El pasado lunes 14 de noviembre comenzó el juicio oral y público de La China, una migrante venezolana presa en Argentina desde hace dos años en el penal de la ciudad de Ezeiza, provincia de Buenos Aires, acusada de homicidio agravado por vínculo como consecuencia de haber sufrido una emergencia obstétrica.
Al igual que ha ocurrido con otros tantos millones de trabajadores y trabajadoras venezolanas, que han padecido en el alma y en la piel los latigazos de una de las peores crisis capitalistas de la historia –nos referimos a la que ha vivido nuestro país en la última década–, La China decidió emigrar de su terruño natal en el año 2017 hacia Argentina, buscando otro mercado laboral donde vender su fuerza de trabajo a un mejor precio, para así poder ofrecer una vida más digna a sus dos hijos.
Nos referimos a ella solo utilizando el apodo “La China”, que es como sus amigos y familiares en Venezuela solían llamarle, porque ha querido resguardar su identidad. Ella es una mujer de 43 años, oriunda de Anzoátegui, en el oriente venezolano, de clase trabajadora y profesión contadora, madre de dos hijos. Nunca antes había estado en prisión, no tiene experiencia alguna de lo que significa vivir y sobrevivir allí, y su situación de seguridad física es delicada. Su abogado explica que debido al crimen del que se le acusa, podría ser atacada por otras reclusas.
El trastorno de negación del embarazo
Tal y como ella relata en un testimonio escrito desde prisión –y que compañeras del movimiento feminista han hecho público en las redes sociales de cara al juicio que inició la semana pasada–, La China sufre de una compleja condición psicológica denominada trastorno de la negación del embarazo, también conocida como embarazo críptico, una condición que aún hoy no deja de ser enigmática para la ciencia.
El trastorno de negación del embarazo es una psicopatología en la que la madre no logra hacerse consciente de su gestación, y además su cuerpo no experimenta cambios físicos que evidencien tal proceso. En pocas palabras, las madres no se dan cuenta que están embarazadas y tampoco ocurren grandes cambios manifiestos en sus cuerpos, que les ayuden a darse cuenta de ello.
Aunque puede sonar paradójico, es una condición ya reconocida por psiquiatras perinatales y otros especialistas del área. No obstante, todavía hay bastante desconocimiento al respecto de sus causas y de los mecanismos que operan en el cuerpo y mente de las mujeres que lo sufren.
Este fenómeno es estudiado principalmente por la psicología, como un trastorno de la consciencia de la madre gestante del proceso fisiológico de gestación que está viviendo. Por ello también se le denomina ausencia de gestación psicológica. El psiquiatra perinatal Benoite Bayle le considera una rara psicopatología del embarazo. No obstante, es un fenómeno de clara evidencia factual, es decir, con evidencia material comprobable: los cambios fisiológicos en el cuerpo de la madre no ocurren como debiesen ocurrir. Aún así, hasta la fecha ha sido poco estudiado propiamente por la obstetricia como fenómeno físico del cuerpo de las gestantes.
Los especialistas han llegado a compararlo con el embarazo psicológico, considerándole una suerte de opuesto simétrico de este. Así como el embarazo psicológico implica la somatización de un cierto estado mental de la paciente, el trastorno de negación del embarazo también lo implica, pero de forma contraria: la paciente niega su embarazo –de forma inconsciente-, y en consecuencia el cuerpo bloquea la aparición de los síntomas correspondientes. En todo caso, esto es algo que aún está en debate. La psiquiatra perinatal Irene Bolsa, del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal explica que hay más casos observados y comentados en la prensa que en los propios libros de obstetricia, y los casos pueden generar incredulidad entre los médicos.
El trastorno puede ser parcial –la mujer, su pareja u otro familiar se da cuenta del embarazo en algún punto intermedio del embarazo–, o total –la mujer se da cuenta de que está embarazada incluso en el momento de parir–, lo que generalmente pone en riesgo la vida de la madre y del bebé. Este último subtipo de trastorno se ha observado, según investigaciones europeas, en uno de cada 25.000 embarazos.
