El lunes 26 de septiembre los precios de las acciones del Deutsche Bank, el mayor prestamista de Alemania, se desplomaron a su nivel más bajo desde 1983. Siguiendo los pasos de la actual crisis bancaria italiana, del choque del Brexit y de la caída de la bolsa china, una caída de esta magnitud en las acciones de uno de los mayores bancos de Europa tiene implicaciones extremas, no sólo para la zona euro, sino para la totalidad de la economía mundial.
El pánico actual que rodea al Deutsche Bank fue provocado por el anuncio, publicado en la revista Focus de Alemania, de que Angela Merkel había descartado la posibilidad de intervenir en el conflicto en curso del banco con el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DoJ), que recientemente ha amenazado al banco con una multa de 14 mil millones de dólares por la venta indebida de bonos hipotecarios en el periodo previo a la crisis de hipotecas de alto riesgo en 2008.
Palpitaciones
Ver un banco alemán frente a la ruina potencial como resultado de la orgía de préstamos irresponsables que precedió a la crisis, es doblemente irónico. Cuando la crisis golpeó en un primer momento, fue anunciada por los comentaristas continentales como una “enfermedad anglosajona”. Alemania en particular era vista como inmune a causa de su rechazo nacional a las elevadas transacciones financieras irregulares, al preferir en cambio las operaciones más honestas en la industria y la ingeniería. Entonces, cuando la desilusión chovinista sola no pudo impedir el contagio que se extendía a Europa en 2010, los agujeros gigantes que aparecían en los balances de los bancos alemanes fueron llenados a expensas de “estados deudores” como Grecia, que desde entonces se han visto forzados a su liquidación con la venta de activos (privatizaciones) y profundos recortes de austeridad. Ahora Alemania se enfrenta a su propio “momento Lehman”. Tal vez, la ironía no se perdió en el DoJ cuando éste anunció la multa a principios de este mes.
Pero hay mucho más que simplemente ironía. El efecto que este anuncio podría causar sería un colapso drástico del precio de las acciones del banco, y refleja una falta de confianza no solamente en el Deutsche Bank, sino en las perspectivas de la economía alemana. De una manera similar a la crisis bancaria italiana que estalló durante el verano, las tribulaciones de los bancos de Alemania son síntomas de una crisis mucho más profunda, que no solamente pasa en Alemania.
Alemania es el mayor exportador de Europa y produce alrededor de un 20% del PIB total de la Unión Europea. No es una exageración describirla como el corazón latente de la economía europea y cualquier palpitación producida por Frankfurt está destinada a ser sentida en las capitales y salas de juntas de cada nación europea. Ya, otros bancos europeos han sufrido en los valores de sus acciones esta semana y el FTSE 100 (el índice de la bolsa de Londres) sufrió su mayor caída desde el referéndum de la UE. Un colapso alemán producido en medio de la agitación económica y política en el continente, podría convertirse en un paro cardiaco para el capitalismo europeo, por no hablar de la tambaleante economía mundial.
Crisis permanente
En el pasado, el Deutsche Bank, descrito como una de las “grandes bestias” de las finanzas globales, podía enfrentarse una multa de esta magnitud sin ninguna preocupación sobre de dónde podría conseguir el efectivo. Sin embargo, este es un periodo fundamentalmente diferente a los días gloriosos previos al boom del 2008. El Deutsche Bank ya estaba en una pendiente resbaladiza antes de su más reciente caída. Ha visto la caída de precio de las acciones al 55% desde el comienzo del 2016 y fue identificado por el FMI a comienzos de junio como “la más importante red de contribuyentes a los sistemas de riesgo”. La podredumbre se había establecido claramente antes de que el DoJ anunciara su multa de 14 mil millones de dólares.
