China es un enorme híbrido económico y político. Sus dirigentes continúan pretendiendo tener un sistema político comunista. Pero cada vez hablan menos de socialismo, mientras que relajan el cinturón para convertir la economía en una fuerza capitalista globalizada. Pero un híbrido es una contradicción. Y las contradicciones no pueden permanecer inmutables para siempre. Finalmente algo tendrá que ocurrir.
Con la creciente subordinación al capitalismo internacional crecen las desigualdades y los antagonismos
Zhao Ziand murió el pasado mes. Hace más de quince años Zhao era el secretario general del gobernante Partido Comunista Chino. Cuando ocurrió la gran insurrección estudiantil de 1989 y miles de personas tomaron la Plaza de Tiananmen en Pekín, Zhao fue a la plaza a simpatizar con los estudiantes, insinuando que él cumpliría sus peticiones e intentó convencerlos de que terminaran con sus protestas. Al día siguiente, los dirigentes comunistas chinos lo pusieron bajo arresto domiciliario y el ejército aplastó (literalmente) la protesta.
En los últimos quince años China ha experimentado una transformación económica global de unas proporciones sin precedentes. La economía china ha crecido a un 9-10% al año, comparado con el 6% del resto de Asia, el 1-2% de Japón y Europa, y el 3% de EEUU.
China tiene ahora el 7% del comercio mundial. Puede que no parezca demasiado, pero la cifra se ha duplicado en pocos años y, de seguir este ritmo, se doblará de nuevo en los próximos cinco años. EEUU, la mayor potencia económica del mundo, tiene un enorme déficit comercial con China, con importaciones anuales por un valor superior a los 150.000 millones de dólares más que las exportaciones estadounidenses a China. Las exportaciones chinas aumentan a un ritmo del 40% anual.
Es bien conocido que, como ocurrió con Gran Bretaña a mediados del siglo XIX y EEUU a mediados del XX, China se ha convertido en el siglo XXI en el taller industrial del mundo. Aunque hay similitudes con los gigantes industriales antes mencionados, también hay una serie de diferencias y el desarrollo de China no seguirá el mismo patrón que el de Gran Bretaña o EEUU.
La primera diferencia es que China llega después. Puede que compita en los mercados mundiales con productos manufacturados, pero todavía sigue siendo demasiado poco en términos de su producción nacional, 1 billón anual, comparado con los 11 billones de EEUU, y aún es más pequeño que la tutelada fuerza económica británica que genera 1,5 billones de dólares al año.
También la potencia super-imperialista de EEUU, con su poderoso ejército y sus formidables músculos financieros, supera a China. EEUU tiene aliados cercanos en Japón, Taiwán y Corea, todos decididos a contener cualquier expansión china. Como Marx, y más tarde Trotsky, explicó, los países ex coloniales (y China fue colonizado por Gran Bretaña, Francia, Japón y EEUU) se enfrentan a un inmenso problema para desarrollar su economía porque su crecimiento amenazará los intereses de las potencias imperialistas ya existentes.
A principios del siglo XIX, India había conseguido un sector textil y una fabricación de acero significativos, financiado por los inversores británicos este país comenzó a exportar a Gran Bretaña. Pero cuando la industria británica comenzó a tener problemas, el poder imperial bloqueó a sus manufactureros indios rivales y finalmente los destruyó. Ahora India comienza a tener una recuperación industrial, pero en sectores nuevos como los servicios de software, aquí sus graduados pueden competir contra sus iguales en Europa y EEEU porque aceptan salarios más bajos. Pero incluso en este caso, ya hay voces pidiendo el bloqueo de estos puestos de trabajo en la industria del software en India.
En EEUU hay muchos que desde hace tiempo se quejan de la competencia injusta de China, exigiendo cuotas y restricciones a las importaciones chinas. Por ahora estas voces se las ha llevado el viento, la razón es que las grandes multinacionales prefieren invertir directamente en China con sus plantas automovilísticas y fábricas de calzado deportivo y después exportarlo a EEUU. Eso parece mucho más rentable que intentar frenar las importaciones chinas y continuar utilizando a los estadounidenses y europeos mejor pagados que exigen condiciones laborales adecuadas, vacaciones pagas, pensiones, etc.
Las inversiones de las multinacionales en China han sido enormes. La mayor parte de la inversión de capital todavía se produce en Norteamérica, Japón y Europa. Sólo aproximadamente el 20% va a otros lugares. Pero de ese 20%, China se lleva la parte del león, aproximadamente 50.000 millones de dólares al año durante los últimos quince años, desde que Zhao fue arrestado.
Pero esa inversión también indica por qué China no se convertirá en una potencia imperialista importante como Gran Bretaña y posteriormente EEUU. No es sólo porque el imperialismo estadounidense esté en medio. El motivo es que China no es una economía capitalista, industrializada y emergente como los países del G-7 lo fueron en los siglos XIX y XX.
Hace aproximadamente sesenta años, China experimentó una revolución social que no sólo no estableció los cimientos de una clase capitalista y el desarrollo industrial, como sí ocurrió con las revoluciones de los siglos XVII y XVIII en Norteamérica y Gran Bretaña. Para que China pudiera liberarse de los grilletes del imperialismo, como existía una clase capitalista nacional muy débil, una pequeña clase urbana culta tuvo que galvanizar a los millones de campesinos en una guerra contra la ocupación japonesa y después contra las fuerzas pro-capitalistas y estadounidenses, las masas expropiaron la propiedad privada, nacionalizaron o redistribuyeron la tierra entre el pequeño campesinado y organizaron la propiedad estatal y la planificación de las incipientes industrias. China se desarrolló pasando por alto el capitalismo.
