El marxismo y los EEUU, una herencia revolucionaria que no debe ser olvidada – Parte III

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El capitalismo norteamericano en el siglo XIX era una fuerza históricamente progresiva, y la victoria del Norte sentó las bases para la expansión económica y para la actual dominación a escala mundial de los EEUU. Liberó masivamente mano de obra para emprendimientos capitalistas, legitimó la dominación de un puñado de industriales y preparó el camino para los gigantescos consorcios y monopolios de la última década del siglo XIX. Mientras la clase obrera estaba luchando y dando la vida en la guerra contra la esclavitud, los monopolistas se enriquecían tranquilamente en la lucrativa industria bélica. Las primitivas fortunas de Carnegie, Mellon, Armour, Gould, Rockefeller, Fisk, Morgan, Cooke, Stanford, Hill, y Huntington nacieron durante este período.

Hasta 1860 el gobierno de los Estados Unidos estaba principalmente en las manos de los terratenientes del Sur. Desde 1865 la oligarquía capitalista norteña los desplazó y capturó el poder. La actitud de esos hombres se revelaba en las palabras del Comodoro Vanderbilt: “¡Ley! ¿Qué me preocupe yo por la ley? ¿No tengo el poder?” Sí, los Vanderbilts y sus socios tenían el poder, y continúan teniéndolo.

El triunfo del capitalismo en los EEUU significó un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas. Esto es observable en el explosivo crecimiento del ferrocarril:

En 1860 había 30.000 millas de vías férreas en los EEUU.
En 1880 se habían al menos triplicado, sumaban más de 90.000 millas.
Para 1930 la cifra alcanzaba las 260.000 millas.

El progreso fue tremendo, pero los resultados de ese progreso no fueron disfrutados por todos. En 1892 el Partido del Pueblo señalaba en su plataforma:

“Los frutos del esfuerzo de millones de personas fueron robados descaradamente por unos pocos que acumularon una riqueza colosal […]
“La riqueza le corresponde a quienes la crean, y cada dólar tomado de la industria sin una contrapartida es un robo. Si alguien no quiere trabajar, no debería comer […]
“Creemos que ha llegado el momento en que el pueblo se apropie de los ferrocarriles o bien las corporaciones ferroviarias se adueñarán de todo […] El transporte es un medio de intercambio y una necesidad pública, el estado debe apropiarse de los ferrocarriles y operarlos en interés del pueblo […]
“El telégrafo y el teléfono, como el sistema de correos, que se volvieron una necesidad para la transmisión de noticias, deben ser expropiados por el estado y operados por él en beneficio del pueblo…”

El crecimiento del poder económico de los EEUU significó un crecimiento simultáneo del poder de las grandes empresas. Para 1904 la Standard Oil Company controlaba más del 86% del petróleo refinado para iluminación del país. Hacia 1980, las gigantescas corporaciones controlaban cada industria importante. La Aluminum Company producía el 100% de la exportación de aluminio virgen de los Estados Unidos. La Ford Motor Company y la General Motors Corporation, juntas, producían tres de cada cuatro autos. La Bell Telephone Company poseía cuatro de cada cinco teléfonos en los Estados Unidos. La Singer Sewing Machine Company producía al menos tres de cada cuatro máquinas de coser vendidas en los Estados Unidos, etc.

La profunda polarización entre el trabajo y el capital, entre ricos y pobres, fue la base real sobre la que se desarrolló la lucha de clases en el suelo de los Estados Unidos. En los primeros años la diferencia entre ricos y pobres era tan pequeña que un hombre como Alexis de Tocqueville podía considerarla insignificante. Pero en los últimos cien años la diferencia entre ricos y pobres, entre los que tienen y los que no, se ha hecho abismal.

Las raíces del movimiento obrero fueron firmemente establecidas en el siglo XIX. William Sylvis, un precoz activista sindical, fundó el sindicato de matriceros del acero, y ayudó a fundar la National Labor Union, la que intentó afiliar a la Asociación Internacional de los Trabajadores -organismo que lideraba Karl Marx. Fue un adelantado para su época al considerar el papel de los trabajadores negros y de las mujeres obreras –los quería incorporar a los sindicatos- enfrentando una considerable oposición. Fue un gran impulsor de la unidad de la clase obrera, venciendo todas las divisiones artificiales que separaban a los trabajadores. Murió en la miseria a los 41 años.

Los intentos de los trabajadores de defenderse de los explotadores fueron reprimidos con extrema brutalidad. Como escribió un dirigente obrero de la época: “manifestaban un gran rencor contra las organizaciones sindicales, y ponían a sus hombres en listas negras en un número difícil de igualar.” Como respuesta los trabajadores formaron un sindicato clandestino La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo- fundada en 1869 en Filadelfia. Los Caballeros del Trabajo tenían un programa muy avanzado que solicitaba la jornada laboral de ocho horas, igual pago por igual trabajo para la mujer, la abolición del trabajo forzado para convictos y del trabajo infantil, la propiedad pública de las utilidades y el establecimiento de cooperativas. Las terribles condiciones y la brutalidad de los jefes a veces provocaban una respuesta violenta. La Molly Maguires era una sociedad secreta de inmigrantes irlandeses que luchaban para mejorar las condiciones de trabajo en las minas de carbón del nordeste de Pennsylvania. Considerados asesinos y marginales, catorce de sus dirigentes fueron apresados y diez de ellos colgados en 1876.

En respuesta al movimiento obrero los empresarios lanzaron sus tropas de choque: la Agencia de detectives Pinkerton (la odiada policía privada de los monopolistas) formada por esquiroles, rompehuelgas, asesinos a sueldo y pistoleros para enfrentar a los trabajadores. Los patrones también tenían a su disposición las fuerzas del estado. Los trabajadores fueron apresados, golpeados y asesinados por el “crimen” de luchar por sus derechos. Defendiendo los intereses privados, en particular el fundador de la Lehigh Valley Railroad, Asa Packer, tanto como Franklin Gowen de la Philadelphia and Reading Railroad y los dueños de las compañías mineras, buscaban aplastar a las nacientes organizaciones obreras.

En 1892 la huelga en Homestead por parte de la Intersindical de los trabajadores del hierro, el acero y la hojalata de la acería Carnegie en Homestead Pa., terminó con la muerte de unos cuantos huelguistas y guardias de Pinkerton. La huelga finalizó en derrota y los trabajadores, despedidos en más de una fábrica del área de Pennsylvania. Dos años después una huelga del Sindicato Ferroviario norteamericano liderado por Eugene V. Debs contra la Pullman Co., fue derrotada por el dictado de restricciones y por las tropas federales enviadas a la región de Chicago. Debs y otros sindicalistas fueron apresados por violación de las restricciones legales, y el sindicato fue desmantelado.

Los mártires de Chicago y el 1º de Mayo 

La lista de mártires obreros norteamericanos es infinita, los más celebres son los mártires de Chicago de 1886 -como resultado de los cuales la clase obrera norteamericana legó el primero de mayo al resto del mundo. Es irónico que en los EEUU, “el día de los trabajadores” está ahora ubicado a comienzos de septiembre, alejado de su fecha más significativa: 1º de mayo. Está considerado generalmente como el último fin de semana largo del verano, con grandes parrilladas y muchos litros de cerveza. Las movilizaciones sindicales en las grandes ciudades han disminuido al reducir la importancia del 1º de mayo con su traslado a septiembre y al convertirlo en un fin de semana festivo. De ese modo la clase dominante en EEUU hace todo lo posible para que la clase obrera olvide su propia historia y sus tradiciones.

