Esta es una transcripción de la introducción a un debate sobre «Perspectivas para Francia» celebrado en el Congreso Fundacional del Partido Comunista Revolucionario (PCR) en París los días 30 de noviembre y 1 de diciembre de 2024.
Desde entonces, el gobierno francés se ha derrumbado. Sin embargo, esta charla es igual de relevante hoy en día, ya que la profunda crisis del capitalismo francés que esboza es la base real de la actual turbulencia política.
Es la segunda vez que tengo que introducir nuestro debate sobre las perspectivas en un contexto en el que el gobierno podría caer de la noche a la mañana. La última vez fue en nuestra Conferencia del pasado mes de mayo, hace seis meses. Un mes después, en junio, Macron anunció la disolución de la Asamblea Nacional a raíz de las elecciones europeas. Habíamos anticipado esta posibilidad en nuestra Conferencia Nacional.
Esta vez, las cosas parecen un poco diferentes. La decisión está en manos de Marine Le Pen, que ha dado de plazo hasta el lunes [2 de diciembre] -pasado mañana- para que Michel Barnier responda a las exigencias de la RN (Agrupación Nacional), o de lo contrario votará la moción de censura.
Pero la diferencia más importante entre la situación actual y la del pasado mes de mayo es la evolución de la crisis de la deuda pública francesa, que podría adquirir nuevas proporciones a corto plazo, con profundas implicaciones políticas y sociales.
Todo ello pone de manifiesto la profunda crisis del capitalismo francés y la enorme inestabilidad política en la que se hunde el país. Dedicaré, pues, una parte de mi intervención a analizar la situación actual y sus implicaciones a corto plazo. Pero sólo una parte, porque el objetivo fundamental de un debate de perspectivas no es especular sobre los distintos escenarios a corto plazo; es sobre todo comprender las tendencias más fundamentales del proceso, y el impacto que tendrán en el desarrollo de la lucha de clases y en la conciencia política de los jóvenes y los trabajadores.
El declive del capitalismo francés
El punto de partida de nuestras perspectivas es la dinámica general del capitalismo francés, que lleva varias décadas en lo que se conoce como «declive relativo». Esto significa que el capitalismo francés está en declive en relación con otras potencias imperialistas.
El indicador más general de este declive es la cuota de mercado del capitalismo francés, que ha caído constantemente en las últimas décadas a todos los niveles: mundial, europeo e incluso nacional.
En Europa, la diferencia entre Alemania y Francia no ha dejado de aumentar desde la reunificación alemana a principios de los años noventa. Esta brecha puede apreciarse en las balanzas comerciales de ambos países: el saldo de exportaciones e importaciones. Desde 2004, la balanza comercial de Francia ha sido sistemática y masivamente deficitaria, mientras que la de Alemania ha sido sistemática y masivamente superavitaria.
Es cierto que la economía alemana ha entrado ahora en una profunda crisis. Pero esto no marcará el inicio de una inversión de la relación de fuerzas entre el capitalismo francés y el alemán. ¿Por qué?
En primer lugar, porque la crisis de la economía alemana repercutirá negativamente en las exportaciones francesas a Alemania en un momento en que Francia también atraviesa una grave crisis económica, industrial y de endeudamiento.
En segundo lugar, y sobre todo, porque la falta de competitividad de Francia es tal que el declive de Alemania no beneficiará a Francia, sino a otras potencias imperialistas, empezando por China.
En resumen, a pesar de la crisis de la economía alemana, el declive de Francia con respecto a Alemania no está a punto de invertirse. De hecho, podría empeorar aún más en los próximos años.
La clave está en comprender que el declive del imperialismo francés es general. Es evidente en todos los mercados, en todos los continentes, y no es sólo de naturaleza económica, sino también diplomática y militar.
Se ha hablado mucho de la impresionante serie de reveses políticos, diplomáticos y militares sufridos por el imperialismo francés en África Occidental y Central. Continúa: los gobiernos de Chad y Senegal acaban de pedir a Francia que retire sus tropas de estos dos países, lo que constituye un nuevo y amargo revés para el imperialismo francés.
