Si la renuncia del papa Benedicto XVI había concitado la atención mundial, no menos sorprendentes son la designación del primer papa no europeo desde el año 741 y su pertenencia a la orden jesuítica. Los primeros gestos de austeridad tras su asunción intentan mostrar un cambio de orientación después de dos papados ultra-reaccionarios. Pero harán falta más que gestos para enfrentar la profundidad de la crisis en la que se halla inmersa la Iglesia católica.
La crisis de la Iglesia católica y la Compañía de Jesús
Como analiza Mauro Vanetti, en un artículo que publicamos días atrás, la Iglesia enfrenta una de las mayores crisis de su historia, con escándalos como los numerosos casos de violaciones de menores por parte de sacerdotes, el lavado de dinero mediante el Banco Vaticano, las revelaciones del llamado ¨Vatileaks¨, la corrupción, los crudos enfrentamientos internos entre las diferentes sectas reaccionarias (que han llegado al centro del poder romano en las últimas décadas), la falta de vocación sacerdotal, la pérdida de feligreses, etc. Invitamos a releer la mencionada nota del compañero Vanetti (ver La abdicación del Papa pone de relieve la crisis del catolicismo romano), donde se explica este entramado y su relación con la crisis capitalista mundial.
Los jesuitas nacieron en el siglo XVI como ¨soldados¨ del papa para tratar de contrarrestar enemigos externos, como la reforma protestante y los distintos monarcas que amenazaban el poder de la Iglesia, ya no sólo en Europa sino en todo el mundo, en el comienzo de los ¨descubrimientos¨ geográficos. La comparación de los jesuitas con un ¨ejército¨ no es gratuita, más allá del origen militar de algunos de sus fundadores (como su figura principal, Ignacio de Loyola) su estructura y su funcionamiento como fuerza de respuesta rápida en cualquier lugar del mundo, al servicio de la autoridad papal, apuntalan la metáfora.
Pero la Compañía de Jesús también oficiaba como instrumento papal para control interno de las distintas órdenes que estaban adquiriendo una peligrosa autonomía y desafiaban el férreo centralismo romano.
Durante más de cinco siglo los jesuitas funcionaron como la otra cara del papa, su jefe era considerado el ¨papa negro¨, en contraposición al rostro público del jefe romano. Su actividad fue siempre controversial y han sufrido repetidas expulsiones de distintos países, donde buscaban influenciar sobre todo a través de la educación. Y se llegó hasta la supresión de la orden, por decisión papal, desde 1773 hasta 1814 en que fue rehabilitada. Los jesuitas también fueron acusados por el racionalismo francés y la Ilustración, de hipocresía, doble moral y astucia, lo que ha perdurado literariamente y en el habla popular.
Sin embargo, desde el Concilio Vaticano II y siguiendo el giro emprendido por Juan XXIII, durante las décadas del ¨60 y ´70, los jesuitas representaron el ala izquierda de la Iglesia, acompañando luchas como las de los pueblos centroamericanos contra terribles dictaduras, de las cuales también resultaron víctimas. Pero con la reacción a partir de Juan Pablo II, fueron purgados de sus integrantes con mayor compromiso social.
La actual llegada de un jesuita al papado remite por un lado de la gravedad de la crisis actual, comparable a aquellas peligrosas situaciones históricas para la Iglesia católica. Y por otro lado se manifiesta como recurso extremo, al unificar papado e instrumento, símbolo de autoridad y brazo ejecutor, en un solo cargo. Podemos asimilarlo a la llegada de un jefe militar al poder estatal en épocas de crisis, un caso de cesarismo o bonapartismo.
¿Quién es Bergoglio?
Nacido en 1936 en la ciudad de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, luego de recibirse de técnico químico en un colegio industrial, se ordenó sacerdote en 1969. Se dice que en el seminario, en los años 60, simpatizaba con el movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, pero su vinculación con el nacionalismo católico que lo había acercado al peronismo de derecha en los setenta, lo muestra muy conservador a partir de la dictadura militar de 1976.
No es extraña la relación ideológica entre jesuitismo y peronismo de derecha: verticalismo militarista, cercanía paternalista con los pobres, búsqueda de liderazgo ¨natural¨ ante las masas, facilitado por lugares sociales como capitanías o sacerdocios, utilización de ese liderazgo de masas para negociar ante los sectores de poder, etc. Los jesuitas priorizan siempre ocupar lugares de relación con la sociedad civil católica en vistas a su control: colegios, publicaciones, medios de comunicación, la Acción Católica, etc. En los años ´70 y ´80 Bergoglio compartió la dirección de la Universidad del Salvador (USAL), en ese entonces jesuita, con sus compañeros de la agrupación de la derecha peronista Guardia de Hierro.
Si bien no ha tenido condenas en los juicios por la violación de derechos humanos bajo la dictadura, algunas víctimas lo señalan como entregador, cómplice o testigo mudo de lo ocurrido incluso a miembros de la propia Compañía de Jesús, de la que era jefe ¨provincial¨. Lo menos que puede decirse es que nunca denunció lo que sabe y que no hizo lo suficiente para oponerse a los crímenes de la dictadura, con la cual la Iglesia como institución colaboró de manera muy activa (como está ampliamente probado) y a la que sólo un puñado de obispos y sí numerosos sacerdotes combatieron (por ej. el obispo Angelelli, asesinado en esos años y los 125 curas desaparecidos).
