En los últimos meses se ha intensificado el conflicto en curso en el este del Congo, que ha desatado una ola de muerte y destrucción, obligando a más de 1,5 millones de personas a abandonar sus hogares desde enero. «La sociedad capitalista ha sido y es siempre un horror sin fin.» – Lenin, 1916
Goma, la capital de la provincia de Kivu Norte, ha sido rodeada casi por completo por el grupo rebelde “M23”, que inició una serie de ofensivas a finales de 2021. Las condiciones en el interior de la ciudad y en los campos de refugiados circundantes se han vuelto insoportables. Millones de personas están atrapadas y se enfrentan al hacinamiento extremo, el hambre y la amenaza constante de bombardeos.
Según el Programa Mundial de Alimentos, la situación se encuentra “al límite”, y se calcula que 23,4 millones de personas se enfrentan a la inanición.
Además, la amenaza de una escalada hacia una guerra total entre la República Democrática del Congo (RDC) y la vecina Ruanda, así como la presencia de soldados de una serie de otros estados africanos, conlleva la perspectiva de una guerra regional con implicaciones trágicas para la población del Congo y de todo el continente.
Pero el origen de esta crisis se encuentra mucho más allá de los Grandes Lagos africanos. Este ciclo interminable de saqueo, desplazamiento y muerte está en el corazón mismo del mercado mundial capitalista, y es el producto directo de más de un siglo de intervención imperialista en la región.
Genocidio y guerra
Las raíces del conflicto actual se encuentran en el genocidio ruandés y las “Guerras del Congo” de la década de 1990.
Bajo el dominio colonial, el imperialismo europeo llevó a cabo una política constante de “divide y vencerás” en toda África. En Ruanda y Burundi, los imperialistas se apoyaron en la élite tutsi preexistente, reforzando sus derechos sobre las tierras y las vidas del campesinado mayoritariamente hutu, al tiempo que elevaban a todos los tutsis a la categoría de una ficticia “raza superior”.
En el momento de la independencia, en la década de 1960, todo el continente quedó deliberadamente fragmentado en un mosaico inestable de Estados capitalistas débiles, mantenidos en un estado de atraso, cada uno de ellos con intereses contrapuestos y reivindicaciones territoriales frente a sus vecinos, y cada uno de ellos, por tanto, dependiente de las grandes potencias para perseguir sus propias ambiciones e intrigas.
En África Central, tal acumulación de conflictos locales y maquinaciones imperialistas acabaría produciendo algunos de los acontecimientos más horripilantes que la humanidad ha presenciado desde la Segunda Guerra Mundial.
La guerra civil ruandesa comenzó en 1990, cuando un ejército de exiliados tutsis llamado Frente Patriótico Ruandés (FPR) invadió Ruanda desde Uganda, aliado de Estados Unidos. Esto culminó con el genocidio ruandés de 1994, cuando el régimen hutu, apoyado por Francia, asesinó a casi un millón de tutsis y hutus moderados.
La victoria del FPR y el derrocamiento del régimen nacionalista hutu de Kigali pusieron fin a la guerra en Ruanda, pero sólo marcaron el preludio de un conflicto aún más sangriento. Los genocidaires [genocidas] derrotados huyeron a través de la frontera hacia el este del Congo (entonces Zaire), junto con hasta 2 millones de refugiados hutus.
El ejército ruandés siguió a los genocidaires hasta Zaire, invadiendo el país en dos ocasiones, en 1996 y 1998, junto con Uganda, Burundi y otros aliados africanos. A medida que avanzaban por el país, los aliados armaron a grupos de esbirros siguiendo líneas étnicas. El M23 acabaría surgiendo de uno de estos grupos.
A medida que la guerra avanzaba, se convertía cada vez más en una lucha desesperada por el botín, y Ruanda y Uganda acabaron enfrentándose en la tierra congoleña por la posesión de minas de oro y diamantes.
