirim Sorokin. Ibíd. Vol. 37. p. 197.)

15 de marzo de 1919:

“Vencer por completo y definitivamente a escala mundial no se puede en Rusia a solas; se podrá únicamente cuando triunfe el proletariado en todos los países, al menos en los adelantados, o, siquiera, en varios de los adelantados más grandes. Sólo entonces podremos afirmar con toda seguridad que la causa del proletariado ha triunfado, que hemos alcanzado nuestro primer objetivo: el derrocamiento del capitalismo.

Hemos alcanzado ese objetivo con relación a un país, y se nos ha planteado la segunda tarea. Si el Poder de los Soviets es una realidad, si la burguesía ha sido derrocada en un país, la segunda tarea es la lucha a escala internacional, la lucha en otro plano, la lucha del Estado proletario en el medio de los Estados capitalistas”. (Lenin. Éxitos y dificultades del poder soviético. Ibíd. Vol. 38. p. 46.)

5 de diciembre de 1919:

“Hemos dicho siempre, antes de Octubre y durante la Revolución de Octubre, que nos consideramos y sólo podemos considerarnos uno de los destacamentos del ejército internacional del proletariado, un destacamento que, si se ha colocado a la vanguardia de los demás no ha sido en virtud de su desarrollo y de su preparación, sino debido a las condiciones excepcionales de Rusia, por lo que sólo se puede considerar definitiva la victoria de la revolución socialista cuando sea una victoria del proletariado de varios países avanzados, por lo menos”. (Lenin. VII Congreso de los soviets de toda Rusia. Ibíd. Vol. 39. pp. 399-400.)

20 de noviembre de 1920:

“Los mencheviques afirman que estamos comprometidos nosotros solos con la derrota de la burguesía mundial. Sin embargo, siempre hemos dicho que sólo somos un eslabón de la cadena de la revolución mundial, y nunca nos hemos puesto el objetivo de conseguir la victoria sólo con nuestros propios medios”. (Lenin. Ibíd. Vol. 31. p. 431. En la edición inglesa.)

Finales de febrero de 1922:

“No hemos acabado de construir siquiera los cimientos de la economía socialista y las potencias hostiles del capitalismo moribundo todavía son capaces de privarnos de ellos. Debemos apreciar esto claramente y admitirlo con franqueza; no hay nada más peligroso que las ilusiones. Y no hay nada absolutamente terrible en admitir esta amarga verdad; siempre hemos defendido y reiteramos la verdad elemental del marxismo: que para la victoria del socialismo son necesarias las fuerzas conjuntas de los trabajadores de varios países desarrollados”. (Ibíd. Vol. 33. p. 206. En la edición inglesa.)

Como se puede ver, no es en absoluto difícil establecer más allá de toda duda la posición de Lenin sobre la necesidad de la revolución mundial. A menos que el estado soviético no consiguiera romper su aislamiento, pensaba que la Revolución de Octubre no sobreviviría mucho tiempo. Esta idea se repite una y otra vez en los escritos y discursos de Lenin después de la revolución. Al final, los movimientos revolucionarios en Alemania, Hungría, Italia y otros países, fueron derrotados, pero fueron suficiente para detener los intentos del imperialismo de derrocar a los bolcheviques a través de una intervención armada. El estado obrero ruso sobrevivió, pero el aislamiento prolongado en condiciones de atraso extremo provocó un proceso de degeneración burocrática que creó las bases para la contrarrevolución política estalinista.

La escuela estalinista de falsificación

“Esta tesis de Woods significa que en ningún país los comunistas deberían intentar tomar el poder; porque si lo hacen, será un ‘socialismo en un solo país’. Los comunistas à-la-Woods esperarían pacíficamente hasta que la burguesía mundial entregue su poder a escala planetaria. Si Woods estuviera en el lugar de José Stalin le devolvería tranquilamente Rusia al Zar o a Kerensky, para evitar esa abominación del ‘socialismo en un solo país’”.

