Lucha de Clase vota y llama a votar por Evo Morales y el MAS. Lo hacemos con nuestras perspectivas y sin renunciar a ninguna de nuestras críticas, más bien reforzándolas. Criticamos la presencia en las listas de tránsfugas de la derecha, empresarios y terratenientes, criticamos las concesiones económicas a banqueros, agroindustriales y empresariado en general, en una palabra criticamos el programa de colaboración de clases, entre explotados y explotadores, al cual la dirección de la COB se ha adherido sin inconvenientes.
Nuestras críticas no nacen de ningún “libreto revolucionario” sino de constataciones prácticas. En estas elecciones, como es natural y saludable, las mayorías de jóvenes y trabajadores de campo y ciudad harán primar la defensa de sus conquistas sociales y políticas ante la amenaza de un retorno de la derecha por la dispersión del voto popular. Pero es el mismo programa de colaboración de clases que amenaza estas conquistas. Por esto al trabajador, al campesino, al estudiante, al joven decimos: la única defensa real de lo que el voto al MAS representa, es la lucha organizada por un programa para completar la revolución, alternativo y de ruptura con la colaboración de clases.
La oposición
Las banderas visibles de la oposición son, con matices, la recuperación del Estado de derecho, la denuncia sobre corrupción y narcotráfico etc. Pero ni la mejor campaña mediática podrá borrar el hecho que Doria Medina o Quiroga representan a aparatos políticos y oligarquías que contribuyeron a hacer de Bolivia un puerto franco del narcotráfico durante las dictaduras y construyeron parasitariamente sus fortunas sobre la enajenación del Estado. O que Del Granado represente a un partido esencialmente dirigido por un núcleo familiar, cimentado reciclando a políticos del MAS desplazados del poder y sobre la base de una decenal gestión de La Paz en la cual unos 30mil paceños emigraban mientras la Alcaldía se endeudaba por 108 millones de dólares, casi cuanto YPFB, en beneficio de la especulación inmobiliaria de banqueros y constructores de edificios inestables.
La “reconducción” ecologista del proceso que propone el Partido Verde para atraer un voto castigo al MAS desde su misma base social, no deja de ser asimilada a la derecha por la confusión sobre algunas cuestiones y el carácter sectario de su oposición al oficialismo. Almaraz por ejemplo sostiene que el movimiento separatista de 2008 debía combatirse en “el marco de la ley”, sin explicar cómo podía frenarse una fuga de capitales por más de 2000 millones de dólares, un saboteo perfectamente legal bajo el capitalismo. O se sostiene, como nosotros hicimos, la expropiación de fábricas y latifundios para desarmar a la burguesía, como se proponían las movilizaciones populares hacia Santa Cruz, o las querellas de hoy suenan inevitablemente como un eco romántico del discurso de la derecha.
Sin embargo incluso una oposición más presentable o menos ambigua no podría más que buscar el voto de sectores social y políticamente desorganizados de la opinión pública. El MAS es el producto de levantamientos populares con carácter insurreccional. Ese partido refleja la concepción radical de la democracia de las masas, es decir la idea que estas, a través del MAS y Evo Morales, dirijan políticamente la sociedad. Esta concepción hegemónica es lo que hace secundarios los escándalos y digerible la presencia en las listas de varios de los que hasta ayer fueron enemigos jurados del proceso. Es una imagen que puede resistir a la realidad solo a determinada condiciones.
La “década de oro”
Hace bien el Ministro Arce a reivindicar que sin la nacionalización Bolivia no se hubiera beneficiado en nada del aumento de precios de las materias primas. De hecho el efecto principal de este aumento ha sido político. Hemos pasado de vender gas a un precio promedio de 1,7 dólares por MMBtu antes de la nacionalización a 9,5 dólares en 2012, lo cual quiere decir que las multinacionales están pagando más pero igualmente ganan más. Esto ha permitido que las multinacionales aceptaran la nacionalización haciéndola posible en su forma parcial.
La relativa debilidad del imperialismo ha consentido a Bolivia una política relativamente independiente. Las exportaciones a EEUU podían sustituirse con Venezuela, el flujo de inversiones extranjeras cortado con las nacionalizaciones podía reactivarse con acuerdos bilaterales con Brasil, Rusia, India o China, la reducción de las compras de gas de Brasil se compensaban con ventas a la Argentina y el gobierno podía romper relaciones con EEUU sin temer repercusiones.
Todo esto reverdeció las viejas y fracasadas teorías que plantean la derrota del imperialismo sobre base nacional y democrático-popular. Sin embargo ya vimos con el Mutún que no estamos en la época de la guerra fría: las llamadas “economías emergentes” son a su vez dependientes del imperialismo y basadas en una despiadada competencia capitalista muy alejada del tipo de solidaridad internacional de la URSS. Ahora que la crisis azota no solo a las economías de los BRICS sino también a nuestros socios comerciales como Argentina, los márgenes para una política independiente entre capitalismo y socialismo se reducen paulatinamente.