Pero no se trata sólo de África Occidental y Central. En el Magreb, ese viejo «coto» del imperialismo francés, éste se enfrenta a la creciente competencia de China y Rusia. En particular, el gobierno argelino -que dispone de enormes reservas de hidrocarburos- ha dejado claro al gobierno francés que ya no tiene derechos exclusivos sobre la explotación de las materias primas y sobre el mercado argelino en general.
En consecuencia, Francia ya no está en condiciones de actuar como árbitro entre Argelia y Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental. En lugar de su tradicional posición de árbitro -o, digamos, de falsa neutralidad- en el conflicto entre Marruecos y Argelia, Francia ha decidido apoyar a Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental, a cambio de inversiones francesas en esta vasta región, pero a riesgo de dañar aún más las relaciones franco-argelinas.
Por último, el imperialismo francés tiene problemas en lo que denomina «departamentos y territorios de ultramar», que, en realidad, siguen teniendo el carácter de colonias si tenemos en cuenta el nivel de vida de las masas, el pésimo estado de los servicios públicos y las infraestructuras y, sobre todo, la relación económica real entre estos territorios y la metrópoli. Están sometidos al dominio exclusivo de un puñado de monopolios franceses que venden allí sus productos a precios exorbitantes.
En las últimas décadas se han producido toda una serie de importantes movilizaciones sociales en los «departamentos y territorios de ultramar» franceses. Hubo una situación insurreccional en Nueva Caledonia, que el imperialismo chino siguió con interés, pero también huelgas y movimientos de masas, por ejemplo en Martinica desde el pasado septiembre.
La crisis del capitalismo francés no puede sino agravar la situación de las masas en todos los «departamentos y territorios de ultramar» y provocar nuevas explosiones sociales. Esto tendrá el efecto de: 1) estimular la lucha de clases en la Francia metropolitana; 2) debilitar el control de París sobre estos territorios, de gran importancia estratégica y geopolítica para el imperialismo francés.
El parasitismo del capitalismo francés
¿Cuáles son las causas de este declive del imperialismo francés?
Son muchas, y no se encuentran únicamente en Francia: las dinámicas de las demás potencias imperialistas entran en juego, por definición. Pero hay un elemento central en esta ecuación que no es directamente económico; es político: se trata de las grandes tradiciones revolucionarias de la clase obrera francesa, que durante décadas obligaron a la gran burguesía francesa a proceder con cierta cautela, con cierta moderación, en la aplicación de la política de austeridad que necesitaba para defender la competitividad de sus inversiones en la competencia internacional.
La revolución de mayo del 68, en particular, fue un trauma para la burguesía francesa, que se salvó en el último momento gracias a la traición de los dirigentes del PCF y de la CGT. Desde mayo del 68, la clase obrera francesa ha dado a la burguesía varias llamadas de atención:
1) La huelga general ilimitada de la función pública en diciembre de 1995, que no estuvo lejos de transformarse en una huelga general ilimitada de todos los sectores de la economía.
2) El movimiento de 2006 contra el Contrat Première Embauche (Contrato Primer Empleo ), que acabó escapando de las manos de los dirigentes sindicales, de ahí el retroceso de Chirac.
3) El movimiento de los gilets jaunes (chalecos amarillos) que, en diciembre de 2018, colocó al país en el umbral de una crisis revolucionaria. También en este caso fueron los dirigentes sindicales los que salvaron al gobierno.
Por eso la burguesía francesa anduvo con pies de plomo -limitó sus ataques- durante todo un periodo, mientras en otros países los gobiernos imponían drásticas contrarreformas con el efecto de abaratar el coste del trabajo y, por tanto, aumentar la competitividad de las inversiones. Así ocurrió, por ejemplo, en Alemania a principios de la década de 2000.
Esta relativa prudencia de la burguesía francesa era insostenible a largo plazo. Finalmente, tuvo que pasar a la ofensiva a toda costa. El mandato de Sarkozy (entre 2007 y 2012) marcó la primera etapa. Después, entre 2012 y 2017, François Hollande tomó el relevo de Sarkozy y puso en marcha una serie de drásticas contrarreformas, entre ellas la primera Ley del Trabajo. Pero fue la elección de Macron la que marcó la aceleración más clara de la ofensiva del gran capital.
