Feminismo, cuestión nacional, liberación animal…: La importancia de un análisis marxista

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En este presente tan convulso que vivimos, en el que la lucha de clases se agudiza y la crisis estructural del capitalismo parece no tener fin, en el que un presidente racista y machista, entre otros adjetivos, es elegido en EE. UU. mientras la ultra derecha avanza por Europa, es importante volver a explicar por qué es un peligro atomizar y dividir las luchas. Debemos entender cuál es el riesgo de olvidar el concepto de la lucha de clases, la visión clasista de la historia y la lucha por la emancipación del proletariado.

Hoy en día existen ciertas organizaciones que se dicen “comunistas”, y gente de todo tipo que basan sus reivindicaciones exclusivamente en conceptos en apariencia aislados o, que gracias a ciertas actitudes, los hacen parecer aislados. Reivindicaciones que, pese a estar justificadas y bienintencionadas, y tener una raíz y una razón de ser, un punto de nacimiento y unión que los comunistas descubrimos y analizamos hace ya tiempo mediante el socialismo científico, son despojadas de ésta y diseminadas por el camino, y como cualquier cosa tirada por un sendero, son pisoteadas y revueltas teniendo que rescatarlas a menudo forzosamente para recordar que son parte de lo mismo. Esto es algo que no sería necesario realizar si se contara con un método científico, un engranaje que moviera todo el conjunto al unísono, lo cual es perfectamente posible, tal y como se ha demostrado en la práctica.

No se puede añadir nada más al hecho probado de que la historia es una lucha de clases, y que la emancipación de la humanidad vendrá de manera inevitable e irrefutable mediante la emancipación de la única clase capaz de lograrlo, el proletariado. Como bien dijo Engels, “Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas” (F. Engels, discurso ante la tumba de Marx, 1883). Esto coloca al proletariado en la base de sustentación del sistema capitalista entrando en contradicción consigo mismo, al ser el proletariado explotado y solo él el que tiene en sus manos el destino del propio sistema.

Por supuesto, hay más opresiones que la de la explotación capitalista gracias a la plusvalía, pero en esencia todas derivan del capitalismo.

Para tratar el siguiente punto sería apropiado citar a Engels, concretamente mostrar dos párrafos de su obra El origen de la familia la propiedad privada y el Estado:

“Por tanto, la evolución de la familia en los tiempos prehistóricos consiste en una constante reducción del círculo en cuyo seno prevalece la comunidad conyugal entre los dos sexos, círculo que en su origen abarcaba la tribu entera. La exclusión progresiva, primero de los parientes cercanos, después de los lejanos y, finalmente, de las personas meramente vinculadas por alianza, hace imposible en la práctica todo matrimonio por grupos; en último término no queda sino la pareja, unida por vínculos frágiles aún, esa molécula con cuya disociación concluye el matrimonio en general. Esto prueba cuán poco tiene que ver el origen de la monogamia con el amor sexual individual, en la actual concepción de la palabra.”

“El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y hora en que se fundó, lo observamos en la forma intermedia de la familia patriarcal, que surgió en aquel momento. Lo que caracteriza, sobre todo, a esta familia no es la poligamia, de la cual hablaremos luego, sino la “organización de cierto número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de ésta. En la forma semítica, ese jefe de familia vive en plena poligamia, los esclavos tienen una mujer e hijos, y el objetivo de la organización entera es cuidar del ganado en un área determinada”. Los rasgos esenciales son la incorporación de los esclavos y la potestad paterna; por eso, la familia romana es el tipo perfecto de esta forma de familia. En su origen, la palabra familia no significa el ideal, mezcla de sentimentalismos y de disensiones domésticas, del filisteo de nuestra época; al principio, entre los romanos, ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. Famulus quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre. En tiempos de Gayo la “familia, id es patrimonium” (es decir, herencia), se transmitía aun por testamento. Esta expresión la inventaron los romanos para designar un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y el derecho de vida y muerte sobre todos ellos. “La palabra no es, pues, más antigua que el férreo sistema de familia de las tribus latinas, que nació al introducirse la agricultura y la esclavitud legal y después de la escisión entre los itálicos arios y los griegos”. Y añade Marx: “La familia moderna contiene en germen, no sólo la esclavitud (servitus), sino también la servidumbre, y desde el comienzo mismo guarda relación con las cargas en la agricultura. Encierra, in miniature, todos los antagonismos que se desarrollan más adelante en la sociedad y en su Estado”. Esta forma de familia señala el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para asegurar la fidelidad de la mujer y, por consiguiente, la paternidad de los hijos, aquélla es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho” (F. Engels, El origen de la familia la propiedad privada y el Estado, 1884).

