Se cumple este año el 75º aniversario del comienzo de la revolución española. Este evento histórico contiene enormes enseñanzas, por lo que un conocimiento detallado del mismo es importante para armar políticamente a la nueva generación de revolucionarios que luchamos contra la explotación capitalista. Se cumple este año el 75º aniversario del comienzo de la revolución española. Este evento histórico contiene enormes enseñanzas, por lo que un conocimiento detallado del mismo es importante para armar políticamente a la nueva generación de revolucionarios que luchamos contra la explotación capitalista.
A comienzos del siglo XX España era uno de los países más atrasados de Europa. El 70% de la población vivía en el campo y el 60% era analfabeta. La burguesía había llegado tarde al escenario histórico, de ahí el desarrollo desigual y combinado del capitalismo español, que reunía características semifeudales en el campo con un significativo desarrollo industrial en zonas como Cataluña, el País Vasco, Asturias, y en ciudades aisladas del interior. España, país imperialista débil, mantenía posiciones coloniales en el norte de África.
El joven proletariado español demostró desde el principio mucha combatividad, formando organizaciones de masas, como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE); y sindicatos como la Unión General de Trabajadores (UGT), socialista, y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), anarquista.
La burguesía española debía recurrir regularmente a golpes militares para mantener la estabilidad social, como la dictadura de Primo de Rivera de 1923.
En 1930 España fue golpeada por la crisis económica mundial, y los trabajadores y campesinos se lanzaron a innumerables huelgas y luchas. La monarquía estaba completamente desacreditada. En un último intento por sobrevivir, el rey Alfonso XIII cesó a Primo de Rivera.
En las elecciones municipales de abril de 1931 los partidos monárquicos sufrieron una derrota humillante y las masas se lanzaron a la calle exigiendo la proclamación de la república. La revolución española había comenzado.
La proclamación de la república
Para los capitalistas y terratenientes, la proclamación de la república no significaba más que un cambio cosmético para intentar contener la acometida de los millones de obreros y campesinos. Pero las masas buscaban en ella la satisfacción radical de sus reclamos: la tierra para los campesinos, terminar con la pobreza, el atraso y el analfabetismo.
En las elecciones legislativas de junio los republicanos burgueses “progresistas” y el PSOE obtuvieron la mayoría, formando un gobierno de coalición.
Los dirigentes socialistas consideraban que su cometido era ayudar a la burguesía a resolver las tareas democráticas pendientes: la reforma agraria, el desarrollo industrial, modernizar la sociedad, etc. Pero eso era incompatible con el mantenimiento del capitalismo porque la burguesía española estaba soldada al viejo orden reaccionario.
Sólo la clase obrera, tomando el poder con el apoyo del campesinado pobre, podía sacar al país del atraso emprendiendo medidas socialistas de expropiación. Incapaz de responder a las demandas de las masas, el gobierno enfrentó al movimiento obrero, desprestigiándose rápidamente.
La derecha comenzó a reagrupar su base social, aprovechando el desánimo y la frustración de los obreros y campesinos por la política procapitalista del gobierno republicano-socialista. En septiembre de 1933, el presidente de la república, Alcalá-Zamora, disolvió el Congreso y llamó a elecciones. La derecha, CEDA y republicanos moderados, obtuvo la mayoría.
La burguesía tenía claro que sólo a través de un gobierno fascista podía aplastar la revolución. Pero necesitaba tiempo para construir una base de apoyo más firme. Por eso, la CEDA (de simpatías fascistas) no ingresó al principio al gobierno, para evitar una reacción prematura de las masas.
La revolución de octubre de 1934
La derrota electoral y el avance del fascismo en Europa actuaron como un látigo en la conciencia de millones de obreros y campesinos. Esta radicalización afectó profundamente a las bases del PSOE y a su organización juvenil, las Juventudes Socialistas, que exigió la “bolchevización” del partido y la expulsión de los reformistas. Largo Caballero, dirigente del ala izquierda y presidente del partido, se declaró a favor de “la dictadura del proletariado”.
A mediados de 1934 surgen las “Alianzas Obreras”, un frente único de las organizaciones obreras para combatir al fascismo, con la excepción de la CNT que las tildó sectariamente de “hacer política”.