Este es un ejemplo clásico de la escuela estalinista de falsificación. ¿Cuándo y dónde ha encontrado él un artículo, libro o frase mía que pueda ser interpretada como que los comunistas deban “esperar pacíficamente hasta que la burguesía mundial entregue su poder a escala planetaria”?

Aquí y ahora desafío a Shamir para que reproduzca una sola frase de mis “prolíficos escritos” que justifiquen esta ridícula afirmación. Si puede hacerlo, públicamente diré que Israel Shamir tiene razón. Pero si no lo puede hacer, debe quedar al descubierto ante el movimiento comunista mundial como un mentiroso y un charlatán.

¿Cuál es la verdadera posición del marxismo en esta cuestión? Marx y Engels ya lo explicaron en El Manifiesto Comunista, donde escribieron que la revolución proletaria, aunque nacional en su forma, en su contenido es internacional. Los trabajadores primero deben ajustar las cuentas con su propia burguesía y llevar a cabo la revolución en su propio país. ¿Cómo podría ser de otra forma?

Pero aquí Shamir comete un desatino teórico importante. Confunde la construcción del socialismo con la revolución socialista. Como hemos visto, las dos cosas no son en absoluto iguales. Los trabajadores rusos, dirigidos por el Partido Bolchevique bajo Lenin y Trotsky, tomaron el poder en Rusia, no porque existieran las condiciones objetivas para el socialismo (que no existían) sino porque era posible y necesario para ellos derrocar al zarismo.

La revolución alemana

En uno de mis artículos yo escribí: “Lenin sabía muy bien que a menos que la revolución proletaria triunfara en Europa occidental, especialmente en Alemania, la Revolución de Octubre estaría finalmente condenada… ¿Cómo era posible construir un socialismo nacional en un solo país y menos aún en un país extremadamente atrasado como Rusia?”

Israel Shamir responde que “Woods atribuye esta opinión a Lenin”. Es decir, pretende que yo pongo en boca de Lenin palabras que él nunca dijo. ¿Cuál era la verdadera actitud de Lenin hacia la revolución alemana?

El internacionalismo de Lenin no era el producto del sentimentalismo o la utopía, todo lo contrario, partía de una aproximación realista a la situación. Lenin era bien consciente de que las condiciones materiales para el socialismo no existían en Rusia, pero sí existían a escala mundial. La revolución socialista mundial evitaría la reaparición de aquellas características bárbaras de la sociedad de clases a las que Marx calificaba como “toda la vieja porquería”, garantizando desde su comienzo un desarrollo más alto que la sociedad capitalista.

Esta fue la razón por la que Lenin puso un mayor énfasis en la perspectiva de la revolución internacional y por la cual dedicó mucho tiempo y energías a la construcción de la Internacional Comunista. Lenin vio la derrota de la primera oleada de la revolución europea como un golpe terrible que sirvió para aislar a la república soviética durante todo un período. Esta no era una cuestión secundaria, sino una cuestión de vida o muerte para la revolución. Lenin y los bolcheviques habían dejado abundantemente claro que si la revolución no se extendía a occidente ellos estarían condenados.

Debemos permitir una vez más que sea el propio Lenin quien hable. El 7 de marzo de 1918 Lenin sopesaba la situación:

“Si examinamos la situación a escala histórica mundial, no cabe la menor duda de que, si nuestra revolución se quedase sola, si no existiese un movimiento revolucionario en otros países, no existiría ninguna esperanza de que llegase a alcanzar el triunfo final. Si el Partido Bolchevique se ha hecho cargo de todo, lo ha hecho convencido de que la revolución madura en todos los países, y que a la larga -y no a la corta-, cualesquiera que fuesen las dificultades que hubiéramos de atravesar, cualesquiera que fuesen las derrotas que tuviésemos deparadas, la revolución socialista internacional tiene que venir, pues ya viene, tiene que madurar, pues ya madura y llegará a madurar del todo. Nuestra salvación de todas estas dificultades –repito- está en la revolución europea”. (Lenin. Informe político del Comité Central. Ibíd. Vol. 36. p. 13).