La raíz de los problemas del Deutsche Bank se puede encontrar en el nivel de rentabilidad extremadamente bajo del sector financiero alemán. Los bancos alemanes tienen los terceros peores rendimientos de la Unión Europea, tras Grecia y Portugal. Una causa de este problema es el fraccionamiento del sector, el cual como su contraparte italiana, tiene una proliferación de pequeños bancos locales compitiendo unos con otros, elevando los costos y reduciendo de este modo la rentabilidad, una seria desventaja en esta era del monopolio de las finanzas. Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), ha culpado a esta “sobrecapacidad” del sector bancario por su falta de rentabilidad.
Los políticos alemanes, por otro lado señalan como culpable a Draghi, afirmando en una sesión especial de Bundestag, ayer (28 de septiembre) que sus bancos están bajo presión debido a las tasas de interés negativas, que el BCE ha mantenido en vigor desde el 2014. Inicialmente concebido como una medida temporal para evitar la amenaza inminente de deflación [caída prolongada de los precios y de los beneficios empresariales, NdT] en toda Europa, la política dual del BCE de tasas de interés negativas junto con un enorme “programa de compra de activos” de más de 1 billón de euros [compra masiva de deuda pública y privada en la eurozona, NdT], se ha convertido en una especie de política permanente, lo que refleja la falta crónica e insoluble de inversión productiva en la economía europea, por no mencionar el resto del mundo.
Pero esto solamente muestra una parte de la historia. Los bancos alemanes también han sido alcanzados por la inmensa desaceleración del comercio mundial, el cual ha estado estancado desde el comienzo de 2015. El efecto de esta desaceleración en Alemania, que depende de las exportaciones para casi la mitad de su producto interior bruto (PIB), es comparable a una asfixia: a medida que los exportadores y las empresas marítimas alemanas entran en dificultades a causa de la falta de demanda, la devolución de los préstamos falla y, en algún momento, las deudas malas deben darse por perdidas, causando un gran daño a los prestamistas en sus márgenes de ganancia. El Commerzbank, el segundo banco de inversiones alemán más grande, ha tenido ya que condonar un número de préstamos con el fin de ayudar a las empresas marítimas. Una crisis similar puede ser vista en la banca italiana, que acumula más de 360 mil millones de euros en préstamos malos o no rentables.
Los bancos pueden crear toda clase de trucos y mecanismos para conseguir dinero fácil, como muestra la cadena de las multas impuestas al Deustche Bank (dos ejemplos de esto, son el fraude de la tasa Líbor [cuando varios bancos manipularon el Libor, la tasa de préstamos interbancarios en Londres, para sus propios intereses, NdT]; y la violación del embargo sobre los activos rusos), pero al final la salud del sector financiero está ligada a la salud de la economía real, y viceversa. En muchos aspectos, la crisis del Deutsche Bank es un microcosmos de la crisis del capitalismo en todo el mundo, una crisis que representa un dilema insoluble para todos los representantes políticos del capital.
Dilema
El rechazo repetido del gobierno alemán a cualquier plan de rescate del Deutsche Bank (en público al menos) puede parecer desconcertante. Tal vez un compromiso firme para hacer “lo que sea necesario” para estabilizar a un enorme banco de este tipo habría calmado los nervios de los inversores y por lo tanto evitado el pánico sobre la solvencia del banco. Sin embargo, la intransigencia aparente de Merkel es mucho más comprensible si se toma en cuenta las ramificaciones políticas e internacionales de un rescate.
Usar miles de millones de euros del dinero de los impuestos de los contribuyentes para rescatar un banco que ha colapsado debido a su irresponsable política de negocios hipotecarios sería una kriptonita política para muchos gobiernos. Para un gobierno como el de Merkel, el cual ha aconsejado al mundo responsabilidad y disciplina fiscal desde el 2008, esto sería completamente devastador. Este es un golpe político que Merkel no querría recibir en este momento, considerando la derrota embarazosa de su partido a manos del derechista AfD en las elecciones regionales de principios de mes.