El 1º de mayo de 1886 Albert Parsons, dirigente de los Caballeros del Trabajo de Chicago (su esposa Lucy era una activista infatigable que hizo una campaña para conseguirle el indulto), encabezó una manifestación de 80.000 personas a través de las calles de la ciudad en reclamo de la jornada laboral de 8 horas. Unos pocos días después se les acoplaron en toda la nación unos 350.000 trabajadores que entraron en huelga en 1.200 fábricas de todo el país, incluyendo 70.000 obreros de Chicago. El 4 de mayo, Spies, Parsons y Samuel Fielden estaban hablando en un acto de 2.500 personas convocado para repudiar la masacre policial del día anterior en la fábrica McCornik, cuando llegaron 180 agentes, liderados por el jefe de policía de Chicago. Mientras él trataba de dispersar la manifestación explotó una bomba, matando a un agente de policía. La represalia policial ocasionó la muerte de otros siete policías en el tiroteo, además de otros cuatro hombres; y casi doscientos resultaron heridos. La identidad del autor del atentado continúa siendo desconocida.

Por supuesto que fue invocado otro alerta rojo (“¡Comunismo en Chicago!”) mientras todos los trabajadores estaban luchando por la jornada de 8 horas. El 21 de junio de 1886, ocho líderes obreros, incluidos Spies, Fielden y Parsons, fueron procesados, cargados con la responsabilidad del atentado. El juicio estuvo lleno de mentiras y contradicciones, y el fiscal general del estado dirigió estas palabras al jurado:

“Condenen a estos hombres, para que sirva de ejemplo, cuélguenlos, y salven nuestras instituciones.”

Aunque sólo dos de ellos estaban presentes en el momento de la explosión (Parsons había ido a una taberna cercana), siete fueron sentenciados a muerte y el restante a quince años de prisión. El colegio de abogados de Chicago revisó el juicio, y varios años después el gobernador John P. Altgeld exculpó a los ocho, liberando a los tres sobrevivientes (dos de ellos habían visto reducida su pena de horca a prisión perpetua). Desafortunadamente, los hechos que rodearon a la ejecución de los mártires de Haymarket alimentaron el estereotipo de activista radical como extranjero y violento, contribuyendo de esa manera a incrementar la represión. El 11 de noviembre de 1886, cuatro líderes anarquistas fueron colgados; Louis Lingg se había suicidado horas antes. Doscientos mil personas tomaron parte en la procesión por el funeral, encolumnados en las calles o marchando detrás de las carrozas fúnebres.

A medida que se desarrolla la crisis, los trabajadores necesitan armarse con un programa que pueda responder a sus necesidades y aspiraciones. Es necesario rescatar la tradición de lucha del primero de mayo. Esa misma fecha comenzó con la campaña por la jornada laboral de 8 horas en los Estados Unidos que en la década de 1880 tuvo el papel de hacer nacer el Día Internacional del Trabajador. En 1884 la Convención de la Federación de Organizaciones Sindicales había tomado una resolución que actuó como una señal para toda la clase obrera: “estas ocho horas deben constituirse legalmente en la jornada laboral de los trabajadores a partir del 1º de mayo de 1886”. Ese llamado fue tomado por el movimiento obrero con la creación de la Liga por las ocho horas, que consiguió importantes concesiones de la patronal, y la multiplicación de los miembros de los sindicatos.

Poco después de la tragedia de Chicago de mayo de 1886, los representantes obreros formaron la Segunda Internacional (Socialista) en 1889, bajo la bandera del internacionalismo obrero. Una resolución clave de ese Congreso fue que cada 1º de mayo los trabajadores de todos los países vayan a huelga, manifestándose por la jornada de 8 horas. El 1º de mayo de 1890 hubo huelga en toda Europa, con 100.000 manifestantes en Barcelona, 120.000 en Estocolmo, 8.000 en Varsovia, mientras millares no fueron al trabajo en Austria y Hungría donde las movilizaciones estaban prohibidas. Las huelgas se extendieron a través de Italia y Francia. Diez trabajadores fueron muertos a tiros en el norte de Francia. En palabras del líder de la socialdemocracia austriaca, Adler, “Sectores enteros de la clase obrera con los que nunca habíamos contactado, se sacudieron de su largo letargo.”

En Inglaterra y Alemania, se realizaron grandes manifestaciones el domingo posterior al 1º de mayo. La importancia de estos hechos no fue ignorada por Frederich Engels, el viejo camarada de Karl Marx, que había vivido el largo período de quietud del movimiento obrero británico desde los grandiosos días de los cartistas, en la década de 1840. Él escribió entusiastamente sobre el 1º de mayo: “con una columna de más de 100.000 trabajadores, el 4 de mayo de 1890, la clase obrera inglesa se sumó al gran ejército internacional, su largo sueño invernal terminó al fin. Los nietos de los viejos cartistas están entrando en combate.” Una vez más, una gran tradición obrera internacional es “made in USA” (originaria de EEUU).

Sindicalismo aristocrático o de oficiales cualificados (Craft unionism) 

El ascenso del capitalismo norteamericano como un poder mundial en las últimas décadas del siglo XIX estuvo marcado por un gran crecimiento de las fuerzas productivas, el florecimiento industrial y grandes ganancias que permitían ciertas concesiones a la capa superior de la clase obrera cualificada. Esa “aristocracia obrera” constituyó la base del tipo de sindicalismo economicista tipificado por la AFL (American Federation of Labor).

En 1881, seis sindicatos importantes: gráficos, metalúrgicos, matriceros, tabacaleros, carpinteros y vidrieros acordaron junto con otros grupos la formación de la Federation of Organized Trades and Labor Unions (FOTLU), liderada por Samuel Gompers y Adolf Strasser. Comenzó débil, con sólo 45.000 miembros, y opacada por los Caballeros del Trabajo. Pero a partir del boom económico, la tendencia hacia la colaboración de clases encontraba fundamento. En la década de 1880 la tendencia del “sindicalismo práctico” o “sindicalismo puro y simple” ganó terreno frente a los Caballeros del Trabajo que, para 1890, quedaron con sólo 100.000 miembros. La fuerza de la AFL -como más tarde se llamó la FOTLU- estaba principalmente en los gremios antes nombrados. Comenzaron con una afiliación de cerca de 138.000 en 1886 y lentamente duplicaron ese número en los siguientes doce años. Samuel Gompers, un hombre de la patronal, fue elegido primer presidente y se mantuvo en el cargo hasta su muerte en 1924.

El ascenso de este autodenominado sindicalismo “puro y simple” no fue accidental, se apoyaba en las condiciones materiales de ese momento. En la excepcionalmente privilegiada posición del capitalismo norteamericano, que estaba comenzando a desafiar la posición británica como principal poder industrial a principios del siglo XX, las concesiones hacían posible la corrupción de la aristocracia obrera. Una situación similar llevó a la degeneración nacional-reformista de los sindicatos y de las organizaciones socialdemócratas en Gran Bretaña, Francia y Alemania en los años previos a 1914. Desde 1900 a 1904, la afiliación de la AFL creció de medio millón a un millón y medio, y a dos millones a comienzos de la primera guerra mundial. Durante la guerra, y a su finalización, la agremiación continuó creciendo rápidamente, llegando a más de cuatro millones en 1920. En ese periodo, se estima que un 70 u 80 por ciento de los trabajadores sindicalizados en los EEUU pertenecían a la AFL.

