Mientras a nuestro alrededor asistimos a una destrucción de riqueza similar a la que provocaría una guerra devastadora, los gobiernos se reúnen frenéticamente y adoptan recetas que sólo sirven para confirmar lo que ya sabíamos: que el capitalismo es un sistema decrépito y que un puñado de grandes monopolios y banqueros ejercen una brutal dictadura mundial que condenará a millones de hombres, mujeres y niños al empobrecimiento y al desempleo de masas.
Como si despertáramos de un sueño a golpe de electroshock, la incertidumbre y el miedo se fabrican a toda máquina, con la misma rapidez e impunidad que los responsables de la hecatombe se eximen de cualquier responsabilidad. Mientras a nuestro alrededor asistimos a una destrucción de riqueza similar a la que provocaría una guerra devastadora, los gobiernos se reúnen frenéticamente y adoptan recetas que sólo sirven para confirmar lo que ya sabíamos: que el capitalismo es un sistema decrépito y que un puñado de grandes monopolios y banqueros ejercen una brutal dictadura mundial que condenará a millones de hombres, mujeres y niños al empobrecimiento y al desempleo de masas.
El monopolio del Estado en la sociedad capitalista no es más que un medio de elevar y asegurar los ingresos de los millonarios que están a punto de quebrar en una u otra rama de la industria
V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo.
La recesión europea se ha sincronizado: los quince países de la zona euro han registrado en el tercer trimestre del año una reducción del 0,2% del producto interior bruto (PIB), similar a la del trimestre anterior. La caída ha sido liderada por Alemania, que sufrió un descenso trimestral del PIB del 0,5%. Japón también ha entrado en barrena, afectado severamente por la contracción en EEUU, la Unión Europea (UE) y China, su principal cliente y cuya demanda de productos nipones se ha reducido desde mayo a menos de la mitad de 2007. En EEUU la economía se contrajo una décima en el tercer trimestre y se prevé una caída en torno al 3,5% anual, mientras se ha superado la cota histórica de diez millones de desempleados, situando la tasa en el 6,7%, su nivel más alto en 15 años (1). La realidad inapelable de la recesión global también se concreta en el comercio mundial, uno de los pilares de la expansión del último decenio, que caerá de un 4,7% este año al 1,8% en 2009.
La cumbre del G-20 no ha resuelto nada. La recesión se transformará en depresión
En medio de este marasmo, el pasado 15 de noviembre las potencias del llamado G-20 celebraron su ansiada cumbre. Los resultados tangibles de esta "refundación ética del capitalismo" no dejan de ser una estafa, una más de las perpetradas en los últimos meses. Para empezar, todos los asistentes, responsables del caos actual, han ratificado entusiastamente los planes de trasvasar billones de euros de las arcas públicas a las cuentas de resultados de la banca mundial, y lo han justificado con un argumento falaz: que la inyección de capitales a la banca garantizará la fluidez del crédito a las empresas, sobre todo a las medianas y pequeñas como siempre insisten en sus discursos, y a los particulares. Pero, ¿ocurrirá realmente esto?
Marx explicó hace casi un siglo y medio en el texto que mejor describe los acontecimientos actuales, El Capital, que el modo de producción capitalista se basa en la obtención de ganancias mediante la producción en masa de mercancías para la venta en el mercado. Sólo de esta manera se puede valorizar la plusvalía contenida en los productos; pero si la venta no se realiza la plusvalía tampoco, deteniéndose bruscamente el proceso de acumulación de capital. Ante la fortísima contracción del mercado, la inversión en bienes de capital (medios de producción) se reduce drásticamente, al igual que la inversión en capital variable (fuerza de trabajo). La paralización de la producción, que conlleva cierres masivos de empresas y desempleo crónico, deprime a su vez la capacidad de compra de los trabajadores y el consumo se restringe con fuerza (2). De esta manera, toda la dinámica se agudiza: los créditos dejan de fluir, pues ningún banco quiere arriesgar préstamos a empresas y particulares en dificultades y con negocios que están cayendo; y la tasa de beneficios también se reduce, generando mucha más desconfianza y parálisis para futuras inversiones. Si a esto añadimos el lastre salvaje del endeudamiento masivo, herencia de los anteriores años de boom especulativo, la recesión se transforma en una depresión profunda y extensa en el tiempo. Y esta es, precisamente, la perspectiva que se levanta ante el mundo.