El resultado: entre 2012 y 2022, la diferencia entre los costes laborales unitarios en Francia y Alemania se ha reducido considerablemente. Incluso leí un artículo que afirmaba que esta brecha había «desaparecido por completo». Pero lo sorprendente es que, a pesar de ello, el capitalismo francés ha seguido perdiendo cuota de mercado. Hay una razón muy obvia para ello: las ganancias de competitividad en términos de precio de la mano de obra -y de intensidad del trabajo- son una cosa, pero por sí solas no bastan. Los capitalistas franceses seguían necesitando invertir en la producción, en la renovación y modernización del aparato productivo, pero no lo hicieron porque se enfrentaban a un mercado mundial ya saturado y dominado por economías -incluida Alemania- con industrias más modernas, más eficaces, más productivas y más competitivas.
En consecuencia, los beneficios obtenidos gracias a la reducción de los costes laborales se han traducido principalmente en orgías de dividendos e inversiones especulativas. Desde hace muchos años, la burguesía francesa es la campeona europea de los dividendos, que reparte cada año por valor de decenas de miles de millones.
Lo mismo puede decirse de las exenciones fiscales y subvenciones de todo tipo de las que se benefician las grandes empresas francesas: más de 150.000 millones de euros al año. Todo este dinero público se entrega a las grandes empresas con el pretexto de estimular el empleo y la inversión. Pero no: la mayor parte de este dinero acaba en los bolsillos de los accionistas y se destina a la evasión fiscal, que oficialmente asciende a entre 60.000 y 80.000 millones de euros al año.
Estas cifras subrayan el carácter cada vez más parasitario del capitalismo francés. Es totalmente adicto a las subvenciones públicas, que son una de las causas fundamentales de la creciente deuda pública.
Esta deuda es ahora un gran problema para la burguesía francesa. La cuestión de los tipos de interés de los bonos del Estado francés se está volviendo extremadamente preocupante para la burguesía.
Según previsiones relativamente optimistas, el pago anual de la «carga» de la deuda, es decir, sólo los intereses, debería alcanzar los 55.000 millones de euros en 2025, luego 70.000 millones en 2027 y casi 100.000 millones en 2028. A modo de comparación, el presupuesto nacional de educación en 2024 será de 65.000 millones de euros.
Pero las cifras que acabo de dar son el mejor escenario posible. Se basan en el supuesto de que los tipos de interés de la deuda pública se mantendrán relativamente estables. Pero estos tipos de interés podrían subir bruscamente en los próximos días y semanas.
La crisis del régimen
¿Cuál es la solución de la burguesía a este problema? Sólo tiene una: subir los impuestos a los pobres y a las clases medias y, al mismo tiempo, hacer recortes masivos en el gasto público, excepto, por supuesto, en las subvenciones a las grandes empresas.
Este es el programa de la burguesía francesa. No tiene otro y debe aplicarlo lo más rápidamente posible. Pero la burguesía tiene un problema, que ya he mencionado: la clase obrera francesa y sus tradiciones revolucionarias. Desde la crisis de 2008, los trabajadores se han visto sometidos a una política de ataques continuos a su nivel de vida, lo que ha provocado toda una serie de grandes movilizaciones, pero también una creciente polarización política y una crisis de régimen que cruzó un nuevo umbral el pasado mes de junio con la disolución de la Asamblea Nacional.
Es importante comprender que esta crisis de régimen tiene sus raíces en la profunda crisis del capitalismo y del imperialismo francés. El estancamiento económico, el desempleo masivo, las contrarreformas y las políticas de austeridad han destruido la bien engrasada maquinaria de alternancia entre la derecha tradicional y el Partido Socialista. Los Republicanos y el Partido Socialista -que durante años se han turnado para aplicar políticas reaccionarias- se han hundido.
En 2017, el centro se recompuso en torno al macronismo, que ganó en un contexto de fuerte aceleración de la polarización hacia la derecha (la Agrupación Nacional de Le Pen) y la izquierda (La France Insoumise de Mélenchon). Esta polarización se acentuó aún más en 2022, cuando, a pesar de la victoria de Macron en las elecciones presidenciales, perdió la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional.
