Ecuador: Apoyo aplastante a la convocatoria de la Asamblea Constituyente

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La Asamblea Constituyente se inserta en un marco de polarización social y política. Las masas ven en esa institución el vehículo para acabar con la pobreza y las desigualdades sociales. La derecha, vapuleada por las sucesivas derrotas, buscará rearmarse para que en la futura Asamblea Constituyente no se atente contra los intereses vitales de la clase dominante y del capital extranjero, tratando de que el empuje y el entusiasmo popular no dañe sobremanera la superestructura jurídica y política que core corresponden a las relaciones asalariadas.

La derrota de la derecha abre el camino a las masas

La rotunda victoria de Sí, con el 81,72% de los votos, abrió el camino para la convocatoria de una Asamblea Constituyente, inaugurando un nuevo punto de partida en la lucha de clases en Ecuador. Es una derrota más para la clase dominante y el imperialismo, que se suma a la derrota del millonario Noboa en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales frente a Rafael Correa, la destitución de los “57” diputados reaccionarios, y la división de los partidos tradicionales. Ahora, la derecha juntó un esquelético 12,3% de los votos, perdiendo la pulseada política y comprometiendo su representación en la futura Asamblea Constituyente. La contracara es el júbilo y el entusiasmo de las masas populares, que les cerraron el paso nuevamente a los ejecutores del capital nacional e imperialista.

La victoria que posibilita la instalación de la Asamblea Constituyente en los próximos meses, sólo sostenida por las fuerzas que apoyan a Correa y el movimiento de masas, nos dice mucho más que la futura redacción de la vigésima “Carta Magna” de Ecuador. Nos está señalando que la extrema pobreza y explotación de las masas ecuatorianas, que todas las injusticias sociales que el capitalismo deja en la vida de trabajadores y campesinos, están teniendo una respuesta política a través del repentino ascenso de Correa a la escena política del país. Todas las heroicas luchas de las masas se han convertido en la experiencia que ha orientado a los explotados en la nueva coyuntura política del país, que ven en el presidente Rafael Correa la antítesis de los anteriores personeros del régimen burgués, viciados de corrupción y hábiles para gobernar a favor del capital y del imperialismo. Han encontrado un punto de apoyo para transformar la situación social y económica, y se han volcado con energía y determinación sobre él.

Pero no se trata tan sólo de las formas y resultados de la lucha de clases a nivel nacional, de los reacomodamientos políticos y jurídicos que se obtienen a nivel local, sino de la influencia de las ricas enseñanzas de la lucha de masas en Venezuela y Bolivia, de la ligazón orgánicas de estas luchas que en su seno llevan una dinámica que atenta contra los privilegios del capital en sus diferentes formas.

El derrumbe de la “partidocracia”, en la hegemonía social y en el desplazamiento progresivo de puestos claves del aparato del Estado, junto el surgimiento de nuevas fuerzas políticas que revelan un corrimiento “hacia la izquierda” como resultado de la lucha de los trabajadores y del nuevo ambiente político entre las masas, es un proceso que recorre la mayoría de nuestros países, acicateados por la descomposición y recomposición de las relaciones sociales que vertebran las relaciones del poder en la sociedad. La caída de los viejos partidos que fueron instrumento de las clases dominantes durante décadas se repite, con diferentes ritmos y particularidades, en Venezuela, Bolivia, Brasil, Uruguay y Argentina.

En Ecuador, hoy más que nunca, está despejado el camino para la intervención de las masas en la política, con las ideas y enseñanzas que ha dejado el combate a las políticas denominadas “neoliberales”, cuyos símbolos más emblemáticos son las privatizaciones, el FMI, con la consiguiente desocupación y pauperización de las masas. Por eso disentimos con algunos compañeros que, rutinariamente y con un espíritu anquilosado, repiten sobre la “baja conciencia de las masas” por apoyar a personajes “pequeño burgueses o nacionalistas burgueses”. Para estos compañeros no ha cambiado nada de un tiempo a esta parte. Allá ellos.

La única razón por la cual los marxistas estudiamos y analizamos la realidad política es para intervenir en ella, para transformarla, dialogando con el movimiento de masas, llevando el programa de la revolución socialista a los trabajadores y campesinos que luchan denodadamente por cambiar su situación, pero que todavía no se han dado un programa coherente para superar el capitalismo. Se trata de intervenir en la realidad tal cual es y no en lo que tendría que ser.

El camino a la Asamblea Constituyente

Uno de los motivos del apoyo popular al gobierno de Correa reside hasta ahora, en que las promesas de la campaña electoral se volcaron en hechos. Ni más ni menos después de sucesivos gobiernos que fogonean una retórica popular y terminan gobernando para los de siempre.

