Bicentenario, Revolución, Socialismo (X): De la primavera alfonsinista a la hiperinflación

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La caída de la dictadura, tras el fracaso de la aventura militar en Malvinas, dejaba un país postrado, endeudado y con las organizaciones sociales y sindicales muy debilitadas. Hay que recordar que la brutal represión había descabezado al movimiento de masas que protagonizó el proceso de alza revolucionaria de 1969 a 1975, y se había ensañado particularmente con los dirigentes de base.

El movimiento obrero había comenzado a recomponerse un tiempo antes y presionaba a la dirigencia de la CGT donde, desde el grupo de los 25 y la CGT de calle Brasil, había llamado a la lucha y a exitosas protestas como las del 7 de noviembre de 1981 (en la iglesia de San Cayetano) y del 30 de marzo de 1982 (con una huelga general). Pero este proceso fue desviado temporalmente por la guerra de Malvinas -un manotazo de ahogado de la dictadura que comenzaba a verse superada por la crisis económica y la creciente resistencia popular.

Frente a las dificultades para recobrarse (por parte de la clase obrera y los sectores populares) de la profunda derrota y de las maniobras patrioteras de la dictadura, los viejos aparatos partidarios reaparecen levantando reivindicaciones democráticas muy sentidas por las masas, cansadas de la represión militar. Buscan, para la incipiente recuperación del movimiento, una salida controlada dentro de los márgenes de la vieja Constitución liberal de 1853, a la vez que negocian con la Junta la retirada de los militares. Estos se dictan una autoamnistía por los crímenes durante la dictadura que sería aceptada por gran parte de la dirigencia política.

Alfonsín llega al gobierno

Dentro de la Multipartidaria (integrada por el PJ, la UCR, el MID, la DC y el PI) se destaca el proceso de renovación radical encabezado por Raúl Alfonsín que derrota en las internas al ala conservadora de Perette, Contín y De la Rúa. La UCR era el viejo partido de las clases medias que desde hacía varias décadas había sido vehículo de los sectores dominantes para la administración estatal, ya sea por medios electorales o en su colaboración con regímenes militares.

En la campaña electoral Alfonsín recorre el país, pueblo por pueblo, con promesas: ¨Con la democracia se come, se cura, se educa¨ y cierra sus discursos recitando el Prólogo de la Constitución. Se hace eco de las expectativas democráticas y de mejoras en las condiciones de vida de las masas, castigadas por las políticas represivas y de entrega de la economía nacional a los sectores privilegiados autóctonos y a las finanzas y empresas transnacionales. En las elecciones de octubre de 1983 derrota con un 53% a un PJ dominado por su ala derecha (Luder, Bittel, Saadi, Herminio Iglesias…) que así y todo retiene el apoyo de un sector de los trabajadores y consigue el 40%. Tercero resulta el Partido Intransigente, con un perfil latinoamericanista y de izquierda, surgido de una ruptura de la UCR décadas atrás y que despierta en ese momento cierta adhesión en la juventud.

Empujado por las masas, el gobierno de Alfonsín comienza a tomar algunas medidas reformistas. Se impulsan los juicios a las juntas militares, se firma la paz con Chile por el conflicto del canal de Beagle y se vive en un ambiente de libertades desconocido por años. En la universidad también primerea el radicalismo en la organización juvenil y, basado en la agrupación Franja Morada, se crea una importante base militante.

En el área económica, el ministro Grinspun intenta maniobrar con cierto grado de autonomía respecto a los grandes poderes internos y de la banca y empresas transnacionales. Con el control de las tarifas públicas y del crédito se consigue una cierta y lenta mejora en los ingresos populares. En ese clima de libertades y optimismo se vive una primavera cultural, con importantes expresiones populares en el teatro, el cine y la música (rock nacional, folclore, tango). Aunque ese clima le alcanza a la UCR para ganar las elecciones parlamentarias de 1985, pronto se comienzan a ver las limitaciones del gobierno de Alfonsín.

Por su parte el peronismo comienza su renovación, que crea expectativas populares, con figuras como Antonio Cafiero, Grosso, Manzano, De la Sota, etc. que conseguirían muchas gobernaciones y legisladores en 1987. Pero su rápida domesticación por parte del sistema político, subordinado a las presiones e intereses de los poderosos, hace que pierda en pocos años el apoyo que había concitado.

