De las Jornadas de Abril al Iº Congreso de los Soviets

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Los obreros, soldados y campesinos rusos tenían depositadas sus esperanzas en los dirigentes conciliadores “reformistas” del recientemente formado Comité Ejecutivo del soviet. Éstos, con el poder en sus manos, se lo habían regalado a la burguesía,que intentó imprimir un giro derechista a los acontecimientos. Los obreros, soldados y campesinos rusos tenían depositadas sus esperanzas en los dirigentes conciliadores "reformistas" del recientemente formado Comité Ejecutivo del soviet. Éstos, con el poder en sus manos, se lo habían regalado a la burguesía, que intentó imprimir un giro derechista a los acontecimientos.

La realidad era que el poder del gobierno provisional existía solo sobre el papel. Los soviets pasaban de ser órganos de vigilancia y fiscalización a órganos de gobierno, desplazando a los representantes locales del gobierno "oficial" en todos los rincones del país. Y esto, de manera completamente natural y, la mayor parte de las veces, sin esfuerzo alguno. Los soviets decretaban la jornada de ocho horas, dirigían las tareas de subsistencia y abastecimiento, el transporte y hasta las cuestiones judiciales. Y todo ello reglamentándolo, con nuevas normas y leyes. Paradójicamente, al frente de estos organismos todopoderosos, se hallaban la mayor parte de las veces socialrevolucionarios (SR) y mencheviques, que se indignaban contra la consigna de los bolcheviques "todo el poder a los soviets".

Después de años de derrota, de reacción y de alejamiento de las masas, estos dirigentes conciliadores habían sacado conclusiones netamente pesimistas. Ahora sólo se limitaban a la esfera de lo posible, abandonando cualquier tipo de perspectiva revolucionaria de transformación de la sociedad y adaptándose a la influencia de la ideología de la, hasta entonces, clase dominante: "Hay que ser prácticos, realistas…". Veían, por lo tanto, como lo más natural del mundo que se construyese un orden democrático burgués donde cada cuál ocupase su sitio, limitándose ellos a ser el ala izquierda.

Elevados de repente hasta la cúspide por la acción revolucionaria de las masas, estos dirigentes esperaban un languidecimiento paulatino de la revolución, ilusionándose en poder controlar este proceso. Habiendo abandonado toda estrategia revolucionaria, no tenían ningún programa que oponer al de la burguesía y toda decisión progresiva para las masas que tomaban, era bajo la hercúlea presión de éstas. Así, bajo la indecisión permanente, preferían ir dejando pasar los problemas con la esperanza de que se solucionasen por sí solos.

Lo malo para ellos era que la revolución no podía seguir estos sabios derroteros. Estaba la cuestión del nivel de vida, que empeoraba constantemente con el incremento del costo de la vida; de la reforma agraria y el reparto de la tierra; de la convocatoria de una asamblea constituyente auténticamente democrática; de la guerra, que llevaba hasta límites insoportables todas las contradicciones existentes en la sociedad. Todos estos problemas se agravaban día a día, de semana en semana, agobiando a las masas y provocando, en mitad de una situación revolucionaria, un avance notable del nivel de conciencia según las masas iban aprendiendo en base a su experiencia.

Las Jornadas de Abril

El ministro de exteriores Miliukov, líder del partido kadete, el de la burguesía rusa, manifestó el deseo de anexionarse los despojos de los países vencidos, lo cual entraba en flagrante contradicción con los supuestos fines defensistas de la guerra. Correctamente las masas de la clase trabajadora asociaron esto con más sufrimiento, más sacrificio y más muertos…

De manera espontánea, los regimientos de soldados de reserva de Petrogrado salieron a la calle con las armas en la mano con el eslogan "abajo Miliukov". En una reunión posterior del Soviet de Petrogrado, los conciliadores trataron de controlar el movimiento. El 21 de abril, la movilización cobra nueva fuerza con un llamamiento del partido bolchevique. En la manifestación participan los sectores fundamentales del proletariado. Las consignas bolcheviques contra la guerra imperialista comienzan a penetrar en la conciencia de las masas obreras y de soldados: publicación de los tratados secretos, ruptura con los planes de conquista de la Entente aliada, proposición de paz a todos los países beligerantes.

La burguesía trataba de maniobrar en lo que era un intento, más o menos encubierto, de medir sus fuerzas con el Soviet. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo movilizar ningún regimiento. Viéndole las orejas al lobo, el comité ejecutivo del Soviet cursó una orden, dando medio paso al frente, en la que se declaraba a los soldados que "el derecho de disponer de vosotros pertenece exclusivamente el Comité Ejecutivo". El doble poder surgido en Febrero del 17 se mantenía vivo. Simplemente con este gesto, se apreciaba cómo el Soviet tenía el poder efectivo: hasta las academias de oficiales se negaron a salir a la calle si no tenían ordenes del Soviet para ello.

