Aunque la derecha trate de reconstruir una imagen de fortaleza la realidad es que las condiciones objetivas para cortar en seco sus aspiraciones están más que dadas. De hecho, el PP ya fue barrido en 2004 por la tremenda oleada de movilizaciones de la juventud y de la clase obrera. Debemos ser claros en situar dónde está el problema fundamental: la posibilidad de la vuelta del PP al gobierno no se deriva ni de la supuesta fortaleza de la derecha ni de la supuesta debilidad de la izquierda, de la clas clase obrera y de la juventud. Lo verdaderamente relevante es la incapacidad manifiesta de los dirigentes de la izquierda, significativamente del PSOE y de IU, de movilizar a su base social, tanto en el terreno electoral como en la calle.
Girar a la izquierda, el mejor antídoto contra el peligro de la derecha
Como siempre pasa, los análisis sobre los acontecimientos políticos de importancia están determinados por los intereses políticos y de clase de quienes lo realizan. Así ocurre con el balance de las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo. Obviamente el PP está utilizando la recuperación de su exigua ventaja en votos sobre el PSOE y la reafirmación de su hegemonía en Madrid y Valencia para alimentar la moral de su base social y electoral y reforzar su expectativa de recuperar el gobierno central en las elecciones generales de 2008. Después de varias derrotas electorales consecutivas (municipales de 2003, generales de 2004, autonómicas gallegas, vascas y catalanas, entre otras) ahora la derecha se esfuerza en transmitir la idea de que lo ocurrido el pasado el 27 de mayo es un cambio de tendencia, incluso el cierre de un periodo excepcional, que inexorablemente volverá a situarles en la Moncloa. Para cualquier trabajador y joven consciente no es muy difícil imaginarse el carácter que tendría un gobierno encabezado por Rajoy, que está siendo tan recalcitrantemente reaccionario en la oposición como lo fue Aznar en sus 8 años de gobierno, o quizás aún más. La vuelta del PP al gobierno no está en absoluto determinada desde ya, ni siquiera es la perspectiva más probable, pero el simple hecho de que sea una posibilidad es un motivo más que suficiente para tratar de sacar conclusiones de lo ocurrido y tomar las medidas necesarias para poder barrarles el paso con contundencia y seguridad.
Aunque la derecha trate de reconstruir una imagen de fortaleza e incluso crean que los vientos corren a su favor la realidad es que las condiciones objetivas para cortar en seco sus aspiraciones están más que dadas. De hecho, el PP ya fue barrido en 2004 por la tremenda oleada de movilizaciones de la juventud y de la clase obrera. Debemos ser claros en situar dónde está el problema fundamental: la posibilidad de la vuelta del PP al gobierno no se deriva ni de la supuesta fortaleza de la derecha ni de la supuesta debilidad de la izquierda, de la clase obrera y de la juventud. Lo verdaderamente relevante para comprender los resultados de las pasadas elecciones y en general, la situación política que se vive en el Estado español, es la incapacidad manifiesta de los dirigentes de la izquierda, significativamente del PSOE y de IU, de movilizar a su base social, tanto en el terreno electoral como en la calle.
La primera tarea que tenemos es analizar las cosas tal y como son; y lo que dicen los datos es que el triunfo del PP ha sido bastante relativo. Sin embargo, la mejor manera de combatir su demagogia no es contraponiéndola a una actitud complaciente y superficial, como si aquí no pasara nada, como han hecho Zapatero, Blanco, Montilla y otros dirigentes miembros destacados del PSOE, que dicen que las cosas pintan bien para los socialistas. Por supuesto que la consolidación de la izquierda en Galicia, que por fin ha arrebatado al PP las 7 ciudades más importantes, la pérdida de la mayoría absoluta de UPN en la Comunidad de Navarra y en el ayuntamiento de Pamplona, la pérdida de la mayoría absoluta del PP en Baleares, la derrota de CiU en Tarragona, son todos datos positivos. Pero la llamada ampliación del poder territorial no puede encubrir la preocupación de millones de votantes socialistas, comunistas y nacionalistas de izquierda que no ven con satisfacción el hecho de que el PP, aunque por poco, vuelva a situarse por delante del PSOE en unas elecciones de tipo general y les gustaría encontrar una explicación convincente de porqué se ha retrocedido de una posición electoral conquistada hace 4 años, en vez de bonitas y huecas palabras teñidas de auto satisfacción. En gran medida la explicación está implícita en el mismo hecho de que la victoria de la izquierda hace 4 años, como también el claro vuelco que se produjo en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004, se produjo a pesar de los dirigentes del PSOE y gracias al tremendo impulso desde abajo provocado por las movilizaciones multitudinarias de la juventud y de la clase obrera contra el PP. Pero vayamos por partes.
