ELECCIONES EN IRAQ: UN ENGAÑO CÍNICO

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Mientras que todo el mundo lamenta el destino de los miles de muertos y de los que se han quedado sin hogar por el desastre natural en Asia, otro desastre provocado por el hombre continúa extendiendo la muerte, la destrucción y la miseria en un paísantiguo de las riberas de los ríos Eufrates y Tigris. Mientras que todo el mundo lamenta el destino de los miles de muertos y de los que se han quedado sin hogar por el desastre natural en Asia, otro desastre provocado por el hombre continúa extendiendo la muerte, la destrucción y la miseria en un país antiguo de las riberas de los ríos Eufrates y Tigris.

Bush, Blair y Powell derraman lágrimas de cocodrilo por las víctimas del tsunami y agitan las manos en público. Envían unos cuantos millones en “ayuda” para demostrar su “humanidad”, pero gastan decenas de miles de millones en su criminal guerra de ocupación de Iraq.

Mucho tiempo después de que supuestamente terminara la guerra, todavía inundan ese infeliz país con más armas, tropas y artefactos de destrucción masiva. El número de soldados estadounidenses en Iraq ahora es al menos de 150.000 y sigue aumentando. Han asolado ciudades y devastado comunidades enteras. Faluya es un montón de ruinas en llamas, un Guernica moderno.

Han muerto al menos cien mil personas, innumerables han sido mutiladas, se han quedado sin hogar y están hambrientos. Los perpetradores de todas esta miseria se presentan ante las cámaras de televisión como grandes humanitarios, libertadores y representantes de la civilización.

Cada guerra se caracteriza por las mentiras y la propaganda que busca convertir al agresor en víctima y a la víctima en agresor. Eso no es nada nuevo. Pero la hipocresía de los agresores en este caso ha adquirido un nivel insuperable en los sórdidos anales de la historia de la diplomacia.

Los imperialistas se quejan en voz alta de una “campaña sangrienta para desbaratar las próximas elecciones parlamentarias en Iraq”. Pero olvidan convenientemente que estas “elecciones” se celebran en un país que está ocupado a la fuerza por ejércitos extranjeros. El poder real en Iraq no es la administración títere actual de Allawi ni cualquier hipotético gobierno que pudiera surgir de estas “elecciones”. El poder está en manos del ejército estadounidense y sus jefes en Washington. Mientras Iraq sigue bajo la bota norteamericana todo lo que se hable de democracia y elecciones seguirá siendo un fraude y una vergüenza.

La población de Iraq continúa luchando para liberarse de este odiado dominio extranjero. Hace unos días los insurgentes asesinaron al gobernador de Bagdad. Esto demuestra que tienen capacidad para golpear al corazón del régimen títere incluso ante las narices de las fuerzas ocupantes. The Economist comentaba lo siguiente:

“Con el asesinato, el martes 4 de enero, de Alí al-Haidri, gobernador de la provincia de Bagdad, los insurgentes de Iraq han demostrado una vez más su capacidad de golpear en el corazón de la dirección del país. El gobernador y un guardaespaldas fueron asesinados cuando hombres armados abrieron fuego contra su coche, en el oeste de la capital. Un portavoz aparentemente de un grupo dirigido por Abu Musab al-Zarqawi, un aliado de al Qaeda, dijo que el gobernador fue asesinado por ser un agente ‘estadounidense’. Horas antes un atentado suicida con coche bomba terminó con la vida de ocho policías y tres civiles iraquíes en un puesto de control cerca de la Zona Verde de alta seguridad, donde se encuentran las casas del gobierno interino y las embajadas extranjeras. El lunes un coche bomba con un suicida asesinó a dos personas mientras intentaba atacar un puesto de bloqueo de carretera cerca de la sede del Acuerdo Nacional Iraquí -el partido del primer ministro interino Allawi- poco después de que el partido anunciara su lista de candidatos para las elecciones parlamentarias del 30 de enero”.

Todo esto indica que a pesar de la extrema violencia demostrada por las fuerzas estadounidenses en Faluya y otras zonas de Iraq, la resistencia continúa y se ha intensificado. Las acciones arriba mencionadas fueron sólo las últimas de una serie de ataques audaces que tenían como objetivo demostrar que la resistencia todavía está muy viva y dispuesta a desbaratar las planificadas “elecciones” de los imperialistas. Esto ha provocado en los imperialistas un nuevo ataque de indignación justificada. “¡Los insurgentes están contra la democracia! ¡Quieren conseguir que el país sea ingobernable e impedir el regreso a la normalidad!”

