La cuestión de las nacionalidades —la opresión de las naciones y las minorías nacionales— es una de las características del imperialismo desde su nacimiento hasta la actualidad y siempre ha ocupado un lugar central en la teoría marxista. En particular, los escritos de Lenin se ocupan con gran detalle de este problema tan importante, y todavía nos siguen proporcionando una base sólida para abordar este tema tan explosivo y complicado. Si los Bolcheviques no hubieran tratado el tema correctamente nunca habrían conseguido tomar el poder en 1917.
INDICE
2. PRIMERA PARTE: La cuestión nacional en la historia
3. SEGUNDA PARTE: Marx, Engels y la cuestión nacional
4. TERCERA PARTE: Lenin y la cuestión nacional
5. CUARTA PARTE: La cuestión nacional después de Octubre
6. QUINTA PARTE: El Estado nacional hoy
Introducción
La cuestión de las nacionalidades —la opresión de las naciones y las minorías nacionales— es una de las características del imperialismo desde su nacimiento hasta la actualidad y siempre ha ocupado un lugar central en la teoría marxista. En particular, los escritos de Lenin se ocupan con gran detalle de este problema tan importante, y todavía nos siguen proporcionando una base sólida para abordar este tema tan explosivo y complicado. Si los Bolcheviques no hubieran tratado el tema correctamente nunca habrían conseguido tomar el poder en 1917. Sólo situándose a la cabeza de las capas oprimidas de la sociedad consiguieron unir al proletariado bajo la bandera del socialismo y reunir las fuerzas necesarias para derrocar el dominio de los opresores. De no haber apreciado correctamente los problemas y aspiraciones de las nacionalidades oprimidas del imperio zarista, la lucha revolucionaria del proletariado no habría triunfado.
Las dos barreras para el progreso humano son por un lado la propiedad privada de los medios de producción y por el otro el estado nacional. Pero mientras que la primera parte de esta ecuación está suficientemente clara, a la segunda no se le ha prestado la debida atención. Hoy en la época de decadencia imperialista, cuando las contradicciones latentes de un sistema socioeconómico moribundo han alcanzado unos límites insoportables, la cuestión nacional surge una vez más en todas partes, con consecuencias aún más trágicas y sangrientas. Lejos de solucionarse, ha regresado a sus orígenes, a una fase antigua del desarrollo humano y ha adquirido una forma particularmente virulenta y venenosa que amenaza con arrastrar a todas las naciones al barbarismo. Resolver este problema es una condición previa y necesaria para el triunfo del socialismo a escala mundial.
Ningún país —ni los estados más grandes y poderosos— pueden resistir el aplastante dominio del mercado mundial. El fenómeno que la burguesía describe como globalización, previsto por Marx y Engels hace 150 años, ahora se revela casi en condiciones de laboratorio. Desde la Segunda Guerra Mundial, en particular durante los últimos veinte años, se ha intensificado de manera colosal la división internacional del trabajo y se ha producido un enorme desarrollo del comercio mundial, alcanzando un grado que ni Marx ni Engels pudieron imaginar. La interpenetración de la economía mundial ha alcanzado un nivel nunca visto antes en la historia humana. En sí mismo éste es un acontecimiento progresista que refleja la existencia ya de las condiciones materiales para el socialismo mundial.
El control de la economía mundial está en manos de las doscientas empresas internacionales más grandes. La concentración de capital ha alcanzado proporciones asombrosas. Cada día las transacciones internacionales mueven en el mundo 1,3 billones de dólares, el setenta por ciento de éstas se realizan entre las multinacionales. Se gastan vastas sumas dinero para concentrar un poder inimaginable en cada vez menos empresas. Se comportan como caníbales feroces e insaciables, devorándose unos a otros a la caza de un beneficio cada vez mayor. En esta orgía canibalística la clase obrera siempre pierde. Nada más producirse una fusión, la dirección anuncia nuevos despidos y cierres, una presión implacable sobre los trabajadores para incrementar los márgenes de beneficio, los dividendos y los salarios de los ejecutivos.
En este contexto el libro de Lenin, “El imperialismo: fase superior del capitalismo”, tiene cada vez más vigencia y actualidad. Lenin explicaba que el imperialismo es el capitalismo de la época de los grandes monopolios y los trusts. Pero el grado de monopolización de los días de Lenin parece un juego de niños comparado con la situación actual. En 1999 el número de absorciones internacionales fue de 5.100. El valor de las transacciones alcanzó el record de 798.000 millones de dólares. Con estas asombrosas sumas se podrían resolver los problemas más acuciantes del planeta, la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad. Pero eso presupone la existencia de un sistema racional de producción en el que las necesidades de la mayoría tengan preferencia sobre los beneficios de una minoría. El poder colosal de las gigantescas multinacionales, cada vez más fusionadas con el estado capitalista, crean un fenómeno que el sociólogo norteamericano Wright-Mills califica de “complejo industrial – militar”, y que ejerce un dominio sobre el mundo jamás visto en la historia.
Aquí vemos una gran contradicción. Los apologistas burgueses del capitalismo y los de la pequeña burguesía en particular, afirman que la globalización ha conseguido que el estado nacional carezca ya de importancia. Esto no es nuevo. Es el mismo argumento de Kautsky durante la Primera Guerra Mundial (la llamada teoría del “ultra imperialismo”), y defendía que el desarrollo del capitalismo monopolista y del imperialismo de a poco eliminarían las contradicciones del capitalismo. Ya no habría mas guerras porque el propio desarrollo del capitalismo convertiría al estado nacional en algo superfluo. La misma teoría que hoy defienden teóricos revisionistas como Eric Hobsbawn en Gran Bretaña. Este antiguo estalinista que ahora está en el ala de derecha del laborismo dice que el estado nacional fue un período transitorio de la historia humana y que ya está superado. Los economistas burgueses siempre han defendido este argumento. Intentan eliminar la contradicción inherente al sistema capitalista sencillamente negando su existencia. Y es precisamente ahora, en el momento en que el mercado mundial se ha convertido en la fuerza dominante del planeta, cuando los antagonismos nacionales en todas partes están adquiriendo un carácter más violento y la cuestión nacional lejos de desaparecer, adopta un carácter particularmente venenoso e intenso.
Con el desarrollo del imperialismo y del capitalismo monopolista, el sistema capitalista ha conseguido superar los estrechos límites de la propiedad privada y del estado nacional que hoy juegan prácticamente el mismo papel que jugaron los pequeños principados y estados locales en el período previo al surgimiento del capitalismo. Durante la Primera Guerra Mundial Lenin escribía: “El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo. En los países adelantados, el capital sobrepasó los marcos de los Estados nacionales y colocó al monopolio en el lugar de la competencia, creando todas las premisas objetivas para la realización del socialismo”. (Lenin. La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación. Pekín. Ediciones en Lenguas Extranjeras. 1974. Pág. 1). Quien no comprenda esta verdad elemental no sólo será incapaz de comprender la cuestión nacional, tampoco comprenderá el resto de las características más importantes de la época actual.
La historia de los últimos cien años se ha caracterizado por la rebelión de las fuerzas productivas contra los estrechos confines del estado nacional. Después llega la economía mundial —y con ella las crisis y las guerras mundiales—. Vemos entonces que el cuadro pintado por el Profesor Hobsbawn, un mundo en el que se han eliminado las contradicciones nacionales, es pura imaginación. La realidad es exactamente la contraria. Con la crisis general del capitalismo la cuestión nacional no sólo afecta a los países ex – coloniales, también empieza ya a perturbar a los países capitalistas desarrollados, incluso en lugares donde ya parecía estar solucionado. Bélgica ―uno de los países más desarrollados de Europa― , sufre el conflicto entre Valones y Flamencos, éste ha adquirido un carácter tan violento que en determinadas circunstancias puede llevar a la ruptura del país. En Chipre los antagonismos nacionales entre griegos y turcos amplían el conflicto alcanzando incluso a Grecia y Turquía. Hace poco la cuestión nacional en los Balcanes ha llevado a Europa al borde de la guerra.
En EEUU está el problema del racismo contra los negros y también los hispanos. En Alemania, Francia y otros países presenciamos la discriminación y los ataques racistas contra los inmigrantes. En la antigua Unión soviética la cuestión nacional ha originado un caos sangriento de guerras en un país tras otro. En Gran Bretaña, país donde el capitalismo lleva más tiempo de existencia, el problema nacional sigue sin resolver, no sólo en Irlanda del Norte, sino también en Gales y Escocia. En el Estado español tenemos la cuestión de Euskadi, Cataluña y Galicia. Pero el caso más extraordinario es que más de cien años después de la unificación de Italia, la Liga del Norte defiende la consigna reaccionaria de dividir Italia y para ello se basan en la autodeterminación del Norte (“Padania”). La conclusión es inexorable. Ignorar el problema nacional es peligroso. Para transformar la sociedad es imperativo mantener una postura escrupulosa, clara y correcta sobre este tema. Con este objetivo nos dirigimos a los jóvenes y trabajadores, a la base de los Partidos Comunistas y Socialistas que deseen comprender las ideas del marxismo para luchar para cambiar la sociedad. A ellos va dedicada esta obra.
PRIMERA PARTE: La cuestión nacional en la historia
Si prescindimos de la lucha de los Países Bajos por su independencia y del destino de la Inglaterra insular, la época de la formación de las naciones burguesas en Europa Occidental comienza con la gran Revolución Francesa y en lo esencial concluye casi un siglo después, al constituirse el Imperio Alemán. (Trotsky. Historia de la Revolución Rusa. Madrid. Zyx. Pág. 315. Vol. 1)
Aunque la mayoría de las personas creen que el estado nacional es algo natural, y por lo tanto enraizado en un pasado lejano o en la sangre y en el alma de hombres y mujeres, en realidad es una creación relativamente moderna, en concreto de los últimos doscientos años. Las únicas excepciones serían Holanda, aquí la revolución burguesa del siglo XVI adoptó la forma de una guerra de liberación nacional contra España, e Inglaterra debido a su posición única como un reino insular donde el desarrollo capitalista aconteció antes que en el resto de Europa (desde finales del siglo XIV en adelante). Antes no existían naciones, sólo tribus, ciudades–estado e imperios. Desde un punto de vista científico es incorrecto calificar a estos últimos como “naciones”, algo que se hace con frecuencia. Un autor nacionalista galés incluso hablaba de la “nación galesa” ―¡antes de la invasión romana de Gran Bretaña!― . Los galeses en aquella época era una aglomeración de tribus, no diferentes a otras tribus que habitaban en lo que ahora se conoce como Inglaterra. Es un rasgo pernicioso de los escritores nacionalistas que intentan dar la impresión de que “la nación” (en especial “su nación”) siempre ha existido. En realidad el estado nacional es una entidad que evoluciona históricamente. No siempre existió, ni siempre existirá.
El estado nacional es un producto del capitalismo. Lo creó la burguesía porque necesitaba un mercado nacional. Necesitaba romper las restricciones locales, la existencia de pequeñas áreas locales con sus impuestos, peajes, sistemas de monedas, pesos y medidas separados. El siguiente extracto de Robert Heilbroner ilustra gráficamente este hecho, en él describe un día en la vida de un comerciante alemán en 1550:
“Andreas Ryff, un comerciante barbudo y con abrigo de pieles, regresaba a su casa en Badén; escribía a su esposa y le decía que había visitado treinta mercados y estaba preocupado. Incluso le preocupaban aún más las molestias de la época; cuando viaja se tiene que detener cada diez millas aproximadamente, para pagar los peajes habituales; entre Basle y Colonia ha tenido que pagar treinta y un impuestos.
Y aquí no acaba todo. Cada comunidad que él visitaba tenía su propia moneda, sus propias leyes y reglas, su propia ley y orden. Sólo en el área circundante a Badén existían 112 medidas de longitud diferentes, 92 medidas de superficie de cereales y 123 de líquidos, 63 de licores, y 80 de peso”. (R. Heilbroner. The Worldly Philosophers. Pág. 22).
La eliminación de estos particularismos locales fue un paso de gigante en esa época. La unificación de las fuerzas productivas en un estado nacional fue una tarea histórica progresista de la burguesía. La base de esta revolución ya estaba presente a finales de la Edad Media, en el período de declive del feudalismo y ascenso de la burguesía. Las ciudades, de a poco, conseguían hacer valer sus derechos. Los reyes medievales necesitaban dinero para sus guerras y para ello se veían obligados a apoyarse en la naciente clase de comerciantes y banqueros, como los Fuggers o los Médicis. Pero todavía no había llegado la hora de la economía de mercado. Sólo existía la forma embrionaria del capitalismo caracterizada por la producción a pequeña escala y mercados locales. Todavía no se podía hablar propiamente del mercado o del estado nacional. A grandes rasgos ya estaban presentes los elementos que harían posible el surgimiento de algunos estados europeos modernos, aunque todavía estaban en una etapa embrionaria. Francia toma forma de a poco, fruto de la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra, pero estas luchas todavía tenían un carácter más feudal y dinástico que nacional. Los soldados que luchaban en esta guerra tenían más lealtad hacia su señor local que al rey de Francia, y a pesar de la existencia de un territorio e idioma común, se consideraban Bretones, Borgoñeses o Gascones en lugar de Franceses.
Poco a poco, en un período que duró varios siglos, surge la auténtica conciencia nacional. Este proceso transcurre paralelo al ascenso del capitalismo, la economía monetaria y el surgimiento gradual del mercado nacional, representado en el comercio de lana en Inglaterra a finales de la Edad Media. La decadencia del feudalismo y el ascenso de las monarquías absolutistas que, en su propio interés estimulaban a la burguesía, aceleraron este proceso. Como señala Robert Heilbroner:
“Primero fue el surgimiento progresivo de las unidades políticas nacionales en Europa. Debido a las guerras campesinas y de conquista Real, el primitivo feudalismo aislado daría lugar a las monarquías centralizadas. Y con las monarquías llegó el surgimiento del espíritu nacional; a su vez esto conllevaba la protección Real de las industrias favorecidas, como ocurrió con los grandes centros tapiceros franceses, y el desarrollo de armadas y ejércitos con todas sus industrias satélites necesarias. La infinidad de leyes y regulaciones que atormentaban a Andreas Ryff y a los comerciantes viajeros del siglo XVI se transformaron en las leyes nacionales, en medidas y patrones monetarios más o menos comunes”. (Ibíd.. Pág. 34).
La cuestión nacional desde un punto de vista histórico, está relacionada con el período de la revolución democrático burguesa. En el sentido estricto de la palabra, la cuestión nacional no forma parte del programa socialista, la burguesía en su lucha contra el feudalismo tendría que haberla superado. Fue la burguesía la que primero creó el estado nacional. La formación del estado nacional en su día, fue un acontecimiento tremendamente revolucionario y progresista. No se consiguió por medios pacíficos y sin lucha. La primera nación europea como tal ―Holanda― , se formó en el siglo XVI fruto de una revolución burguesa que tomó la forma de una guerra revolucionaria de liberación nacional contra el imperialismo español. EEUU surge como nación en el siglo XVIII basándose en una guerra revolucionaria de liberación nacional y se consolida como tal en una sangrienta guerra civil en la década de 1860. En Italia también se consiguió con una guerra de independencia nacional. La unificación de Alemania ―una tarea progresista en su época― la llevó adelante el Junker Bismarck por medios reaccionarios, basándose en una guerra y una política de “sangre y hierro”.
La Revolución Francesa
La formación de los estados nacionales europeos modernos (excepto Holanda e Inglaterra) comenzó con la Revolución Francesa. Hasta ese momento la noción de estado nacional era idéntico al de monarquía. La nación era propiedad del soberano reinante. Esta forma legal anticuada, herencia directa del feudalismo, entraba en conflicto con las nuevas relaciones surgidas del ascenso de la burguesía. Para conquistar el poder la burguesía tuvo que ponerse a la cabeza como representante del pueblo, es decir, de la Nación. Como dijo Robespierre: “En los estados aristocráticos la palabra patria [nación] carece de significado, excepto para las familias patricias que mantienen secuestrada la soberanía. Sólo con la democracia, el estado se convierte realmente en la patria de todos los individuos que lo componen”. (Citado por E. H. Carr. The Bolshevik Revolution. Vol. 1. Pág. 414).
El primer principio de la Revolución Francesa fue la centralización implacable. Fue la condición previa para alcanzar el éxito en su lucha de vida o muerte contra el antiguo régimen que contaba con el respaldo de toda Europa. Bajo la bandera de “una República unida e indivisible”, la revolución unió por primera vez a Francia en una nación, eliminó todos los particularismos y separatismos locales de Bretones, Normandos y Provenzales. La otra alternativa era la desintegración y la muerte de la revolución. La lucha sangrienta en la Vendée, no sólo fue una guerra contra el separatismo, también lo fue contra la reacción feudal. El derrocamiento de los Borbones dio un poderoso impulso al espíritu nacional en toda Europa. Al principio, el ejemplo de un pueblo revolucionario que había conseguido derrocar a la vieja monarquía feudal fue la inspiración y el ejemplo de las fuerzas progresistas y revolucionarias de toda Europa. Después, los ejércitos revolucionarios de la república francesa se verían obligados a la lucha ofensiva contra la unión de todas las fuerzas europeas dirigidas por Inglaterra y el zarismo ruso que querían acabar con la revolución. Con las armas en la mano, consiguieron una hazaña prodigiosa, las fuerzas revolucionarias hicieron retroceder a la reacción en todos los frentes, y revelaron al asombrado mundo el poder de un pueblo revolucionario y una nación en armas.
Los revolucionarios llevaron el espíritu de la revolución a todos los rincones del continente, y además llevaban el mensaje revolucionario a los territorios que ocupaban. En la fase ascendente de la revolución, los ejércitos de la Convención Francesa aparecían ante los pueblos de Europa como los libertadores. Para triunfar en esta lucha titánica contra el viejo orden, tenían que apelar a las masas para que llevaran adelante las mismas transformaciones revolucionarias de Francia. Esta era una guerra revolucionaria. Hasta entonces no había ocurrido nada parecido. En las colonias francesas se abolió la esclavitud. El mensaje revolucionario de la Declaración de los Derechos del Hombre llegó a todas partes anunciando el fin de la opresión feudal y monárquica. Como señala David Thompson:
“A ellos [los franceses] los ayudaban los nativos y con ello conseguían que a menudo fuera bienvenido el aspecto destructivo de su tarea. Sólo cuando los pueblos veían a sus amos franceses igual de exigentes que sus antiguos gobernantes, se daban cuenta de la necesidad del autogobierno. La idea de que la “soberanía” del pueblo debería llevar a la independencia nacional fue el resultado directo de la ocupación francesa. De la idea de eliminar los privilegios y derechos universales, surgía esta nueva demanda como resultado de las conquistas. Los revolucionarios franceses querían extender el liberalismo, pero al final sólo conseguían crear el nacionalismo”. (David Thompson. Europe since Napoleon. Pág. 50).
El agotamiento y la decadencia de la Revolución Francesa desembocó en la dictadura de Napoleón Bonaparte, de la misma forma que la degeneración del estado obrero ruso aislado, terminó en la dictadura bonapartista proletaria de Stalin. El mensaje revolucionario y democrático original, fue deformado por las ambiciones dinásticas e imperiales de Napoleón, que resultaría fatal para Francia. Sin embargo, incluso bajo Napoleón, aunque de forma distorsionada, persistían algunas de las conquistas de la revolución y se extendían a los territorios europeos ocupados por Francia, con resultados revolucionarios, en especial en Alemania e Italia.
“Sus éxitos más destructivos se encontraban entre los mas permanentes. Napoleón extendió y perpetuó los efectos de la Revolución Francesa, acabó con el feudalismo en los Países Bajos y en la mayor parte de Alemania e Italia. El feudalismo estaba acabado como sistema legal ―la jurisdicción nobiliaria sobre los campesinos― , y como sistema económico ―los campesinos pobres tenían que pagar rentas feudales a los nobles― , aunque a menudo fue compensado e indemnizado. Las pretensiones de la Iglesia nunca fueron admitidas y se adaptó a esta reorganización. Las clases medias y los campesinos, igual que los nobles, eran súbditos del estado, todos sujetos por igual a pagar impuestos. La leva, la recaudación de impuestos era más equitativa y eficiente. Los viejos gremios y las oligarquías urbanas fueron abolidos; los aranceles internos se eliminaron. En todas partes existía mayor igualdad (…). En toda Europa comenzó una época de modernización a raíz de las conquistas napoleónicas. Sus intentos violentos de conquistar Europa Occidental y crear un bloque servil de territorios anexionados o satélites tuvo éxito, al menos, al sacudir y liberarse de los anticuados privilegios y jurisdicciones, de las cansadas divisiones territoriales. La mayoría de las que se eliminaron no fueron restauradas”. (Ibíd.. Pág. 67).
Pero el dominio napoleónico también supuso inconvenientes. Para no imponer duros impuestos en Francia, Bonaparte los imponía en los territorios conquistados. Y a pesar de todos los avances sociales, el dominio francés era el dominio extranjero. Robespierre tenía razón al decir que a nadie le gustan los misioneros con bayonetas. La invasión francesa inevitablemente generó una oposición que adoptó la forma de guerra de liberación nacional que terminaría por socavar los primeros triunfos. La derrota de Napoleón en las heladas estepas de Rusia y la destrucción del ejército francés sirvió de señal para una oleada de alzamientos nacionales contra los franceses. En Prusia toda la nación se levantó y obligó a Federico Guillermo III a declarar la guerra contra Napoleón. Del caos sangriento de las guerras napoleónicas y la subsiguiente división de los vencedores surgieron la mayoría de los estados modernos de Europa que hoy en día conocemos.
La cuestión nacional después de 1848
El año 1848 marcó el punto de inflexión de la cuestión nacional en Europa. En medio de las llamas de las revoluciones, aparecieron bruscamente las ahogadas aspiraciones nacionales de los alemanes, los checos, los polacos, los italianos y los magiares. De haber triunfado la revolución, habría abierto el camino para solucionar por métodos democráticos el problema nacional en Alemania y en todas partes. Pero como Marx y Engels explicaron, la burguesía contrarrevolucionaria traicionó la revolución de 1848. La derrota de la revolución obligaba a resolver el problema nacional por otros medios. Por cierto, una de las causas de la derrota fue precisamente la manipulación del problema nacional (por ejemplo los checos) para fines reaccionarios.
En Alemania la cuestión nacional se puede resumir en una palabra: unificación. Después de la derrota de la revolución de 1848, el país estaba dividido en pequeños estados y principados. Esta situación era un obstáculo insuperable para el libre desarrollo del capitalismo en Alemania ―y también de la clase obrera― . La unificación era una demanda progresista. Pero lo más importante era quién unificaría Alemania y con qué medios. Marx esperaba que la tarea de la unificación viniera desde abajo, de la clase obrera con métodos revolucionarios. Pero no fue así. En 1848 el proletariado no consiguió resolver esta cuestión, y lo haría con métodos reaccionarios el Junker conservador prusiano Bismarck.
Para conseguir este objetivo primero era necesario poner fin a la guerra. En 1864 los Austriacos y los Prusianos se unieron para derrotar a los Daneses. Dinamarca perdió la provincia de Schleswig – Holstein que, después de una lucha entre Austria y Prusia se unió a Alemania en 1865. Bismarck maniobró para mantener a Francia fuera del conflicto, y después formó una alianza con Italia para luchar contra Austria. Cuando Austria fue derrotada en la batalla de Königgrätz en julio de 1866, quedó ya garantizado el dominio prusiano de Alemania. La unificación alemana se consiguió con métodos reaccionarios, con el militarismo prusiano. Esto fortaleció la posición del militarismo prusiano y del régimen bonapartista de Bismarck, y sembraría las raíces para nuevas guerras en Europa. Vemos que para la clase obrera sí tiene importancia de qué forma se resuelve la cuestión nacional, qué clase lo hace y con qué intereses. Esto basta para explicar por qué es inadmisible actuar como vitoreadores de la burguesía y pequeña burguesía nacionalista ―incluso cuando llevan adelante una tarea objetivamente progresista―. Siempre hay que mantener una postura de clase.
Objetivamente la unificación de Alemania fue un acontecimiento progresista, por eso Marx y Engels la apoyaron. Pero esto no presuponía el apoyo de los socialistas alemanes a Bismarck. Marx siempre se opuso al reaccionario Bismarck, pero cuando consiguió unificar Alemania, de mala gana Marx y Engels apoyaron este acontecimiento porque suponía un paso adelante, ya que facilitaba la unificación del proletariado alemán. Engels escribía a Marx el 25 de julio de 1866: “Este hecho simplifica la situación; facilita la revolución, dejará a un lado las reyertas entre las capitales insignificantes y en cualquier caso acelerará el desarrollo… Todos los Estados minúsculos serán arrastrados al movimiento, cesarán las peores influencias localistas y los partidos terminarán por volverse realmente nacionales, en lugar de ser meramente locales… En mi opinión debemos aceptar el hecho, sin justificarlo, y utilizar tanto como sea posible las mayores facilidades para la organización y unificación nacional del proletariado alemán”.
La unificación italiana
En Italia ocurrió una situación análoga. A finales de la década de 1850, a pesar de los reiterados intentos de conseguir la unificación, Italia todavía estaba totalmente dividida y subyugada a Austria, que se había anexionado sus territorios del norte. Además varios estados más pequeños, incluyendo el reino Borbón de Dos Sicilias (el sur de Italia y Sicilia) estaba protegido contra la revolución por las tropas austriacas dispuestas a intervenir. Los Estados Pontificios del centro de Italia estaban bajo “protección francesa”. Sólo el pequeño reino de Cerdeña ―de los Saboya – Piamonte― , estaba libre del dominio austriaco. Bajo la dirección del hábil diplomático y hombre de estado, el Conde Cavour, la dinastía conservadora dominante extendió poco a poco sus esferas de influencia y territorios, y expulsó a los austriacos de una zona tras otra. Junto con la oposición conservadora dinástica a Austria ―los Piamonteses― , también estalló un movimiento nacionalista revolucionario radical, en él participaron una mezcla heterogénea de republicanos, demócratas y socialistas. Estas fuerzas estaban presentes en cada estado de Italia y en el exilio. El representante más visible de esta tendencia era Mazzini, sus ideas confusas y amorfas correspondían a la naturaleza del movimiento que él representaba. En contraste, Cavour, que permanecía a la cabeza del estado independiente de Piamonte al Norte de Italia, era un astuto y maniobrero sin principios. Con la típica intriga diplomática, primero se unió a Gran Bretaña y Francia en la expedición a Crimea contra Rusia en 1855. Después en secreto prometió al emperador francés ―Napoleón III― , la concesión de los territorios de Niza y Saboya. Cavour consiguió un tratado en el que comprometía a los Franceses a ayudar al Piamonte en caso de hostilidades con Austria. La guerra estalló en 1859 y fue el punto de partida de la unificación italiana. Estallaron insurrecciones en todos los ducados italianos y estados pontificios. Junto con las franceses, las tropas piamontesas consiguieron una señal de victoria contra Austria en Solferino. La unificación de Italia parecía inminente. Pero no correspondía con los intereses de Luis Bonaparte, que rápidamente firmó un armisticio con los ejércitos austriacos en retirada, y abandonó a su suerte a los piamonteses y a los revolucionarios.
Al final la guerra de liberación italiana se salvó debido a un alzamiento en Sicilia que saludada el desembarco de la fuerza expedicionaria de Garibaldi compuesta por mil voluntarios con camisas rojas. Después de ganar la batalla de Sicilia, la fuerza rebelde de Garibaldi invadió el sur de Italia y entró triunfalmente en Nápoles. La unidad italiana se conseguiría desde abajo con métodos revolucionarios. Cavour, el constante intrigador, convenció a Londres y París para que aceptaran el dominio del Piamonte conservador sobre una Italia unida, antes que esperar a que Italia cayera bajo el control de los revolucionarios y los republicanos. El ejército de la reacción dinástica piamontesa marchó hacia Nápoles sin oposición. Garibaldi en lugar de luchar contra ellos, les abrió las puertas y recibió al Rey de Piamonte, Victor Enmanuel, el 26 de octubre, aclamándolo como “Rey de Italia”. De este modo el pueblo de Italia sólo consiguió media victoria sobre el viejo orden.
En lugar de una república, Italia se convirtió en una monarquía constitucional. En lugar de democracia consiguieron el sufragio limitado que excluía al 98% de la población. Al Papa se le permitió continuar dominando los Estados Pontificios (una concesión de Luis Bonaparte). A pesar de esto, la unificación de Italia fue un paso de gigante. Toda Italia estaba unida excepto Venecia, que permanecía bajo el control austriaco, y los Estados Pontificios. En 1866 Italia se unió a Prusia en la guerra contra Austria y recibió Venecia en recompensa. Al final después de la derrota de Francia en la Guerra Franco – Prusiana (1871) las tropas francesas se retiraron de Roma. La entrada del ejército italiano en esa ciudad marcó la victoria final de la unificación italiana.
A finales del siglo XIX parecía haberse solucionado la cuestión nacional en Europa Occidental. En 1871 después de la unificación alemana e italiana, parecía que la cuestión nacional en Europa estaba limitada a Europa del Este, y con un carácter más explosivo en los Balcanes, inmersos en las ambiciones territoriales y las rivalidades entre Rusia, Turquía, Austro–Hungría y Alemania. Éstas llevarían inexorablemente a la Primera Guerra Mundial. En el primer período ―aproximadamente desde 1789 a 1871― la cuestión nacional jugaba aún un papel relativamente progresista en Europa Occidental. Pero en la segunda mitad del siglo XIX el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo comenzaba ya a superar los estrechos límites del estado nacional. Se manifestaba en el desarrollo del imperialismo y la irresistible tendencia hacia la guerra entre las principales potencias. Las guerras balcánicas de 1912-13 marcaron el punto y final de la creación de estados nacionales en Europa suroriental. La Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles (con la excusa de defender el “derecho de las naciones a la autodeterminación”) acabaron la tarea al desmantelar el Imperio Austro – Húngaro y garantizó la independencia de Polonia.
SEGUNDA PARTE: Marx, Engels y la cuestión nacional
La cuestión nacional tiene una historia muy larga en el arsenal teórico del marxismo. Ya en los escritos de Marx y Engels podemos encontrar algunos comentarios muy penetrantes e interesantes sobre la cuestión nacional. Lenin después se basaría en estos escritos para elaborar su propia teoría clásica sobre las nacionalidades. Por ejemplo, Marx estudió con gran detalle la cuestión polaca e irlandesa que durante todo el siglo XIX ocuparía la atención del movimiento obrero europeo. Es interesante observar que Marx aborda la cuestión nacional no como si fuera un santo y seña, sino de una forma dialéctica.
La diferencia entre la dialéctica revolucionaria y el pensamiento abstracto quedó demostrada contundentemente en los debates sobre la cuestión nacional entre Marx y Proudhon en los tiempos de la Primera Internacional. Proudhon, socialista francés y precursor del anarquismo, negaba la existencia de la cuestión nacional. En la historia del movimiento obrero siempre han existido sectarios que presentan una concepción abstracta de la lucha de clases. Ellos no parten de la realidad concreta de la sociedad, sino de las abstracciones de su propio mundo imaginario. Los Proudhonistas en el Consejo General de la Primera Internacional consideraban que las luchas de emancipación nacional de polacos, italianos e irlandeses carecían de importancia. Lo único necesario era una revolución en Francia y todo sería perfecto: todo tenía que esperar. Pero los pueblos oprimidos no podían esperar y no esperarían. En 1866 Marx escribía a Engels denunciando a la “camarilla proudhoniana” en París: “…dice que la nacionalidad es absurda, ataca a Bismarck y a Garibaldi. Como polémica con el chovinismo, sus tácticas son útiles y explicables. Pero cuando los partidarios de Proudhon (entre los que se encuentran mis buenos amigos Lafargue y Longuet) creen que toda Europa puede y debe permanecer tranquila, con sus posaderas pegadas a la silla hasta que los señores de Francia supriman “la miseria y la ignorancia”… resultan ridículos”. (Marx a Engels, 7/6/1866. En la edición inglesa)
En el Consejo General de la Primera Internacional o en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), Marx tenía que luchar en dos frentes: por un lado contra los nacionalistas pequeñoburgueses como Mazzini, y por el otro contra los seguidores semi anarquistas de Proudhon que negaban la existencia del problema nacional. El 20 de junio de 1866 Marx escribía: “Ayer en el Consejo de la Internacional tuvimos un debate sobre la guerra actual… El debate, como era de esperar, se limitó a la cuestión de las “nacionalidades” en general y a nuestra posición… Los representantes de la “joven Francia” (no obreros) defendían la postura de que toda nacionalidad y la propia nación eran “prejuicios caducos”. Stirnearianismo proudhoniano… debe detenerse la historia del resto de los países y todo el mundo tiene que esperar a que los franceses estén maduros para la revolución social…” (En la edición inglesa). Pero aunque Marx y Engels daban la importancia debida a la cuestión nacional frente a Proudhon, siempre la subordinaban a la “cuestión obrera”, es decir, siempre la consideraban exclusivamente desde el punto de vista de la clase obrera y la revolución socialista.