La barbarie tiene su propia lógica. Amenazados por las tropas merodeadoras de ejércitos extranjeros o de sus apoderados congoleños, los grupos tribales y étnicos de todo el este del Congo se armaron y crearon milicias de autodefensa, conocidas como Mai-Mai. Pero esta acción defensiva se transformó rápidamente en violentos asaltos a los grupos vecinos en busca de tierras, ganado y bienes para el mercado mundial, como cacao, oro y diamantes, que luego salían del país de contrabando.
M23
Cuando la Segunda Guerra del Congo llegó oficialmente a su fin en 2003, un total de nueve naciones africanas se habían visto arrastradas al conflicto, y se calculaba que habían muerto 5,4 millones de personas.
El país había quedado devastado, y el Estado congoleño (renombrado como República Democrática del Congo) no estaba en condiciones de desarmar a los diversos grupos armados que habían surgido durante la guerra. En lugar de ello, como parte del proceso de paz, las milicias simplemente se “integraron” en el ejército congoleño, sólo para separarse y rebelarse en el momento en que sus comandantes sentían que estaban siendo engañados con su parte del botín.
A menudo, estas rebeliones contaban con el apoyo directo de los vecinos de la RDC. Este es el origen del M23, o “Movimiento 23 de Marzo”. El nombre del M23 hace referencia a un tratado de paz firmado el 23 de marzo de 2009 por el Estado congoleño y el Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), un grupo mayoritariamente tutsi con fuertes vínculos con el gobierno ruandés.
Según los términos de este tratado, los combatientes del CNDP debían integrarse en las Fuerzas Armadas de la RDC (FARDC), pero en 2012 el grupo se rebeló, alegando que el gobierno no había cumplido su parte del trato. El grupo se rebautizó como “M23” y lanzó una ofensiva que tomó Goma, la capital provincial de Kivu del Norte, fronteriza con Ruanda.
Un informe de la ONU presentaba entonces pruebas abrumadoras de que el M23 recibía apoyo sustancial tanto de Ruanda como de Uganda. Pero una vez tomada Goma, la ofensiva del M23 dio rápidamente marcha atrás.
En 2013, Estados Unidos y sus aliados empezaron a recortar la ayuda a Ruanda, que retiró entonces su apoyo. El M23 se rindió unilateralmente a las tropas congoleñas y de la ONU en noviembre de ese año y sus combatientes restantes huyeron a las montañas, donde habían permanecido inactivos hasta hace unos años.
El terror del mercado
Desde la caída del M23 en 2013, la violencia en el este de la RDC no ha cesado. Hasta 600.000 personas han sido asesinadas desde 2003, mientras que más de 120 grupos armados han seguido sometiendo a la población del este del Congo a un interminable reino del terror. Este terror persiste por la sencilla razón de que es rentable. La lógica de la barbarie se ha entrelazado con las leyes del mercado mundial.
La RDC posee abundantes recursos naturales dentro de sus fronteras. El valor de sus yacimientos sin explotar de minerales, como oro, diamantes y cobalto (utilizado en la producción de baterías para vehículos eléctricos) se estima en 24 billones de dólares.
La RDC también alberga más del 70% del coltán del mundo, que se transforma en tantalio, un metal utilizado en dispositivos electrónicos como teléfonos móviles, ordenadores portátiles y modernos equipos militares.
La creciente demanda de estos minerales es satisfecha por hasta 2 millones de mineros “artesanales”: individuos, incluidos niños de siete años, que cavan pozos de mala calidad con picos, palas y sus propias manos.
Los mineros, conocidos como creuseurs, o propietarios de los pozos, venden el mineral a intermediarios llamados negociants, que lo transportan a las ciudades más cercanas, como Goma. Allí lo venden a un precio más alto a comerciantes o comptoirs, normalmente financiados por inversores extranjeros, que lo procesan en otros lugares.
El enjambre de bandas armadas que infestan la región explota cada rincón de esta riqueza inagotable. A veces obligan a la población local a excavar a punta de pistola. Pero en la mayoría de los casos se limitan a situarse sobre el terreno, dispuestos a llevarse una tajada del producto a cambio de “protección”, o a establecer puestos de control en las carreteras con el mismo fin.
