Balance y perspectivas después de los resultados de las elecciones Legislativas 2025

Los resultados de las elecciones legislativas del domingo 26 de octubre mostraron qué lejos está la resolución de la profunda crisis social, económica y política que hunde a millones de trabajadores y trabajadoras. Lejos de significar una recuperación del régimen, la victoria coyuntural de La Libertad Avanza (LLA) constituye un mero espejismo. Detrás de esa fachada electoral, que a primera vista parecía inesperada, se esconde una agudización de las contradicciones que atraviesan al conjunto del sistema y que preparan inevitablemente nuevas luchas y estallidos en el terreno de la lucha de clases.

En nuestro artículo previo a las elecciones señalamos que: “Está claro que la crisis política y financiera que afecta a todo el régimen político no se solucionará con las elecciones; al contrario, tenderá a empeorar, aumentando la inestabilidad política.”

Para los marxistas, no se trata de reír ni de llorar, sino de comprender, para sacar las conclusiones correctas que nos permitan reflexionar sobre las tareas que tenemos por delante los comunistas.

Los resultados

En las elecciones de 2025 se votó para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. Es decir, se pusieron en juego 127 bancas de diputados correspondientes a las veintitrés provincias más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y 24 bancas de senadores, correspondientes a siete provincias más CABA.

Con más del 40 % de los votos a nivel nacional, el oficialismo se impuso en 15 de las 24 provincias que renovaban sus representantes en Diputados y en 6 de las 8 que además elegían senadores. Estos resultados corresponden al escrutinio provisorio y podrían modificarse en el recuento definitivo, especialmente en aquellas provincias donde los márgenes fueron muy ajustados. La Libertad Avanza obtuvo 9.341.798 votos a nivel nacional, mientras que el Frente Patria y sus fuerzas aliadas sumaron entre 7.635.619 y 8.027.098 sufragios, según qué listas peronistas se incluyan en el conteo. En consecuencia, el conjunto del peronismo concentró entre el 31 % y el 34 % de los votos nacionales.

Con estos resultados, a partir del 10 de diciembre La Libertad Avanza podría alcanzar, junto a los diputados que quedan del  PRO y del radicalismo, la primera minoría en la Cámara de Diputados, lo que le otorgaría poder suficiente para blindar los vetos presidenciales. En el Senado, por su parte, La Libertad Avanza y el PRO sumarán en conjunto 24 escaños, un número que podría ser necesario para sostener los vetos presidenciales o esquivar un juicio político.

Si bien Milei aumenta su apoyo parlamentario, todavía tendrá que negociar apoyos.

El FITU concentró la mayoría de los votos de izquierda con 897.063 sufragios. Política Obrera obtuvo 28.387 y Nuevo MAS 47.501. En bancas, retrocede de 4 a 3: pierde la de Vilca (Jujuy), renueva Del Caño y Del Plá (Buenos Aires) y gana la de Myriam Bregman en CABA.

Provincias Unidas (alianza de gobernadores, como Schiaretti, Llaryora, Valdés, etc.) lejos estuvo de romper la polarización LLA-peronismo sacando 1.701.877 de votos, un 7,4 % aproximadamente.

La Libertad Avanza fue la única fuerza política que logró presentar listas en los 24 distritos electorales del país, consiguiendo que el sello violeta figurara en todas las boletas, incluso allí donde existían alianzas con sectores del PRO u otras expresiones locales. De este modo, LLA presentó una marca política unificada en todo el territorio, mientras que el peronismo debió adaptarse a realidades provinciales con sellos diversos. Esta homogeneidad reforzó la estructura nacional de la derecha liberal que se articula en torno a la figura de Javier Milei. El PRO prácticamente dejó de existir fagocitado por La Libertad Avanza.

Crisis de régimen, el que se vayan todos silencioso

La victoria de Milei le sirve al gobierno para ganar tiempo frente a un programa económico que depende, como un adicto, del financiamiento externo en dólares. Fue el rescate de Trump y Bessent, justo cuando una corrida cambiaria, la fuga de capitales, el riesgo de default inminente y las denuncias por corrupción y financiamiento del narcotráfico amenazaban con desatar una crisis terminal, lo que impidió que este gobierno se derrumbara.

Por eso mismo, los capitalistas respondieron con euforia cuando se dieron a conocer los resultados. Milei tenía un triunfo que ofrecerle a Trump y por lo tanto los dólares llegarían para salvar los negociados de un puñado de banqueros y especuladores y mantener al gobierno a flote.