La cuestión polaca
Igual que Lenin, Marx tenía una postura muy flexible sobre la cuestión nacional, siempre la abordó desde el punto de vista de los intereses generales del proletariado y de la revolución internacional. En las décadas de 1840, 1850 y 1860, Marx defendía no sólo el derecho de autodeterminación para Polonia, también su independencia, a pesar de que el movimiento independentista polaco en ese momento esta encabezado por los aristócratas polacos reaccionarios. Marx adoptó esta posición no por un apego sentimental al nacionalismo, y menos aún porque considerase el derecho de autodeterminación como una panacea universal.
En unas de sus últimas obras, “La política exterior del zarismo ruso”, Engels destacaba cómo el pueblo polaco con sus luchas heroicas contra la Rusia zarista, en varias ocasiones había salvado la revolución en el resto de Europa, como en 1792-1794 la derrota de Polonia por Rusia salvó la Revolución Francesa. Pero hay otro aspecto de la cuestión polaca. “Ante todo Polonia estaba desorganizada totalmente, era una república de nobles, basada en la expoliación y la opresión de los campesinos, con una constitución que impedía cualquier actuación nacional, y esto convertía al país en una presa fácil para sus vecinos. Desde principios de siglo había existido sólo, como decían los propios polacos, por medio del desorden…. todo el país estaba ocupado por tropas extranjeras, lo utilizaban como una casa de comida y bebida… en la que normalmente se olvidaban de pagar”. (Marx y Engels. Obras Completas. Vol. 27. Pág. 18. Edición en inglés).
Durante el siglo XIX la cuestión polaca ocupó un lugar central en la política europea y también afectó profundamente al movimiento de la clase obrera. En enero de 1863 los polacos una vez más se rebelaron. La insurrección se extendió por toda Polonia y llevó a la formación de un gobierno nacional. Pero la dirección de la insurrección quedó en manos de la nobleza menor que fue incapaz de movilizar a las masas para que participaran en la rebelión. Cuando el poder pasó a manos de los grandes terratenientes, éstos esperaban una intervención diplomática de Francia y Gran Bretaña, para alcanzar un acuerdo con el zar ―éste lo rompió inmediatamente― . Los rusos aplastaron el movimiento. Por supuesto británicos y franceses no movieron un dedo. La rebelión polaca levantó la simpatía y solidaridad de los trabajadores de Europa. La creación de la Primera Internacional en 1863, fue el resultado directo de una iniciativa internacional destinada a ayudar al movimiento revolucionario polaco. Engels decía que la única esperanza de la insurrección polaca era la clase obrera europea. “Si consiguen mantenerse un tiempo”, escribía a Marx el 11 de junio de 1863, “podrán incorporarse al movimiento general europeo, que los salvaría. Pero si no lo consiguen, Polonia quedará fuera de combate durante diez años; una insurrección como ésta agota la capacidad de lucha de la población durante un largo tiempo”. (Carta de Engels a Marx. 11/6/1863. En la edición inglesa).
La actitud de Marx hacia la cuestión polaca estaba determinada por la estrategia revolucionaria general de la revolución mundial. En esa época la Rusia zarista era el principal enemigo de la clase obrera y la democracia ―una fuerza reaccionaria monstruosa en Europa, particularmente en Alemania― . Puesto que en ese tiempo no existía clase obrera en Rusia, no existía la posibilidad inmediata de una revolución en Rusia. Como Lenin diría más tarde: “Rusia estaba aún inactiva y Polonia estaba en ebullición”. (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación). Marx apoyaba la independencia polaca como un medio de asestar un golpe al enemigo principal, el zarismo ruso. Pero en 1851 Marx había sacado conclusiones pesimistas sobre la “caballeresca e indolente” Polonia, era escéptico ante las perspectivas de éxito de la insurrección encabezada por la aristocracia polaca.
Queda absolutamente claro que, tanto para Marx como para Lenin, la demanda de la autodeterminación y la cuestión nacional siempre estaba subordinada a la lucha de clases y a la perspectiva de la revolución proletaria. Nunca fue un fin absoluto para los marxistas apoyar todos y cada uno de los movimientos de autodeterminación. Por ejemplo Marx al principio apoyó la independencia polaca, y al mismo tiempo se oponía a la independencia de los checos y a los movimientos de liberación en los Balcanes de finales del siglo XIX. Estas dos posturas aparentemente contradictorias en realidad estaban motivadas por las mismas consideraciones revolucionarias. Marx entendía que, mientras una victoria de los polacos representaría un golpe contra el zarismo ruso y tendría implicaciones revolucionarias, el zarismo utilizaba el movimiento nacional de los Eslavos del sur como un instrumento para su política expansionista hacia los Balcanes. Como tantas veces ocurre en la historia, las luchas de las pequeñas naciones sirvieron de moneda de cambio para las maniobras de una gran potencia reaccionaria. Quien no comprenda este aspecto de la cuestión nacional inevitablemente caerá en una trampa reaccionaria.
Al final de su vida, Engels con una extraordinaria visión de futuro, pronosticó levantamientos revolucionarios en Rusia: “Y aquí llegamos al meollo de la cuestión. El desarrollo interno de Rusia desde 1856, promovido por el mismo gobierno, ha cumplido su objetivo. La revolución social ha dado grandes pasos adelante. Rusia cada día está más y más occidentalizada; manufacturas modernas, vapor, ferrocarriles, la transformación de todos los pagos en especie en pagos en moneda, y con esto el desmantelamiento de los antiguos cimientos de la sociedad cada vez adquiere una velocidad mayor. En la misma medida implica la incompatibilidad del despótico zarismo con la nueva sociedad en formación. Se están creando los partidos de la oposición ―constitucional y revolucionaria― y el gobierno sólo puede dominar con métodos más brutales. La diplomacia rusa ve con horror el día en que el pueblo ruso exija que se lo escuche, y cuando la preocupación por sus propios asuntos internos no les deje tiempo ni deseos de ocuparse de puerilidades como la conquista de Contastinopla, la India o la supremacía del mundo. La revolución de 1848 se paró en la frontera polaca, y ahora llama a la puerta de Rusia, ahora tiene dentro muchos aliados que sólo pueden esperar el momento en que se abra la puerta”. (Marx y Engels. Obras Completas. Vol. 27. Pág. 45. En la edición inglesa).
¡Qué palabras tan extraordinarias!. En 1890 ―quince años antes de la primera Revolución Rusa y veintisiete antes de Octubre― Engels ya predecía estos grandes acontecimientos, y vinculaba el destino de la cuestión nacional en Europa a la revolución rusa. Los acontecimientos demostraron que Engels tenía razón. Como más tarde explicó Lenin, desde 1880 en adelante la consigna de la independencia polaca no era correcta, debido al desarrollo de la clase obrera en Rusia que ponía en perspectiva la revolución en la propia Rusia.
La Guerra Franco- Prusiana
Bajo la influencia de Marx y Engels la Primera Internacional tomó una postura internacionalista en todos los temas fundamentales. La posición de la Internacional no era simplemente teórica sino también práctica. Por ejemplo durante una huelga en un país, miembros de la Internacional agitaban y explicaban los temas en otros países para evitar el uso de “esquiroles” (carneros) extranjeros.
Como ya hemos visto, uno de los problemas centrales a los que se enfrentaba la clase obrera en la primera mitad del siglo XIX fue la unificación de Alemania. Marx y Engels se vieron obligados a dar un apoyo crítico a la unificación de Alemania, aunque en sí misma era un hecho objetivamente progresista, Bismarck la realizó por medios reaccionarios. Pero en ningún sentido esto significaba capitular ante Bismarck o abandonar una posición de clase. La Primera Internacional al principio consideraba la guerra Franco – Prusiana de 1870-71 como una lucha defensiva de Alemania. Eso sin duda fue correcto. El régimen bonapartista reaccionario de Napoleón III quería bloquear la unificación nacional de Alemania por el uso de la fuerza. Pero calculó mal. El ejército prusiano pasó a través de las desmoralizadas fuerzas francesas como un cuchillo en la mantequilla.
La guerra Franco – Prusiana es un buen ejemplo de la posición flexible y revolucionaria de Marx sobre la cuestión nacional. Dio un apoyo crítico a Prusia en la primera fase de la guerra, cuando tenían un carácter estrictamente defensivo. La posición de Marx no estaba motivada por consideraciones superficiales o sentimentales (odiaba al reaccionario prusiano Bismarck), sino estrictamente desde el punto de vista de los intereses del proletariado y la revolución internacional. La victoria de Prusia traería consigo la unificación de Alemania ―una tarea históricamente progresista― . Por otro lado la derrota de Francia supondría el derrocamiento del régimen bonapartista de Luis Bonaparte, abriendo la perspectiva de acontecimientos revolucionarios en Francia. También representaría un golpe contra el zarismo ruso que se basaba en el gobierno bonapartista de París para mantener a Alemania débil y dividida. Por eso Marx al principio apoyaba a Prusia en su guerra con Francia, a pesar del hecho de que la victoria prusiana tendría el efecto de fortalecer a Bismarck ―al menos durante un tiempo― .
Esta explicación general no agota la cuestión de la actitud marxista hacia la guerra. Es necesario abordar la cuestión nacional siempre desde un punto de vista de clase. Incluso cuando una lucha nacional concreta tiene un contenido progresista, siempre es necesario para el proletariado mantener su independencia de clase de la burguesía. En el curso de la guerra Marx cambió su postura. Una vez derrocado Luis Bonaparte (octubre de 1870) y declarada la república en Francia, el carácter de la guerra en Prusia cambió de una guerra de liberación nacional a una campaña agresiva dirigida contra el pueblo francés. Dejó de tener un carácter progresista y Marx la denunció. La toma de la Alsacia-Lorena por Prusia fue también un acto reaccionario injustificable por el carácter progresista de la unidad Alemana. Sólo servía para fomentar los odios nacionales entre Francia y Alemania y preparaba el terreno para la carnicería imperialista de 1914-18.
La derrota del ejército francés llevó inmediatamente a la revolución en Francia y al glorioso episodio de la Comuna de París. Marx avisó a los trabajadores de París para que esperaran, pero una vez que el proletariado entró en acción no dudaron en defender la Comuna de parís. En este momento se transformó la naturaleza de la guerra. La cuestión nacional para Marx siempre estuvo subordinada a la lucha de clases (la “cuestión obrera”). Lo correcto de esta postura quedó claro con la conducta de la clase dominante en cada guerra. No importa lo grande que sean los antagonismos nacionales entre la clase dominante de los estados contendientes, siempre se unirán para derrotar a los trabajadores. En esa ocasión los generales prusianos se apartaron mientras que sus enemigos, las reaccionarias fuerzas de Versalles atacaban París y mataban a los Comuneros.
Marx y la cuestión irlandesa
Al igual que en Polonia la postura de Marx sobre Irlanda también estaba determinada por consideraciones revolucionarias. Naturalmente que simpatizaba con el oprimido pueblo irlandés, pero al mismo tiempo Marx siempre criticó implacablemente a los dirigentes nacionalistas pequeño burgueses. Desde el principio, Marx y Engels explicaron que la liberación nacional de Irlanda estaba unida a la cuestión de la emancipación social, en particular a una solución revolucionaria al problema de la tierra. Este análisis guarda mucha relación no sólo con Irlanda sino con la lucha de liberación nacional en general.
En una carta a Eduard Bernstein fechada el 26 de junio de 1882, Engels señalaba que el movimiento irlandés constaba de dos tendencias: el movimiento radical agrario que estalló en la acción directa espontánea del campesinado y encontraba su expresión política en la democracia revolucionaria, y en “la oposición liberal nacional de la burguesía urbana”. Esto es aplicable al movimiento campesino en todos los períodos. Sólo puede tener éxito en la medida que encuentre una dirección en los centros urbanos. En las condiciones modernas, eso significa que o es la burguesía o es el proletariado. Pero la burguesía ha demostrado en toda la historia su incapacidad para resolver cualquiera de los problemas fundamentales planteados en la revolución democrático burguesa ―incluido el problema de la independencia nacional― . Irlanda es el ejemplo clásico de esto.
El eje central de la posición de Marx y Engels era la perspectiva de una federación voluntaria de Irlanda, Inglaterra, Escocia y Gales. Y esta perspectiva siempre estuvo unida a la perspectiva de que los trabajadores tomaran el poder. Esto a su vez, exigía la defensa incondicional de la unidad de la clase obrera. Engels escribía en enero de 1848:
“El pueblo irlandés debe luchar vigorosamente, y asociarse estrechamente con la clase obrera inglesa y los Cartistas, para ganar los seis puntos de la Carta del Pueblo ―parlamento anual, sufragio universal (…) salario de los parlamentarios y la formación de distritos electorales― . Sólo después de estos seis puntos y ya a partir de ahí serán los representantes del pueblo, es decir, la Nación. Como decía Robespierre: ‘en los estados aristocráticos la palabra patria [nación] no tiene significado excepto para las familias patricias que se han apoderado de la soberanía. Es sólo bajo la democracia cuando el estado es verdaderamente la patria de todos los individuos que lo componen”. (Citado por E. H. Carr. La revolución Bolchevique. Vol. 1. pág. 414).
Desde el principio Marx y Engels libraron una lucha implacable contra los nacionalistas liberales de la clase media irlandesa como Daniel O’Connell, a quien denunciaron como un charlatán y un traidor del pueblo irlandés. Después dieron un apoyo crítico, por una vez, a los Fenianos pequeño burgueses. En ese momento fue correcto, ya que todavía no existía en Irlanda el movimiento obrero, hasta los primeros años del siglo XX la sociedad irlandesa fue una sociedad fundamentalmente agraria. Pero Marx y Engels nunca actuaron como vitoreadores de los Fenianos sino que adoptaron una posición de clase independiente. Criticaron severamente las tácticas aventureras de los Fenianos, sus tendencias terroristas, su estrechez de miras nacionalista y su negativa a aceptar la necesidad de unidad con el movimiento obrero inglés. A pesar de que los Fenianos eran el ala mas avanzada del movimiento democrático revolucionario irlandés, incluso llegaban a mostrar inclinaciones socialistas, Marx y Engels no depositaron ninguna ilusión en ellos. El 29 de noviembre de 1867 Engels escribía a Marx:
“En cuanto a los Fenianos estás en lo correcto. La brutalidad inglesa no nos debe hacer olvidar que los dirigentes de esta secta son en su mayor parte asnos y en parte explotadores y no debemos de ninguna forma hacernos responsables de las estupideces que ocurren en cada conspiración.”.
Pronto quedó demostrado que Engels estaba en lo cierto. Dos semanas después, el 13 de diciembre de 1867, un grupo de Fenianos puso una bomba en la Prisión Clerkenwell en Londres en un intento infructuoso de liberar a sus compañeros encarcelados. La explosión destruyó varias casas vecinas e hirió a 120 personas. Como era de prever el incidente desató una oleada antiirlandesa entre la población. Al día siguiente Marx escribía indignado a Engels:
“La última hazaña de los fenianos en Clerkenwell es una estupidez monumental. Las masas de Londres, que habían demostrado gran simpatía hacia Irlanda, se irritarán ahora y serán arrojadas a los brazos del partido gubernamental. No se puede esperar que los proletarios de Londres se dejen hacer volar por los aires para mayor gloria de los emisarios fenianos.”. (Correspondencia Marx-Engels. Barcelona. Grijalbo. 1976. Pág. 406)
Pocos días después, el 19 de diciembre Engels respondía lo siguiente: “La estupidez de Clerkenwell fue claramente obra de unos fanáticos miopes; lo malo de todos los complots es que conducen a semejantes estupideces, porque “hay que hacer algo, hay que emprender algo”. Particularmente en América se habló mucho de explosiones e incendios, y ahora unos asnos cometen semejantes absurdos. Además, estos caníbales son en su mayoría unos cobardes tremendos, como el Sr. Allen, quien, al parecer, ha tenido tiempo de convertirse en testigo de la acusación. Fuera de todo esto, ¿qué idea es ésa de liberar Irlanda incendiando las sastrerías de Londres?”. (Ibíd. Pág. 408)
Si Marx y Engels escribían en estos términos sobre los Fenianos cabe imaginar que habrían dicho hoy de las tácticas terroristas del IRA en los últimos treinta años, que comparadas con la “atrocidad de Clerkenwell” esta última era un simple juego de niños. La característica más reaccionaria del terrorismo individual, es que no debilita al estado burgués, lo fortalece, y sirve para dividir a la clase obrera y debilitarla frente a los explotadores.
Por supuesto Marx y Engels defendían a los prisioneros fenianos frente a los malos tratos del estado inglés. Siempre defendieron el derecho del pueblo irlandés a decidir su propio destino. Pero lo hicieron desde un punto de vista socialista, nunca nacionalista. Como revolucionarios y defensores del internacionalismo proletario, Marx y Engels siempre subrayaron el vínculo entre el destino de Irlanda y la perspectiva de la revolución proletaria en Inglaterra. En las décadas de los cuarenta y cincuenta, Marx creía que Irlanda podría conseguir la independencia sólo con la victoria de la clase obrera inglesa. Después en la década de los años sesenta cambió su parecer y pensaba que lo más probable era que una victoria en Irlanda fuera la chispa que encendiera la revolución en Inglaterra. Incluso una lectura muy superficial de los escritos de Marx sobre la cuestión irlandesa demuestra que su defensa de la independencia irlandesa después de 1860, estaba determinada exclusivamente por los intereses generales de la revolución proletaria, sobre todo en Inglaterra, para Marx el país clave del éxito de la revolución mundial. En una comunicación confidencial a los miembros del Consejo General, escrito en marzo de 1870 Marx explica así su postura:
“Aunque con toda probabilidad la iniciativa revolucionaria vendrá de Francia, sólo Inglaterra puede servir de palanca para una revolución económica seria. Es el único país donde hay menos campesinos y donde la propiedad de la tierra está concentrada en menos manos. Es el único país donde la forma capitalista ―el trabajo combinado a gran escala bajo control capitalista― abarca prácticamente toda la producción. Es el único país donde la gran mayoría de la población está formada por trabajadores asalariados. Es el único país donde la lucha de clases y la organización de la clase obrera en sindicatos, ha adquirido mayor grado de madurez y universalidad. Es el único país donde debido a su dominio del mercado mundial, cada revolución en materia económica afectará inmediatamente a todo el mundo. Si el capitalismo y el sistema de arrendamiento de tierra son ejemplos clásicos en Inglaterra, por otro lado las condiciones materiales para su destrucción están ya más maduras”. (Actas del Consejo General de la Primera Internacional. 1868-70. En la edición inglesa).
Desde este punto de vista, la cuestión nacional irlandesa era sólo parte de un dibujo más amplio de la perspectiva de la revolución socialista mundial. Es imposible comprender fuera de este contexto, la actitud de Marx sobre Irlanda. La razón por la que Marx era partidario de la independencia irlandesa después de 1860, era que había llegado a la conclusión de que los intereses de los terratenientes ingleses, su base más importante estaba en Irlanda, se podrían derrotar más fácilmente con un movimiento revolucionario, basado en el campesinado irlandés y en el que la reivindicación de la autodeterminación nacional estuviera indisolublemente unida a una solución radical de la cuestión de la tierra. En el mismo memorando, Marx explicaba: “Si Inglaterra es el baluarte del arrendamiento y el capitalismo europeo, el único punto donde se puede golpear con fuerza a Inglaterra es Irlanda.
En primer lugar, Irlanda es el baluarte del sistema de arrendamiento inglés. Si éste cae en Irlanda caería en Inglaterra. En Irlanda es cien veces más fácil ya que la lucha económica está concentrada exclusivamente en la propiedad de la tierra, además esta lucha al mismo tiempo tiene un carácter nacional, el pueblo es más revolucionario y está más furioso que en Inglaterra. El arrendamiento en Irlanda se mantiene solamente gracias al ejército inglés. Una vez acabe la unión forzosa entre los dos paises, estallará inmediatamente una revolución social en Irlanda. Los terratenientes ingleses no sólo perderían una gran fuente de riqueza, también su mayor fuerza moral que está representada por el dominio de Inglaterra sobre Irlanda.
En segundo lugar, la burguesía inglesa no sólo explotaba la pobreza irlandesa para controlar a la clase obrera en Inglaterra con la inmigración obligatoria de los pobres irlandeses, también divide al proletariado en dos campos hostiles. El fuego revolucionario del trabajador celta no congenia muy bien con la naturaleza del trabajador anglosajón, sólido pero lento. Al contrario, en todos las grandes centros industriales en Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletariado irlandés y el inglés. El trabajador medio inglés odia al trabajador irlandés porque lo ve como un competidor que reduce los salarios y el nivel de vida. Siente antipatía nacional y religiosa por él. Es algo similar a cómo consideran los pobres blancos de los estados del sur de América a los esclavos negros. Este antagonismo entre el proletariado de Inglaterra está nutrido y apoyado por la burguesía. Sabe que en la división está el verdadero secreto de mantener su poder”. (Ibíd.). Y como concluye Marx: “Las resoluciones del Consejo General sobre la amnistía irlandesa sirven sólo como introducción a otras resoluciones que confirmarán que, aparte de la justicia internacional, esa es una condición previa para la emancipación de la clase obrera inglesa y para transformar la actual unión forzosa (la esclavización de Irlanda) en una confederación libre e igualitaria, si es posible, y si fuera necesario la total separación”. (Ibíd.).
Observemos con qué cuidado Marx elige las palabras, y cómo expresa escrupulosamente la postura proletaria sobre la cuestión nacional. En primer lugar la cuestión irlandesa no se puede ver aislada de la perspectiva de la revolución socialista mundial, de la que era una parte integral. Más concretamente, había que verla como el punto de partida de la revolución socialista en Inglaterra ¿Y después? Marx no da por sentado que la lucha de liberación nacional en Irlanda necesariamente termina en la separación de Gran Bretaña. Él dice que hay dos posibilidades: o una “confederación libre e igualitaria” ―lo que él consideraba preferible (“si es posible”)―, o la “separación total”, lo que él consideraba posible no quiere decir que fuera el resultado mas deseado. Cuál de las dos variantes triunfaría dependía sobre todo, de la conducta y actitud del proletariado inglés y la perspectiva de una revolución socialista triunfante en la propia Inglaterra.
Las ideas de Marx siempre fueron la revolución y el internacionalismo proletario. Esto, y sólo esto, era lo que determinaba su actitud sobre la cuestión irlandesa, y en cada una de las distintas manifestaciones del problema nacional. Para Marx y Engels, la “cuestión obrera” siempre fue central. Nunca se les ocurrió reducir su propaganda y agitación sobre la cuestión irlandesa a una consigna simple como “¡tropas fuera!”, o actuar como asesores no retribuidos de los nacionalistas. Al contrario libraron una dura batalla contra la perjudicial demagogia de la burguesía y los nacionalistas pequeño burgueses irlandeses, y por la unidad revolucionaria de la clase obrera irlandesa y la inglesa.
La historia ha demostrado que Marx y Engels siempre estuvieron en lo correcto en su apreciación de la burguesía y los nacionalistas pequeño burgueses en Irlanda. En 1922 la burguesía nacionalista irlandesa traicionó la lucha de liberación nacional al llegar a un acuerdo para dividir el Norte y el Sur del país. Incluso después los pequeñoburgueses nacionalistas han demostrado su total incapacidad de resolver el “problema de la frontera”. La táctica del terrorismo individual, tan criticada por Marx y Engels, ha demostrado ser contraproducente e impotente. Después de 30 años de “lucha armada” en Irlanda del Norte, la unificación de Irlanda está más lejos que antes. La única forma de resolver la cuestión nacional en Irlanda es con una política de clase, socialista e internacionalista ―la política de Marx, Lenin y ese gran revolucionario y mártir proletario, James Connolly―
Sólo la clase obrera puede resolver el problema de la unidad con un programa de clase y dirigir una lucha implacable contra la burguesía en Londres y Dublín. La condición previa para el éxito es la unidad de la clase obrera. Esto nunca se podrá conseguir en líneas nacionalistas. El nacionalismo pequeñoburgués ha hecho un daño inenarrable a la causa de la unidad de los trabajadores en Irlanda del Norte. Las heridas persisten y hay que curarlas. Pero sólo se puede hacer rompiendo con el nacionalismo y adoptando una política de clase, recuperando el espíritu de las ideas de Larkin y Connolly. La cuestión nacional en Irlanda o se resuelve con la transformación socialista de la sociedad, o nunca se resolverá.
La Segunda Internacional
En 1889 se crea la Internacional Socialista, a diferencia de la Primera Internacional, la Segunda estaba formada por organizaciones de masas, sindicatos y partidos socialdemócratas. La desgracia de la Segunda Internacional fue nacer en un período de prolongado auge capitalista. En el período de 1870 a 1900 la producción mundial de petróleo aumentó en dos veces y media. Los ferrocarriles se expandieron dos veces y media. Alemania y EEUU comenzaban a desafiar la hegemonía de Gran Bretaña. Existía una lucha feroz que empezó a dividir el mundo en esperas de influencia y colonias. El rápido crecimiento de la industria al mismo tiempo suponía un crecimiento paralelo de la clase obrera y sus organizaciones en los países capitalistas desarrollados. En los últimos treinta años del siglo XIX la clase obrera en EEUU y Rusia se triplicó. En Gran Bretaña entre 1876 y 1900 la afiliación sindical se cuadruplicó. En Alemania la militancia sindical pasó de decenas de miles a millones. Al mismo tiempo que crecía su militancia, también aumentaban los votos y la influencia de masas de los Partidos Socialdemócratas.
Pero desde el principio, aunque en teoría defendían el marxismo, la nueva internacional carecía de la claridad teórica que garantizaba la presencia de Marx y Engels. Un ejemplo de esto fue su actitud sobre la cuestión nacional. La Segunda Internacional no comprendía este tema, y recibió un trato poco satisfactorio en su congreso. En 1896 el congreso de Londres de la Internacional aprobó la siguiente resolución:
“El Congreso se declara a favor de la plena autonomía de todas las nacionalidades y su simpatía con los trabajadores de cualquier país que en la actualidad sufran el yugo militar, nacional u otros despotismos; y pide a los trabajadores de todos estos países que sigan la línea, junto con los trabajadores conscientes del mundo, de organizar el derrocamiento del capitalismo internacional y la creación de una democracia social e internacional”. (Citado por E. H. Carr. La Revolución Bolchevique. Vol. 1. Pág. 423).
Sin embargo la postura de la Segunda Internacional sobre la cuestión nacional era ambigua y vaga. La izquierda solía defender una posición anti colonialista, pero también había quienes estaban dispuestos a justificar el colonialismo alegando una “misión civilizadora”. En los debates sobre la cuestión nacional en el congreso de Ámsterdam de 1904, el delegado holandés, Van Kol, defendía el colonialismo. Presentó una resolución en la que decía:
“Las nuevas necesidades que se nos plantearán después de la victoria de la clase obrera y su emancipación económica, será la posesión de las colonias necesarias, incluso bajo el futuro sistema socialista de gobierno”. Y preguntaba al congreso: “¿Debemos abandonar a la mitad del planeta al capricho de los pueblos que, aún en su infancia, dejan la enorme riqueza del subsuelo desarrollado y las partes más fértiles de nuestro planeta sin cultivar?”. (La lucha de Lenin por un partido revolucionario. Pág. 5. En la edición inglesa).
El congreso dio la bienvenida entusiasta a Dadabhai Naoroji, fundador y presidente del Congreso Nacional Indio, pero en su resolución sobre la India, mientras pedía el auto gobierno, especificaba que la India debía seguir bajo soberanía británica. Ni aprobaba ni rechazaba las opiniones de Van Kol. En el debate sobre la inmigración, se presentó una resolución racista por parte del americano Hillquit y fue apoyada por los austriacos y holandeses. Pero originó tales protestas que al final tuvieron que retirarla. Pero el simple hecho de que una resolución como ésa se presentara en un congreso de la Internacional era un síntoma de la presión de las ideas nacionalistas y burguesas en los partidos socialistas.
La Revolución Rusa de 1905 fue un impulso poderoso para la revolución colonial, inspiró a las masas para actuar en defensa de sus aspiraciones nacionales en Persia, Turquía, Egipto y la India. Sirvió para ahondar las diferencias en las filas de la Internacional Socialista con relación a la cuestión nacional y colonial. En el Congreso de Stuttgart de 1907, donde Lenin y Rosa Luxemburgo presentaron sus famosas enmiendas sobre la guerra, se dio una dura lucha sobre la cuestión nacional, entre los izquierdistas (en realidad centristas), representados por Ledebour, y la derecha, encabezada por el revisionista Eduard Bernstein. Los delegados holandeses, típicos imperialistas pequeño burgueses, una vez más fueron los portavoces del colonialismo. La Izquierda era una minoría. En el curso de un acalorado debate Bernstein hizo los siguientes comentarios:
“Debemos huir de la noción utópica de abandonar sin más las colonias. Las consecuencias últimas de esta opinión sería devolver a Estados Unidos las Indias (tumulto). Las colonias están allí, debemos adaptarnos a eso. Los socialistas deberían también reconocer la necesidad de que los pueblos civilizados actúen como los guardianes de los incivilizados. (Ibíd. Pág. 10).
El delegado polaco, Karski (Julián Marchlewski), respondería de la siguiente forma a los argumentos sobre el papel “civilizador” del colonialismo: “David ha defendido el derecho de una nación a ejercer tutelaje sobre otra. Los polacos conocemos el significado real de este tutelaje, tanto el zar ruso como el gobierno prusiano han actuado como nuestros guardianes (“¡Muy bien!”)…. David cita a Marx para apoyar su posición de que toda nación debe pasar por el capitalismo. Lo que Marx dijo era que los países que ya habían comenzado el desarrollo capitalista deberían continuar el proceso hasta el final. Pero nunca dijo que esta fuera una condición previa absoluta para todas las naciones… Los socialistas comprendemos que hay otras civilizaciones además de la Europa capitalista. No tenemos ningún fundamento para creer que nuestra denominada civilización, se impondrá sobre los pueblos asiáticos y sobre su antigua civilización. (“¡Bravo!”). David piensa que las colonias se hundirían en el barbarismo si las dejamos solas. En el caso de la India eso parece poco probable. Más bien tengo la impresión que la India independiente continuaría beneficiándose de la influencia de la civilización europea en su futuro desarrollo y evolucionaría así hasta conseguir su máximo potencial.” (Ibíd.. Pág. 11). Al final no se pasó a votación la resolución sobre la India.
Aunque los líderes de la Internacional intentaron tapar las grietas con todo tipo de diplomacia, el resultado final de esto fue la catástrofe de agosto de 1914 cuando cada uno de los partidos de la Segunda Internacional ―con la excepción de los rusos y serbios― traicionaron los principios del internacionalismo y apoyaron la guerra imperialista. La ausencia de una política internacionalista y revolucionaria quedó absolutamente expuesta en el verano de 1914 cuando la Segunda Internacional colapsó en líneas social chovinistas.
“Autonomía nacional – cultural”
Una variante peculiar de la cuestión nacional en la Segunda Internacional fue la que plantearon los socialdemócratas austriacos antes de la Primera Guerra Mundial. Defendían la teoría de la ‘autonomía nacional – cultural’. En Rusia el Bund judío defendía la misma posición. En la Conferencia de Brünn de los socialdemócratas austriacos (1899) los eslavos del sur rechazaron la ‘autonomía nacional – cultural’ defendida por los austriacos. En su lugar, la Conferencia aprobó la consigna de “autonomía territorial”, que aunque insuficiente era mejor. Más tarde bajo la influencia del teórico centrista Otto Bauer y su compañero Karl Renner (que escribía bajo el pseudónimo de Rudolf Springer), el partido cambió su posición y adoptó la ‘autonomía nacional – cultural’.