De todos los grupos armados activos en el este del Congo, el más rapaz es sin duda el propio ejército congoleño, cuyas tropas son a menudo indistinguibles de las demás milicias, y regularmente se disuelven en ellas si hay mejores perspectivas para la adquisición de riqueza.
Milicias como los Mai-Mai son meros mosquitos en comparación con los Estados vecinos de Ruanda, Uganda y, en menor medida, Burundi, que no han dejado de extraer riqueza del este del Congo desde el estallido de las Guerras del Congo en 1996.
Más del 90% del oro extraído en la RDC se pasa de contrabando a los países vecinos, que luego lo exportan a compradores internacionales. En 2020, la exportación más importante tanto de Ruanda como de Uganda fue el oro, a pesar del bajo nivel de producción aurífera de esos países.
El coltán también se ha convertido en un pilar de la economía ruandesa. Incluso antes de la reciente ofensiva del M23, en 2014, 2015, 2017 y 2019, Ruanda exportó oficialmente más coltán que la RDC. Pero, según la Agencia Ecofin, alrededor del 90 por ciento del coltán exportado por Ruanda procede en realidad de la minería artesanal del este del Congo.
En realidad, el saqueo del Congo por sus vecinos no es nada comparado con los beneficios exprimidos de la región por el imperialismo extranjero. Al igual que los negociantes y los comptoirs, los capitalistas de Uganda y Ruanda son poco más que intermediarios para los compradores de las economías más avanzadas del planeta.
Las tres mayores refinerías de tantalio del mundo se encuentran en China, Estados Unidos y Alemania. Estas grandes refinerías obtienen el coltán de contrabando de Ruanda, donde se declara “libre de conflictos”, y luego venden el tantalio procesado a las grandes empresas tecnológicas, como Apple, Huawei y Nvidia.
Dentro de este delicado ecosistema de explotación, son inevitables los conflictos locales entre los diversos grupos de “autodefensa”, las rivalidades y estallidos de violencia entre los insignificantes Estados de la región y la competencia entre los grandes depredadores imperialistas. Aquí es donde podemos rastrear los orígenes de la actual guerra en el este del Congo.
Rivalidades regionales
Durante varios años se había establecido un equilibrio entre los Estados de la región, gracias al cual todos podían seguir sacando riqueza del este del Congo sin necesidad de intensificar el conflicto. Esto no significaba un alivio del horror cotidiano del trabajo infantil y de los métodos mafiosos de los grupos armados locales que sufría la población de la región. Pero fue una especie de equilibrio.
El M23 resurgió al mismo tiempo que este equilibrio empezaba a romperse en medio de importantes cambios en la RDC, en las rivalidades entre sus Estados vecinos y en la competencia entre las principales potencias imperialistas.
Desde aproximadamente 2008, la RDC se encontraba cada vez más bajo la influencia de China, que comenzó a invertir fuertemente en el sector minero del país. La inversión china se centró especialmente en el cobalto, que la clase dominante china había identificado como de importancia estratégica debido a su uso en la fabricación de baterías para vehículos eléctricos.
En la actualidad, las empresas chinas controlan 15 de las 19 minas de cobalto de la RDC, situadas en su mayoría en el sur del país. Hasta el 95% del suministro mundial de productos refinados de cobalto está ahora bajo control chino. Esto supone una importante amenaza para los intereses del imperialismo estadounidense, que compite con China por el dominio del mercado mundial de vehículos eléctricos.
Desde principios de 2019, Estados Unidos comenzó una renovada “ofensiva de encanto” en África, con la intención de hacer retroceder la influencia china en el continente. En la RDC, esto tomó la forma de establecer una “asociación privilegiada” con el presidente Felix Tshisekedi, que acababa de llegar al poder en lo que todo el mundo sabía que habían sido unas elecciones amañadas.
El primer viaje de Tshisekedi fuera de África fue a Estados Unidos, donde consiguió un acuerdo de ayuda de 600 millones de dólares. El FMI aprobó entonces otros 1.520 millones de dólares para la RDC, con la condición de que el Estado revisara sus contratos mineros con empresas mayoritariamente chinas.