Pesa más el fracaso del reformismo que el avance de la derecha
Unas elecciones siempre son un retrato parcial y estático, y por lo tanto imperfecto y sesgado, de la verdadera correlación de fuerzas entre las clases, y por eso hay que analizarlas atribuyéndoles siempre una importancia relativa. Pero incluso en el análisis puramente electoral es importante analizar las cosas con detalle, pues las generalizaciones simplificadas pueden transportar ideas de contrabando con las que la derecha y la burguesía tratan de desorientar y desmoralizar a la clase trabajadora.
Tanto el PP como en general la prensa destacan el sorpasso del PP al PSOE en el cómputo global de votos de las elecciones municipales. Así, mientras el PSOE aventajaba al PP en 123 mil votos en 2003, ahora el PP aventaja al PSOE en 155 mil. Sin embargo, y a pesar de la importancia obvia que tienen estas cifras, debemos señalar dos ideas que la derecha y los grandes medios de comunicación ocultan o menosprecian deliberadamente:
– Los votos obtenidos por el conjunto de la derecha no han superado a los obtenidos por el conjunto de la izquierda.
– Globalmente el PP no ha ensanchando significativamente su base de apoyo electoral.
Respecto al primer punto, si sumamos los votos obtenidos en el conjunto del estado por todos los partidos de derechas alcanzan un total de 9.639.452. Si seguimos el mismo criterio con los partidos de izquierdas, incluyendo los votos de ANV (94.825 a pesar de que se ha ilegalizado la mitad de las candidaturas de la izquierda abertzale) se alcanzan en total 10.155.711 votos, es decir, 516.259 más que los obtenidos por la derecha. Por lo tanto, a pesar de que casi todos los partidos de izquierdas pierden votos en relación a las pasadas elecciones, la izquierda sigue aventajando ampliamente a la derecha sin que se produzca, por lo tanto, ningún sorpasso. En porcentaje de votos el conjunto de la derecha pasa del 42,86% al 43,36% y el conjunto de la izquierda del 46,6% al 45,7%.
En relación al segundo punto, es muy significativo que el PP apenas ha incrementado sus votos respecto a hace 4 años. Contando los votos de UPN, el PP pasa, en todo el Estado, de 7.875.761 a 7.914.084, es decir, 38.323 votos más. No es precisamente un crecimiento espectacular. El PP ensancha su base de apoyo electoral tan sólo en 1,31 puntos porcentuales y evidentemente no es esto lo que explica la ventaja que el PP ha obtenido respecto al PSOE en estas elecciones. La explicación hay que buscarla no en el fortalecimiento de la derecha sino en el debilitamiento del PSOE, que pierde 241.085 votos para la abstención, al pasar de los 7.999.178 obtenidos en 2003 a 7.758.093 ahora.
La dirección de IU, por su lado, ha pagado también el precio de aparecer en la escena política como los socios menores y dóciles del gobierno, sin ofrecer ninguna alternativa más a la izquierda en los temas fundamentales, a pesar de que un programa verdaderamente anti-capitalista tendría desde el principio un apoyo importante y sin duda creciente. Sin embargo, el seguidismo a la política del PSOE ha tenido como resultado para IU la pérdida de 178.428 votos, a los que habría que añadir otros 75.000 de sus socios catalanes.
Con esas cifras globales queda evidente que no estamos asistiendo a ningún giro conservador del conjunto de la sociedad sino al desencanto de una parte de electorado de izquierdas con la política llevada a cabo por sus partidos, que se ha reflejado en un incremento de la abstención en 4 puntos respecto a las elecciones municipales de 2003 (de 32,32% a 36,22%) y de 12 puntos respecto a las generales de 2004 (23,79% a 36,22%).