Al rechazar el vínculo entre nación y territorio, Bauer definía una nación como “un carácter de comunidad familiar”. (Otto Bauer. Due Nationalfrage and die Sozialdemokratie. Viena 1924. Pág. 2). ¿Pero qué es el carácter nacional?. Bauer lo define como “la suma total de características que distinguen a las personas de una nacionalidad de las de otra ―las características complejas y espirituales que distinguen a una nación de otra―”. (Ibíd. Pág. 6) La naturaleza raída de esta definición es deslumbrante. Es una pura tautología: ¡un carácter nacional es lo que hace a una nación diferente de la otra!. ¿Qué hace a una nación diferente de otra?. “El carácter de un pueblo está determinado exclusivamente por su destino…. Una nación no es nada sino una comunidad de destino [determinada] por las condiciones en las que las personas producen sus medios de subsistencia y distribuyen los productos de su trabajo”. (Ibíd. Pág. 24).
Una nación según Bauer, es “el agregado de personas ligadas a una comunidad de naturaleza por un destino colectivo”. (Ibíd. Pág. 135). Renner la definió como sigue: “Una nación es una unión de personas que hablan y piensan del mismo modo [eso es] una comunidad cultural de personas modernas no atada ya a la tierra”. (R. Springer. Das Nationale Problem. Leipzig. Viena. 1902. Pág. 35). Esta forma de abordar la cuestión nacional no era científica, sino subjetiva y “psicológica” por no decir mística. Era un intento oportunista e infructuoso de buscar una solución a la cuestión nacional en el imperio Austro – Húngaro haciendo concesiones al nacionalismo burgués. Por el contrario, el marxismo aborda la cuestión nacional desde un punto de vista histórico y económico.
Al contrario que los Bolcheviques, que buscaban una solución al problema nacional en el derrocamiento revolucionario del zarismo, los socialdemócratas austriacos trataban la cuestión con el espíritu de las pequeñas reformas y el gradualismo. Bauer escribía: “Por lo tanto debemos aceptar primero que la nación austriaca permanecerá en la misma unión política, en la que coexistan juntos al mismo tiempo y preguntar cómo las naciones dentro de esta unión arreglarán sus relaciones entre ellas y el estado”. (Citado por Stalin. La cuestión nacional y el marxismo. Pág. 23).
Una vez roto el vínculo entre nación y territorio, la reivindicación es la agrupación de las diferentes nacionalidades que viven en diferentes áreas, en una unión nacional interclasista. Los miembros de los diferentes grupos nacionales se reunirían en una conferencia y votarían para decidir a qué nacionalidad querían pertenecer, alemanes, checos, húngaros, polacos, etc., después elegirían su propio Consejo nacional ―un “parlamento cultural de la nación”― , el estilo de Bauer. De esta forma los socialdemócratas austriacos intentaban evitar un choque abierto con el estado Habsburgo y reducían la cuestión nacional a un asunto puramente lingüístico y cultural. Bauer llegó tan lejos como para afirmar que la autonomía local de las nacionalidades sería una pasarela al socialismo que “dividiría a la humanidad en comunidades delimitadas nacionalmente” y “presentarían un dibujo accidentado de uniones nacionales de personas y empresas”.
Esta filosofía es totalmente contraria a la posición de clase y principios internacionales del marxismo. Representa al nacionalismo pequeñoburgués con frases “socialistas”. Por esta razón Lenin fue muy mordaz con ella, y en particular era muy hostil con la idea de escuelas separadas para las diferentes nacionalidades. Sobre esto Lenin escribía: “La ‘autonomía cultural – nacional’ significa precisamente el más refinado y, por tanto, el más nocivo nacionalismo, significa la corrupción de los obreros con la consigna de la cultura nacional, la propaganda de la división de la escuela por nacionalidades, idea profundamente perniciosa e incluso antidemocrática. En una palabra, este programa está en pugna, sin duda alguna, con el internacionalismo del proletariado, respondiendo únicamente a los ideales de los pequeños burgueses nacionalistas”. (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario. Moscú. Progreso. 1981. Pág. 7).
En ninguna otra parte el efecto dañino de esta teoría pequeño burguesa es más evidente que en el campo educativo. Lenin se oponía a cualquier situación privilegiada para el lenguaje, en contraposición con Otto Bauer y la defensa de la “autonomía cultural nacional”, se oponía vehementemente a crear escuelas separadas para los niños de las diferentes nacionalidades. “Llevando a la práctica, el plan de autonomía ‘extraterritorial’ (es decir, no ligado al territorio en que vive tal o cual nación) o ‘cultural-nacional’ sólo significaría una cosa: dividir la enseñanza escolar por nacionalidades, es decir, establecer curias nacionales en la enseñanza escolar. Bastará con imaginarse claramente esta verdadera esencia del célebre plan bundista para comprender todo su contenido reaccionario, incluso desde el punto de vista de la democracia, sin hablar ya del punto de vista de la lucha de clase del proletariado por el socialismo”. (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Moscú. Progreso. 1974. Pág. 24).
Aquí vemos la diferencia fundamental entre el leninismo y el nacionalismo pequeñoburgués. Los marxistas lucharán contra cualquier forma de opresión nacional, incluida la lingüística. Es impermisible que un hombre o mujer sea privado del derecho a hablar en su lengua, a pensar en ella o a utilizarla en un juzgado o en cualquier otra función oficial. En general, no hay razones particulares para la existencia de un idioma “oficial”, o cualquier privilegio especial de un idioma sobre otro. Separar a los niños sobre bases nacionales, lingüísticas o religiosas es totalmente reaccionario y retrógrado. La segregación de las escuelas jugó un papel reaccionario en Sudáfrica y EEUU. La separación de niños católicos y protestantes en Irlanda del Norte en las llamadas escuelas religiosas juega un papel pernicioso. La religión no tiene lugar en el sistema educativo y debería eliminarse de él. Si las iglesias desean enseñar sus doctrinas, deben hacerlo en sus templos y con su dinero, financiado por su congregación, no por el estado. Y mientras las escuelas satisfacen las necesidades de diferentes grupos lingüísticos, y el dinero sea para este objetivo, es totalmente inaceptable separar a los niños en líneas nacionales o lingüísticas y de esta forma crear la base para posteriores prejuicios y conflictos.
La hostilidad hacia los franceses entre la población flamenca en Bélgica es el producto de generaciones de discriminación de la lengua flamenca y la imposición del francés. Sin embargo, existen en esta cuestión todo tipo de contracorrientes. En Sudáfrica la enseñanza de las lenguas nativas en las escuelas (en lugar del inglés) fue una medida de opresión nacional. Los representantes de las nacionalidades no rusas se esforzaron por enseñar a sus hijos el ruso. Por ejemplo en las escuelas religiosas de Armenia, a los niños se los enseñaba en ruso a pesar de no ser obligatorio. Los Bolcheviques se oponían a la discriminación contra cualquier lengua, a la asimilación forzosa y la imposición a la fuerza de un idioma y cultura dominantes. Pero no hay razón para que cualquier idioma tenga el monopolio. En Suiza no hay una, sino tres lenguas oficiales. Ahora con la tecnología moderna, no existen motivos par que las personas no puedan recibir una educación y comunicarse en un parlamento o en un juzgado en el lenguaje que elijan. Pero lo que es inaceptable es la introducción del veneno religioso y nacionalista en las escuelas.
“Los marxistas, estimado socialnacionalista, tienen un programa escolar general, que reclama, por ejemplo, una escuela absolutamente laica. Desde el punto de vista de los marxistas, en un Estado democrático no es admisible, nunca y en ningún caso, apartarse de este programa general (la población local es la que determina las materias “locales”, los idiomas, etc., que han de completar ese programa). En cambio, el principio de “retirar de la incumbencia del Estado” la enseñanza escolar para entregarla a las naciones significa que nosotros los obreros, permitimos que las “Naciones” de nuestro estado democrático gasten el dinero del pueblo ¡en escuelas clericales!. ¡Sin él mismo darse cuenta, el señor Libman ha puesto en evidencia el carácter reaccionario de la “autonomía cultural – nacional”!”. (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Moscú. Progreso. 1974. Pág. 31)
En este y en cada uno de los aspectos de la cuestión nacional, mientras combatían resueltamente todas las manifestaciones de opresión y discriminación sin excepción. Los marxistas tenían una posición de clase. En Bélgica donde los nacionalistas flamencos y valones han intentado ―por desgracia con cierto éxito― dividir la sociedad belga y el movimiento obrero en líneas nacionales utilizando la cuestión del idioma, los marxistas plantearon reivindicaciones transicionales con relación al idioma. Por ejemplo si un empresario obligaba a un trabajador a aprender flamenco o francés, ellos exigían que se los enseñase dentro de su horario laboral sin reducción salarial y bajo el control de las organizaciones obreras, y es más tendrían derecho a recibir una paga extra por aprender nueva cualificación.
Vemos cómo Lenin siempre insistió en la necesidad de abordar la cuestión nacional estrictamente desde un punto de vista de clase. “La consigna de la democracia obrera”, escribía Lenin, “no es la ’cultura nacional’, sino la cultura internacional de la democracia y el movimiento obrero mundial (…) El programa nacional de la democracia obrera exige: ningún privilegio para ninguna nación o idioma; solución absolutamente libre y democrática del problema de la autodeterminación política de las naciones, es decir, de su separación como Estado; promulgación de una ley general para todo el país, declarando ilegal y sin efecto toda medida (de los zemstvos, municipios urbanos, comunidades, etc.,) que establezca cualquier privilegio para una de las naciones y menoscabe la igualdad de derechos de las naciones o los derechos de una minoría nacional; cualquier ciudadano del Estado tiene derecho a exigir la revocación de tal medida por anticonstitucional y que se castigue como delincuentes a cuantos traten de llevarla a la práctica.”. (Ibíd.. Pág. 8)
La naturaleza divisoria de la “autonomía cultura y nacional” demostró sus efectos perniciosos en la unidad de los trabajadores de Austria. Después del Congreso de Wimberg, el Partido Socialdemócrata Austriaco comenzó a dividirse en partidos nacionales. En lugar de un partido de trabajadores unido en el que estuvieran representadas todas las nacionalidades, se formaron seis partidos separados ―alemán, checo, polaco, rutenio, italiano y yugoslavo― . Esto estimuló la extensión del sentimiento chauvinista y los antagonismos nacionales en el movimiento obrero, con resultados negativos: el Partido Checo no quería hacer nada con el Alemán, etcétera.
Como siempre ocurre, las llamadas políticas prácticas de reformas consiguieron resultados contrarios a los que pretendían. Adoptaron el programa de la autonomía cultural – nacional para evitar la ruptura del imperio Austro – Húngaro, pero ocurrió precisamente lo contrario. El derrocamiento de los Habsburgo podría haber llevado a una revolución proletaria, como ocurrió en febrero de 1917 en Rusia. Pero el fracaso de la clase obrera en tomar el poder llevó directamente a la desintegración de Austro – Hungría en líneas nacionales, mientras que la política de Lenin del derecho de las naciones a la autodeterminación tuvo el efecto de unir a los trabajadores y campesinos de las naciones más oprimidas, y crear las condiciones para una federación soviética. Esto no es separatismo, era la posición del Bolchevismo. Brillantemente vindicada después de 1917.
TERCERA PARTE: Lenin y la cuestión nacional
“Mientras que en los Estados de nacionalidad homogénea la revolución burguesa desarrollaba poderosas tendencias centrípetas, que actuaban bajo el signo de la lucha contra el particularismo, como en Francia, o la fragmentación nacional, como en Italia y Alemania, en los Estados heterogéneos, como Turquía, Rusia, Austria-Hungría, la revolución burguesa desata un movimiento de carácter centrífugo”. (Trotsky. Historia de la Revolución Rusa. Madrid. Zyx. 1974. Vol. 2. Págl 316).
Rusia antes de la revolución era un país atrasado y semifeudal, dependiente del imperialismo extranjero. Una situación similar a la que tienen hoy los países del Tercer Mundo. El problema de las nacionalidades ocupaba un lugar central en la vida política rusa. Aunque a la Rusia zarista le gustaba enmascarar su política expansionista bajo el disfraz de la protección a las pequeñas naciones oprimidas de los Balcanes, en realidad era una prisión para todas las nacionalidades. El 43% de la población pertenecía a la Gran Rusia -la nacionalidad dominante, y el otro 57% estaba formado por ucranianos, georgianos, fineses y demás nacionalidades oprimidas.
Setenta millones de rusos dominaban a noventa millones de no rusos, y a su vez todos eran dominados y oprimidos por el estado zarista. Para empeorar las cosas el nivel cultural y económico -al menos en los territorios occidentales- de los pueblos subyugados en general era más alto que en la misma Rusia. Mientas que podría decirse que la expansión de Rusia hacia el Cáucaso, en particular hacia Asia Central, jugaba un papel relativamente progresista, no ocurría lo mismo con Polonia, Finlandia y demás estados Bálticos. A este respecto Engels comentaba lo siguiente: “Finlandia es finesa y sueca, Besarabia rumana, el reino de Polonia polaco. En este caso no se trata de la unión de razas dispersas pero emparentadas para que todas lleven el nombre de rusos, lo que tenemos aquí es la descarada conquista por la fuerza de territorios extranjeros, simplemente eso”. (Marx y Engels. Obras Completas. Vol. 27. Pág. 28. Edición en inglés).
Con relación a la cuestión nacional, el Partido Bolchevique desde el principio mantuvo una postura muy escrupulosa. Era esencial para ganar a las masas y en particular al campesinado. La cuestión nacional por regla general afecta menos a la clase obrera que a las masas de la pequeña burguesía, y en especial al campesinado. Desde un punto de vista histórico la cuestión nacional y la cuestión agraria están unidas estrechamente. En algunas ocasiones marxistas con mucha formación tratan el problema incorrectamente. Para llegar a las masas de la pequeña burguesía y ganarlas a la causa de la revolución, era absolutamente necesario utilizar demandas democráticas y parciales, por ejemplo el derecho a la autodeterminación. Pero estas consignas sólo tienen sentido si forman parte de la lucha del proletariado y su partido para ganar la dirección de las masas en su lucha directa contra la burguesía, los partidos y tendencias pequeño burguesas. La condición previa para el éxito de la revolución es sostener una lucha implacable contra la burguesía y la pequeña burguesía nacionalista. Y para dirigir esta lucha es necesario mantener una postura clara con relación a la cuestión nacional.
Trotsky, igual que Lenin, escribió también mucho sobre la cuestión nacional. Es de interés especial el maravilloso capítulo de “La Historia de la Revolución Rusa”, dedicado a la cuestión nacional, es el mejor resumen de la posición del Partido Bolchevique sobre esta cuestión. Pero fue fundamentalmente Lenin quien desarrolló la postura marxista sobre la cuestión nacional. Trotsky resumente así la postura Bolchevique:
“Lenin había previsto con suficiente tiempo el carácter inevitable de los movimientos centrífugos nacionales en Rusia, y durante años enteros luchó en forma obstinada, especialmente contra Rosa Luxemburgo, por el famoso parágrafo 9 del viejo programa del Partido, que formulaba el derecho de las naciones a disponer de sí mismas, es decir, a separarse completamente del Estado. Esto no significa que el Partido Bolchevique tomase sobre sí la propaganda separatista. Lo único que prometía era resistir con firmeza todo tipo de opresión nacional, incluida la retención forzada de una nacionalidad en los límites de un estado común. Sólo de este modo pudo el proletariado ruso conquistar gradualmente la confianza de las nacionalidades oprimidas.
Pero éste es solo un aspecto del asunto. La política bolchevique en el problema nacional tenía un segundo aspecto, que a pesar de su aparente contradicción con el anterior, en realidad lo complementaba. En los marcos del Partido y, en general, de las organizaciones obreras, el bolchevismo aplicaba el centralismo más riguroso, combatiendo sin tregua el menor contagio nacionalista que enfrentara a los obreros los unos a los otros o que pudiera dividirlos. Negando categóricamente al estado burgués el derecho de imponer a una minoría nacional una residencia forzada y hasta una lengua oficial, el bolchevismo consideraba un deber sagrado vincular estrechamente en un gran todo a los trabajadores de las diversas nacionalidades, apelando a su voluntaria disciplina de clase. Por este motivo, se negaba en forma terminante a organizarse como una federación de secciones nacionales. Una organización revolucionaria no es prototipo del estado futuro sino el instrumento para su creación, y todo instrumento debe ser adecuado para fabricar el producto, pero no debe asimilarse a él. Sólo una organización centralizada permite el triunfo revolucionario, aunque se luche contra la centralización opresiva de las naciones”. (Ibíd. Pág. 316-317).
¿Qué es una nación?
En el período anterior a la Primera Guerra Mundial, Lenin dedicó una gran parte del tiempo a la cuestión nacional, y en concreto a responder las teorías revisionistas de Otto Bauer. Entre 1908 y 1910, Lenin estuvo en el exilio y prácticamente aislado. Debido a la ausencia de contactos con Rusia y la escasez de colaboradores, recibió con entusiasmo la llegada de Stalin, un joven georgiano casi desconocido para él. Como era habitual Lenin pasó mucho tiempo animando al recién llegado, algo que hacía habitualmente con los jóvenes camaradas. Además Stalin era georgiano, pertenecía a una nacionalidad oprimida. Lenin vio la oportunidad de instruir a su pupilo -que demostró ser extremadamente diligente- en las ideas fundamentales de su política sobre la cuestión nacional. El resultado fue un largo artículo que apareció a finales de 1912 en las páginas de la revista Prosveshcheniye (“Ilustración”) titulado La cuestión nacional y el marxismo.
En 1914 el artículo apareció como panfleto con el título La cuestión nacional y el marxismo. Aparece en el segundo volumen de las obras de Stalin. Durante años fue considerado el manual del partido sobre la cuestión nacional, realmente a pesar de su presentación algo formalista no es un mal artículo. Pero en ningún caso fue el resultado del genio teórico de Stalin. En realidad este artículo no fue obra de Stalin. A. H. Carr lo comenta: “La evidencia interna y externa demuestra que fue escrito bajo la inspiración de Lenin”. (E. H. Carr. La Revolución Bolchevique. Vol. 1. Pág. 425-6). Las ideas de este artículo son de Lenin.
La introducción a este artículo, escrita en el momento álgido de la agitación antisemita con el célebre caso Beyliss, advertía de “la oleada de nacionalismo avanzaba más y más, amenazando envolver a las masas obreras”. Y añade: “En este momento difícil, incumbía a la socialdemocracia una alta misión: hacer frente al nacionalismo, proteger a las masas contra la “epidemia” general. Pues la socialdemocracia, y solamente ella, podía hacerlo contraponiendo al nacionalismo el arma probada del internacionalismo, la unidad y la indivisibilidad de la lucha de clases.” (Stalin. La cuestión nacional, el marxismo y la lingüística. Madrid. Akal. 1977. Pág. 15).
La cuestión central era como definir una nación, que no es tan fácil como parece. Es como definir el tiempo. San Agustín dijo que él sabía qué era el tiempo, pero si alguien le pedía que lo definiera era incapaz de hacerlo. Ocurre lo mismo con una nación. Todos creen saber que es, pero si pedimos la definición, encontraríamos grandes dificultades. El panfleto publicado con la firma de Stalin intenta dar una definición. El resultado probablemente sea lo más cercano a una formulación satisfactoria. Frente a la definición subjetiva de Bauer, una nación se define aquí con un sentido científico marxista: “Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad del idioma, del territorio, de la vida económica y de la psicología, manifestada ésta en la comunidad de la cultura”. (Ibíd. Pág. 20).
Una nación debe tener una lengua y territorios comunes, una historia y cultura compartida, y también estar unida por poderosos lazos económicos. Es definición tan general, que sin duda es correcta y en cualquier caso infinitamente superior a la forma “psicológica” de abordar el tema por parte de Otto Bauer y los seguidores de la “autonomía nacional cultural”. En la vida real siempre se encuentran variantes que contradicen esta definición en uno o más aspectos. Responder a qué es una nación es algo notoriamente resbaladizo y ha llevado a más de un análisis al desastre,
Por ejemplo, tomemos el caso del idioma. La importancia del idioma para una nación es evidente. Parece ser la marca más indistinguible de la nacionalidad. En “La Historia de la Revolución Rusa”, Trotsky expresa la importancia del idioma de la siguiente forma: “La lengua es el instrumento más importante de vinculación entre los hombres y, en consecuencia, de vinculación en la economía. Se convierte en lengua nacional cuando la victoria de la circulación mercantil unifica una nación. Sobre tal base se erige el Estado nacional, que es el terreno más cómodo, corriente y ventajoso para el desenvolvimiento de las relaciones capitalistas. (Trotsky. Historia de la Revolución Rusa. Vol. 2. Pág. 315).
Hay excepciones incluso para esta regla tan importante. Pocos por ejemplo negarían que Suiza es una nación. La identidad nacional suiza ha sido forjada durante siglos de lucha para conservar una identidad nacional individual, principalmente frente a Austria. Los suizos no tienen un idioma común, como correctamente destacó Lenin:
“En Suiza existen tres idiomas oficiales, pero durante los referéndums los proyectos de ley se imprimen en cinco idiomas, es decir, en los tres oficiales y en dos dialectos ‘romances’. Según el censo de 1900, de los 3.315.443 habitantes con que cuenta Suiza, 33.651 hablan estos dos dialectos, o sea, poco más del uno por ciento. En el ejército los oficiales y suboficiales ‘cuentan con absoluta libertad para dirigirse a los soldados en su idioma materno’. En los cantones de Valais y Los Grisones (cada uno con poco más de cien mil habitantes), ambos dialectos gozan de plena igualdad de derechos”. (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Pág. 29).
La clave para comprender la cuestión se encuentra en la proposición inicial, una nación es una entidad “históricamente formada”. La dialéctica no procede de las definiciones abstractas formales sino de la aproximación concreta a los procesos vivos, a la evolución, al cambio y desarrollo de las cosas. Una nación no es algo fijo y estático. Puede cambiar y evolucionar. Se pueden crear naciones donde no existían antes. Así es precisamente cómo los estados nacionales modernos llegan a surgir. Este fue el caso de Francia, Italia y Alemania. Más tarde el imperialismo británico creó la conciencia nacional de la India -por descuido-. Ahora con la decadencia del capitalismo y la incapacidad de la burguesía india de ofrecer una salida, existen síntomas evidentes de la debilidad y fragmentación de esta conciencia nacional que se está convirtiendo en un peligro para el futuro de la India.
Históricamente las naciones se pueden formar por la materia prima creada por las guerras, invasiones y revoluciones que disuelven los antiguos vínculos y fronteras para crear otras nuevas. Este proceso después se puede volver en su contrario. Lo que ayer era una nación oprimida o una colonia esclavizada se puede transformar en el estado imperialista más monstruoso y opresivo. El mejor ejemplo es EEUU, antes una colonia británica y ahora el estado imperialista mas poderoso y reaccionario del mundo. Lo mismo ocurre con los estados burgueses que hace poco se liberaban de la dominación extranjera y permanecen en una posición subordinada con respecto a las grandes potencias imperialistas, pero aunque juegan el papel de potencias imperialistas locales, oprimen y explotan a los países más débiles próximos a ellos. La India juega un papel imperialista con relación a Nepal, Assam y Cachemira. Rusia era una de las principales potencias imperialistas antes de 1917, aunque no exportaba capital y era un país atrasado y semifeudal que mantenía una relación semicolonial con Gran Bretaña, Francia y otros países capitalistas desarrollados.
Una cuestión de clase
La cuestión nacional, como las demás cuestiones sociales, en el fondo es una cuestión de clase. Esta fue la postura de Lenin, y es la de cualquier marxista auténtico. En su obra “Notas críticas sobre la cuestión nacional”, Lenin explica con gran claridad esta proposición elemental del Marxismo:
“En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe así mismo una cultura burguesa (y, además en la mayoría de los casos, ultrarreaccionaria y clerical), y no simplemente en forma de ‘elementos’, sino como cultura dominante. Por eso, la ‘cultura nacional’ en general es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía”. (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Pág. 10).
Es ABC para un marxista que las ideas dominantes de cada nación son las ideas de la clase dominante. Lenin insiste en que aceptar una “cultura nacional” no es ni más ni menos que aceptar el dominio de la burguesía de cada nación. La cuestión nacional es una cuestión de clase. Los marxistas no deben encubrir las contradicciones de clase, todo lo contrario, tienen que sacarlas a la luz. Es igual en el caso de una nacionalidad oprimida como en el de una nación opresora. Como explica Lenin: “En las sociedades anónimas tenemos juntos y completamente fundidos a capitalistas de diferentes naciones. En las fábricas trabajan juntos obreros de diferentes naciones. En toda cuestión política realmente seria y realmente profunda los agrupamientos se realizan por clases y no por naciones”. (Ibíd.Pág. 23).
En otra obra él escribe: “Los intereses de la clase obrera y de su lucha contra el capitalismo exigen una completa solidaridad y la más estrecha unión de los obreros de todas las naciones, exigen que se rechace la política nacionalista de la burguesía de cualquier nación”.
(…)
“Al obrero asalariado tanto le da que su principal explotador sea la burguesía rusa más que la alógena, como la burguesía polaca más que la hebrera, etc., Al obrero asalariado que haya adquirido conciencia de los intereses de su clase le son indiferentes tanto los privilegios estatales de los capitalistas rusos como las promesas de los capitalistas polacos o ucranianos de instaurar el paraíso en la tierra cuando ellos gocen de privilegios estatales”.
(…)
“En todo caso, el obrero asalariado seguirá siendo objeto de explotación, y para luchar con éxito contra ella se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo, que los proletarios mantengan una posición de completa neutralidad, por así decir, en la lucha de la burguesía de las diversas naciones por la supremacía. En cuanto el proletariado de una nación cualquiera apoye en lo más mínimo los privilegios de ‘su’ burguesía nacional, este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía. Y el negar el derecho a la autodeterminación, o a la separación, significa indefectiblemente, en la práctica, apoyar los privilegios de la nación dominante”. (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación. Moscú. Progreso. 1980. Pág. 33).
El elemento principal en la posición de Lenin era la necesidad de unir a los trabajadores y a las masas oprimidas contra la burguesía. Lenin señala que: “La cultura nacional de la burguesía es un hecho (con la particularidad, repito, de que la burguesía se confabula en todas partes con los terratenientes y los curas). El nacionalismo militante de la burguesía, que embrutece, engaña y divide a los obreros para hacerlos ir a remolque de los burgueses, es el hecho fundamental de nuestra época. Quien quiera servir al proletariado deberá unir a los obreros de todas las naciones, luchando invariablemente contra el nacionalismo burgués, tanto contra el ‘propio’ como contra el ajeno”. (Ibíd. Pág. 11).
Sobre esta cuestión Lenin siempre fue implacable. Se podrían reproducir docenas de citas similares de sus artículos y discursos.
Independencia de clase
Las demandas nacionales tienen un carácter democrático, no socialista. La opresión nacional no afecta sólo a la clase obrera, aunque la padece más, como las demás formas de opresión. La cuestión nacional afecta a toda la población, a las masas y en particular a la pequeña burguesía. Sin embargo, como hemos visto, Lenin siempre abordó el tema desde un punto de vista de clase, y nosotros lo abordamos de la misma manera.
Qué impactantes resultan los escritos de Lenin, y con qué profundidad y claridad expresa la cuestión nacional. Desde luego esta cuestión tenía una larga historia en el movimiento obrero de Rusia, empezando por los debates con el Bund judío en el Segundo Congreso del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso (PSDOR) en 1903 ¿Cómo trató Lenin la cuestión nacional? En realidad, tenía una posición “negativa” sobre esta cuestión. Los Bolcheviques Rusos, explicó en cientos de ocasiones, estaban en “contra” de todas las formas de opresión nacional. No se trata de a qué estás a “favor” sino de qué estás en “contra”. Basta decir que nos oponemos a ello. Nos oponemos a todas las formas de opresión nacional, lingüística y racial y lucharemos contra todas las formas de opresión nacional. Eso es suficiente para una tendencia proletaria que desea presentar una política democrática consistente, mientras mantiene su independencia de clase.
Lo que Lenin nunca dijo fue que los marxistas deberían apoyar a la burguesía nacional o a la pequeño burguesía nacionalista. Al contrario, la premisa fundamental de la posición de Lenin sobre la cuestión nacional fue la absoluta independencia de clase. El primer principio del leninismo fue siempre la necesidad de luchar contra la burguesía, tanto de las naciones opresoras como de las oprimidas. En todos los escritos de Lenin sobre la cuestión nacional hay crítica implacablemente no sólo a la burguesía nacionalista, también a la pequeña burguesía nacionalista. Esto no es casualidad. Lenin pensaba que la clase obrera tenía que ponerse a la cabeza de la nación para llevar a las masas a la transformación revolucionaria de la sociedad. En “Notas críticas sobre la cuestión nacional” podemos leer lo siguiente:
“Es progresivo el despertar de las masas después del letargo feudal; es progresiva su lucha contra toda opresión nacional, su lucha por la soberanía del pueblo, por la soberanía nacional. De aquí, la obligación “incondicional” para todo marxista de defender la democracia más resuelta y más consecuente en todos los aspectos de la cuestión nacional. Es ésta una tarea fundamentalmente negativa. Pero más allá de este límite el proletariado no puede apoyar el nacionalismo, pues más allá empieza la actividad ‘positiva’ de la “burguesía” en su afán de “consolidar” el nacionalismo” (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Pág. 21. El entrecomillado es del original).
Y más tarde añade con gran énfasis: “Sí, indiscutiblemente debemos luchar contra toda opresión nacional. No, indiscutiblemente no debemos luchar “por” cualquier desarrollo nacional, “por” la “cultura nacional” en general”. (Ibíd.Pág. 22. El entrecomillado en el original).
De nuevo en “El derecho de las naciones a la autodeterminación” Lenin escribía: “Por eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el “derecho” a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar “nada a expensas” de otra nación”. (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación. Pág. 20. El entrecomillado en el original)
En otra obra, Lenin escribe sobre la perniciosa influencia en el movimiento obrero: “”Cualquier” nacionalismo liberal – burgués lleva la mayor corrupción a los medios obreros y ocasiona un enorme prejuicio a la causa de la libertad y a la lucha de clase proletaria. Y esto es tanto más peligroso por cuanto la tendencia burguesa (y feudal burguesa) se encubre con la consigna de “cultura nacional”. Los ultra reaccionarios y clericales, y tras ellos los burgueses de “todas” las naciones, hacen sus retrógrados y sucios negocios en nombre de la cultura nacional (gran rusa, polaca, hebrea, ucraniana, etc.,).
Tal es la realidad de la vida nacional de nuestros días si se la aborda desde el punto de vista marxista, es decir, desde el punto de vista de la lucha de clases, si se comparan las consignas con los intereses y con la política de las clases y no con los “principios generales”, las declamaciones y las frases carentes de contenido”. (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Pág. 9. El entrecomillado en el original).
¿Ha quedado claro? Los trabajadores tienen el deber de oponerse a todas las formas de discriminación y opresión nacional. Pero también tienen el deber de negarse a dar a apoyo al nacionalismo en cualquiera de sus formas. ¡Qué contraste con esos supuestos marxistas que no pierden la oportunidad de actuar como portadores de la bandera del IRA, ETA o el ELK en la creencia equivocada de que persiguen una política leninista!. Desdibujar la línea divisoria entre marxismo y nacionalismo es una violación de todo lo que Lenin defendió.
