EEUU: Se profundizan las divisiones en la clase dominante

Barack Obama, President of the United States of America, addresses the opening plenary session of the UN Summit on Climate Change. Convened by Secretary-General Ban Ki-moon, the Summit aims at mobilizing the highest level political will needed to reach a fair, effective, and scientifically ambitious global climate deal at the United Nations Climate Change Conference in Copenhagen this December. 22/Sep/2009. United Nations, New York. UN Photo/Marco Castro. www.un.org/av/photo/

La crisis mundial del capitalismo está conduciendo a un profundo cuestionamiento de las estructuras, las instituciones, los políticos y los partidos de la sociedad burguesa. Desde Grecia a Italia, Brasil a Turquía, desde Egipto a Irán, la conciencia de las masas está experimentando una profunda transformación.

No es un proceso lineal ni se refleja directa o automáticamente en todos los países al mismo tiempo. Pero el “topo de la historia” está excavando con afán debajo de la superficie, socavando poco a poco la tierra sobre la que se extiende el capitalismo.  Las raíces podridas de este sistema, que hace tiempo dejó de jugar un papel históricamente progresista, nos lleva inevitablemente al declive y enfermedad en la superficie: en ideología, política, cultura y relaciones humanas.

Este malestar afecta a todas las capas y clases sociales. Encaramados como están en la cumbre de la sociedad, los miembros más clarividentes de la clase dirigente tienen una mejor visión del mundo que gobiernan y, a menudo, son más sensibles a los cambios que se producen. Como dice el refrán: “cuando el viento empieza a soplar,  primero se mueven las copas de los árboles”. Sólo más tarde, cuando los vientos reúnen velocidad y dirección, arrancan las raíces podridas de los árboles. Esto se aplica también a la lucha de clases.

El período de crisis, revolución y contrarrevolución en el que hemos entrado viene necesariamente acompañado de divisiones entre los capitalistas y sus políticos. En pocas palabras, la clase gobernante ya no es capaz de gobernar como antes. Las pequeñas reformas y concesiones que conquistaron los trabajadores e, incluso, los derechos democráticos básicos, ya no son sostenibles y están siendo destruidos. En esto, la clase dirigente está de acuerdo. Sin embargo, están divididos en la forma de llevarlo a cabo: poco a poco, o rápidamente; con una sonrisa o con un gruñido; abiertamente, o a través de maniobras y engaños. Un ala quiere ralentizar el ritmo de austeridad para evitar una explosión social; el otro quiere meter presión, sin que importen las consecuencias. Y en cada uno de esos polos hay amargas divisiones internas. Sea cual sea el camino elegido, no podrán evitar las contradicciones orgánicas del sistema que todos han jurado defender.

Como dijera Solón de Atenas: “las leyes son semejantes a una tela de araña; los pequeños quedan atrapados en ella, pero los grandes la desgarran”. El control y equilibrio del sistema constitucional estadounidense es una construcción magistral — desde la perspectiva de la clase dirigente. Mientras nos dicen que se pretende impedir cualquier abuso de poder por parte de cualquier sector del gobierno, su verdadero objetivo es controlar y confundir a la clase obrera. Han construido también, cuidadosa y convenientemente, un sistema de bloqueo legislativo que les obliga continuamente a alcanzar un “compromiso”. Pero ahora están atrapados en su propia red y en sus maquinaciones.

El Secretario de Defensa, Chuck Hagel, reaccionó así ante el inminente cierre del gobierno: “es una manera enormemente irresponsable de gobernar. Si esto sigue así, tendremos un país ingobernable.” Este comentario está lleno de significado, con implicaciones más allá del conflicto inmediato sobre la reforma sanitaria de Obama, los presupuestos y, probablemente, y el espectro de la parálisis sobre si elevar el techo de la deuda, que podría destrozar los mercados mundiales. Viniendo del responsable del aparato militar más poderoso del mundo, estas palabras revelan la profunda angustia de la clase dominante, que se enfrenta a la perspectiva de perder el control tanto en casa como en el extranjero.

Mientras tanto, los trabajadores sufren las consecuencias. A 800.000 trabajadores estatales, muchos de ellos sindicalizados, los han mandado a casa (sin sueldo), millones de personas también están afectadas, directa o indirectamente. En un momento en que el promedio de los ingresos de las familias estadounidenses es un 6% menor de lo que fue en 2007, ¿cómo van a pagar estas familias el alquiler o la hipoteca, comprar comida o medicamentos, o llevar a los niños al cine? El Congreso, por el contrario, continúa recibiendo su paga de seis cifras.

Así que, aunque pueda parecer una mera distracción y una farsa, las repercusiones del cierre de la actividad gubernamental (sin dinero para pagar su propia actividad cotidiana) serán de largo alcance. El Congreso — el pináculo de la democracia representativa burguesa — tiene una tasa de aprobación general de solo el 10%. Esto, en realidad, es un fiel reflejo de lo que realmente representan: el 10% de los estadounidenses que son ahora más ricos que antes de la crisis. Pero los estadounidenses de a pie se quedan sin voz y con poca confianza en las instituciones que supuestamente debían merecerla en el “mejor de los mundos posibles”.

Esta última situación de estancamiento en Washington es otra indicación de que no hay ninguna solución sobre la base del capitalismo. En este contexto, la idea de la necesidad de un partido de los trabajadores, un gobierno de y para los trabajadores con políticas socialistas irá teniendo calado. Una vez que estas ideas impregnen la conciencia de la mayoría de la clase obrera, no habrá fuerza en el planeta capaz de detenerlas hasta convertirse en una realidad.