Pero este “contundente triunfo” de LLA esconde una profundización de la crisis del régimen político de conjunto. ¿Por qué decimos esto? Porque alrededor de doce millones de personas no fueron a votar en estas elecciones, lo que representa la mayor abstención registrada en unos comicios legislativos desde la recuperación de la democracia burguesa. Este fenómeno no surgió de la nada, el ausentismo fue acumulándose durante todo el proceso electoral del año. En las elecciones provinciales de 2025, la participación promedio apenas alcanzó el 58 por ciento del padrón, casi veinte puntos por debajo del promedio histórico desde 1983. En las legislativas nacionales de octubre, la concurrencia apenas superó el 67 por ciento, confirmando una tendencia que expresa el hartazgo social y la desconfianza hacia todas las variantes del régimen. El gran ganador de esta elección fue el ausentismo. 

La baja participación revela un rechazo masivo a una política dominada por los mismos sectores responsables de la crisis y demuestra que amplios sectores de la clase trabajadora y la juventud ya no se sienten representados por ninguno de los partidos del régimen y pierden sus ilusiones en las instituciones de la democracia burguesa.

Las crisis profundas del régimen político abren etapas de bruscos virajes y desplazamientos en las que el viejo orden pierde estabilidad a medida que amplios sectores de las masas comienzan a rechazar las instituciones que lo sostienen. Los miopes reformistas y los burócratas en los sindicatos culpan a los trabajadores de su supuesto atraso. Así intentan excusarse y borrar su propio papel pernicioso. Pero lo que en realidad revela esta actitud es la desesperación de una clase trabajadora sometida a un ataque constante a sus condiciones de vida desde hace más de una década y la ausencia total de una alternativa de izquierda capaz de canalizar su bronca, su rabia y su frustración contra el régimen capitalista. Los giros bruscos y repentinos están implícitos en toda la situación y surgen precisamente de la falta de una dirección revolucionaria que pueda ofrecer una salida consciente a la crisis.

¿Qué pasó? 

En principio, el resultado fue imprevisto para el propio gobierno, que pronosticaba una derrota por pocos puntos. 

Han circulado innumerables balances que intentan explicar lo sucedido apelando a intrincadas elucubraciones, pero analizando detenidamente la situación política se pueden extraer conclusiones claras.

Por un lado, el “efecto Trump” jugó un papel favorable para el gobierno. Las divisas aportadas por el Tesoro norteamericano permitieron sostener parcialmente el dólar, evitando que uno de los principales activos políticos de Milei, la desaceleración de la inflación, se desmoronara antes de las elecciones. Por otro lado, el propio Trump y los medios oficialistas alertaban sobre el caos económico y financiero que se desataría si el gobierno no ganaba los comicios. “Si Milei pierde, no seremos generosos con Argentina”, declaró el presidente norteamericano. 

El miedo a que la crisis económica se profundizara ante una posible caída del gobierno se combinó con un aglutinamiento del voto antiperonista alrededor de Milei, especialmente después de la victoria del peronismo en las elecciones bonaerenses de septiembre. Esto explica el aumento de la polarización que barrió con las opciones del centro político y giró todo el escenario en torno a la disputa entre La Libertad Avanza y Fuerza Patria.

En parte, el triunfo oficialista se debió más a las carencias del peronismo que a las virtudes del gobierno. Fuerza Patria no fue capaz de levantar un programa enfocado en revertir los ataques de Milei porque no lo tiene, por lo tanto su campaña se concentró en repetir “Frenemos a Milei”, sin ofrecer ningún contenido político real más allá de esa consigna vacía, que solo reflejaba la impotencia de quienes defienden la conciliación de clases para dar una respuesta de fondo a la crisis.

La interna peronista 

Desde 2015, el peronismo viene retrocediendo elección tras elección. Solo tuvo un respiro en 2019, cuando el Frente de Todos canalizó el rechazo al macrismo y volvió al gobierno con más de doce millones de votos. Pero desde entonces la caída fue constante: en 2021 perdió casi seis millones de sufragios, en 2023 Sergio Massa apenas superó los nueve millones y medio en la primera vuelta, aunque repuntó a once millones y medio en el balotaje, y en 2025, bajo el sello Fuerza Patria, descendió a poco más de siete millones. Si se suman sus aliados peronistas, alcanzó alrededor de ocho millones de votos. Mientras el padrón crece y cada vez vota menos gente, su base electoral se achica. El retroceso es evidente; el peronismo ya no logra contener la bronca ni intentar representar a los trabajadores como lo hacía antes.

El retroceso del peronismo no es casualidad, sino la consecuencia directa de su intento por conciliar dos clases con intereses irreconciliables: la burguesía y la clase trabajadora. Es imposible quedar bien con dios y con el diablo, y menos en una situación de profunda crisis capitalista mundial. Querer armonizar los intereses opuestos del capital y del trabajo conduce inevitablemente a un callejón sin salida. Lo que fracasó no fue la clase obrera, sino una dirección política que, en nombre de la “unidad nacional”, subordinó los intereses de los trabajadores a los del gran capital. Así, tanto durante el macrismo, que endeudó y entregó el país, como bajo los gobiernos del Frente de Todos, que por otros medios continuaron el ajuste, se mantuvo la misma orientación al servicio de los banqueros, el FMI y los capitalistas, alejándose cada vez más de las necesidades y aspiraciones reales de las masas trabajadoras.