Podemos ver claramente que la opresión de la mujer por el hombre tiene su origen en la división de la sociedad y de la producción en clases, origen que se remonta a tiempos incluso anteriores a los romanos. Y como la división en clases, la lucha de clases, se ha perpetuado a lo largo de la historia (siendo el motor de ésta), cambiando, eso sí, en cada contexto las clases dominantes y dominadas, también lo ha hecho la opresión hacia la mujer.

Vemos cómo tras la tan aclamada revolución francesa, que pese a ser ampliamente progresista en su momento desde el punto de vista material, al tirar por la borda el feudalismo en Francia, con él el enorme poder de la Iglesia y permitir el posterior desarrollo de las fuerzas productivas gracias al capitalismo, la nueva forma de democracia que se anunciaba daba sólo derechos a la nueva clase dominante, la burguesía. Y dentro de ésta sólo a los hombres.

Una vez más la historia se repetía y la opresión de clase y hacia la mujer venían de la mano y tenían su origen en la división de clases y el modo de producción, y al frente de estos dos aspectos, la burguesía.

Esto no quiere decir que haya que supeditar la lucha por la emancipación de la mujer a la lucha por la emancipación del proletariado; al contrario, van de la mano, caracterizadas por las condiciones materiales del momento concreto. En un artículo para la revista Lucha de Clases, la compañera Fanny Labelle escribió:

“El 23 de febrero de 1917 —8 de marzo en el calendario gregoriano— fueron las trabajadoras las primeras en invadir las calles de Petrogrado y formaron el elemento desencadenante del movimiento que conduciría a la caída del zar una semana más tarde.

Efectivamente, las trabajadoras textiles, como respuesta a las tentativas del gobierno zarista de impedir las muestras de apoyo de las manifestaciones por el día de la mujer, se negaron a trabajar y comenzaron una huelga. Saliendo a las calles y enviando delegadas hacia otras fábricas, ellas fueron la chispa de la revolución. En contra de todo lo esperado, sin planificación, una huelga de masas estalló. Cerca de 90 mil trabajadores y trabajadoras se sumaron a la huelga el primer día de ésta. Las mujeres pedían pan, el fin de la guerra y el fin del zarismo. Dentro de los días siguientes, la huelga se generalizó y se creó el Soviet de Petrogrado. La caída del zarismo se convirtió en un hecho en el momento en el que el ejército se unió a la revolución.

Las trabajadoras jugaron un papel esencial en la fraternización con los soldados incitándolos a voltear sus bayonetas hacia su enemigo en común. Ese papel clave de las mujeres en la revolución no tuvo nada de nuevo. Las mujeres son constantemente las primeras en entrar en la lucha y las últimas en salir. Como grupo oprimido, ellas tienen todo por ganar con la abolición del sistema capitalista y en luchar por una revolución socialista fructífera. Por el contrario, ellas son las primeras en sufrir la derrota de una revolución o del derrocamiento de sus conquistas. La revolución rusa no fue la excepción.” (Fanny Labelle, artículo para la web Lucha de Clases, Hace 100 años: Las mujeres iniciaron la revolución rusa).

Qué mejor ejemplo que este para reflejar lo dicho anteriormente. No se trata de enfatizar una lucha u otra, inevitablemente se resuelven de manera conjunta al partir ambos de la misma raíz.

Por supuesto, existen también reivindicaciones que son inmediatamente necesarias y que no pueden esperar al calor de una revolución. Cerca de unas 80 mujeres son asesinadas al año por hombres sin mencionar un número todavía mayor que son maltratadas y humilladas. A todo esto se suman las violaciones, el acoso callejero, la desigualdad salarial, y un largo etcétera de cuestiones que tienen que atajarse de una vez por todas, lucha que deben liderar las mujeres pero sin olvidar que, mientras exista capitalismo, no habrá igualdad posible, y que el papel destructor del capitalismo le pertenece inevitablemente y objetivamente (como se ha demostrado) a la clase trabajadora en su conjunto.

Otro tema que debemos tratar es el de las luchas de liberación nacional. Las dos principales barreras para el progreso humano son la propiedad privada de los medios de producción y las fronteras nacionales, sin embargo, primero debemos comprender qué es la cuestión nacional y los pueblos oprimidos, y cómo esto se enmarca dentro del capitalismo actual.