La supervivencia de su gobierno dependía de la buena voluntad de Los Republicanos, que anunciaron la primavera pasada que probablemente votarían una moción de censura con la izquierda y la RN. Así que si Macron disolvió la Asamblea Nacional, no fue sólo porque había recibido un varapalo en las elecciones europeas, sino también porque quería adelantarse a los acontecimientos: quería disolver la Asamblea Nacional antes de verse obligado a hacerlo por una moción de censura.
El resto ya lo conocemos: el resultado de las elecciones legislativas anticipadas fue una dura derrota para los macronistas, que sólo evitaron una derrota total gracias al llamado «Frente Republicano contra la extrema derecha», es decir, gracias al apoyo del NFP (Nuevo Frente Popular). A pesar de ello, a pesar del escandaloso apoyo del NFP a los macronistas, éstos son aún más minoritarios de lo que ya eran en la Asamblea Nacional, y el gobierno ya no depende únicamente de los republicanos para su supervivencia, sino también y sobre todo de la RN.
Esta situación sin precedentes es extremadamente frágil, y podría provocar la caída del gobierno en los próximos días.
Para comprenderlo, basta con citar algunos sondeos recientes:
– Opinión a favor de Barnier: 45% en septiembre, 40% en octubre, 36% hoy.
– Opinión a favor de Macron: 22% hasta la fecha. Nunca había sido tan baja, ni siquiera en la época de los gilets jaunes.
– Sobre todo: el 53 por ciento de los encuestados desea la caída del gobierno, incluido el 67 por ciento de los votantes de RN.
Este es el elemento central en los cálculos de Marine Le Pen y su camarilla. Es su verdadera «línea roja», y no, como ella pretende, el «poder adquisitivo de los franceses». La RN no está dispuesta a disgustar a una gran parte de su electorado en nombre del Gobierno Barnier.
Aquí hay que tener en cuenta las contradicciones internas del electorado de RN. Una fracción de los 11 millones de votantes de RN son pequeñoburgueses reaccionarios que apoyan las políticas de austeridad, siempre y cuando afecten a los funcionarios, los desempleados, los estudiantes, los inmigrantes, etc.
Pero en los últimos 20 años, RN también, y sobre todo, ha avanzado entre los sectores de la clase obrera que están asqueados por las sucesivas traiciones de la izquierda cuando ha estado en el poder. Esta es ahora la mayoría de los votantes de RN. Por ejemplo, en la primera vuelta de las elecciones legislativas del pasado junio, de todos los que participaron en la votación, más del 50 por ciento de los trabajadores industriales votaron por RN, al igual que el 42 por ciento de los empleados del sector privado y el 38 por ciento de los funcionarios (frente a solo el 17 por ciento en 2017).
Es cierto que estas cifras solo se refieren a los votantes que participaron en la votación. Es muy importante señalar esto, porque en realidad la fracción de la clase trabajadora que se abstiene es la más grande: representó el 45 por ciento en las últimas elecciones. Esto subraya la profundidad del rechazo al sistema político en general.
No obstante, son los votantes de la clase trabajadora los que constituyen ahora la mayor proporción del electorado de RN. Pero este electorado obrero no está sólidamente unido a RN. Una parte importante de ellos podría abstenerse -o unirse a la FI- si RN se muestra de forma demasiado evidente, y durante demasiado tiempo, como un defensor activo de las políticas antiobreras y antisociales del gobierno.
Según un reciente sondeo publicado por Le Monde, el 25% de los votantes de RN consideran que el NFP es el verdadero adversario del gobierno Barnier. Esto es lo que la dirección de RN no puede aceptar indefinidamente. Y esto explica las amenazas cada vez más claras de los dirigentes de RN contra el gobierno Barnier en los últimos días.
Los argumentos desesperados de Michel Barnier
¿Se llevarán a cabo estas amenazas – o mejor dicho: cuándo se llevarán a cabo? Pronto lo sabremos. Lo principal es comprender las contradicciones fundamentales de la situación y las perspectivas generales que se derivan. Ya conocen la expresión: «todos los caminos conducen a Roma». Pues bien, todos los caminos y todos los escenarios conducen a la rápida caída del actual gobierno, probablemente en los próximos días, si no en las próximas semanas o meses.