Reformismo y polarización política
El problema fundamental del PSOE y de IU ha sido que en educación, en sanidad, en vivienda, en empleo no han sido capaces de hacer una política cualitativamente distinta a la de la derecha. Era una tanto desconcertante escuchar a los dirigentes del PSOE prometiendo de todo en materia social como si no pudiesen haber llevado a la práctica esas promesas en los ayuntamientos y en las comunidades donde ya gobiernan desde hace mucho tiempo. El PSOE está en el gobierno central pero ¿qué cambios sustanciales se han producido en las condiciones de vida de millones de trabajadores y jóvenes en estos últimos tres años? Los dirigentes del PSOE han intentado sustituir la carencia, en la práctica, de un programa de transformación social, por meras palabras. Pero si no hay práctica no hay credibilidad. Han actuado como si la sociedad fuera un tubo de ensayo en el que se podían añadir sustancias y quitar otras provocando los efectos deseados sin ninguna interferencia molesta. Los estrategas electorales del PSOE pensaron que se podía satisfacer a su base social y contrarrestar la ofensiva del PP simplemente hablando más de lo social y menos de ETA. En Madrid, el desconocido, gris y liberal candidato del PSOE, Sebastián, que ni siquiera está afiliado al partido, pensó que podía dividir al PP con insinuaciones y golpes de efecto sobre turbia vida de Gallardón y sus relaciones con las tramas de corrupción marbellí. Estas elecciones han revelado como un tema tan serio como la corrupción urbanística se convierte en manos de los socialdemócratas en un factor inocuo o incluso favorable para la derecha, al limitar la cuestión a la denuncia personal, y además de un modo titubeante, en vez de vincularla al capitalismo y sus defensores.
Otro eje de la campaña del PSOE fue el machacante recordatorio de que la economía va bien. Sin embargo el voto de los que realmente se están beneficiando de la situación económica es fundamentalmente de derechas. Los empresarios y el segmento más acomodado de las capas medias asocian su bienestar económico al periodo de gobierno del PP, a la política de mano dura contra los trabajadores, a la explotación de la mano de obra inmigrante, a las privatizaciones y a la estabilidad basada en la represión; todo eso debidamente condimentado con un buen chorro de rancio nacionalismo español. Para ese sector, el talante de ZP les tiene sin cuidado, no les conmueve en absoluto. Y para la clase obrera, el crecimiento económico está ligado a jornadas laborales extenuantes, bajos salarios y precariedad; y para los jóvenes las bonitas cifras del PIB no despejan los nubarrones de un futuro incierto.
Estas elecciones son una confirmación de que para desalojar al PP de comunidades autónomas y ciudades tan importantes como Madrid y Valencia, y para garantizar que la derecha no gane las elecciones generales, no basta con aparecer ante el electorado con un perfil relativamente más a la izquierda que el PP. Algunos estrategas electorales socialdemócratas creían que con una derecha tan radicalizada el gobierno y el PSOE se nutrirían electoralmente con votantes de centro hastiados de la crispación del PP. Pero la lectura de lo ocurrido es la siguiente: mientras que el mensaje claro y contundente del PP ha mantenido a su base de apoyo social muy movilizada a lo largo de estos años y en particular el 27-M, los dirigentes del PSOE y de IU no sólo no han sido capaces de ganar votos de la derecha moderada, como era su intención, sino que con su política en el gobierno, comunidades y ayuntamientos han perdido una parte del apoyo que tenían hacia la abstención. Incapaces de ilusionar y movilizar a su propia base social los dirigentes de la izquierda son aún más incapaces de provocar ninguna fisura en la base de apoyo electoral de la derecha. No han entendido que en un contexto de creciente polarización social y política, en un contexto en el que el margen que da el capitalismo para contentar a todos es nulo, la búsqueda del punto medio es una quimera, y una quimera reaccionaria porque sólo fortalece y beneficia a la derecha.
Madrid, Valencia y Catalunya
Como viene sucediendo en los últimos años la clave de los resultados electorales se explica fundamentalmente por las variaciones de participación en el campo de la izquierda. Eso es cierto incluso en sitios donde la derecha atribuye su victoria a un indiscutible mérito propio, como es el caso del ayuntamiento de Madrid. Esa máquina de ganar votos, como se ha calificado a Gallardón en algunos medios, sólo ha conseguido 1.307 más que en 2003; el PSOE, sin embargo, pierde 138.322 votos respecto a hace 4 años. Telemadrid, controlada por el PP, ha hecho mucho hincapié en lo ocurrido en Villaverde, dando a entender que incluso este distrito, bastión histórico de la izquierda, ha cedido al irresistible empuje del PP, que por primera vez supera al PSOE en votos, aunque la izquierda en su conjunto (PSOE más IU) sigue teniendo mayoría absoluta. Pero los datos son los siguientes: mientras el PP consigue 1.603 votos más que hace 4 años, el PSOE pierde 9.047. Es evidente donde está la clave del asunto.