Alentado por Estados Unidos, Tshesekedi se hizo con el poder. Hasta ese momento, Tshisekedi había gobernado en coalición con los partidarios de su predecesor, Joseph Kabila, más alineado con China, que conservaba la mayoría en el Parlamento. Pero en diciembre de 2020 Tshisekedi rompió abiertamente con la coalición de Kabila, comprando la lealtad de los partidarios de Kabila en el parlamento y el ejército con puestos lucrativos en el Estado.
Mientras tanto, la situación en el este era cada vez más inestable. Los ataques armados contra la población civil habían comenzado a aumentar de forma constante después de que Kabila suspendiera las elecciones en 2016, y la violencia se intensificó aún más tras la pandemia de COVID-19 en 2020.
En mayo de 2021, Tshisekedi puso las provincias orientales de Ituri, Kivu del Norte y Kivu del Sur bajo “estado de sitio”, lo que significaba que los gobernadores militares tenían ahora plenos poderes para gobernar cada provincia como si fuera propiedad suya. Pero el número de ataques aumentó bajo el estado de sitio.
Al mismo tiempo, Tshisekedi intentaba llegar a acuerdos con sus vecinos de Uganda, Ruanda y Burundi. Al principio de su presidencia había invitado a sus tres vecinos orientales a colaborar en una fuerza conjunta para luchar contra varios grupos rebeldes en el este del Congo.
La propuesta de Tshisekedi fue rechazada por todas las partes porque los estados vecinos apoyaban a varios de estos grupos rebeldes, por lo que la perspectiva de luchar contra sus propios esbirros no era muy atractiva. Entonces empezó a firmar acuerdos por separado con cada uno de estos países rivales. El tiro le salió por la culata.
En junio de 2021, Tshisekedi firmó un acuerdo de cooperación con Ruanda, que le otorgaba derechos sobre el refinado de oro, a lo que Uganda se opuso. Luego, en octubre de ese año, firmó un memorando de entendimiento con Uganda sobre operaciones conjuntas en la RDC, así como un programa de infraestructuras. También estableció una cooperación militar formal con el ejército de Burundi, hostil a Ruanda.
Esto representaba una gran amenaza para los intereses ruandeses en la región. En particular, el plan para un gran proyecto de construcción de carreteras, que uniera el este del Congo con Uganda, amenazaba con alejar el flujo de minerales de Ruanda. La operación conjunta RDC-Uganda, denominada “Shujaa”, comenzó en noviembre de 2021. El M23 comenzó a atacar posiciones congoleñas ese mismo mes.
Debilidad de Occidente
Los ataques iniciales del M23 fueron a pequeña escala y fácilmente repelidos. El punto de inflexión se produjo en marzo de 2022, cuando el M23 lanzó una ofensiva que, a mediados de ese mismo año, había capturado la mayor base militar de Kivu del Norte y alcanzado las afueras de Goma. Su rápido avance se debió al apoyo militar directo de Ruanda.
El M23 está mucho mejor armado que cualquiera de los otros grupos armados que luchan en el este del Congo. Dispone de artillería pesada y también ha demostrado ser capaz de utilizarla. Además, un reciente informe de la ONU ha confirmado que entre 3.000 y 4.000 soldados del ejército ruandés luchan activamente junto al M23, que según el informe de la ONU está bajo el “control de facto” de Ruanda.
A medida que se prolonga el conflicto, la opinión pública de la RDC se muestra cada vez más hostil a Estados Unidos y a Occidente, a los que se considera, con razón, facilitadores de la invasión ruandesa. El propio Tshisekedi ha señalado la hipocresía de la llamada “comunidad internacional”, comparando la situación actual con la guerra de Ucrania:
«Sólo estaremos satisfechos cuando el Consejo de Seguridad imponga sanciones a Ruanda. Cuando Rusia hizo lo mismo, hubo un aluvión de sanciones. Para un caso similar al de Rusia y Ucrania, ¿por qué no hay ni una sola sanción? Para mí, pueden hacerlo mejor.»