Lo que quieren los luchadores de la resistencia iraquí es hacer imposible la consolidación de una ocupación ilegal y criminal de su país por medio de elecciones fraudulentas. Las fuerzas ocupantes quieren llevar un tipo de “normalidad” donde ellas puedan disfrutar los frutos de su victoria sobre el pueblo de Iraq. Las grandes empresas petroleras norteamericanas quieren “normalidad” para explotar las enormes reservas petroleras de Iraq. Las grandes constructoras norteamericanas quieren “normalidad” para llenar sus arcas con los miles de millones extraídos de la población iraquí con los proyectos rentables de reconstrucción, y así sucesivamente.

Para conseguir este tipo de “normalidad” necesitan un gobierno democrático “normal”, formado por títeres iraquíes obedientes dispuestos a colaborar gustosamente con los ocupantes de su país, entregando con entusiasmo los miles de millones deseados. Washington dictará democráticamente por teléfono la política a sus ministros en Bagdad. Estos últimos gustosamente se harán cargo del trabajo sucio de aplastar a los insurgentes, lo que actualmente están haciendo las tropas norteamericanas y británicas. A cambio, podrán obtener una parte del botín obtenido con el saqueo de la riqueza petrolera de Iraq.

Este es el escenario agradable que sus amos, del otro lado del Atlántico, preparan para Iraq. El guión ha sido redactado y bien ensayado. Todo está preparado. Pero en el último minuto algunos de los actores se olvidarán de sus líneas. Esta semana el jefe de inteligencia de Allawi, Mohamed Abdullah Shahwani, declaró a la agencia francesa de noticias AFP que reconocía que quizá había unos 200.000 insurgentes (incluidos aquellos que proporcionan logística y refugio a los combatientes), fácilmente superan en número a las tropas norteamericanas presentes en Iraq.

Estas noticias llegan en un momento inadecuado para Bush, Rumsfeld y Blair. La maquinaria propagandística de Bush intenta minimizar la fuerza de los insurgentes, los presenta como unos pocos cientos de fanáticos extranjeros y unos miles de baathistas intransigentes. Pero el responsable de inteligencia de Bush confirmó que realmente había más insurgentes que nunca -unos 200.000-, conjeturaba que de éstos, unos 40.000 formarían el “núcleo duro”, funcionando en Iraq.

Estas cifras, a pesar de su carácter aproximado, ha demolido comprensivamente las mentiras de la maquinaria propagandística de Washington. Sin duda subestiman la verdadera situación. Por cada combatiente activo participando en el movimiento de resistencia hay diez, veinte o cien iraquíes más que simpatizan con los insurgentes y odian a los estadounidenses. Esta es la razón del empeño de la insurgencia, su capacidad de atacar incluso en las zonas más defendidas, y de que mantiene su fuerza de lucha contra un ejército de 150.000, equipado con el armamento más moderno y apoyado por la mayor superpotencia del mundo.

En su ansia de minimizar el nivel de apoyo de los insurgentes, la propaganda imperialista ha intentado exagerar las divisiones religiosas-sectarias en Iraq. Dicen que las fuerzas rebeldes están formadas principalmente por los árabes musulmanes sunnitas de Iraq, que sólo forman una quinta parte de los 26 millones de habitantes del país, pero que han gobernado el país durante mucho tiempo, durante el régimen de Sadam Hussein y antes. Dicen que los sunnitas se oponen a la votación democrática porque eso llevaría a un gobierno dominado por la mayoría musulmana chiíta del país.

Uno de los efectos más perniciosos de la violación de Iraq por parte de los imperialistas, es precisamente que ha servido para atizar las llamas de las divisiones religiosas, nacionales y sectarias en Iraq. Los imperialistas están acostumbrados a utilizar la antigua táctica de “divide y vencerás” para debilitar en todas partes los movimientos de liberación nacional de los pueblos oprimidos. Iraq no es una excepción a la regla.

Desde el principio los imperialistas norteamericanos han utilizado cínicamente a los kurdos y chiítas de Iraq para sus propios objetivos. Utilizaron la opresión nacional que sin duda estos pueblos sufrieron bajo la dictadura brutal de Sadam Hussein, presentándose hipócritamente como sus “libertadores”.