Si bien es verdad que en las votaciones para la Asamblea de la Comunidad de Madrid la subida del PP es más acusada que la caída del PSOE (el PP obtiene un incremento de 244.428 votos y el PSOE pierde 81.867) debemos tener en cuenta que esa comparación se hace sobre la repetición de las elecciones a la Asamblea de Madrid, en octubre de 2003, tras la compra de dos diputados del PSOE. En las elecciones de mayo de 2003 la izquierda había superado al PP en la Comunidad de Madrid, recogiendo los frutos de una movilización social que había sido particularmente intensa en Madrid y su cinturón obrero. Si comparamos los resultados con aquellas elecciones, antes de que la falta de contundencia del PSOE frente a la fraudulenta trama de la derecha provocase una desmovilización del voto de la izquierda, veremos que incluso en la Comunidad de Madrid es mayor la pérdida de votos del PSOE que el incremento de votos obtenidos por el PP. Así, respecto a las elecciones autonómicas de mayo de 2003 el PSOE pierde 234.917 votos, frente a los 148.036 que gana el PP.
En las votaciones para la Asamblea de la Comunidad de Madrid la diferencia de participación entre barrios obreros y burgueses ha sido, como en otras ocasiones, muy pronunciada. Así, por ejemplo, en Chamartín, el distrito de Madrid, donde Esperanza Aguirre obtuvo el 72,3% de los votos, su resultado más contundente en la ciudad, la abstención ha sido del 24,7%, mientras que en Puente de Vallecas, el distrito donde la izquierda obtiene sus mejores resultados la abstención alcanza un 36,86%, una diferencia de 12 puntos, ensanchando en más de dos puntos la brecha que se produjo hace 4 años en los mismos distritos.
El crecimiento económico, especialmente acusado en la Comunidad de Madrid, no puede ser utilizado como tapadera para encubrir el fracaso de la dirección del PSOE. El factor económico está presente desde hace ya bastantes años y sin embargo en mayo de 2004 se pudo derrotar a la derecha. La diferencia es que entonces el impulso desde abajo pesó más que la incapacidad de la socialdemocracia movilizar con su programa a la clase obrera y a la juventud.
No hay ninguna comunidad o ciudad importante inexpugnable para la izquierda; no existen ni razones económicas ni sociológicas que impidan una victoria de la izquierda salvo las limitaciones políticas de quienes están al frente los grandes partidos obreros. Incluso en el País Valenciano la izquierda podía haber superado a la derecha. De hecho, así ocurrió en las elecciones generales de 2004. Entonces la movilización general de la clase obrera y de la juventud y las expectativas de cambio de gobierno propiciaron un 79,4% de participación electoral, 9 puntos más que ahora.
Es en Catalunya donde el peso de la abstención se hizo más notorio, alcanzando el 46,2%, situándose 10 puntos por encima de la media estatal y con un incremento de 8 puntos respecto a las anteriores elecciones municipales. Ese dato tiene un gran significado político por varias razones. En primer lugar Catalunya ha sido siempre, y es, un bastión electoral de la izquierda en elecciones de carácter estatal. No es una comunidad de tradición abstencionista, de hecho, en las elecciones generales de 2004 que echaron a Aznar del gobierno, se vivió en Catalunya un altísimo nivel de participación, superior a la media estatal. Sin embargo el 27-M fue la comunidad con la abstención más alta. En la ciudad de Barcelona la participación ni siquiera llegó a la mitad del censo. La clave de esta situación es la gran decepción producida por el gobierno tripartit, incapaz de aprovechar el torrente de ilusión y movilización social que hizo posible poner fin a dos décadas de gobiernos de CiU.
No ha habido cambios sustanciales en la política social e incluso en un tema tan importante y sensible para la juventud, como la cuestión de los derechos democráticos, la Generalitat se ha basado en la represión más brutal, como se ha visto con la reciente utilización de punzones contra manifestantes por parte de los Mossos dEsquadra. Así, aunque el PP pierde en Catalunya votos el PSC-PSOE pierde todavía más: de tal manera que en esta comunidad, una de las bases de apoyo más importantes del partido socialista, contribuye en más de 100.000 votos a incrementar la diferencia entre el PP y el PSOE a favor del primero. El incremento espectacular de los votos en blanco, que se han duplicado hasta llegar a 80.000, es una expresión clara del profundo descontento que existe en el electorado que constituye la base de apoyo de la izquierda. También pierde votos ERC e ICV-EUiA, los otros dos socios del tripartit, en la medida que no tienen ninguna alternativa por la izquierda a la política desarrollada por el PSC.