Pero al mismo tiempo que ha intentado presentarse como un Zelensky africano ante Occidente, Tshisekedi ha acordado un proyecto de acuerdo de cooperación militar nada menos que con la Rusia de Putin.
El líder congoleño también ha reforzado sus relaciones con China, que ha anunciado que ha elevado su relación con la RDC “de una asociación estratégica de cooperación beneficiosa para ambas partes a una asociación estratégica de cooperación global”.
Cuanto más avance el M23, más probable será que el imperialismo occidental pierda toda la influencia que había empezado a reconstruir en la RDC bajo Tshisekedi, a costa de miles de millones de dólares. Sería un duro golpe para Occidente tanto diplomática como económicamente.
En consecuencia, los diplomáticos estadounidenses han hecho un llamamiento a la “paz” y al “diálogo” entre la RDC y Ruanda, y recientemente han “condenado” la invasión del M23, pero han tardado mucho en tomar medidas, suspendiendo la ayuda militar a Ruanda sólo en octubre, después de que el conflicto hubiera hecho estragos durante más de 18 meses. Mientras tanto, Ruanda sigue recibiendo ayuda financiera en diversas formas, y no se han impuesto sanciones al presidente ruandés, Paul Kagame, en marcado contraste con Putin.
Paul Kagame
Kagame ha sido un importante aliado de Estados Unidos en la región desde el final de la guerra civil ruandesa en 1994.
Más del 40% del presupuesto estatal ruandés se sufraga con ayuda occidental; su ejército ha sido armado y entrenado por la OTAN; y el país incluso ingresó formalmente en la Commonwealth británica en 2009, a pesar de no haber sido nunca colonia británica. A día de hoy, importantes clubes de fútbol europeos, como el Arsenal londinense y el París Saint Germain, juegan con el lema “Visite Ruanda” en sus camisetas.
En el pasado, el imperialismo occidental ha confiado en el régimen de Kagame como uno de los únicos estables de toda África. El ejército ruandés ha sido incluso desplegado en otras naciones africanas, como Mozambique y la República Centroafricana, a cambio de generosos paquetes de ayuda y concesiones mineras, propiedad directa de los militares ruandeses.
Pero ahora Kagame está llevando a cabo una política que amenaza con destruir la influencia occidental en la RDC y desestabilizar toda la región.
Para entender esta aparente contradicción es necesario echar la vista atrás a la última gran ofensiva del M23, en 2012. En aquel momento, ningún rival de Estados Unidos tenía ni la fuerza ni el interés en respaldar a Kagame y al M23. El imperialismo estadounidense pudo así frenar a su aliado, que aún estaba reconstruyéndose tras años de guerra y genocidio. Ahora, sin embargo, la situación es mucho más complicada.
Se trata de una cuestión existencial para Kagame. Aunque afirma defender la protección de los ruandeses y los tutsis congoleños frente a las milicias hutus que operan en la RDC, su única prioridad es la estabilidad de su propio régimen.
Las elecciones de la semana pasada, que dieron a Kagame el 99% de los votos, reflejaron no sólo el hecho de que toda oposición seria había sido prohibida, sino también el nivel de aceptación pasiva del régimen que existe entre los ruandeses de a pie. Se asocia el gobierno de Kagame con el crecimiento económico y la estabilidad, en comparación con Estados vecinos como Burundi y la RDC. Pero si este crecimiento se invierte, seguramente resurgirán las fallas del pasado.
En última instancia, el ala más sagaz de la clase dirigente ruandesa, a la cabeza de la cual se encuentra Kagame, aspira a convertir a Ruanda en un país de “renta media” para el año 2035, que ya no dependa de la ayuda exterior y, por tanto, pueda afirmarse como potencia regional. Pero el camino hacia esta independencia pasa por las montañas del este del Congo.
Si Occidente impone fuertes sanciones a Ruanda, como hizo con Rusia, Kagame no se retirará dócilmente; buscará ayuda financiera y militar de los rivales de Occidente, que han demostrado que ahora tienen los medios para imponerse en las antiguas esferas de influencia occidentales.