Bergoglio se defiende afirmando que intercedió ante Videla y Massera para intentar salvar, a veces con éxito, a algunos perseguidos. Incluso intermedió en al menos un caso de apropiación de hijos de desaparecidos. Extraño reconocimiento para alguien que, como aún sostiene, no sabía lo que ocurría y se enteró recién pasada la dictadura de los crímenes de lesa humanidad.
Por esos años sus compañeros de Guardia de Hierro apoyaron la reconversión del jefe de la marina y mandamás del centro ilegal de detenciones en la ESMA, almirante Massera (a quien la USAL nombro doctor “honoris causa” el 25 de noviembre de 1977) en líder de una fracasada corriente política de derecha populista.
Ya en democracia, como obispo primero y luego como máximo jerarca de la Iglesia en Argentina, se negó a expulsar a los sacerdotes condenados judicialmente por pederastas (como el obispo Storni y el cura Grassi) o por secuestradores y torturadores bajo la dictadura (como el cura Von Wernich). Todos ellos continúan dando misa como miembros regulares de la Iglesia. Y tampoco nunca facilitó los archivos de la Iglesia para ser usados en los juicios por delitos de lesa humanidad como solicitaron las organizaciones de derechos humanos.
En los últimos años se opuso a todo intento de avance en la legislación social bajo los gobiernos kirchneristas. Condenó en duros términos la educación sexual en los colegios públicos, las políticas de salud reproductiva (se opuso a los métodos anticonceptivos), las reformas de leyes civiles (como la de matrimonio igualitario, la muerte digna, la reglamentación del aborto no punible, etc.) y aceptó el papel de figura estelar de la oposición de derecha a partir del conflicto del gobierno con los propietarios rurales en 2008. Aunque posteriormente bajó un poco el perfil, siguió operando desde su púlpito tratando de unificar el discurso opositor al kirchnerismo.
A los 76 años se estaba retirando, (ya no podía ser reelecto como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina) cuando a partir de la renuncia de Benedicto XVI se le abren las puertas del papado.
Una jugada astuta pero… ¿suficiente?
La elección del nuevo pontífice aparece como una jugada mucho más astuta que las designaciones anteriores. Una movida para intentar recuperar la influencia social perdida por el giro reaccionario de los últimos papados. Y que apunta sobre todo a Latinoamérica, uno de los bastiones del catolicismo, con el objeto de frenar el proceso de más de una década de cambios profundos, incluso revolucionarios en algunos países, justo en el momento del fallecimiento de uno de sus líderes: el presidente venezolano Hugo Chávez.
Las sectas reaccionarias (Opus Dei, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo, etc. que también apuntaron a conseguir espacios de dirección en la sociedad civil) han monopolizado la vida vaticana en los últimos 30 años y son responsables de la crítica situación de la Iglesia católica. Al parecer se plantea ahora poner un papa, ajeno a estas camarillas venales y perteneciente a una congregación ya ¨depurada¨ de sus elementos progresistas (la Compañía de Jesús), para que intente limpiar la Iglesia de sus elementos más corruptos, y para que pueda garantizar su función de gendarme ideológico del capitalismo.
En esta movida no es de descartar la injerencia de los centros imperialistas en EEUU y Europa, en un intento de restablecer la autoridad moral de la Iglesia católica frente a fermento revolucionario no sólo en Latinoamérica sino también en el mundo árabe y el sur de Europa (otro bastión católico).
Los primeros gestos emitidos desde el Vaticano intentan mostrar un giro copernicano, desde el nombre escogido que remite a Francisco de Asís, santo enfrentado a la jerarquía de su época, con una vida dedicada a los pobres. También con las actitudes del nuevo papa difundidas ampliamente por la prensa mundial: austeridad en la vestimenta y en los gastos, y sus primeros discursos en ese mismo sentido: ¨quisiera ver una Iglesia pobre, para los pobres¨.
Suponiendo que con estos gestos, profundamente demagógicos, logre frenar la sangría de fieles y recuperar las vocaciones sacerdotales que se iban perdiendo, hará falta mucho más que eso para solucionar la crisis de la Iglesia. Por ejemplo medidas concretas para dejar de proteger a los sacerdotes pederastas, mano firme para imponerse en la interna con las sectas ultraconservadoras, castigos ejemplares para los casos más flagrantes de corrupción, etc.
Así y todo, no está claro cómo podría tener éxito en la resolución de la urgente crisis financiera en torno al Banco Vaticano, más aún si adoptara los mínimos estándares de transparencia exigidos por la UE, lo que le dificultaría el ingreso de dinero a través del lavado de operaciones ilegales.
Y, lo que más nos puede interesar, cómo -ajetreado por todos estos problemas- puede encarar una ofensiva ideológica en América Latina para disputarle las masas a los movimientos que encabezan el proceso revolucionario continental. Aunque las expectativas abiertas por el nombramiento del nuevo papa son palpables, con sólo gestos no alcanza para ganarse a las masas en medio de una formidable crisis capitalista mundial.
La feligresía católica progresista, aunque otorgue en principio algún crédito al nuevo papa, le exigirá que pase de las palabras a los hechos, adoptando posiciones que los centros del poder global, la jerarquía católica y la propia trayectoria de Bergoglio no se pueden permitir. Ni las grandes finanzas, ni los mercaderes del templo ni el nuevo jefe del Vaticano pretenden hacer más que algunas reformas para perpetuar la secular relación entre el poder y la Iglesia. Un blanqueo del viejo sepulcro bajo la brocha de un conservador, que sólo puede aparecer como moderado por contraste con las camarillas ultrarreaccionarias que lo rodean en Roma.