Para combatir las perniciosas ilusiones divulgadas por los nacionalistas Lenin avisaba que: “El proletariado no puede apoyar ningún afianzamiento del nacionalismo; por el contrario, apoya todo lo que contribuye a borrar las diferencias nacionales y a derribar las barreras nacionales, todo lo que sirve para estrechar más y más los vínculos entre las nacionalidades, todo lo que conduce a la fusión de las naciones. Obrar de otro modo equivaldría a pasarse al lado del reaccionario filisteísmo nacionalista”. (Ibíd. Pág. 22)
Esta es la auténtica posición del leninismo con relación al nacionalismo ¡Qué diferencia con la vulgar deformación que busca reducir todo a una “simple” consigna de “autodeterminación”! Ahí es precisamente donde cae el filisteísmo nacionalista reaccionario y abandona el punto de vista marxista, el del proletariado. Lejos de glorificar al nacionalismo y la creación de nuevas barreras separatistas, Lenin, al igual que Marx, tenía una opinión muy pobre de la “estrechez de miras de la pequeña nación”. Ambos siempre estaban a favor de los estados más grandes posibles -con el resto de cuestiones ocurría lo mismo. Defendía suprimir las fronteras, no erigir otras nuevas. Estaba a favor de la mezcla de las poblaciones e incluso la asimilación (siempre y cuando fuera voluntaria) y en absoluto estaba a favor de la glorificación del idioma y la cultura de una nación frente a otra. Dejemos a Lenin hablar por sí mismo:
“El proletariado, en cambio, no sólo no asume la defensa del desarrollo nacional de cada nación, sino que, por el contrario, pone en guardia a las masas contra semejantes ilusiones, defiende la libertad más completa del intercambio económico capitalista y da la bienvenida a cualquier asimilación de las naciones excepto la que se realiza por la fuerza o se basa en privilegios”.
(…)
“Nacionalismo burgués e internacionalismo proletario: tales son las dos consignas antagónicas irreconciliables, que corresponden a los dos grandes campos de clase del mundo capitalista y expresan dos políticas (es más, dos concepciones) en el problema nacional.”. (Ibíd. Pág. 13)
No hay duda sobre esto. El nacionalismo burgués y el internacionalismo proletario son dos políticas totalmente incompatibles, la incompatibilidad se concreta en la perspectiva mundial de dos clases hostiles. Es inútil divagar e intentar enmascarar esta realidad obvia. Lenin defendía firmemente el internacionalismo proletario frente al nacionalismo. El hecho de que se opusiera a todas las formas de opresión nacional, y demostrara simpatía por los pueblos oprimidos, no debe servir para ocultar lo indiscutible, Lenin era el enemigo del nacionalismo.
Lenin y Rosa Luxemburgo
Igual que Marx, Lenin tuvo que luchar en dos frentes. Luchó contra la influencia de ideas oportunistas y revisionistas como las de Otto Bauer, que reflejaban la presión de la burguesía y pequeña burguesía nacionalistas sobre la vanguardia proletaria. Pero al mismo tiempo tuvo que luchar contra aquellos que negaban la importancia de la cuestión nacional. Lenin durante muchos años mantuvo una dura polémica sobre esta cuestión con Rosa Luxemburgo, para conseguir que el partido adoptara una posición correcta. Más tarde, durante la Primera Guerra Mundial tuvo que librar una lucha contra Bujarin y Piatakov que también pensaban que la cuestión nacional era ya algo irrelevante y eran contrarios a la autodeterminación. Rosa Luxemburgo era una gran revolucionaria y una internacionalista, aunque desgraciadamente su internacionalismo poseía un carácter algo abstracto. Por ejemplo, negaba el derecho del pueblo polaco a la autodeterminación y describía la idea de la nacionalidad ucraniana como un invento de los intelectuales.
Aunque los socialdemócratas polacos mantenían una posición equivocada y abstracta, eran auténticos internacionalistas y estaban motivados por la necesidad de combatir el nacionalismo pequeñoburgués reaccionario de Pilsudski y el Partido Socialista Polaco. El PSP en realidad no era un partido socialista sino un partido nacionalista pequeñoburgués fundado en 1892. Defendía el separatismo y conscientemente luchaba para dividir a los trabajadores polacos y rusos. Como todos los movimientos nacionalistas pequeñoburgueses de masas, existía un ala de derecha y otra de izquierda. En 1906 las dos alas se escindieron. Más tarde en la Primera Guerra Mundial, la izquierda se apartaría del nacionalismo y se fusionó en diciembre de 1918 con el Partido Socialdemócrata Polaco, para fundar el Partido Comunista Obrero Polaco. El ala de derecha continuaba defendiendo una postura chauvinista. En la Primera Guerra Mundial organizaron la Legión Polaca para luchar en el bando del imperialismo Austro–Alemán.
Lenin era ruso, y por tanto miembro de la nación opresora, la Gran Rusia. Rosa Luxemburgo era polaca (y judía). Lenin comprendía la necesidad de ser muy sensible con los pueblos oprimidos por el zarismo ruso. Se dirigía en los siguientes términos a los compañeros polacos: “Miren, comprendo su posición. Son socialdemócratas polacos. Su primer deber es luchar contra los nacionalistas polacos. Desde luego, deben hacerlo. Pero los compañeros rusos no les decimos, que eliminen de su programa la consigna del derecho a la autodeterminación del pueblo polaco. Porque, como socialdemócratas rusos, nuestro primer deber es luchar contra nuestra propia burguesía, la burguesía rusa y el zarismo. Sólo de esta forma los Socialdemócratas rusos podemos demostrar a los polacos que no deseamos oprimirlos, en esto reside la unidad de ambos pueblos en la lucha revolucionaria”.
De una forma dialéctica y brillante, la posición de Lenin del derecho de las nacionales a la autodeterminación no significaba dividir a los trabajadores rusos y polacos, todo lo contrario, representaba la unión.
La unidad de las organizaciones obreras
¿Por qué Lenin apoyaba el derecho de las naciones a la autodeterminación? Lo hacía exclusivamente desde el punto de vista de hacer avanzar la lucha de clases, de unir a la clase obrera. Para los Bolcheviques, la cuestión nacional representaba no sólo un problema y un obstáculo, sino también un potencial revolucionario. Sin una posición correcta sobre la cuestión nacional, la Revolución de Octubre nunca habría tenido lugar. Pero una parte integral de la política de Lenin sobre la cuestión nacional fue la insistencia desde 1903 en adelante, en la necesidad de mantener la sagrada unidad de la clase obrera y sus organizaciones por encima de cualquier distinción de nacionalidad, lenguaje, raza o religión.. Se opuso implacablemente a los intentos del Bund judío de organizar a los trabajadores judíos en organizaciones separadas.
“A los enconos nacionales de los distintos partidos burgueses en torno a las cuestiones del idioma, etc., la democracia obrera opone la reivindicación de unidad incondicional y fusión completa de los obreros de “todas” las nacionalidades en “todas” las organizaciones obreras: profesionales, cooperativistas, de consumo, culturales y demás contrapeso a todo nacionalismo burgués. Sólo esa unidad y esa fusión pueden salvaguardar la democracia, los intereses de los obreros frente al capital -que tiene un carácter internacional y lo tendrá más cada día- y los intereses del desarrollo de la humanidad hacia un nuevo régimen de vida, libre de todo privilegio y de toda explotación”. (Lenin. Notas críticas a la cuestión nacional. Pág. 9. El entrecomillado en el original).
Como correctamente señala Trotsky, el derecho de autodeterminación sólo es la mitad de la posición de Lenin sobre la cuestión nacional. La otra cara de la moneda era la oposición implacable a cualquier división del movimiento obrero en líneas nacionales. Hay que distinguir claramente entre estos dos elementos. El derecho de autodeterminación es una demanda democrática -o más correctamente, una demanda democrático burguesa. Esta mitad del programa guarda relación con la nación en su conjunto. Pero al proletariado no le interesa dividir las organizaciones obreras en líneas nacionales. Aunque Lenin lo tenía muy claro, hoy cada una esas miserables sectas que se autodenominan “trotskistas” no sólo lo han apoyado, incluso han defendido y puesto en práctica una política criminal de división de las organizaciones obreras en líneas nacionales, hacia un lado u otro.
Dividir a los sindicatos en líneas raciales es una absoluta monstruosidad que no tiene nada en común con el leninismo. Hoy las sectas en Gran Bretaña, participan activamente en la formación de secciones de negros en los sindicatos y en el Partido Laborista. En Escocia apoyaron la formación de un sindicato escocés separado de los trabajadores del petróleo, lo que es una violación de los principios más elementales del marxismo. Se pueden citar ejemplos similares en todos los países. Hay que dejar claro: la creción de organizaciones separadas para diferentes grupos nacionales o raciales es un acto criminal que sólo puede servir para dividir y debilitar al movimiento obrero. Una cosa es combatir el racismo y el chauvinismo de la nacionalidad mayoritaria, y otra distinta es dividir a la clase obrera en líneas nacionales, lingüísticas, religiosas o raciales.
Esta nunca fue la posición del Partido Bolchevique o previamente del PSDOR. Ninguna de las tendencias de la Socialdemocracia Rusa (si excluimos a los dirigentes del Bund judío) estaban a favor de dividir el movimiento en líneas nacionales. Los Mencheviques defendían la misma posición que los Bolcheviques. Este tema se discutió a fondo desde el principio, cuando socialdemócratas judíos pedían una organización separada dentro del PSDOR. El Bund (la organización Socialdemócrata judía) con gran fuerza en Rusia Occidental y Lituania -allí existía una gran población judía, decía que no sólo tenían el derecho a hablar en nombre de los trabajadores judíos, sino que también decían tener derecho a formar una organización socialdemócrata judía. Lenin y los marxistas rusos rechazaron categóricamente esta pretensión e insistían en que sólo debía haber un partido y un sindicato obrero. Hoy seguimos defendiendo lo mismo. El arma más importante en manos de la clase obrera es la unidad, y hay que defenderla a toda costa. Estamos radicalmente en contra de la división de la clase obrera en líneas de nacionalidad, raza, idioma, religión o cosas por el estilo. En otras palabras tenemos una posición de clase.
La cuestión judía
Con tediosa frecuencia, aquellos que están a favor de dividir el movimiento obrero en líneas nacionales, de raza o sexo intentan justificar su posición recurriendo a la descarada demagogia o el sentimentalismo lacrimógeno, apelando a la difícil situación de los oprimidos o las monstruosas injusticias que sufren, como “prueba” de la “imposibilidad” de unir en organizaciones comunes a los blancos y a los negros, a hombre y mujeres, a protestantes y católicos, y cosas por el estilo. La propia historia del bolchevismo demuestra que no es así, basta con ver la actitud de Lenin hacia el Bund judío. Los judíos en Rusia eran oprimidos y discriminados sistemáticamente, se los obligaba a vivir en barrios aparte, y eran sometios a pogromos sangrientos. Sólo un porcentaje limitado de judíos era aceptado en el servicio del estado y en las escuelas de enseñanza superior que pertenecían al estado. En 1917 existían 650 leyes que restringían los derechos de los judíos. Esta era un ejemplo de opresión nacional en su forma más brutal.
Lenin siempre explicó que el deber de los trabajadores era luchar contra su propia burguesía. Eso significa todos los trabajadores, incluso los más oprimidos. Por esta razón los socialdemócratas rusos siempre rechazaron las demandas del Bund. El hecho de que los judíos sufrieran una opresión terrible no era razón. El Bund defendía la consigna de la ‘autonomía cultural nacional’, robada del programa de Otto Bauer y los marxistas austriacos. Pero esta consigna tenía aún menos sentido en el caso de los judíos rusos que en Austria–Hungría. Con la población desparramada, vivían fundamentalmente en ciudades, los judíos no se concentraban en un territorio claramente definido -una de las condiciones para la existencia de una nación. La idea de la ‘autonomía nacional cultural’ suponía la unión de la desparramada población judía en escuelas e instituciones exclusivamente judías. Esta demanda, que Trotsky caracterizó como una utopía reaccionaria, sólo serviría para profundizar la enajenación de los judíos del resto de la población y aumentar las tensiones raciales y las fricciones.
Los judíos no poseían ni un territorio ni un idioma común. Aunque muchos judíos en Rusia y Europa del Este hablaban el Yiddish, otros tantos no lo hacían. En los países capitalistas avanzados los judíos hablaban el idioma del país donde vivían. Los judíos sefardíes originarios de España durante siglos mantuvieron el español como su lengua materna. Después de ser expulsados de España se desperdigaron por todo el Mediterráneo, y allí donde los judíos tenían la oportunidad, se integraban en la población del país donde residían. Pero el fanatismo y el oscurantismo de la Iglesia Católica medieval evitó esto. Los judíos fueron excluidos y enajenados de la sociedad. Se los prohibía tener tierra, se los obligaba a vivir de otros sustentos en los márgenes de la sociedad feudal, incluyendo el comercio y el préstamo de dinero. La enajenación forzosa de los judíos fue incluso más descarada en la Rusa zarista atrasada.
Incluso Lenin tenía dificultades para clasificar a los judíos. La definición más próxima como tal fue definirlos como una casta especial oprimida, como vemos en el siguiente pasaje: “Lo mismo podemos decir de la nación hebrea, la más oprimida y perseguida. La cultura nacional hebrea es una consigna de los rabinos y de los burgueses, es una consigna de nuestros enemigos. Pero en la cultura hebrea y en toda la historia del pueblo hebreo hay también otros elementos. De los diez millones y medio de hebreos que existen en el mundo, poco más de la mitad viven en Galitzia y en Rusia, países atrasados y semisalvajes, donde los hebreos son mantenidos por la fuerza en una situación de casta. La otra mitad vive en el mundo civilizado, donde los hebreos no están aislados como casta. Allí se han manifestado con toda evidencia los grandes rasgos progresistas, de significación mundial, de la cultura hebrea: su internacionalismo y su capacidad de hacerse eco de los movimientos avanzados de la época (el tanto por ciento de hebreos que participan en los movimientos democráticos y proletarios es, en todas partes, superior a su porcentaje general en la población).” (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Pág. 12).
Aunque los judíos carecían de los atributos que caracterizan a una nación, y Lenin no los consideraba como tal, sin embargo después de la Revolución de Octubre, los Bolcheviques ofrecieron la autodeterminación a los judíos, les garantizaban una patria a la que podrían emigrar si ellos lo deseaban (Biribaidjan) aunque pocos eligieron esta posibilidad. Esto era infinitamente preferible a la creación de un estado judío en Palestina, una tierra que ocupaban los árabes desde hacía miles de años, y que fue el origen de interminables y sangrientas guerras en Oriente Medio. La creación del estado de Israel fue un acto reaccionario al que se opusieron en su momento los marxistas. Trotsky advirtió que sería una trampa cruel para el pueblo judío. Y la historia del último medio siglo ha demostrado que era verdad. No obstante ahora Israel existe como estado, y no se puede dar marchar atrás al reloj de la historia. Israel es una nación y no debemos pedir su desaparición. La solución al problema nacional palestino (del que nos ocuparemos más tarde) sólo se puede conseguir con la creación de una Federación Socialista de Oriente Medio en la que árabes e israelitas puedan coexistir con sus propias patrias autónomas y con total respecto por todos los derechos nacionales.
Los partidarios del sionismo en Rusia siempre fueron una minoría. Un número considerable de cuadros del movimiento obrero ruso eran de origen judío, los intelectuales judíos más avanzados y los trabajadores comprendían que su futuro dependía de la reconstrucción revolucionaria de la sociedad. Y era verdad. En Rusia después de la Revolución de Octubre, el pueblo judío consiguió la emancipación civil y la igualdad. Estaban satisfechos con esto y por esta razón muy pocos aceptaron la oferta de una patria dentro de las fronteras del estado soviético.
La autodeterminación
Reconocer el derecho de las naciones a la autodeterminación es el eje central de la posición de Lenin sobre la cuestión nacional. En general esto se sabe, pero como decía Hegel lo que es conocido no necesariamente es comprendido. Lenin escribió extensamente sobre la cuestión nacional, y sus escritos recogen la postura del marxismo sobre este tema y que desarrolla de una mantera rica, completa y dialéctica. Incluso una ojeada a la literatura de los grupos que hoy pretenden ser herederos de Lenin basta para convencernos de que ninguno ha leido a Lenin, y si lo leen no comprenderán ni una sola palabra. En concreto, sacan de contexto la consigna del derecho de autodeterminación -sin duda uno de los elementos importantes del pensamiento de Lenin en la cuestión nacional- y la presentan de una forma mecánica y parcial, como si fuera lo único que preocupaba a Lenin.
La defensa del derecho de autodeterminación de Lenin es ABC para un marxista. Pero después de ABC, el abecedario tiene más letras, y un niño que repita constantemente “ABC” no le bastará para ser inteligente. La dialéctica, como Lenin explicó muchas veces, trata el fenómeno en su totalidad. Abstraer un solo elemento de una ecuación compleja, y contraponerlo al resto de los elementos, es hacer un uso infantil de la dialéctica. En la historia de la filosofía a esto se lo denomina sofismo. Tales abusos llevan a errores y al tipo más burdo de lógica. En política, y en particular en la cuestión nacional, llevan directamente a la defensa del nacionalismo reaccionario y al abandono del socialismo. La cuestión nacional es un campo de minas, para cruzarlo es necesario una brújula de confianza. El momento en que te apartas un centímetro de una posición de clase, estás perdido. De esta forma muchos de aquellos que hoy intentan citar la defensa de Lenin del derecho de autodeterminación caen en la trampa de capitular ante la insistente presión del nacionalismo pequeñoburgués que es justo lo contrario a la posición de Lenin. Pero que hable él mismo: “El objetivo del socialismo no consiste sólo en acabar con el fraccionamiento de la humanidad en Estados pequeños y con todo aislamiento de las naciones, sino también en fusionarlas. (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario. Moscú. Progreso. 1981. Pág. 118). Lenin no apoyaba en todos y cada uno de los casos el derecho de las pequeñas naciones a la autodeterminación. Lo explica cuidadosamente, apoyamos las unidades nacionales más grandes frente a las más pequeñas, y la centralización sobre bases democráticas, frente a la descentralización. Pero todas las demás condiciones no son necesariamente iguales. El hecho de la opresión nacional de una nación por otra obliga al proletariado y a sus organizaciones a luchar contra la opresión nacional y defender el derecho de las naciones a la autodeterminación.
El derecho de las naciones a la autodeterminación es una demanda democrática y los marxistas la apoyamos, como apoyamos otras demandas democráticas. Pero el apoyo a las demandas democráticas en general nunca ha sido considerado por los marxistas como una clase de imperativo categórico. Tales demandas siempre están subordinadas a los intereses de la clase obrera y a la lucha por el socialismo, como Lenin explica con toda claridad: “En la práctica, el proletariado sólo puede conservar su independencia si subordina su lucha por todas las reivindicaciones democráticas -sin excluir la de la República- a su lucha revolucionaria por el derrocamiento de la burguesía.” (Ibíd. Pág. 120).
Esto no particularmente nuevo o alarmante. Está en la línea de la posición general marxista sobre las demandas democráticas. Por ejemplo, el derecho al divorcio es una demanda democrática, que también apoyamos. ¿En qué consiste este derecho? Significa que un hombre y una mujer pueden vivir juntos tanto tiempo como ellos sean felices. Pero si la relación entre dos personas se rompe, entonces tienen el derecho a separarse. Nadie los puede obligar a vivir juntos. O por ejemplo el derecho al aborto. ¿En qué consiste? Una mujer tiene el derecho a decidir si tiene un hijo o no, es vidente el derecho de una mujer a disponer de su cuerpo como le parezca apropiado. Defendemos estos derechos democráticos, pero ¿eso significa que el divorcio y el aborto en sí mismo sean algo bueno? ¿Queremos decir que todas las mujeres deben abortar o todas las parejas divorciarse? Eso sería absurdo. El divorcio y el aborto no son cosas buenas en sí mismas, pero en determinadas circunstancias son un mal menor. No defendemos el divorcio o el aborto, sino el derecho al divorcio o al aborto. Ocurre lo mismo con el derecho de autodeterminación. Hay una gran diferencia entre apoyar el derecho de autodeterminación y apoyar la autodeterminación como tal. Es la diferencia entre una política marxista y el nacionalismo pequeño burgués. Lenin fue siempre muy claro en este punto. “Por eso ‘para no conculcar el derecho a la autodeterminación’, no debemos ‘votar por la separación’, como supone el perspicaz señor Semkovski, sino votar por que se faculte a la región que desea para que ella misma decida esta cuestión”. (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario. Pág. 8).
Esto es lo esencial del tema. Para Lenin el derecho de autodeterminación no significa que los trabajadores “tengan el deber de votar por la separación”, sino exclusivamente oponerse a todas las formas de opresión nacional y oponerse a la retención obligatoria de cualquier nación dentro de las fronteras de otro estado; es decir, dejar a las personas elegir libremente sobre el tema. Eso es un derecho democrático elemental defendido por los Bolcheviques. Pero incluso entonces nunca se consideró este derecho como algo absoluto, siempre estuvo subordinado a los intereses de la lucha de clases y a la revolución mundial. La política de Lenin no era la separación, sino la unión voluntaria. La consigna del derecho de autodeterminación, lejos de implicar el apoyo a la separación, era una parte integral de la lucha contra la separación. Lenin continúa: “El reconocimiento del derecho a la autodeterminación ‘hace al juego’ al ‘más rabioso nacionalismo burgués’, asegura el señor Semkovski. Eso es una puerilidad, pues el reconocimiento de este derecho no excluye en modo alguno que se haga propaganda y agitación contra la separación y se denuncie el nacionalismo burgués. En cambio, lo que sí está fuera de toda duda es que la negación del derecho a la separación ‘hace el juego’ al ¡más rabioso nacionalismo gran ruso de las centurias negras”. (Ibíd. Pág. 10)
Tomemos un ejemplo moderno. La población francófona de Québec se siente oprimida nacionalmente por Canadá. Los nacionalistas quebequeses piden la separación. Un marxista les diría: sí tenéis el derecho de autodeterminación. Defenderíamos ese derecho. Pero consideramos que la separación sólo irá en detrimento de los quebequeses y todo el pueblo de Canadá. Si hay un referéndum haríamos propaganda en contra de la separación. Defendemos un Québec socialista y una Canadá socialista con pleno respeto por lo derecho nacional como la única solución a nuestros problemas. Esta era la posición de Lenin sobre la cuestión nacional.
De ninguna forma Lenin consideraba el derecho de autodeterminación como una panacea, aplicable universalmente en todas las circunstancias. Después, muchos grupos cometieron esta estupidez y prestaron un flaco servicio al marxismo y al leninismo sin tener la más mínima noción de lo que eran. Lenin no consideraba el derecho de autodeterminación como un derecho absoluto, fuera del tiempo y el espacio, sino sólo como una parte de la lucha del proletariado por el poder, y lo subordinaba estrictamente a esa lucha. En el artículo de Stalin, “La cuestión nacional y el marxismo”, prácticamente elaborado por Lenin, y que no hay duda de que expresa sus opiniones sobre la cuestión, se expresa muy bien la idea: “La nación tiene derecho a determinar libremente sus destinos. Tiene derecho a organizarse como le plazca, naturalmente, siempre y cuando no menoscabe los derechos de otras naciones. Esto es indiscutible. (Stalin. Op. Cit. Pág. 35). Y continúa:
“Pero ¿qué solución sería la más compatible con los intereses de las masas trabajadoras? ¿La autonomía, la federación o la separación?.
Todos estos problemas “su solución depende de las condiciones históricas concretas que rodean a la nación de que se trate.”
Más aún: las condiciones, como todo, cambian y una solución acertada para un momento dado puede resultar completamente inaceptable para otro momento”. (Ibíd. Pág. 36. El entrecomillado es nuestro).
Esto es absolutamente correcto. La posición que tomarán los marxistas con relación a la reivindicación del derecho de autodeterminación no se puede tener por adelantado. Depende de las circunstancias concretas de cada caso y de sus implicaciones en la causa del proletariado y la revolución socialista mundial. Esa fue siempre la postura de Lenin: “No se trata de que los marxistas de cualquier país redacten su programa nacional sin tener en cuenta todas las condiciones históricas generales y las concretas del estado”. (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación. Pág. 15).
En una polémica con los socialdemócratas polacos que tenían una posición ultra izquierdista sobre la cuestión nacional y negaban por principio la autodeterminación, Lenin explica entre otras cosas que no es el deber de la socialdemocracia apoyar todas y cada una de las luchas por la autodeterminación. Lenin dice lo siguiente. “Desde el punto de vista de la teoría general, este arggumento resulta indignante a todas luces, pues es claramente ilógico. Primero, no hay ni puede haber una sola reivindicación parcial de la democracia que no engendre abusos si no se supedita lo particular a lo general; nosotros no estamos obligados a apoyar ni ‘cualquier’ lucha por la independencia, ni ‘cualquier’ movimiento republicano o anticlerical. (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario. Pág. 151).
Hay un caso en el que Lenin deja claro que no apoya el derecho de las naciones a la autodeterminación: cuando eso significa arrastrar a los trabajadores a la guerra. Consideraba monstruoso apoyar la autodeterminación (incluso si estaba justificada en y de por sí), si significaba arrastrar a las grandes potencias a una guerra. Si los Bolcheviques apoyaban la lucha nacional en un caso determinado dependía de las circunstancias concretas, y en cada caso Lenin abordaba la cuestión, no desde el punto de vista del estrecho nacionalismo, sino desde el punto de vista de la revolución mundial. En julio de 1916 Lenin decía a los polacos que no emprendieran una lucha por la independencia nacional. Les explicó que el destino de la lucha del pueblo polaco estaba unida inseparablemente a la perspectiva de la revolución en Rusia y Alemania: “Plantear hoy la cuestión de la independencia polaca teniendo en cuenta las relaciones existentes entre la potencias imperialistas vecinas, es realmente perseguir una utopía, caer en la estrechez de miras nacionalista y olvidar que la premisa necesaria es una revolución europea o al menos en Rusia y Alemania”. (Ibíd. Pág. 350).
Vemos cómo en esa situación concreta, Lenin recomendaba a los polacos subordinar su lucha por la autodeterminación a la perspectiva de la revolución en Rusia y Alemania. En ese caso Lenin tenía razón. Sólo la revolución rusa creó las condiciones para la formación de un estado independiente polaco, cualquier otra tentativa habría terminado en un desastre. A eso hacía referencia Lenin cuando hablaba de “perseguir utopías” y “caer en la estrechez de miras nacionalista”. ¡Qué buen consejo de Lenin al pueblo polaco! ¡Y qué monstruosa caricatura de la posición de Lenin defender la ruptura de Yugoslavia con la excusa de la autodeterminación! Eso sí que era precisamente perseguir utopías (y en ese caso reaccionarias) y descender a la estrechez de miras del nacionalismo del peor tipo.
Lenin y el “practicismo”
Uno de los trucos que con frecuencia utilizan aquellos críticos pequeñoburgueses del marxismo que han capitulado al nacionalismo, es acusar a los marxistas de utópicos. “Unir a los trabajadores es una utopía”. “La idea de la federación socialista no es práctica”. “¡Debemos hacer algo ahora!” y cosas por el estilo. ¿Cómo respondía Lenin a estos argumentos que conocía tan bien?
“¿Qué significa la reivindicación de “practicismo” en el problema nacional? O un apoyo a todas las aspiraciones nacionales, o el “sí o no” a la disyuntiva de separación de cada nación o, en general, la “posibilidad de satisfacción” inmediata de las reivindicaciones nacionales.
Examinemos estas tres interpretaciones posibles de la reivindicación del “practicismo”.
La burguesía, que actúa, como es natural, en los comienzos del movimiento nacional como fuerza hegemónica (dirigente) del mismo, llama labor práctica al apoyo a todas las aspiraciones nacionales. Pero la política del proletariado en el problema nacional (como en los demás problemas) sólo apoya a la burguesía en una dirección determinada, pero nunca coincide con su política. La clase obrera sólo apoya a la burguesía en aras de la paz nacional (que la burguesía no puede dar plenamente y es viable sólo si hay una completa democratización), en beneficio de la igualdad de derechos, en beneficio de la situación más favorable posible para la lucha de clases. Por eso, precisamente contra el practicismo de la burguesía, los proletarios propugnan una política de principios en el problema nacional prestando a la burguesía siempre un apoyo sólo condicional. En el problema nacional, toda burguesía desea o privilegios para su nación o ventajas exclusivas para ésta; precisamente eso es lo que se llama “práctico”. El proletariado está en contra de toda clase de privilegios, en contra de todo exclusivismo. Exigirle “practicismo” significa ir a remolque de la burguesía, caer en el oportunismo. (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación. Pág. 19).
Cuando Lenin escribía estas líneas en 1914, aún tenía la perspectiva de la revolución democrático-burguesa en Rusia. Los Bolcheviques luchaban contra el ala de extrema izquierda del campo democrático burgués. Su objetivo era movilizar a las masas bajo la dirección del proletariado, no para transferir el poder a la clase obrera (Lenin sólo llegó a esta conclusión en 1917), sino para llevar adelante la revolución democrático burguesa más típica en Rusia y de esta forma crear condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo y la lucha de clases. Por supuesto la perspectiva de Lenin no termina ahí. Concebía que un triunfo de la revolución democrático burguesa en Rusia daría un impulso a la revolución socialista en Europa Occidental, y de esta forma, permitiría a los trabajadores rusos -junto con los trabajadores de Europa- transformar la revolución democrático burguesa en socialista. Pero las tareas inmediatas de la revolución eran democrático burguesa, y lo central en ella era la revolución agraria y la cuestión nacional.
Incluso cuando Lenin aún tenía la perspectiva de la revolución democrático-burguesa insistía en la necesidad de la independencia total del proletariado de la burguesía. En la cuestión nacional los trabajadores debían ser independientes de la burguesía nacionalista. Ellos debían luchar contra la opresión nacional, pero debían hacerlo bajo su propia bandera, con su política y métodos. En cuanto a la burguesía nacional diera un paso adelante en la lucha contra la nación opresora, la clase obrera debería apoyarla, por supuesto. Pero en primer lugar, este apoyo era muy condicional, y en ningún caso suponía que los trabajadores estaban obligados a apoyar en todos los casos a la burguesía nacional. Lenin advirtió de la traición de la burguesía nacional, sus tendencias reaccionarias y egoísmo, y urgía a los trabajadores a no subordinase a la demagogia nacionalista de la “unidad”.
“¿Contestar ‘sí o no’ en lo que se refiere a la separación de cada nación?. Parece una reivindicación sumamente “práctica”. Pero, en realidad, es absurda, metafísica en teoría y conducente a subordinar el proletariado a la política de la burguesía en la práctica. La burguesía plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases”. (Ibíd. Pág. 19).
“La burguesía de las naciones oprimidas llamará al proletariado a apoyar incondicionalmente sus aspiraciones. ¡Lo más práctico es decir un ‘sí’ categórico a la separación de tal o cual nación, y no al derecho de todas las naciones, cualquiera que sean, a la separación!.
El proletariado se opone a semejante practicismo: al reconocer la igualdad de derecho y el derecho igual a formar un Estado nacional, aprecia y coloca por encima de todo la unión de los proletarios de todas las naciones, evalúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional con la mira puesta en la lucha de clases de los obreros. La consigna del practicismo no es, en realidad, sino la de adoptar sin crítica las aspiraciones burguesas”. (Ibíd. Pág. 21).
Después de leer estas líneas está absolutamente claro que Lenin no consideraba que el proletariado tuviera el deber de apoyar todas y cada una de las demandas de autodeterminación, él pedía a los trabajadores resistir los intentos de la burguesía (y debemos añadir a la pequeñoburguesía) nacionalista que quería obligar a los trabajadores apoyar el nacionalismo apelando a sus simpatías naturales con un pueblo oprimido nacionalmente; la cuestión nacional siempre está subordinada a los intereses generales del proletariado y la lucha de clases, y es necesario defender la autodeterminación exclusivamente cuando promueve la causa del proletariado y la lucha por el socialismo en un caso concreto. En cualquier otro caso el proletariado no está obligado a apoyarla, debe rechazarla.
En cualquier caso, la posición de Lenin sobre la cuestión nacional evolucionó con el tiempo, igual que su visión general del cambio de naturaleza de la Revolución Rusa. Después de la Revolución de Febrero Lenin abandonó su primera idea de que la revolución rusa tendría un carácter democrático burgués (“la dictadura democrática del proletariado y el campesinado”) y pasó a a defender la postura que Trotsky defendía desde 1904-5. Trotsky explicaba que, aunque objetivamente las tareas de la revolución rusa tenían un carácter democrático burgués, la revolución sólo la podría dirigir el proletariado en una alianza con los campesinos pobres. La burguesía rusa había entrado demasiado tarde en la escena de la historia como para jugar un papel progresista. En determinadas circunstancias, las tareas de la revolución democrática sólo podrían llevarlas adelante la clase obrera una vez tenga el poder en sus manos. Pero esta no era la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, sino la dictadura del proletariado. Esta perspectiva fue confirmada de manera brillante en Octubre de 1917.