La Asamblea Constituyente se inserta en un marco de polarización social y política. Las masas ven en esa institución el vehículo para acabar con la pobreza y las desigualdades sociales. La derecha, vapuleada por las sucesivas derrotas, buscará rearmarse para que en la futura Asamblea Constituyente no se atente contra los intereses vitales de la clase dominante y del capital extranjero, tratando de que el empuje y el entusiasmo popular no dañe sobremanera la superestructura jurídica y política que corresponden a las relaciones asalariadas.

Rodríguez, del Partido Rodolsista Ecuatoriano, planteó apenas conocida la apabullante derrota, que el Congreso funcione fuera de Quito para evitar la presión de las masas. Pero fue más allá, planteando que este mismo tenga dos cámaras: una, de elección popular, legisladores que participan del primer debate de un proyecto de ley, y la otra el Senado, integrada por ex presidentes, ex magistrados y rectores de las universidades. La derecha ya está pergeñando como expropiarles este triunfo político a las masas, y en los próximos meses se profundizarán estas tácticas para hacer de la futura Asamblea Constituyente apenas un hecho anecdótico.

Es posible que después del triunfo se abra de parte de las masas un compás de espera en la resolución de sus problemas. Este momento, lógico dentro del desarrollo político que atraviesa Ecuador, debe servir para que los trabajadores y campesinos más organizados, empiecen a plantear los problemas fundamentales a superar.

Debemos recordar que en el proceso a la Asamblea Constituyente en Bolivia, la derecha logró arrancarle al MAS una reglamentación para las elecciones que diluía el peso de los votos en el ámbito nacional, en favor de los votos de los Departamentos aumentando artificialmente la representación de la oligarquía cruceña y de sus satélites secesionistas. De hecho, en más de un año la Asamblea Constituyente no hizo más que naufragar, mostrándole a los millones de trabajadores y campesinos bolivianos la imposibilidad de resolver sus problemas por la “vía legal”. Por eso el movimiento de masas de Ecuador, debe estar atento a cualquier concesión a la oligarquía y sus amigos extranjeros.

Hay otra cuestión: ¿Quién va a representar en la Asamblea Constituyente los intereses de los trabajadores y campesinos, que son la base social de apoyo de Correa? Recordemos que la fuerza “Alianza País” es reciente y de una heterogeneidad política acusada, de hecho no hay un solo diputado de Correa en el Congreso. Muchos políticos del riñón de la partidocracia, como algunos de los que suplantaron a los “57”, no tienen problema para conservar sus privilegios, de mudar de color político y de “ideas” si la situación lo amerita. Para los trabajadores, sería dormir con el enemigo delegar la representación en este fárrago de corruptos. La cuestión no reside en ser prácticos y construir lo “nuevo” con lo “viejo”. ¿De dónde saldrán los nuevos elementos para la Asamblea Constituyente? Deben salir del movimiento de masas, de las organizaciones campesinas, de las fábricas, de los barrios obreros, del movimiento estudiantil.

Por otra parte, debemos advertir que una Asamblea Constituyente es un órgano perfectamente viable dentro de los marcos del capitalismo, incluso sirve para ocultar las verdaderas causas del desastre social que significa la continuación del capitalismo, como si la pobreza y el desempleo pudieran ser resueltos con “buenas leyes”. Otra cuestión es la coyuntura política en la que su ubica, y que ven las diferentes clases sociales en lucha en esa institución burguesa. Sabemos que más allá de que siempre es loable luchar por más y mejores reformas democráticas, que nos ayudaran a organizar a los trabajadores y a amplificar la unidad de las fuerzas revolucionarias, no podemos dejar de decir que los problemas que tenemos los pobres, no se reducen a buenas o malas leyes, a nueva elaboración jurídica, sino que residen en la estructura social donde un puñado de empresarios y dueños de la tierra, las empresas y la banca, someten a la aplastante mayoría social a una vida casi animal. Y si ese puñado minúsculo puede imponer su voluntad sobre la aplastante mayoría, es porque han concentrado el poder económico en sus manos, derivado de la propiedad de las fábricas, campos y de los medios de producción fundamentales del país. Y esto no es así porque exista una ley –que sí existe y es la única que se respeta a rajatabla en las democracias burguesas- sino que esa ley es el reflejo jurídico del poder que ejercen sobre la vida de millones un puñado de ricos y explotadores.

