El consumo y la sostenibilidad medioambiental

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Dentro de la izquierda y del movimiento ecologista existen personas partidarias del “decrecimiento”. Afirman que la crisis medioambiental está causada o se ve perjudicada por el exceso de producción y el consumo de masas, que agrava la contaminación, agota los recursos del planeta y provoca los desastres medioambientales. Para estas personas, la solución pasa por tanto por el crecimiento cero, a fin de no incrementar los niveles de contaminación; es decir, por hacer permanente el estancamiento económico y las políticas de austeridad en los niveles de vida, como los experimentados en gran medida en los últimos años.

Esto no es en absoluto una solución que, además, deja intacto el sistema de explotación capitalista, la desigualdad y el saqueo de los recursos del planeta. Además, si fuera verdad que un consumo elevado, en sí mismo, es el origen de la degradación medioambiental, eso quiere decir que incluso una futura sociedad socialista no tendría margen alguno para un desarrollo de las fuerzas productivas superior al actual, dados estos supuestos recursos limitados del planeta.

En realidad, los partidarios del “decrecimiento” confunden los efectos con las causas, lo que convierte sus propuestas en utópicas, irreales y, contra sus deseos, en francamente reaccionarias.

Sobreproducción capitalista 

La sobreproducción causada por la anarquía de la producción capitalista está impulsada por la codicia del beneficio, la cual se asienta en la propiedad privada de las empresas. Igual que no podemos convertir a un tigre en vegetariano, ninguna máxima moral, catástrofe medioambiental, o decreto gubernamental puede acabar con la codicia empresarial, que es la base del sistema económico capitalista. Sin acabar con el poder económico de la oligarquía económica no hay manera de planificar democrática y armónicamente las fuerzas productivas en beneficio del conjunto de la sociedad, y preservar un medioambiente sano.

Tampoco estamos de acuerdo con el “malthusianismo” que subyace en la teoría del “decrecimiento”, cuando presupone límites en el desarrollo de las fuerzas productivas y en el bienestar de la humanidad, a causa supuestamente de lo limitado de nuestros recursos. Esto deja a un lado y desprecia el desarrollo de la técnica y de la productividad del trabajo humano. Hace unos años, la Agencia de Protección del Medioambiente de EEUU (EPA) publicó un informe que revelaba que si la producción de maíz de EEUU en 2008 se hubiera hecho con el nivel de productividad agrícola que este país tenía en 1931, EEUU debería haber destinado 490 millones de acres más a su actual superficie agrícola, unos 240 millones de hectáreas.

De hecho, la técnica moderna permitiría reciclar ya hasta el 90% de la producción: metales, plásticos, papel, líquidos, material de construcción, basura y detritus, etc. Es el “lobby” de las grandes compañías petroleras y eléctricas –una rama poderosa de la oligarquía mundial– quien frena cualquier avance significativo hacia la producción de energías alternativas limpias: fusión nuclear, solar, fotovoltaica, mareas, hidrógeno, geotérmica, etc. y productos mucho menos contaminantes (vehículos eléctricos, etc.). Por supuesto, la eliminación de la llamada “obsolescencia programada”, haciendo mucho más duradera la utilidad de los bienes de consumo, permitiría ahorrar una cantidad enorme de materiales y energía.

Actualmente, según la FAO, un tercio de los alimentos producidos en el mundo para el consumo humano se pierde o desperdicia, lo que equivale a unos 1.300 millones de toneladas ¡Qué irracionalidad y despilfarro! Según el IPCC, el 10% de los gases de efecto invernadero producidos es responsabilidad del derroche de alimentos. El ser humano, en lugar de dominar sobre su trabajo y las cosas producidas por él mismo, es dominado irracionalmente por las cosas mismas; es decir, por relaciones sociales de producción y de consumo que escapan a su control. No, no es el ser humano, en abstracto, responsable de esto, sino el sistema sobre el que se sustenta hoy la producción y la venta de alimentos y mercancías, el sistema capitalista.

La industria cárnica

También se culpa a la industria cárnica de extender la contaminación por CO2 y metano, por los desechos y excrementos animales, consumo excesivo de agua, etc. Lo cierto es que, como en las demás ramas de la economía capitalista, existe una anarquía en la producción cárnica que ayuda a extender la contaminación. Lo que habría que hacer es introducir una planificación racional en el sector que atienda los intereses exclusivos de un consumo humano racional y sano y las condiciones más saludables posibles para los animales para su crianza y desarrollo. Pero la condición para ello es expulsar el lucro capitalista de la producción cárnica y alimentaria.

Una sociedad socialista acabaría con el consumo irracional, inútil y dañino que fomenta la publicidad empresarial, sea sobre los alimentos o cualquier otro objeto de consumo; tendríamos un consumo armónico, racional, saludable, compatible con un desarrollo medioambiental sano, planificado y decidido por todos, que no haría retroceder nuestro bienestar social, sino que lo impulsaría hacia adelante y lo extendería a toda la humanidad.

Un buen sistema de transporte público, eficaz y desarrollado haría superfluo el uso intensivo del automóvil privado; las modernas técnicas de construcción “verde” eliminarían el despilfarro de consumo eléctrico, de agua y gas de nuestros edificios. Ya el uso generalizado de las comunicaciones por internet permite un ahorro considerable de papel.

El problema es el capitalismo 

Cada nuevo desafío, reto o dificultad coyuntural, estimulará aún más el ingenio humano, y abrirá caminos de desarrollo insospechados a la humanidad. Pero la condición para esto es liberarnos de la camisa de fuerza de la propiedad privada y del beneficio empresarial. Eso abrirá un horizonte extraordinario de avances y bienestar inimaginables a millones de hombres y mujeres.

(De nuestro documento: El capitalismo mata al planeta ¡Hace falta una revolución!)