Existen causas de orden físico como las características del útero de la madre, que pueden contribuir a ocultar el feto, favoreciendo un crecimiento limitado de la panza durante el embarazo. Sin embargo, especialistas que han estudiado este trastorno en su aspecto psíquico han planteado hipótesis de orden psicoanalítico para explicar este fenómeno: la negación de la gestación por la madre podría tener su origen en traumas de la infancia, y luego de la negación su cuerpo respondería suprimiendo los síntomas de la gestación –la panza no crece y aún el sangrado menstrual puede seguir ocurriendo como si no hubiese embarazo alguno–.
La evaluación de la Defensoría General de la Nación confirma la historia clínica de La China
Según relata La China en su testimonio, sus dos primeros embarazos ocurrieron de esta forma. En el primero no hubo crecimiento de la barriga y el sangrado menstrual no tuvo cambios. Fue su madre quien se dio cuenta de que estaba embarazada. En su segundo embarazo, cinco años después, fue su esposo quien se dio cuenta de la gestación, ante la ausencia de síntomas.
En el primer embarazo La China desarrolló un sentido de culpa para con su bebé, por no haber sido consciente de su gestación, ya que esto pudo haber puesto en peligro la vida o la salud del feto. Adicionalmente el padre del niño no se hizo responsable, y ella asumió toda la carga de la manutención y la crianza. Tuvo varios trabajos al mismo tiempo, formales e informales, desde vendedora por catálogo, pasando por conductora de taxi, hasta un cargo de docencia en una universidad privada, para poder sostener a su niño.
Dos años después La China inició una relación con quien aún es su compañero en la actualidad. Fruto de esa relación nació un segundo niño. La no consciencia del segundo embarazo trajo como consecuencia una falta de preparación psicológica y física necesaria para el parto. Esto generó graves complicaciones durante el proceso. Aquel nacimiento traumático en el que el niño casi pierde la vida dejó secuelas en el desarrollo psíquico del bebé. Hoy día sufre de una discapacidad cognitiva.
Luego de su segundo embarazo, La China no tuvo deseos de volver a experimentar aquel proceso incierto y tortuoso. Sin embargo, volvió a quedar embarazada en dos oportunidades, sufriendo en ambos casos el mismo trastorno de negación, pero con la diferencia de haber tenido interrupciones espontáneas del embarazo. En el último de estos abortos espontáneos, el feto tenía siete meses, y tuvo que atravesar la dolorosa experiencia de cremarlo.
La evaluación psicológica realizada por profesionales de la Defensoría General de la Nación el día 8 de enero de 2021, constata lo señalado por la compañera en su testimonio:
“En este contexto, y de acuerdo a la evidencia disponible la examinada experimentó un proceso de negación generalizada del embarazo. No vivenció modificaciones o cambios corporales, refiere que nunca dejó de menstruar, no presentó nauseas ni vómitos, interpretó el aumento de peso al aumento de la ingesta de comida por la pandemia, al igual que lo que sucedió con todo su grupo familiar”.
“En este contexto, presentó un importante cuadro disociativo con despersonalización durante el parto y los momentos posteriores al mismo. El parto no fue vivenciado ni introyectado como tal sino como la expulsión de coágulos durante una menstruación abundante. Es decir, que no existió representación psíquica de la gestación de un bebe y mucho menos del nacimiento de un hijo”.
A pesar de que la evaluación de los especialistas demostró que La China padece del trastorno de negación del embarazo, desde el primer momento el Estado la criminalizó usando como argumento lo que en realidad fue una emergencia obstétrica.
Madre, trabajadora, migrante y criminalizada
A inicios de la pandemia la empresa para la que trabajaba hizo recortes de presupuesto y en consecuencia despido de personal, por lo que ella quedó temporalmente sin trabajo. Además, la situación de hacinamiento durante la cuarentena colocó más presión sobre ella: aparte del trabajo a distancia para ganarse el pan, debía asumir la educación formal de los hijos desde el hogar ante el cierre de las escuelas, etc.
Ella relata que debía someterse a controles médicos, pero no fue posible durante la pandemia porque la prioridad en los centros de salud era la atención de pacientes con Covid-19. El estrés por la dura cotidianidad de aquellos días, de la que no pudieron escapar ni los venezolanos que migraron, porque la crisis capitalista agudizada por la pandemia se expresó en todo el mundo, le provocaron flujos menstruales más de una vez al mes. La mañana del 16 de diciembre tuvo un sangrado menstrual profuso, con coágulos, pero sin saber que estaba de nuevo embarazada. Era tan inconsciente de que estaba pariendo, que momentos antes, a pesar del dolor, seguía trabajando sobre los estados contables de la empresa para la que laboraba entonces.