La burguesía no esperó más y en octubre la CEDA ingresó al gobierno. Los dirigentes socialistas reaccionaron declarando una huelga general revolucionaria muy mal organizada. Realmente, sólo pretendían asustar a la burguesía y obligar a la retirada de la CEDA del gobierno. Con la excepción de Asturias, donde se concentraba un proletariado minero poderoso, la huelga consistió en un paro laboral de varios días. Los dirigentes anarquistas de la CNT jugaron un papel pernicioso. Salvo en Asturias, se negaron a secundar el movimiento con la excusa de que era una “huelga política”.
La revolución asturiana del 34 fue una de las grandes gestas de la revolución española. Armados con cartuchos de dinamita, y bajo la consigna: “Unión Hermanos Proletarios” (UHP), los mineros tomaron el control de la región durante dos semanas. Pero la revolución quedó aislada y terminó aplastada a sangre y fuego por el ejército.
Sin embargo, el proletariado español, con la excepción de Asturias, no sufrió una derrota decisiva y sus fuerzas se mantuvieron casi intactas, haciendo fracasar el intento de la burguesía española de establecer una dictadura fascista.
Rápidamente el gobierno entró en crisis, conforme los trabajadores recuperaban la confianza en sus fuerzas. A fines de 1935 se convocaron elecciones anticipadas para febrero de 1936.
El triunfo del Frente Popular
El Partido Comunista era muy pequeño, debilitado por su política ultraizquierdista dictada por Moscú. Después del golpe de Hitler en Alemania, Stalin giró 180º fomentando los Frentes Populares, un frente único con la burguesía “democrática”, que fueron utilizados para frenar la lucha revolucionaria de los trabajadores.
Los trotskistas, agrupados en Izquierda Comunista, aunque defendían un programa socialista revolucionario consecuente, mostraban poca iniciativa. Trotsky, ante el giro a la izquierda de las organizaciones socialistas, recomendó a sus partidarios ingresar dentro de ellas para ganar a sus bases para una política bolchevique consecuente y evitar la penetración del estalinismo. Lamentablemente, adoptaron una actitud sectaria, prefiriendo unirse a una escisión del PC catalán, formando el Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM. Poco después, rompieron relaciones.
En febrero del 36, el Frente Popular (formado por socialistas, comunistas, el POUM y los republicanos “progresistas”) gana las elecciones con el apoyo extraparlamentario de la CNT que abandonó su tradicional boicot a las elecciones.
El programa del Frente Popular era reformista y ni siquiera contemplaba la expropiación de la tierra ni de la banca.
Desde el principio, las masas se lanzan a la acción directa. Asaltan las cárceles y liberan a los presos políticos, los campesinos toman la tierra, los obreros imponen la readmisión de los despedidos y se introduce el control obrero en algunas empresas. Entre febrero y julio de 1936 hubo 341 huelgas generales y sectoriales. Sólo en los primeros días de julio había más de un millón de obreros en huelga.
El gobierno republicano se mostraba impotente ante el curso de los acontecimientos. El PSOE, dominado por el ala izquierda, no ingresa al gobierno, con gran pesar de los republicanos y los estalinistas, que quieren utilizarlo para frenar a las masas.
Desgraciadamente, las Juventudes Socialistas se fusionan con las Juventudes Comunistas. La nueva organización juvenil cae en la órbita del estalinismo dándole al PC una base de masas que no tenía.
Había un ascenso claramente revolucionario y la burguesía decide no esperar más, jugándose el todo por el todo para aplastar la revolución.
El levantamiento fascista es derrotado
En la madrugada del 18 de julio el ejército dirigido por el general Franco se insurrecciona en el norte de Marruecos. Ante las primeras noticias, los obreros se movilizan en las principales ciudades exigiendo armas al gobierno. Este se niega, temiendo a la revolución, mientras intenta negociar en secreto con los oficiales insurrectos. Los obreros asaltan los cuarteles y las armerías. Finalmente, el gobierno cede y comienza a repartir las armas.
Desde ese momento, el Estado burgués deja de existir en la España republicana. Se forman comités revolucionarios que toman el poder político en los pueblos y ciudades. Los comités revolucionarios UGT-CNT toman el control de las fábricas, las oficinas y la tierra. El golpe militar fracasa gracias a la acción revolucionaria espontánea de las masas que forman milicias obreras y aplastan la rebelión en la mayor parte del país. El golpe fascista sólo triunfa en un tercio del territorio español. En Cataluña, el poder es ejercido por el Comité de Milicias Anti-Fascistas, controlado por la CNT, hegemónica en el proletariado catalán.
En cuestión de días, los obreros y campesinos llevaron a cabo una completa revolución social por la que habían aspirado durante generaciones.
