Apuntes sobre el narcotráfico a la vuelta de la esquina en cualquier ciudad de Argentina

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La industria del narcotráfico no es una plaga bíblica ni ninguna manifestación sobrenatural. Tiene causas concretas, materiales para su desarrollo y para inficionar en todos los planos de la sociedad.

Es creatura a imagen y semejanza de su creador, el sistema capitalista. Un sistema que basa su decrépita existencia en la superexplotación de las mayorías y en la ganancia ilimitada de un puñado de capitalistas.

Y las formas del narcotráfico no son muy diferentes, en todo caso están llevadas hasta sus últimas consecuencias.

El narcotráfico no es más que una industria (producción y tráfico) y actividad financiera de alta rentabilidad que no sólo cuenta con el beneplácito y la complacencia de las fuerzas de seguridad, sino también de comerciantes, industriales, políticos y jueces.

Y hasta comparte el hecho se ser una “industria” globalizada, que penetra en cada poro de la sociedad en cada rincón del planeta.

El emponzoñamiento de la “lógica narco” en la sociedad es una copia de la “lógica neoliberal de los ’90″, donde la individualidad, el sálvese quien pueda, la plata fácil y rápida, la inmediatez, la inimputabilidad, la mercantilización y la objetivación del sujeto llegó a los límites nuevamente de la esclavitud.

Tan patético puede ser, que hasta los narcos ranquean en la revista Fortune.

Los narcos no son una “mala copia” del puñado de capitalistas que ostentan la mayoría de la riqueza. A lo sumo, han desgarrado el velo de la hipocresía en que se basa un sistema de explotación y de dominación política. A lo sumo, son la expresión más exacerbada de la miseria de una clase.

Como contrapartida, están los usuarios de esas drogas. Esta particular mercancía, como toda necesidad creada por el capitalismo, intenta borrar, ocultar la desigualdad, la imposibilidad, anestesiar la mente y el sufrimiento. Sufrimiento de largas horas de explotación en una fábrica y de sentir que el cuerpo se doblega a tanta fatiga, sufrimiento de sentir que el esfuerzo se disipa en un salario miserable, sufrimiento ante el arrebato del futuro, de una bandera.

Y esta particular mercancía, cada vez más cercana a la industria sintética, a la artificialidad de la moda y del gusto, es inoculada intencionalmente para acallar las corrientes de rebeldía que vuelven a asomar, al menos en estas latitudes.

Pero las políticas contra el uso de drogas ilícitas no buscan impedir el consumo, sino que éste sea estigmatizado, asociándolo a la delincuencia o la patología, nutriendo discursos morales, subsidiarios de políticas represivas.

Son las condicionantes sociales las que empujan a un consumo compulsivo. Las sustancias no poseen ningún poder omnipotente, porque tiene que haber condiciones subjetivas y sociales para que alguien caiga en una adicción.

El narcotráfico, también es funcional a un Estado o, por lo menos a un sector del Estado, que pretende acallar cualquier voz en disidencia para garantizar el statu quo.

Pero contamos con víctimas. Los “soldaditos” funcionales a esta lógica, jóvenes de las barriadas, que pretenden ascender socialmente siendo parte de una banda y sintiéndose parte de un colectivo que los protege. Contamos con víctimas de la dependencia y la enajenación que signfica depender de una sustancia “legal o ilegal” para soportar la cotidianeidad y su mañana. Contamos con víctimas que levantan banderas de futuro, de otra sociedad posble, que son arrebatados en la vorágine de una bala.

Pero esto no se trata de uróboros. Las fuerzas que pugnan por una sociedad solidaria, por una sociedad donde estén garantizadas las aspiraciones más elementales de trabajo, salud, educación, vivienda, ocio, no puede tolerar que le arrebaten su futuro.

Necesita implementar políticas urgentes para limitar el avance de la industria del narcotráfico en este contexto, al mismo tiempo que lucha por la construcción de una nueva sociedad sobre nuevas bases.

Así, medidas como una mayor presencia del Estado en la barriadas, a partir de planes de educación para los adolescentes (que deberían ampliarse a los pequeños de 11 o 12 años), formación en un oficio (lo que debería ser acompañado de políticas de pleno empleo), depuración y democratización de las fuerzas de seguridad con control político civil, democratización de la justicia, y garantizar, bajo el control de los trabajadores de la salud, un plan nacional gratuito de atención a adicciones, sin medidas coercitivas ni compulsivas.

En resumen, medidas que limitan el tráfico ilegal de sustancias y lo penaliza, al tiempo que contiene y fortalece a una juventud que está comenzando a levantar sus propias banderas.