Esto es una flagrante mentira. Desde el principio los imperialistas demostraron la más absoluta indiferencia hacia el sufrimiento de los chiítas y los kurdos de Iraq. Como siempre utilizan el destino de los pueblos oprimidos y pequeñas naciones como una pequeña moneda de cambio en sus maniobras e intrigas diplomáticas. Cuando Sadam Hussein utilizó gas para bombardear a los kurdos, Washington guardó silencio. Seguían vendiendo armas -incluidas armas químicas- a Sadam Hussein, a quien en esa época veían como un aliado contra Irán.

Durante la última Guerra del Golfo, obra del padre de George Bush, los norteamericanos incitaron cínicamente a la población chiíta del sur de Iraq para que se levantaran contra Sadam Hussein, después se cruzaron de brazos y miraron como los aplastaban.

¡No! El imperialismo norteamericano no es amigo de los kurdos ni de los chiítas! Sólo está utilizando las incipientes divisiones religiosas y nacionales en Iraq como una herramienta para maniobrar entre los diferentes grupos religiosos y lingüísticos para dividir a la población iraquí y fortalecer su propia posición. Esta es una política criminal y en el futuro puede tener consecuencias espantosas para toda la población de Iraq. Si existe el peligro de que Iraq degenere en conflictos sectarios y étnicos la responsabilidad es exclusiva del imperialismo.

Los marxistas se oponen implacablemente al desmembramiento de Iraq. Este hecho iría en contra de los intereses de toda la población iraquí. Debilitaría seriamente la lucha de liberación nacional contra el imperialismo. Afortunadamente, después de generaciones de lucha contra el imperialismo se ha forjado una conciencia nacional iraquí, que no se destruirá fácilmente. La mayoría de los iraquíes se sienten iraquíes, independientemente de las diferencias religiosas, lingüísticas y culturales. Esto se pudo ver en la larga guerra entre Irán e Iraq, donde pocos iraquíes chiítas apoyaron a Irán, donde los chiítas iraníes constituyen la aplastante mayoría.

A pesar de todos los esfuerzos de los imperialistas de sembrar división en las filas del movimiento de liberación nacional, tanto chiítas como sunnitas han participado en la insurrección contra el invasor extranjero. Ambas comunidades han derramado su sangre y odian a las fuerzas ocupantes y desean liberar a su país de ellas.

La verdadera razón por la que los insurgentes se oponen a las “elecciones” es porque son una mentira cínica y un engaño al pueblo iraquí y a la opinión pública mundial. No tienen la intención de introducir una verdadera democracia. ¿Cómo puede ninguna persona ser libre con una bota extranjera en el cuello? El objetivo real de las “elecciones” es bastante claro: legitimar la invasión de Iraq encabezada por EEUU y disfrazar la cruel realidad de la ocupación extranjera bajo la fachada de una administración títere.

¿Cuál sería el principal objetivo de este gobierno? En primer lugar mantener uenas relaciones con EEUU y pedir a sus tropas que se queden. Los traidores iraquíes no son suficientemente fuertes para sobrevivir sin la presencia del ejército estadounidense. No durarían una semana si se retiraran las fuerzas estadounidenses. Pero pedir a las tropas norteamericanas que se queden sería proporcionar una coartada a Bush y Blair. Ellos dirían a sus críticos: “No pretendemos quedarnos en Iraq mucho más tiempo del necesario. Pero debemos respetar los deseos de la población de Iraq, expresada a través de un gobierno elegido democráticamente que pide que nos quedemos”.

La situación es más o menos como sigue: un bandido irrumpe en una casa en medio de la noche. Da una patada a la puerta principal, dispara al dueño de la casa e intimida a toda la familia. Rompe todos los muebles, rompe las tazas y los platos, se come toda la comida. Después se pone cómodo, pone sus botas llenas de barro sobre la mesa y anuncia que ha llegado para proteger a la familia y que realmente le gustaría una invitación para quedarse unas semanas, o meses. ¿Quién va a llevarle la contra? La familia ansiosamente está de acuerdo en sus reivindicaciones y él inmediatamente les dice que todo el vecindario le ama y que la familia le ha pedido que se quede todo el tiempo que quiera, por su propio bien naturalmente.