La cumbre del G-20 ha abogado por poner en marcha, de forma inmediata, "políticas monetarias y medidas fiscales para estimular de forma rápida la demanda interna, teniendo en cuenta la sostenibilidad fiscal de las economías". De hecho, en EEUU ya han decidido nuevas rebajas de los tipos de interés, y no descartan llevar los tipos a un interés cero como ocurrió en Japón en la década de los noventa. También los jefes del Banco Central Europeo (BCE), tan renuentes en un principio a la rebaja de tipos para no alimentar la inflación, han cedido. El temor a un hundimiento prolongado, y la afloración de los primeros síntomas de deflación (provocada por el colapso brusco del consumo) han empujado en esta dirección. Pero la recesión está determinada por el carácter anárquico del mercado capitalista y la propiedad privada de los medios de producción, y no se resolverá con tipos de interés más bajos porque el estrangulamiento del crédito es la consecuencia directa del desplome de la actividad económica y la montaña de deudas acumuladas, y no de los altos tipos de interés (3).
Entre las medidas recomendadas por el G-20 se ha dado mucha publicidad a los programas de inversión pública, que han sido muy aplaudidos por los apóstoles del neokeynesianismo, obsesionados con idear fórmulas de ampliación de la demanda que saquen al capitalismo del actual infierno (4). Se hace, pues, necesario un análisis más detallado de estos planes y su comparación con las operaciones de salvamento de la gran banca. En el caso de la UE, el paquete de ayudas públicas anunciadas el pasado 26 de noviembre ascendía a unos ¡¡200.000 millones de euros!! equivalentes a un 10% de los más de dos billones de euros que los gobiernos europeos han regalado a los banqueros. Asimismo, en EEUU, la moribunda administración Bush, en un intento desesperado de animar el consumo (que en el tercer trimestre registró el mayor descenso en 28 años), ha anunciado un nuevo paquete de 605.000 millones de euros (un 20% de lo que el Estado norteamericano lleva gastado hasta el momento en salvar bancos y otras instituciones financieras).
La novedad es que este chorro de millones saldrá directamente de la máquina de hacer dinero, esto es, de un aumento colosal de la masa monetaria en circulación. Nada más anunciar este plan, la cotización del dólar cayó respecto al euro a su mínimo en un mes (1,31 dólares por euro), lo que ha evocado el tiempo de las devaluaciones competitivas de las monedas nacionales que instigaron la espiral depresiva de los años treinta. En cualquier caso, todos estos planes fueron saludados por los mercados con un nuevo colapso de las bolsas mundiales reflejando, con toda crudeza, la recesión galopante que sacude la economía real.
Expropiar la banca y los monopolios sin indemnización
¿De dónde saldrá toda esta montaña de dinero público para financiar los planes de salvamento bancario? La respuesta es obvia: de aumentar el déficit con operaciones de deuda pública e impresión de papel moneda (o lo que es lo mismo procediendo a devaluaciones encubiertas) y, por supuesto, recortando salvajemente los gastos en seguro de desempleo, educación, sanidad pública y equipamientos sociales.
Ningún gobierno está señalando un hecho que tendrá una trascendencia histórica: los desembolsos estatales para salvar al capitalismo se convertirán en una deuda de proporciones inconmensurables que será pagada con la sangre y el sudor de la actual generación de trabajadores y de las venideras. En los próximos años ya no serán los bancos los que estén en peligro de quiebra, sino los propios Estados.
Los capitalistas y sus gobiernos han decidido que el Estado debe poner todos sus recursos a disposición del capital para garantizar sus sagrados beneficios. Esto en sí mismo es una confesión de la absoluta bancarrota del sistema capitalista. La propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional han dejado de cumplir cualquier papel progresivo en la era del mercado mundial: son un obstáculo formidable para el desarrollo de las fuerzas productivas y de la civilización. Superar este impasse exige liberar a la economía de la opresión asfixiante de la gran banca y los grandes monopolios, mediante su expropiación sin indemnización, y poner la riqueza del mundo bajo el control democrático de los trabajadores. Solo la economía planificada sobre bases socialistas puede acabar con el actual caos, el derroche y el sacrificio innecesario de riquezas formidables que podrían resolver las necesidades de la humanidad y abrir un horizonte de progreso armónico.