Las cuestiones fundamentales se deciden fuera del parlamento. Pero en tanto la Asamblea Constituyente está jugando un papel en la politización de amplias masas populares, es necesario participar en ella defendiendo un programa político de clase; como revolucionarios no podemos abstenernos de participar en las elecciones a la Asamblea Constituyente, cuando trabajadores y campesinos muestran una predisposición a oír las propuestas políticas para solucionar la crisis. Hay que aprovechar las próximas elecciones a la Asamblea Constituyente para ir estructurando una fuerza social de masas, anclada en un programa de transición al socialismo, que se base en el movimiento obrero y campesino, a través de comités en las fábricas y en los campos para llevar la voz de los oprimidos a la Asamblea Constituyente.

El socialismo del Siglo XXI. Que defendemos

Rafael Correa se ha declarado partidario del “Socialismo del Siglo XXI”. La ambigüedad de esta consigna permite que penetren en la idea del socialismo propuestas antagónicas con la raíz histórica del socialismo, como por ejemplo la economía mixta o reducir el socialismo a la intervención del Estado en el mercado anárquico del capital. Se mezclan la buena voluntad y la ingenuidad política, la toma de conciencia de las masas, y cuando no, el cinismo de los arribistas burgueses que ven que su edificio se derrumba, y tratan de apuntarlo introduciéndose en el movimiento revolucionario.

Para Correa el “Socialismo del siglo XXI” es rechazar el ALCA, no renovar la base militar yanqui en Manta, la Asamblea Constituyente y toda una serie de propuestas que van destinada a paliar los efectos políticos y económicos dejando intactas las causas que los provocan. Así, plantea limitar el poder de los partidos tradicionales y al Congreso en su atribución para destituir al jefe de Estado, la “economía solidaria”, recuperar el peso del Estado eliminado por la Constitución de 1991 en electricidad, hidrocarburos, minería y telecomunicaciones.

Seguramente estas ideas de Correa tienen un asidero real en sectores importantes del movimiento de masas, que han intentando en varias oportunidades transformar su situación. En síntesis, la propuesta se reduce a que es posible introducir ciertas reformas políticas y económicas para mejorar la situación de los trabajadores y campesinos. Lo cual tiene una parte de verdad, pero no toda. No hay duda de que hasta ahora Correa ha demostrado ser un “político honesto” ante los ojos de millones, que sienten que por primera vez tienen un representante fiel a sus intereses. Sin duda esto es un elemento de gran valor, y explica en parte, la irrupción estrepitosa de este joven economista a la palestra política.

Pero otra cosa muy distinta es si ese programa puede resolver los problemas de los trabajadores. Nosotros creemos que mientras 200 familias sigan controlando la economía del país, mientras el 70% de la población esté sumida en la pobreza, mientras 17 grupos empresarios tengan ingresos por 5.000 millones de dólares – 14% del PBI- y exista según palabras de Correa, una evasión tributaria cercana a los 2.400 millones de dólares, mientras en definitiva las palancas fundamentales de la economía permanezcan en manos de empresarios nacionales y extranjeros, gestionados bajo la férrea ley de la ganancia en desmedro de las necesidades sociales del pueblo ecuatoriano, cualquier solución será más virtual que real.

Las grandes empresas, los campos, las fábricas y la banca deben ser estatizadas bajo el control de trabajadores y campesinos. No se trata solamente de limitar el poder de los partidos tradicionales, sino que la política y el Estado seguirán siendo coto de corruptos y arribistas en tanto las grandes masas, las que día a día crean y reproducen la riqueza social que luego se apropian los empresarios, estén apartadas de la gestión y planificación de la sociedad. Por eso, si la cuestión es transforma de cuajo Ecuador, el poder debe residir en asambleas populares, con representantes elegidos y revocables por los trabajadores y campesinos. Sólo confiando en nuestra propia fuerza, la clase trabajadores y el campesinado pueden transformar el país, sumando sus esfuerzos a los de sus hermanos de clase en el resto del continente.

En esta nueva fase, la derecha no se quedará tranquila digiriendo su triunfo y lamentándose, sino que intentará diversas formas para sabotear la iniciativa de las masas, sea política o económicamente.

A la vez, no podemos dejar de señalar que más allá de cual sea la conciencia actual y las ideas políticas que prevalecen en los oprimidos, el proceso revolucionario en Venezuela comenzó de una forma similar, como un rechazo popular a las viejas políticas del capitalismo. Luego continuó en un marco de reformas progresivas para ir transformándose, por la lógica de la lucha de clases, en una propuesta más radical, y aunque ambiguamente plantea el socialismo y la expropiación de los capitalistas, esto implica la hegemonía de la clase obrera sobre la dictadura del capital. Como en Venezuela, el “Socialismo del Siglo XXI” y las elecciones a la Asamblea Constituyente deben ayudar al debate sobre qué tipo de sociedad queremos los trabajadores, y esa sociedad no puede estar basada más que en el poder obrero y popular, en la derrota de la oligarquía, el capitalismo y el imperialismo.