Pero el gran poder de los sindicatos estaba acompañado por un proceso de degeneración burocrática de la dirigencia. En ese período la situación era adecuada para las políticas de colaboración de clases y apoliticismo, que ha caracterizado al sindicalismo amarillo de los líderes de la AFL desde siempre. Dirigentes como Gompers y Meany se adecuaron al capitalismo, predicando la unidad de intereses entre el capital y el trabajo –lo que es como predicar la unidad de intereses entre el caballo y el jinete. Mientras tanto, la inmensa mayoría de los trabajadores norteamericanos permanecían desorganizados, sin representación y oprimidos.

Además, la colaboración de clases preconizada por los líderes de la AFL no era aceptada por todos los patrones, quienes veían con alarma el crecimiento del sindicalismo.
Caroll Dougherty escribió en su libro Los problemas laborales en la industria norteamericana: “La mayoría de los [empleadores] más poderosos, consideraban que el sindicalismo estaba volviéndose demasiado fuerte y temiendo su creciente influencia en el control de la industria, decidieron romper relaciones, y en los años que van desde 1912 a la primera guerra mundial, se caracterizaron por un definido incremento de su antisindicalismo. […]

“El gerenciamiento científico y los sistemas “eficientes” fueron introducidos en muchas plantas, para perjuicio de algunos sindicatos. Una serie de tácticas antisindicales fueron adoptadas por los empleadores. Grupos de guardias y comités de empresarios fueron promovidos para enfrentar las actividades sindicales. Las decisiones judiciales generalmente avalaban las prácticas antisindicales de los empleadores. Frente a esas nuevas dificultades, la afiliación de la AFL cayó un poco y luego retomó su crecimiento pero a un ritmo mucho menor que antes de 1902.”

Esa es la eterna contradicción de la política reformista en general: se producen resultados que son exactamente opuestos a los buscados. La actitud conciliadora de los líderes sindicales siempre conduce a un endurecimiento de las posiciones de parte de los empleadores: la debilidad invita a la agresión.

Los IWW (Trabajadores Industriales del Mundo) 

Si se visita alguna vez Moscú y se realiza una caminata alrededor de los muros del Kremlin, se pueden encontrar entre las tumbas de los famosos revolucionarios rusos las lápidas de dos excepcionales norteamericanos: “Big” Bill Haywood y John Reed, el célebre escritor y periodista norteamericano que fue representado en la película Reds. John Reed, que era un activo participante del movimiento obrero y socialista norteamericano antes de la primera guerra mundial, es recordado por su maravilloso libro sobre la revolución rusa Diez días que conmovieron al mundo, que Lenin mismo describió como la más objetiva descripción de la revolución de octubre. Después de la monumental Historia de la revolución rusa de Trotsky ese es el mejor libro que se puede leer sobre el tema.

Pero John Reed no era una excepción. En los tormentosos años previos y posteriores a la primera guerra mundial, el movimiento obrero en los EEUU estaba vivo y palpitante. Ese fue un período de gigantes como Eugene Debs, el “gran viejo” del movimiento obrero estadounidense. Nacido en Terre Haute, Ind., Debs dejó su hogar a los 14 años para trabajar en el ferrocarril. Como fogonero de locomotoras, se convirtió en un temprano defensor del sindicalismo industrial, y fue elegido presidente del sindicato ferroviario norteamericano en 1893. Su participación en la huelga de Pullman lo llevó a seis meses de prisión en 1895. En 1898 ayudó a fundar el Partido Socialista estadounidense; se presentó como su candidato presidencial cinco veces entre 1900 y 1920. En 1905 participó de la fundación de los Industrial Workers of the World. Debs fue acusado de sedición en 1918 después de haber sido denunciado por el Acta de Espionaje de 1917; condujo su última campaña electoral desde prisión, obteniendo 915.000 votos, antes de ser liberado por orden presidencial en 1921.

El progreso más importante de este período fue la formación de los IWW. En 1905 un puñado de figuras sindicales y políticas de las más radicales de la nación se reunieron en Chicago. Incluidos Big Bill Haywood de la Federación de mineros del oeste y Eugene V. Debs del partido socialista, el grupo quería encender un fuego proletario que pudiera revolucionar la nación y derribara el malvado e injusto sistema, ladrillo por ladrillo.

En los primeros años del siglo XX las industrias de producción masiva se expandieron rápidamente. Muchos de los trabajadores de esas industrias carecían de representación sindical. La AFL se oponía a la sindicalización de los trabajadores no calificados o semi calificados, argumentando que esos intentos fracasarían. Esta visión fue suplantada -con éxito- por uno de los movimientos sindicales más extraordinariamente combativos nunca vistos en el país: los Trabajadores industriales del mundo (I.W.W.), también conocidos por el sobrenombre de Wobblies- quienes probaron ser los más radicales y combativos de la historia obrera norteamericana.

Los IWW entraron en acción en los años previos a la guerra. Encabezados por grandes figuras como Joe Hill y Big Bill Haywood, los “Wobblies” lograron organizar capas de la clase obrera que nunca se habían sindicalizado. No estaban aburguesados, no tenían prejuicios reformistas ni se limitaban a la lucha económica, y combatieron por su clase con entusiasmo y energía. Libre desde su absolución de los cargos de asesinato en Idaho, Bill Haywood se convirtió en un motivador para los IWW. Convencido de que la Federación de los Mineros del Oeste no era la respuesta, Haywood quería que los IWW representaran a todos los trabajadores en un gran sindicato. Y llevar a ese sindicato a enfrentarse con los centros del poder norteamericano.

Las ideas de los IWW eran una peculiar y colorida mixtura de anarcosindicalismo y marxismo. En su convención fundante de 1905, adoptaron un preámbulo que era un emotivo llamado a la lucha de clases:

“La clase obrera y la clase de los propietarios no tienen nada en común. No puede haber paz cuando el hambre y la necesidad reinan entre los millones de obreros mientras los pocos privilegiados, que forman parte de la clase propietaria, poseen todas las cosas buenas.

“Entre esas dos clases habrá de continuar la lucha hasta que todos los trabajadores se unan, tanto en el campo político como en el industrial, tomen y se apropien de lo que producen con su labor, mediante la organización económica de la clase obrera que aún no tenga afiliación a ningún partido político.”

Los IWW declararon la guerra al tipo de línea elitista representada por la AFL: “La gran concentración de la riqueza y la centralización del manejo de la industria en cada vez menos manos hizo perder a los sindicatos su capacidad de sobrevivir al siempre creciente poder de los empleadores, porque los sindicatos cultivaron un estado de cosas que permitía el aislamiento de los trabajadores de sus compañeros en otra rama de la misma industria, de esa manera los perjudicaba una vez más en la lucha por los ingresos.”