En lo inmediato, el gobierno y sus partidarios intentan presionar a la RN tratando de culparla, por adelantado, de un repunte de los tipos de interés de la deuda francesa si cae el gobierno. Pero se trata de un argumento bastante desesperado. En primer lugar, los tipos de interés de la deuda ya habían empezado a subir antes de que Marine Le Pen alzara la voz. Pero, sobre todo, es poco probable que este argumento convenza al electorado de RN.
Barnier nos está diciendo básicamente que si su gobierno cae, habrá una tormenta financiera – y por lo tanto una política de austeridad drástica. Esto es posible. ¿Y si su gobierno no cae? Entonces, nos dice Barnier, habrá una política de austeridad drástica, ¡para evitar, quizás, una tormenta financiera!
En eso está el Gobierno. Dice: «conmigo será muy duro; sin mí será peor». Esto no convence en absoluto a la masa de trabajadores, muchos de los cuales consideran que su situación ya es intolerable. Arden en odio contra Barnier, Macron y todos los de su calaña, y al diablo con sus predicciones y promesas.
La «solución» de Boris Vallaud
¿Qué gobierno sustituirá al de Barnier? No tiene sentido especular sobre ello. Debemos concentrarnos en los procesos fundamentales, que se impondrán a través de los distintos escenarios posibles e imaginables.
Para ilustrarlo, tomaré el ejemplo de lo que propone Boris Vallaud, dirigente del grupo parlamentario del PS (Partido Socialista). Ha presentado la idea de un gobierno apoyado por una nueva «base» parlamentaria que abarque desde la FI (La France Insoumise) hasta los Republicanos.
Esto supondría, entre otras cosas, una capitulación total de la FI, es decir, que Mélenchon entregara las llaves del Elíseo a Marine Le Pen. Con Mélenchon nunca se sabe, pero no es el escenario más probable. Además, Mélenchon denunció inmediatamente la declaración de Boris Vallaud. De hecho, Boris Vallaud esperaba esta reacción de Mélenchon. Lo que Boris Vallaud propone en realidad es otra cosa: una mayoría que abarque desde el ala derecha del NFP hasta Los Republicanos.
Desde un punto de vista puramente aritmético, esto tiene sentido sobre el papel. Si se toma toda la Asamblea Nacional, excluyendo a FI y a RN, se obtiene una mayoría bastante amplia: más de 350 escaños, teniendo en cuenta que se necesitan 288 para tener mayoría. Sin embargo, desde un punto de vista político, esto no es más válido hoy que este verano, cuando el propio Macron exigió tal mayoría.
Es muy sencillo: si se aplicara lo que propone Boris Vallaud, aportaría inmediatamente millones de votos a RN y a FI. En otras palabras, Boris Vallaud propone un suicidio político a sus compañeros del PS y a todos los que le seguirán por este camino. Y, por tanto, sus posibilidades de éxito son muy escasas.
[Desde la redacción de estas líneas, los dirigentes del PS parecen dispuestos a cometer este suicidio político. En cualquier caso, si se forma una nueva mayoría que incluya a los dirigentes del PS, será muy frágil -y beneficiará inmediatamente tanto a RN como a FI].
Después de Macron
Sin embargo, una cosa es segura. Tras la caída del Gobierno, la presión aumentará brutalmente sobre el hombre más odiado del país: Emmanuel Macron. Los dirigentes de RN y de FI -entre otros- pedirán cada vez con más fuerza la dimisión de Macron y la organización de elecciones presidenciales anticipadas antes de nuevas elecciones legislativas. Y esta exigencia encontrará un amplio eco entre la masa de la población. Según un reciente sondeo publicado por BFM, el 63% de los encuestados quieren que Macron dimita si cae el gobierno.
Incluso los estrategas burgueses están divididos al respecto. Algunos sostienen que unas elecciones presidenciales anticipadas tendrían la ventaja de dar al ganador el impulso y la autoridad necesarios para obtener la mayoría en las siguientes elecciones parlamentarias. Pero otros estrategas burgueses señalan que esto ni siquiera es seguro. También señalan que la crisis entre los macronistas y Los Republicanos es tal que es muy probable que la elección presidencial se reduzca a Mélenchon y Marine Le Pen – suponiendo que pueda presentarse, y creo que podrá porque los jueces no se atreverán a correr el riesgo político de descartarla de la carrera por el Elíseo.