Después concluía: “Y es una lección, porque constituye una verdad absoluta el hecho de que sin la revolución alemana estamos perdidos”. (Lenin. Op. cit., Vol. 36. p. 16). Semanas más tarde repitió la misma posición: “Nuestro atraso nos ha puesto en primera línea del frente y pereceremos a menos que seamos capaces de mantenernos hasta que recibamos un apoyo poderoso de los trabajadores que se han rebelado en otros países”. (Ibíd. p. 232. En la edición inglesa. El subrayado es mío).

¿No está perfectamente claro? Lenin daba una enorme importancia a la revolución alemana, a la que consideraba fundamental para la supervivencia de la revolución rusa. Su punto de vista estaba muy alejado del estrecho nacionalismo de Israel Shamir como el norte del sur. ¡Pero dejemos que Lenin descanse en paz! Shamir continúa alegremente: “Según Woods, esto significa que después de la derrota de la revolución en Alemania en 1920, los comunistas rusos deberían haber vuelto a sumergirse en la clandestinidad”.

Israel Shamir ni siquiera es capaz de dar las fechas correctas de la revolución alemana. Hubo una revolución en Alemania, pero no en 1920. Ese fue el año del golpe de estado de Kapp, que en realidad no fue una revolución sino una contrarrevolución, aunque en general Israel Shamir no ve la diferencia entre las dos.

La revolución alemana tuvo lugar en noviembre de 1918. Hubo una huelga general, los trabajadores crearon soviets, el ejército se amotinó y la flota alemana entró en Hamburgo y Kiel con banderas rojas en el mástil. En realidad, en ese momento el poder estaba en manos de la clase obrera. Pero no había un Partido Bolchevique y la dirección estaba en manos de los socialdemócratas que traicionaron.

El fracaso de la revolución alemana dejó aislada a la revolución rusa. Fue un duro golpe, pero ¿qué conclusiones había que sacar de eso? Ciertamente no que los comunistas rusos debían “sumergirse en la clandestinidad”. (¿De dónde saca estas tonterías?). Bajo la dirección de Lenin y Trotsky los bolcheviques mantuvieron el poder e hicieron lo que pudieron para desarrollar la economía, mientras que al mismo tiempo luchaban para desarrollar la Internacional Comunista y promover la revolución socialista mundial. Algo menos similar al sumergimiento en la “clandestinidad” es difícil de imaginar.

En realidad, el movimiento revolucionario en Alemania continuó a través de todo este período, con la insurrección espartaquista de 1919, el golpe de estado de Kapp en 1920, la acción de marzo de 1921 y, por último, pero no menos importante, la situación revolucionaria de 1923, cuando el ejército francés ocupó el Ruhr.

Esto podría haber llevado a la revolución socialista en Alemania, pero cuando los dirigentes comunistas alemanes fueron a Moscú a pedir consejo, se reunieron con Stalin y Zinoviev, ¡que les aconsejaron no hacer nada y permitir que los fascistas alemanes llegaran primero al poder! La derrota de la revolución alemana en 1923 (me imagino que es a la que quiere hacer referencia Israel Shamir) jugó un papel importante en impulsar el ascenso de la burocracia en Rusia y la tendencia de Stalin que la representaba.