La respuesta de los IWW era luchar por los principios del sindicalismo industrial bajo su famoso eslogan: “un gran sindicato” (One Big Union). Combatiendo la línea elitista y luchando para organizar a todos los trabajadores en un solo sindicato, estaban indudablemente en la línea correcta, y aunque su política estaba distorsionada por algunos prejuicios anarco-sindicalistas, prepararon el terreno con su combativa política de clase. En 1908 ellos aprobaron otra declaración que terminaba con un llamado a la abolición del capitalismo: “En lugar del lema reformista “un buen salario por un buen trabajo”, debemos inscribir en nuestra bandera la consigna revolucionaria, “abolición del trabajo asalariado”.

“La misión histórica de la clase obrera es terminar con el capitalismo. Debemos organizar el ejército de la producción, no sólo para la lucha diaria contra los capitalistas, sino también controlar la producción cuando el capitalismo haya sido derrocado. Por estar industrialmente organizados estamos formando la estructura de la nueva sociedad dentro de la vieja.”

En realidad, las organizaciones del movimiento obrero en EEUU, y en los demás países, son sólo eso: el embrión de la nueva sociedad que ha tomado forma y está madurando lentamente en el vientre de la antigua. Esta es la causa por la que los capitalistas han mostrado tanta hostilidad hacia los sindicatos y traten de destruir, de una manera u otra, todo intento de organización obrera en defensa de sus intereses de clase. Los IWW, uniendo en sus filas a los trabajadores más conscientes, resueltos y revolucionarios de la clase obrera norteamericana, dirigieron una serie de huelgas combativas antes de la primera guerra mundial, pese a la feroz represión de los empresarios y del estado capitalista. Entre otras acciones de masas organizaron brillantemente una exitosa huelga de trabajadores textiles en Lawrence, Massachusetts, en 1912. Los Wobblies usaron armas variadas en su lucha contra el Capital, incluyendo el arte, la poesía y la música. Uno de los participantes de la huelga en Lawrence recordaba:

“Esta es la primera huelga con canciones. Nunca olvidaré el aspecto curioso, la extraña y variada mezcla de nacionalidades en los actos cuando cantaban con el lenguaje universal de la música. Y no sólo cantaban en los actos, también lo hacían en los comedores y en las calles. Vi un grupo de mujeres huelguistas que pelaban papas en un puesto sanitario cuando repentinamente rompieron a entonar “La Internacional”. Tienen un amplio repertorio de canciones adaptadas a los tonos familiares –La canción de las 8 horas, Las banderas del trabajo, Trabajadores, ¿deben los patrones dominarnos?- Pero la favorita era “La Internacional”.” (Ray Stannard Baker, The Revolutionary Strike, en The american Magazine, Mayo de 1912.)

Los IWW también utilizaron el arma proletaria más devastadora, particularmente importante en los EEUU: el humor. Este es un buen ejemplo:

“En una ocasión un hombre no sindicalizado entró en una carnicería a comprar una cabeza de ternero. Cuando el carnicero estaba por envolverla, el cliente observó su carné del sindicato.
“-Dime, ¿esa es una cabeza de ternero sindicalizado? -le preguntó.
“-Sí, señor, -respondió el carnicero.
“-Bueno, no pertenezco a ningún sindicato y no quiero carne sindical. -dijo el cliente.
“-Puedo convertirla en carne no sindicalizada -dijo el carnicero, tomándola y llevándola a la sala de atrás. Volvió a los pocos minutos y puso la cabeza en la balanza mientras decía:
-Ahora sí está lista.
“-¿Qué le hizo Ud. para que ahora no sea sindicalizada? -preguntó el comprador.
“-Sólo le extraje los sesos.”
Joe Hill

“Mañana espero emprender un viaje al planeta Marte, y entonces comenzaré inmediatamente a organizar a los trabajadores de los canales marcianos en los IWW y les enseñaré a cantar buenas y viejas canciones, tan alto que los astrónomos eruditos de la Tierra tendrán la prueba definitiva de que el planeta Marte está realmente habitado […] No tengo nada para decir de mí, excepto que siempre he intentado hacer este planeta un poco mejor para la gran clase productora, y que puedo pasar olvidado al más allá con el placer de saber que nunca en mi vida he engañado a ningún hombre, mujer o niño.” (Joe Hill al editor Ben Williams, Solidarity, 9 de octubre de 1915.)

El 19 de noviembre de 1915, un escritor wobbly de 33 años fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento en la penitenciaría estatal de Utah, acusado de asesinato. Así terminaba la vida de una de las más extraordinarias figuras de la historia obrera norteamericana: Joe Hill.

Joe Hill había nacido en Gavle, Suecia, el 7 de octubre de 1879. También conocido como Josef Hillstrom y Joel Hagglund, era un trabajador norteamericano que escribía canciones y un mártir que había llegado al pobrísimo sector este del barrio de Bowery en Nueva York vía Ellis Island en 1902. Su ingenuo idealismo sobre la sociedad norteamericana pronto se hizo añicos con las crueles condiciones de vida y la explotación de los trabajadores inmigrantes de las que fue testigo. Se convirtió en trabajador golondrina, fue minero, trabajó en la industria maderera y como estibador. También aprendió el “oficio” de vagabundo, viajando en trenes de carga y viviendo de la tierra.

Se había unido a los IWW (Industrial Workers of the World o Wobblies) alrededor del año 1910 y se convirtió en el juglar Wobbly, mostrando una extraordinaria habilidad como poeta y autor de canciones. Fue el autor de docenas de canciones Wobbly, que eran impresas en cancioneros y publicadas en el Industrial Worker, Solidarity y en los libritos rojos de los IWW. Las canciones estaban basadas en su experiencia personal y en la vida de los trabajadores comunes de su época. Sus más famosas canciones, incluidas Chica rebelde, El predicador y el esclavo y Casey Jones, se volvieron mundialmente famosas y fueron usadas en los actos obreros y en las movilizaciones. No las escribía sólo para la diversión. Eran armas de lucha.

Joe Hill llegó a Utah en 1913 y encontró empleo en las minas de Park City mientras se familiarizaba con la comunidad sueca de Murray, Utah. En 1914 fue acusado de asesinar a un comerciante de Salt Lake City, John A. Morrison, y fue condenado con pruebas indirectas. Se comenzó una lucha internacional para evitar su ejecución por parte del estado de Utah. Los seguidores de Hill denunciaron que los intereses comerciales del oeste, especialmente los empresarios Copper de Utah, habían conspirado para eliminarlo. Nunca se supo exactamente lo que ocurrió. Los empresarios usaron todo tipo de métodos sucios contra el movimiento obrero, pero siempre fueron muy cuidadosos a la hora de ocultar pruebas. No se puede negar que el clima de la opinión pública en el oeste y en Utah era decididamente hostil para los IWW y para Joe Hill, y que no tuvo un juicio justo. Bajo la ley actual, Joe Hill no habría sido ejecutado con las pruebas que se presentaron en el juicio. El presidente Woodrow Wilson intervino dos veces para evitar la aplicación de la sentencia, pero Hill fue ejecutado el 19 de noviembre de 1915 en la prisión estatal de Utah en Sugar House.

