1810-2010: Bicentenario, Revolución, Socialismo (III)

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Revoluciones independentistas, intento de conformación de la Nación, Confederación

La revolución de independencia en el Río de La Plata se vio en la necesidad de fundar una nueva legitimidad. En el desarrollo del proceso revolucionario y de las guerras de independencia, se planteó desde el comienzo el doble problema de definir las bases sociales y políticas del nuevo poder. En este sentido varios de los más destacados hombres públicos del período vieron en esta gesta no un simple cambio de gobierno sino la posibilidad de materializar el pensamiento filosófico en la construcción de un nuevo orden republicano.

Revoluciones independentistas, intento de conformación de la Nación, Confederación

La revolución de independencia en el Río de La Plata se vio en la necesidad de fundar una nueva legitimidad. En el desarrollo del proceso revolucionario y de las guerras de independencia, se planteó desde el comienzo el doble problema de definir las bases sociales y políticas del nuevo poder. En este sentido varios de los más destacados hombres públicos del período vieron en esta gesta no un simple cambio de gobierno sino la posibilidad de materializar el pensamiento filosófico en la construcción de un nuevo orden republicano.

"Civilización" y "Barbarie"

Las tendencias autonomistas de los pueblos que surgieron durante la primera década revolucionaria cristalizaron luego de la caída del poder central en 1820 en la conformación de los Estados provinciales. Esta realidad fue el escenario en donde se manifestaron durante la primera mitad del siglo XIX dos tendencias, una, en confluir en el marco de una Confederación en lo que será el futuro Estado nacional; la otra, en la afirmación de soberanías independientes de cada provincia. Las mismas adoptaron formas "representativas republicanas", se elaboraron constituciones y formaron pactos interprovinciales como solución provisional para legitimar un nuevo orden social y político luego de las luchas por la Independencia. Por lo tanto, se tejió una compleja relación entre legalidad y legitimidad en el espacio rioplatense, a la cual no escaparon los mismos regímenes de caudillos.

Como decía Alberdi "no pudiendo sostenerse que el pueblo, por semi bárbaro que se lo suponga, pueda ser opuesto a la democracia, es decir al derecho de ser su propio soberano, se han distinguido dos democracias -la del pueblo y la del gobierno. La una se ha llamado bárbara, la otra civilizada. Los hombres de principios, los apóstoles de la verdadera democracia, en la narración de Mitre, son los que naturalmente están en el Gobierno, los que mandan el ejército, los que componían la Logia. Naturalmente, habitan en las ciudades. El elemento semi bárbaro es esencialmente el pueblo campaña, la multitud de gente, las masas que montan a caballo. Y como América está a medio poblar y las ciudades son chicas y escasas, según esa división, la mayoría de su pueblo, que está fuera de las ciudades, forma el elemento semi bárbaro, la democracia semi bárbara". (Póstumos, V, 157)

Pero en esa distinción de democracia "civilizada" y democracia "bárbara" estaba ya contenida toda la política de la oligarquía porteña de imponer su dictadura, de arrasar a la mayoría del país en nombre de la civilización, es decir, de su acumulación capitalista. Puesto que contrariaba los intereses de la mayoría de la población y las regiones del país, el desarrollo de la acumulación determinaba fatalmente una política oligárquica y antidemocrática. El desarrollo capitalista en Argentina no conducía a la democracia sino a la oligarquía.

El nuevo gobierno surgido el 25 de Mayo prefiere, frente al pacto de sujeción, el concepto de soberanía popular difundido por las revoluciones norteamericanas y francesas, y por la visión rousseauniana del Contrato. Recordemos que el pacto de sujeción fue invocado por los participantes del Cabildo del 22 de Mayo, que reclama el concepto de reasunción del poder por parte de los pueblos, doctrina de la tradición hispánica que dice, que una vez caducada la autoridad del monarca, el poder vuelve a sus depositarios originarios: los pueblos. Mariano Moreno, desde las páginas de La Gaceta de Buenos Aires, plantea la moderna teoría de la soberanía popular al adaptar los principios del Contrato Social de Rousseau.

