Después del golpe de Estado que puso remate a la revolución de 1848, Francia cayó durante 18 años bajo el yugo del régimen napoleónico, que llevo al país no sólo a la ruina económica, sino también a una humillación nacional. Al sublevarse contra el viejo régimen, el proletariado asumió dos tareas, una nacional y la otra de clase: liberar a Francia de la invasión alemana y liberar del capitalismo a los obreros mediante el Socialismo. Esta combinación de las dos tareas constituye el caso más peculiar de la Comuna.
La burguesía formó entonces el “gobierno de la defensa nacional”, bajo cuya dirección tenía que luchar el proletariado por la independencia de toda la nación. Se trataba, en realidad de un gobierno “de la traición nacional”, el cual consideraba que su misión consistía en luchar contra el proletariado parisiense. Pero el proletariado, cegado por las ilusiones patrióticas, no se daba cuenta de ello. La idea patriótica arrancaba de la Gran Revolución del siglo XVIII; ella se apoderó de los cerebros de los socialistas de la Comuna, y Blanqui, por ejemplo, que era sin duda alguna un revolucionario y un ferviente partidario del socialismo, no halló para su periódico mejor titulo que el angustioso grito burgués “¡La Patria está en peligro!”
La conjugación de estas tareas contradictorias –el patriotismo y el socialismo– constituyó el error fatal de los socialistas franceses. En el Manifiesto de la Internacional, en septiembre de 1870, Marx puso ya en guardia al proletariado francés contra el peligro de dejarse llevar por el entusiasmo por una falsa idea nacional[2]. Profundos cambios se habían operado desde los tiempos de la Gran Revolución; las contradicciones de clase se habían agudizado, y si entonces la lucha contra la reacción de toda Europa unía a toda la nación revolucionaria, ahora el proletariado ya no podía fundir sus intereses con los intereses de otras clases, que le eran hostiles; la burguesía debía cargar con la responsabilidad de la humillación nacional; la misión del proletariado era luchar por la emancipación socialista del trabajo frente al yugo de la burguesía.
Y, en efecto, no tardó en asomar el verdadero fondo del “patriotismo burgués. Después de concertar una paz vergonzosa con los prusianos, el gobierno de Versalles procedió a cumplir su tarea inmediata y realizó su incursión contra el armamento –terrorífico para él– del proletariado parisiense. Los obreros respondieron proclamando la Comuna y declarando la guerra civil.
A pesar de que el proletariado socialista estaba dividido en numerosas sectas, la Comuna fue un ejemplo brillante de cómo el proletariado sabe cumplir unánime las tareas democráticas, que la burguesía sólo sabía proclamar. Sin ninguna legislación complicada, con toda sencillez, el proletariado, que había conquistado el poder, llevó a cabo la democratización del régimen social, suprimió la burocracia y estableció la elección de los funcionarios por el pueblo.
Pero dos errores malograron los frutos de la brillante victoria. El proletariado se detuvo a mitad del camino: en lugar de proceder a la “expropiación de los expropiadores”, se puso a soñar con la entronización de la justicia suprema en un país unido por una tarea común a toda la nación; no se apoderó de instituciones como, por ejemplo, el banco; las teorías de los proudhonistas del “justo cambio”, etc., dominaban aún entre los socialistas. El segundo error consistió en la excesiva magnanimidad del proletariado: en lugar de exterminar a sus enemigos, que era lo que debía haber hecho, trató de influir moralmente sobre ellos, despreció la importancia que en la guerra civil tienen las acciones puramente militares y, en vez de coronar su victoria en Paris con una ofensiva resuelta sobre Versalles, dió largas al tiempo y permitió que el gobierno versallés reuniese las fuerzas tenebrosas y se preparase para la semana sangrienta de mayo.
Mas, pese a todos sus errores, la Comuna constituye un magno ejemplo del más importante movimiento proletario del siglo XIX. Marx concedió un gran valor al alcance histórico de la Comuna: si cuando la pandilla de Versalles efectuó su traicionera incursión para apoderarse de las armas del proletariado parisiense, los obreros se las hubiesen dejado arrebatar sin lucha, la funesta desmoralización que semejante debilidad hubiera sembrado en las filas del movimiento proletario habría sido muchísimo más grave que el daño ocasionado por las pérdidas que sufrió la clase obrera al luchar en defensa de sus armas[3]. Por grandes que hayan sido las pérdidas de la Comuna, la significación de ésta para la lucha general del proletariado las ha compensado: la Comuna puso en conmoción al movimiento socialista de Europa, mostró la fuerza de la guerra civil, disipó las ilusiones patrióticas y acabó con la fe ingenua en los anhelos nacionales de la burguesía. La Comuna enseñó al proletariado europeo a plantear en forma concreta las taras de la revolución socialista.