El papel contrarrevolucionario del estalinismo

La teoría antimarxista del socialismo en un solo país sólo fue planteada, por Stalin y Bujarin, después de la muerte de Lenin. Ellos no se habrían atrevido a plantear esta idea en vida de Lenin. Ya en 1928 Trotsky pronosticó que si la Internacional Comunista aceptaba esta línea, sería el principio de un proceso que sólo terminaría con la degeneración nacional-reformista de cada partido comunista del mundo. Demostraremos más tarde cómo sucedió esto realmente. Mientras tanto, regresemos a nuestro amigo de Jaffa, que continúa con su diatriba:

“Tales posiciones de los trotskistas los convierten en queridos amigos del imperialismo occidental, porque según su opinión, las naciones del mundo debieran esperar bajo sus regímenes hasta el Segundo Advenimiento, es decir la revolución mundial. Los verdaderos comunistas -tachados de ‘estalinistas’ en el vocabulario trotskista- estuvieron y están a favor de la revolución, de la toma del poder y del socialismo en todas partes ¡ahora! Mao y Lenin, Castro y Ho Chi Minh no rehuyeron el poder, no dijeron: ‘¡Oh no!, no vamos a tomar el poder, nuestros países son demasiado atrasados, esperaremos la revolución mundial’; porque sentían responsabilidad y amor hacia sus países -a China y Rusia, a Cuba y Vietnam-”.

Después de haber descubierto, con sorpresa, que me opongo violentamente a la revolución socialista y que por lo tanto soy un contrarrevolucionario, ahora aprendo, con aún mayor sorpresa, que soy un querido amigo del imperialismo. Yo tenía más bien la impresión de que durante los últimos cuarenta y cuatro años he estado luchando tanto contra el capitalismo como contra el imperialismo. Pero el compañero Shamir dice lo contrario, ¿y quién soy yo para discutir? Pero miremos el comportamiento del estalinismo con relación a la revolución en los países coloniales a la que ahora hace referencia Shamir.

No hay otro lugar donde el estalinismo haya jugado un papel más contrarrevolucionario que en la revolución colonial. Después de la muerte de Lenin, Stalin y sus seguidores recuperaron para la revolución colonial la vieja teoría menchevique de las “dos etapas”. Es decir, los trabajadores deben formar un bloque con la llamada “burguesía progresista no compradora” para llevar a cabo la revolución democrático burguesa. La revolución socialista debe ser pospuesta, relegada a un futuro distante y oscuro.

Esa fue precisamente la posición adoptada por Stalin, Kámenev y Zinoviev en 1917, que Lenin criticó tan despiadadamente. Es la misma posición que el compañero Shamir ha rescatado del cubo de basura de la historia, la ha desempolvado y ahora nos la presenta como la última palabra en realismo político. ¿Cuáles han sido los resultados de esta política? Allí donde se ha aplicado en el mundo colonial, la teoría estalinista de las “dos etapas” ha llevado a una catástrofe tras otra.

En China el joven partido comunista, que tenía una base de masas en la clase obrera, fue echado en brazos del Kuomintang dirigido por el burgués nacional Chiang Kai Chek, quien, utilizando el lenguaje de Shamir, fue aceptado por Stalin como un representante progresista de la burguesía nacional no compradora. El Kuomintang incluso fue aceptado como sección simpatizante de la Internacional Comunista, con sólo un voto en contra en el Comité Ejecutivo de la Internacional, el de Trotsky.

Tras utilizar a los comunistas para cubrir su flanco izquierdo, después Chiang, durante la revolución china de 1925-27, liquidó físicamente al Partido Comunista, los sindicatos y los soviets campesinos. La razón por la cual la segunda revolución china adoptó la forma de una guerra campesina, en la cual la clase obrera permaneció pasiva, fue en gran medida por el aplastamiento del proletariado chino como resultado de la política de Stalin caracterizada por Trotsky como “una caricatura maliciosa del menchevismo”.

A propósito, es totalmente falso afirmar que Mao tomara el poder en China sobre la base de una “Alianza Patriótica” con la burguesía nacional. Tomó el poder basándose en una guerra campesina revolucionaria clásica que incluía una guerra de liberación nacional contra el imperialismo japonés. La burguesía nacional encabezada por Chiang Kai Chek teóricamente estaba aliada con Mao en esta lucha, pero en la práctica jugó un papel totalmente contrarrevolucionario. El ejército nacionalista pasó la mayor parte de su tiempo luchando contra el Ejército Rojo y apenas luchó contra los japoneses.