Como Federico Engels señaló: "Si las crisis descubren la incapacidad de la burguesía para seguir administrando las modernas fuerzas productivas, la transformación de las grandes organizaciones de producción y cambio en sociedades anónimas y en propiedad del estado muestra que la burguesía no es ya imprescindible para la realización de aquella tarea. Todas las funciones sociales de los capitalistas son ya desempeñadas por empleados a sueldo. El capitalista no tiene ya más actividad social que percibir beneficios, cortar cupones y jugar a la bolsa, en la cual los diversos capitalistas se arrebatan los unos a los otros sus capitales (…) Pero ni la transformación en sociedades anónimas ni la transformación en propiedad del Estado suprimen la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas. (…) El estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una maquinaria esencialmente capitalista un estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. (…) La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución al conflicto, pero lleva ya en sí el medio formal, el mecanismo de la solución. Esa solución no puede consistir sino en reconocer efectivamente la naturaleza social de las modernas fuerzas productivas, es decir, en poner el modo de apropiación y de intercambio en armonía con el carácter social de los medios de producción. Y esto no puede hacerse sino admitiendo que la sociedad tome abierta y directamente posesión de las fuerzas productivas que desbordan ya toda otra dirección que no sea la suya…" (5).
NOTAS
1. La situación en los llamados países emergentes es igual de deplorable: En Europa del Este y la costa del Báltico las bancarrotas amenazan a países enteros (Hungría, Rumania, Letonia, Estonia), por no hablar de los países escandinavos. Islandia ha tenido que nacionalizar todo su sistema bancario en medio de la mayor suspensión de pagos de su historia, mientras Dinamarca y Suecia ya están en la senda de la recesión). En lo que respecta a China y la India, sus economías, que habían sido consideradas como la gran esperanza para evitar una depresión del sistema, se hunden cada día un poco más.
2. La destrucción de empleo se extiende a todos los sectores y en todos los rincones del mundo. El sector del automóvil está en plena implosión. General Motors, Chrysler o Ford, podrían presentar expedientes amenazando con la destrucción de millones de puestos de trabajo. Mitsubishi Motors planea recortar la producción en las cinco plantas que tiene en Japón y prescindir además de un millar de empleados. Volvo ha presentado un expediente de 4.000 despidos. Citigroup ha anunciado el despido de 50.000 trabajadores. Basf, la mayor química del planeta, parará la producción de 80 fábricas en todo el mundo y reducirá la actividad en otras 100, con lo que se verán afectados unos 20.000 de sus 95.000 empleados. Philips, recortará 1.600 empleos de su División Médica (el 5% de sus 32.000 trabajadores en ese campo) durante los próximos meses.
3. ¿Qué efecto puede tener, a la hora de cambiar la dinámica de la situación, que los tipos de interés bajen? En Japón, a lo largo de la década de los noventa y hasta la actualidad, los tipos de interés se situaron, incluso, por debajo de la tasa de inflación, prácticamente no existían. Pero este hecho no impidió la recesión, el hundimiento de la inversión productiva ni la contracción del consumo ¿Para qué querrían pedir más créditos unas empresas y particulares endeudados hasta las cejas?
4. Paul Krugmann y su legión de seguidores en el mundo, nos ilustran todas las semanas en la prensa especializada con su nostalgia del New Deal. Sin embargo, Rossevelt fracasó miserablemente en sus planes. El New Deal, puesto en marcha a trompicones a partir de 1934, sirvió para contentar a la burocracia sindical norteamericana, amenazada por un movimiento huelguístico de proporciones revolucionarias, y como carnaza para que los estalinistas justificaran su política frentepopulista de apoyo al Partido Demócrata. Pero el New Deal no sacó a EEUU de la depresión, esto fue obra de la devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial y el papel que en ella jugó EEUU.
5. Federico Engels, La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring, páginas 289 y 290. Editorial Grijalbo, Colección OME, Barcelona 1977.