El capitalismo en el que nos encontramos es un capitalismo en fase decadente, pero sobretodo globalizado e imperialista. Como decían Ted Grant y Alan Woods, “Ningún país —ni los Estados más grandes y poderosos— pueden resistir el aplastante dominio del mercado mundial. El fenómeno que la burguesía describe como globalización, previsto por Marx y Engels hace 150 años, ahora se revela casi en condiciones de laboratorio. Desde la Segunda Guerra Mundial, en particular durante los últimos veinte años, se ha intensificado de manera colosal la división internacional del trabajo y se ha producido un enorme desarrollo del comercio mundial, alcanzando un grado que ni Marx ni Engels pudieron imaginar. […] El control de la economía mundial está en manos de las doscientas empresas internacionales más grandes. La concentración de capital ha alcanzado proporciones asombrosas. Cada día las transacciones internacionales mueven en el mundo 1,3 billones de dólares, el setenta por ciento de éstas se realizan entre las multinacionales. Se gastan vastas sumas dinero para concentrar un poder inimaginable en cada vez menos empresas. Se comportan como caníbales feroces e insaciables, devorándose unos a otros a la caza de un beneficio cada vez mayor. En esta orgía canibalística la clase obrera siempre pierde. Nada más producirse una fusión, la dirección anuncia nuevos despidos y cierres, una presión implacable sobre los trabajadores para incrementar los márgenes de beneficio, los dividendos y los salarios de los ejecutivos.

En este contexto el libro de Lenin, El imperialismo: fase superior del capitalismo, tiene cada vez más vigencia y actualidad. Lenin explicaba que el imperialismo es el capitalismo de la época de los grandes monopolios y los trusts. Pero el grado de monopolización de los días de Lenin parece un juego de niños comparado con la situación actual“ (Alan Woods y Ted Grant, El marxismo y la cuestión nacional, 2014).

Vemos cómo en esta fase del capitalismo la burguesía ha roto con las fronteras nacionales en base a sus intereses y a su desarrollo natural e inevitable de concentración de capital y de expansión en busca de nuevos mercados y materias primas. Pero esto no siempre ha sido así, igual que no siempre ha existido el concepto de nación, algo que los nacionalistas y chovinistas olvidan a propósito. En realidad la nación como tal es un invento moderno, un invento capitalista. No es algo natural inherente al hombre. Antaño las sociedades se organizaban desde tribus y ciudades-Estado, hasta imperios, los cuales sería un error calificar como naciones (ya que se construían en base a conquistas a otros pueblos). Incluso los reinos no atendían a naciones, (sus reyes lo eran por ley divina, no por su nación) y dentro de éstos existían un sin número de restricciones, impuestos, peajes y sistemas monetarios. Por supuesto, esto era un impedimento para la burguesía y por lo tanto para el progreso en ese momento, por lo que para la burguesía, la nación sería el teatro ideal para crear, comerciar y expandirse sin esta serie de obstáculos. La unificación de las fuerzas productivas en un Estado nacional fue una tarea histórica progresista de la burguesía.

Robert Heilbroner decía:

“Primero fue el surgimiento progresivo de las unidades políticas nacionales en Europa. Debido a las guerras campesinas y de conquista Real, el primitivo feudalismo aislado daría lugar a las monarquías centralizadas. Y con las monarquías llegó el surgimiento del espíritu nacional; a su vez esto conllevaba la protección Real de las industrias favorecidas, como ocurrió con los grandes centros tapiceros franceses, y el desarrollo de armadas y ejércitos con todas sus industrias satélites necesarias. La infinidad de leyes y regulaciones que atormentaban a Andreas Ryff y a los comerciantes viajeros del siglo XVI se transformaron en las leyes nacionales, en medidas y patrones monetarios más o menos comunes”.

La burguesía hizo suya la cuestión nacional y con ello arrastró más adelante a los proletarios. En numerosas ocasiones enfrentó a los proletarios de uno y otros países en guerras fratricidas por sus intereses, intereses ajenos y por lo general contrapuestos a los de la clase trabajadora, mientras que los capitalistas contemplaban la contienda en sus grandes y cómodos asientos, tomando un té y charlando con sus “enemigos”. Las guerras han sido su particular partida de ajedrez, mientras que la nación ha sido siempre para la burguesía otro opio, como la religión, que adormecía y paralizaba a los oprimidos a la hora de revelarse. “No hagas huelga, daña a tu querida nación”, dirían algunos capitalistas. La nación se convirtió en otra herramienta de dominación como lo es la propiedad privada.