De hecho si Merkel pensase que valdría la pena asumir los riesgos políticos de un rescate, probablemente no le preocuparían tanto los posibles efectos en el resto de la zona euro si Alemania rompiese su propia regla de oro. Italia está pasando también por su propia crisis bancaria en este momento, y su primer Ministro Mateo Renzi, se está enfrentando a un dilema insoluble, por un lado rescatar a los bancos con el dinero de los inversores (como se requiere, bajo la ley de la UE) causando indignación y caos político, rescatarlos con dinero público desafiando a la UE, o dejar que quiebren. Renzi ya se ha quejado públicamente sobre “los costos desproporcionados” impuestos por Alemania en una cumbre de la UE el pasado diciembre. Si Alemania, la fuerza impulsora detrás de las regulaciones espartanas de la UE, rompiese sus propias reglas no solo provocaría una ola de indignación en todo el continente, dejaría la “Directiva de Recuperación y Resolución Bancaria” de la UE, elaborada para evitar la posibilidad de una nueva crisis de deuda pública, en absolutamente impotente.
Así que ¿debería dejar que quiebre el Deutsche Bank? Los activos del banco están valorados en alrededor de 1,8 billones de euros, casi la mitad del tamaño del PIB alemán. Si el banco fuera alcanzado con una multa, no lo soportaría (hay varias estimaciones, pero algunas dicen que 6 mil millones de euros sería el límite) y sería incapaz de abastecerse de suficiente capital fresco de los mercados, lo cual es perfectamente posible, y el colapso sería parecido al colapso de Lehman Brothers en el 2008, visto como el comienzo de la crisis financiera. Un evento como éste, no solamente llevaría a Alemania a una crisis, sino que sería probablemente el comienzo de una nueva crisis, más profunda, a escala mundial.
Así que Merkel puede rescatar el Deutsche Bank y provocar potencialmente una vuelta al 2010, o dejarlo caer y provocar un regreso al 2008. Enfrentada a tales opciones ella probablemente no realice ninguna de las dos, prefiriendo encontrar algún tipo de maquillaje que le permita a Berlín apuntalar al banco sin rescatarlo oficialmente. Aunque esto sería preferible a los escenarios apocalípticos aludidos anteriormente, esto no resolverá ninguno de los problemas fundamentales que causaron la crisis original. Más bien, exacerbará el resentimiento y polarización que ya existe con Alemana, y allana el camino para una crisis más profunda al final, como ha demostrado la historia de los últimos 6 años de la UE con una previsibilidad cada vez más trágica.
Depresión Mundial
A comienzos de este año, el Royal Bank de Escocia (RBS) predijo un “año cataclísmico” para la economía mundial. La crisis del Deutsche Bank puede bien probar la confirmación de esta perspectiva. De lo que carecen las perspectivas del RBS y de todos los demás estrategas del capital es de cualquier noción sobre cómo escapar de este ciclo infernal de sobreproducción, falta de rentabilidad y depresión.
La parálisis a la que actualmente se enfrentan gente como Merkel y Renzi, no es accidental, se deriva de la total parálisis del capitalismo global en este periodo. El hecho de que un banco como Deutsche Bank, en un país que hasta ahora había reclamado haber evitado la crisis, haya sido visitado por el fantasma de Lehman Brothers 8 años después de su colapso, es una prueba gráfica de que la crisis desatada en 2008 está lejos de agotarse.
Independientemente de cómo sea manejado el Deutsche Bank en un próximo futuro, la posibilidad de una nueva recesión mundial ocupa un lugar preponderante. Después de años de “flexibilización cuantitativa”, de austeridad, y del mayor programa de inversión keynesiana en la historia por parte de China, el único cambio real en el mundo económico es que los pobres son más pobres y los ricos son más ricos. Esta es la realidad del capitalismo en el siglo XXI. Nosotros debemos poner nuestra vista no en reformarlo, sino en reemplazarlo por una economía planificada sin la anarquía y la injusticia del mercado.