Lo mismo es aplicable a todos los demás movimientos de liberación nacional, incluidos los movimientos de resistencia contra los nazis en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. En cada caso la lucha real contra los nazis estuvo encabezada por los comunistas. Los llamados aliados burgueses en Yugoslavia, Grecia, Francia, etc., jugaron un papel insignificante en la lucha contra los invasores alemanes y pasaron la mayor parte del tiempo luchando contra los comunistas.

La teoría de las dos etapas y Oriente Medio

Los efectos de la teoría de las “dos etapas” han sido particularmente catastróficos en la parte del mundo donde vive el propio compañero Shamir: Oriente Medio. En 1958 en Iraq el Partido Comunista tenía una fuerza de masas, capaz de convocar una manifestación con un millón de personas en Bagdad. Pero en lugar de aplicar una política leninista de independencia de clase y dirigir a los trabajadores y campesinos hacia la toma del poder, buscaron alianzas con la burguesía “progresista no compradora” y los sectores “progresistas” del ejército. Estos últimos, después de tomar el poder sobre las espaldas del partido comunista, procedieron a eliminarlo asesinando y encarcelando a sus militantes y dirigentes. El resultado final fue la dictadura de Sadam Hussein y el caos actual.

En Sudán ha ocurrido el mismo proceso no una vez sino dos veces. En 1967 el PC fue capaz de convocar una manifestación de dos millones de personas en Jartum. En lugar de tomar el poder, apoyaron al burgués “progresista nacional no comprador” de Nimeiri, que les agradeció el favor aplastándolos. Como en Iraq, esta política llevó a la victoria de las fuerzas contrarrevolucionarias y la destrucción del PC. Ahí es donde la política defendida por Israel Shamir ha llevado al movimiento comunista en Oriente Medio, donde ha perdido su poderosa base de apoyo y ha quedado reducido a una sombra de sí mismo.

Incluso ahora, el Partido Comunista de Sudán defiende una política de “Alianza Patriótica” con las guerrillas del sur (ahora respaldadas por el imperialismo estadounidense) y la burguesía “progresista” del norte contra el régimen fundamentalista. Estos dirigentes “comunistas” son como los Borbones de la antigüedad que “no se olvidaban de nada y no aprendían nada”. Su política es una receta acabada para una derrota sangrienta tras otra.

El ejemplo más trágico de las consecuencias desastrosas de la teoría de las dos etapas es el caso de Indonesia. En los años sesenta el Partido Comunista de Indonesia era la principal fuerza de masas del país. Era el partido comunista más grande del mundo fuera del bloque soviético, con tres millones de militantes, con diez millones de afiliados en sus organizaciones sindicales y campesinas, e incluso con un apoyo del 40 por ciento del ejército (incluidos sectores de los oficiales). ¡Los bolcheviques rusos no tenían un apoyo tan organizado en el momento de la Revolución de Octubre!

El PC indonesio podría haber tomado fácilmente el poder e iniciado la transformación socialista de la sociedad que habría tenido un efecto tremendo en todo el mundo colonial, provocando una cadena de revoluciones en Asia. En lugar de eso, los dirigentes del PC (bajo el control de los maoístas chinos) formaron una alianza con Sukarno, un dirigente nacionalista burgués que en aquella época había adoptado una fraseología de “izquierda”. Aquella política dejó al Partido Comunista totalmente desprevenido cuando la burguesía (siguiendo instrucciones directas de la CIA) organizó una matanza contra los militantes y simpatizantes del Partido Comunista, en la cual fueron masacradas al menos 1,5 millones de personas.