Un ejemplo lo tenemos en la Primera Guerra Mundial, en la que millones de obreros fueron a la guerra dirigidos por los intereses burgueses ajenos a ellos, algo que vieron y rechazaron los comunistas de todos los países, no como la socialdemocracia que traicionó a la clase trabajadora y apoyó su carnicería.

Pero nuevamente, esta cuestión no es ni blanco ni negro. No podemos negar la realidad en la que vivimos, una realidad en la que existen pueblos y naciones oprimidas por otras, y una opresión que nuevamente tiene raíz en el sistema imperante, pero que también supone demandas inmediatas. No hace falta irse muy lejos para comprobar la cantidad de presos políticos vascos, torturas y detenciones injustificadas, que hemos sufrido en el País Vasco, llegándose al punto de prohibirse hablar el euskera. Una cuestión que se debe resolver inmediatamente es la de la dispersión de los presos vascos, medida contraria a los derechos humanos y que afecta principalmente a las familias de los presos que nada tienen que ver con el conflicto.

A todo esto hay que sumar el hecho de que se han dado situaciones en las que desde el punto de vista material, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas, dichos movimientos de liberación nacional eran positivos para el proletariado en cuestión. Algo así ocurría en Polonia en el siglo XIX. Esta Polonia relativamente industrializada se encontraba bajo el dominio de la todavía feudal Rusia zarista, lo que frenaba al proletariado polaco más avanzado. La independencia de Polonia sería algo positivo para su clase trabajadora al librarse del yugo del zarismo, pero debía ser ésta la que liderara tal lucha, y no los grandes terratenientes y nobleza polaca, como sucedió. Lenin dijo en su momento “Rusia estaba aún inactiva y Polonia estaba en ebullición”, haciendo ver que en este caso concreto la independencia podría haber sido la chispa de la revolución proletaria. En contraposición, Marx se opuso a la independencia de los checos y a los movimientos de liberación en los Balcanes de finales del siglo XIX, porque el zarismo utilizaba el movimiento nacional de los Eslavos del sur como un instrumento para su política expansionista hacia los Balcanes. La cuestión nacional debe, por lo tanto, estar subordinada a la lucha de clases y a las perspectivas concretas de la revolución proletaria. Como James Connolly, socialista irlandés, dijo en 1897:

“Si mañana echáis al ejército inglés e izáis la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, a menos que emprendáis la organización de una república socialista todos vuestros esfuerzos habrán sido en vano. Inglaterra todavía os dominará. Lo hará a través de sus capitalistas, de sus terratenientes, a través de todo el conjunto de instituciones comerciales e individuales que ha implantado en este país y que están regadas con las lágrimas de nuestras madres y la sangre de nuestros mártires. Inglaterra os dominará hasta llevaros a la ruina, incluso mientras vuestros labios ofrezcan un homenaje hipócrita al santuario de esa Libertad cuya causa traicionasteis.

Nacionalismo sin socialismo —sin una reorganización de la sociedad bajo una base de una forma más amplia y desarrollada de esa propiedad común que fue la base de la estructura social de la Antigua Erin— no es más que cobardía nacional.
Sería el equivalente a una declaración pública hacia nuestros opresores, que hasta ahora habían logrado inocular en nosotros sus pervertidos conceptos de justicia y moralidad, de que nosotros los hemos decidido finalmente aceptar a nuestra manera. No necesitamos un ejército ajeno para forzar esas ideas sobre nosotros nunca más.
Como socialista, estoy preparado a hacer todo lo que un hombre es capaz de hacer para que nuestra patria alcance su legítimo derecho: la independencia; pero si se me pregunta si modificaría una coma en la reclamación de justicia social para así apaciguar a las clases privilegiadas, entonces debo rechazar este derecho. Tal acción no sería ni digna ni realizable. Recordemos que el que camina de lado del Diablo nunca alcanza el cielo. Proclamemos abiertamente nuestro credo, la lógica de los acontecimientos está de nuestra parte”.

Por último, pasaremos a analizar la cuestión comúnmente denominada “liberación animal”. Es un hecho innegable que la situación de millones de animales pertenecientes a la industria alimentaria es deplorable. Hacinados, separados de sus madres al nacer, en definitiva condenados a una vida de tortura y servidumbre al ser humano. A esto hay que sumar los animales destinados a experimentación que aunque en numerosas ocasiones han aportado importantes avances científicos mayormente en medicina, en otras ocasiones son usados en campos tan banales como cosméticos o incluso por industrias tabaqueras. Esto es de tremenda importancia y actualidad, y supone una nueva tarea para los marxistas y la izquierda en general, así como sus organizaciones y militantes; la de debatir y aportar ideas y reflexiones en relación a la opresión hacia los animales. Debido a esto, sería interesante aportar una serie de reflexiones personales al debate, que a continuación expondré.

