El Partido Obrero ante el referéndum constitucional venezolano

0
80

En un artículo anterior expresamos nuestra crítica general a todos los grupos sectarios que, enmascarados detrás de un barato disfraz revolucionario, trataban de justificar su frente común, no declarado, con la burguesía y el imperialismo contra la reforma constitucional impulsada por el presidente venezolano, Hugo Chávez. Queremos detenernos en la posición particular del Partido Obrero porque, además de resumir la posiciónición general de los demás grupos sectarios, trata de enmascarar con un grado mayor de sutileza y de confusión política que el resto, una política completamente reaccionaria sobre la reforma constitucional de Venezuela.

El confusionismo sectario ayuda a la reacción

En un artículo anterior expresamos nuestra crítica general a todos los grupos sectarios que, enmascarados detrás de un barato disfraz revolucionario, trataban de justificar su frente común, no declarado, con la burguesía y el imperialismo contra la reforma constitucional impulsada por el presidente venezolano, Hugo Chávez.

Queremos detenernos en la posición particular del Partido Obrero porque, además de resumir la posición general de los demás grupos sectarios, trata de enmascarar con un grado mayor de sutileza y de confusión política que el resto, una política completamente reaccionaria sobre la reforma constitucional de Venezuela.

Para ello, hemos elegido un artículo de Jorge Altamira, el dirigente del PO, que apareció en el número 1017 de Prensa Obrera. Este artículo tiene por título: “Nuestra posición frente a la reforma constitucional y la crisis política”. A diferencia de lo que suele hacer Jorge Altamira con sus adversarios políticos en la izquierda, nosotros sí vamos a citar correctamente las citas y la fuente de sus opiniones para que no pueda acusarnos de manipulación o tergiversación sobre lo que dice o pretende decir.

Chávez y la oposición son “golpistas”

En la definición de los dos campos en disputa, el del gobierno venezolano y el de la oposición de derecha, Jorge Altamira, deja asentado lo siguiente: “De un lado hay un planteo cesarista o bonapartista, que concentra el poder político en una única persona; del otro, una tentativa de mantener dentro del semi-bonapartismo presente una dosis de instituciones parlamentarias tradicionales”. Para Altamira, “se enfrentan dos posiciones golpistas”.

Es interesante leer con atención lo que escribe Altamira. Para él lo que existe ahora en Venezuela es un régimen “semi-bonapartista”; es decir, semi-dictatorial y semi-democrático (y eso lo afirma cuando Chávez ganó 8 elecciones consecutivas y la oposición burguesa controla el 95% del espacio radioeléctrico y de los medios impresos: prensa, radio, TV e Internet). La diferencia para él es que ahora Chávez “quiere todo el poder” (“cesarismo”, “bonapartismo”) y la oposición burguesa (fíjense ustedes) quiere mantener el actual régimen semi-bonapartista con “una dosis de instituciones parlamentarias tradicionales”.

Es decir, mientras que Chávez pretende una dictadura personal, la burguesía y el imperialismo defienden, al menos, el mantenimiento de ciertas formas democráticas. Bajo estas consideraciones, la alternativa burguesa proimperialista debería ser “menos mala” que la chavista, porque defiende el mantenimiento formal de las instituciones parlamentarias.

Esta conclusión es muy curiosa. Al parecer, el Chávez que ganó 8 elecciones limpiamente y por abrumadora mayoría es un claro candidato a dictador para el dirigente del PO, pero la oposición burguesa proimperialista que organizó exitosamente un golpe militar en abril del 2002 contra un gobierno elegido por el pueblo defiende, según Jorge Altamira, posiciones formalmente más democráticas ¿Se puede caer más bajo?

Altamira, como es usual en él, se evade de la realidad cuando luego afirma: “Es una crisis entre dos formas históricas del Estado capitalista – ni siquiera aflora la disputa sobre el socialismo o el gobierno de los trabajadores, que de todos modos nunca podría ser introducido por vía constitucional o por medio de una consulta.”

No sabemos en qué planeta vive Altamira pero, si lo hace en el nuestro, afirmar como él lo hace que en la lucha entre el movimiento bolivariano y la oposición proimperialista “no aflora la disputa sobre el socialismo” es mentir descaradamente a sus lectores, pues nunca ha estado más asociada la revolución venezolana al debate sobre el socialismo como en la actualidad. De hecho, la reforma constitucional introduce la caracterización de “socialista” a la república venezolana. Quizás eso no sea motivo de debate para él y demás dirigentes del PO, pero les podemos asegurar que el debate sobre el carácter socialista de la revolución y qué tipo de socialismo es el que se necesita constituye hoy la piedra angular de la revolución venezolana, y es lo que explica el odio furibundo que le prodigan la burguesía y el imperialismo.