Desde su ejecución, Hill se convirtió en un héroe popular y un mártir obrero, un símbolo de la tradición revolucionaria norteamericana y de la búsqueda de la justicia social y económica para los oprimidos de la sociedad. Una de sus últimas declaraciones, “¡No hay que lamentarse, hay que organizarse!”, se convirtió en un grito del movimiento obrero. Existen pocos documentos tan conmovedores en la literatura mundial como la última voluntad de Joe Hill, escrita en su celda mientras esperaba la ejecución:

Mi última voluntad es fácil de decidir,
Porque no hay nada que decidir.
Mis parientes no necesitan preocuparse y gemir.
El musgo no crece en una piedra que rueda.
¿Mi cuerpo? ¡Oh! Si pudiera elegir,
Quisiera reducirlo a cenizas,
Y dejaría que las alegres brisas llevaran
mi polvo hacia donde crecen algunas flores.
Quizás entonces algunas débiles flores
Puedan revivir y se abran de nuevo.
Este es mi último deseo y el final.
Buena suerte para todos ustedes”.
Joe Hill.

Durante todos estos años ha habido muchos intentos de representar la vida de Hill en diferentes medios: se han escrito sobre él biografías, novelas, canciones, obras de teatro y películas. I Dreamed I Saw Joe Hill Last Night de Alfred Hayes y Earl Robinson se convirtió en una canción popular estadounidense de calidad duradera. Hoy las canciones de Joe Hill, el bardo woobly, el luchador de clase y mártir del movimiento obrero estadounidense, son conocidas, amadas y cantadas en todo el mundo.

Literatura y revolución 

Joe Hill demostró cómo la música y la poesía pueden ser armas poderosas en la lucha de clases. Su ejemplo fue seguido por otros, incluido el gran Woody Guthrie. El amado “dust bowl” [tierra desértica por el efecto de la erosión] y cantante folk “vagabundo”, creó un nuevo género de música popular radical que enlaza las mejores tradiciones de las canciones del oeste estadounidense con una política de clase revolucionaria. El portavoz de la clase obrera, es uno de los grandes cantautores estadounidenses que continúa influyendo en los músicos de hoy en día, especialmente cantantes y compositores como Bob Dylan. Aunque la mayoría de los norteamericanos conocen la canción This land is your land (Esta tierra es tu tierra), pocos saben que es una canción socialista (entre sus líneas afirma: ¡esta tierra fue hecha para ti y para mí!)

Es una lástima que muchos jóvenes estadounidenses ignoren hoy en día que existe una gran tradición estadounidense de escritores de izquierda, empezando con Jack London que fue un militante socialista comprometido. Jack London, en su cima, era el más valorado y más popular de todos los escritores de su época. Es más conocido por ser autor de novelas sobre la vida salvaje: El llamado de la selva y Colmillo blanco, que siguen siendo populares entre los lectores jóvenes. Pero muchos han leído sus inspirados ensayos como Guerra de clases, Revolución y Cómo me hice socialista. Uno de los más interesantes es su autobiografía, Qué significa para mí la vida:

“Así regresé a la clase obrera, en la que había nacido y a la que pertenecía. Ya no me preocupa ascender. El imponente edificio de la sociedad sobre mi cabeza no tiene encantos para mí. Son los cimientos del edificio los que me interesan. Estoy contento de trabajar, con la palanca en la mano, hombro con hombro con los intelectuales, idealistas y trabajadores con conciencia de clase, conseguir ahora una palanca sólida y una vez más sujetar todo el edificio oscilante. Algún día, cuando consigamos unas cuantos manos más y herramientas adecuadas, lo derribaremos, junto con toda su vida corrompida y su muerte insepulta. Su egoísmo monstruoso y su materialismo embrutecido. Entonces, limpiaremos el sótano y construiremos un nuevo hogar para la humanidad, donde no habrá un sólo piso en el que todas las habitaciones no sean brillantes y estén bien ventiladas, donde el aire que se respire sea fresco, noble y vivo.

“Esa es mi perspectiva. Espero con ilusión el momento en que el hombre avance sobre algo más digno y más elevado que su estómago, el momento en el que exista un estímulo que impulse al hombre a la acción y que no sea el incentivo actual, que es el incentivo del estómago. Mantengo mi fe en la nobleza y la excelencia del ser humano. Creo que la dulzura espiritual y la generosidad conquistarán a la grosera glotonería de hoy en día. Y por último, pero no menos importante, mi fe está en la clase obrera. Como dijo un francés: La escalera del tiempo resuena con los zapatos de madera que suben y con las botas brillantes que bajan”.

Una de las obras más destacables de Jack London es su novela El talón de hierro, que era admirada por Lenin y Trotsky. En ella predice el ascenso del fascismo y narra la lucha heroica de los trabajadores estadounidenses por el socialismo, mucho antes que la Revolución Rusa y el ascenso de Hitler demostraran lo pavorosamente acertado de sus palabras.

“Al leerlo –dice Trotsky– uno  no cree a sus propios ojos: ¡es exactamente la descripción del fascismo, de su economía, de su técnica gubernamental, de su psicología política! El hecho es indiscutible: en 1907 Jack London ya preveía y describía el régimen fascista como el resultado inevitable de la derrota de la revolución proletaria. Cualesquiera sean los errores aislados de la novela –que existen– no podemos dejar de inclinarnos ante la poderosa intuición del artista revolucionario”.

John Steinbeck fue autor de novelas que representan la vida y la lucha de los trabajadores estadounidenses comunes durante la Gran Depresión: Las uvas de la ira, Cannery Row o Sobre ratas y hombres. Las uvas de la ira se publicó en 1939, cuando EEUU todavía no había salido de la Gran Depresión y millones de personas vivían en la pobreza. La conmovedora descripción que John Steinbeck hace de las condiciones de hambre y miseria, su lucha para mantener la dignidad humana, le hicieron ganar el Pulitzer en 1940. En su novela, Steinbeck describe gráficamente la crueldad de las grandes empresas que enviaron las palas mecánicas para demoler las pequeñas granjas y cabañas que representaban la esperanza de sus habitantes después de muchos años de trabajo. Hombres, mujeres y niños fueron condenados de la noche a la mañana y pasaron de ser granjeros a vagabundos sin propiedad.

Lo más destacable de esta novela es que no parece ser una descripción de las masas escrita desde fuera. El autor consiguió introducirse en la piel de los –oakies– y expresar, con sus propias palabras y lenguaje, los pensamientos más íntimos, los sentimientos y aspiraciones de las personas. Así, por ejemplo, es cómo ven a la policía:

¿Qué dijo el delegado? –preguntó Huston.
El delegado se volvió loco. Y dijo: -Tú, maldito rojo, estás todo el tiempo creando problemas. Lo mejor es que vengas conmigo- Así que tomó al tipo pequeño y lo metió sesenta días en prisión por vagancia.
¿Cómo pudieron hacerle eso si tenía empleo? –preguntó Timothy Wallace.

El hombre regordete se rió. No sabes que vagabundo es cualquiera que a la policía no le guste. Y por eso ellos odian estar aquí en el campamento. Ningún policía puede entrar. Estos son los Estados Unidos, no California”.

Tom Joad expresaba la voz de los desamparados. Ellos siguen trabajando con nuestros espíritus. Están intentando que nos acobardemos y nos arrastremos como un perro apaleado. Están intentando quebrarnos. ¿Por qué, Jesucristo? vienen en el momento en que la única forma en que uno puede mantener su decencia es dando un puñetazo a un policía. Están abusando de nuestra decencia”.