La crisis de gobierno, provocada por las ansias anexionistas de la burguesía rusa, escondía la contradicción más evidente de aquel período: aunque los socialistas conciliadores habían agitado el señuelo de la paz, su política en la práctica significaba una continuación de la guerra, y eso fortalecía a la burguesía. Cuando ésta quiso comprometer a la revolución a fondo con la política imperialista de los aliados, la reacción de los trabajadores obligó a los dirigentes conciliadores a frustrar temporalmente los deseos de la burguesía.

Paradójicamente, el conflicto se resolvió con un fortalecimiento de alianza entre la burguesía y los conciliadores. Miliukov, el odiado ministro de Exteriores y líder del partido kadete, fue sacrificado y obligado a dimitir. Pero la burguesía rusa, consciente de su debilidad, emplazó a los conciliadores a formar un gobierno de coalición y ampliar así su base social, incorporando a éste a los dirigentes reformistas del campo socialista (mencheviques y SR).

La primera coalición y el doble poder

De los quince ministerios del nuevo gobierno de coalición, los socialistas participaron en seis, haciendo figurar en ellos a algunos de sus más destacados representantes: por parte de los SR se incorporaron Kerenski, como ministro de guerra y Chernov en agricultura. De los mencheviques, Skovelev en trabajo y Tsereteli, máximo dirigente del partido, figuró como ministro de correos, aunque en realidad constituía la pieza de enlace fundamental entre el gobierno de coalición y el Comité Ejecutivo del Soviet.

A pesar de que la burguesía utilizaba a estos dirigentes del campo socialista para sus fines, la mayor parte de las masas veía con satisfacción la participación de sus líderes en el gobierno: "Si antes teníamos uno, ahora son seis". Sólo en base a su experiencia comprenderán que "sus" ministros no estaban en el gobierno para hacer "su" política, sino la de la burguesía.

El gobierno seguía siendo provisional. La convocatoria de una asamblea constituyente, elegida democráticamente, se postergaba "sine die" en la medida que el partido burgués KDT era consciente de que quedaría en franca minoría, perdiendo el poder frente a los SR y mencheviques. Estos, a su vez, tenían pánico de ejercer el poder (aunque, de hecho, ya lo tenían) y verse enfrentados a tareas que no podían solucionar. Eso hubiera significado enfrentarse a la burguesía y a los terratenientes y a las potencias imperialistas de la entente, que empujaban a Rusia a continuar desangrándose en la guerra mundial. Mientras tanto, la dislocación de la economía continuaba: la mitad de las líneas de ferrocarril no funcionaban; las ciudades estaban desabastecidas con lo que los precios de los productos básicos crecían cada vez más, las cosechas disminuían…

La burguesía, que había obtenido fabulosos beneficios con el negocio de la guerra, empezó en la industria una labor sistemática de boicot a la producción. El avance del poder obrero era para los capitalistas una amenaza a combatir. El cierre de fábricas (lockout) se llevó a cabo como forma de debilitar y atomizar al proletariado, si bien se hizo de manera gradual para no provocar una explosión general.

Los trabajadores veían todo este proceso y actuaban en consecuencia, produciéndose constantes huelgas contra el descenso del nivel de vida. Esto robustecía la autoridad de los bolcheviques, cuyos militantes exponían una clara voluntad de lucha a los ojos de todos los trabajadores, demostrando ser los más abnegados y, sobre todo, los únicos dotados de perspectivas políticas correctas que eran asimiladas por las masas en la medida que se iban correspondiendo con su experiencia. Los bolcheviques vieron como crecía su prestigio y, primero en los conflictos económicos y luego en los políticos, arrastraban tras de sí a los que antes se habían inclinado hacia los SR y mencheviques. Así, el Partido Bolchevique fue el primero en reivindicar la jornada de ocho horas, el armamento obrero y el control de la producción, frente a la política de los dirigentes SR y mencheviques que intentaban someter la voluntad y las aspiraciones del pueblo a los intereses de los capitalistas.

Poco a poco, empezando por los sectores más avanzados y organizados, fue asimilándose por la clase la idea de que en las condiciones creadas por la guerra, las huelgas económicas no bastaban: había que remover los cimientos mismos de la sociedad. De esta manera, empiezan a llover resoluciones y delegaciones sobre el Comité Ejecutivo del Soviet y sobre el gobierno, pidiendo que el Estado se hiciese con el control de las fábricas; pero estas peticiones no son escuchadas. Progresivamente va penetrando la idea de que hace falta un gobierno exclusivamente socialista. De ahí que las consignas "expulsar a los ministros burgueses del gobierno" y "todo el poder a los soviets", levantadas por los bolcheviques empiezan a encontrar un apoyo creciente entre las masas.