Lo irónico de la historia fue que los llamados dirigentes comunistas chinos nunca esperaron que deberían romper con sus clase capitalista nacional. Tuvieron que hacerlo para sobrevivir. Sobre todo, no tenían intención de permitir que la clase obrera urbana funcionara como una fuerza de clase independiente, por esa razón desde el principio aplastaron y descartaron la democracia obrera. Esa es la política que la dirección china ha seguido a través de todos sus giros y vueltas, desde el Gran Salto Adelante hasta la política actual.
De este modo, la de China sigue siendo una historia curiosa y grotesca. Incluso en 2005, aproximadamente el 40% de la industria está en manos del estado. El grueso de la agricultura está controlada por comunas y no por modernos granjeros capitalistas o multinacionales agrícolas. Al mismo tiempo, la mayor parte de la nueva industria, particularmente aquellos sectores que fabrican productos de consumo o de alta tecnología son propiedad privada, normalmente a través de sociedades conjuntas, formadas por empresas extranjeras (que proporcionan fondos y conocimientos) y empresas chinas propiedad de los hijos e hijas de los dirigentes comunistas chinos (que proporcionan fuerza de trabajo, permisos legales y la corrupción).
El sector estatal continúa empleando al grueso de la fuerza laboral industrial en acero, textil y minería, mientras que los logros reales de la industria se los llevan las empresas privadas y de propiedad extranjera.
China es un enorme híbrido económico y político. Sus dirigentes continúan pretendiendo tener un sistema político comunista. Pero cada vez hablan menos de socialismo, mientras que relajan el cinturón para convertir la economía en una fuerza capitalista globalizada. Pero un híbrido es una contradicción. Y las contradicciones no pueden permanecer inmutables para siempre. Finalmente algo tendrá que ocurrir.
China no se convertirá en una potencia económica capitalista importante sino ocurren por lo menos dos cosas. Primero, debe haber una confrontación importante con la actual superpotencia imperialista existente: EEUU. Si China consigue su objetivo de anexionarse Taiwán, veremos el surgimiento de fuerzas reaccionarias en China exigiendo un ataque contra la economía china.
Esa es la contradicción externa para China bajo el capitalismo mundial. La otra es interna, si se desmantela el sector estatal, con él también se irán las vidas de millones de mineros, trabajadores del acero y la ingeniería, las desigualdades de ingresos y riqueza aumentarán (como ocurre inevitablemente en cualquier desarrollo capitalista), y también se intensificarán el resentimiento y los antagonismos.
Por debajo de la superficie de aparente crecimiento y prosperidad, China ya está en llamas. Si hay alguna duda de esto, basta con leer el excelente y asombroso artículo escrito por Heiko Khoo el pasado mes de diciembre. Demuestra que no sólo Zhao Ziang estuvo bajo arresto domiciliario durante los últimos quince años, sometido al grillete de una camarilla corrupta, autocrática y militarista. Todas las masas chinas también estuvieron bajo arresto.
Lo que provocó el incidente de Tiananmen hace quince años no fue sólo el deseo de libertad política, también fue una constatación de que el camino capitalista adoptado por los dirigentes chinos estaba distorsionando la economía, incrementando las desigualdades y aumentando la corrupción. La inflación está aumentando rápidamente, particularmente en las ciudades, el crecimiento económico y del empleo se han desacelerado.
Cuando iniciamos el año 2005, la economía china parece estar lejos de una situación de crisis. El crecimiento económico todavía está próximo al 9% (si creemos las cifras del gobierno) y las exportaciones siguen en aumento. Pero las contradicciones permanecen.
La vieja preocupación era que China no creciera lo suficientemente rápido para proporcionar empleos a los cientos de millones que viven en el campo, desesperados y con una pobreza miserable. La verdadera historia fue la de miles esperando en las estaciones ferroviarias un billete gratis para las grandes ciudades.
La nueva preocupación es que China ha sobreinvertido en equipamiento de capital y fábricas para producir todas las mercancías baratas que inundan los países imperialistas occidentales. Cualquier ralentización de la economía capitalista mundial dejaría a China con una enorme deuda que afectaría a toda la economía.
Todavía ninguna de estas preocupaciones se ha materializado en una crisis. El motivo de esto, en parte, es que el control y la planificación estatal han contenido la debilidad y la anarquía del mercado capitalista. Los dirigentes chinos cada día dan un paso más en el desmantelamiento del sector estatal y de los controles de planificación, por esa razón, cada vez más están dejando a la población a expensas de las fuerzas del mercado mundial, ellos están ansiosos por cobrar las recompensas de la economía de lucro.
China ya ha entrado en la Organización Mundial del Comercio, el organismo comercial del capitalismo. Los términos de su adhesión establecen que su economía tiene que abrirse a la inversión extranjera y que en 2008 su moneda debe liberarse del control estatal. La próxima vez que el mundo entre en recesión, China no podrá escapar al impacto de una crisis capitalista global, algo que sí evitó en los años ochenta y noventa.
20 de enero de 2005