Como el sangrado menstrual se había tornado bastante doloroso y abundante, no consideró que aquel día hubiese una causa distinta. Debido a lo abundante de la sangre y los coágulos presentes. La China decidió depositar las sábanas en la basura, un cartonero las encontró y denunció ante la policía que había un feto allí. En pocos días detuvieron a la China y a su compañero.
No obstante, siempre se trató de una emergencia obstétrica. La China parió de emergencia sin saberlo, y además el parto fue lo que se denomina un parto en avalancha, es decir, un parto abrupto en el que se expulsa en el mismo momento la placenta, el feto y los coágulos de sangre.
Un flagelo que se extiende a lo largo del continente
El trastorno de negación del embarazo afecta a miles de mujeres en todo el mundo cada año, provocando emergencias obstétricas que en muchos casos, son transformadas por el Estado capitalista y su justicia en acusaciones penales.
A manera de ejemplo, en 2016 una organización feminista mexicana daba cuenta de al menos 500 casos de mujeres privadas de libertad por emergencias obstétricas. En El Salvador, casos como estos han ocurrido durante la última década, y continúan ocurriendo, con penas de hasta 30 años de cárcel – la misma pena que se le podría imponer a La China si el tribunal la declara culpable a finales de este mes–.
Aunque no contamos con cifras específicas de otros países en la región, las cifras generales de causas judiciales abiertas por abortos nos permiten tener una noción –si bien bastante imprecisa– de la magnitud de los casos de mujeres criminalizadas por emergencias obstétricas cada año, como es el caso de aquellas compañeras que sufren trastorno de negación del embarazo. A este respecto, tienen relevancia sobre todo los casos en los que existe un historial de violencia doméstica o familiar, inclusive desde la infancia, porque como hemos visto, ello puede desencadenar el trastorno de negación del embarazo en las compañeras gestantes.
En Perú, durante la década pasada, se ha judicializado a mucho más de un millar de mujeres. En Colombia, más de 2000 mujeres fueron judicializadas por abortar entre 2005 y 2017, de ellas unas 500 eran menores de edad, y en particular 3 tenían entre 11 y 12 años de edad. Estas últimas resultaron embarazadas como consecuencia de abuso sexual. En Venezuela no tenemos cifras precisas de los casos de mujeres criminalizadas por abortos espontáneos o clandestinos, pero sin duda la tasa de abortos debe ir en auge, sobre todo cuando hoy Venezuela encabeza la lista de países con mayores tasas de embarazo adolescente. Tan sólo entre los meses de agosto y diciembre de 2018, el informe Mujeres Al Límite, de la coalición Equivalencias en Acción, reveló que en el país se registraron 2.246 abortos. En el 31% de los casos, las madres eran menores de edad. En algunos casos, cuando el embarazo supone un riesgo para la vida de la madre, existen malformaciones en el feto o hubo abuso sexual, hay madres que cruzan la frontera hacia Colombia para abortar allí, porque –en teoría– bajo esas tres causales el aborto está despenalizado.
Por supuesto, no podemos olvidar el grave golpe que a mediados de año sufrieron las mujeres trabajadoras de los EEUU, con la derogación de la histórica sentencia Roe vs. Wade por la Corte Suprema. Ya ha habido casos de mujeres con embarazos de riesgo que han sido afectadas por esta medida. Antes de poder abortar, han tenido que esperar a que el bebé se les muera en la panza.
Lo anterior demuestra que la despenalización del aborto es una tarea urgente y pendiente en la vasta mayoría de los países ex semicoloniales y de capitalismo atrasado –y ahora también en los EEUU–. La lucha por la despenalización, y por el acceso a la salud gratuita y de calidad, y la educación pública en materia de sexualidad, junto a un conjunto más amplio de reivindicaciones para las mujeres trabajadoras y el conjunto del movimiento obrero, es una bandera que la izquierda revolucionaria del continente americano debe tomar con ambas manos y empujar hacia adelante. Una lucha que debe trascender las fronteras nacionales y servir como punto de convergencia del movimiento obrero de nuestro continente.