Hubo muchos otros grandes novelistas socialistas en EEUU. La novela de Upton Sinclair, La jungla, es una vívida exposición de las condiciones de vida en los corrales y mataderos de Norteamérica que termina con un mensaje socialista intransigente. Es una condena radical del capitalismo que aún hoy mantiene vigencia y una representación de las condiciones espantosas en las que vivían y trabajaban los obreros en los mataderos:

“No hacía calor en las mesas de despiece, los hombres trabajaban con las puertas abiertas durante todo el invierno. Por esa razón, en cualquier parte del edificio hacía poco calor, excepto en las cocinas y lugares similares, y eran precisamente los hombres que trabajaban en estas salas los que corrían más riesgos porque tenían que pasar de una habitación a otra a través de corredores gélidos y algunas veces no tenían otra cosa que ponerse excepto una camiseta sin mangas. En las mesas de despiece lo normal es que estuvieras cubierto de sangre y ésta se congelaba; si te apoyabas contra una columna te congelabas y cuando ponías la mano sobre la hoja del cuchillo, entonces podías dejar la piel en él. Los hombres se cubrían los pies con periódicos y sacos viejos, que se empapaban de sangre y se congelaban, y así sucesivamente, hasta que llegaba la noche y los hombres andaban a grandes saltos como si tuvieran pies de elefante. Antes y entonces, cuando los jefes no miraban, los veías hundiendo los pies hasta los tobillos en las entrañas calientes de los novillos, o se precipitaban a través de la habitación hasta los chorros de agua caliente. Lo más cruel de todo era que casi todos ellos —todos los que utilizaban cuchillos— no podían llevar guantes, sus brazos estaban blancos por el frío y las manos entumecidas, y entonces, por supuesto, había accidentes. También el aire estaba lleno de vapor, que salía del agua y la sangre calientes, por esa razón no podías ver a cinco pies de distancia; después los hombres corrían de un lado para otro rápidamente hasta las salas de despiece y con los cuchillos de carnicero en la mano, como si fueran navajas de afeitar, resultaba asombroso que no hubiera más hombres heridos”.

Por último, pero no menos importante, tenemos la obra de John dos Passos: USA. Esta obra maestra de la literatura estadounidense es una trilogía compuesta por: El paralelo 42; 1919 y El gran dinero. La segunda de estas novelas relata con una intensidad extraordinaria la naturaleza y la atmósfera del período que siguió a la Revolución Rusa. Es un trabajo extraordinario, escrito de una forma muy original, combinando los titulares de periódicos y episodios telegráficos con historias reales y de ficción, que realmente dan el aroma de la época. Tomemos un par de ejemplos. El célebre Tratado de Versalles que puso el sello a la derrota de Alemania en 1919 fue firmado por EEUU, Gran Bretaña y Francia. Quizá no tiene paralelo como ejemplo del cinismo del poder político y del saqueo imperialista. Con el toque de un maestro, dos Passos expresa la esencia de las intrigas en la cima del poder y la total hipocresía de los líderes del “mundo cristiano civilizado”:

“Clemenceau,
Lloyd George,
Woodrow Wilson.
Tres viejos hombres barajando el mazo,
mezclando las cartas:
Rhineland, Danzig, el corredor polaco, el Ruhr, la autodeterminación de las pequeñas aciones, el Saar, la Liga de las Naciones, mandatos, el Mespot, la libre navegación de los mares, Transjordania, Shantung, Fiume, y la Isla de Yap:
fuego de ametralladora e incendio premeditado
hambre, piojos, cólera, tifus;
el petróleo es triunfo. […]”

“El 28 de junio el Tratado de Versalles estaba preparado y Wilson tuvo que regresar a casa a dar explicaciones a los políticos, que estaban conspirando contra él, mientras buscaba ayuda en el senado y en la Casa Blanca para aparecer presentable ante la opinión pública y el Dios de su padre, y para demostrar como había salvado al mundo para la democracia y la Nueva Libertad”.

Tanto en la Alemania de 1919 como en el Irak de 2002, los representantes diplomáticos de las grandes potencias nunca admiten que sus actividades están dictadas por crudos intereses económicos (el petróleo era, y es, triunfo), sus motivaciones son, por el contrario, siempre puras y nobles (“mantener al mundo seguro para la democracia”). Y como el monstruoso Tratado de Versalles, que supuestamente aseguraría un mundo en paz, lo convirtió en un lugar más inseguro y preparó el camino para la Segunda Guerra Mundial, de la misma forma las actuales guerras de EEUU en Afganistán e Irak que supuestamente tienen la intención de “hacer del mundo un lugar seguro”, sólo conseguirán convertirlo en un lugar aún más inestable, inseguro y peligroso que antes. George W. Bush también cree fervientemente en el Dios de sus padres, a quien reza mientras ordena el bombardeo de las ciudades iraquíes, utiliza ametralladoras y provoca incendios que condenan al hambre y a la enfermad a millones de personas. Mientras, detrás de toda la retórica, el petróleo todavía es triunfo.

La descripción de la lucha de clases en EEUU en los tormentosos años posteriores a la Primera Guerra Mundial en el libro de dos Passos es extraordinaria por su realismo intransigente y crudo. Eran los años en que los empresarios y el gobierno temiendo el efecto de la revolución rusa en la clase obrera estadounidense, recurrieron a los métodos mafiosos y de linchamiento para aplastar al movimiento obrero. La verdadera historia del brutal linchamiento del veterano de guerra y militante wobbly, Wesley Everett, es uno de los episodios más conmovedores del libro.

“El día del armisticio fue frío y húmedo; la niebla entraba a raudales desde Puget Sound y caían gotas de las oscuras ramas en las pulcras y brillantes vidrieras de las tiendas de la ciudad. Warren O. Grimm dirigía la sección de Centralia en el desfile. Los ex-soldados iban con sus uniformes. Cuando el desfile pasó sin detenerse por el local sindical, los leñadores de adentro respiraron aliviados, pero al regresar el desfile se detuvo delante del local. Alguien silbó con los dedos. Alguien gritó: ‘Vamos… hacia ellos’. Corrieron hacia el local woobly. Tres hombres tiraron la puerta. Un fusil habló. Los rifles resonaban en las colinas a espaldas de la ciudad, bramaban en el fondo de la sala. Grimm y un ex-soldado resultaron heridos.

El desfile se convirtió en un caos, pero los hombres con los rifles formaron de nuevo y asaltaron el local. Se encontraron a unos pocos hombres desarmados ocultos detrás de un viejo refrigerador, un muchacho en la escalera con las manos en la cabeza.

Wesley Everest descargó la recámara de su rifle, lo tiró y huyó hacia los bosques. Cuando huía se abrió paso entre la multitud en la parte trasera del local, ahuyentando a la multitud con una automática azul. Saltó una cerca, dobló por una callejuela y se dirigió a la calle de atrás. La multitud lo siguió. Lanzaban los lazos de cuerda que llevaban, para linchar a Britt Smith, secretario del IWW. Fue la acción de Wesley Everest lo que evitó que lo hicieran allí mismo.

Se detuvo una o dos veces para dispersar a la multitud con algunos disparos, Wesley Everest corrió hacia el río, comenzó a vadearlo hasta que el agua le llegó a la cintura, entonces se detuvo y volvió.

Se enfrentó a la multitud con una sonrisa tranquila y divertida. Había perdido el sombrero y su pelo estaba empapado de agua y sudor. La multitud comenzó a abalanzarse sobre él.