Los socialistas de izquierda se muestran vacilantes. Los estalinistas insisten en detener la revolución socialista en marcha “para no indisponer a los países europeos democráticos”. La CNT declara que tomar el poder va contra sus principios limitándose a mantener bajo su control las fábricas y la tierra. En Cataluña, la CNT disuelve el Comité de Milicias y entrega el poder al nacionalista burgués catalán, Companys. El POUM se niega a tomar ninguna iniciativa sin el apoyo de la CNT.
El sabotaje, la ineficacia del gobierno, y la falta de coordinación, son aprovechados por el ejército profesional franquista para avanzar hasta Madrid donde es frenado por una resistencia heroica de los trabajadores con la ayuda de los primeros voluntarios extranjeros, las Brigadas Internacionales.
En septiembre se forma un gobierno de los partidos obreros y los republicanos, dirigido por Largo Caballero. La CNT, traicionando sus principios, se incorpora al gobierno republicano. El PC gana rápidamente las bases de los socialistas de izquierda, por sus vínculos con la revolución rusa y por el hecho de que Rusia es el único país que suministra armas, aunque con cuentagotas.
Desde este momento, los estalinistas toman el control de los restos del aparato del Estado burgués republicano y lo utilizan para socavar la revolución y sabotear las iniciativas revolucionarias de las masas “para no indisponer a las democracias europeas”, que era la política de Stalin.
Las medidas contrarrevolucionarias del gobierno republicano van imponiéndose una a una. Se disuelven los organismos de poder obrero en los pueblos y las fábricas, o se los fusiona al Estado. Se disuelven las milicias obreras, se empiezan a devolver las propiedades a los antiguos dueños que las reclaman, etc. Al transformar la guerra civil en una mera guerra militar (donde los fascistas eran más fuertes), matando su contenido social revolucionario, las masas entraron en la apatía, y la derrota militar se hacía inevitable.
Las jornadas de mayo de 1937
Un punto de inflexión tiene lugar en Cataluña, el fortín de los anarquistas y donde los estalinistas son más débiles. A comienzos de mayo de 1937, los obreros anarquistas se levantan en armas y se apoderan de casi toda Cataluña, tras meses de ver cómo sus conquistas revolucionarias son cercenadas día a día. La chispa que enciende la explosión es la ocupación del edificio de la Telefónica por la policía, que estaba en manos de la CNT desde el inicio de la Guerra Civil. El POUM, al principio, saluda el levantamiento y propone a la CNT tomar el poder. Pero los dirigentes anarquistas se niegan y los dirigentes del POUM retroceden. Los combates duran 6 días, mientras que los dirigentes anarquistas empeñaron todo su prestigio para obligar a los obreros a entregar las armas y retirar las barricadas. Esta derrota provoca una profunda desmoralización en el proletariado catalán de la que no se recuperará jamás.
Los estalinistas aprovechan la circunstancia para ilegalizar al POUM y detener a sus dirigentes, entre ellos Andrés Nin, que fue ejecutado en secreto. Desde entonces se instaura una dictadura policíaca en todo el territorio republicano. Las bases anarquistas caen en la apatía y la desesperación mientras que sus dirigentes se pliegan a los estalinistas y aceptan sus medidas. Largo Caballero es expulsado del gobierno por oponerse a la represión contra el POUM y es sustituido por el socialista de derecha, Negrín, una marioneta de los estalinistas.
Aunque la guerra se prolongó hasta marzo de 1939 el espíritu revolucionario de las masas desapareció, única garantía de victoria. Tras 3 años de guerra civil y un millón de muertos, la represión fascista que le sigue es feroz. 200.000 obreros y campesinos son fusilados entre 1939 y 1942. Decenas de miles pasarán largos años en prisión. Otros cientos de miles toman el camino del exilio. La clase obrera española padecerá 40 años de dictadura.
Nuestro mejor homenaje a las víctimas del fascismo, a los heroicos obreros socialistas, comunistas y anarquistas que tomaron el cielo por asalto, no es ocultar lo que ocurrió, sino esclarecer los hechos, y la política de las direcciones obreras.
La revolución española fue una revolución socialista genuina. Las condiciones para el triunfo revolucionario eran mil veces más favorables que en Rusia en 1917.
Pero el triunfo de la revolución exigía una política revolucionaria y un partido revolucionario. Esta ausencia fue el factor decisivo que impidió la victoria del socialismo en España en los años 30. Y es precisamente la carencia que tenemos que resolver en cada país, e internacionalmente.