La excusa de los invasores -como el bandolero de nuestra historia- es que han llegado a “defender” a la población de Iraq contra enemigos terribles, que les infligirá un sufrimiento terrible si pudieran. Pero en vista de que ya han muerto por lo menos 100.000 iraquíes, ciudades enteras arrasadas y un país antes relativamente desarrollado y culto ha sido reducido a un nivel próximo a la barbarie, la pregunta que se debería hacer es si el daño infligido por esos otros enemigos podría ser aún peor.

Washington y sus apologistas han intentado trazar un vínculo entre la resistencia iraquí y Osama bin Laden. Pero ya está fuera de toda duda que al Qaeda no tenía base en Iraq hasta que la invasión estadounidense le abrió la puerta. Osama bin Laden tiene que agradecer esa base a George W. Bush. No es la primera vez que el terrorismo y el imperialismo se alimentan mutuamente.

En cualquier movimiento de liberación nacional hay todo tipo de tendencias diferentes e incluso contradictorias, tanto reaccionarias como progresistas. No se puede negar que hay reaccionarios fundamentalistas islámicos luchando contra los estadounidenses así como verdaderos luchadores por la libertad iraquí. De la misma forma, en la resistencia contra la ocupación alemana en Europa había tanto monárquicos reaccionarios como comunistas. Este hecho de ninguna manera puede poner en duda el carácter progresista del movimiento de liberación nacional.

En cualquier caso, es un derecho inalienable de la población de Iraq decidir bajo qué tipo de gobierno quiere vivir. Esa decisión no la pueden tomar por ellos los “demócratas” imperialistas en Washington y Londres. La población iraquí será capaz de decidir su propio futuro sólo cuando a estos “amigos” extranjeros se les enseñe la puerta.

Allawi encabeza la “lista iraquí”, una alianza encabezada por chiítas que incluye al partido del primer ministro interino y algunos sunnitas “moderados”. Promete “ley y orden”. Está desafiado por la Alianza de la Unidad Iraquí, una coalición chiíta cuyos líderes incluyen a Abdelaziz al-Hakim, un clérigo próximo a Sistani, y Ahmed Chalabi, un político secular que contaba con el apoyo de Washington pero que ha roto con sus antiguos compinches del Pentágono.

Sin embargo, no hay acuerdo sobre la conveniencia de convocar las elecciones en enero incluso entre aquellos individuos y partidos que se supone tienen que participar en ellas. El gran ayatolá chiíta Alí al-Sistani, está presionando para que las elecciones sigan adelante según lo previsto, pero algunos sunnitas “moderados”, incluso algunos líderes chiítas, están pidiendo un retraso.

El 27 de diciembre el Partido Islámico Iraquí, un grupo sunnita grande y “moderado”, se convirtió en el último en desmarcarse de las elecciones y pedir su aplazamiento, mientras continúe la violencia, que se concentra en las zonas de mayoría sunnita, es imposible hacer unas elecciones justas. Otros grupos sunnitas, como el Consejo de Sabios Musulmanes, se ha mantenido firme en que no participará en las elecciones mientras las fuerzas estadounidenses continúen ocupando el país.

Las vacilaciones de los “moderados” (es decir, colaboradores) son incomprensibles. Si participan, se enfrentan al asesinato. Por otro lado, si boicotean las elecciones, quedarán excluidos del acceso al “poder” (es decir, al saqueo). En pocas palabras, están entre la espada y la pared.

Los planes de los norteamericanos según pasan los días parecen más inciertos. Los insurgentes están incrementando su ofensiva, los candidatos se están retirando, ha habido peticiones de aplazamiento incluso entre miembros de la administración interina de Allawi. El lunes, el ministro de defensa, Hazim al-Shaalan -un chiíta secular- dijo mientras visitaba El Cairo que estaba pidiendo a Egipto que intentara persuadir a los sunnitas iraquíes para que participaran en las elecciones pero que si continuaban con el boicot entonces la votación debería retrasarse.

En declaraciones a la agencia Reuters el martes 4, el presidente interino de Iraq, Ghazi al-Yawar, un sunnita, pidió a las Naciones Unidas que consideraran la posibilidad de aplazar las elecciones. Al día siguiente, cuando ocurrió el asesinato de al menos 15 personas en una academia de policía iraquí, Allawi insistió de nuevo en que no habrá ningún aplazamiento. En esto cuenta con el firme apoyo de EEUU y Sistani.