El caso de La China tampoco es único en la Argentina
Antes de la aprobación de la ley de aborto en diciembre de 2020, hubo varios casos que fueron acompañados por el movimiento de mujeres y las organizaciones feministas, y convertidos en banderas de la lucha por la legalización del aborto.
Desde la cárcel La China comenzó a indagar junto a su compañero sobre la criminalización de otras mujeres que sufrían el mismo trastorno. Descubrió que no era la única privada de libertad aún hoy en la Argentina, por haber sufrido de una emergencia obstétrica.
En efecto, hasta finales del 2020, un estudio reveló que hubo 1532 causas judiciales por aborto y 37 por emergencias obstétricas, en 17 provincias del país. Este estudio fue llevado a cabo por el Centro Universitario San Martín (CUSAM) y las investigadoras Gloria Orrego-Hoyos, María Lina Carrera y Natalia Saralegui, junto a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Aunque la despenalización del aborto ha sido un gran paso adelante alcanzado por el movimiento de mujeres y la clase trabajadora, y sigue siendo una referencia para el resto del continente, las marcas de la vieja represión y criminalización estatal contra las mujeres siguen estando allí, en algunos casos en carne viva, con compañeras que aún están tras las rejas.
Vale la pena recordar el caso de Patricia S., militante piquetera y activista social también presa en el penal de Ezeiza por una emergencia obstétrica. Hacia los 5 años y diez meses de reclusión, Patricia sufrió graves complicaciones de la vesícula y la burocracia funcionarial de la institución actuó con negligencia y desidia frente a su condición. Cuando finalmente fue trasladada al Hospital General de Agudos Dr. Carlos Bocalandro, la infección había avanzado demasiado: ya era muy tarde. Patricia murió por un shock séptico, luego de varios días de agonía y tres infructuosas operaciones de vesícula, esposada a los barrotes de la cama del hospital como si fuese una delincuente o un peligro para otros pacientes. Ni aún en el momento de su agonía los funcionarios del Estado pudieron actuar de forma mínimamente humana, cediéndole el derecho a moverse “con libertad” sobre el que sería su lecho de muerte. Patricia también sufría del síndrome de negación del embarazo. De acuerdo a lo expuesto al principio de este artículo, sería lógico considerar como hipótesis del origen del síndrome en Patricia, el trauma que habían dejado en su inconsciente las brutales golpizas frecuentemente propinadas por su padre desde que era una niña. El Estado no le creyó, simplemente, por ser mujer y trabajadora. Le consideró una asesina. Al igual que en el caso de La China, Patricia era quien estaba a cargo de sus dos hijos –uno de los cuales también padece una discapacidad–, pero de igual forma el Estado le negó el beneficio de arresto domiciliario para poder seguir cuidando de ellos.
Cómo el Estado capitalista ha castigado a La China por ser mujer y pobre
Desde el primer momento de su detención La China sufrió abusos psicológicos por parte del personal de la policía, evidenciando cómo la ideología capitalista, de clase y patriarcal, forma parte inmanente del Estado y pervive allí con mucha fuerza.
Cuando la policía allanó su domicilio, ella estaba sangrando, pero la policía no le permitió cambiarse la ropa, ni hacer las gestiones correspondientes para que tuviese atención médica.
Luego de pasar los dedos por la tinta del llamado “pianito”, para ser identificada, no se le permitió lavarse las manos por tres días “porque había matado a su hijo”. Durante ese mismo período de tiempo continuó perdiendo sangre, por lo que su ropa interior estuvo siempre manchada. Los funcionarios policiales no le permitieron asearse ni cambiarse de ropa. Indiscutiblemente esto fue una forma de tortura psicológica y física para castigarla por el crimen que según los funcionarios ella cometió, como si ellos fuesen jueces y ejecutores de justicia, además aplicando métodos medievales. Durante los traslados a los peritajes los funcionarios policiales se referían a ella como “un animal que había matado a su hijo y no merecía limpiarse” y señalaban que “no merece ni lavarse las manos”, tal y como La China relató a la prensa en una entrevista telefónica.
En los primeros siete meses no pudo ver a sus hijos, lo que la conllevó a sufrir de depresión y a estar medicada por psiquiatras. A pesar de ser madre de dos hijos se le negó el beneficio de arresto domiciliario. La única vez que ha podido hacer una visita domiciliaria duró tan sólo media hora y estuvo esposada delante de sus hijos durante toda la visita, como si fuese una criminal, como si fuese un peligro para ellos. Su abogado solicitó se le permitiese no tener las esposas durante su segunda visita, pero el Estado se lo negó.