Incluso antes de esto, como hemos visto, Lenin en ningún caso era partidario de apoyar a la burguesía nacional -o al menos sólo concebía un apoyo muy limitado y condicional en determinadas circunstancias, mientas que siempre insistió en la necesidad de de que el proletariado mantuviera su independencia de las maquinaciones de llamada burguesía progresista. Pero después de 1917 comprendió que la llamada burguesía nacional en un país atrasado y semicolonial como la Rusia zarista era completamente incapaz de jugar un papel progresista. En el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, Lenin cambió su actitud respecto a la burguesía nacional. Desde este momento consideraba que la burguesía nacional en los países coloniales era incapaz de jugar un papel progresista. La historia posterior demuestra que tenía razón.
CUARTA PARTE: La cuestión nacional después de Octubre
“Las distintas reivindicaciones de la democracia, incluyendo la de la autodeterminación, no son algo absoluto, sino una partícula de todo el movimiento democrático (hoy socialista) mundial. Puede suceder que, en casos concretos individuales, la parte pueda contradecir el todo, entonces hay que desecharla. Es posible que en un país, el movimiento republicano no sea más que un arma de las intrigas clericales o financiero – monárquicas de otros países; entonces, nosotros no deberemos apoyar ese movimiento concreto. Pero sería ridículo excluir por ese motivo del programa de la socialdemocracia internacional la consigna de la República” (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario. Moscú. Progreso. 1981. Pág. 151).
Estas palabras demuestran que el derecho de autodeterminación es sólo un derecho relativo. Que la clase obrera apoye la reivindicación del derecho de autodeterminación depende de las circunstancias concretas de cada caso. Es una cuestión concreta. No es posible tener una postura general, válida para todos los casos. Lenin nunca lo consideró así. Es necesario examinar cada caso concreto y distinguir cuidadosamente entre lo que es reaccionario y lo que es progresista. De otra manera acabaríamos hechos un lío. Y la posición de Lenin demostró su validez en la práctica de 1917. La cuestión nacional se resolvió en Rusia, no por la burguesía, sino por la revolución socialista. Este es un hecho que todos los calumniadores del Bolchevismo se niegan a reconocer. Es de enorme importancia desde el punto de vista de aquellos que desean comprender realmente la postura marxista sobre la cuestión nacional.
Como Lenin había previsto, los polacos sólo consiguieron la independencia como resultado de una revolución en Rusia. La revolución de Octubre creó las condiciones para la ruptura de Polonia. El ala de derechas del PSP se vio propulsada al gobierno, allí se dio prisa por entregar el poder a la burguesía polaca. La última incitó a Francia y Gran Bretaña a declarar la guerra contra Rusia en 1920. Los Bolcheviques no sólo se defendieron contra la reaccionaria burguesía polaca, sino que libraron una guerra con Polonia ¿Significaba esto que negaban el derecho de autodeterminación polaco? Lenin respondió a la pregunta:
“Si la situación concreta ante la que se hallaba Marx en la época de la influencia predominante del zarismo en la política internacional volviera a repetirse bajo otra forma, por ejemplo, si varios pueblos iniciasen la revolución socialista (como en 1848 iniciaron en Europa la revolución democrático – burguesa), y otros pueblos resultasen ser los pilares principales de la reacción burguesa, nosotros también deberiamos ser partidarios de la guerra revolucionaria contra ellos, abogar por ‘aplastarlos’, por destruir todos sus puestos de avanzada, cualesquiera que fuesen los movimientos de las pequeñas naciones que allí surgiesen.”. (Ibíd. Pág. 150).
Estas líneas expresan perfectamente la verdadera actitud de Lenin hacia la autodeterminación. La cuestión nacional (incluida la autodeterminación) siempre está subordinada a los intereses generales del proletariado y la revolución mundial. El proletariado debe apoyar las luchas de liberación nacional de las naciones oprimidas, en la medida que vayan dirigidas contra el imperialismo y el zarismo. En este sentido el movimiento nacional, igual que el campesinado, deben ser aliados del proletariado. Pero cuando estos movimientos nacionales van dirigidos contra la revolución, cuando las pequeñas naciones son utilizadas como instrumentos del imperialismo y de la reacción (como ocurre con frecuencia en la historia), entonces la actitud del movimiento obrero debe ser de total hostilidad, incluso hasta el punto de librar una guerra contra estos movimientos. Eso está perfectamente claro en las palabras de Lenin.
El programa Bolchevique de la cuestión nacional estaba destinado a unir a los trabajadores y campesinos de todas las nacionalidades de la Rusia zarista para el derrocamiento revolucionario del zarismo. Una vez tomaron el poder los trabajadores rusos, ofrecieron el derecho de autodeterminación a las nacionalidades oprimidas, pero en la gran mayoría de los casos los pueblos decidieron permanecer juntos y participar voluntariamente en la Federación soviética. Es verdad que Polonia y Finlandia se separaron, y ambos establecieron dictaduras reaccionarias hostiles al poder soviético. Ucrania cayó bajo el control alemán. Los Bolcheviques no intervinieron contra Finlandia o Polonia, no por su derecho a la autodeterminación, sino porque eran demasiado débiles para hacerlo. Más tarde sí que tuvieron que intervenir en Polonia, Ucrania y Georgia.
Después de la Revolución de Octubre, en más de una ocasión el gobierno Bolchevique se vio obligado a declarar una guerra contra movimientos nacionalistas reaccionarios, por ejemplo el Dashnaks Armenio y el Rada Ucraniano, que eran simplemente una tapadera de la intervención imperialista extranjera contra la República Soviética. En 1920, Lenin estaba a favor de librar una guerra revolucionaria contra Polonia, Trotsky se opuso a esta guerra, no por razones de principio, ni por la autodeterminación polaca (el reaccionario régimen de Pilsudski en Polonia simplemente actuaba como un títere del imperialismo francés y británico que estimulaba su postura agresiva hacia la Rusia Soviética), sino sólo por razones prácticas.
Cuando la burguesía nacionalista finesa, por sus propias razones reaccionarias, rompió después de la revolución con Rusia, los Bolcheviques no intervinieron, en ese momento era el reflejo de la debilidad del estado soviético. El gobierno obrero estaba librando una lucha de vida o muerte en muchos frentes. Trotsky tuvo que improvisar el Ejército Rojo de la nada. En Finlandia estalló una guerra civil sangrienta entre la burguesía nacionalista los Guardias Blancos y los trabajadores. Si los Bolcheviques hubieran tenido el Ejército Rojo, habrían intervenido para apoyar a los trabajadores fineses contra la contrarrevolucionaria burguesía nacionalista finesa. La intervención era materialmente imposible, pero no tenía nada ver con el “derecho de autodeterminación” que, como Lenin explicó una y otra vez, sólo era una parte -una parte relativamente pequeña- de la estrategia general de la revolución proletaria mundial. Lo primero siempre estaba subordinado al objetivo final, la revolución proletaria mundial, de la misma forma que la parte siempre está subordinada al todo.
En 1922 en su libro “La Socialdemocracia y las Guerras de Intervención” (también conocido como “Entre el imperialismo y la revolución”), León Trotsky escribía lo siguiente: “El desarrollo económico de la sociedad actual tiene un carácter enormemente centralista. El capitalismo ha establecido las bases preliminares para la economía organizada a escala mundial. El imperialismo es sólo la expresión capitalista rapaz de este deseo de tener el papel dirigente en la dirección de la economía mundial. Todos los países imperialistas poderosos sienten que no tienen espacio suficiente dentro de los estrechos límites de la economía nacional, y buscan mercados más amplios. Su objetivo es el monopolio de la economía mundial…
La tarea fundamental de nuestra época consiste en establecer relaciones más próximas entre los sistemas económicos de las distintas zonas del mundo, en beneficio de los intereses de toda la humanidad, la coordinación de la producción mundial basada en el uso más económico de todas las fuerzas y recursos. Esta es precisamente la tarea del socialismo. Es evidente que el principio de autodeterminación en ningún caso suplanta la unificación de tendencias de la construcción económica socialista. A este respecto, la autodeterminación ocupa en el proceso del desarrollo histórico, la misma posición subordinada que se asigna a la democracia en general. El centralismo socialista, no puede reemplazar el centralismo imperialista, sin una transición, las nacionalidades oprimidas deben estirar los músculos rígidos hasta ahora por las cadenas de coerción capitalistas.
La tarea y los métodos de la revolución proletaria no consisten en la eliminación mecánica de las características nacionales o la introducción a la fuerza de una amalgama. La intromisión en el idioma, la educación, la literatura y la cultura de las distintas nacionalidades es algo ajeno al proletariado. Eso está relacionado con otras cosas que los intereses profesionales de los intelectuales y los intereses ‘nacionales’ de la clase obrera. La revolución social triunfante dará plena libertad a todos los grupos nacionales para resolver por sí mismos todas las cuestiones de la cultura nacional, mientras centralizan (para el bien común y con el consentimiento de los trabajadores) las tareas económicas, que requieren manejar correctamente y de una manera conmensurada las condiciones naturales, históricas y técnica de los agrupamientos nacionales. La Federación Soviética representa la forma de estado más adaptada y flexible para las coordinaciones nacionales de las necesidades económicas.
Los políticos de la Segunda Internacional, en armonía con sus mentores de la burguesía, los diplomáticos, rien con sorna ante nuestro reconocimiento de los derechos de autodeterminación nacional, debemos explicar a las masas su significado histórico limitado y no ponerlo por encima de los intereses de la revolución proletaria”.
Lenin y el nacionalismo “Gran Ruso”
Lenin conocía y amaba las tradiciones nacionales, la historia, la literatura y la cultura de Rusia. Era un internacionalista de corazón, pero firmemente unido a la vida y cultura rusa. Lenin nunca hizo las más mínima concesión al chauvinismo Gran Ruso, frente al que libró una lucha sin piedad durante toda su vida. La victoria de la revolución proletaria no significa la desaparición inmediata de los viejos prejuicios y costumbres mentales, o la liquidación de la tradición, que en palabras de Marx pesan sobre la conciencia humana “como los Alpes”. No se cambia la mente de los hombres y mujeres de la noche a la mañana simplemente eliminando el dominio de los explotadores y nacionalizando los medios de producción. La sociedad aún soporta las cicatrices y las deformaciones del antiguo orden, no sólo sobre la espalda sino sobre la mente.
La creación de verdaderas relaciones humanas entre hombres y mujeres, entre las antiguas naciones oprimidas y las opresoras, requiere un período y la duración del mismo estará determinado por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, la duración de la jornada laboral y el nivel cultural de las masas. Ese es precisamente el significado del período transicional entre el capitalismo y el socialismo. En el caso de Rusia, donde la revolución se encontraba aislada en condiciones de atraso horribles, los problemas que afrontaba el poder soviético eran inmensos. Esto afecta directamente a la cuestión nacional. En vísperas de la Primera Guerra Mundial Lenin escribió: “La democracia proletaria debe tener en cuenta el nacionalismo de los campesinos rusos (no en el sentido de concesiones, sino en el sentido de lucha). (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación. Pág. 61).
(…)
Semejante estado de cosas plantea al proletariado de Rusia una tarea doble, o mejor dicho, bilateral: luchar contra todo nacionalismo y, en primer término, contra el nacionalismo ruso; reconocer no sólo la completa igualdad de derechos de todas las naciones en general, sino también la igualdad de derechos respecto a la edificación estatal, es decir, el derecho de las naciones a la autodeterminación, a la separación; y, al mismo tiempo, y precisamente en interés del éxito en la lucha contra toda clase de nacionalismos de todas las naciones, propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones proletarias, su más íntima fusión en una comunidad internacional, a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento nacional.
Completa igualdad de derechos de las naciones; derecho de autodeterminación de las naciones; fusión de los obreros de todas las naciones: tal es el programa nacional que enseña a los obreros el marxismo, que enseña la experiencia del mundo entero y la experiencia de Rusia. (Ibíd.)
Lenin siempre demostró una gran sensibilidad en sus relaciones con las nacionalidades del estado soviético. Los Bolcheviques cumplieron con todas sus obligaciones con las naciones oprimidas del antiguo imperio zarista. Al principio desapareció el nombre de Rusia de todos los documentos oficiales, y lo sustituyeron por el de “Estado Obrero”. Más tarde formaron la Unión de Repúblicas Soviéticas. Mientras obviamente estaba a favor de una federación voluntaria, formada inmediatamente después de la Revolución de Octubre, Lenin también estaba ansioso por evitar dar la impresión a las nacionalidades no rusas de que los Bolcheviques simplemente deseaban reconstituir el antiguo imperio zarista con un nombre nuevo. Exigía cautela y paciencia. Sin embargo Stalin que era Comisario de las Nacionalidades porque era georgiano, tenía otras ideas. Es un hecho conocido que los miembros de las pequeñas naciones que llegaban a posiciones dirigentes en el gobierno de una nación mayoritaria opresora tendían a convertirse en los peores chauvinistas. Por ejemplo Napoleón Bonaparte aunque corso, se convirtió en el más destacada fanático del centralismo francés.
Stalin, la criatura de la burocracia, se convirtió en un rabioso chauvinista Gran Ruso, a pesar de que hablaba un ruso bastante pobre y con un destacado acento georgiano. En 1921 a pesar de las objeciones de Lenin, Stalin organizó la invasión de Georgia, que era (teóricamente) un estado independiente. Presentada como un hecho consumado a Lenin no le quedó más remedio que aceptarlo. Pero insistió en tratar a los georgianos con cautela y sensibilidad, y así evitar cualquier referencia a la bravuconería rusa. En esa época Georgia era un país predominantemente campesino y pequeñoburgués, estaba gobernado por los Mencheviques. Lenin estaba a favor de una política conciliadora, con la intención de ganar la confianza de los georgianos. Daba mucha importancia al mantenimiento de relaciones fraternales entre las nacionalidades, e insistía en el carácter voluntario de cualquier unión o federación. Stalin por el contrario, deseaba a toda costa empujar a Georgia a la Federación Socialista Rusa (RSFSR) con la Federación Transcaucasiana, el SSR Ucraniana y la Bielorrusa. Cuando Stalin pasó su borrador al Comité Central, Lenin lo criticó con dureza y propuso una alternativa diferente al borrador de Stalin. Lenin insistía en la igualdad y la naturaleza voluntaria de la federación: “Reconocemos la igualdad con la RSS Ucraniana y las demás, junto a ellas en términos de igualdad, formar una nueva unión, una nueva federación”. (Lenin. Cuestiones de política nacional e internacionalismo proletario. Pág. 223. En la edición inglesa).
Mientras, al margen de la dirección del partido, Stalin con la ayuda de su secuaz Ordzhonikidze (otro georgiano rusificado como él), y Dzherzinski (polaco) organizaron un golpe en Georgia. Purgaron a los mencheviques georgianos, y cuando los líderes bolcheviques georgianos protestaron, se los echó a un lado sin piedad. Stalin y Ordzhonikidze pisotearon todas las críticas. En otras palabras llevaron adelante una política que era precisamente la contraria de la que Lenin defendía en Georgia. Intimidaron a los Bolcheviques georgianos e incluso llegaron a utilizar la violencia física, Ordzhonikidze llegó a golpear a un bolchevique georgiano. Cuando Lenin, incapacitado por su enfermedad, finalmente se enteró de los hechos se horrorizó, y dictó una serie de cartas a sus secretarias en las que denunciaba la conducta e Stalin en los términos más duros posibles y exigía un castigo severo para Ordzhonikidze.
En un texto dictado el 24-25 de diciembre de 1922, Lenin marcaba a Stalin: “un auténtico nacional socialista y un vulgar rufián Gran Ruso”. (Buranov. El testamento de Lenin). Escribió lo siguiente: “Temo también que el camarada Dzherzinski, que viajó al Cáucaso para investigar los ‘crímenes’ de esos ‘social chauvinistas’ se haya también distinguido en eso, sólo por un sentimiento auténtico ruso (se sabe que la gente rusificada de otras nacionalidades exagera siempre la nota del sentimiento auténticamente ruso), y que la imparcialidad de toda su comisión se caracterice en alto grado por las ‘vías de hecho’ de Ordzhonikidze. (Lenin. Contra la burocracia. Buenos Aires. Siglo XXI. 1974. Pág. 142).
Lenin echó la culpa de este incidente a Stalin: “Pienso que aquí desempeñó un papel fatal el apresuramiento de Stalin y su posición administrativa, así como su encono contra el famoso “social nacionalismo”. Por lo general el encono desempeña en política un papel de lo más desastroso. (Ibíd.)
Lenin unía el comportamiento de Stalin en Georgia, directamente al problema de la degeneración burocrática del aparado del estado soviético en condiciones de horrible atraso. Condenó particularmente la prisa de Stalin en forzar la entrada en la Unión de Repúblicas Soviéticas, sin tener en cuenta la opinión de los pueblos implicados, con el pretexto de la necesidad de tener un “aparato del estado unido”. Lenin se oponía a este argumento, y lo caracterizaba como el podrido chauvinismo Gran Ruso que emanaba de la burocracia, y que en gran medida era una herencia del zarismo:
“Se afirma que era necesaria la unidad del aparato ¿De dónde emanaban esas afirmaciones? ¿No provenían acaso del mismo aparato de Rusia, que, como ya lo dije en un número anterior de mi diario, tomamos del zarismo, limitándonos a recubrirlo ligeramente con un barniz soviético?.
Sin duda alguna, habríamos debido esperar con esa medida hasta el día en que pudiéramos decir que respondemos de nuestro aparato porque es nuestro. Pero ahora, en conciencia, debemos decir lo contrario: que denominamos nuestro a un aparato que, en los hechos, nos es fundamentalmente extraño y que representa una mezcolanza de supervivencias burguesas y zaristas; que nos fue en absoluto imposible transformarlo en cinco años, ya que no contábamos con la ayuda de otros países y predominaban las “ocupaciones” militares y la lucha contra el hambre.
En tales condiciones es muy natural que ‘la libertad de salir de la unión’, que nos sirve de justificación, aparezca como una fórmula burocrática incapaz de defender a los miembros de otras nacionalidades de Rusia contra la invasión del hombre auténticamente ruso, del chauvinista gran ruso, de ese canalla y ese opresor que es en el fondo el burócrata ruso. No es dudoso que los obreros soviéticos y sovietizados, que se encuentran en proporción ínfima, lleguen a ahogarse en ese océano de la morralla gran rusa chovinista, como una mosca en la leche”. (Ibíd. Pág. 141).
Después del asunto de Georgia, Lenin utilizó todo el peso de su autoridad en la lucha para quitar a Stalin de su puesto de Secretario General del partido, cargo que ocupaba desde 1922, tras la muerte de Sverdlov. Sin embargo, Lenin temía ahora más que antes una escisión abierta en la dirección, que en las condiciones existentes podría llevar a la ruptura del partido en líneas de clase. Por lo tanto intentó mantener la lucha en los confines de la dirección, y no se publicaron las notas ni otro material. Lenin escribía en secreto a los Bolcheviques Leninistas de Georgia (enviando copias a Kámenev y Trotsky) tomó la causa contra Stalin “con todo su corazón”. Como no podía seguir el asunto en persona, escribió a Trotsky para pedirle que se encargara de la defensa de los georgianos en el Comité Central.
La prueba documental de la última lucha de Lenin contra Stalin y la burocracia estuvo prohibida durante décadas por Moscú. Se ocultaron a la base del Partido Comunista ruso y al resto del mundo los últimos escritos de Lenin. La última carta de Lenin al Congreso del partido, a pesar de las protestas de su viuda, nunca se leyó en el Congreso y permaneció encerrada bajo siete llaves hasta 1956 cuando Kruschev y compañía la publicaron junto con otras cartas sobre Georgia y la cuestión nacional. De esta forma la lucha de Lenin para defender la auténtica política del Bolchevismo y el internacionalismo proletario estuvo destinada al olvido.
“El socialismo en un solo país”
El nacionalismo y el marxismo son incompatibles. Pero el nacionalismo es el siamés inseparable del estalinismo en todas sus variantes. En el fondo de la ideología estalinista está la teoría del socialismo en un solo país. Esta noción anti marxista nunca habría sido apoyada por Marx o Lenin. A finales de 1924 Stalin aún apoyaba la posición internacionalista de Lenin. En febrero de ese año en su “Fundamentos del Leninismo”, Stalin resumía las opiniones de Lenin sobre la construcción del socialismo:
“Acabar con el poder de la burguesía y formar un gobierno proletario en un país no es garantía para la completa victoria del socialismo. La tarea principal del socialismo -la organización de la producción socialista- sigue pendiente. ¿Se puede llevar adelante esta tarea con la victoria del socialismo en un país, sin contar con el esfuerzo y apoyo del proletariado de los distintos países desarrollados?. No, eso es imposible. Para derrocar a la burguesía no bastan los esfuerzos de un solo país, la historia de nuestra revolución lo confirma. Para la victoria final del socialismo, para la organización de la producción socialista, no bastan los esfuerzos de un país, en particular de un país campesino como Rusia. Para esta tarea se requieren los esfuerzos del proletariado de los países desarrollados. Esta es la característica principal de la teoría leninista de la revolución proletaria”.
Esta es precisamente “la característica principal de la teoría leninista de la revolución proletaria”, era lo que Lenin había repetido en cientos de discursos, artículos y documentos desde 1905. Pero a finales de 1924 se revisó el libro de Stalin y en su lugar se puso exactamente la idea contraria. En noviembre de 1926 Stalin afirmaba exactamente lo contrario: “El partido siempre toma como punto de partida la idea de que la victoria del socialismo en un país, y que esa tarea puede ser llevada adelante con las fuerzas de un solo país”.
Estas líneas suponen una ruptura total con la política de Lenin del internacionalismo proletario. Stalin, mientras Lenin vivía, nunca se habría atravido a decir esas palabras. Al principio la “teoría” del socialismo en un solo país reflejaba el ambiente de la casta ascendente de burócratas que habían prosperado con la Revolución de Octubre y ahora deseaban poner fin al período de vendaval revolucionario. Era la expresión teórica de una reacción pequeñoburguesa contra Octubre. Bajo la bandera del socialismo en un país, la burocracia estalinista libró una guerra civil unilateral contra el Bolchevismo que finalizó con la destrucción física del Partido de Lenin y la creación de un régimen totalitario monstruoso.
El régimen edificado sobre los huesos del Partido Bolchevique finalmente destruyó todos los vestigios de la Revolución de Octubre. Pero eso no se podía prever. Después de la Revolución Rusa, la Internacional Comunista de nuevo defendía una posición correcta sobre la cuestión nacional. Pero con el desarrollo del estalinismo y la degeneración de la Tercera Internacional se perdieron todas las ideas básicas. La mayoría de los dirigentes de los Partidos Comunistas extranjeros siguieron ciegamente la línea de Moscú. Aquellos que intentaron mantener una posición independiente fueron expulsados. La Komintern pasó de ser un vehículo de la revolución proletaria mundial a ser un instrumento pasivo de la política exterior de Stalin. Cuando ya no era útil, Stalin desdeñosamente en 1943 la disolvió, sin ningún congreso.
Sólo un hombre fue capaz de anticipar a donde llevaría la teoría del socialismo en un solo país. A principios de 1928, León Trotsky avisó que si la Komintern adoptaba esta teoría, no hay duda de que empezaría un proceso que sólo llevaría a la degeneración reformista nacional de todos los Partidos Comunistas del mundo, estuvieran o no en el poder. Tres generaciones después, la URSS y la Internacional Comunista se han hecho añicos, y los Partidos Comunistas han abandonado cualquier pretensión de defender una política auténticamente leninista.
Trotsky la cuestión ucraniana
Para Trotsky, igual que para Lenin, la cuestión de cómo apoyar la demanda del derecho de autodeterminación era una cuestión concreta, la respuesta estaba totalmente determinada por los intereses del proletariado y la revolución mundial. Un buen ejemplo del método de Trotsky fue su actitud hacia Ucrania en los años treinta. El monstruoso comportamiento de la burocracia estalinista hacia Ucrania dañó seriamente los vínculos de solidaridad entre Rusia y Ucrania creados con la Revolución de Octubre.
Como Georgia, Ucrania era un país predominantemente agrícola con una aplastante mayoría de población campesina. Un país grande, con una población y tamaño comparable a Francia, tenía una importancia estratégica para los Bolcheviques. El éxito de la revolución en Ucrania era crucial para extender la revolución a Polonia, los Balcanes y lo más importante de todo, a Alemania. En enero de 1919 Christian Rakovsky, Presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo de la República Soviética de Ucrania declaraba: “Ucrania es realmente el punto nodal estratégico del socialismo. Crear una Ucrania revolucionaria significaría desencadenar la revolución en los Balcanes y dar al proletariado alemán la posibilidad de resistir el hambre y el imperialismo mundial. La revolución ucraniana es el factor decisivo en la revolución mundial”. (Christian Rakovsky. Obras Escogidas. Pág. 24. En la edición inglesa).
El poder soviético se estableció en Ucrania con algunas dificultades. La mayor dificultad era el aplastante predominio del campesinado. La situación se agravó por la cuestión nacional. Aunque el idioma ucraniano es muy parecido al ruso, y son dos pueblos con una historia de siglos común (Kiev fue al principio la capital del antiguo Rus), sin embargo, los ucranianos forman un pueblo separado con su propia idioma, cultura e identidad nacional, un hecho no siempre reconocido por los chauvinistas rusos que tradicionalmente se referían a los ucranianos como los “pequeños rusos”.
La división nacional en Ucrania coincidía con la división de clases en la sociedad ucraniana. Mientras que el 80 por ciento de la población eran campesinos que hablaban ucraniano, una gran parte de la población urbana eran rusos. Los bolcheviques tenían una base fuerte en las ciudades, pero eran muy débiles en el campo. De la resolución de este problema dependía el destino de la revolución ucraniana. La debilidad de los Bolcheviques se debía a que se presentaban como un partido “ruso y judío”. Sin embargo como la revolución llegó inevitablemente a Ucrania, inevitablemente apareció la diferenciación de clase entre el campesinado que se reflejó en escisiones en las antiguas organizaciones tradicionales ucranianas. El acontecimiento más importante fue la evolución de los Borot’bits -el equivalente ucraniano a los Socialrevolucionarios de Izquierda rusos. Durante la Guerra Civil, los Borot’bists se unieron con los Bolcheviques para luchar contra los Blancos (Petlyura). A pesar de las dudas de los Bolcheviques Ucranianos, Lenin exigía insistentemente que se unificaran con los Bort’bists. Después de muchas dificultades, los Borot’bists finalmente se fusionaron con el Partido Comunista, que dieron al partido por primera vez una base de masas en el campesinado ucraniano. Esto fue decisivo para la victoria de la revolución en Ucrania
Es verdad que después existieron muchos problemas con la desviación “nacionalista” en el partido ucraniano. Pero se superaron con la paciencia y el tacto que siempre caracterizaron la política de Lenin y Trotsky sobre la cuestión nacional. Sin embargo, la llegada de Stalin y la degeneración burocrática del estado soviético exacerbó el creciente descontento en Ucrania. En el Veinte Congreso del partido en 1923, Rakovsky dirigió la lucha contra la creciente tendencia hacia la burocracia y el chauvinismo Gran Ruso. En un discurso valiente al Congreso, Rakovsky identificó claramente las raíces del problema, Lenin se haría eco de ello: “Stalin sólo ha dado media explicación. Existe una segunda explicación más importante, la diferencia por un lado entre nuestro partido y nuestro programa, y por el otro lado nuestro aparato del estado. Esta es la cuestión central y crucial”. (Ibíd. Pág. 33).
“Nuestras autoridades centrales comienzan a ver la administración del país desde el punto de vista de la conveniencia. Naturalmente que es aburrido administrar veinte repúblicas y sería más útil que todo el país estuviera unido. Desde el punto de vista burocrático esto sería más simple, fácil y agradable”. (Ibíd..).
La concentración de poder en manos de una nueva aristocracia privilegiada de burócratas tuvo un efecto desastroso sobre la cuestión nacional en la URSS. La aventura burocrática de la colectivización forzosa tuvo consecuencias devastadoras en la Unión Soviética, pero sobre todo en Ucrania. Las purgas de Stalin comenzaron antes en Ucrania que en el resto del país debido a la oposición de los campesinos ucranianos a esa locura. A su vez se reflejaba la oposición existente en las propias filas del Partido Comunista Ucraniano. Entre 1933 y 1936, el Partido ucraniano fue diezmado por Stalin. En un solo un año, 1933, más de la mitad de todos los secretarios regionales del Partido fueron purgados. Muchos eran partidarios de Stalin, como Skrypnik, el viejo bolchevique y destacado dirigente del Partido ucraniano que se suicidó en 1933, para protestar por las purgas. Esto fue sólo el primer golpe. En 1938, en el punto álgido de las Purgas de Moscú, casi la mitad de todos los secretarios de las organizaciones del partido fueron de nuevo purgados. Esto era una advertencia para que comprendieran que sólo se toleraría la completa servidumbre a la burocracia de Moscú.
Desde su exilio Trotsky seguía estos acontecimientos con gran alarma. Observó que las Purgas habían golpeado más duramente a Ucrania que a otra república, y señaló que las medidas opresivas de la burocracia rusa pondrían una tensión intolerable en los lazos entre Ucrania y el resto de la Unión Soviética. El peligro de una resurgimiento del nacionalismo burgués contrarrevolucionario ucraniano era evidente para él. En esas circunstancias esa tendencia encontraría un poderoso eco en el campesinado. Trotsky también advertía de la inevitabilidad de una nueva guerra mundial si Hitler intentaba conquistar la Unión Soviética. En estas circunstancias la cuestión ucraniana adquiría una importancia fundamental para el futuro del mundo.
Fue en estas condiciones específicas en las que Trotsky anticipó la consigna de una Ucrania Soviética Socialista e independiente. Su intención era clara: cortar el terreno debajo de los pies de los nacionalistas burgueses ucranianos que querían la separación de Ucrania de la URSS sobre bases reaccionarias, y que inevitablemente significaría entregar Ucrania con su colosal potencial agrícola e industrial a Hitler. Trotsky comprendía que una revolución política en Ucrania inevitablemente situaría en el orden del día la cuestión nacional. Y comprendía que las cosas habían llegado demasiado lejos para evitar que Ucrania se separase de una unión forzosa que ahora en las mentes de los campesinos estaba asociada a la violencia, el sufrimiento y la humillación nacional. La tarea de los Bolcheviques–Leninistas ucranianos era por tanto dar al movimiento nacional ucraniano un contenido socialista y no burgués.
Una revolución triunfante en Ucrania tendría un tremendo impacto en Rusia y en los estados vecinos -sobre todo en Ucrania occidental- que languidecía bajo la rueda de la dictadura Bonapartista de Pilsudski en Polonia. La reunificación de Ucrania sobre la base de un régimen socialista soviético independiente habría llevado a la caída de Pilsudski y el principio de la revolución socialista en Polonia. Esto a su vez habría animado a la clase obrera alemana a levantarse contra Hitler. En 1919 por esa razón se consideraba a Ucrania la “llave de la revolución mundial”, si la clase obrera hubiera llegado al poder, incluso separada de Rusia, ya que la puerta para una federación con Rusia se abriría más tarde. Sin embargo las cosas salieron de forma diferente a lo esperado por Trotsky. La Segunda Guerra Mundial cortó estas perspectivas.
Cuando Stalin en 1939 firmó el célebre Pacto con Hitler y envió al Ejército Rojo a ocupar parte de Polonia, incluida Ucrania Occidental. Trotsky avisó que Hitler rompería su acuerdo y atacaría la URSS. En esta situación el descontento nacional en Ucrania sería una amenaza mortal para la Unión Soviética. “Con esto Hitler cumple dos objetivos: primero, arrastrar a la URSS a su órbita militar; segundo, avanzar un paso más en la solución de su programa de una ‘Gran Ucrania’. La política de Hitler es la siguiente: establecer un orden determinado para sus conquistas, una después de la otra, y crear, con cada nueva conquista, un nuevo sistema de ‘amistades’. En la etapa actual Hitler concede la ‘Gran Ucrania’ a su amigo Stalin como depositario interino. En la próxima etapa planteará el problema de quién es el propietario de Ucrania, él o Stalin. (Trotsky. Escritos. Tomo XI. Vol. 1. Pág. 125. Buenos Aires. Pluma. 1976).