Ahora llega la más monstruosa de todas las numerosas calumnias de Shamir. Pretende que (“objetivamente”) Alan Woods está al lado de los imperialistas norteamericanos en Iraq:

“Ahora en Iraq, las fuerzas de ocupación de EEUU, abrieron efectivamente la economía iraquí a la conquista occidental otorgando los mismos derechos de acceso a las compañías extranjeras. Este acto lleva a las fuerzas nacionalistas iraquíes a un conflicto aún mayor con los imperialistas. Objetivamente, Woods está de parte de las multinacionales occidentales, ya que excluye la defensa nacionalista del pueblo. Los comunistas à-la-Woods no cooperarán con los nacionalistas iraquíes contra el imperialismo estadounidense, porque el nacionalismo es su mayor enemigo”.

¿Qué tonterías son estas? En primer lugar, todo el mundo sabe que hemos luchado consecuentemente contra la monstruosa agresión imperialista en Iraq y que hemos escrito docenas de artículos, documentos y manifiestos sobre esta cuestión. Estamos incondicionalmente a favor del derecho de autodeterminación y la retirada de todas las tropas extranjeras de Iraq, incluidas las tropas británicas. (Imagino que este es otro ejemplo de mi incapacidad de apreciar las buenas obras de mi patria).

He aquí la verdad acerca de la actuación de los “comunistas à-la-Woods”. Y la actuación de los “comunistas à-la-Shamir”, ¿cuál es? Bien, el Partido Comunista de Iraq está ciertamente colaborando con alguien: ¡Han entrado en el gobierno títere de Allawi! De qué forma puede ser interpretado esto como una cooperación con los nacionalistas iraquíes contra el imperialismo estadounidense no queda muy claro, puesto que EEUU controla este gobierno y todas sus obras. Pero bueno, ¡siempre hay que ser práctico! como nos dice nuestro amigo en Jaffa.

El estalinismo y la revolución cubana

Los crímenes históricos del estalinismo son del dominio público. Pero Shamir no sabe nada de ellos. Alaba a los estalinistas con términos entusiastas y resucita la vieja calumnia del “trotskismo contrarrevolucionario”. Hace mucho ruido acerca de Cuba, lo cual es natural porque toda la polémica surge de la decisión de la compañera Celia Hart de defender públicamente las ideas de Trotsky.

Desgraciadamente, desde su punto de vista no podía haber elegido peor ejemplo. Evidentemente no conoce el papel que jugaron los estalinistas cubanos. ¿Apoyaban los estalinistas cubanos a Fidel Castro? No, no lo hacían. Ellos apoyaban al dictador Batista. ¿Por qué? Por una razón que seguramente nuestro amigo de Jaffa aprobaría: ellos decían que Batista era un nacionalista burgués progresista. Consideraban a Fidel como un ultraizquierdista, en realidad, un trotskista. Sólo después de la revolución cambiaron la melodía.

La colaboración de los estalinistas cubanos con Batista comenzó incluso antes de la Segunda Guerra Mundial. En noviembre de 1939, en las elecciones a la asamblea constituyente, había coaliciones: Batista y los comunistas por un lado, los Auténticos de Grau y el ABC por el otro. Estos últimos ganaron y el PC consiguió aproximadamente el 10 por ciento de los votos.

En la campaña electoral de 1940 cuando Batista disfrutaba del total apoyo de los estalinistas cubanos que lo consideraban un “burgués nacional no comprador”, Batista fue elegido presidente con métodos oscuros y, a cambio, en 1942, dos comunistas, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, entraron al gobierno. ¡Así es como los estalinistas cubanos entendían la política de las “alianzas patrióticas”!