Si, por ejemplo, la llamada “comunidad internacional” prohibiera la importación de minerales de Ruanda, como hizo con el petróleo ruso, otras potencias estarían encantadas de intervenir y llenar el vacío, al igual que países como China, India y Turquía han hecho en relación a Rusia. De hecho, India es ahora el principal inversor extranjero en Ruanda, con Emiratos Árabes Unidos (EAU) en segundo lugar.
Pero no sólo el imperialismo occidental sale perdiendo en este conflicto. China también se ha mostrado muy tímida en su apoyo a sus “amigos” congoleños. Hasta ahora ha enviado seis drones, varios de los cuales ya han sido destruidos. Al mismo tiempo, envió al Estado ruandés 35 millones de dólares en préstamos sin intereses cuando los donantes occidentales empezaron a retirarse.
La razón de ello es que China es un importante comprador de minerales de Ruanda, así como de la RDC, por lo que le gustaría mantener relaciones estables con ambos países. Sin embargo, esto es cada vez más difícil.
Por lo tanto, lo que estamos viendo no es una guerra de poder directa entre Estados Unidos y China, sino un acto de equilibrio precario, en el que las principales potencias están tratando de mantener puntos de apoyo entre todas las partes en el conflicto, mientras que los jugadores más pequeños están dando vueltas unos a otros, tratando de obtener una ventaja decisiva. Este es el verdadero significado de la “multipolaridad” hoy en día.
Lo que esto significa para la situación en el este del Congo es que Kagame está aceptando el órdago de Occidente, de forma similar a Netanyahu en Israel, estimando que las potencias occidentales le necesitan más de lo que él les necesita a ellos.
Al mismo tiempo, cabe destacar que, a pesar de todos sus éxitos, el M23 ni siquiera ha intentado tomar Goma directamente, a diferencia de 2012. Es muy posible que Kagame haya aprendido la lección desde entonces y prefiera hacerse con el control de una amplia franja de territorio para utilizarlo como moneda de cambio en futuras negociaciones, en lugar de arriesgarse a polarizar el conflicto hasta tal punto que las grandes potencias se vean obligadas a intervenir con más fuerza.
Pero la situación podría escaparse fácilmente al control de cualquiera.
Al borde del abismo
Todos los factores que condujeron a las Guerras del Congo están presentes actualmente en la región. Un solo acontecimiento, incluso un accidente, podría desencadenar una nueva conflagración regional. Y quizás el elemento más inestable de toda la situación sea el propio Estado congoleño.
La situación política, social y diplomática en la RDC se ha deteriorado rápidamente. Han estallado protestas masivas contra la misión de la ONU en el país, llamada “MONUSCO”, a la que se acusa de permitir que los grupos rebeldes actúen con impunidad. Esta rabia se desbordó en julio de 2022, cuando los manifestantes se apoderaron de las armas de la policía e intentaron asaltar las instalaciones de la ONU, con el resultado de 36 muertos.
En noviembre de 2022, Tshisekedi pidió la formación de “grupos de vigilancia” para luchar contra el M23. Esto se formalizó finalmente como los “Wazalendo” (“patriotas” en swahili), una red en constante cambio de grupos de autodefensa Mai-Mai y otras milicias, algunas de las cuales el ejército había estado combatiendo sólo unos meses antes. Por ejemplo, las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), fundadas y dirigidas por genocidas hutus ruandeses, colaboran ahora con los generales wazalendo y congoleños.
A pesar de esta iniciativa, el M23 siguió avanzando a lo largo de 2023. Los Wazalendo están mal entrenados y son indisciplinados, y tienden a permanecer en sus propias zonas, como es su naturaleza de grupos de autodefensa. El hecho de que el ejército congoleño se haya fusionado efectivamente con estas milicias en el este delata su propio estado de debilidad y desorganización. Mientras tanto, la reubicación de unidades para luchar contra el M23 ha liberado a otros grupos para llevar a cabo ataques en otros lugares.