Trotsky advirtió que la opresión nacional de Ucrania por la gran burocracia estalinista rusa empujaría a los ucranianos a los brazos de Hitler. Precisamente por esta razón, y en un contexto histórico en particular, Trotsky adelantó la consigna de una ‘Ucrania soviética e independiente’, como una forma de combatir el reaccionario nacionalismo burgués ucraniano y ganar a los trabajadores y campesinos ucranianos a la idea del poder soviético. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial escribía:
“La orientación pro alemana de un sector de la opinión ucraniana se mostrará ahora en su carácter reaccionario y su utopismo. Sólo queda la orientación revolucionaria. La guerra hará marchar el proceso a paso redoblado. Para que éste no nos tome desprevenidos hay que adoptar una posición clara y oportuna sobre la cuestión ucraniana”. (Ibíd. Pág. 117).
En 1941 exactamente un año después de que Trotsky fuera asesinado por un agente de Stalin, Hitler invadió la Unión Soviética, tal como Trotsky había pronosticado. Y como él temía, muchos ucranianos, en especial los campesinos, al principio miraron hacia Alemania con cierto grado de esperanza, o al menos resignación. Pero pronto cambió fruto de la demente política racista de los nazis, con su locura de “razas inferiores”. Si la Unión Soviética hubiese sido invadida por tropas americanas con mercancías americanas el resultado habría sido diferente. Pero las tropas de Hitler no llegaron con mercancías baratas sino con cámaras de gas. El resultado fue que la población, no sólo la ucraniana sino en toda la URSS se levantó para luchar contra los invasores nazis. Al final el número de colaboradores era muy pequeño, incluso en Ucrania. A pesar de todos los crímenes del estalinismo, lo veían como el mal menor.
Es importante comprender que Trotsky veía a Ucrania como un caso especial. Lanzó la consigna provisional de una “Ucrania socialista soviética” independiente por razones especiales. No ocurrió igual con las demás repúblicas de la URSS. Es más, esta consigna ya no es aplicable a Ucrania. Después del colapso de la URSS, Ucrania -junto con las demás antiguas repúblicas- ha conseguido la independencia. Pero diez años después la experiencia de las bendiciones tanto de la independencia como del capitalismo, las masas en Ucrania ahora no tienen nada. Han extraído las conclusiones del colapso espantoso de su economía y su cultura. Ahora hay un ambiente cada vez más importante a favor de la reunificación de la Unión Soviética. Desde luego, los Ucranianos quieren los derechos democráticos, entre ellos la autonomía para gestionar sus propios asuntos y el respeto a sus justas aspiraciones nacionales, el idioma y la cultura. Quieren ser tratados como iguales, no como “pequeños rusos” de segunda clase. En otras palabras, quieren una auténtica Federación Socialista, basada en los principios leninistas. Ese es también nuestro programa. En estas circunstancias concretas plantear la antigua consigna de una “Ucrania soviética independiente” sería ridículo. Iríamos por detrás del ucraniano medio que comprende que la independencia no ofrece solución.
Más estúpido aún es intentar aplicar la antigua consigna de Trotsky de una forma mecánica a Kosovo, como las sectas intentan hacer. Han tropezado con una frase de los escritos de Trotsky de los años treinta, y la repiten como papagayos, sin la más mínima comprensión de por qué Trotsky planteó esta consigna y su significado. El método dialéctico, utilizado tanto por Lenin como por Trotsky, parte de la proposición elemental de que “la verdad es siempre concreta”. Ya hemos explicado las razones específicas por las que Trotsky en ese caso particular (y sólo en ese caso) defendía una consigna particular. Pero el caso de Kosovo, más de medio siglo después, no guarda ninguna relación con ese caso.
Explicaremos en otra parta nuestra actitud hacia la cuestión de Kosovo (ya la hemos explicado muchas veces antes). La disolución de Yugoslavia -como la de la URSS- fue un acontecimiento totalmente reaccionario, que no podemos apoyar. Y como siempre en los Balcanes, detrás de cada movimiento nacional está una gran potencia moviendo los hilos. Para las grandes potencias las pequeñas naciones son una pequeña moneda que puede ser utilizada y tirada a su voluntad. El elemento decisivo en la ecuación fueron las maniobras del imperialismo USA, disfrazado con la bandera de la OTAN. El ELK es un movimiento completamente reaccionario que, en este caso, actuó como una agencia local del imperialismo americano. En las circunstancias dadas, como hemos repetido una y otra vez, desde el principio la guerra en Kosovo -en teoría bajo la bandera de la “autodeterminación” de Kosovo- sólo podía terminar con la creación de un protectorado americano en Kosovo. Y eso es lo que ha ocurrido. Si todavía hay alguien que está tan ciego que es incapaz de ver esto lo sentimos por él.
Nos gustaría saber ¿qué tiene que ver esto con la autodeterminación? ¿De qué forma la actual abominación ayuda a la causa de la clase obrera y del socialismo?. El ELK, que es una organización fundamentalmente de gánsteres, involucrada en el tráfico de drogas, estafas y el asesinato sistemático de serbios, gitanos y otras minorías nacionales, está intentando instalarse en el poder con la esperanza de conseguir la independencia después. Pero esto es imposible. Un Kosovo independiente significaría una guerra en los Balcanes, en la que estaría involucrada no sólo Yugoslavia, sino también Albania, Macedonia, Grecia, Bulgaria y Turquía. Por eso los imperialistas americanos se oponen a ella. Pero como continúa el refrán: “los locos corren raudos allí donde los ángeles temen pisar”. Los sectarios dicen ¿qué importa si esto conduce a una guerra Balcánica? Lo que importa es ¡un Kosovo independiente!. Esto sería una locura. Pero entonces otros sectarios, aún más locos, añaden un nuevo giro aún más original: “Independencia, sí, pero debe ser soviética y socialista”.
Es una lástima que los escritos de estos sabelotodo no estén disponibles para el cuartel general de la OTAN, que sin duda necesita un poco de luz y diversión de vez en cuando. El ELK no tiene nada que hacer sin el ejército americano detrás. En realidad, es un brazo auxiliar del ejército americano. Como tal, no tiene un significado independiente. Sólo sobre los lomos del ejército USA el “heroico” ELK entró en Kosovo. Y sólo con el consentimiento americano pueden funcionar. Si, como es posible, el ELK se sale de la raya, pronto se ocuparán de ellos. La realidad es que el imperialismo ahora domina Kosovo, y que permanecerá allí por mucho tiempo, porque no se puede retirar fácilmente. Esa es la realidad concreta en Kosovo. Esta es la “autodeterminación” que han traído las bombas americanas. Esperar algo diferente era una estupidez. Aquellos que se autodenominan marxistas no sólo apoyaron esta actuación, más aún, la exigían. Uno de estos caballeros (un “teórico marxista”) escribió a Robin Cook, el Ministro de Exteriores británico, exigiendo que la OTAN bombardeara Yugoslavia. Ellos estaban a favor de la “autodeterminación”, de la “independencia” e incluso de un Kosovo “socialista independiente”. Pero ahora cuando se enfrentan a la realidad concreta de un nuevo enclave imperialista en los Balcanes y el horrible espectáculo de una antigua nacionalidad oprimida asesinando y oprimiendo a otras nacionalidades, ¿qué pueden decir?.
La cuestión nacional precisamente es una trampa para aquellos que no piensan las cosas hasta el final. A menos que mantengas una posición firme de clase, siempre acabarás cambiando una opresión por otra. Kosovo es otro ejemplo de esto.
La cuestión nacional y el estalinismo
Lenin explicaba que la cuestión nacional, en el fondo, es una cuestión de pan. El desarrollo económico rápido de la URSS, posible gracias a la economía nacionalizada y planificada, significó un aumento importante del nivel de vida y cultural de todos los pueblos de la Unión Soviética. La mayor conquista se logró en las repúblicas más atrasadas del Cáucaso y Asia Central. Entre 1917 y 1956, la producción industrial en la URSS aumentó en más de 30 veces. Pero la de Kazajstán creció 37 veces, Kirghizia 42 veces y Armenia 45 veces. Lo mismo ocurrió en Uzbekistán, Tadzhiskistán, etc., Y a pesar de estos logros impresionantes, la opresión nacional aún existía en la Unión Soviética. Los alardes de la burocracia estaban infundados. El siguiente pasaje es típico de la época:
“La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, es un tipo de estado multinacional nunca antes conocido en la historia, está fundada sobre los principios de la cooperación fraternal y la ayuda mutua. Está formada por naciones socialistas (¿) -rusos, ucranianos, georgianos, uzbecos y demás. Estas son naciones de una clase nueva (¿) sin paralelo en la historia. Son naciones de personas trabajadoras libres de cualquier tipo de opresión y explotación. Están unidas por la unidad moral y política, y por la auténtica amistad de los pueblos para construir una nueva sociedad. Estas naciones tienen una nueva naturaleza moral y política que se manifiesta en una cultura común, de contenido socialista y nacional en su forma. Han sido educados por el Partido Comunista con el espíritu del patriotismo, la amistad entre los pueblos y el respeto por los derechos de los otros pueblos, con el espíritu del internacionalismo”. (Introducción a las Cuestiones de Política Nacional e Internacionalismo Proletario de Lenin. Pág. 11.).
Los mitos edulcorados por la burocracia que presentaba las relaciones entre los pueblos de la URSS de una forma idealizada guardaba poca relación con la situación real. Este no es el lugar de tratar en detalle la evolución de la Unión Soviética después de la muerte de Lenin. Remitimos al lector al libro “Rusia: de la revolución a la contrarrevolución”, de Ted Grant, en donde se trata con gran detalle la cuestión nacional en la URSS. Basta decir que el chauvinismo monstruoso de Stalin y la burocracia sirvió para minar la solidaridad que existía entre los diferentes pueblos de la Unión Soviética, y preparó el camino para la ruptura de la URSS en detrimento de todos los pueblos. Es imposible explicar el rápido colapso de la URSS si se acepta la propaganda estalinista de que todo era perfecto. La verdad es muy diferente.
Bajo Stalin se cometieron los actos más monstruosos contra las minorías nacionales en la URSS. Las purgas terminaron la tarea comenzada por Stalin en 1922, la liquidación de lo que quedaba del Partido Bolchevique. A mediados de 1937 lanzaron un ataque contra los Partidos Comunistas de todas las repúblicas nacionales. Se incluyeron dirigentes de los partidos nacionales en el famoso juicio a Bujarin en marzo de 1938. Los dirigentes eran con frecuencia acusados de “nacionalismo burgués” y ejecutados. Después comenzaba el arresto en masa y las deportaciones. El número exacto de las víctimas de las Purgas de Stalin con toda probabilidad nunca se conocerá, pero lo cierto es que sumaron millones. A ucranianos, armenios y georgianos no les servía de consuelo ver que el pueblo ruso sufría de la misma forma. El extremo nacionalismo ruso de Stalin se resume en un discurso reeditado por Pravda el 25 de mayo de 1945, donde declaraba que el pueblo ruso era “la nación más excepcional de todas las naciones de la Unión Soviética… La guía y la fuerza de la URSS”. Por implicación todas las demás nacionalidades eran pueblos de segunda categoría que debían aceptar la “guía” de Moscú. Esta concepción viola la letra y el espíritu de la política leninista sobre la cuestión nacional.
El crimen más monstruoso cometido por Stalin fue la deportación en masa de las nacionalidades, puesta en práctica durante la Segunda Guerra Mundial. En el transcurso de la guerra no menos de siete pueblos fueron deportados a Siberia y Asia Central en condiciones inhumanas. Este fue el destino de los Tártaros de Crimea, los Germanos del Volga, los Kalmukos, Karachais, Balcares, Cherkeses, y los chechenios. La NKVD, la policía secreta de Stalin, rondaba a todos -hombres, mujeres, niños, ancianos, enfermos, comunistas y sindicalistas- y les ordenaba entrar a los vagones a punta de pistola con las pocas posesiones que les daba tiempo a recoger. Un gran número murieron en el trayecto o a la llegada, de frío, hambre y agotamiento. Los soldados luchaban en el frente, incluso aquellos condecorados por su valentía eran arrestados y deportados. El legado de amargura creado por estos actos de crueldad, barbarie y opresión nacional persisten hoy en día. Se expresó en la ruptura de la Unión Soviética y la pesadilla de Chechenia.
La rusificación de los pueblos no rusos también se comprobó en la composición de los órganos de dirección de los Partidos “Comunistas” de las Repúblicas. En 1952, sólo la mitad de los oficiales dirigentes en las Repúblicas Bálticas y de Asia Central eran de la nacionalidad local. En otras partes la proporción era aún peor. Por ejemplo en el Partido de Moldavia sólo el 24,7 por ciento eran moldavos, mientras que sólo el 38% de los reclutas del Partido Tayiko en 1948 eran Tayikos.
Una de las características más repulsivas del estalinismo fue el antisemitismo. El Partido Bolchevique siempre había luchado contra el antisemitismo. Consecuentemente los judíos miraron hacia la Revolución de Octubre como su salvación. Los Bolcheviques concedieron a los judíos los mismos derechos y plena libertad. Su idioma y cultura fueron estimulados. Incluso formaron su propia república autónoma, los judíos que querían una patria separada la tendrían. Pero con Stalin todos las antiguas suciedades racistas resurgieron. Los judíos comenzaron de nuevo a convertirse en chivos expiatorios. Ya en los años veinte, Stalin utilizó el antisemitismo contra Trotsky. Como los judíos formaban una parte importante de los antiguos Bolcheviques, sufrieron desproporcionadamente las purgas. Después de la Segunda Guerra Mundial, empezó una campaña antisemita, médicos acusados de intentar envenenar a Stalin fue la señal que comenzó una campaña antisemita contra los médicos que en gran parte eran judíos. Después de formar el estado de Israel en 1948 (al principio apoyado por Moscú), la cultura judía, hasta entonces tolerada, fue prohibida. Todas las publicaciones en Yiddish se cerraron, lo mismo ocurrió con los teatros yiddish. En 1952, un año antes de la muerte de Stalin, asesinaron a prácticamente todos los líderes de la cultura judía, y un gran número de judíos fueron arrestados. Sólo la muerte de Stalin evitó una nueva purga. Incluso hoy, están presentes elementos de antisemitismo en el llamado Partido “Comunista” de Zyugánov. Eso en sí mismo es suficiente para demostrar el abismo que separa al estalinismo (y neo estalinismo) del auténtico leninismo.
La URSS ha colapsado en una mezcolanza de guerras y conflictos. “La vida enseña”, le gustaba decir a Lenin. Y la vida ha enseñado a los pueblos de la Unión Soviética algunas lecciones muy crueles. El fracaso del socialismo en un solo país ha estallado ante las narices de la burocracia que ahora está ocupada transformándose en una nueva clase de explotadores capitalistas. Nadie puede ignorar el hecho de que en la época moderna la economía mundial es el factor determinante. “El socialismo en un solo país” ha quedado como una utopía reaccionaria.
La actual pesadilla del colapso económico, las guerras y los conflictos étnicos son la herencia envenenada de décadas de dominio burocrático totalitario de Moscú. Sin embargo el capitalismo no ofrece salida a las antiguas repúblicas de la URSS. La independencia formal no ha solucionado nada. Todo lo contrario. La ruptura de los lazos que las conectaban a un plan común de producción ha llevado al colapso del crecimiento económico y comercial, con resultados terribles para las masas. La reconstrucción de la URSS sería un paso progresista, pero el regreso al antiguo sistema burocrático no sería una solución duradera. Todas las antiguas contradicciones saldrían a la luz y el resultado sería una nueva crisis. Es necesario regresar a las ideas y programa originales de Lenin y Trotsky: un régimen democrático de poder obrero (soviético) en el que la clase obrera de todas las repúblicas pueda formar una Federación Socialista basada en la genuina igualdad y fraternidad y no en el predominio de una nación sobre las demás.
A pesar de todo, la perspectiva para la transformación socialista aún permanece. A pesar del espantoso colapso del período pasado, Rusia ya no es el país campesino atrasado y analfabeto de 1917. Una vez que la clase obrera tome el poder en sus manos se moverá en dirección al socialismo, aunque la victoria final sólo se puede dar a escala mundial. Sin embargo Rusia y los países del CEI tienen un potencial productivo gigantesco, y no menos una fuerza laboral poderosa y educada -un factor clave para el desarrollo de una tecnología basada en la nueva información. El capitalismo ha demostrado que es incapaz de aprovechar este potencial. Pero una economía planificada y nacionalizada puede transformar rápidamente toda la situación.
Sobre la base de una economía moderna, donde la clase obrera es ahora la aplastante mayoría de la sociedad, un plan socialista y democrático de la producción aprovecharía los inmensos recursos naturales, humanos y tecnológicos de un territorio que producirá tal abundancia que en un período de tiempo relativamente corto todas las antiguas rivalidades y sospechas quedarían en insignificancias, como un mal recuerdo del pasado. El camino se abriría para la mezcla de los pueblos en una mancomunidad socialista, con todo lo que significaría en términos de desarrollo cultural humano. Tal visión de futuro es mucho más inspiradora que las ideas misantrópicas del nacionalismo.
QUINTA PARTE: El Estado nacional hoy
En el período clásico de la revolución burguesa en Europa, aproximadamente desde 1780 a 1871, la formación de los estados nacionales jugó un papel relativamente progresista, acabaron con los particularismos locales, acabó con los remanentes del feudalismo y sentó las bases para el desarrollo de las fuerzas productivas mediante la creación del mercado nacional. Pero en la época actual, la situación ha cambiado. Los medios de producción hace tiempo que superaron los estrechos límites del estado nacional. En la actualidad el estado nacional ha dejado de jugar un papel progresista. En lugar de desarrollar los medios de producción representa un enorme freno para los mismos. Los propios burgueses son conscientes de esto. Con la formación de la Unión Europea la burguesía europea reconocía que los pigmeos estados europeos no podrían competir con dos gigantes como el imperialismo USA y la poderosa Rusia estalinista. Pero la formación de la Unión Europea no eliminó el estado nacional en Europa. Todo lo contrario. Los antiguos antagonismos nacionales continúan existiendo, en la actualidad el imperialismo alemán domina Europa con Francia a la zaga. Los antagonismos nacionales existen y con una futura recesión mundial éstos se intensificarán.
A los apologistas del capitalismo les gusta pintar un cuadro rosa de la globalización, un mundo libre de contradicción, que se encamina felizmente hacia una mayor libertad y liberalización. Pero la realidad es muy diferente. El mundo no se ha globalizado en la forma que ellos pretenden. Por un lado tiende a romperse en tres bloques imperialistas rivales. EEUU controla Canadá y América del Sur. En Asia está el bloque más débil del yen dominado por Japón. La Unión Europea, dominada por Alemania, también domina una gran parte del mundo colonial en África, Oriente Medio, Europa del Este y el Caribe. Los antagonismos entre estos bloques imperialistas rivales son ahora más intensos que en cualquier otro momento de la historia. En cualquier otro período histórico habrían llevado a una guerra entre estos bloques. Ahora parece estar descartada una guerra mundial debido a los terribles medios de destrucción existentes -armas nucleares, bacteriológicas y químicas- lo que en la práctica supone que las grandes potencias corren el riesgo de aniquilación mutua. Pero existe una lucha feroz por los mercados, que inevitablemente conducirá a guerras en una región del mundo tras otra. Basta mencionar la lucha por esferas de influencia, mercados y el acceso a la fabulosa riqueza mineral de la región en África Central. Estas guerras se suelen presentar como resultado del tribalismo y el barbarismo de los africanos. Pero en la práctica detrás de la mayoría de estos conflictos podemos ver los efectos de la lucha entre EEUU, Francia y Gran Bretaña para poner un pie firme en África utilizando sus títeres en un campo u otro.
El mundo descrito por Lenin en “El Imperialismo…” es un reflejo certero de la actual situación mundial. Existe una intensa lucha por los mercados entre las potencias imperialistas, incluso por el mercado más pequeño. Es muy diferente a la imagen acogedora de un mundo agradable globalizado en el que no existen contradicciones. En realidad las potencias imperialistas están luchando como perros por un hueso. Basta echar una mirada al mapa de África y ver como los crímenes del imperialismo han distorsionado brutalmente la vida y la evolución de millones de seres humanos. Aquí las fronteras son líneas rectas trazadas en un mapa con la ayuda de una regla. The Economist describe perfectamente lo que ocurrió: “Los burócratas europeos aglomeraron quizás a 10.000 tribus diferentes y naciones en sólo una docena de estados casi coloniales”. Las guerras actuales en África Central son, en parte, la herencia de un reparto monstruoso que fragmentó todas las divisiones geográficas, lingüísticas y tribales naturales. En toda una seria de países existe el horror sin fin: Congo, Ruanda, Burundi, Sierra Leona, con la existencia de elementos de barbarismo. En un artículo en The Economist podemos leer lo siguiente con relación a Sierra Leona: “Niños que asesinan a sus padres, pandillas de caníbales vagando por el país, caos, barbarismo… Sierra Leona es el último país de Africa en disolverse en un caos sangriento. Y el resultado podría ser peor aún”.
El reparto imperialista de África fue una monstruosidad. Pero ahora, cien años después, existen toda una serie de estados nacionales en África. La tarea de dar un carácter genuinamente progresista, democrático y racional a los diferentes estados del África post-colonial es una tarea que sólo la puede llevar adelante el proletariado, acabando con el dominio del imperialismo y sus títeres locales. La verdadera independencia y la capacidad de levantarse frente a los intentos de la dominación extranjera sólo se puede conseguir con la unión del cuerpo seccionado de África sobre la base de un plan socialista común de producción. La explotación de los enormes recursos naturales del continente, su vasto potencial agrícola y recursos minerales, puede transformar la vida de los pueblos y poner fin a la pesadilla tribal y a la lucha étnica. Sin embargo, la solución capitalista alterando las fronteras existentes mediante la guerra, sólo puede tener los resultados más destructivos e incluso llevar directamente al barbarismo. Ofrecer la perspectiva a millones de personas desesperadas, que sólo con alterar las fronteras es posible resolver sus problemas más acuciantes, es un engaño vil.
En ninguna parte es más evidente la naturaleza reaccionaria del abuso de la consigna de la autodeterminación que en África. La consigna de la autodeterminación aquí se ha manipulado en infinidad de ocasiones para fines reaccionarios, para debilitar los estados, dividir provincias según sus recursos minerales para que las potencias extranjeras y las multinacionales pudieran dominarlas mejor. Siempre están implicados los imperialistas. Los imperialistas americanos y franceses libran en África una lucha titánica por los mercados.
Detrás de todos los discursos bonitos sobre la liberalización y la democracia, se esconde el hecho de que el imperialismo están llevando adelante la opresión y explotación más despiadada de los pueblos ex – coloniales. Un factor importante del crecimiento económico en Occidente en los últimos cincuenta años fue el precio bajo de las materias primas. Aquí se ven los límites del estado nacional. Bajo el capitalismo conquistaron la independencia formal, en sí un acontecimiento progresista, pero que no resolvió nada. Las naciones coloniales, dueñas teóricamente en su propia casa, en la práctica están subordinadas al mercado mundial -al imperialismo-.
Después de la Segunda Guerra Mundial hemos visto un auge enorme de la revolución colonial. Quizá el movimiento más grande de los pueblos oprimidos en la historia de la humanidad. Fue el despertar colosal de los pueblos coloniales de China, África, Oriente Medio, Indonesia, India o Pakistán, un movimiento inspirador en el que millones de antiguos esclavos coloniales se levantaron contra sus amos y lucharon por su emancipación nacional. Las razones por las que los marxistas apoyamos la revolución colonial son obvias. Era un movimiento revolucionario, un golpe contra el imperialismo que levantó a las masas y permitió avanzar a la lucha de clases. Cincuenta años después, si tomamos la India o Pakistán, ¿qué ha solucionado la burguesía? Consiguieron la independencia formal, pero bajo el capitalismo no es independencia. Los países ex – coloniales están encadenados al carro del imperialismo mundial a través de los mecanismos del mercado mundial. En realidad, están más esclavizados hoy que hace cincuenta años. La única diferencia es que en lugar del dominio burocrático y militar existe un dominio indirecto, a través de los términos del comercio -el intercambio de más trabajo por menos- y el endeudamiento.
La caída del precio de las mercancías y la deuda
El colapso en Asia se reflejó en los mercados mundiales con una caída general de los precios de las mercancías, incluido el petróleo. Sólo en 1998 el precio del barril de petróleo pasó de 20 a 10 dólares. Esta es una receta acabada para la revolución en todos los países productores de petróleo. Es verdad que el precio del petróleo se ha recuperado debido a la restricción de la producción de países como Arabia Saudí. Pero el efecto no puede durar mucho tiempo, en especial porque la mayoría de los ingresos por exportación de estos países dependen del petróleo. No tienen otra fuente de ingresos. La historia de los cártels demuestra que tarde o temprano un país comenzará a sacar provecho vendiendo más petróleo y todo se desmoronará. Lo mismo ocurre con el resto de las materias primas.
Los países ex – coloniales están sujetos a una doble explotación. A través de la deuda los países metropolitanos también exprimen al mundo colonial. Hace diez años la deuda acumulada del mundo colonial era aproximadamente de 800.000 millones de dólares. Lo han pagado todo. Desde 1990 a 1997 sólo en concepto del servicio de la deuda -intereses- el mundo colonial pagó 1,8 billones de dólares. Más de dos veces la suma que debían. ¿Qué ha ocurrido con la deuda acumulada?. En 1994 debían 1,4 billones de dólares y en 1997, 2,1 billones. Nunca la podrán pagar.
En Nigeria el petróleo supone el 95% de los ingresos por exportaciones. En 1997 Nigeria ganó 12.000 millones de dólares por la venta de petróleo. En 1998 sólo 6.800 millones. Este declive no se ha podido compensar posteriormente con el aumento de los precios del petróleo. La inestabilidad creada por los violentos vaivenes del precio del petróleo se traduce en inestabilidad social y política. En cualquier caso, los sectores más pobres de la sociedad no obtienen ningún beneficio del aumento de los precios del petróleo, y cuando bajan sí sufren las peores consecuencias. Nigeria que era uno de los países más ricos de África, según la ONU ahora es uno de los más pobres del mundo. En esta situación las consecuencias tan calamitosas encuentran expresión en los crecientes antagonismos entre las diferentes regiones y grupos étnicos.
Si los trabajadores no consiguen tomar el poder y transformar Nigeria en líneas socialistas habrá una pesadilla. Existen aproximadamente 120 grupos étnicos en Nigeria, incluidas las tres principales naciones -la dominante Hausa en el norte y que practican la religión islámica, los Yorubas y los Ibos en el Sur y Este del país. La guerra en Biafra en la que estaban implicados los imperialistas, intentó dividir la zona Ibo y originó un terrible baño de sangre. Si Nigeria se divide en líneas nacionales puede representar una carnicería mayor, que dejaría a la guerra en Biafra en un juego de niños. En esta situación es una gran irresponsabilidad reivindicar la autodeterminación, no sólo de las principales naciones de Nigeria, sino también de los grupos tribales.
En Indonesia también la cuestión nacional es muy importante y es necesario que los marxistas indonesios mantengan una posición correcta como hicieron los Bolcheviques en Rusia. Si el proletariado de Indonesia no tiene éxito en llevar adelante una revolución socialista, la ruptura de Indonesia será una posibilidad real. Dada la mezcla explosiva de razas y religiones las consecuencias serán demasiado horribles. Los acontecimientos sangrientos en Timor Oriental fueron un aviso para todos los pueblos de Indonesia. Ahora vemos el surgimiento de luchas interétnicas en Aceh, Molucas y otras islas. Las fuerzas de la reacción en la cúpula del ejército, los terratenientes, capitalistas y miembros del antiguo régimen, se enfrentan a la pérdida de su poder y privilegios, y ante ello no dudarán en hundir a Indonesia en una pesadilla de caos y sangre para dividir y desorientar al movimiento. Sólo puede ofrecer una salida la combinación hábil de un programa que reconozca los derechos y aspiraciones nacionales de todos los pueblos del Archipiélago, y la unificación de los trabajadores y campesinos pobres de todas las nacionalidades y religiones para expropiar a los terratenientes y capitalistas.
La revolución colonial hoy
La razón por la cual la revolución colonial ha tomado esta forma tan distorsionada, con aberraciones monstruosas como el bonapartismo proletario, se debe por un lado al retraso de la revolución proletaria en occidente, y por el otro a la ausencia de partidos marxistas fuertes. Si existieran estos partidos, habría sido totalmente posible llevar adelante la revolución en líneas clásicas. Después de todo, Rusia en 1917 era un país atrasado, semicolonial y semifeudal y al mismo tiempo una potencia imperialista. En un país de 150 millones de personas sólo había 3,5 millones de trabajadores industriales, diez millones si contamos todos los sectores de la clase, transporte, minería, etc., Y a pesar de todo Lenin se basó en la clase obrera para llevar adelante una revolución clásica en Rusia.
No hay duda de que cuando se construyan partidos marxistas fuertes en países como Pakistán o México el movimiento no se verá arrastrado al guerrillerismo o al bonapartismo proletario. La guerra campesina en los países subdesarrollados sería un apéndice de la revolución proletaria, pero nunca su sustituto. Sin embargo las masas en los países subdesarrollados no pueden esperar hasta que se creen estos partidos de masas, o hasta que los trabajadores franceses o británicos tomen el poder. Por lo tanto son inevitables oleadas violentas, insurrecciones, incluso guerras de guerrilla, como vemos en Colombia en la actualidad. Ante la ausencia de un Partido Bolchevique, la revolución colonial puede tomar todo tipo de formas peculiares. Sobra decir que los marxistas apoyaremos cualquier movimiento de los pueblos oprimidos contra el imperialismo, en especial donde vayan dirigidos a poner fin al capitalismo y latifundismo. Pero la única manera de resolver los problemas de los pueblos coloniales es con el sistema soviético implantado por Lenin y Trotsky en Rusia en 1917. Con el capitalismo no hay salida. La clase obrera debe tomar el poder en sus manos. Nacionalizar los medios de producción bajo el control y administración democráticos de la clase obrera, un principio que resolverá inmediatamente los problemas más acuciantes de la sociedad.
Sin embargo, en las condiciones modernas esto no basta. El requisito fundamental es una política internacionalista. El nacionalismo no ofrece ninguna salida. Por ejemplo, si los trabajadores y campesinos de Ecuador toman el poder -y es posible como vimos en el magnífico movimiento del pasado mes de enero-, el imperialismo USA no permanecerá de brazos cruzados. Washington no quiere verse envuelto en una guerra terrestre en América Latina (y en ninguna otra parte) por temor a los efectos en casa. Pero haría todo lo posible para sabotear y destruir la revolución. No sólo organizaría un bloqueo económico y apoyaría a las fuerzas contrarrevolucionarias en Ecuador, sino que incitaría a los estados vecinos a intervenir contra la revolución. En el pasado Ecuador y Perú entraron en guerra. El imperialismo USA no dudaría si fuera necesario en empujar a Fujimori a un nuevo conflicto armado contra la revolución ecuatoriana.
La clave para el éxito es una política correcta. Eso presupone una dirección bolchevique firme en el internacionalismo proletario. Los fundadores del socialismo científico señalaron en “El Manifiesto Comunista” que, aunque nacional en su forma, la revolución proletaria en esencia siempre es internacional. Esto significa que aunque los trabajadores de un país particular puedan y deban ante todo ajustar las cuentas con su propia burguesía, no pueden mantener la revolución sobre bases estrictamente nacionales. Deben dar pasos adelante para extender la revolución más allá de sus fronteras, o se enfrentarán a la perspectiva de la derrota y la destrucción. Por esa misma razón, el nacionalismo y la revolución socialista son cosas diametralmente opuestas y son conceptos mutuamente excluyentes.
La única forma para que un Ecuador revolucionario pueda hacer frente a sus enemigos sería con un llamado inmediato a los trabajadores y campesinos de Perú, Venezuela, Colombia y del conjunto de América Latina para que salgan en su ayuda. ¡Este llamado no caería en oídos sordos!. Toda América latina sufre una profunda crisis. Es una expresión gráfica del carácter reaccionario de la propiedad privada de los medios de producción y el estado nacional. Una vez comience la revolución en cualquier país de América Latina se extenderá. Los estados nacionales de América Latina tienen un carácter artificial. Mediante la perpetuación la división de personas que comparten una historia y cultura comunes y, con la excepción de Brasil, una lengua común, se perpetúa la balcanización de América Latina, es decir, la condición básica que permite la esclavización de millones de personas y el saqueo de un continente, potencialmente próspero y rico, por parte de los ladrones imperialistas.