A pesar de todo, Washington está insistiendo en que las elecciones deben seguir adelante como estaba planificado, incluso si una gran parte de la población no tiene posibilidad de participar en ellas. Ellos dicen: “unas elecciones imperfectas son mejores que ningunas elecciones”. Pero la verdad es que las elecciones son sólo para las apariencias, para las relaciones públicas en casa y en el extranjero. Ellos necesitan un sello para la ocupación. Por lo tanto, si acatan o no el criterio democrático más básico no tiene la más mínima importancia. Por lo tanto lo más probable es que se celebren las elecciones el 30 de enero en la mayor parte del país.
EEUU y sus aliados esperan repetir las elecciones de Afganistán, donde las amenazas de un caos extendido provocado por los militantes islamistas no se materializó y el presidente interino apoyado por EEUU, Hamid Karzai, “ganó” la mayoría. Sin embargo, este resultado está lejos de estar garantizado en Iraq e incluso en Afganistán y de ninguna manera significa estabilidad. El gobierno de Karzai no gobierna más allá de los márgenes de Kabul. Como Allawi, se sostiene precariamente sobre las bayonetas norteamericanas. Como se quejaba The Economist:

“En ambos países, los grupos militantes están lejos de estar acabados y las reformadas fuerzas de seguridad iraquíes y afganas todavía son débiles, mal entrenadas y llenas de deserciones e infiltraciones. El recién elegido presidente de Afganistán y el parlamento que Iraq debe tener en breve, seguirán siendo vulnerables durante algún tiempo a aquellos completamente decididos a atacarlos a ellos y al mismo concepto de la democracia”.

La palabra “democracia” es soberbia. Los derechos democráticos de la clase trabajadora en Gran Bretaña, EEUU y en los demás países fueron conquistados por la clase obrera durante generaciones de lucha, contra los ricos y los poderosos, que se resistieron a ello. No es una palabra fácil en los labios de personas como George Bush, que fueron “elegidos” presidentes a través del fraude.

Ese otro gran “demócrata” de occidente, Tony Blair, ha demostrado reiteradamente su desprecio por la democracia, cuando con su amigo de la Casa Blanca, inició una guerra criminal en Iraq contra los deseos de la aplastante mayoría de la población británica.

No se puede hablar de democracia sin autodeterminación. Esa verdad elemental estaba clara para la población de EEUU incluso cuando expulsaron de su suelo por la fuerza al ejército británico en el siglo XVIII. ¿Si fue bueno entonces para la población norteamericana por qué no es bueno ahora para la población iraquí?

La farsa “electoral” en un Iraq ocupado es un engaño cínico que debe ser denunciado por el movimiento obrero de todos los países. Aquellos que quieren defender la libertad y los derechos democráticos del pueblo iraquí deben exigir la retirada inmediata e incondicional de todas las tropas extranjeras. ¡La población iraquí es la que debe decidir!

Posdata: Los estadounidenses dicen “no” a la guerra en Iraq

Según una encuesta publicada por Washington Post-ABC News a finales de diciembre, el 70% de los estadounidenses piensan que la guerra en Iraq ha tenido un costo en bajas inaceptable.

El cincuenta y seis por ciento decía que “no merecía la pena luchar” la guerra, se trata de un aumento de ocho puntos comparado con el verano pasado. Resulta significativo que es la primera vez que una mayoría decisiva de la población estadounidense ha llegado a esa conclusión.

A la pregunta de si Iraq está preparado para las elecciones de finales de este mes, el 58% cree que el país no está preparado. El 60% quieren que las elecciones sigan adelante según lo previsto, incluso aunque el 54% muy correctamente no espera resultados honestos con un “recuento justo y exacto”.

La principal baza de Bush -la confianza de la opinión pública en su liderazgo en la “guerra contra el terrorismo”- sigue bajando comparada con los resultados del año pasado. El cincuenta y tres por ciento aprueba su gestión de la lucha contra el terrorismo, mientras que el 43% no lo hace. Hace un año las cifras eran un 70% y un 28%.

De manera similar, una encuesta de AP a principios de enero confirma que la mayoría de la población norteamericana tiene una baja opinión de su forma de llevar la guerra, el 44% lo apoya y el 54% lo desaprueba, según una encuesta realizada entre 1.001 adultos. En la política exterior de Bush la población está aún más dividida, el 50% la aprueba y el 48% la desaprueba.

Independientemente de las cifras, la tendencia es clara: los halcones de la Casa Blanca pierden apoyo y tarde o temprano el boomerang de las protestas estallará en sus caras.