La dimisión de Íñigo Errejón de sus cargos públicos y su abandono de la política oficial por acusaciones de acoso y violencia sexual –admitidas tácitamente en su comunicado personal– han causado sorpresa y conmoción general.
Correctamente, militantes, votantes y activistas honestos de todo el arco de la izquierda señalan la profunda hipocresía entre su discurso oficial en relación al respeto y los derechos de las mujeres, y su comportamiento personal.
Por supuesto, la derecha no ha perdido el tiempo en tratar de sacar tajada de este asunto. Pero su “indignación” tiene patas muy cortas. Los casos de violencia machista, acoso y violencia sexual son el pan de cada día en las filas de PP y Vox. Todavía se echa en falta en la derecha una sola denuncia contra los abusos y violaciones producidos en el seno de la Iglesia Católica durante décadas, cuyas víctimas se cuentan por decenas de miles. ¿Y qué decir de la judicatura, plagada de derechistas? Hace solo un par de semanas jueces de Murcia libraron de penas de cárcel a una decena de empresarios convictos por violación y prostitución de menores. La vida licenciosa de reyes, banqueros y ricachones está a la vista de todos. El acoso y violencia sexual contra mujeres en el trabajo por parte de jefes y encargados son también algo cotidiano.
La opresión de la mujer es una de las lacras más dolorosas de la sociedad capitalista. La cosificación y desvalorización social de la mujer, más aún de la mujer trabajadora, también a nivel sexual, es consustancial al sistema.
Aunque la izquierda y el movimiento obrero fueron quienes levantaron históricamente la bandera de la emancipación de la mujer, también son detectados aquí comportamientos machistas y sexistas en las relaciones personales. Por ello, debemos promover convicciones personales firmes, sentir como propia todo tipo de opresión; pero también el control colectivo y de base para combatir este tipo de actitudes.
Pablo Iglesias ha declarado que, cuando empezaron en Podemos, Errejón “no era así”. Aceptémoslo. Lo cierto es que las convicciones políticas se entremezclan con las convicciones personales, y son las condiciones materiales de vida las que deciden en última instancia.
Errejón siempre se situó en el ala derecha de Podemos. Abiertamente hostil al marxismo, fue mimado por el régimen en su disputa con Pablo Iglesias en Podemos. Se destacó por su oportunismo político, sacrificando convicciones políticas para encontrar un atajo “inteligente” al poder, aunque sobre esto aprendió mucho de Pablo Iglesias. El caso más claro fue cuando escindió Podemos por la derecha para crear Más Madrid y luego Más País. El grupo de Errejón se integró con armas y bagajes en el sistema, de la mano de SUMAR y Yolanda Díaz; entraron al gobierno y avalaron políticas reaccionarias, como el apoyo al imperialismo occidental en la guerra de Ucrania.
El sistema tiene muchos mecanismos para corromper a los dirigentes oportunistas de la izquierda: cargos públicos bien remunerados, moquetas y alfombras 24 horas al día, restaurantes caros, invitaciones a fiestas reservadas, contacto íntimo con periodistas y personajes de la farándula, una red de aduladores, etc. Viven en una atmósfera artificial que los coloca en una posición de endiosamiento donde todo parece estar a su alcance, con solo desearlo. El resultado es conocido.
Pero si vergonzoso es el comportamiento de Errejón, ¿qué decir de la cúpula de SUMAR y Más País? Sin base militante, estos grupos solo podían apostar al carisma de Errejón y Yolanda Díaz para acceder a cargos públicos. Ahora se sabe que conocían hace tiempo el comportamiento de Errejón, y lo taparon. No hay, por tanto, ninguna diferencia política y moral entre Errejón y la cúpula de SUMAR. Todos participan de la misma concepción política e integración en el régimen político burgués.
A corto plazo, el caso Errejón tendrá un efecto desmoralizador en la base de la izquierda, pero también ejercerá un efecto terapéutico, de desconfianza en los políticos socialdemócratas arribistas que hocican en las pocilgas del sistema.
La parte más sana e inquieta de la juventud y de la clase trabajadora verá esto como parte de la podredumbre del régimen. Verá reforzada su convicción de que necesitamos organizaciones revolucionarias que busquen terminar con el medro personal y propongan una transformación radical de la sociedad.