Hace tiempo Simón Bolívar, adelantó la perspectiva de una América Latina unida. Sobre bases capitalistas esa idea es un sueño inalcanzable. Pero con el poder obrero, una Federación Socialista de América Latina uniría los vastos recursos del continente para el beneficio de todos sus pueblos. Esto a su vez tendría un efecto electrizante entre los trabajadores de América del Norte, donde el veinte por ciento de la población de EEUU ahora es hispana. Sentaría las bases para la victoria de socialista al norte y al sur de Río Grande, y por lo tanto a escala mundial.
La cuestión palestina
La cuestión nacional en Oriente Medio es crucial, sobre todo la cuestión palestina. Después de décadas de opresión nacional a manos del imperialismo israelí, las masas palestinas tienen un sentimiento de injusticia, que se expresa en el deseo de tener su propia patria. Es su derecho inalienable que los marxistas debemos defender y lucharemos por él. Sin embargo la experiencia de los últimos treinta años nos proporciona algunas lecciones necesarias. Los dirigentes nacionalistas pequeñoburgueses de la OLP han defendido la idea de que era posible conseguir la autodeterminación con la lucha armada contra Israel. En la práctica son actos de terrorismo individual, bombas, secuestros, etc., Estos actos no han debilitado lo más mínimo a Israel. Todo lo contrario, en cierta forma han convencido a los israelíes normales de que su intención era “echar a los judíos al mar”, y han empujado a la población en brazos de la reacción. Lejos de debilitar el estado de Israel lo han fortalecido.
Las tácticas de los líderes de la OLP han llevado a los palestinos a una derrota tras otra. Primero fueron aplastados por el Rey Husein de Jordania en 1970, cuando podían haber tomado fácilmente el poder. Posteriormente se repitió la misma historia en el Líbano, ayudaron a provocar una guerra civil sangrienta y además la intervención de Israel y Siria. Y mientras continuaban con las desastrosas tácticas del terrorismo individual, carecían de estrategia para una insurrección de las masas en Cisjordania y Gaza. Cuando al final estalló la Intifada, Arafat y la dirección de la OLP no jugaron ningún papel. La juventud palestina tuvo que enfrentarse a la poderosa maquinaria militar israelí, desarmada excepto con palos y piedras. A pesar de esto, el movimiento de masas en los territorios ocupados hizo más por la causa palestina en pocos meses que Arafat y compañía en treinta años.
Las “concesiones” hechas por Tel Aviv no fueron fruto de las acciones de los exiliados de la OLP. En parte fue resultado de la Intifada, que sacudió a la sociedad israelí y despertó la simpatía y atención de todo el mundo. Pero también eran un reflejo de la nueva situación mundial. Debido al colapso del estalinismo, el equilibrio de fuerzas mundial también cambió. EEUU ha conseguido un dominio aplastante del mundo. Esto significa que Washington ya no depende de Israel tanto como ocurría durante la Guerra Fría. El imperialismo USA tienen intereses estratégicos y económicos vitales en Oriente Medio y eso supone apuntalar a regímenes árabes como Arabia Saudí y mantener la estabilidad en la región. Por lo tanto Washington ha presionado a Tel Aviv para alcanzar un compromiso con los palestinos y los estados árabes vecinos. Y Arafat asustado aceptó lo que le ofrecían. Después de décadas de fracaso en la causa palestina, los líderes de la OLP han degustado los “frutos de los despachos” conquistados por el pueblo. Lo que han aceptado significa una traición de la lucha nacional de los palestinos.
Washington esperaba estabilizar la zona con un compromiso. Sin embargo la cuestión nacional es muy volátil y compleja, y las situaciones explosivas que el imperialismo ha creado en el pasado no siempre se pueden calmar fácilmente sólo con un cambio de actitud. De la misma forma que el imperialismo británico creó un monstruo de Frankestein en Irlanda del Norte, y ahora no pueden controlarlo, los imperialistas americanos han creado un estado cliente en Israel, y la marioneta ahora no siempre obedece el movimiento de las cuerdas. La clase dominante israelí tiene sus propios intereses, y éstos pueden corresponder o no con los intereses de EEUU. De esta forma los llamados Acuerdos de Paz en Oriente Medio atraviesan serias dificultades. No han resuelto ninguno de los problemas fundamentales.
Como dijimos los marxistas, el acuerdo firmado por Arafat con los israelíes era una trampa para el pueblo palestino. Esto no es autodeterminación, sólo una miserable caricatura y un fraude. La nueva entidad palestina es un aborto truncado, Gaza separada de Cisjordania, y Jerusalén aún controlada firmemente por Israel. Además incluye toda una serie de condiciones humillantes. Para empeorar las cosas, gran parte de los colonos judíos permanecen y provocan continuamente a los palestinos. En realidad, la llamada Autoridad Palestina es un instrumento de Israel, que en la práctica es quien domina. Las condiciones de las masas árabes en Cisjordania y Gaza son probablemente ahora peores, con un desempleo de masas, sobre todo entre la juventud. Israel puede cerrar la frontera en cualquier momento y con ello impedir a los palestinos trabajar en Israel y aumentar el desempleo. Para empeorar las cosas Arafat y su pandilla se han convertido en una elite burocrática privilegiada que actúa como policía de Tel Aviv, mientras llenan sus bolsillos a expensas de los palestinos normales.
El acuerdo anunciado con fanfarrias y trompetas debido a la presión de Washington está completamente roto. Con la caída de Netanyahu y la elección de un gobierno laborista, Washington esperaba que al final conseguiría imponer su voluntad. Pero la presión de los colonos judíos, como ya dijimos, ha llevado a una crisis tras otra. El gobierno de Tel Aviv, no ha conseguido ningún progreso con los palestinos, y ha intentado negociar un acuerdo con Siria sobre los Altos del Golán. Pero pronto la cuestión de devolver los Altos del Golán provocó manifestaciones de masas en Israel. Las conversaciones con Siria se rompieron, provocando una nueva escalada de las hostilidades en el sur del Líbano.
Lo más preocupante es el creciente descontento de las masas en Cisjordania y Gaza que amenaza con provocar una nueva Intifada. Esto está implícito en la situación. Una nueva Intifada tendría un potencial revolucionario pero con una condición: que tenga una dirección revolucionaria firme que defienda una solución internacionalista. Con el nacionalismo no hay solución posible. Una dirección previsora vincularía el movimiento revolucionario de los palestinos con la clase obrera israelí. Explicaría que el enemigo común tanto de la clase obrera árabe como de la israelí son los banqueros y capitalistas israelitas. Dejaría claro que los puntos de apoyo palestinos en la sociedad israelí se encuentran entre los estudiantes y jóvenes progresistas, en las fábricas y barracones del ejército. La idea central debe ser la necesidad de transformar la sociedad, no sólo en Palestina sino también en Israel, es la única salida al actual callejón sin salida.
El destino de los palestinos es una tragedia terrible. Durante más de treinta años los palestinos han luchado por la autodeterminación y ¿dónde han llegado con el nacionalismo?. A una completa catástrofe y la traición. La lección es evidente y hay que aprenderla: el problema nacional en Palestina no se puede resolver sobre bases capitalistas. La única manera de resolver el problema sería por medios revolucionarios, con la revolución socialista en Israel y las revoluciones socialistas en el resto de países árabes, comenzando con Jordania donde la OLP pudo haber tomado el poder hace treinta años, pero sus dirigentes traicionaron la revolución. La única forma de resolver el problema es con una Federación Socialista de Oriente Medio con completa autonomía para los Palestinos y los Israelitas.
Los cínicos de la pequeña burguesía dirán que esto no es “práctico”. Pero ya hemos visto suficientes soluciones “prácticas” de estos elementos durante los últimos treinta años, y no sólo en Oriente Medio. En todas partes sin excepción, esta política “práctica” -que se reduce a la locura del terrorismo individual y la estupidez nacional- sólo han creado desastres y traiciones. Basta ver la capitulación de los nacionalistas kurdos del PKK y la traición de Mandela y Mbeki a las aspiraciones del proletariado negro en Sudáfrica. Lenin tenía razón cuando denunciaba esas políticas “prácticas” de los nacionalistas. La realidad es que la única salida para los palestinos es con una política de clase revolucionaria e internacionalista. Cualquier otra solución llevará a nuevos desastres. El único programa realmente práctico es el programa de la revolución socialista.
El derecho de autodeterminación como consigna reaccionaria
El marxismo no tiene nada en común con el pacifismo. No nos oponemos por principio a todas las guerras, y reconocemos que algunas guerras son progresistas. Pero “no es oro todo lo que reluce”. Y no todas las guerras que se libran bajo la bandera de la autodeterminación tienen un carácter progresista. En cada caso particular, los marxistas debemos examinar cuidadosamente el contenido de clase de una guerra, o de una lucha nacional, determinar qué intereses subyacen y qué implicaciones tienen para la causa de la clase obrera y el socialismo mundial.
En la Guerra Civil americana ¿habría sido correcto apoyar a la Confederación sudista en el derecho de autodeterminación?. La pregunta es obvia. En determinadas condiciones la lucha de la Unión tenía un carácter progresista y semirrevolucionario. Para imponer la voluntad al sur, los estados del norte sin duda violaron el derecho del sur a decidir su destino libremente. Pero estas consideraciones eran totalmente secundarias cuando las comparamos a las cuestiones fundamentales, es decir, la cuestión de clase. En este caso ¿qué se escondía detrás del derecho de autodeterminación?. Los propietarios esclavistas del sur. La clase obrera tenía que apoyar al norte, porque el mantenimiento de la Unión estimularía el desarrollo capitalista y por lo tanto del proletariado. La liberación de los esclavos negros era un paso necesario y progresista en esta dirección. Este ejemplo es muy evidente. Pero hay otros en los que la reivindicación de autodeterminación tiene propósitos reaccionarios, y hay que rechazarlos categóricamente. Por ejemplo, la reivindicación de la Liga Norte en Italia que pide el derecho a separarse para constituir un nuevo estado, este caso tiene un carácter claramente reaccionario.
Estos ejemplos son suficientes para dejar claro que las aspiraciones nacionales y el derecho de autodeterminación no son, ni pueden ser algo absoluto. Esta reivindicación en un contexto histórico determinado puede tener un carácter progresista. Pero en otro puede ser totalmente reaccionario y retrógrado. Es necesario en cada caso examinar el contenido concreto, determinar qué intereses de clase están implícitos, y valorar los efectos del movimiento en particular para los intereses de generales de la clase obrera y la lucha por el socialismo mundial. Aunque la cuestión nacional es muy complicada, normalmente basta con plantear la cuestión en términos concretos para llegar a la conclusión correcta. En 1991 al principio del colapso de Yugoslavia, los autores del actual documento participaron en un debate con algunos supuestos marxistas, en el transcurso del cual un sectario interrumpió a Ted Grant y gritó: “¿Qué opinas de la autodeterminación en Croacia?”. Ted respondió rápidamente : “¿Qué quieres decir?. ¿Si apoyamos a la Ushtasi o a los Chetniks?” (A los fascistas serbios o a los fascistas croatas). No volvió a hacer ninguna otra pregunta.
Todo aquel que tenga un mínimo conocimiento de la historia de las guerras y la diplomacia (las dos cosas están muy relacionadas) sabrá que es necesario abrirse paso a través de la niebla de las mentiras y medias verdades, con las que cada bando intenta manipular a la opinión pública, y una vez despejada la niebla será posible llegar a los objetivos reales de la guerra de cada una de las partes contendientes. Pobre de aquel que intente abordar una guerra desde el punto de vista de las consignas diplomáticas. La consigna de la autodeterminación como explicó Lenin puede tener un carácter progresista y revolucionario. Pero no en todos los casos. En muchos otros la consigna de la autodeterminación ha sido utilizada para propósitos reaccionarios, como disfraz apropiado para las intrigas imperialistas. En la Primera Guerra Mundial el imperialismo británico envió a su agente, Lawrence de Arabia, a levantar a los árabes contra Turquía, y para ello les prometió la autodeterminación. Londres prometió Palestina a los árabes, y al mismo tiempo a los judíos para después traicionar a ambos. El monstruoso Tratado de Versalles que esclavizó a Europa y preparó las condiciones para una nueva guerra mundial, también inscribió en su bandera el derecho de las naciones a la autodeterminación. Más tarde Hitler utilizó la consigna del derecho de autodeterminación de los Alemanes de los Sudetes, croatas, albaneses y demás para su política de expansión imperialista y esclavización de los pueblos. Su jefe de policía, Heinrich Himmler escribía: “…. Al tratar con los pueblos extranjeros en el Este debemos fomentar tantos grupos nacionales como sea posible: polacos, judíos (sic), ucranianos, rusos blancos y cuantas otras pequeñas nacionalidades encontremos”.
Esto no es nada nuevo. Los romanos hace mucho tiempo utilizaron esta sencilla fórmula que después utilizó brillantemente la clase dominante británica: “Divide et impera” (Divide y vencerás). La política de dividir estados, crear una nacionalidad o una raza, instigar una contra otra, ya hace mucho tiempo que se convirtió en una herramienta indispensable del imperialismo. En contraste, los revolucionarios se han esforzado en unir a la clase obrera y a todos los pueblos oprimidos contra los explotadores.
La cuestión nacional hoy es más complicada que en los tiempos de Lenin, que solía utilizar el ejemplo de Noruega que se separó de Suecia en 1905. Noruega fue cedida a Suecia como parte de un acuerdo reaccionario alcanzado en el Congreso de Viena de 1815 después de la derrota de Napoleón. No fue una unión voluntaria. Los noruegos se oponían a ella y el ejército sueco tuvo que obligarlos a la fuerza. Aunque los idiomas de ambos países son muy parecidos, y los noruegos disfrutaban de una autonomía considerable, aún permanecían bajo el dominio sueco. En agosto de 1905, el parlamento noruego decidió que el Rey de Suecia ya no era el Rey de Noruega y la población votó mayoritariamente en un referéndum por la separación de Suecia. Lenin escribía sobre esto: “Este ejemplo nos demuestra en qué terreno son posibles y se producen casos de separación de naciones, manteniéndose las relaciones económicas y políticas contemporáneas, y qué forma toma a veces la separación en un ambiente de libertad política y democracia”. (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación. Pág. 36).
El hecho de que los trabajadores suecos defendieran el derecho democrático del pueblo noruego a secesionarse, desarmó a los reaccionarios suecos que después de algunas vacilaciones iniciales decidieron no intervenir. Esto sirvió para consolidar la solidaridad entre los trabajadores suecos y noruegos. Pero aunque Lenin consideraba este caso como un ejemplo de cómo se puede resolver la cuestión nacional, en realidad es una excepción histórica. La forma en que la cuestión nacional se presenta en la actualidad tiene un carácter totalmente diferente. Y el mismo Lenin con frecuencia señalaba que los marxistas toman una posición con relación a esta cuestión según las condiciones concretas de cada caso. Lo que ocurrió en Noruega en 1905 fue sencillo, un juego de niños en comparación con la situación actual de Irlanda del Norte, Líbano o los Balcanes. Noruega era un país étnicamente homogéneo con escasas complicaciones. Lo noruegos lo aprobaron en el parlamento y obtuvieron la independencia. No guarda ninguna relación con la situación en Irlanda del Norte donde la población está dividida y la retirada de las tropas británicas supondría una guerra religiosa entre católicos y protestantes. Y un ejemplo aún más claro es la historia reciente de los Balcanes, como veremos.
Una falsificación maliciosa del marxismo
Como hemos visto desde el punto de vista de la teoría marxista, la cuestión nacional no es algo nuevo. Existe mucha literatura sobre la cuestión nacional en los escritos de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Resulta paradójico que es la parte de la teoría marxista menos comprendida y más maliciosamente malinterpretada. Por no hablar de los estalinistas con su teoría del socialismo en un solo país que en sí misma significa un abandono del marxismo. Lo increíble es ver hoy a cada uno de los grupos sectarios que se autodenominan marxistas y “trotskistas”, que mantienen una postura sobre la cuestión nacional totalmente equivocada.
En el caso de los Balcanes casi todas las sectas apoyaban a uno u otro grupo gansteril, y en cada caso con la excusa de apoyar la postura de Lenin sobre la cuestión nacional. En particular su apoyo a la “autodeterminación” de Kosovo lo que las llevó a capitular ante el imperialismo americano y a convertirse en los más entusiastas seguidores del ELK. Desde el principio avisamos que esta postura inevitablemente llevaría a conclusiones reaccionarias. Predijimos que, lejos de la autodeterminación, la guerra reaccionaria de la OTAN contra Yugoslavia sólo terminaría con la creación de un “protectorado” en Kosovo. Hoy invitamos a todos aquellos que apoyaban entusiastamente al ELK a que digan públicamente si consideran que la situación actual es un paso adelante en la causa del socialismo en los Balcanes. Desde un punto de vista marxista no hay un átomo de contenido progresista. No sólo el imperialismo USA ha establecido una base firme en sus operaciones en los Balcanes, sino que el ELK se ha encargado de llevar adelante la “limpieza étnica” y pogromos contra los indefensos serbios.
Nada de esto es nuevo. En el caso de Irlanda estos supuestos “marxistas” han apoyado al IRA en su campaña de terrorismo individual durante los últimos treinta años. Representó una abyecta capitulación ante el nacionalismo, y una violación de los principios más elementales del leninismo. Y ¿a dónde ha conducido?. Después de una generación de “lucha armada” con más de 3.000 muertos, el IRA no ha conseguido ni uno solo de sus objetivos. La clase obrera en Irlanda del Norte está más dividida ahora que antes. Los niños católicos y protestantes viven y estudian separados. Las dos comunidades están separadas por muros y alambradas. Y la perspectiva de la reunificación de Irlanda está ahora más lejos que antes.
En Afganistán, esas mismas personas que defendían escandalosamente a los Mujahidines -“luchadores de la libertad”-, en su guerra contra el régimen estalinista de Kabul, utilizaban la excusa del “derecho de autodeterminación” del pueblo afgano. Este mismo “derecho” que también defendió el imperialismo americano y Pakistán, que armaron y financiaron a estos gánsteres contrarrevolucionarios. Ahora todo ha llevado a la victoria de la reacción fundamentalista islámica en su forma más terrible ¿De qué manera la victoria de la reacción talibán puede justificar el derecho de autodeterminación?.
Estos son sólo unos pocos ejemplos de adonde lleva abandonar la teoría marxista en la cuestión nacional. La suma total de la sabiduría de las sectas es igual a un papagayo que repite la misma frase: “Después de todo, ¿no defendía Lenin la autodeterminación?”. Después de leer un par de líneas de Lenin estos sectarios se creen grandes genios. Es inevitable recordar el viejo proverbio inglés: “Un poco de conocimiento es algo peligroso”. Son como esos alumnos muy brillantes que presumen de conocimiento repitiendo constantemente el “ABC”. Pero después del “ABC” vienen otras letras en el alfabeto. Lenin como ya vimos, lejos de apoyar el derecho de autodeterminación en cada caso, distinguía cuidadosamente entre lo que es progresista y reaccionario, estudiando cuidadosamente las condiciones concretas.
Es increíble que aquellos que durante mucho tiempo han defendido esa posición, y que han dejado a un lado la posición de clase internacionalista de Marx y Lenin en favor del nacionalismo pequeñoburgués, ahora critiquen a los auténticos marxistas. A estas críticas respondemos que: estamos orgullosos de que sólo la tendencia marxista representada por la Corriente Marxista Internacional (www.marxist.com) se haya mantenido firme en su posición de clase marxista con relación a esta cuestión. No nos avergonzamos de publicar hoy todo lo que hemos escrito en los últimos quince años. El problema es que aquellos que hablan en nombre de Lenin sobre este tema simplemente demuestran su ignorancia de la posición del Partido Bolchevique sobre la cuestión nacional. El propósito de este documento es poner el registro correcto, y por supuesto no está dirigido a las sectas que han demostrado ser incapaces de aprender algo.
Los marxistas y la cuestión irlandesa
Al igual que en la cuestión de los Balcanes, en la cuestión de Irlanda del Norte, estamos orgullosos de nuestros escritos. Durante treinta años hemos defendido una posición de clase. No se puede decir lo mismo de los demás. Cuando “los problemas” explotaron en 1969 en Irlanda del Norte, el Partido Comunista, el SWP, los Mandelistas del IMG y las demás sectas apoyaron el envío de tropas británicas al norte de Irlanda, para que protegieran a los católicos. Hoy en día todos lo han olvidado. Los marxistas del Partido Laborista fueron los únicos que lo denunciaron. Fuimos los únicos que presentamos una resolución en la Conferencia del Partido Laborista en otoño de 1969 oponiéndonos al envío de tropas británicas. En su momento dijimos que el ejército británico no jugaría ningún papel progresista, que las tropas sólo defenderían los intereses del imperialismo.
Estas mismas personas que apoyaron el envío de tropas a Irlanda del Norte más tarde pasaron al otro extremo, formaron el Movimiento Tropas Fuera. Todos, capitularon ante el terrorismo individual del IRA. Esta lucha armada ha durado tres décadas. En 1970 el IRA creía que podría derrotar al imperialismo británico con las armas y las bombas, y forzar la unión con el sur. En ese momento dijimos que era imposible. Sobre estas bases nunca se podría conseguir la unidad de Irlanda, porque los protestantes estaban armados y dispuestos a luchar. Si se hubiera llegado a una guerra entre católicos y protestantes, habrían derrotado al IRA y expulsado a los católicos. El resultado habría sido un nuevo dibujo de la frontera. Habría supuesto una terrible carnicería, como hemos visto en Yugoslavia. Habría terminado con el cien por cien de la población protestante en el norte, y los católicos en el sur. En estas circunstancias tanto norte como sur probablemente habrían terminado en dictaduras militares. Ese sería el único resultado posible de intentar resolver la cuestión irlandesa sobre bases capitalistas.
Las lecciones de Yugoslavia son una confirmación terrible de esto. Precisamente por esa razón, Londres no ha retirado sus tropas del norte. Es una ironía de la historia que el imperialismo británico ahora no tenga interés en mantener su control en Irlanda del Norte. A diferencia de 1922, la retirada sólo provocaría un caos sangriento que desbordaría al resto de Gran Bretaña. Este es el escenario trágico que Londres no puede permitir que suceda. Por lo tanto están condenados a quedarse. Y si el IRA continúa la lucha durante otros treinta años, tendrán el mismo resultado. La política del IRA ha llevado a un total impasse con resultados negativos para la clase obrera y el socialismo ¿Cuál es el resultado? Tres mil muertos, toda una generación perdida, la clase obrera totalmente dividida en líneas religiosas. Los medios de comunicación occidentales hablaban mucho de la caída del Muro de Berlín, pero nadie habla del muro que divide Belfast entre protestantes y católicos. Esta llamada “línea de la paz”, es la expresión más monstruosa de la locura de las divisiones nacionales. Esto fue el resultado directo de la campaña del IRA de terror individual.
La tendencia marxista mantiene una base de clase y lucha por la unidad de la clase obrera. Y esto es posible, por ejemplo en 1969 en las fábricas, surgió el instinto de unidad de los trabajadores y habrían tenido éxito si hubiera existido una dirección consciente. Exigimos la formación de una milicia de trabajadores basada en los sindicatos -las únicas organizaciones que aún unen a católicos y protestantes. Desde luego, en estas circunstancias concretas, tendrían que estar armados para defenderse de los lunáticos sectarios de ambas partes. Nuestra consigna era revolucionaria: “¡Por una fuerza de defensa armada de trabajadores!”. Esta era la única forma de combatir a los sectarios. Los ultra izquierdistas se asombran. Siempre encuentran la posición leninista graciosa. Cuando Lenin vivía los nacionalistas pequeñoburgueses también ridiculizaban su posición sobre la cuestión nacional y la calificaban de utópica. Lenin respondía a estos “prácticos” como se merecen.
¿Y qué dicen ahora sobre la situación de Irlanda del Norte? El IRA ha declarado la tregua, porque la “lucha armada” no ha llegado a ningún sitio. La idea de que podrían expulsar al ejército británico por tales medios era totalmente utópica, como señalamos desde el principio. Y ahora ¿adónde han llegado? Como los líderes de la OLP en Palestina, Mandela y Mbeki en Sudáfrica, los dirigentes del Sinn Fein han cambiado las bombas y las armas por la “política” -es decir un cómodo sillón y un salario de ministro. Están dispuestos a abandonar la causa por la que sus seguidores sacrificaron todo, en aras de una carrera y la respetabilidad burguesa. Aquí acaba siempre la “lucha armada” (terrorismo individual). Los marxistas rusos siempre caracterizaron a los terroristas como “liberales con bombas”. Ahora podemos ver que esa afirmación es correcta. Treinta años después, el IRA no ha dado un paso adelante en dirección a la unidad de Irlanda. Los líderes del Sinn Fein (el brazo político del IRA) firmaron el Acuerdo del Viernes Santo que ratifica el estatus de Irlanda del Norte como parte del Reino Unido. La “concesión” al “Acuerdo sobre la Frontera” con el sur fue simplemente una concesión a las aspiraciones republicanas, ya que el organismo norte-sur no tiene ningún poder.
Incluso este acuerdo era demasiado para los Unionistas, que al final dieron un golpe en el suelo con el tacón debido a la “entrega de las armas” (en la práctica el desarme del IRA). Esto ha originado una crisis porque el IRA no tiene ninguna intención de desarmarse. Las armas son necesarias, aparte de otras consideraciones, porque el movimiento republicano tiene una larga tradición de divisiones y luchas intestinas en los que los líderes de ayer se convierte en los clientes de mañana para las casas de pompas fúnebres. Grupos disidentes del IRA como el “IRA Continuidad” han puesto bombas. Exigir el desarme inmediato, era evidentemente una provocación de los Unionistas, sabían que el IRA se negaría. Esto ha llevado a la ruptura del Acuerdo y la suspensión de la Asamblea de Irlanda del Norte y la reintroducción del dominio directo de Londres.
Si hay un tema donde las sectas han jugado un papel especialmente pernicioso es sobre la cuestión irlandesa. Pusieron en práctica su política “práctica”, y apoyaron al IRA para abandonar una política de clase y convertirse en voceros sin sueldo del terrorismo. En la práctica era la capitulación ante el nacionalismo pequeñoburgués y el terrorismo individual, que en todos y cada uno de los casos ha llevado al desastre en la cuestión nacional. La vida ha demostrado que la política ‘práctica’ de capitular ante la pequeña burguesía tiene poco de práctica. Es una traición vergonzosa a la clase obrera y siempre conduce al desastre. Debemos dejar claro que los marxistas estamos a favor de la reunificación de Irlanda. Pero la unificación de Irlanda ahora está más lejos que en toda la historia, y esta situación es el resultado del terrorismo individual y el nacionalismo pequeñoburgués de los últimos treinta años.
En el momento de escribir este documento, la situación es muy inestable. Es posible que al verse al lado del abismo ambas partes den marcha atrás. Podrían llegar a algún tipo de acuerdo que implicara la entrega de algunas armas por parte del IRA. Después de treinta sangrientos años tanto católicos como protestantes están cansados de la guerra. El IRA corre el riesgo de perder apoyo. Pero aceptar un compromiso tampoco resolverá nada fundamental. La pregunta inevitable en las filas republicanas es: “¿Para qué hemos luchado estos últimos treinta años?”.
Sin duda estamos al principio del fermento entre las filas del republicanismo. Los elementos más conscientes y críticos con la política de la dirección no quieren regresar al callejón sin salida del terrorismo individual, estarán más abiertos a una política y alternativa de clase. La única salida es regresar a las ideas de James Connolly, a la bandera del socialismo. Esta es la única bandera que puede unir a la clase obrera, Naranja y Verde, Norte y Sur, y cruzar el Mar de Irlanda, en Inglaterra, Escocia y Gales, en la lucha contra un enemigo común: los bancos, los monopolios y el imperialismo británico. No es regresar a la “lucha armada” sino a las mejores tradiciones del laborismo irlandés, al marxismo. En el pasado decían: “Primero resolver la cuestión de la frontera, después hablaremos del socialismo”. Pero la experiencia de estas tres décadas ha demostrado que era un camino equivocado. Ahora podemos decir: la solución de las tareas aplazadas de la revolución democrático burguesa de Irlanda -reunificación irlandesa-, sólo se puede resolver con la toma del poder por el proletariado tanto en Irlanda como en Gran Bretaña. La burguesía irlandesa ha demostrado ser incapaz de resolver la cuestión. Es momento de tomar una dirección totalmente diferente. Marx hace mucho tiempo explicó que el destino de la revolución en Irlanda y Gran Bretaña estaban intrínsecamente unidas. Hoy esa afirmación es más correcta que nunca.
Euskadi
En España está la cuestión nacional de vascos, catalanes y gallegos. Durante décadas bajo la dictadura de Franco las lenguas, derechos y aspiraciones nacionales de estos pueblos fueron aplastados. Era natural que el derrocamiento del antiguo régimen diera un impulso poderoso a los movimientos nacionales de las nacionalidades. Trotsky dijo que el nacionalismo de las nacionalidades oprimidas era sólo la cáscara exterior de un bolchevismo inmaduro. Con la política, táctica y métodos correctos, es posible ganar a los mejores jóvenes nacionalistas para el marxismo. Pero la condición previa es mantener una posición firme. Mientras se defiende a la nacionalidad oprimida, es necesario criticar las ideas confusas del nacionalismo.
Una gran parte del problema es el colapso de la autoridad moral del marxismo a escala mundial. Marx, Lenin y Trotsky tenían una posición correcta sobre la cuestión nacional. Esto podría encontrar fácilmente una respuesta en las filas de los militantes nacionalistas. Pero a la juventud nacionalista les repugna la política de los dirigentes reformistas de las organizaciones obreras que inevitablemente adoptan la línea de la clase dominante sobre la cuestión nacional.
La Segunda Internacional, como hemos visto, tenía una posición muy confusa sobre la cuestión nacional. Vimos los resultados en 1914. En España el PSOE incluso en su mejor período comprendía muy poco la cuestión nacional, a pesar de tener una sólida base de apoyo en el País Vasco. Ahora el ala de derecha del PSOE ha abandonado cualquier intención de mantener una posición socialista sobre la cuestión nacional, como la han abandonado en el resto de los temas. Cuando Felipe González estaba en el poder y otros dirigentes “socialistas”, respaldaban activamente la guerra sucia de los servicios secretos del estado español contra ETA. No es asombroso que a la juventud vasca les repela el “socialismo”.
En el pasado habría sido natural que los jóvenes militantes nacionalistas gravitaran alrededor del Partido Comunista. La bandera revolucionaria de Octubre y el Partido Bolchevique dio una salida en líneas revolucionarias. Pero fruto de los crímenes del estalinismo, el movimiento dio un paso atrás. La decadencia ideológica del estalinismo ha producido todo tipo de distorsiones grotescas y confusas -maoísmo, castrismo, guerrillerismo- que han enturbiado el agua e introducido el confusionismo espantoso en las mentes de los jóvenes radicalizados. Ahora con el colapso del estalinismo, la confusión es aún mayor, con la extensión de todo tipo de comportamientos terroristas y anarquistas. Las ideas que pertenecían a la prehistoria del movimiento y hace mucho tiempo respondidas por Marx, Lenin y Trotsky, han resurgido disfrazadas como teorías “nuevas y modernas”.
A todo esto debemos añadir la monstruosa degeneración de la llamada Cuarta Internacional después de la muerte de Trotsky. El abandono total de las ideas más elementales de Lenin y Trotsky por los llamados “trotskistas” es más evidente en la cuestión nacional. Las sectas han flirteado con todos los grupos pequeñoburgueses nacionalistas y terroristas del mundo, y actuado como voceros sin sueldo del IRA, ETA, OLP o CNA. En aquellos casos (afortunadamente pocos) donde han conseguido alguna influencia, simplemente han servido para reforzar los prejuicios de la juventud y los ha llevado al desastre. Este fue el caso, por ejemplo, en Argentina y Uruguay en los años setenta, cuando estos elementos jugaron con el terrorismo y el “guerrillerismo urbano”. El resultado de estas aventuras fue la destrucción del movimiento y la victoria de dictaduras militares. Como resultado, un gran número de cuadros jóvenes perdieron sus vidas y la revolución se aplazó durante años.