‘Retrocedan’, gritó Wesley, ‘si hay toros [policías] entre la multitud que me arresten’.
La multitud se dirigió hacia él. Disparó irreflexivamente cuatro veces, después se le trabó el arma. Arrastró el gatillo y con sangre fría disparó hacia una de las personas que se encontraban en primera fila y la mató. Esa persona era Dale Hubbard, otro ex-soldado sobrino de uno de los grandes madereros de Centralia.

Después tiró el arma vacía y empezó a luchar con las manos. La multitud lo apresó. Un hombre le bajó los dientes con la culata de una escopeta. Otro trajo una cuerda y comenzaron a colgarlo. Una mujer se abrió paso a codazos entre la multitud y le puso la cuerda al cuello.

‘No tienen agallas para colgar a un hombre en este día’ les dijo Wesley Everest.
Lo llevaron a la cárcel y lo lanzaron sobre en el piso. Mientras tanto, sometieron a los otros leñadores al tercer grado.

Esa noche las luces de la ciudad se apagaron. Una multitud derribó la puerta de la prisión. ‘No disparen, muchachos, aquí está su hombre’ dijo el guardia. Wesley Everest se encontraba a sus pies. ‘Díganles a los muchachos que hice todo lo posible’ susurró en voz baja hacia los detenidos en otras celdas.

Lo metieron en una limusina y lo llevaron hacia el puente sobre el río Chehails. Cuando Wesley Everest yacía sin sentido en el suelo del coche, un empresario de Centralia le cortó con una navaja el pene y los testículos. Wesley Everest gritó de dolor. Alguien recordó después que susurraba: ‘Por Dios dispárenme… no me hagan sufrir de este modo’. Al amanecer lo colgaron del puente”.

Después de describir este sangriento linchamiento de una forma despiadada, dos Passos regresa a la fría y cruda ironía:

“La investigación del juez resultó ser un gran chiste. Informó que Wesley Everest se había escapado de la prisión, se había dirigido hacia el puente sobre el río Chehails, se había atado la soga al cuello y había saltado, y, como la cuerda era demasiado corta había saltado de nuevo rompiéndose el cuello y que además se había disparado un tiro.

Introdujeron los restos mutilados en una caja y los enterraron.

Nadie sabe dónde está enterrado el cuerpo de Wesley Everest, pero los seis leñadores que apresaron con él están enterrados en la penitenciaría de Walla Walla”.

El CIO (Congreso de Organizaciones Industriales) y la huelga de brazos caídos

“El plan estadounidense; la prosperidad automotriz filtrándose
desde lo alto; concurriendo allí estaban las cuerdas para eso.
Sólo unos cinco dólares diarios,
pagados al trabajador estadounidense bueno y limpio.
Que no bebe ni fuma cigarrillos, que no lee ni piensa,
que no comete adulterio
y cuyas sus viudas no cobran las pensiones,
hizo de EEUU una vez más el Yukón de los sudorosos
trabajadores del mundo;
creó la edad del laminado y el automóvil, e
incidentalmente,
creó a Henry Ford el fabricante de automóviles, el admirador de Edison,
el amante de los pájaros,
el gran estadounidense de su tiempo”. (John Dos Passos, The Big Money)

Los llamados “dorados años veinte” fueron testigos de un auge económico muy similar al boom de los recientes años noventa. La producción se disparó alcanzando cotas inauditas. El 1 de septiembre de 1929 William Green —presidente del AFL— observaba con satisfacción el descenso del número de huelgas en EEUU (de 3.789 en 1916 a 629 en 1928) y decía que “cada vez más se aceptaba la negociación colectiva como una forma preventiva de las disputas laborales”.

En realidad, el boom de los años veinte, como cualquier otro boom bajo el capitalismo, estaba basado en la superexplotación de la clase obrera. Los trabajadores de las industrias de producción masiva: acero, automóviles, caucho, textil, petróleo, químicos, etc., estaban desorganizados, atomizados y a merced de los empresarios. Estaban privados de todos los derechos y proclives a la mayor explotación.

Fueron unos años de violenta lucha de clases en EEUU. Como recuerda Art Preis en su libro Labor’s Giant Step (Un paso gigantesco para el movimiento obrero): “Casi todos los piquetes eran aplastados con una violencia especialmente sangrienta por parte de la policía, guardias, soldados y rompehuelgas profesionales armados”. El Partido Comunista organizaba manifestaciones de masas de desempleados que eran disueltas violentamente por la policía con muchos trabajadores encarcelados, heridos o asesinados. El 7 de marzo de 1932 una manifestación de desocupados que exigían trabajo fue dispersada con ametralladoras frente a Ford Rouge Plant, el resultado fue de cuatro muertos y muchos heridos. Siguiendo órdenes directas del presidente Hoover, el general Douglas MacArthur, montado sobre un caballo blanco al frente de sus tropas atacó una manifestación formada por 25.000 veteranos de guerra desempleados y a sus familias con gas lacrimógeno, fuego de artillería y bayonetas. Estos “incidentes” eran algo habitual en los años treinta, incluso durante el New Deal de Roosevelt. Por ejemplo, en 1937 diez personas fueron asesinadas y 80 resultaron heridas durante el día de conmemoración de los soldados caídos, en un enfrentamiento entre la policía y los miembros del Comité Organizador de los Trabajadores del Acero de la planta del Republican Steel Co., al sur de Chicago.

Después del Gran Crash de 1929 los empresarios lanzaron un programa salvaje de recortes salariales. La AFL respondió anunciando que no convocaría huelgas. Se suponía que era el resultado de haber llegado a un “acuerdo de caballeros” ente los sindicatos y los empresarios. Pero en la práctica, los sindicados cedieron en todo y los empresarios, en nada. Entre junio y julio de 1930, 60 empresas e industrias anunciaron recortes salariales y la AFL no hizo nada. El resultado fue un rápido declive de la afiliación sindical. En 1931 la AFL perdía 7.000 militantes a la semana, de los 4.029.000 afiliados que tenía en 1920 pasó a tener 2.127.000 en 1933. Este es el epitafio adecuado para la política supuestamente “realista” del “sindicalismo puro y simple”.
Sin embargo, varios sindicatos de la AFL crearon el Comité para la Organización Industrial (CIO) con el fin de organizar a los trabajadores no afiliados de la industria. El intento tuvo un gran éxito en las industrias del caucho, el acero y el automóvil. La disputa interna por la organización de estas industrias continuó y en 1938 la AFL expulsó a los sindicatos que formaron el CIO. Los sindicatos expulsados crearon su propia federación y cambiaron su nombre por el de Congreso de Organizaciones Industriales (CIO). John L. Lewis, de la Unión de Trabajadores Mineros, se convirtió en el primer presidente de la organización.

La formación del CIO fue un paso gigantesco para el movimiento obrero. De la noche a la mañana los desorganizados estaban organizados. No es demasiado conocido que los trotskistas, especialmente los de Minneapolis, ayudaron a dirigir las grandes huelgas de camioneros que llevaron a la formación del CIO. Gente como Farell Dobbs jugaron un papel clave, lo más extraordinario es que él antes era un votante republicano. Debido a su experiencia en la lucha de clases, pasó directamente del republicanismo a la revolución. Este pequeño detalle demuestra cómo puede cambiar rápidamente la conciencia.