El PO se suma al reclamo opositor de una Asamblea Constituyente

Altamira continúa: “La propuesta oficial esquiva la convocatoria de una Constituyente y recurre al referendo, algo que se ha repetido hasta el cansancio en la historia, porque la función del régimen bonapartista o del cesarismo político es suprimir los peligros de agitación, que en momentos de crisis y polarización social, pueden provocar los debates públicos, incluso en la reforma restringida del parlamentarismo”.

Como no podía ser de otra manera, Altamira introduce su consigna favorita de la “Asamblea Constituyente libre y soberana”. En cualquier país “democrático” la convocatoria de una Asamblea Constituyente sólo tiene sentido para elaborar una nueva Constitución, pero no cuando se plantea su reforma parcial. Todos los países “democráticos” han conocido reformas parciales de su Carta Magna ratificadas vía Referéndum.

Realmente, la exigencia de la convocatoria de una Asamblea Constituyente para dirimir la reforma constitucional es una demanda de la oposición burguesa y del ala derecha del movimiento bolivariano, que pretenden retrasar todo lo posible las reformas avanzadas planteadas a la Constitución, y utilizar los trucos parlamentarios (como sucede actualmente en Bolivia) para boicotearla desde adentro y crear caos e inestabilidad “institucional”. En este caso, como en otros aspectos de su crítica a la reforma constitucional de Venezuela, Altamira simplemente se hace eco de las exigencias de la burguesía y del imperialismo, pero no de las masas trabajadoras.

Y concluye: “No puede haber ni un gramo de apoyo a la reforma constitucional de Chávez, ella debe ser criticada firmemente y el rechazo debe ser claro (sea bajo la forma del No o de la abstención). Esta reforma no constituye un muro defensivo contra la conspiración que prohija el imperialismo, que nunca será realmente derrotado por los aparatos burocráticos del Estado y las fuerzas armadas y sus mandos, sino por la iniciativa popular y por su movilización independiente.”

La posición sectaria y la posición revolucionaria

Lo realmente sorprendente en esta posición es que en ningún momento Altamira entra a analizar el contenido concreto de la reforma que será sometida a referéndum popular el 2 de diciembre. No dice ni una palabra sobre la jornada laboral de 6 horas, sobre la extensión de los derechos sociales a los trabajadores “en negro”, sobre la eliminación del latifundio, o la instauración de milicias populares.

Esto no es digno de un dirigente revolucionario serio. Altamira se limita a hacerse eco de las críticas malévolas, falsas y calumniosas de la burguesía y el imperialismo sin aportar una sola prueba que confirme sus dichos. Esto no nos sorprende lo más mínimo. Es el método habitual con que Altamira “polemiza” con sus adversarios políticos en la izquierda.

La crítica de Altamira a la introducción de mecanismos democráticos de participación de la población en la vida social (consejos comunales, consejos de trabajadores, etc.) es despachada con una frase: “… subordina a las organizaciones comunales o de base al Estado y al poder personal del Presidente”.

Aquí vemos en toda su expresión el formalismo estéril típico del sectario: “Como estas nuevas instituciones populares no me gustan tal como están formuladas les doy de lado y, por adelantado, vaticino su inutilidad”. Un revolucionario razonaría así: “Todos los mecanismos que tengamos a mano y que faciliten, aunque sea ‘sobre el papel’, la incorporación de las masas populares al debate y al control sobre sus condiciones de vida, bienvenidos sean. Si ofrecen un espacio para avanzar en la autoorganización genuina de los trabajadores y demás sectores explotados, utilicémoslos; y si la burocracia trata de obstaculizar su labor o vaciarlos de contenido movilicemos a las masas para librar una lucha implacable contra aquellos que quieren sabotear la revolución desde adentro”.

La primera posición se queda en la queja estéril y la pasividad (salvo gemir y “hacer un puchero” desde la vereda de enfrente); la segunda posición ofrece una palanca formidable para la agitación y la intervención política práctica.

Altamira y el movimiento estudiantil

En la última parte de su artículo Jorge Altamira, que siempre busca recaudos para disfrazar la ambigüedad de sus posiciones políticas, considera que acaso fue demasiado lejos en la mimetización de sus posiciones con las de la derecha y del imperialismo (“…podría parecer que esta oposición socialista a la reforma podría confundirse con la campaña de la derecha o quedar desdibujada por ella…”, dice con muy buen criterio), por lo que él se impone un acercamiento al polo donde se sitúan las masas populares que, ¡oh triste realidad!, se ubican en el campo del llamado “chavismo”.