En lo que respecta al tema alimenticio, tampoco podemos negar el hecho científicamente comprobado de que el consumo de carne, en palabras de Engels, “ofreció al organismo, en forma casi acabada, los ingredientes más esenciales para su metabolismo. Con ello acortó el proceso de la digestión y otros procesos de la vida vegetativa del organismo (es decir, los procesos análogos a los de la vida de los vegetales), ahorrando así tiempo, materiales y estímulos para que pudiera manifestarse activamente la vida propiamente animal. Y cuanto más se alejaba el hombre en formación del reino vegetal, más se elevaba sobre los animales. De la misma manera que el hábito a la alimentación mixta convirtió al gato y al perro salvajes en servidores del hombre, así también el hábito a combinar la carne con la dieta vegetal contribuyó poderosamente a dar fuerza física e independencia al hombre en formación. Pero donde más se manifestó la influencia de la dieta cárnica fue en el cerebro, que recibió así en mucha mayor cantidad que antes las substancias necesarias para su alimentación y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento fue haciéndose mayor y más rápido de generación en generación. Debemos reconocer —y perdonen los señores vegetarianos— que no ha sido sin el consumo de la carne como el hombre ha llegado a ser hombre […]” (F. Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, 1895-1986).

Por ello, el no consumo de carne o alimentos de origen animal, quedaría para el ámbito privado personal, siendo algo que los marxistas debemos considerar y respetar. Pero desde luego no queda claro ni está comprobado que una decisión así, aunque tomada mayoritariamente, suponga el fin de la explotación animal, que existe de numerosas formas. Es más, detrás de toda industria alimenticia, ya sea animal o vegetal, están sus trabajadores y las familias que dependen de unos salarios. Y por el hecho de ser trabajadores asalariados, detrás de todo esto existe la explotación asalariada y el robo de plusvalía. Como sumun, habría que añadir la sobreproducción en la que la industria alimenticia está envuelta por el simple hecho de tratarse de una industria privada en un sistema capitalista. Toneladas de comida, tanto de origen animal como vegetal, acaban en la basura por no tener consumidores suficientes, mientras que en países del Tercer Mundo dicha comida escasea y la población muere entre hambrunas y guerras promovidas por occidente.

El lector podrá observar con claridad que esta situación requiere un análisis más profundo y un programa extenso que permita destruirla, y también que una vez más, en algo que parecía aislado y concreto, vuelven a aparecer los oscuros tentáculos del capitalismo y su inherente explotación y contradicciones. La explotación animal tiene por lo tanto un origen y un desarrollo material, como se ha tratado de demostrar con el resto de luchas mencionadas. Y por ello no se puede tratar esta lucha de otra forma que no sea desde el punto de vista y desde el análisis marxista, que es un análisis material dialéctico.

De poco sirve dejar de consumir productos animales si ello provoca el despido de millones de trabajadores y el arrastre de éstos a situaciones de precariedad, y de poco sirve también si hace que los capitalistas, en su común búsqueda por el interés económico, provoquen la deforestación de miles de hectáreas de bosques para el cultivo de la tan de moda soja. Liberación animal sin lucha anticapitalista es una lucha prácticamente inútil que inevitablemente se acaba disolviendo y anulando .

Aun así, recalcar que se trata de un debate pendiente para la mayoría de la izquierda y sus organizaciones, y que quizás el lector haya creado otras reflexiones con este texto, algo totalmente respetable y en efecto, objetivo del mismo.

Es de esperar que tras estas líneas el lector haya comprendido la necesidad de un análisis científico-material de todas las opresiones del sistema capitalista precisamente por ello, por ser propias de este, propias de la división de una sociedad en clases. Y que, por lo tanto, toda liberación pasará por liberarse la clase trabajadora de las cadenas del capital, sin desatender las tareas inmediatas.

Desde Lucha de Clases, sección española de la Corriente Marxista Internacional – CMI, animamos a participar en estos debates tan actuales y a formarse en la teoría marxista día a día, además de ejecutar por otro lado la praxis revolucionaria uniéndose a organizaciones como la nuestra. Toda persona que se defina revolucionaria tiene algo que aportar tanto en la teoría como en la práctica.