Mucha gente cree que fueron los trabajadores franceses quienes inventaron las ocupaciones de fábrica como forma de lucha durante los años treinta. ¡No fue así! Los trabajadores estadounidenses a principios de los años treinta iniciaron un poderoso movimiento conocido en EEUU como las huelgas de brazos caídos. En ellas los trabajadores iban a sus puestos de trabajo y allí se negaban a trabajar. Es una ocupación de fábrica en todo menos en el nombre. La primera huelga de brazos caídos triunfante fue la de Flint (Michigan) en 1937, cuando el Sindicato de Trabajadores del Automóvil de la fábrica General Motors paró la producción. Este método demostró ser efectivo, aunque controversial para la gerencia y para algunos dirigentes obreros. En la primera gran huelga de brazos caídos el Sindicato de Trabajadores del Caucho (CIO) consiguió el reconocimiento de la Goodyear Tire and Rubber Company. Pero no todas las huelgas terminaron en victoria. La huelga de cinco semanas del “acerito” fue derrotada y los trabajadores de Inland Steel regresaron al trabajo sin conseguir el reconocimiento de su sindicato.

Los sindicatos después de 1945

La nueva generación de jóvenes estadounidenses debería estudiar detenidamente las tradiciones del CIO durante esos primeros años. Están muy pobremente reflejados en la película hollywoodense Hoffa, y mucho mejor en la anterior, y menos conocida, llamada FIST –el único film decente de Sylvester Stallone. Lo principal es comprender que no se trata de una historia antigua. La lucha de clases no se detuvo en los años treinta, por el contrario ha continuado desde entonces, con alzas y bajas. Los trabajadores estadounidenses siempre han tenido una buena tradición sindical y, en realidad, el número de huelgas aumentó durante los años posteriores a la segunda Guerra Mundial. Desde 1936 hasta 1955 en EEUU hubo un total de 78.798 huelgas en las que participaron 42.366.000 huelguistas. El desglose es el siguiente:

Número de huelgas y huelguistas (por décadas)

AñosN° de huelgasN° de huelguistas
1923-329.6583.952.000
1936-4535.51915.856.000
1946-5543.27926.510.000

En 1949 hubo huelgas importantes en las industrias del carbón y el acero; 1952 fue un año de huelgas en el acero y el carbón; y 1959 fue el año de la huelga que duró 116 días en el sector del acero, la huelga más larga en la historia de EEUU, medida en términos de días por hombres en huelga. Para limitar la militancia sindical, en 1947 los empresarios y el gobierno introdujeron la ley antisindical Taft-Hartley.

Las grandes empresas y el estado eran, y son, muy hostiles al sindicalismo. Aunque los sindicatos ya no eran ilegales, el estado no dudó en invocar la legislación antisindical allí donde era conveniente para los empresarios. Esta maquinaria del estado de excepción, representada en la Ley Taft-Hartley, destinada a la resolución de disputas laborales que amenazan con “poner en peligro la salud o la seguridad nacional”, ha sido invocada por el presidente en 23 ocasiones, desde que se promulgó en 1947 hasta 1963.

Esta no es historia antigua. La Ley Taft-Hartley todavía está en vigencia y es utilizada para destruir a los sindicatos en EEUU. El presidente Ronald Reagan despidió a la mayoría de los controladores aéreos por apoyar una huelga ilegal y arruinó a su sindicato, la Asociación Profesional de Controladores Aéreos. 13.000 controladores aéreos desafiaron la orden de regresar al trabajo. Posteriormente 400.000 sindicalistas participaron en Washington en la mayor asamblea obrera de la historia estadounidense para protestar contra la política de la administración Reagan. Más recientemente George W. Bush utilizó la Taft-Hartley contra los estibadores.

Además existen otras leyes a las que recurre el establishment legal para evitar que los trabajadores hagan uso de su derecho legítimo a la huelga. En la guerra entre el trabajo y el capital, el estado no es imparcial, ¡ahora menos que en el pasado! La lucha por los derechos sindicales, contra las injustas leyes antisindicales, es una necesidad imperiosa para la clase obrera estadounidense. Esta situación demuestra que es completamente inútil separar el sindicalismo de la política.

Si alguien cree que en EEUU la lucha de clases está muerta le aconsejo que estudie la experiencia de huelgas como la minera de 1989. En abril de ese año el Sindicato Minero (UMW) convocó una huelga contra el Pittston Coal Group al que acusaban de prácticas laborales injustas. Antes de la convocatoria de la huelga, los mineros llevaban trabajando catorce meses sin contrato. Entre las prácticas sindicales denunciadas por el UMW se encontraba la suspensión de los beneficios médicos de los pensionistas, viudas e incapacitados; la empresa se negó a contribuir al fondo benéfico creado por los mineros en 1950 para los que se jubilaron antes de 1974; y la empresa se negó a negociar. Los mineros de Virginia, Kentucky y Virginia Occidental también se pusieron en huelga contra Pittston.

Los mineros y sus familias empezaron una campaña de desobediencia civil contra la empresa. Haciendo honor a la tradición de los empresarios estadounidenses, la huelga se enfrentó a una gran represión, enviaron a los soldados para que arrestaran a los mineros en huelga. Los mineros lucharon valientemente con dinamita. A pesar de la enorme importancia de esta huelga la “prensa libre” de EEUU prácticamente no la mencionó, prefirió dar más cobertura a otra huelga minera: ¡en Rusia!

La disposición de la clase obrera estadounidense para luchar por sus intereses continúa, como lo demuestran claramente las últimas luchas de los trabajadores de UPS y los estibadores. Si no se han producido más huelgas, si el nivel de vida y las condiciones laborales de los trabajadores no han seguido el mismo ritmo que el enorme aumento de los beneficios, se debe al fracaso de la dirección de los sindicatos, no a los trabajadores. En los últimos años los sindicatos se han encontrado con muchas dificultades debido a esta situación. Como en otros países los sindicatos en EEUU están muy burocratizados y los dirigentes han perdido el contacto con los problemas reales de los trabajadores comunes.

La crisis de la industria pesada en el Norte y en el Este –la base tradicional del sindicalismo- ha llevado a la caída en el número de afiliados. La dirigencia ha demostrado ser incapaz de responder al desafío que han planteado las grandes empresas al movimiento sindical. Con el desarrollo de las nuevas industrias en el Sur y el Oeste millones de trabajadores en los Estados Unidos están ahora sin organizar. Quizá la tarea más imperiosa del presente es su organización en los sindicatos. Para resolver este problema, los sindicatos deben regresar a sus raíces, a las tradiciones militantes del CIO, cuando ellos organizaron a los trabajadores no sindicalizados en la tormentosa década del “30. Cuando eso ocurra descubriremos como esas capas anteriormente inertes y “atrasadas” se convertirán en los elementos más militantes y revolucionarios de todo el movimiento sindical.

Los sindicatos fueron siempre la organización básica de la clase obrera. Son la primera línea en la defensa de los derechos básicos de los trabajadores. Sin la lucha día a día para avanzar bajo el capitalismo, la transformación socialista de la sociedad sería una utopía. En consecuencia la lucha para transformar los sindicatos, para democratizarlos en todos los niveles y hacerlos representantes genuinos de los deseos y aspiraciones de los obreros, convirtiéndolos en genuinos órganos de lucha, es una condición prioritaria en la lucha por los EEUU socialistas, en la que los sindicatos puedan jugar el rol que imaginaron para ellos los pioneros de las organizaciones obreras: organizaciones básicas para gobernar la economía en una democracia obrera.