Para justificar el nuevo poder de los criollos, Moreno esboza la nueva teoría "que une a los hombres entre sí mismos: un pueblo es un pueblo antes de darse a un rey, y de aquí es que aunque las relaciones sociales entre los pueblos y el rey quedasen disueltas o suspensas por el cautiverio del monarca, los vínculos que unen uno a otro en sociedad quedaron subsistentes por que no dependen de los primeros y los pueblos no debieron tratar de formarse pues ya lo eran; sino elegir una cabeza que lo rigiese o regirse a sí mismos según las diversas formas con que pueden constituirse íntegramente el cuerpo moral". (Gaceta de Buenos Aires, 13/11/1810).

El proceso revolucionario comprendió dos períodos, el primero abarcó de 1810 a 1814, y está marcado por los intentos frustrados por parte de los morenistas de asociar la lucha de la Independencia con la construcción de un nuevo gobierno. El segundo, de 1814 a 1820, se caracterizó por el conservadurismo político del gobierno del Directorio; sucediéndose en estas etapas seis gobiernos revolucionarios.

Transcurrieron conflictos políticos entre Saavedra y Moreno, el primero con gran ascendencia en las milicias y el segundo en parte de la sociedad civil al que se le objetaba sus enérgicas acciones revolucionarias desde la Primera Junta. Más luego, ante la misteriosa muerte de Moreno, sus seguidores fundaron el club morenista con el nombre de Sociedad Patriótica. La Sociedad funda el periódico "Mártir o Libre". Monteagudo recoge y recrea las ideas de Moreno recuperando el espíritu revolucionario de Mayo: declarar la Independencia y dar una Constitución, son los objetivos declarados por la nueva asociación. El club morenista había promovido la participación de individuos del bajo pueblo acentuándose aún más con la creación de la Logia Lautaro, se organizó en sociedad secreta, abandonando el recurso a la opinión pública, con dos objetivos: la organización del ejército libertador y la declaración de la Independencia.

El desarrollo de la oligarquía terrateniente

Transcurridos algunos años, estos proyectos se siguen expresando de manera contradictoria, por un lado la lucha entre el Litoral que coincidía con Buenos Aires en su librecambismo ganadero, opuesto al proteccionismo artesanal del Interior; por otro, cuando sus intereses se unían a los del Interior y se contraponía de plano a los de Buenos Aires ante el problema decisivo de la Aduana. Casi todo lo que el país exportaba e importaba pasaba por la Aduana del puerto de Buenos Aires, y Buenos Aires era quien se quedaba con los jugosos impuestos de esa Aduana, sin dar a las restantes provincias ninguna participación en sus beneficios. "Buenos Aires -decía Ferré, hombre del Litoral, hablando por todo el país- se hace dueño exclusivo del caudal que percibe de la importación de los frutos extranjeros que se consumen en la nación y por la exportación de los que ésta produce, pues unos y otros se embarcan en su puerto, como es el único argentino y por consiguiente nacional, por cuya razón debe su producto no ser exclusivo de Buenos Aires pues… es de la nación". Los estancieros de Buenos Aires tenían puerto propio, los del Litoral no. Por eso éstos se unían a las provincias del interior -arruinadas sus industrias por la competencia que entraba desde el puerto de Buenos Aires- para combatir el monopolio porteño de la aduana y el puerto nacional. En esa alianza transitoria entre ganaderos bonaerenses y burguesía porteña ligada al comercio exterior se basaría el poder de Rosas.

El interés creciente de las élites locales por la valorización del ganado, el adquisición de grandes extensiones de territorio se refleja, de manera contundente, en una expansión sin precedentes: la campaña militar de Martín Rodríguez en los inicios de 1820, seguida a principios de los ’30 por la que dirigió Juan Manuel de Rosas, multiplicó varias veces el territorio a disposición de Buenos Aires hacia el Oeste y hacia el Sur, hasta llegar a 180 mil km cuadrados. En Entre Ríos se produjo un proceso similar entre los años ’30 y ’40 en la frontera hacia el nornordeste. Se habría forjado así un "consenso agroexportador" en la región litoraleña que colocaba a los grandes hacendados en el centro de la escena.

Todo esto habría dado un golpe de muerte a la articulación entre la pequeña producción agrícola y la gran estancia de fines de la época colonial favoreciendo la expansión de la estancia monoproductora que reunía en su interior mano de obra dependiente.