Por supuesto, ante la alternativa entre FI y RN, la burguesía apoyará plenamente a RN. Esto ya es así, y será aún más claro en caso de una segunda vuelta entre la RN y la FI en las elecciones presidenciales.
Sin embargo, un gobierno dirigido por RN no es el escenario ideal para la burguesía francesa. Lleva años preparándose para ello, a falta de una alternativa, pero la RN en el poder sería una fuente de gran inestabilidad social.
Por cierto, esta perspectiva aterroriza a los dirigentes de la CGT (Confederación General del Trabajo). Quedó perfectamente claro durante las elecciones legislativas: la secretaria general del sindicato Sophie Binet apoyó incondicionalmente el llamado «Frente Republicano contra la extrema derecha», no porque temiera la llegada del fascismo si ganaba RN, como afirmaba, sino porque un gobierno de RN agravaría la inestabilidad política y social. Ejercería una presión cada vez mayor sobre la dirección de la CGT para organizar una lucha seria, y debilitaría el control de la dirección de la CGT sobre el desarrollo de las luchas sociales.
El mayor temor de los dirigentes de la CGT es una explosión social fuera de su control. Pero la verdad es que, con o sin Marine Le Pen, la crisis del capitalismo francés y el programa de la burguesía conducirán inevitablemente la lucha de clases hacia movimientos que escapan al control de los dirigentes sindicales.
Dicho esto, volvamos a la perspectiva de un gobierno dirigido por la RN. Los estrategas burgueses franceses tratan de tranquilizarse citando el ejemplo del gobierno de Meloni en Italia. Meloni consiguió -por el momento- aplicar las políticas que la burguesía italiana necesitaba sin provocar grandes explosiones sociales. No digo que sea imposible en Francia, pero en este momento es una perspectiva muy abstracta por toda una serie de razones que tienen que ver con la situación inmediata de la economía francesa, la dinámica general de la lucha de clases en Francia y el estado de la izquierda y del movimiento obrero francés.
En este sentido, hay diferencias importantes entre Francia e Italia – lo suficientemente importantes, por otra parte, como para que incluso la perspectiva de un gobierno dirigido por RN, tras nuevas elecciones presidenciales, no sea la única posibilidad. Es la más probable, dados todos los errores de derechas cometidos por el FI en los últimos años. Pero no podemos descartar completamente la posibilidad de que, a pesar de estos errores, Mélenchon gane las próximas elecciones presidenciales.
El proceso de polarización política continúa -hacia la derecha, pero también hacia la izquierda- a pesar de los errores de Mélenchon, que sin duda son errores graves, pero no tan decisivos e irreversibles como las capitulaciones pasadas de Tsipras (en Grecia), Sanders (en Estados Unidos), Iglesias (en España) o Corbyn (en Gran Bretaña).
Pero no diré más sobre el tema. Veremos cómo están las cosas en el umbral de las próximas elecciones presidenciales.
La juventud y el PCR
Por el momento, lo más importante desde nuestro punto de vista, desde el punto de vista de la construcción del PCR, es la forma en que la crisis del capitalismo -en todas sus dimensiones- se refleja en la conciencia política de los diferentes estratos de la juventud y de la clase obrera, y en particular en el estrato más radicalizado de la juventud, hacia el que estamos dirigiendo nuestro trabajo y a través del cual vamos a construir el PCR en los próximos meses y años.
Mañana discutiremos nuestros métodos de trabajo, nuestras prioridades y nuestras tareas organizativas. Pero hoy, en el marco de este debate sobre las perspectivas, debemos comprender la relación cambiante de los jóvenes más radicalizados con las organizaciones de la izquierda en su conjunto, es decir, con las grandes organizaciones reformistas y las organizaciones ultraizquierdistas.