El proletariado no olvidará la lección recibida. La clase obrera la aprovechará, como ya la ha aprovechado en Rusia durante la insurrección de diciembre.
La época que precedió a la revolución y la preparo tiene cierta semejanza con la época del yugo napoleónico en Francia. También en Rusia la camarilla autocrática llevó el país a los horrores de la ruina económica y de la humillación nacional. Pero la revolución no pudo estallar durante mucho tiempo, hasta que el desarrollo social creó las condiciones precisas para un movimiento de masas. Pese a todo su heroísmo, los ataques aislados al gobierno durante el período prerrevolucionario se estrellaban contra la indiferencia de las masas populares. Tan sólo la socialdemocracia, con un trabajo perseverante y metódico, logró educar a las masas hasta hacerlas llegar a las formas superiores de la lucha: las acciones de masas y la guerra civil con las armas en la mano.
La socialdemocracia supo acabar con los errores “nacionales” y “patrióticos” del joven proletariado y cuando se logró arrancar al zar el manifiesto del 17 de octubre[4], en lo que ella participó directamente, el proletariado comenzó a prepararse enérgicamente para la siguiente e inevitable etapa de la revolución: la insurrección armada. Libre de las ilusiones “nacionales”, fue concentrando sus fuerzas de clase en sus organizaciones de masa: los Soviets de diputados obreros y soldados, etc. Y pese a la gran diferencia que había entre los objetivos y las tareas de la revolución rusa y los de la francesa de 1871, el proletariado ruso hubo de recurrir al mismo método de lucha que la Comuna de Paris había sido la primera en utilizar: la guerra civil. Teniendo presente sus enseñanzas, sabía que el proletariado no debe despreciar los medios pacíficos de lucha, que sirven a sus intereses corrientes de cada día y son indispensables en el período preparatorio de las revoluciones. Pero el proletariado jamás debe olvidar que, en determinadas condiciones, la lucha de clases adopta la forma de lucha armada y de guerra civil; hay momentos en que los intereses del proletariado exigen un exterminio implacable de los enemigos en combate a campo abierto. El proletariado francés lo demostró por primera vez en la Comuna y el proletariado ruso le dio una brillante confirmación en el alzamiento de diciembre.
No importa que estas dos magnas sublevaciones de la clase obrera hayan sido aplastadas. Vendrá una nueva sublevación ante la cual serán las fuerzas de los enemigos del proletariado las que resultarán débiles. Ella dará la victoria completa al proletariado socialista.
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NOTAS
[1]El artículo Enseñanzas de la Comuna, inserto en Zagranichnaya Gaceta (“Gaceta Extranjera”) (núm. 2, del 23 de marzo de 1908) es el acta de un informe de Lenin. La redacción del periódico dio delante del artículo la siguiente aclaración: “el 18 de marzo, se celebró en Ginebra un mitín internacional con motivo de tres aniversarios proletarios: el 25 aniversario de la muerte de Marx; el 60 aniversario de la revolución de marzo de 1848 y el 39 aniversario de la Comuna de Paris. En nombre del POSDR, habló el camarada Lenin sobre la significación de la Comuna”.
Zagranichnaya Gaceta: periódico de un grupo de emigrados rusos publicado en marzo y abril de 1908 en Ginebra
[2]Véase C. Marx. Segundo manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra franco-prusiana.
[3]Véase la evaluación que Marx dio del papel histórico de la Comuna de Paris, como predecesora de una sociedad nueva, en la obra La guerra civil en Francia y en las cartas a Kugelmann fechadas el 12 y el 17 de abril de 1871.
[4]El 17 de octubre de 1905, durante el apogeo de la huelga general de octubre en toda Rusia, el zar Nicolás II publicó un Manifiesto, en el que prometía las libertades civiles. El Manifiesto fue una maniobra política de la autocracia ante la acción revolucionaria de las masas populares. El zar intentó ganar tiempo con la publicación del Manifiesto para acumular fuerzas a fin de desbaratar la huelga y aplastar la revolución.
Escrito en 1978
Primera publicación: el 23 de marzo de 1908 en el N° 2 de Zagranichnaya Gaceta.
Fuente: Acerca del movimiento Comunista Internacional (Editorial Progreso, Moscú), 1979