Hemos pasado días de acentuada propaganda religiosa. Todas las cadenas televisivas del mundo, toda la prensa escrita -incluida la “seria”-, han abrumando a la gente con horas y horas de propaganda papal. Hemos pasado días de acentuada propaganda religiosa. Todas las cadenas televisivas del mundo, toda la prensa escrita -incluida la "seria"-, han abrumando a la gente con horas y horas de propaganda papal.
El marxismo explica que la dominación de la clase capitalista no se sustenta tan sólo en el aparato represivo del Estado, sino también en la opresión ideológica y espiritual. La Iglesia católica nunca ha defraudado en ese sentido.
Financiada por los capitalistas, ha nutrido de fundamento ideológico y justificación teológica a la explotación del hombre por el hombre. Siempre dispuesta a respaldar activamente a la burguesía en cualquier rincón del mundo contra los que han osado rebelarse, la Iglesia Católica ha constituido la espada espiritual del capital.
La dependencia financiera de la Iglesia Católica del capital financiero es notable: "El papado se mantiene con ganancias de unos 1.000 millones de dólares en acciones, bonos y bienes raíces … Si bien se benefició en los "90 con el boom de los mercados de valores y un dólar fuerte, las pérdidas en el comercio de divisas le generaron una pérdida de 9,6 millones de euros (12,1 millones de dólares)" (Clarín, 13 de abril). Estos hipócritas que se llenan lo boca denunciando al "capitalismo salvaje" para engañar a las masas, son partícipes de las prácticas del mismo, con la secuela de miseria, pobreza y hambre que conocemos.
El Nuevo Testamento describe cómo Jesucristo expulsó a los mercaderes del Templo con un látigo en la mano. Para humillación e insulto de millones de genuinos creyentes católicos estos modernos mercaderes no sólo retornaron al Templo sino que emplean ese mismo látigo contra todo lo que hay de vivo, honesto, avanzado y progresista dentro de la Iglesia católica y la sociedad.
Juan Pablo II: servidor de los poderosos
Los 28 años de pontificado de Juan Pablo II se caracterizaron por una involución de todos los aspectos de la vida eclesial. La figura de Juan Pablo II está siendo cubierta con la púrpura del elogio y la adulación más empalagosa. Un hombre al que sólo los más poderosos del planeta pueden guardar gratitud.
Su ascenso a la máxima dignidad pontificia fue una estrategia planificada y dirigida militarmente por el Opus Dei y el imperialismo. Hace años el diario norteamericano The Washington Post ya filtró la noticia de que la CIA había instado a los cardenales norteamericanos para que votaran por Wojtyla. El difunto Papa dio forma a su perfil ideológico: la Iglesia debía fundirse con el Estado, actuando en todas las esferas de la vida civil, siempre desde una óptica ultra conservadora; en materia teológica, abandonó de la apertura del Concilio Vaticano II y fue una vuelta al tradicionalismo; máxima jerarquización y autoritarismo en la vida interna de la Iglesia; rechazo de los derechos democráticos de la mujer (divorcio, aborto) y de los homosexuales; y por encima de todo, una visceral actitud antisocialista que lo acompañaría hasta la tumba.
Juan Pablo II combatió encarnizadamente a aquellos sectores de la Iglesia que reivindicaban una acción enérgica contra la injusticia social y la explotación de clase. Los sectores más avanzados de la Iglesia, agrupados en la Teología de la Liberación, fueron blanco del castigo papal y de la furia inquisitorial del entonces Cardenal Ratzinger, hijo de un policía y encumbrado a la máxima prefectura de la Congregación de la Fe, heredera del Santo Oficio y el Tribunal de la Santa Inquisición, y hoy (¡Oh casualidad!) nuevo Papa.
Centenares de sacerdotes que vivían cotidianamente la penuria de millones de desheredados fueron condenados al silencio y empujados fuera de la Iglesia, como en el caso del franciscano brasileño Leonardo Boff.
Por aquel tiempo Carol Wojtyla actuó como un auténtico servidor de los intereses del imperialismo norteamericano en América Latina. No tenía empacho en visitar y dar de comulgar a dictadores genocidas como Pinochet y Videla, al tiempo que en Nicaragua condenaba la revolución sandinista por atea, reprendía al sacerdote y ministro de cultura Ernesto Cardenal, o censuraba las pastorales del obispo salvadoreño Monseñor Romero, que luego fue asesinado por escuadrones de la muerte.
Ratzinger: un Para ultrarreaccionario
El nuevo Papa, Joseph Ratzinger, que tomó el piadoso nombre de Benedicto XVI, fue la mano derecha de Juan Pablo II durante su mandato y el principal ideólogo del Vaticano.
Será difícil encontrar un ejemplo más escandaloso en la historia de la Iglesia Católica donde la elección de un nuevo Papa haya sido tan descaradamente digitada. El núcleo dirigente de la curia romana (y detrás de ella el imperialismo) no quería sorpresas. Para predisponer a favor suya a los creyentes católicos y promocionarlo popularmente, aprovechando la cobertura de prensa y TV ante cientos de millones de personas en todo el mundo, a Ratzinger le fueron asignados la celebración de la misa de entierro de Juan Pablo II y pronunciar el oficio religioso ante el conjunto de los cardenales, previo al inicio del Cónclave, donde se deleitó en atacar al marxismo y al ateismo. Todo un programa de gobierno.
Sin embargo algo falla en este montaje: las masas no llenaron las calles, si exceptuamos la Plaza de San Pedro en Roma. Las imágenes de las vigilias y de la celebración por el nuevo Papa han sido más bien pobres, poco nutridas, un tanto deslucidas. La proclamación del nuevo Papa fue recibida con estupor por millones de católicos que anhelaban una apertura de la Iglesia a posiciones más progresistas.
Los trabajadores con conciencia de clase, que aspiramos al paraíso en la tierra, que sufrimos la explotación y el escarnio de este sistema inhumano, contemplamos la muerte y elección de ambos papas con otro prisma muy diferente al de nuestros explotadores. No podía ser de otra manera.