Crisis económica y levantamientos militares

El esfuerzo fiscal del gobierno para mantener tarifas y créditos baratos, en una economía fuertemente endeudada y muy expuesta externamente, conducía a un importante déficits que se buscó aliviar con la devaluación de la moneda. Pero esto erosionaba todos los modestos logros conseguidos. Los precios de los productos primarios exportables eran bajos en el mercado internacional y la crisis en EEUU reducía las posibilidades de obtener créditos e inversiones externas. Desesperado, el ministro Grinspun amenaza con una moratoria en los pagos de la deuda externa. Pero pierde la pulseada con los poderes económicos y es reemplazado por Sourrouille, con un perfil mucho más dócil hacia ellos.

Por su parte los militares resisten la extensión de los enjuiciamientos por la represión, con una serie de pronunciamientos. El más importante -el levantamiento de Semana Santa de 1987 encabezado por Aldo Rico- marca el comienzo del retroceso gubernamental en esta materia. El presidente Alfonsín prefiere ceder a las demandas y frenar los juicios antes que apoyarse en las impresionantes movilizaciones de masas que reclaman justicia contra los represores. Con su famosa frase: ¨Felices Pascuas!…, la casa está en orden¨ desmoviliza a la multitud reunida en las principales plazas del país dispuestas a defender los avances alcanzados. Pero Alfonsín no está solo en esta agachada, un amplio arco político queda involucrado: gran parte del peronismo, la derecha y la centroizquierda lo acompañan en la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que garantizaban la impunidad para miles de represores.

La CGT, bajo la dirección de Saúl Ubaldini, se ve empujada a convocar huelgas contra el deterioro en las condiciones de vida de los trabajadores. El gobierno reacciona atacando al poder sindical pero fracasa en su intento de ponerle límites legales. La convocatoria a trece huelgas generales dificulta la implementación de los ajustes pero fundamentalmente sirve para descomprimir periódicamente el descontento obrero y popular. La dirigencia cegetista prioriza la defensa de su lugar como factor de presión y carece de perspectivas políticas.

En los sectores de izquierda se destacan en ese momento los intentos de unidad (Frente del Pueblo e Izquierda Unida) entre el Partido Comunista -que venía de apoyar acríticamente al PJ- y la exitosa experiencia del MAS que, con la figura transparente del abogado de DDHH Luis Zamora, venía denunciando la necesidad de desconocer la deuda externa. Zamora llegaría a ser electo diputado nacional, pero estas experiencias se irían frustrando a partir de todo tipo de errores propios, la disgregación del MAS tras la muerte de Nahuel Moreno y por la ofensiva ideológica reaccionaria a partir de la caída de la URSS y los países estalinistas del este europeo.

Las crisis se suceden y desembocan en hiperinflación

Los sucesivos intentos de estabilización de la economía tienen cada vez menos éxito. Si con el plan Austral de 1985 el gobierno consiguió unos meses de respiro, ya el plan Primavera en 1988 fue dudoso y los intentos posteriores fueron rotundos fracasos que se llevaron puestos a varios ministros. En una economía desindustrializada, dominada por los sectores primarios, las finanzas y el comercio exterior, hacía falta una acción enérgica de un gobierno que se basara en la movilización y la participación obrera y popular para poder recuperar las herramientas de control de la economía: nacionalizar la banca, el comercio exterior, desconocer la deuda externa, recuperar la industria, etc.

Contrariamente a esto el gobierno fue subordinándose más y más ante el poder económico interno (capitanes de la industria, sector financiero, oligarquía agroganadera) y externo (organismos de crédito, exportadores, bancos y grandes transnacionales). En esos años comienza la integración capitalista con Brasil, Uruguay y Paraguay que se transformaría en el Mercosur.

Los sucesivos ¨planes¨ económicos internos contenían promesas repetidas: de pago de la deuda externa, ajuste en el gasto público, estabilidad monetaria (posterior a fuertes devaluaciones), aumento de exportaciones, facilidades al sector financiero a cambio de préstamos y congelamientos salariales para promover inversiones que nunca llegaban. Las renegociaciones de la deuda externa, nunca investigada, la hacían crecer de manera alarmante.

Estas medidas recurrentes le quitaron rápidamente el apoyo popular al gobierno, lo que hizo que el poder económico le soltara la mano porque ya no le servía para contener a las masas y porque su voracidad exigía más y más. En 1989 el gobierno enfrenta maniobras especulativas, corridas bancarias y diversos aprietes del poder económico que provocan altos picos hiperinflacionarios, además de una crisis energética por falta de inversiones en el sector. Alfonsín se ve obligado a adelantar las elecciones y la entrega del gobierno al vencedor, Carlos Saúl Menem, en medio de un caos de descontento social, con huelgas, protestas y saqueos de supermercados.