Unitarios, federales y las montoneras

Dentro de Buenos Aires, hay una rivalidad colaborante entre estancieros y burguesía comercial. Las dos vertientes de la oligarquía porteña son ante todo eso, porteños; es decir, defensores del monopolio de la aduana, cuyo producto las provincias querían compartir.

El entrecruzarse y chocar de estos intereses de clases y regiones, diversamente combinadas, proyectó sobre el país la sombra de unitarios, federales, montoneros y anarquía. Trataremos de precisar sus contornos en la medida imprescindible para comprender lo que sucedió después de Caseros.

La montonera conjugó en su seno el gauchaje del litoral, privado de su tradicional modo de vida por la valorización de la carne que trajo consigo el comercio libre, con los más variados sectores de la población del interior, destruidas sus fuentes de subsistencia por la competencia inglesa. "En el campamento no faltó comida, ni se exigió trabajo, y la ocupación de las primitivas montoneras, más que guerrear, consistió en cazar vacas. El triunfo aleatorio ofrece además, perspectivas de grados militares o empleos públicos rentados, harto más ventajosos que el jornal ofrecido por saladeristas estancieros". La montonera, "inmunda plaga de bandoleros alzados contra los poderes nacionales", según la imagen que se proyectaba en la retina de la burguesía porteña representada por Vicente Fidel López (Historia, VII, 501) era la población del litoral y del interior, una, privada del derecho de voltear vacas y reacia al conchabo en la estancia; otra, desocupada por la ruina de la industria que la mantenía. A su frente galopaban los caudillos, representantes de los ganaderos del litoral y  de los comerciantes y terratenientes del interior, empobrecidos también ellos por la política de la oligarquía comercial y estanciera porteña. En Buenos Aires no hubo montoneras, porque los estancieros y su Estado, con el privilegio del puerto, fueron capaces de proletarizar al gaucho, enganchándolo como peón de estancia o de saladero, o como milico.

Pero de todo esto no se desprende nada a favor de la temeraria afirmación de que "apoyándose en las clases bajas y oprimidas los caudillos montoneros atacaban a las dominantes de la sociedad" (Puiggros, Herencia, 15). Los caudillos pertenecían, por origen e intereses, a estas clases dominantes. "Los caudillos, si bien populares entre las masas gauchescas en su calidad de propietarios de haciendas y jefes de milicias, no representaban solamente a la clase popular, sino también a la opinión culta y urbana de sus provincias, contaban con asesores prestigiosos, abogados, clérigos… Ellos mismo no surgían del populacho, sino de la burguesía "decente" afincada como Artigas y López, cuando no entroncaban, como Ramírez, con la más rancia nobleza colonial" (Palacio, I, 145).

Por otro lado, las montoneras no significaban el tránsito a otro sistema social. Es verdad, que eran fuerzas democráticas no en el sentido democrático burgués, sino en el que representaban a la mayoría del país en su lucha contra la oligarquía. La estructura de la colonia había sido decisivamente capitalista con sectores precapitalistas, ejemplo de esto, lo encontramos en las industrias familiares del interior y en la población migrante de la campaña que se vinculaba al circuito capitalista cuando entregaba el cuero de la vaca volteada o se conchababa transitoriamente en una estancia, más luego se mantenía al margen de la producción.

El programa de la burguesía porteña

La oligarquía porteña -comerciantes y estancieros- coincidían en afirmar la estructura capitalista de la nación a costa de los elementos precapitalistas. El objetivo era liquidar el gaucho privándolo del libre usufructo de la carne y obligándolo a que se emplee en estancias o saladeros. Objetivo también de esta oligarquía era beneficiarse a partir del intercambio con el extranjero, aumentando las importaciones a expensas de las industrias del interior. En síntesis, ampliar y profundizar su acumulación capitalista, mientras que el resto del país deseaba proseguir reproduciendo el modo de vida existente.

A los múltiples conflictos entre las clases y regiones argentinas se sumaba, agravándolos, la acción de un factor extranacional como era el capital comercial inglés, la industria inglesa y, en menor medida, el capital bancario londinense. Pocas comunidades de intereses internacionales eran tan evidentes como la que unía al capitalismo inglés con la burguesía comercial y estanciera de Buenos Aires.