Perspectivas
Desde su punto de vista, los resultados electorales confirmarán al PP en su línea ultraderechista. De hecho, en la pugna interna que se produjo en Madrid entre la línea dura de Esperanza Aguirre y la moderación de Gallardón la ventaja es clara para la primera, que consiguió 200.000 votos más en la Comunidad que los 1.000 de Gallardón en el municipio. El pegamento del nacionalismo español reaccionario seguirá siendo un ingrediente importante para mantener las capas medias en estado de excitación permanente. La polarización en la cuestión nacional es parte inseparable de la polarización política que la derecha está alimentando con su agresividad. Esta política ha tenido un coste evidente para el PP en las nacionalidades históricas, que se ha reflejado claramente en las elecciones: en Catalunya pierde 77.000 votos, en Euskadi 70.000 y en Galicia 40.000. Un total de 190.000 en cifras redondas. En la Comunidad de Navarra, aunque UPN incremente los votos, pierde la mayoría absoluta de diputados, y también puede perder el ayuntamiento de Pamplona. Sin embargo el PP compensa esas pérdidas en Madrid, Valencia y Murcia, con un incremento total de 380.000, en cifras redondas. Es evidente que la estrategia del PP le lleva a ser un partido cada vez más español.
Pero con esa dinámica el PP no se ha hecho más fuerte sino más vulnerable, a condición de que se le oponga una política contundente por parte de la izquierda. Una política de lucha contra la opresión nacional de las nacionalidades históricas (derogación de la ley de partidos, depuración de los elementos fascistas incrustados en el aparto estatal, derecho a la autodeterminación) combinado con un programa social de choque contra la precariedad, los bajos salarios, de acceso a una vivienda digna, de inversión de infraestructuras culturales y deportivas en los barrios obreros esta situación podría volverse complemente en contra del PP, a una escala aún superior a la derrota que se le inflingió en 2004.
La izquierda tiene enormes reservas de apoyo en todo el Estado, y no menos en Madrid y Valencia. El veneno del nacionalismo español, el alimento de la pequeña burguesía reaccionaria, no ha penetrado en el grueso de la potente y combativa clase obrera de estas zonas. A la reacción se le puede derrotar perfectamente en sus feudos mientras que el PP lo tiene francamente complicado para ganar posiciones significativas y menos aún hegemónicas en zonas como Catalunya, Euskadi y otras. Además, es también un hecho político relevante que la burguesía nacionalista esté también muy debilitada en estas nacionalidades históricas. CiU, con la pérdida de Tarragona y de 65.000 votos en el conjunto de la comunidad, se ha convertido en un partido de la Catalunya interior. El PNV ha perdido también 90.000. El descrédito de la burguesía nacionalista, por sus pactos con el PP en el pasado y sus políticas anti obreras y represivas, le ha restado capacidad para engañar y arrastrar a sectores de las capas medias y de la juventud, más sensibles a la cuestión nacional. El crecimiento de ERC y el BNG en el pasado reciente (aunque cortado ahora por su falta de alternativa al capitalismo), así como la enorme fuerza con la que la izquierda abertzale ha irrumpido en estas elecciones, a pesar de que la ilegalización de la mitad de sus candidaturas, demuestran que un sector importante de la sociedad mira hacia la izquierda para resolver el problema nacional.
Desde el punto de vista de la izquierda las condiciones sociales e incluso electorales para avanzar están más que dadas. La peculiaridad de la situación es que para aprovechar esas condiciones no sirven las medias tintas; las políticas orientadas a contentar a la vez a los ricos y a los pobres, a los opresores y a los oprimidos, está condenada al fracaso. La derecha está apostando con claridad por una política dura; está ocurriendo lo mismo en Francia, Italia, EEUU y otros países. La burguesía se está preparando políticamente para un escenario de endurecimiento de la lucha de clases. Sin embargo, los dirigentes de la izquierda siguen aferrados a hacer la política de lo posible bajo el capitalismo y lo posible dentro de lo que le permite un estado altamente infectado por la reacción. Pero lo posible en estas condiciones es bien poco. Esa es la base del hartazgo y la indiferencia hacia la política oficial por parte de un importante sector de la clase obrera y de la juventud.
El 27-M ha revelado un problema, pero ese problema no es la fuerza de la clase obrera y de la juventud sino el reformismo sin reformas, que está revelando cada vez más no sólo su incapacidad para frenar los retrocesos en el terreno social y democrático sino también, y como consecuencia de ello, de ser una garantía segura contra la derecha reaccionaria. Por esta razón, la lucha contra la derecha, hoy más que nunca, pasa por una profunda transformación de nuestras organizaciones políticas y sindicales en eficaces instrumentos de lucha, pasa por la adopción de un verdadero programa socialista, pasa por la comprensión de las claves de una época turbulenta y convulsa que sólo el marxismo puede ofrecer. En esta tarea estamos y lo lograremos. Únete a la Corriente Marxista El Militante.