El golpe electoral del 26 de octubre no solo confirmó la crisis del peronismo, sino que la profundizó desde dentro. Los malos resultados abrieron una guerra a cielo abierto en el seno de la fuerza. Cristina Kirchner apuntó directamente contra el gobernador Axel Kicillof por la estrategia de desdoblar los comicios en Buenos Aires, calificándola de “error político” y señalándolo como responsable de la derrota.

La fractura del PJ está implícita en esta interna a cielo abierto.

La crisis en la que está hundida la dirigencia peronista, producto de las políticas de ajuste que aplicó en los últimos gobiernos, se agrava a medida que se profundiza la crisis del capitalismo. Su agotamiento político es evidente, cada intento de reciclarse choca con el hartazgo de las masas. Solo la ausencia de una alternativa de izquierda con autoridad de masas le permite seguir sobreviviendo, aunque cada vez con menos fuerza y credibilidad.

La izquierda 

En las elecciones legislativas de octubre de 2025, el FIT-U obtuvo el 3,89 % a nivel nacional, unos 897 000 votos. Aunque conserva bancas en el Congreso, el resultado está lejos de los 1,3 millones alcanzados en 2021 y apenas por encima de los 780.000 de 2023 (2,7 %). En la provincia de Buenos Aires retrocedió del 7 % en 2021 (casi 600.000 votos) al 5,03 % en 2025 (438.000 votos), perdiendo alrededor de 160.000 sufragios en cuatro años. Sin embargo, mejoró respecto a 2023, cuando había obtenido un 4,5 % (400.000 votos), ganando cerca de 38.000 votos más y superando también su desempeño en las elecciones provinciales de septiembre, donde había sumado 355.796. En la Ciudad de Buenos Aires creció levemente, del 7,7 % al 9 %, en un contexto de menor participación electoral.

Estos números muestran un estancamiento político: el FIT-U conserva una base militante firme y una presencia electoral en todo el país, pero no logra transformarse en una alternativa de masas ni conectar con el malestar generalizado contra el régimen político. Su retroceso revela los límites de una estrategia que, al centrarse en el terreno electoral, no consigue canalizar el descontento creciente con todo el sistema capitalista hacia una perspectiva revolucionaria y de independencia de clase. Solo una orientación política de ese tipo podría ofrecer una salida de clase frente al fracaso de la derecha y del peronismo.

En nuestros escritos veníamos señalando la necesidad de que la izquierda cambie su enfoque y oriente la agitación electoral hacia una perspectiva de poder obrero, que debía erigirse como una oposición revolucionaria consecuente, impulsando la lucha de clases en los lugares de trabajo y en la calle, apoyándose en las ideas del marxismo y explicando que solo derrocando a los capitalistas se puede derrotar al ajuste de Milei, al FMI y al imperialismo. Una campaña de ese tipo debía ligarse a las reivindicaciones más urgentes de nuestra clase: trabajo, alimento, vivienda, educación, mejores salarios y condiciones laborales, pero siempre vinculándolas a la necesidad de que la clase trabajadora tome el poder como medio para conquistar esas mismas demandas.

Debemos explicar pacientemente que para que nuestras justas demandas se consigan y se mantengan, los trabajadores debemos plantearnos la tarea de derrocar todo el sistema mediante la revolución socialista.

Si queremos una sociedad digna debemos declarar la guerra al sistema capitalista y a sus cómplices políticos en todos los partidos. Ese es el programa que necesita la izquierda para desmantelar la base social y política de los demagogos y charlatanes reaccionarios de La Libertad Avanza, del peronismo, del PRO, de la UCR y del conjunto de los partidos del régimen, que en distinto grado avalan, facilitan o toleran, en nombre de la gobernabilidad, las políticas que hoy golpean a la clase trabajadora.

Solo así, desde la izquierda, podremos forjar un partido revolucionario capaz de llevar a la clase obrera a la victoria.

¿Qué hacer?

El gobierno prepara una nueva ofensiva contra la clase trabajadora. A través de las reformas laboral y previsional busca institucionalizar la súper explotación, eliminando indemnizaciones, extendiendo la jornada laboral y facilitando los despidos, mientras aumenta la edad jubilatoria y reduce los haberes. A estas medidas se suman los recortes en salud, educación y ciencia.

Aunque el gobierno obtuvo una victoria coyuntural que lo fortalece temporalmente, está atravesado por profundas internas que generan tensiones y dificultan mostrar la gobernabilidad que necesita para aplicar su plan de ajuste. Las disputas entre Karina Milei y Santiago Caputo tras los cambios de gabinete profundizaron la guerra fría dentro del oficialismo, evidenciando su fragilidad y la falta de cohesión de un régimen sostenido artificialmente por el capital financiero. 

