Elecciones presidenciales en EEUU: ni Bush ni Kerry

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Las elecciones presidenciales de noviembre en EEUU son las más reñidas y politizadas de los últimos 30 años. Cuando faltan muy pocos días, no hay un favorito claro para la victoria. Tanto Bush como Kerry están cabeza a cabeza en las encuestas. A diferencia de otras elecciones cuando los grandes capitalistas y monopolios apostaban por igual por cualquiera de los candidatos demócrata y republicano, ahora la situación es diferente. Un sector significativo de la burguesía norteamericana está hondamente pnte preocupada por la deriva fundamentalista de Bush tanto en el terreno militar como en el económico porque está socavando la estabilidad social y política a futuro, no solamente a nivel internacional sino en los propios EEUU.

Se necesita una alternativa obrera independiente

Las elecciones presidenciales de noviembre en EEUU son las más reñidas y politizadas de los últimos 30 años. Cuando faltan muy pocos días, no hay un favorito claro para la victoria. Tanto Bush como Kerry están cabeza a cabeza en las encuestas.

A diferencia de otras elecciones cuando los grandes capitalistas y monopolios apostaban por igual por cualquiera de los candidatos demócrata y republicano, ahora la situación es diferente. Un sector significativo de la burguesía norteamericana está hondamente preocupada por la deriva fundamentalista de Bush tanto en el terreno militar como en el económico porque está socavando la estabilidad social y política a futuro, no solamente a nivel internacional sino en los propios EEUU.

Las aventuras militares en solitario en el exterior, como la de Irak, son vistas cada vez con mayor preocupación por este sector de la clase dominante que respalda al candidato demócrata, John Kerry. La guerra cuesta 1.000 millones de dólares a la semana, los soldados estadounidenses muertos en Irak ya superaron el millar y comienza a manifestarse un malestar entre la población por las mentiras de Bush que justificaban la intervención militar y por los recortes presupuestarios en la seguridad social, el sistema educativo, y las infraestructuras. El miedo a un síndrome “Vietnam” comienza a extenderse con peligrosas consecuencias para la estabilidad de la sociedad norteamericana.

Aumento de las desigualdades sociales

La política económica de Bush es una locura total desde el punto de vista económico más elemental: reducciones salvajes de impuestos a los ricos y un aumento exorbitante del gasto militar han conducido al déficit estatal más grande de la historia: 455.000 millones de dólares este año y una deuda pública de 7,4 billones de dólares, el 67,3% del PBI de EEUU, convirtiéndolo en el país más endeudado del mundo.

El déficit comercial superará este año el medio billón de dólares. La situación económica no termina de despuntar. En el plano laboral, EEUU perdió en 4 años 1 millón de empleos netos y 3 millones en la industria. La tasa de desempleo es la más alta en 13 años, el 6,3%. Las diferencias sociales son abismales. Mientras que en 1982 la diferencia entre los ingresos promedio de un trabajador y de un ejecutivo eran de 1 a 42, actualmente es de ¡1 a 281! Los nuevos empleos son mayoritariamente a tiempo parcial, precarizados y con salarios un 13% más bajos en promedio. El número de pobres es de 36 millones, el 12,5% de la población, y 45 millones de personas carecen de obra social.

Esta situación no sería mayor problema para Bush porque, normalmente, los pobres y los trabajadores norteamericanos participaban muy poco en las elecciones. Pero en la actual situación de polarización y politización esto está cambiando y la cantidad de personas que se está empadronando para votar (en EEUU el voto no es obligatorio) es récord. Recientes encuestas indican que el 79% de los jóvenes de entre 18 y 20 años consideran estas elecciones muy importantes. El número de votantes de 18-20 años es de 40,6 millones. En las elecciones del 2000 sólo votó el 37% de estos jóvenes. Y esta vez su voto puede resultar decisivo para inclinar la balanza a uno u otro lado.