La situación del ejército y la ofensiva de junio

Los socialistas liberales fomentaban la idea de que la continuación de la guerra era para salvaguardar las conquistas de la Revolución de Febrero. Al principio, esta idea caló en un sector de las masas de soldados, pero, así y todo, la guerra era entendida como defensiva. Se repetía mucho en esos días: "mientras el gobierno no consiga la paz habrá que defenderse". Esta idea enlazó más adelante con otra más progresiva: "no más ofensivas", con la perspectiva de una paz general.

Pero la paz tan ansiada era imposible dentro de la política conciliadora menchevique y socialrevolucionaria. Rusia estaba atada a la guerra imperialista por Francia y Gran Bretaña que, además, dominaban la parte del león de la economía rusa, controlaban sectores amplios de la industria, habían financiado la deuda pública del régimen zarista y del nuevo gobierno, aseguraban el suministro de armamento…

En esta situación, los dirigentes del Comité Ejecutivo del Soviet no tenían la menor intención de poner en evidencia el carácter imperialista de la guerra. Pero la Rusia capitalista estaba enferma de muerte: la deuda pública era casi el total de la riqueza nacional por lo que el país necesitaba de préstamos de los aliados, no ya para continuar con el gigantesco esfuerzo bélico, sino para poder subsistir. Los gobiernos aliados, a su vez, conscientes de la debilidad rusa, utilizaban la presión económica y la política para forzar una ofensiva que debilitase a los ejércitos alemanes en el frente occidental. Por consiguiente, aceptar los límites del capitalismo en Rusia significaba la continuación de la guerra.

La continuación de la guerra también traería otras ventajas, como explica Trotsky: "…justificaría la conservación del aparato burocrático y militar del zarismo, el aplazamiento de la asamblea constituyente, la subordinación del interior revolucionario al frente, o, lo que es lo mismo, a los generales que formaban un frente único con la burguesía liberal. Todos los problemas interiores, y muy principalmente el problema agrario, y toda la legislación social, se aplazaban hasta la terminación de la guerra, que, a su vez, se aplazaba hasta la consecución de una victoria en la que los liberales, por su parte, no creían. Y así, la guerra destinada a agotar al enemigo se convertía en una guerra destinada a agotar la revolución".

La situación de doble poder, en medio del enfrentamiento decisivo de las clases sociales, se expresaba en el ejército en el enfrentamiento de las masas de soldados contra la oficialidad. En efecto, los conciliadores trataban de no herir las susceptibilidades de la oficialidad por lo que las depuraciones de los elementos claramente reaccionarios fueron mínimas. Esto llevaba a los soldados a tomar justicia por mano propia no pocas veces. Los conciliadores reprobaban estos hechos y pedían insistentemente la obediencia a los jefes anteriores, con lo que perdían progresivamente el crédito ante los soldados. La oficialidad, inquieta ante este estado de cosas, viraba progresivamente hacia la derecha echándole la culpa de todo a la Revolución, que había dado lugar a la formación de los comités de soldados, que cuestionaban su autoridad, y anhelando el poder del que disfrutaban en la vieja sociedad. A la larga, con el aprendizaje de las masas, la democracia reformista perdió toda base social en el ejercito, por arriba y por abajo.

La situación en el ejército fue empeorando paulatinamente. Cuando los soldados vieron que todo seguía como antes, que persistía el mismo yugo, la misma esclavitud e ignorancia y el mismo escarnio, rebrotaron los desordenes, las deserciones en masa aumentaron, al igual que la descomposición moral del ejército. Y lo que más temía la burguesía: crecía la confraternización en el frente con los soldados alemanes. En este contexto, la ofensiva militar sobre el frente occidental, inspirada por los aliados y la burguesía rusa y aceptada por los dirigentes reformistas del soviet y del gobierno, suponía un crimen contra la revolución, que sólo podía aumentar el saldo de muertos, heridos y sufrimiento para el pueblo ruso.

Los bolcheviques denunciaron la ofensiva como una aventura contrarrevolucionaria. El ambiente entre las tropas era tal que regimientos enteros se negaban a combatir y los más eran arrastrados de mala gana con la promesa de que, con la entrada en guerra de los EEUU, bastaría con que Rusia diera un pequeño empujón para que la guerra se acabase. En base a una inmensa presión moral e hipotecando la idea del pretendido carácter de defensa de la revolución que tenía la guerra, se inició la ofensiva. Pero esta confirmó al soldado ruso lo que había visto durante los tres años anteriores: superioridad austro-alemana, ineptitud de la oficialidad, falta de medios, y… más muerte y sangre.