Como es habitual en los sectarios, Altamira se dirige el movimiento de masas no desde el diálogo amistoso sino desde el estrado inquisitorial y el tirón de orejas.

Dice Altamira: “El fracaso miserable de los métodos burocráticos del chavismo para combatir a la derecha se manifiesta en la completa incapacidad que ha demostrado para confrontar al movimiento estudiantil por medio de la propaganda, la lucha de ideas, el impulso a las reivindicaciones educativas y la organización de la juventud. Ha desarrollado centros de educación paralelos para nuevos sectores de la juventud, donde no se desarrolla su independencia política sino la tutela estatal, y al mismo tiempo ha dejado los centros históricos del estudiantado en manos hostiles a la causa nacional y a las luchas sociales.”.

El problema de elaborar análisis políticos desde la prudente distancia de 4.000 kilómetros que separan Buenos Aires de los acontecimientos que acontecen en Caracas y la desgracia de no contar con fuerzas propias interviniendo en la revolución venezolana conducen a Jorge Altamira a pronunciar los mayores desatinos. Claro está que a Altamira le hubiese bastado, para hacerse un cuadro real de la situación en Venezuela, consultar por Internet las páginas webs de izquierda y locales venezolanas, en lugar de hojear las informaciones de la prensa “libre” de Argentina y otras partes que someten los acontecimientos de Venezuela a una censura y una manipulación clamorosas. Así podría informarse del carácter de clase del movimiento estudiantil opositor y de la amplitud de sus fuerzas, y también de las movilizaciones masivas, 5 veces mayores en tamaño, de los estudiantes bolivarianos.

El movimiento estudiantil que ha “confrontado” con el gobierno es la juventud burguesa y pequeñoburguesa adinerada de las universidades públicas y de los centros privados y religiosos que, en el mejor de los casos, abarca a unos 50.000 estudiantes en todo el país. Es un movimiento reaccionario que, con la excusa de defender la “autonomía universitaria” se opone expresamente al punto de la reforma constitucional que introduce el derecho de los estudiantes y los trabajadores no docentes universitarios a participar en la elección de las autoridades universitarias. Por alguna razón que se nos escapa, Jorge Altamira también oculta a sus lectores este punto de la reforma constitucional en su análisis.

Mientras que la prensa burguesa, de la que Altamira se hace eco, es generosa en ofrecer publicidad de las marchas de algunos cientos o miles de estudiantes pequeñoburgueses (“esos mocosos de clase alta”, como muy bien los definió Chávez) nada se dice de las marchas habidas con 200.000 estudiantes en apoyo a la reforma constitucional. Claro que este pequeño detalle es pasado por alto por la prensa burguesa y el propio Jorge Altamira.

Los “centros de educación paralelos” impulsados por el gobierno, de los que tan despectivamente habla Altamira, son las nuevas universidades y centros educativos públicos gratuitos donde decenas de miles de hijos de trabajadores y de campesinos pobres pudieron acceder por primera vez a la educación superior; porque Altamira debería saber que los hijos de los trabajadores no pueden pagarse los costos elevados que existen en las universidades públicas tradicionales, muchos menos de las privadas. El lloriqueo de Altamira por el “fracaso miserable” del chavismo en ganar para la revolución a los hijos de los burgueses y pequeñoburgueses adinerados no puede ser más patético.

¿Falta de democracia en las organizaciones populares?

Un párrafo más adelante Altamira nos sorprende con la propuesta de un plan de acción apelando al movimiento chavista, el movimiento de las masas venezolanas, para combatir a la reacción.

Celebramos sinceramente este giro en los planteamientos de Altamira; e incluso acordamos con algunas de las medidas que propone y que nuestra corriente en Venezuela ya explicó por adelantado hace semanas. Sin dejar de tironear las orejas al “chavismo”, Altamira plantea: “En oposición a estos métodos fracasados, es necesario proponer: 1) un plan de lucha contra la derecha, incluyendo el armamento de los trabajadores; 2) el derecho para los socialistas y para cada trabajador a discutir y discrepar con el planteo de reforma constitucional y con la política oficial dentro de todas y cada una de las organizaciones populares. Hay que ir a las organizaciones populares que siguen al chavismo (¡que son chavistas!) a pelear por el derecho de los obreros socialistas a discutir los planteos en disputa”.