La acción de Inglaterra tendía, desde luego, a reforzar la política de la oligarquía porteña en el sentido de acelerar la acumulación capitalista a expensas del resto del país. Inglaterra aspiraba a "convertir a todos los demás países en simples pueblos de agricultores, reservándose ella el papel de fabricante" (Marx, El Capital, I, 2). Asegurar las condiciones del comercio, de su comercio, era también el propósito de la oligarquía porteña. Contra la anarquía y la montonera, contra las industrias del Interior y el gaucho, por la acumulación capitalista – la "civilización"- tal era el programa en el que coincidían la oligarquía porteña e Inglaterra, contra la mayoría del país.

Buenos Aires, Litoral, Interior, anarquía, montonera, burguesía comercial, estancieros, capital inglés: todos esos conflictos regionales y de clase tuvieron una expresión final en la lucha entre unitarios y federales. Lo menos decisivo de los problemas que escindieron al país era la cuestión que les daba nombre: la organización constitucional unitaria o federativa. No por casualidad, desde el punto de vista de las relaciones entre las provincias y el poder central, el gobierno federal  de Rosas fue el más unitario y centralizado en Buenos Aires que conociera hasta entonces el país. Lo que había en el fondo de aquella lucha eran hondos antagonismos económicos.

La provincia de Buenos Aires tenía una economía monoproductora, y necesitaba importar no sólo productos industriales de Europa, sino también alimentos, muchos de los cuales provenían del Interior. La demanda bonaerense suministraba así la base para un intercambio comercial entre Buenos Aires y las provincias del Interior, Buenos Aires era el principal abastecedor de las provincias (con productos extranjeros que arruinaban sus industrias) y el principal consumidor de los productos provincianos.

Pero para poder disfrutar sin dificultades de todo el mercado nacional la burguesía porteña necesitaba unificar al país, y desde luego unificarlo bajo la hegemonía librecambrista de Buenos Aires. Por eso la burguesía comercial porteña era unitaria y también lo eran sus filiales del interior.

Unificar al país bajo la hegemonía de Buenos Aires para hacer de toda la nación un solo mercado donde comprar y vender en beneficio de la burguesía porteña y sus socios ingleses. Pero no sólo comprar y vender sino hacerlo en escala creciente, despertando nuevas necesidades en la población, aumentando la población misma, ampliando el mercado y los medios de satisfacerlo. En síntesis, civilizar al país en el sentido capitalista que interesaba a la burguesía comercial, intermediaria de la industria inglesa y sin sentido industrial propio. Tal era el programa del partido unitario. Rivadavia hizo el más completo intento de realizar este programa.

El gobierno de Rivadavia

Rivadavia comprendía la importancia de desarrollar la agricultura y colonizar la pampa para ampliar el mercado interno, pero la única forma concreta que encuentra para realizar esa tarea es formar una sociedad de colonización con los banqueros londinenses. Ello dice bien de la debilidad estructural de la burguesía comercial porteña.

Rivadavia funda la Bolsa de Comercio y el Banco de Buenos Aires, pero su obra más duradera fue la enfiteusis. Para su programa de organización capitalista Rivadavia no halló mejor sostén que el capital inglés. Para garantizar los préstamos del capital inglés, no había mejor garantía que hipotecar la tierra pública.

La política rivadaviana ponía al descubierto la debilidad básica de la burguesía comercial desinteresándose de la suerte de la ganadería, fundamento de toda vida económica bonaerense.

El unitarismo significó disponer de los fondos de la aduana porteña para una política nacional manejada desde Buenos Aires. Por lo tanto, la provincia de Buenos Aires iba a ver mermados sus recursos y esto implicaba que iba a aumentar los impuestos que recaían sobre los estancieros; de modo que dentro de la provincia, el problema de la organización estatal giraba en torno a la lucha de dos tendencias: una subrayaba el comercio como fuente de riqueza nacional y base de la prosperidad económica; la otra, contemplaba la expansión de la ganadería dentro de la provincia y relegaba el comercio a una posición subordinada. La diferencia fundamental en torno a la relación entre Buenos Aires y el resto del país, era en el fondo la lucha en torno a la posición de estancieros y saladaristas por un lado, y la burguesía comercial por otro, dentro de la Provincia.