En vísperas de las nuevas elecciones de diciembre de 2023, Tshisekedi afirmó que declararía la guerra a Ruanda como medio de aglutinar apoyos a su alrededor. En relación con esto, la propaganda anti-tutsi se ha hecho cada vez más prominente, presentando a todos los tutsis de la RDC como ruandeses, esencialmente como un “enemigo interno”. Esto ha contribuido a que Kagame se presente como el defensor de todos los tutsis.
Tshisekedi también ha recurrido a diversas potencias regionales en busca de apoyo, arrastrando cada vez a más naciones al conflicto. Primero se dirigió a la Comunidad de África Oriental (de la que forma parte Ruanda). Decepcionado, ahora ha recurrido a la Comunidad Sudafricana de Desarrollo, que ha prometido una fuerza de 4.800 soldados. Soldados sudafricanos y tanzanos ya han sido asesinados por el M23, si no directamente por las tropas ruandesas.
Este cambio constante de alianzas en todas direcciones refleja la inestabilidad y la desintegración que se están produciendo en el seno de la RDC. “Ya no sabemos quién manda a quién, y los comandantes no están sobre el terreno”, declaró un coronel, entrevistado por Reuters. A principios de este mes, 25 soldados congoleños fueron condenados a muerte por deserción. Esto da una idea del nivel de desmoralización del ejército.
Y aunque un intento de golpe de estado amateur lanzado en mayo fue un completo fracaso, muestra el potencial de los oportunistas ambiciosos, particularmente dentro del ejército, para golpear si tienen la oportunidad.
No se puede descartar que el Estado congoleño se derrumbe aún más, creando un vacío que arrastraría a todas las fuerzas aún más al cuerpo a cuerpo. Y a medida que la retórica anti tutsi se acumula junto a los relatos de atrocidades reales cometidas por el M23, aumenta la amenaza de represalias masivas contra los tutsis congoleños, incluso a escala genocida. Una vez más, la barbarie tiene su propia lógica.
Revolución mundial
El capitalismo ha creado un infierno en la tierra para el pueblo del este del Congo, y mientras exista el capitalismo, su agonía continuará. Cualquier llamamiento a la paz que ignore este hecho está condenado a la impotencia.
Los comunistas nos oponemos a la guerra predatoria que libra Ruanda y condenamos las intrigas de los imperialistas que han preparado esta crisis, sobre todo en Estados Unidos y Europa. Pero la única manera de poner fin a esta pesadilla es el derrocamiento de todos los regímenes capitalistas podridos de la región por un movimiento revolucionario de masas.
Sólo la supresión de las fronteras irracionales impuestas por el imperialismo y el establecimiento de una federación socialista pueden permitir una paz y un desarrollo auténticos en África.
Sólo un rápido desarrollo económico puede proporcionar los alimentos, el trabajo, la vivienda y la atención sanitaria que el pueblo del Congo necesita desesperadamente. Los recursos para tal transformación están presentes en abundancia, pero sólo si son aprovechados por los trabajadores y campesinos de la región y desarrollados como parte de un plan democrático, no para los beneficios del capitalista sino para las necesidades de la población.
El potencial para un movimiento de este tipo existe en toda África, donde se ha acumulado una rabia revolucionaria entre las masas. Esta rabia pudo verse claramente en el reciente movimiento insurreccional de Kenia.
En la vecina Uganda, Museveni, de 79 años, intenta desesperadamente mantener la estabilidad de su régimen. El martes, jóvenes ugandeses marcharon al parlamento en Kampala desafiando una prohibición policial, enfurecidos por la corrupción del régimen e inspirados por el movimiento en Kenia.
En la propia RDC, es palpable la frustración de las masas ante esta interminable explotación, corrupción e inestabilidad. Una revolución exitosa en cualquiera de estos países podría marcar el comienzo de una nueva oleada de revoluciones en todo el continente.
Pero la revolución no puede limitarse a África. Hay que derrocar el imperialismo en todas partes. Lo que hace falta es una guerra contra el propio capital, en la que los trabajadores de todos los países desempeñen el papel principal. Por el Congo y por el mundo, debemos vencer.