Con el primer punto acordamos sin reservas, pero no entendemos muy bien qué se quiere decir en el segundo. Al parecer Jorge Altamira, que no pudo vencer la atracción seductora que sobre él ejerce la crítica de la derecha contra el movimiento bolivariano, tiene elementos para decir que no existe democracia en el movimiento popular, en las organizaciones populares, obreras y bolivarianas, para expresar los puntos de vista y discrepar con la reforma constitucional.

Como tantas otras, esta es una afirmación gratuita de Jorge Altamira, fruto de su febril imaginación. Arrojar una sombra de duda sobre la ausencia de democracia en las organizaciones populares es una calumnia escandalosa contra la revolución. Si Altamira desconoce el funcionamiento democrático de las organizaciones populares venezolanas, entonces actúa como un irresponsable al dejar caer así nomás esas insinuaciones, y debería callarse o preocuparse por estar informado; y si lo sabe y miente conscientemente actúa entonces como un frívolo y un provocador. En ambos casos sirve a la reacción y no a la causa de los trabajadores y la revolución.

Por supuesto que cualquier trabajador o luchador tiene el perfecto derecho a expresar la opinión que quiera dentro del movimiento bolivariano. Lo que sí es cierto es que los planteos defendidos por Altamira y otros dentro de las organizaciones populares y “chavistas” no tienen el más mínimo eco, no por falta de democracia interna o por seguidismo a Chávez, sino por la elevada conciencia revolucionaria de las masas bolivarianas que, a diferencia de los sectarios y los pequeñoburgueses “ilustrados”, conocen muy bien las mentiras y la propaganda envenenada de los medios de comunicación burgueses sobre la reforma constitucional.

Además del debate de rigor en la Asamblea Nacional, ha habido miles de debates en el interior de las organizaciones populares, en los barrios, en las escuelas y universidades, en los cientos de medios comunitarios, en las células del nuevo partido socialista, el PSUV, en los medios públicos y privados; en todas partes. Los reformistas y burócratas bolivarianos del partido Podemos han manifestado públicamente su rechazo al referéndum, lo mismo que el General retirado Baduel, ex-chavista devenido en opositor, quien anunció públicamente su apoyo al NO en el referéndum, igual que los dirigentes del PO. Y ninguno de ellos fue encarcelado o detenido por expresar sus opiniones, como muy bien sabe Jorge Altamira.

Altamira recula hacia el “chavismo”

Altamira cae en contradicciones inextricables cuando, siendo consciente de que pisa un campo minado, trata de balancearse entre su rechazo a la reforma constitucional (lo que lo acerca a la derecha y al imperialismo) y su rechazo al golpismo de derecha (lo que lo acerca al gobierno chavista). Al final, lo que resulta es una amalgama que contradice absurdamente otras posiciones suyas vertidas a lo largo de su artículo. Dice Altamira que “las organizaciones de izquierda que critican inequívocamente la reforma cesarista” deben defender, además del No y la abstención en el referéndum y de criticar el “bonapartismo chavista”, lo siguiente:

“3.Denuncia del carácter gorila de la oposición de derecha a la reforma, porque esconde detrás de slogans democráticos una política golpista apañada por el imperialismo yanqui y europeo;
4. Organizar la defensa de las conquistas populares y del propio gobierno contra el golpe por medio de un plan de lucha de las organizaciones de masas y el armamento de los trabajadores;
5. Por la inmediata satisfacción de las reivindicaciones de los trabajadores en lucha, por salario, por la gestión obrera de las empresas recuperadas, por el control obrero de PDVSA y de las empresas nacionalizadas. Por la nacionalización de la banca sin indemnización.”

Nos congratula reconocer que estamos en un 100% de acuerdo con estas propuestas; y, de hecho, es lo que nuestra corriente viene defendiendo hace tiempo en Venezuela. Aunque no nos detenemos en exigir solamente la nacionalización de la banca, como hace Altamira, sino que también exigimos la nacionalización de los latifundios y los monopolios privados, sin indemnización y bajo control obrero. Necesitamos controlar las palancas fundamentales de la economía para introducir la planificación socialista y democrática de los recursos del país y de sus fuerzas productivas, si queremos solucionar de verdad los problemas de las masas trabajadoras y terminar con las conspiraciones contrarrevolucionarias.

Pero en esta propuesta existen algunas contradicciones que el compañero Altamira debe aclararnos. Por ejemplo, Altamira señala que hay que “organizar la defensa de las conquistas populares y del propio gobierno”.

