Cultura y Socialismo

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En este fascinante y profundo artículo, Trotski explica la relación entre el desarrollo de la tecnología y el de la cultura humana. A continuación examina el papel de la cultura en la construcción del socialismo y señala el camino a seguir para la Unión Soviética, que intentaba sentar las bases del socialismo en condiciones de aislamiento y atraso.


  1. Tecnología y cultura

Empecemos recordando que cultura significó originalmente campo arado y cultivado, en oposición a la floresta o al suelo virgen. La cultura se oponía a la Naturaleza, es decir, lo que el hombre había conseguido con sus esfuerzos se contrastaba con lo que había recibido de la Naturaleza. Esta antítesis fundamental conserva su valor hoy día.

Cultura es todo lo que ha sido creado, construido, aprendido, conquistado por el hombre en el curso de su Historia, a diferencia de lo que ha recibido de la Naturaleza, incluyendo la propia historia natural del hombre como especie animal. La ciencia que estudia al hombre como producto de la evolución animal se llama antropología. Pero desde el momento en que el hombre se separó del reino animal -y esto sucedió cuando fue capaz de utilizar los primeros instrumentos de piedra y madera y con ellos armó los órganos de su cuerpo-, comenzó a crear y acumular cultura, esto es, todo tipo de conocimientos y habilidades para luchar con la Naturaleza y subyugarla.

Cuando hablamos de la cultura acumulada por las generaciones pasadas pensamos fundamentalmente en sus logros materiales, en la forma de los instrumentos, en la maquinaria, en los edificios, en los monumentos… ¿Es esto cultura? Desde luego son las formas materiales en las que se ha ido depositando la cultura -cultura material-. Ella es la que crea, sobre las bases proporcionadas por la Naturaleza, el marco fundamental de nuestras vidas, nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo creativo. Pero la parte más preciosa de la cultura es la que se deposita en la propia conciencia humana, los métodos, costumbres, habilidades adquiridas y desarrolladas a partir de la cultura material preexistente y que, a la vez que son resultado suyo, la enriquecen. Por tanto, consideraremos como firmemente demostrado que la cultura es un producto de la lucha del hombre por la supervivencia, por la mejora de sus condiciones de vida, por el aumento de poder. Pero de estas bases también han surgido las clases. A través de su proceso de adaptación a la Naturaleza, en conflicto con las fuerzas exteriores hostiles, la sociedad humana se ha conformado como una compleja organización clasista. La estructura de clase de la sociedad ha determinado en alto grado el contenido y la forma de la historia humana, es decir, las relaciones materiales y sus reflejos ideológicos. Esto significa que la cultura histórica ha poseído un carácter de clase.

La sociedad esclavista, la feudal, la burguesa, todas han engendrado su cultura correspondiente, diferente en sus distintas etapas y con multitud de formas de transición. La sociedad histórica ha sido una organización para la explotación del hombre por el hombre. La cultura ha servido a la organización de clase de la sociedad. La sociedad de explotadores ha creado una cultura a su imagen y semejanza. ¿Pero debemos estar por esto en contra de toda la cultura del pasado?

Aquí existe, de hecho, una profunda contradicción. Todo lo que ha sido conquistado, creado, construido por los esfuerzos del hombre y que sirve para reforzar el poder del hombre, es cultura. Sin embargo, dado que no se trata del hombre individual, sino del hombre social, dado que en su esencia la cultura es un fenómeno socio histórico y que la sociedad histórica ha sido y continúa siendo una sociedad de clases, la cultura se convierte en el principal instrumento de la opresión de clase. Marx dijo: “Las ideas dominantes de una época son esencialmente las ideas de su clase dominante.” Esto también se aplica a toda la cultura en su conjunto. Y, no obstante, nosotros decimos a la clase obrera: asimila toda la cultura del pasado, de otra forma no construirás el socialismo. ¿Cómo se explica esto?

Sobre esta contradicción mucha gente ha dado un traspiés, y si los tropezones son tan frecuentes es porque se enfoca la concepción de la sociedad de clases de una forma superficial, semi idealista, olvidando que lo fundamental de ella es la organización de la producción. Cada sociedad de clases se ha constituido sobre determinados métodos de lucha contra la Naturaleza y estos métodos se han ido modificando siguiendo el desarrollo de la técnica. ¿Qué es lo primero, la organización clasista de una sociedad o sus fuerzas productivas? Sin duda, sus fuerzas productivas. Sobre ellas es sobre lo que, dependiendo de su desarrollo, se modelan y remodelan las sociedades. En las fuerzas productivas se expresa de forma material la habilidad económica de la Humanidad, su habilidad histórica, para asegurarse la existencia. Sobre estos cimientos dinámicos se levantan las clases que, en su interrelación, determinan el carácter de la cultura.

Y ahora, antes que nada, nos tenemos que preguntar con respecto a la técnica: ¿es únicamente un instrumento de la opresión de clase? Basta exponer tal problema para que se conteste inmediatamente: No; la técnica es la principal conquista de la Humanidad; aunque hasta el momento haya servido como instrumento de explotación, al mismo tiempo es la condición fundamental para la emancipación de los explotados. La máquina estrangula al esclavo asalariado dentro de su puño; pero el esclavo sólo puede liberarse a través de la máquina. Aquí está la raíz del problema.

Si no olvidamos que la fuerza impulsora del proceso histórico es el desarrollo de las fuerzas productivas, liberando al hombre de la dominación de la Naturaleza, entonces encontramos que el proletariado necesita conocer la totalidad de los conocimientos y técnicas creadas por la Humanidad en el curso de su historia, para elevarse y reconstruir la vida sobre los principios de la solidaridad.

“¿Impulsa la cultura a la técnica, o es la técnica la que impulsa a la cultura?” