Durante el pasado mes de mayo se cumplieron 6 meses de la histórica Reunión realizada en Fuerte Tiuna el 14 y 15 de noviembre de 2004, en la que el Presidente Chávez planteó ante centenares de cuadros dirigentes del movimiento bolivariano los diez objetivos estratégicos para dar un salto adelante en la revolución. Si hacemos un balance de lo ocurrido en estos seis meses podemos sacar varias conclusiones.
El rumbo al socialismo pasa por la expropiación de los grandes capitalistas, el control obrero y el desarrollo de las asambleas revolucionarias
Durante el pasado mes de mayo se cumplieron 6 meses de la histórica Reunión realizada en Fuerte Tiuna el 14 y 15 de noviembre de 2004, en la que el Presidente Chávez planteó ante centenares de cuadros dirigentes del movimiento bolivariano los diez objetivos estratégicos para dar un salto adelante en la revolución. Si hacemos un balance de lo ocurrido en estos seis meses podemos sacar varias conclusiones.
Primera conclusión. La participación y protagonismo creciente del movimiento obrero en el proceso revolucionario, a través de las luchas y posteriores expropiaciones de Invepal e Inveval y el debate sobre la cogestión y el control obrero, por un lado; y el llamamiento a construir el socialismo del siglo XXI realizado por el Presidente Chávez por otra parte, están generando una creciente radicalización e incremento de la organización y participación de las masas así como un fortalecimiento del apoyo al proceso revolucionario. La popularidad de Chávez según una encuestadora escuálida como Datanálisis supera el 70%.
Segunda conclusión. Mientras las bases revolucionarias, especialmente la clase obrera, y el propio Presidente Chávez siguen echándole pichón y empujando hacia delante el proceso revolucionario, la mayoría de los objetivos y proyectos revolucionarios que exigió el presidente en la reunión de noviembre 2004 en Fuerte Tiuna, y que esperábamos los revolucionarios, permanecen trancados y no se concretan en hechos.
Los diez ejes estratégicos seis meses después
Algunos sectores minoritarios, procapitalistas, que existen dentro del movimiento bolivariano están intentando darlos vuelta y desnaturalizar ese socialismo del siglo XXI del que habla el Presidente, quitándole su contenido revolucionario, de nuevo modelo económico alternativo e incompatible con el capitalismo. De cómo se salde la lucha entre reformismo y revolución en el interior del movimiento bolivariano en el próximo período dependerá en gran parte el futuro del proceso.
Los diez objetivos estratégicos del salto adelante (lucha contra la corrupción, avanzar en la conformación de una nueva estructura social, un nuevo modelo democrático de participación popular y una nueva institucionalidad del aparato del estado, construcción del nuevo modelo productivo, rumbo a la creación del nuevo sistema económico, nueva estrategia militar y política comunicacional, etc.) pasan obligatoriamente para nosotros por dos puntos: 1) la construcción de un estado revolucionario, bajo el control de los trabajadores y los sectores populares, que sustituya a las actuales estructuras heredadas de la IV República , es decir el aparato estatal burgués creado cuidadosamente a lo largo de décadas por la clase dominante, 2) Una transformación económica profunda que resuelva los problemas de las masas, erradique la pobreza y el desempleo, incorpore a la economía formal a ese 50% de la población ocupada que sigue dependiendo de actividades informales, suba los salarios y mantenga estables o reduzca los precios, acabe con el déficit habitacional y garantice que los pasos dados en la extensión de la educación y la salud con las Misiones continúen y se amplíen.
En el terreno económico se han dado pasos adelante como la expropiación de Venepal (hoy Invepal) o CNV (hoy Inveval). O el llamado proceso cogestionario en ALCASA y CADAFE, que -al menos mientras se mantenga el actual ascenso de la conciencia y movilización de la clase obrera- tiene bastantes elementos de control obrero y puede seguir desarrollándose en un sentido revolucionario.
Sin embargo, aún con estos avances, sectores estratégicos de la economía como la banca, los monopolios alimentarios, la mayor parte de la tierra, las telecomunicaciones y otros, siguen en manos de la gran burguesía y del imperialismo, quienes utilizan este poder económico para sabotear la economía y minar desde dentro a la revolución, como hicieron en Chile en los 70 o Nicaragua en los 80.
Los trabajadores de Venepal denunciaban recientemente ante el Presidente que no habían comenzado a trabajar porque el Banco de Venezuela (perteneciente al grupo financiero español Santander) mantenía bloqueada la financiación de la pulpa de papel necesaria para empezar a producir. Según explicaba recientemente un artículo en Últimas Noticias los empresarios productores de harina de maíz mantenían paralizada más de la mitad de la producción mientras intentaban chantajear al gobierno para que subiese el precio máximo de la harina de 1.250 a 1.500 Bs. Lo mismo ocurre con los créditos a las cooperativas o a las viviendas. la banca privada pone constantes obstáculos para financiar los proyectos verdaderamente revolucionarios y los bancos públicos creados para impulsar los micro-créditos siguen siendo una hormiga, comparados con el elefante de la gran banca privada.
Por si fuera poco, muchas cooperativas son en realidad empresas capitalistas disfrazadas como tales que explotan a los trabajadores. Además, a pesar del boom en la creación de cooperativas producido en los últimos años, estas representan solamente el 4% del PIB, es decir: el sector no estatal de la economía sigue estando fundamentalmente en manos de los capitalistas y las multinacionales.
El socialismo exige estatizar la banca, los monopolios y los latifundios bajo control obrero
Avanzar hacia el socialismo no significa, como dicen los escuálidos, quitarle un auto o una casa al que tiene dos y demás estupideces por el estilo. Pero sí exige que los principales medios de producción, las palancas decisivas para garantizar un funcionamiento armonioso de la economía, esto es: los bancos, los monopolios (alimentarios como el grupo Empresas Polar, de las telecomunicaciones como la CANTV, y otros), la tierra y las empresas abandonadas por los empresarios o en crisis sean estatizados bajo el control de los trabajadores y el pueblo.
Esto sí garantizaría una transformación económica profunda y nos permitiría empezar a darle un contenido concreto, real (y claramente beneficioso para las masas no sólo de la clase obrera y los sectores populares sino también de las capas medias que verían abaratarse los créditos y mantendrían sus ahorros) a la idea del socialismo. De ese modo se fortalecería aún más el apoyo al proceso revolucionario.
Para erradicar la corrupción y el burocratismo, construyamos un estado de los trabajadores
A su vez, esta transformación económica sólo es posible si se cumple otro de los objetivos estratégicos del salto adelante como es el de la transformación del estado. Si las empresas son estatizadas pero el poder no está en manos de la clase obrera y los explotados todos, seguiremos careciendo de los instrumentos prácticos para gestionar la economía y evitar la corrupción, el sabotaje y el burocratismo. En palabras de Trotsky el socialismo necesita la democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno.
Respecto a la participación de los trabajadores y los sectores populares en algunas instancias de poder hemos logrado dar algún paso adelante (elección de los gerentes en ALCASA, o en las juntas directivas de Invepal e Inveval, por parte de los trabajadores, participación de los trabajadores en la contraloría social en algunos centros hospitalarios públicos como El Algodonal en el Área Metropolitana de Caracas, el ensayo de la Constituyente Municipal en Carora -estado Lara-) pero estas experiencias resultan todavía excepcionales y claramente insuficientes si las comparamos con lo que necesitamos.
Tal y como decía el sábado 21 de mayo en un acto masivo de los CFI en Caracas William Izarra, en general todavía siguen predominando las prácticas y las instituciones cuartorrepublicanas. Hay que eliminar, transformar pues, si se quiere una expresión menos fuerte, las actuales instituciones del estado. Hay que sustituirlas por otras acordes con el socialismo del siglo XXI.
Pero ¿cuáles son esas instituciones revolucionarias? ¿Cómo crearlas? ¿Cómo deben funcionar? La historia de revoluciones anteriores y la propia experiencia viva de este proceso revolucionario nos demuestran que estas instituciones sólo pueden basarse en la elegibilidad y revocabilidad en todo momento de todos los cargos, en que las condiciones de vida, salarios, etc de esos cargos sean lo más cercanas posible a los de las bases que los elijan así como en la rendición periódica y permanente de cuentas por parte de cualquier representante electo ante asambleas revolucionarias de los trabajadores y los sectores populares que los eligieron.
Elección de los candidatos por las bases
La ansiada participación de las bases en la elección de todos los dirigentes, que esperaban millares de activistas revolucionarios, fue convertida por las dirigencias de los principales partidos del proceso en elecciones internas en cada uno de ellos y un nuevo acuerdo por arriba para repartirse cuotas de representación. La primera prueba de fuego, las elecciones internas del MVR, ha puesto sobre la mesa las diferentes concepciones y contradicciones internas existentes en el seno del movimiento revolucionario. Las bases revolucionarias han intentado participar, y en la mayoría de casos lo han hecho eligiendo a los candidatos que aparecían más a la izquierda. Sin embargo, el aparato ha vuelto a desoír la voluntad de las bases y en no pocos casos ha impuesto a sus candidatos por distintos medios.
El que las elecciones internas del MVR o de otros partidos hayan movilizado a sectores importantes de las bases demuestra que estas quieren participar y tomar el control de las organizaciones y las instituciones. Pero el hecho de que cuando las bases intentan participar se les impongan las decisiones, no haya transparencia, etc. resulta enormemente peligroso para el proceso revolucionario. La continuidad de estas prácticas, y más aun si se combina con la no resolución de los principales problemas económicos y sociales y el incremento de las desigualdades, puede acabar minando la confianza de sectores importantes de las masas en el proceso revolucionario. Así ocurrió, por ejemplo, en Nicaragua.
La imposición de las decisiones también es la causa principal de divisiones y enfrentamientos internos que ya están siendo fomentados y utilizados por el enemigo contrarrevolucionario para intentar desprestigiar el proceso y romper la imprescindible unidad por la base que debe tener el movimiento revolucionario. Unidad no significa, como muchas veces ha dicho el propio Chávez, ausencia de debate, uniformidad y que no pueda haber diferencias ideológicas. Al contrario, la unidad sólo es posible si cada partidario del proceso revolucionario tiene derecho a defender en asamblea con total libertad sus propuestas.
Construir la unidad del movimiento y un nuevo estado mediante las asambleas revolucionarias
Los camaradas de la Corriente Marxista Revolucionaria desde el principio de este proceso hemos propuesto un mecanismo para forjar una unidad real del movimiento revolucionario. Este mecanismo sólo puede ser el del debate y toma de las decisiones democráticamente en asamblea. Debemos impulsar asambleas en cada sector, en cada barrio y en cada parroquia; en cada taller, centro de trabajo, empresa, centro de estudios, Estas asambleas deben discutir tanto los problemas concretos de cada sector como evaluar los ejes estratégicos propuestos por Chávez, hacer un balance del cumplimiento de los mismos y elaborar las propuestas necesarias para llevarlos a la práctica.
Hasta ahora en este proceso ha habido muchas asambleas pero con demasiada frecuencia estas no han tomado decisiones que vinculasen a todos los participantes ni elegido responsables de llevar estas decisiones a cabo y rendir cuentas ante la siguiente asamblea. Sin embargo este es el único modo de que las asambleas sean eficaces y su voluntad no sea torcida ni usurpada por nadie. Si las asambleas no toman decisiones y estas no se llevan a la práctica la gente dejará de asistir y participar porque no lo verá como un arma imprescindible para completar la revolución.
Cada colectivo o activista revolucionario debe tener derecho a hacer las propuestas que considere en cada asamblea. Una vez oídas todas, la asamblea debe decidir cuales se aplican ya, cuáles son llevadas a otras asambleas más amplias que se conformen a escala local, regional y nacional y cuales son rechazadas. Los trabajadores de cada taller deben realizar asambleas decisorias y vinculantes y nombrar delegados elegibles y revocables para una asamblea de todo el centro de trabajo. Todos esos delegados deben responder periódicamente (cada semana o quince días, o cada vez que las propias bases exijan una asamblea extraordinaria) ante la misma asamblea que los eligió y ser revocables en todo momento por esta. Cada asamblea de trabajadores de un taller, o de ciudadanos de un sector, debería elegir un determinado número de delegados revolucionarios, proporcional al número de participantes en esas asambleas (uno por cada 20 o uno por cada 50, por ejemplo), y esos delegados deberían constituir una Asamblea municipal o regional.
Este mismo método serviría para designar una Asamblea Nacional compuesta por verdaderos delegados revolucionarios del pueblo sometidos en todo momento al control de este. Con este sistema de control permanente nadie podría pasarse al otro lado, ni corromperse, los representantes serían revocables en todo momento por aquellos que lo han elegido.
Este mismo sistema es el único que puede garantizar la participación de los trabajadores en la gestión de las empresas y una lucha efectiva contra la corrupción, el despilfarro y el sabotaje económico. Una asamblea general petrolera en PDVSA por ejemplo, o en CADAFE, formada por representantes elegidos y revocables en asamblea de los trabajadores en cada taller y centro de producción, a los que se unirían representantes designados por el gobierno, delegados igualmente revocables elegidos por el resto de la clase obrera y por las comunidades permitiría ejercer el control obrero y popular en estas empresas claves y romper los mecanismos que actualmente utilizan la burocracia y el imperialismo para impedir la participación de los trabajadores y sabotear la producción.
La clase obrera, que cada vez con más fuerza está intentando ocupar su lugar en primera línea de esta revolución es la única que, liderando a todos los explotados, puede forjar desde abajo esta nueva institucionalidad revolucionaria que nos permita hacer realidad el salto adelante y avanzar hacia el socialismo. La UNT debe asumir la defensa de estos planteamientos pues el socialismo sólo puede hacerse realidad con la expropiación de los bancos, los monopolios y los latifundios y con la sustitución del actual estado por un estado obrero basado en asambleas revolucionarias de los trabajadores y los sectores populares. Sólo el éxito de la vanguardia obrera revolucionaria en la tarea de ganar el apoyo del movimiento bolivariano para este programa garantizará el futuro de la revolución.