A pesar de que su compañero también estaba acusado de homicidio, fue sobreseído en 2021 luego de que no se hallasen pruebas para incriminarle, pero La China sigue detenida aún. ¿Cómo no puede explicarse esto en términos de clase y género? La justicia que el Estado burgués aplica es, además de clasista, patriarcal.
Casos como este hacen evidente que la ideología de sometimiento histórico hacia las mujeres es un elemento dominante en el Estado capitalista, y, como explicamos los marxistas, esta opresión no podrá ser abolida deforma definitiva hasta acabar con la opresión de clase, que pasa por desmantelar el Estado que la burguesía utiliza para oprimir a la clase obrera, a las mujeres pobres, a los indígenas y al conjunto de capas oprimidas en la sociedad. Y pasa también porque los trabajadores construyamos un Estado propio, basado en organismos asamblearios de democracia directa, con delegados elegibles y revocables en todo momento, y rotativos en la medida de lo posible, que no devenguen salarios más altos que el de un trabajador calificado.
Un Estado de este tipo, debe servirnos para tomar las palancas de la economía en nuestras manos, pero también para administrar el conjunto de la vida pública. Que la justicia no sea más nunca administrada por tecnócratas y burócratas mimados y privilegiados por la burguesía, que ignoran y desprecian la vida de la clase obrera, que legislan contra los pobres, e incluso con más saña contra las mujeres pobres, -además cargados de dogmas e ideologías reaccionarias, hoy por hoy negadas por la historia- sino por compañeros o compañeras ligados a nuestra clase, que compartan nuestras condiciones de vida, nuestras condiciones económicas, nuestras luchas y sufrimientos. Estas tareas son fundamentales si queremos que se aplique una justicia realmente humana y justa, y se acabe con la criminalización de las mujeres.
Una posición de clase ante las aberraciones del Estado burgués
Para los marxistas, la emancipación de la mujer es un tema crucial. La lucha contra la opresión de la mujer está ligada a la lucha contra el capitalismo y no puede separarse de ella. Sin embargo, esto no significa que vayamos a esperar a que la abolición de la sociedad de clases mejore las condiciones de vida de las mujeres. Los marxistas luchamos contra toda forma de opresión y discriminación aquí y ahora en cada oportunidad. Participamos en las luchas diarias y planteamos demandas concretas: contra la discriminación en la sociedad y en el trabajo; por igual salario por trabajo de igual valor; por el acceso al aborto legal y seguro; por vivienda y trabajo para todos; por atención infantil gratuita y de calidad, y en el caso que nos toca de La China, por el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Lo que planteamos no se contradice con el diagnostico de lo que padece La China y cientos de mujeres que padecen lo mismo, sino que entendemos que la opresión y la explotación de la mujer en la sociedad de clases se expresa por múltiples caminos, como así las posibles respuestas conscientes o inconscientes.
Rechazamos y denunciamos la tortura psicológica desplegada a La China desde su arresto. Denunciamos las condiciones de animalidad a la que se encuentra sometida, agravada por los prejuicios y el atraso no solo de la justicia burguesa, como expresión del capitalismo en descomposición, sino del estado deplorable del sistema carcelario en Argentina.
El derecho al aborto legal, seguro y gratuito es una forma de proteger tanto la salud física como la mental de las mujeres, y esto, asociado a una política más amplia en la que se debe garantizar la educación sexual y el acceso a la planificación familiar, es una forma de combatir la clandestinidad a la que se exponen miles de mujeres, aunque se haya aprobado la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Ley que aún no garantiza de manera efectiva y concreta la salud y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, como así también el derecho a la planificación familiar.
El contexto de crisis que atraviesa el capitalismo, pone en un estado de precariedad la salud pública como así los programas de educación sexual y el derecho a una salud de calidad y barata para el conjunto de la sociedad.
Debemos dar una respuesta de clase. El caso de La China, mujer, pobre, migrante y trabajadora obliga a todas y todos los que defienden los derechos democráticos, como así a las organizaciones políticas de nuestra clase, partidos de izquierda y sindicatos a luchar por su inmediata libertad, para garantizar su integridad física y su salud.