Dada la ausencia total de autoridad del marxismo, es lógico que los jóvenes en el País Vasco, asqueados del estalinismo y la socialdemocracia, busquen una alternativa en ETA y Herri Batasuna. Hay jóvenes heroicos en las filas de los nacionalistas radicales vascos. Nuestra tarea es establecer un diálogo con ellos y convencerlos de que la única salida es conseguir su objetivo luchando por la revolución socialista. Inevitablemente, los mejores elementos llegarán a esta conclusión. Debemos ayudarlos a hacerlo, con argumentos pacientes, a través de la acción en todas las cuestiones donde alcancemos acuerdos, mientras insistimos en la necesidad de unir la lucha de los trabajadores y jóvenes de todo el estado español.
Parece ser una ley que los movimientos nacionalistas de masas, como Herri Batasuna, cuando llegan a un tamaño determinado siempre tienden a escindirse en líneas de clase. Estos movimientos siempre tienen una composición heterogénea. Por un lado hay elementos del ala de derecha -con frecuencia, aunque no siempre, asociados con el ala “militarista”-, pero en el ala izquierda hay muchos militantes honestos y luchadores y revolucionarios en potencia. Hace aproximadamente treinta años, en el sexto congreso de ETA se originó una escisión por la izquierda. Ante la ausencia de una alternativa real marxista los Mandelistas se orientaron hacia ETA y ganaron a muchos de ellos. Miles de buenos luchadores giraron al trotskismo. Con una política y perspectiva correctas una auténtica organización marxista de 10.000 personas en España habría jugado un papel crucial. Pero con la política equivocada de los Mandelistas, perdieron esa posición. Estos pequeñoburgueses dejaron escapar la oportunidad y pagaron por ese crimen. Hoy ya no existen, han resultado liquidados junto con las demás sectas. El camino está abierto para el desarrollo de una genuina tendencia marxista en Euskadi. Es evidente que muchos de los mejores cuadros vendrán de las filas y periferia de los abertzales (nacionalistas vascos radicales).
Con la firma de la tregua algo cambió en Herri Batasuna, ha cambiado su nombre por Euskal Herritarrok (Ciudadanos Vascos). Este es un movimiento grande. Existía auténtica entusiasmo en EH. Pero ahora las cosas han comenzado a cambiar. Los dirigentes políticos de EH de una forma oportunista se han aliado con el partido de la burguesía vasca, el PNV. Como siempre, los nacionalistas pequeñoburgueses actúan como un mecanismo para subordinar la clase obrera a “nuestra” burguesía. Pero todo trabajador vasco sabe que los banqueros e industriales vascos son tan malos como los capitalistas españoles. No hay nada que elegir entre ellos. Todos los militantes honestos de EH deben estar asqueados de este bloque monstruoso con el PNV.
Para empeorar las cosas la tregua ahora se ha roto. Existe la perspectiva de más atentados terroristas, que conducirá a más represión del estado y más prisioneros políticos. La vuelta al antiguo ciclo infernal que envenenó la vida social y política vasca durante décadas sin conseguir ninguno de sus objetivos. En ese camino ¡no hay salida para Euskadi! Ahora ETA ha roto la tregua, y hay fermento entre las bases. Sin duda buscarán una explicación y una salida. Es necesario explicarles de una forma firme y amistosa que no puede haber independencia para el País Vasco sobre bases capitalistas. Para tener éxito es necesaria una revolución tanto en España como en Francia. Y para conseguirlo, debemos adoptar una posición de clase e internacionalista, abandonar el callejón sin salida del terrorismo individual.
Los marxistas del Estado español pueden estar orgullosos de mantener una posición de clase firme. Han defendido consecuentemente los derechos nacionales de los vascos -incluido el derecho de autodeterminación. Hace poco elaboraron un documento muy bueno sobre la cuestión nacional en euskera y castellano. Nuestros libros traducidos al castellano fueron recibidos muy bien por Egin el periódico de Herri Batasuna. Esto demuestra que hay una capa de nacionalistas vascos que buscan una tendencia marxista. Es posible que los marxistas pueden ganar a una capa considerable de jóvenes militantes.
Desde el punto de vista del marxismo, el problema nacional es un desafío, pero también una maravillosa oportunidad. Trotsky dijo una vez que el nacionalismo de los pueblos oprimidos era sólo el “caparazón exterior de un bolchevismo inmaduro”. Si tomamos una posición firme sobre los problemas a los que se enfrentan los pueblos oprimidos nacionalmente, si luchamos enérgicamente contra todas las formas de opresión nacional, mientras vinculamos firmemente la solución del problema a la perspectiva de la transformación socialista de la sociedad, será posible ganar a los mejores elementos para el marxismo y construir una organización fuerte que pueda ofrecer una solución real al problema nacional de Euskal Herria sobre bases socialistas revolucionarias.
La cuestión nacional y los Balcanes
El ejemplo más espantoso de las consecuencias de una posición equivocada sobre la cuestión nacional es el destino de la antigua Yugoslavia. El pantano sangriento de guerras, locura chauvinista y “limpieza étnica” en el que está inmerso el que una vez fue un estado europeo avanzado y desarrollado, debería servir para aquellos que constantemente utilizan la “autodeterminación” como una panacea universal. Por desgracia parece que algunas personas son orgánicamente incapaces de pensar otra cosa. Nosotros explicamos desde el principio que no había un átomo de progresismo en la ruptura de la antigua Yugoslavia. En contraste cada una de las sectas que apoyaron o a los croatas, o a los serbios o la pequeña y pobre Bosnia, igual que a la pequeña y pobre Bélgica, o al ELK, en todos y cada uno de los casos han mantenido una posición reaccionaria.
La propaganda occidental -sea en relación con África, Rusia o los Balcanes- intenta presentar estas luchas como el producto del carácter nacional, atraso, raza, etc., Se dice que serbios, croatas, bosnios… no pueden vivir juntos, que se odian mutuamente, y cosas por el estilo. Esto es una mentira. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo un conflicto terrible entre serbios y croatas. En él los serbios fueron las víctimas, perseguidos por la Ushtasi fascistas croata, su violencia suscitó incluso las protestas de los nazis alemanes. Bajo Tito, el problema nacional en Yugoslavia se solucionó. Con la economía nacionalizada y planificada y el desarrollo de las fuerzas productivas y la política inteligente de Tito, que dio autonomía a cada una de las repúblicas y así evitar que una nacionalidad tuviera más poder que otra, el problema quedó relegado a un segundo plano. Los pueblos se mezclaron, serbios y croatas redujeron sus tensiones. Esto se consiguió con tasas de crecimiento económico del 10-11 por ciento anuales y el consiguiente aumento del nivel de vid. Como Lenin explicó, en última instancia la cuestión nacional es una cuestión de pan.
Con la crisis del estalinismo, el surgimiento del desempleo de masas en Yugoslavia, la inflación en los años setenta, todos los viejos demonios comenzaron a resurgir. Ahora, si se mira la historia de los últimos cincuenta años se saca la conclusión de que ni la burguesía ni los estalinistas pueden resolver la cuestión nacional. Tito lo consiguió momentáneamente, pero el chauvinismo es una parte integral del estalinismo, es el talón de Aquiles de los regímenes estalinistas, como Etiopía donde el régimen de Mengistu colapsó precisamente sobre la base de la cuestión nacional. Ellos no pueden resolverla.
Tito estableció diferentes repúblicas, cada una con su propia burocracia nacional que utilizó la cuestión nacional como un medio de reforzar su poder y privilegios. Hay una lógica ineludible a esto que surge directamente de la teoría del socialismo en un solo país. Esta teoría anti marxista, nacionalista en el fondo, jugó un papel nefasto en la desintegración de Yugoslavia. Las tendencias nacionalistas de serbios, croatas, eslovenos y otras burocracias rivales abrazaron entusiastamente esta “teoría” -para sus propias repúblicas. Deliberadamente azuzaron las diferencias nacionales, si podés tener “socialismo” ruso, “socialismo” chino, y demás, ¿por qué no tener “socialismo” en Eslovenia, Croacia y Macedonia?. Con la crisis económica del régimen burocrático en Yugoslavia, crecieron las tensiones entre las repúblicas. Cada camarilla regional lo utilizó para mejorar la posición de “su” república a expensas de las demás. Esto sembró las semillas de la ruptura de Yugoslavia.
Particularmente monstruoso fue el papel de las burocracias reaccionarias y privilegiadas de Croacia y Eslovenia. Aunque su industria se debe al trabajo y recursos colectivos de toda Yugoslavia, querían quedársela ellas solas. Pero esto fue sólo un elemento en la ecuación. La historia de Yugoslavia y los Balcanes en general demuestra que en todas las luchas nacionales por la autodeterminación que han tenido lugar desde el siglo XX, ha estado involucrada una u otra potencia. El zarismo ruso, el imperialismo alemán, el francés, británico, todos utilizaron las luchas de las pequeñas naciones para sus intrigas.
Trotsky y los Balcanes
¿Cuál fue la posición de los marxistas en las guerras balcánicas de 1912-1914? A pesar de que, al menos inicialmente, la lucha de los eslavos balcánicos por la emancipación nacional contra los turcos tenía un carácter semiprogresista, se puede buscar en vano en los escritos de Lenin y Trotsky para encontrar el más mínimo apoyo a cualquiera de estas naciones. Trotsky que estaba en los Balcanes como corresponsal de guerra, escribió muchos artículos sobre las guerras balcánicas en los que denunciaba la conducta monstruosa de todas las potencias beligerantes. Pero en ningún momento apoyó a ninguna de las pandillas nacionalistas rivales. Estas eran guerras reaccionarias, depredadoras mirara por donde se mirara. Y ¿si ese fue el caso entonces que habría dicho Lenin de la actual situación de Yugoslavia?.
Las sectas que se declaran marxistas parece que sufren de un tic nervioso. Tan pronto como estalla una guerra inmediatamente preguntan: “¿A quién apoyás?”. Como si los marxistas tuviéramos la obligación de tomar partido en los conflictos entre las camarillas dominantes. La posición del marxismo sobre la guerra ya la explicó claramente Lenin. La guerra es la continuación de la política por otros medios. Si apoyamos a una parte o a otra en una guerra depende de si la guerra tiene un contenido progresista o reaccionario. Esta decisión está determinada, no por las proclamas generales a favor del “derecho de autodeterminación”, sino exclusivamente por los intereses generales del proletariado y la revolución mundial.
La posición de los marxistas en las Guerras Balcánicas de 1912-13 no fue tomar parte por un grupo u otro, sino luchar por una federación democrática de los Balcanes. Esta fue la posición de Lenin, Trotsky y ese gran marxista e internacionalista balcánico, Christian Rakovsky, que se convirtió en un dirigente trotskista y fue purgado y fusilado por las órdenes de Stalin en 1941. Rakovsky tenía una larga historia como figura dirigente en el movimiento socialista balcánico. En 1903, el mismo año en que el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso se dividía en Bolcheviques y Mencheviques, ocurrió una escisión similar en el Partido Búlgaro entre las tendencias “amplia” y “estrecha”. El ala de izquierda (“tesnyaki”) estaba dirigida por el veterano marxista Blagoev, junto con el destacado marxista balcánico Christian Rakovsky. Después de la Revolución de Octubre la Internacional Comunista defendía una Federación Socialista de los Balcanes. Esta idea fue desarrollada por Christian Rakovsky incluso antes de 1917. Los marxistas siempre lucharon contra la división de los Balcanes en pequeños estados que inevitablemente se convertirían en el instrumento de una u otra potencia imperialista. Luchaban contra la Balcanización y a favor de la Federación. Antes de la Primera Guerra Mundial, cuando Trotsky era corresponsal en los Balcanes, siguió de cerca la situación y escribía:
“No es su diversidad nacional lo que pesa como una maldición, sino su división en muchos estados [los
Balcanes]. Las fronteras los dividen artificialmente. Las maquinaciones de las potencias capitalistas están entretejidas con las intrigas sangrientas de las dinastías balcánicas. Si continúan estas condiciones la Península Balcánica será una caja de Pandora”. (Trotsky. Las Guerras Balcánicas. Pág. 12. En la edición en inglés).
Cuando Austria–Hungría ocupó Bosnia–Herzegovina, y Serbia clamó sed de venganza, la socialdemocracia serbia se mantuvo firme frente a la histeria chauvinista. Igualmente los socialdemócratas búlgaros se opusieron a su propia camarilla dominante y a la intromisión de Rusia en los Balcanes. Se celebró un Congreso de los partidos socialistas balcánicos en Belgrado en enero de 1910, con representantes de los Partidos Socialdemócratas de Serbia, Rumania, Bulgaria, Turquía y los Partidos Socialdemócratas yugoslavo de Austria–Hungría y un pequeño grupo de Socialdemócratas de Montenegro. En su programa el congreso acordó los objetivos de la Socialdemocracia Balcánica:
“Liberarse del particularismo y la estrechez de miras nacionalista, eliminar las fronteras que dividen pueblos que comparten una cultura y un idioma similar, vincularlas económica y finalmente barrer cualquier forma de dominio extranjero tanto directo como indirecto que priva a los pueblos de su derecho a decidir por sí mismos su propio destino”. (Ibíd.).
“Las necesidades del desarrollo capitalista chocan continuamente con los límites de los particularismos en los Balcanes… El gobierno zarista, incapaz de jugar un papel independiente en la península, intenta presentarse como el instigador y patrocinador de la liga Búlgaro-Serbio-Turca, dirigida contra Austria-Hungría. Pero estos son sólo planes difusos para una alianza temporal de las dinastías balcánicas y partidos políticos que por su propia naturaleza son incapaces de garantizar la libertad y la paz en los Balcanes. El programa del proletariado no tiene nada en común con todo eso. Su objetivo va en contra de las dinastías balcánicas y camarillas políticas, contra el militarismo de los estados balcánicos y contra el imperialismo europeo; contra la Rusia oficial igual que contra la Austria de los Habsburgo. Su método no son las maniobras diplomáticas sino la lucha de clases, no las guerras balcánicas sino las revoluciones balcánicas“. (Ibíd. Pág. 30. El énfasis es nuestro). ¡Qué vigencia tienen estas líneas! ¡Y qué relevante la crisis actual en los Balcanes!.
Los Balcanes estaban divididos en minúsculos estados aplastados por la bota del militarismo. En su artículo La cuestión Balcánica y la Socialdemocracia, Trotsky escribía:
“La única salida del caos estatal y nacional y la confusión sangrienta de la vida Balcánica es la unión de todos los pueblos de la Península en una sólo entidad económica y política, basada en la autonomía nacional de las partes constituyentes. Sólo dentro del marco de un solo estado Balcánico pueden serbios, macedonios, Sanjak, Serbia y Montenegro unirse en una sola comunidad nacional y cultural, disfrutando al mismo tiempo de la ventaja de un mercado común balcánico. Sólo la unidad de los pueblos Balcánicos puede dar frenar las pretensiones descaradas del zarismo e imperialismo europeo”.
Y Trotsky continua con una aviso profético: “La unidad estatal de la Península Balcánica se puede conseguir de dos formas: o desde arriba, con la expansión de un estado balcánico, cualquiera que demostrara ser el más fuerte, a expensas de los más débiles -este es el camino de las guerras de exterminio y la opresión de las naciones débiles, un camino que consolida la monarquía y el militarismo; o desde abajo, la unión de los mismos pueblos- es decir el camino que supone derrocar a las dinastías balcánicas y desplegar la bandera de la república federal balcánica”. (Ibíd. Pág. 40).
Ésta fue siempre la posición de los marxistas con relación a la cuestión balcánica. No la posición de apoyar a una u otra camarilla nacional sobre la supuesta “autodeterminación” sino el programa revolucionario de una federación balcánica. Cada uno de los grupos nacionales en los Balcanes siempre le gusta presentarse en el papel de víctima y parte agraviada, luchando contra la injusticia por unos supuestos “derechos nacionales” y la “soberanía”. En realidad detrás de la consigna de los “derechos nacionales” se esconde los intereses creados de la camarilla dominante, que sólo está interesada en adquirir territorios de otros estados y oprimir a las naciones más débiles. Es decir lo que son “derechos nacionales” para algunos siempre para el resto se convierte en opresión nacional. Es más detrás de cada camarilla dominante nacional siempre está un “gran hermano” u otro. Así que la supuesta lucha por la “soberanía nacional” siempre significa la subordinación de la nación a una de las grandes potencias extranjeras.
“La política de cada una de estas monarquías balcánicas, con sus ministros y partidos dominantes, tiene como objetivo aparente la unificación de la zona más grande de la península balcánica bajo un solo rey. La ‘Gran Bulgaria, ‘Gran Serbia’. ‘Gran Grecia’ son consignas típicas de esta política. Aunque hoy en día nadie toma estas consignas seriamente, son mentiras semifeudales que intentan sólo ganar popularidad entre la gente. Las dinastías balcánicas, instaladas artificialmente por la diplomacia europea y que carecen de bases históricas, son demasiado insignificantes y están tan inseguras en sus tronos que no pueden aventurar una política exterior como la de Bismarck cuando unificó Alemania a sangre y hierro. El primer golpe serio barrería a los Karageorgeviches, Coburgs y otras coronas liliputienses de los Balcanes. La burguesía balcánica como en todos los países que han llegado demasiado tarde al camino del desarrollo capitalista, políticamente es estéril, cobarde, carente de talento, y chovinista. Las masas campesinas están demasiado dispersas, ignorantes, indiferentes a la política para cualquier iniciativa política, por consiguiente, la tarea de crear relaciones normales de existencia estatal y nacional en los Balcanes cae por su peso histórico sobre los hombros del proletariado balcánico”. (Ibíd. Pág. 40).
La cuestión nacional en los Balcanes sólo la puede resolver el proletariado, con un programa de independencia de clase, revolución socialista e internacionalismo. Como señala Trotsky: “La garantía histórica de la independencia de los Balcanes y de la libertad de Rusia reside en una colaboración revolucionaria entre los trabajadores de San Petersburgo y Varsovia y los trabajadores de Belgrado y Sofía”. (Ibíd. Pág. 41-42). “Como en Rusia el principal peso de la lucha contra el régimen burocrático patriarcal recae sobre los hombros del proletariado, en los Balcanes sólo el proletariado tiene la tarea inmensa de establecer las condiciones normales para la coexistencia y colaboración entre los muchos pueblos y razas de la península”.(Ibíd. Pág.30).
¡Por una Federación Socialista de los Balcanes!
La experiencia de Yugoslavia confirma totalmente la posición marxista descrita arriba. Basta con plantear la cuestión concretamente para llegar a la respuesta correcta. Ocho años después del comienzo de las hostilidades, ¿cuál es el balance real del desmembramiento de Yugoslavia? ¿Ha fortalecido a la clase obrera y el movimiento revolucionario? ¿Ha acercado a los pueblos?. ¿Ha solucionado alguno de los problemas? ¿Ha desarrollado los medios de producción? Las preguntas se responden por sí mismas. La ruptura de Yugoslavia es una catástrofe absoluta y un desastre desde el punto de vista de la clase obrera. Y este crimen contra la clase obrera no puede justificarse por las referencias al derecho de cualquier nación a la autodeterminación. Y ahora tenemos la nueva lucha en Kosovo. Por supuesto apoyamos la autodeterminación de los kosovares. Tienen el derecho a su propio territorio, tienen el derecho a no ser oprimidos y asesinados. Pero la cosa no es tan simple como eso. Siempre hay que decir la verdad. Y la verdad es esta: que una vez más se ha manipulado el destino de un pequeño pueblo y el imperialismo lo ha explotado para sus propósitos. Como dijimos desde el principio, una vez han utilizado a los kosovares, la OTAN los abandonará y traicionará. Siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá.
Si se permite a Kosovo ser independiente, sería inevitable la tendencia a unirse con el estado albanés, y crearía el monstruo de la Gran Albania -siguiendo los pasos de la Gran Croacia, Gran Serbia, Gran Bulgaria, Gran Grecia. El pequeño estado de Macedonia es muy frágil, y tiene una importante minoría albanesa. Si Macedonia se resquebraja, inevitable en esas circunstancias, entonces habría una guerra. Sería una guerra diferente de la que hemos visto hasta ahora en los Balcanes. La guerra en Yugoslavia fue una guerra entre milicias. Si Macedonia se rompe, serbios, albaneses, búlgaros, griegos y finalmente turcos, todos se verían implicados. Una guerra entre Grecia y Turquía -dos miembros de la OTAN- sería una catástrofe para todos los pueblos y una pesadilla para los americanos. Esto es algo que Washington no puede tolerar. Intentó presionar a Milosevic para que hiciera concesiones. Cuando fracasó, desató una guerra sin planes o perspectivas. La CIA convenció a Clinton de que la guerra pondría en pocos días a Milosevic de rodillas. Este plan fracasó y la posición de EEUU sólo se salvó por la presión de Rusia a Milosevic, que consiguió llegar a un acuerdo. ¿Con qué resultados?
Los kosovares tienen el derecho de autodeterminación, como los serbios, bosnios, kurdos, macedonios y palestinos. Pero hay un pequeño problema. ¿Cómo se consigue el derecho de autodeterminación?. ¿Cómo se ejerce este derecho en la practica?. Los serbios no van a renunciar voluntariamente al control de Kosovo, lo consideran una parte inalienable del territorio serbio. El problema es que los kosovares -o al menos el ELK- miraba al imperialismo americano para que les ayudara. ¿Qué solucionó la aventura militar de la OTAN en Kosovo?. Nada. Empeoró la situación, sembró las semillas de nuevas guerras y pesadillas. El nacionalismo y el chovinismo en los Balcanes, como siempre, juega un papel pernicioso y dirige al impasse sangriento. Los dirigentes reaccionarios el ELK, están instalados en posiciones de poder por el imperialismo USA, y ahora juegan un papel más monstruoso. Mientras asesinan y oprimen a los trabajadores y campesinos serbios, intentan ocupar todas las posiciones clave, y se llenan los bolsillos con el saqueo, la extorsión, el tráfico de drogas y otros crímenes. Pero hay límites para que el ELK consiga lo que quiera. Los albaneses de Kosovo vivirán para arrepentirse de haber depositado su buena fe en los imperialistas.
Aunque Washington está desesperado por salir de Kosovo, tendrán que seguir allí durante bastante tiempo. Ahora hay otro ‘gran hermano’ escondido en la parte trasera, Rusia, que también tiene intereses en esa zona. Las contradicciones entre Rusia y América crecen con el tiempo. Consecuentemente Moscú está estimulando a Milosevic para plantear la cuestión del control serbio de Kosovo. Además, la ley internacional, según el compromiso alcanzado entre Belgrado y la OTAN, Kosovo formalmente es parte del territorio de Yugoslavia. Por su parte la OTAN (es decir el imperialismo USA) no quiere un Kosovo albanés independiente, porque teme (no sin razón) que llevaría a la formación de la Gran Albania, que inmediatamente desestabilizaría Macedonia y Montenegro, esparciendo de nuevo las guerras aún más destructivas. Esta contradicción inevitablemente significará que los albanokosovares entrarán en conflicto con las fuerzas de la OTAN. Esto ya lo dijimos hace tiempo, y ya desde el principio se han producido choques en Mitrovica. De esta forma no se ha resulto nada y se ha convertido en una pesadilla que preocupa a todos. Una vez más el intento de resolver el problema nacional sobre bases capitalistas ha terminado en desastre.
Hace tiempo Engels explicó que la condición previa para resolver el problema nacional en los Balcanes era la eliminación de la injerencia de las potencias extranjeras. En ese momento pensaba principalmente en Rusia. Más tarde Alemania e Italia jugaron el mismo papel pernicioso. Ahora es EEUU y Alemania. Sólo derrocando al capitalismo es posible romper el dominio completo del imperialismo en los Balcanes y permitir una alternativa genuinamente democrática a la conocida monstruosidad de la historia en nombre de la “balcanización”. Sólo de esta forma se puede llegar a una posición donde como escribió Engels: “Magiares, rumanos, serbios, búlgaros, arnauts (el nombre turco de los albaneses), griegos, armenios y tucos puedan al menos llegar a una posición en que calmen sus diferencias mutuas sin la interferencia de potencias extrajeras, establecer entre ellos vínculos según sus propias necesidades y deseos”. (Vol. 27. Pág. 47).
Sólo hay una salida y es regresar a la posición de Lenin. Él no tuvo miedo en decir a los Polacos en 1916 que la independencia no era la solución, que era una utopía que la única salida era conseguir una independencia genuina es la revolución en Rusia y la revolución en Alemania. Lo mismo se puede decir hoy a los kosovares. El intento de resolver sus problemas en bases nacionalistas no lleva a ninguna parte. La única salida consiste en la formación de un poder obrero en Serbia y en el conjunto de la antigua Yugoslavia. Esto sólo se puede conseguir con la lucha unitaria de los trabajadores y campesinos de Yugoslavia.
Los trabajadores y campesinos de Serbia, Croacia, Macedonia -e incluso Kosovo- deben mirar ahora atrás con nostalgia al período de Tito que parece un sueño en comparación con el actual. La restauración de una federación de todos los pueblos, basada en la economía nacionalizada y planificada es una necesidad absoluta. Pero esta federación debe estar controlada democráticamente y administrada por la propia clase obrera, y no por las camarillas de burócratas privilegiados con intereses creados en estimular las diferencias nacionales en sus propios intereses -es decir una Federación Socialista de los Balcanes. Sólo la clase obrera no tiene interés en oprimir a otras nacionalidades. Por eso Lenin repetía con frecuencia que la solución a la cuestión nacional sólo la puede alcanzar el proletariado tomando el poder en sus manos. Cualquier otra solución llevará en el mejor de los casos a un paso parcial e inestable, y en el peor a una completa catástrofe. El destino de la antigua Yugoslavia es un aviso sombrío para todos los trabajadores.
¡Por una política internacionalista!
Sólo tiene patria quien posee la propiedad o, en el cualquier caso, tiene la libertad y los medios paraconseguirla. Quién no tiene eso no tiene patria (Weitling)
Los obreros no tienen patria (El Manifiesto Comunista)
La cuestión nacional es un tema tan amplio que el actual documento no pretende hacer otra cosa que resumir los principales puntos de la posición marxista. Pretende ser el punto de partida para un debate más amplio sobre esta cuestión para que el movimiento obrero pueda llegar a una posición clara. A través de la discusión seria de la cuestión nacional se puede elevar el nivel de los trabajadores y jóvenes avanzados, podemos tener un gran impacto a escala mundial, y sentar las bases para la formación de un movimiento internacional sobre la base sólida de la teoría marxista. En El Manifiesto Comunista, Marx y Engels señalaron que la primera tarea del proletariado es “acabar primero con su propia burguesía” -derrocar a la burguesía de su propio país y ponerse a la cabeza de la nación. Pero además añadían que: “Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía”. (Marx y Engels. El Manifiesto Comunista. Madrid. Fundación Federico Engels. 1996. Pág. 50). ¿Qué significa?. Es obvio que la clase obrera debe primero conquistar el poder en su propio país. “Pero, en la medida que el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”. (Ibíd. Pág. 56)
Pero de acuerdo con Marx, esta es sólo la forma y no el contenido de la revolución socialista. Una vez conquistado el poder en un país los trabajadores se enfrentarán a la oposición de la burguesía del resto de países. El significado interno de la revolución proletaria no es nacional, sino internacional, y no puede tener éxito hasta su extensión a los principales países del capitalismo.
“El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.
El dominio del proletariado los hará desaparecer más deprisa todavía. La acción común, al menos de los países civilizados, es una de las primeras condiciones de su emancipación.
En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.”. (Ibíd. Pág. 56)
Por supuesto para los marxistas la teoría es una guía para la acción. Es una obligación elemental para luchar contra cada manifestación de opresión nacional, racismo, discriminación e injusticia. Es necesario elaborar en cada país un programa concreto de reivindicaciones a este respecto. Sin la lucha diaria bajo el capitalismo, la revolución socialista será una utopía. Las masas sólo pueden entrenarse y prepararse para la lucha final participando en todas las batallas parciales -huelgas, manifestaciones…. Es obviamente correcto y necesario luchar por cada paso adelante, no importa que sea parcial, que tienda a mejorar las condiciones de las masas. Eso aplica no sólo a las reformas sociales, educación, salud y vivienda, pensiones, etc., sino también a las demandas democráticas hasta el grado que estas conserven la más mínima vitalidad.
En Gran Bretaña por ejemplo, es necesario luchar por la abolición de la monarquía y la Casa de los Lores -reliquias reaccionarias del feudalismo. En cada país tenemos los derechos de las mujeres y lucharemos por la legislación más avanzada en casos como el aborto y el divorcio. También se aplica a la cuestión nacional. Los marxistas británicos damos un apoyo crítico a la autonomía de Escocia y Gales. Es una reivindicación democrática elemental, y es obligación de los marxistas apoyar cualquier reivindicación democrática que tenga el más mínimo contenido progresista. La creación de los parlamentos de Gales y Escocia no resolverá nada fundamental, pero es una reforma democrática parcial a la que no nos oponemos los socialistas.
Pero no es suficiente. en las condiciones modernas, ninguna reforma, sea económica, social o democrática, puede durar mucho si no conduce a un cambio fundamental de la sociedad. En 1920, en el Segundo congreso de la Internacional Comunista, Lenin decía que la cuestión nacional sólo se podía resolver con la victoria del proletariado, y propuso eliminar del programa de la Internacional la consigna del movimiento democrático burgués, y sustituirla por la expresión “movimientos de liberación nacional”. Su significado parece que se ha perdido con el tiempo para aquellos ‘marxistas’ que han capitulado a la presión de los dirigentes nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses, que exigen a la clase obrera que dejen a un lado la lucha por el socialismo y la subordinen a la ‘lucha nacional’. La posición leninista Trotsky la resumía de la siguiente forma: “El derecho a la autodeterminación nacional es por supuesto,un principio democrático, no socialista. Pero sólo el proletariado revolucionario en nuestra época apoya los principios genuinamente democráticos; por esta razón los entrelaza con las tareas socialistas”. (Trotsky. Escritos. 1939-40. Pág. 45. Edición en inglés. Énfasis nuestro).
Esa es la posición del genuino marxismo que nosotros defendemos. En las condiciones actuales es necesario en cada etapa unir firmemente la lucha por las reivindicaciones democráticas a la perspectiva de la transformación socialista de la sociedad -la expropiación de los banqueros y capitalistas. Y la condición previa para ello es la unidad incondicional de la clase obrera y sus organizaciones. Nuestra consigna de lucha no es “nación contra nación”, sino “clase contra clase”. Nuestro objetivo no se limita a una nación, es el socialismo mundial. Esa fue la posición de todos los grandes marxistas del pasado. En 1916, en un período de oscura reacción, cuando Europa estaba en medio de una guerra catastrófica Lenin escribía lo siguiente: “El objetivo del socialismo no sólo es poner fin a la división de la humanidad en minúsculos estados y al aislamiento de las naciones en todas su formas, también el acercamiento de las naciones y su fusión”. (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación).
A pesar de todas las evidencias, los apologistas del capitalismo no quieren reconocer lo que cada vez es más evidente: el estado nacional en sí mismo ahora juega el mismo papel retrógrado que jugaron los antiguos particularismos feudales, fronteras locales y peajes del pasado. El progreso de la cultura y civilización humanas sólo será posible con la destrucción total de estas arcaicas barreras y su sustitución por el desarrollo planificado y armonioso de las fuerzas productivas a escala mundial. No el nacionalismo pasado de moda, sino el internacionalismo socialista es la única esperanza para la raza humana. Como explicó León Trotsky, el objetivo de los socialistas no es la formación de nuevas fronteras -nuevas fronteras en el camino del progreso humano, sino la eliminación de todas las fronteras y la creación de un nuevo orden mundial socialista.
“Todas las fronteras estatales son sólo grilletes de las fuerzas productivas. La tarea del proletariado no es mantener el statu quo -la preservación de las fronteras- todo lo contrario, trabajar para su eliminación revolucionaria con el objetivo de crear los Estados Unidos Socialistas de Europa y de todo el mundo”. (Trotsky. Escritos. 1935-36)
20 de febrero de 2000