La colaboración de clases
La “década de oro” nos deja en herencia las limitaciones con las cuales la atravesamos. Las importaciones por ejemplo crecen a un ritmo cuatro veces superior a la producción nacional y los bancos siguen multiplicando ganancias en actividades especulativas. Estamos todavía expuestos a que una contracción de la producción o exportación de hidrocarburos, de los cuales dependen el 53% de los ingresos fiscales, nos despierte una mañana con un nuevo gasolinazo. De igual manera una reducción del flujo de inversiones empezaría a erosionar nuestra balanza comercial y las reservas internacionales que dieron estabilidad al sistema.
En este contexto la presencia de empresarios y derechistas en las listas del MAS no es ni un adorno ni una inescrupulosa estrategia electoral. Se trata de un verdadero programa para estabilizar las relaciones con el sector privado, nacional y multinacional, incentivarlo a aprovechar “el factor Evo”, ofreciéndole estabilidad social, seguridad jurídica y garantías de lucro. El núcleo de este programa son de hecho las concesiones que se han hecho y se proyectan: a los agroindustriales (suspensión de la revisión de la función económico-social etc.) como a los banqueros y al capital internacional (ley minera, de inversiones, de hidrocarburos, emisión de bonos etc.). Los representantes del movimiento obrero, campesino y popular serán llamados a negociar esta política de concesiones y a contener los reclamos de su base. Esto no solo burocratiza la vida del partido, sino que amenaza las conquistas sociales y democráticas obreras, campesinas y juveniles.
En 1952 la liquidación del latifundio dio al MNR una base social amplia para contrarrestar las presiones del movimiento obrero. Hoy las relaciones agrarias no han sido reorganizadas y por otro lado, pese al aumento de la riqueza, las amplias masas laborales bolivianas viven todavía en condiciones de precariedad e informalidad. La colaboración de clases puede y será retada por movimientos de masas que intentarán imponer la defensa de sus intereses vitales a las herramientas políticas y organizativas de las cuales se dotaron, el MAS y la COB.
Por la organización revolucionaria
El ex ministro Soliz Rada, ha escrito recientemente: “en el MAS… pugnan dos corrientes ideológicas: por una parte, se hallan los que hablan de antiimperialismo, industrialización, defensa de las nacionalizaciones… unidad de América Latina. Los de la corriente opuesta no hablan, pero actúan con eficacia… la suerte del país depende del triunfo de una de las tendencias del MAS”. La silenciosa eficacia de la “corriente opuesta” se debe a que esta no defiende ideas sino intereses materiales concretos, intereses de clase camuflados con el interés nacional como los agroindustriales disfrazan su codicia con la soberanía alimentaria.
En vez de proponerse de hurgar en estas contradicciones de clase planteando al MAS un programa por la reversión del latifundio reivindicada por lasorganizaciones campesinas, así como una discriminante de clase para las listas en apoyo a la lucha de las bases, la dirección de la COB se ha acomodado silenciosamente a sus candidaturas justificándolas con un maximalismo que es siempre la pantalla del oportunismo. La “alianza estratégica sin estrategia” no servirá ni a ampliar la base sindical ni a defender las conquistas actuales, como por ejemplo la minería estatal cuya suerte y capacidad de resistir a la caída de precios sin convertirse en empresa privada depende de la nacionalización y la planificación de todo el aparato productivo minero.
Si la COB y un sector de la izquierda tradicional arrían sus banderas, otros las dirigen lejos de la mirada de las masas mientras la dirección histórica del MAS y su “corriente nacionalizadora” son derrotadas en la batalla contra las infiltraciones burguesas en el partido y las listas, la lógica conclusión es que la “suerte del país” no depende de estas. Depende más bien de una nueva capa de militantes juveniles, obreras, obreros y campesino-indígenas que sepan coordinar su lucha en las diferentes organizaciones y, formándose sobre el balance revolucionario del proceso, carguen sobre sus hombros los destinos del país.
No haremos faltar un activo apoyo para asegurar la victoria electoral con un margen amplio para evitar que las reivindicaciones populares sean filtradas en la negociación parlamentaria. Pero todo lo dicho demuestra que esto no es suficiente ni decisivo. Lucha de Clases nace para dotar aquella capa de nuevos activistas de un análisis, perspectivas y militancia sin los cuales cualquier lucha es meramente coyuntural. La construcción de una tendencia revolucionaria vinculada a la lucha de masa, de la cual las elecciones son simplemente un capitulo, será la batalla realmente determinante.