Estas contradicciones se expresan también entre el núcleo ultraliberal que responde a Milei y Caputo y los sectores más pragmáticos de los restos del PRO y los gobernadores, que discuten cómo sostener la gobernabilidad en medio de una crisis social y económica cada vez más profunda. La situación de las familias trabajadoras es desesperante: los ingresos caen, aumentan los despidos y el endeudamiento, mientras la inflación, medida de forma artificial por los organismos oficiales, ya ronda el 2 por ciento mensual y la presión sobre el dólar sigue deteriorando las condiciones de vida. Milei te dice que bajes el sueldo o soportes el ajuste para “crecer”, pero los que crecen son Techint y Mercado Libre y los especuladores financieros. ¿Y vos? Seguís pagando el ajuste.

Los préstamos de Trump y Bessent no son ayuda, son un nuevo grillete. Cada dólar que entra ata más al país al carro de Estados Unidos, una potencia imperialista en decadencia relativa, con una política económica proteccionista que compite directamente con las exportaciones agroindustriales argentinas. Milei subordina el país a esa potencia, renunciando incluso a negociar entre las distintas bandas imperialistas en busca de un mejor acuerdo, como hacen las burguesías de Brasil, Colombia o Ecuador. Así coloca a la Argentina en la línea de fuego del conflicto interimperialista y la pone al servicio del capital financiero norteamericano.

En esta nueva etapa, la clase dominante intentará profundizar su ofensiva contra los trabajadores a través de sus partidos, impulsando las contrarreformas que ansía desde hace años y que hasta ahora no pudo aplicar. Buscan consolidar un régimen más autoritario al servicio de los grandes empresarios y del capital financiero. Pero semejante ataque no pasará sin respuesta: estas medidas provocarán inevitablemente un movimiento masivo de resistencia.

Aun así, este movimiento se encuentra condicionado por la pasividad y la subordinación de la dirigencia sindical. La CGT y la CTA están atadas a distintos sectores del peronismo, lo que ha permitido que el gobierno de Milei avance con sus ataques sin enfrentar una oposición real desde el movimiento obrero organizado. Esta pérdida de independencia política paraliza la lucha, diluye la fuerza de la clase trabajadora y la somete a los intereses de una burocracia que teme más a la movilización desde abajo que al propio gobierno. 

Las masas han demostrado en este último período que no están dispuestas a resignarse. A pesar de la pasividad de sus direcciones, las masas trabajadoras luchan como pueden y con los medios que tienen a mano: protagonizan huelgas, cortes, piquetes, movilizaciones y toda forma de lucha que expresa el descontento acumulado. Cada una de estas acciones, aunque aisladas, refleja la enorme energía latente de la clase trabajadora, que busca abrirse camino frente a la miseria y los ataques constantes del gobierno y los capitalistas.

Esa independencia política debe traducirse en un programa concreto de acción. La izquierda debe organizar a los sectores más avanzados en los lugares de trabajo, de estudio y en los barrios, construyendo organismos de lucha capaces de articular huelgas, cortes y movilizaciones en torno a una plataforma mínima que defienda salarios, empleo y jubilaciones, y que plantee la expropiación sin pago de los grandes capitales responsables del saqueo. A eso deben sumarse medidas urgentes como la cláusula gatillo que actualice los salarios, las jubilaciones y las prestaciones sociales con la inflación; la congelación de los alquileres y la expropiación de las viviendas vacías en manos de grandes propietarios; la renacionalización sin pago de las empresas de luz, gas y agua bajo control de trabajadores y usuarios para garantizar tarifas justas y servicio para todos; la nacionalización bajo control obrero de toda empresa que cierre o despida; y el no pago de la deuda externa. También es fundamental organizar la autodefensa obrera y popular frente a la represión estatal, para garantizar el derecho a la protesta y defender las conquistas bajo ataque.

Un programa así puede unir las demandas más sentidas de la clase trabajadora, de las mujeres y de la juventud, en la perspectiva de una huelga general política y un gobierno propio. Solo así podremos transformar el hartazgo en dirección política y abrir el camino hacia una perspectiva revolucionaria. 

Una parte importante de la juventud decidió no votar, no por desinterés, sino porque siente que este sistema no tiene nada que ofrecerle. Es una generación marcada por la precariedad, el desempleo y la frustración, pero también por la voluntad de cambiarlo todo. Necesita una causa por la cual luchar. Esa causa existe: es la lucha por el comunismo, por una sociedad donde valga la pena vivir. 

Destruir este Estado capitalista y construir un poder obrero revolucionario es la única línea para la victoria y la única manera de poner fin al ajuste permanente.

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