Pero, vamos a ver, esas conquistas populares deben consistir en algo concreto y además debieron venir de alguna parte; porque hasta la fecha Altamira no se dignó a reconocer la existencia de ninguna de ellas ni el papel de las masas trabajadoras ni del gobierno chavista en su consecución. Evidentemente no vinieron del fenecido régimen del “puntofijismo” (el régimen corrupto anterior a Chávez) ¿Por qué no hace un reconocimiento sincero de estas conquistas y del régimen que las proporcionó?

Las contradicciones y la confusión de Altamira

Lo más interesante es cuando propone la defensa “del propio gobierno” de Chávez “por medio de un plan de lucha de las organizaciones de masas y el armamento de los trabajadores”. Esta demanda es absolutamente correcta.

Pero, esperen un momento. La defensa del gobierno de Chávez ante los intentos golpistas de la oposición de derecha supone participar en un frente único con este gobierno y con las masas que lo apoyan (la aplastante mayoría de los trabajadores y explotados de Venezuela)

¿Pero, entonces, por qué nos dijo Altamira un poco antes que eran igual de malos el gobierno chavista y la oposición de derecha?

¿No nos recomendaba Jorge Altamira guardar la misma distancia entre ambos y denunciarlos por igual como “golpistas”?

Es más, ¿no nos advertía Altamira al principio que Chávez quería “todo el poder” e instaurar un régimen bonapartista mientras que la oposición de derecha quería, al menos, mantener “una dosis de instituciones parlamentarias”?

¿A quién debemos creer, al Altamira que considera una traición prestar el más mínimo apoyo al gobierno de Chávez (y permanecer neutral entre los dos campos en disputa) o al Altamira que reconoce la necesidad de formar un frente único con el chavismo para combatir al golpismo de derecha?

Pero en este último caso, ¿es que Altamira desconoce que un resultado importante del NO y de la abstención, como él defiende, no haría sino fortalecer a los golpistas de derecha y desmoralizar a las masas revolucionarias, lo que ayudaría a crear condiciones más favorables para un golpe reaccionario exitoso contra el gobierno de Chávez que liquidaría las “conquistas populares” que Altamira nos urge defender?

¿Quiere decir, entonces Altamira que con el gobierno de Chávez esas conquistas populares no peligran por el momento, pero que sí lo harían con el triunfo de un golpe de la derecha?

Entonces, ¿no sería más correcto denunciar sin ambigüedades como más peligrosa y reaccionaria a la oposición de derecha que a Chávez?

¿No sería más correcto por lo tanto dar un apoyo crítico a Chávez, apoyando las reformas progresistas que introduce en la Constitución, al mismo tiempo que explicamos a las masas trabajadoras venezolanas la necesidad de poner en práctica un programa socialista?

A este tipo de confusiones, equívocos, ambigüedades y contradicciones conduce el método de la “amalgama” utilizado por Jorge Altamira.

Altamira defiende lo imposible

Pero más allá de las sutilezas que utiliza, Altamira defiende lo imposible. Por un lado, no ve ninguna diferencia entre Chávez y a la oposición de derecha (ambos son igualmente enemigos y golpistas para él), pero además defiende el No y la abstención en el referéndum constitucional junto a la burguesía y al imperialismo, y por último pretende defender al gobierno chavista y las conquistas populares contra esa misma burguesía y ese mismo imperialismo.

Por más que intente cubrir sus espaldas ante el movimiento de las masas trabajadoras, la proposición fundamental de los dirigentes del PO es su alineamiento con la burguesía y el imperialismo en la batalla inminente: el referéndum constitucional.

Altamira no puede pretender que las masas trabajadoras venezolanas lo reciban con los brazos abiertos al día siguiente del referéndum, cuando pretenda unirse a ellas para luchar contra una contrarrevolución a quien ayudó en la víspera con sus políticas sectarias, equivocadas y falsas.

En ese caso, los trabajadores venezolanos tendrán todo el derecho a interrogar a Jorge Altamira y demás dirigentes del PO de esta manera: “Ayer estuvieron ustedes junto a nuestros enemigos, hoy dicen que están con nosotros, ¿con quién se alinearán ustedes mañana?”. Los trabajadores encontrarán razonable que con este tipo de compañías no pueden sentirse muy seguros, y tendrán razón.

En esta situación lamentable quedan invariablemente colocados quienes han demostrado no saber distinguir entre el campo de la revolución y el de la contrarrevolución.