¿Por qué vertía su sangre el soldado ruso? Millones de soldados habían llegado al convencimiento definitivo, en base a su experiencia, de que no valían nada las promesas sobre libertad y tierra si se tenía que morir en el frente de un balazo. La ofensiva no conducía a la paz, como se les había prometido, sino a más guerra. Y los soldados no querían nuevas víctimas y calamidades. Un sentimiento de crítica y un desplazamiento hacía la izquierda se extendió entre los regimientos. En particular, en la guarnición de Petrogrado, más politizada por estar en contacto directo con lo más granado del movimiento obrero ruso, las consignas bolcheviques contra la guerra arrasaban y encontraban un apoyo mayoritario. Mientras, el gobierno pretendía deshacerse de estos incómodos regimientos radicales, mandándolos al frente con la excusa de la ofensiva.

El primer Congreso de los Soviets y la manifestación de junio

A este primer congreso asistieron delegados de todos los Soviets de Rusia. Nos podemos hacer una idea de su filiación política por una encuesta que se hizo entre 777 de ellos: 285 socialrevolucionarios, 243 mencheviques, 105 bolcheviques y 134 de otros grupos. Con un predominio abrumador de los conciliadores, el Congreso sancionó la participación socialista en el gobierno provisional, aprobó también la ofensiva que se desarrollaba en esa época y, sin embargo, no aprobó el decreto legalizando la jornada de 8 horas.

Se daba una situación peculiar, y era que la influencia bolchevique iba dominando mayoritariamente a los soldados y obreros de Petrogrado y otras zonas aisladas, mientras que la influencia conciliadora era, por el momento, superior en el resto de Rusia. Esto engendraba una contradicción en la capital de la revolución, que tenía que estallar por cualquier nimiedad tarde o temprano.

El gobierno mandó clausurar un local del Soviet de la barriada de Viborg, la más avanzada y combativa de la capital y donde los bolcheviques tenían más fuerza, lo que causó indignación entre los obreros que se pusieron en huelga en decenas de fábricas. La provocación del gobierno estalló como una bomba en mitad del Congreso, y los bolcheviques anunciaron una manifestación de protesta. El Congreso la prohibió. Los bolcheviques no querían preparar una insurrección que sería prematura y, ante el veto opuesto por el congreso conciliador, no iban a convocar una manifestación que originaría una semiinsurrección sin preparación. Desconvocaron la manifestación, pero las protestas de los obreros y de los propios militantes bolcheviques frente a la dirección de su partido fueron estruendosas.

Envalentonados por este hecho, sectores de los conciliadores plantearon la guerra total contra el bolchevismo y así, el ministro menchevique Tsereteli pidió desarmar a los bolcheviques, lo que en la práctica significaba desarmar a los obreros, ya que los bolcheviques no tenían ningún depósito propio de armas. Sin embargo, la mayoría de los conciliadores se dieron cuenta de que habían ido demasiado lejos y de que estaban perdiendo base social. Después de contradecir a Tsereteli, convocaron una manifestación para el 18 de junio, con el objetivo de demostrar su fuerza y dejar claro el aislamiento de los bolcheviques entre las masas.

Sin embargo la manifestación del 18 de junio dejó las cosas claras para todo el mundo sobre quién tenía más fuerza en la capital revolucionaria. Más de 400.000 participantes, obreros y soldados, columna tras columna, portaban en sus carteles y pancartas todas las consignas bolcheviques: "¡Abajo los diez ministros capitalistas! ¡Abajo la ofensiva! ¡Todo el poder a los Soviets!".

Como relata Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa: "la manifestación del 18 de junio produjo una tremenda impresión sobre los propios manifestantes. Las masas vieron que el bolchevismo se convertía en una fuerza, y los vacilantes se sintieron atraídos hacia él. Moscú, Kiev, Jarkov, y otras muchas ciudades las manifestaciones pusieron de relieve los avances del bolchevismo".

Las masas habían ido probando a sus dirigentes, dejándose llevar por la línea de menor resistencia y confiando en las promesas. Sin embargo, ninguna de las cuestiones trascendentales estaban en vías de solucionarse. Las masas empujaban y obtenían toda una serie de avances. Así fortalecían su confianza en sí mismas y sometían a los conciliadores a pruebas durísimas que los desgastaban progresivamente debido a su actitud vacilante. Incluso en una época revolucionaria las masas necesitan dejar en evidencia muchas veces a la vieja dirección y las viejas ideas antes de aceptar otra línea política más radical, más dura, otros nuevos dirigentes… Pero estos acaban imponiéndose al fin y al cabo.

Los objetivos de la Revolución de Febrero, que todo el mundo había asumido que eran burgueses, habían demostrado en la práctica ser irresolubles dentro de los límites de la democracia burguesa tal como planteaban de manera utópica los reformistas. Se imponía la necesidad de una nueva revolución, pero una nueva revolución que impusiese un cambio radical y sin miramientos con la vieja sociedad, una revolución genuinamente socialista.