Ambas cosas están relacionadas. Es sencillo: cuanto más se prolonga e intensifica la crisis del capitalismo, menos pueden convencer los programas de los reformistas a la fracción más izquierdista de la juventud. Eso no significa que esos jóvenes no vayan a votar a Mélenchon. A falta de alternativa, la gran mayoría de los que critican el reformismo de Mélenchon seguirán votándole -y a los candidatos de FI en general- con la esperanza de vencer a la derecha y a la extrema derecha.
Pero, al mismo tiempo, un número creciente de estos jóvenes buscan y buscarán una organización con un programa mucho más radical que el de FI. Precisamente por eso fundamos el PCR. Nos dirigimos lo más directamente posible a esos jóvenes, ofreciéndoles una organización, un programa, métodos e ideas auténticamente revolucionarios.
Dicho esto, debemos mantener el sentido de la proporción. No estamos en condiciones, en un futuro inmediato, de ganar a todos los jóvenes que se acercan a las ideas comunistas, ni siquiera a una mayoría de ellos. La amplitud del proceso de radicalización va mucho más allá de nuestro partido. Es cierto que esto abre excelentes perspectivas de crecimiento, siempre que trabajemos adecuadamente. Pero también significa que otras organizaciones que se reclaman comunistas también podrán organizar a una parte de la capa más radicalizada de la juventud.
En otras palabras, podemos esperar el crecimiento de ciertas organizaciones ultraizquierdistas, como ha sido el caso de Révolution permanente en los últimos años.
No se trata en absoluto de una organización marxista digna de ese nombre. Multiplica los errores oportunistas y ultraizquierdistas. Pero a pesar de ello -y en cierto sentido, gracias a ello- podría seguir creciendo en el periodo venidero.
A este respecto, debemos aclarar lo que escribimos recientemente. En un documento anterior, señalábamos que Révolution permanente seguía el mismo camino que el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) antes que él, el camino del oportunismo y el eclecticismo teórico, que acabó bastante mal para el NPA. En general, esta comparación es acertada, pero hay que ser concretos y tener en cuenta las especificidades del periodo actual.
Cuando la antigua Ligue Communiste Révolutionnaire lanzó el NPA en 2009, esperaba beneficiarse del descrédito de los dirigentes del PS y del PCF (Partido Comunista Francés). Por desgracia para los dirigentes del NPA, justo cuando estaban fundando su nuevo partido, Mélenchon abandonó el PS y fundó el Front de Gauche con el PCF. Rápidamente, el Front de Gauche cristalizó el proceso de radicalización que se estaba desarrollando entre los jóvenes y, al mismo tiempo, arruinó los sueños de grandeza del NPA.
Este proceso se hizo aún más claro -y más masivo- con la creación de La France Insoumise en 2016. La FI tuvo un enorme éxito entre los jóvenes, que acudieron en masa a los mítines de campaña de Mélenchon en 2016 y 2017, y que se hicieron muchas ilusiones en la FI. Esto contradecía las perspectivas desarrolladas por el NPA y, por tanto, agravó su crisis interna.
Hoy, la situación no es exactamente la misma. Hay muchas menos ilusiones en la FI entre los jóvenes más izquierdistas, lo que abre un espacio duradero para las organizaciones que se reivindican comunistas y revolucionarias. Con el tiempo, por supuesto, los errores ultraizquierdistas y oportunistas de las organizaciones sectarias minarán su potencial de crecimiento y las expondrán a graves crisis internas. Pero este no será necesariamente el caso en el futuro inmediato, lo que tendrá el efecto de presionar a nuestros propios camaradas, que a veces se verán tentados a imitar los métodos erróneos de las organizaciones sectarias más exitosas.
Debemos resistir colectivamente a estas presiones y atenernos a nuestros métodos e ideas marxistas. La mayor flexibilidad táctica es indispensable, sí, y nuestra Internacional tiene excelentes tradiciones en este terreno, como bien ha demostrado el «giro comunista». Pero la flexibilidad táctica no vale nada sin la mayor firmeza en el terreno de las ideas, los principios y el programa revolucionarios. Lo uno sin lo otro es inútil. Tenemos ambas cosas y debemos conservarlas. Sobre esta base, nuestro éxito, nuestro crecimiento y nuestra victoria estarán garantizados.