La alternativa de Kerry

Es verdad que Kerry podría ganar las elecciones. En realidad, en condiciones normales, debería ser así pero nada es seguro todavía porque en todas las cuestiones importantes, el programa de Kerry es sensiblemente el mismo que el de los republicanos. Es verdad que está intentando apoyarse en los trabajadores con discursos demagógicos en contra de la reducción de impuestos a los más ricos y contra el desempleo, pero no puede emplear otro discurso si realmente quiere ganar las elecciones.

Cualquiera que sea el vencedor será un gobierno de los ricos. El Partido Demócrata y el Partido Republicano son ambos partidos de los grandes capitalistas y, como tales, defienden sus intereses. Pueden parecer diferentes en el estilo político, pero no hay que confundirse: tienen fundamentalmente el mismo programa en todas las cuestiones esenciales.

La única crítica real de Kerry hacia la guerra y ocupación de Irak es que no se está llevando adelante con el suficiente apoyo internacional. A diferencia de Bush quiere ofrecer contrapartidas reales a sus socios europeos en el negocio petrolero para implicarlos en la guerra debido al alto costo económico y político de la misma. Aunque no se apoya en la retórica fundamentalista bíblica de Bush, su visión del mundo es casi idéntica a la de su adversario Republicano -la defensa del sistema capitalista a escala mundial, como se vio en sus declaraciones sobre Venezuela, diciendo que la política de Chávez es perjudicial para los intereses de EEUU.

Basta observar que la opción de Kerry como su consejero de Seguridad Nacional es Rand Beers, un veterano burócrata de Washington que sirvió en el Consejo de Seguridad Nacional durante muchos años. Para Beers “gran parte de la política exterior norteamericana es bipartita. Las metas no siempre están cuestionadas; es el estilo, es la manera en que la enfocamos.” El énfasis en los “estilos” diferentes es un claro esfuerzo por tapar con una cortina de humo los intereses de clase representados tanto por Demócratas como por los Republicanos.

Bush, por su parte, está interesado en que los problemas domésticos no se destaquen en la campaña electoral y está apelando a los temores y preocupaciones más básicos que los norteamericanos enfrentan en una época de tremenda inestabilidad, explotando los miedos de la población por la “amenaza terrorista”.

Los trabajadores necesitan su propio partido

No cabe duda de que una nueva victoria de Bush sería muy ajustada. En estas condiciones, el empantanamiento de la guerra de Irak y el inevitable agravamiento de la situación económica dadas las enormes dislocaciones que presenta la economía norteamericana, llevarán hasta el límite todas las contradicciones sociales de la sociedad norteamericana lo que podría conducir a fuertes protestas populares en los próximos meses, radicalizando todo el ambiente social.

Pero si ganara John Kerry y los trabajadores norteamericanos no vieran un cambio fundamental en su política, aunque tardaran un poco más en manifestarse, las consecuencias serían exactamente las mismas porque Kerry no puede ofrecer una política sensiblemente diferente a la de Bush, obligado a mantener el prestigio y los intereses estratégicos del imperialismo norteamericano y de la burguesía dentro y fuera de EEUU.

Los efectos de todo esto en la conciencia de los trabajadores norteamericanos serán explosivos en los años que vienen.

Lo que necesita la clase obrera es su propio partido – un partido de masas obrero basado en los sindicatos para luchar por los trabajadores y por el socialismo. Esta perspectiva no es tan lejana como pudiera parecer. La radicalización de la clase obrera norteamericana es inevitable bajo bajo el golpe de grandes acontecimientos que la sacarán de la inercia y la rutina. Esta radicalización se transmitirá al seno de los sindicatos, donde nuevos dirigentes salidos de las bases desplazarán a la vieja burocracia corrupta. En esas condiciones, una tendencia genuinamente marxista en su interior podría crecer rápidamente para elevar y desarrollar la conciencia socialista de los trabajadores norteamericanos arrastrando a la mayoría de los trabajadores tras de sí.