La política de la burguesía comercial de poblar el campo con colonos para desarrollar la agricultura iba directamente en contra de los intereses estancieros. Los hacendados sabían perfectamente que una agricultura fuerte y próspera podía afectar adversamente los precios al aumentar la demanda de la tierra. La expansión de la agricultura amenazaba exterminar la posición monopolista de los hacendados, quienes hasta entonces eran los únicos compradores o tenedores importantes de la tierra pública.

Sin embargo, estos conflictos entre estancieros y burguesía comercial, no impedía el acuerdo que los unía en cuestiones decisivas. Ambos coincidían en: explotar al resto del país desde su puerto privilegiado, afianzar la acumulación capitalista, "proletarización" del gaucho, consolidar la propiedad de la tierra, mantener excelentes relaciones con Inglaterra.

La enfiteusis (cesión de tierra a perpetuidad a cambio del pago de un canon y diversas prestaciones) aceleró la apropiación privada de la tierra pública, Rosas, en ese sentido continuó a Rivadavia. Los más desaforados latifundistas nacieron bajo Rivadavia, Rosas no hizo más que continuarlo.

Rosas en el poder

El objetivo principal de Rosas era, en verdad, compartido por el conjunto de las élites rioplatenses: la construcción de un orden social y político tras dos décadas de inestabilidad provocadas por las guerras de la Independencia y las guerras civiles. Los instrumentos jurídicos y políticos con que se edificó el régimen rosista en Buenos Aires habían sido creados durante el proceso de constitución de la provincia en estado autónomo (1820). Así, a pesar de la concentración de atribuciones que Rosas fue adquiriendo como Gobernador -facultades extraordinarias, suma del poder público-, los tres poderes y la ley electoral de 1821 siguieron en vigor, aunque cobrarían un nuevo sentido bajo sus mandatos. Así mismo era recurrente la invocación a la opinión pública por considerarla componente necesaria de esa legitimidad.

Claro que no cualquier orden, sino uno que garantizara el predominio del sector mercantil ganadero porteño del cual él formaba parte. Este proyecto chocó con los intereses, las ideas y las ambiciones de otros sectores sociales políticos económicos y/o regionales.

Rosas buscó y logró la creación de poderes políticos legales que pudieran situarse por encima de los estados provinciales. Esta alternativa habría obligado a redistribuir los ingresos del puerto y de la aduana de Buenos Aires, como a crear instituciones nacionales que debilitarían el poder de su gobernador. La solución institucional adoptada fue la creación de una Confederación, que a partir del Pacto Federal de 1831 y hasta la sanción de la Constitución de 1853, reguló las relaciones entre las provincias, a lo que se sumó la delegación en el gobierno de Buenos Aires de las relaciones exteriores. Esta organización permitía contener en su seno una pluralidad de estados provinciales, por consecuencia, la aceptación de la existencia de una multiplicidad de soberanías era una noción ampliamente compartida por las élites rioplatenses.

De allí en adelante, el federal fue el único sistema admitido como viable por las provincias, en cuanto preservaba el ejercicio de sus atribuciones soberanas.

Pero, junto a este armazón institucional, la verdadera solución al problema del orden aportada por Rosas fue su intento de uniformar la sociedad rioplatense bajo el color de una facción política, la federal. Sólo una profunda homogeneidad política, creía, podía garantizar la estabilidad motivo por el cual no admitía ningún tipo de ambigüedades a la hora de pronunciarse: quien no era federal, era claramente unitario y enemigo del orden.

El ascenso político de Rosas en la provincia de Buenos Aires y la imposición de un nuevo orden en el Río de La Plata, no fue producto de una mera voluntad del caudillo ni de un plan preconcebido.

Derrotados los unitarios en 1829 en Buenos Aires y en 1832 en el Interior, pasaron varios años para que se produjera una homogeneidad política bajo el signo federal rosista. En el espacio rioplatense, además, se debió mantener una tensa relación con caudillos federales como Estanislao López y Facundo Quiroga. Son estas razones donde se puede entender la aparición de Rosas como protagonista central en la vida pública porteña. En el estado de guerra civil en la que se sumergió el país bajo el rótulo de unitarios y federales se hallaban involucrados tanto Buenos Aires como la república toda.

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