Los estalinistas abandonaron toda pretensión de una política independiente. Su apoyo a Batista fue totalmente acrítico y servil. Esto es lo que ellos escribían en aquella época:

“Fulgencio Batista y Zaldívar, cubano ciento por ciento, celoso guardador de la libertad patria, tribuno elocuente y popular… prohombre de nuestra política nacional, ídolo de un pueblo que piensa y vela por su bienestar… hombre que encarna los ideales sagrados de una Cuba nueva y que por su actuación demócrata identificado con las necesidades del pueblo, lleva en sí el sello de su valor…”. (Hoy, órgano del PSO, 13 de julio de 1940).

El 28 de enero de 1941 Blas Roca (secretario general del PC Cubano) escribía lo siguiente: “Permanecemos fieles a la plataforma de Batista en cada uno de los aspectos”. Juan Marinello declaró unos días después: “Los únicos leales a la plataforma de Batista son aquellos que son miembros de la Unión Revolucionaria Comunista”.

El dictador reconoció los incalculables servicios de los estalinistas cuando escribió al líder del PC, Blas Roca, en los siguientes términos:

“Querido Blas,
Con respecto a tu carta que nuestro amigo mutuo, el Dr. Carlos Rafael Rodríguez, ministro sin cartera, me pasó, estoy feliz una vez más de expresar mi firme e inquebrantable confianza en la cooperación leal del Partido Socialista Popular [el nombre oficial por aquel entonces del Partido Comunista de Cuba], que sus militantes y dirigentes han dado y continúan dándome a mí y a mi gobierno…
Créame, como siempre, vuestro afectuoso y cordial amigo.
Fulgencio Batista”.

Estas líneas fueron citadas por el periódico del PC, Hoy, el 13 de junio de 1944. Incluso cambiaron su nombre por el de Partido Socialista Popular y era uno de los partidos más de derecha en la Internacional Comunista. En su segundo congreso, el PSP consideró oportuno saludar a Batista con las siguientes palabras: “(…) Deseamos reiterar que puede contar con nuestro respeto, afecto y estima por sus principios de gobernante democrático y progresista”. (S. Tutino. L"Ottobre cubano, p. 171).

Abandonaron su crítica al imperialismo estadounidense y en lugar de la nacionalización de la propiedad extranjera, defendían “la colaboración en un programa de economía expansiva que aceptaría pagar intereses razonables para las inversiones extranjeras, principalmente inglesas y norteamericanas”. (Ibíd., p. 179).

Este programa y política no podían resultar atractivos para los jóvenes revolucionarios que odiaban al régimen de Batista y estaban decididos a luchar contra él. Así que cuando Fidel Castro levantó la bandera de la rebelión en Cuba, no sólo lo hizo fuera del Partido “Comunista” sino también contra él.

¿Pero quizá los estalinistas cubanos cambiaron de idea más tarde y apoyaron a Fidel Castro? ¡Todo lo contrario! Apoyaron a Batista en todo momento. En la línea de su política de unidad nacional y formación de bloques con la “burguesía progresista no compradora”, se unieron a Batista en la condena al ataque de Fidel Castro contra el Cuartel de la Moncada (julio de 1953):

“…la vida del Partido Socialista Popular (comunista)… ha sido combatir… y desenmascarar las actividades golpistas y aventureras de la oposición burguesa porque van contra los intereses del pueblo…”. (Información aparecida en Daily Worker, órgano del Partido Comunista de EEUU, 10 de agosto de 1953).

Debido a la traición de los estalinistas otras fuerzas encabezaron la revolución. Eran revolucionarios valientes, pero al principio no tenían una idea clara de hacia donde iban. La revolución cubana, como la revolución venezolana, comenzó como una revolución democrática nacional. Los dirigentes en un principio no se planteaban la cuestión del socialismo o la revolución socialista. Pero sus acciones eran mil veces más revolucionarias que las de aquellos que en la isla se autodenominaban comunistas.

Fidel Castro pronunció un discurso en respuesta a las acusaciones de Batista de ser un comunista. En él decía lo siguiente: “¿Qué moral tiene, en cambio, el señ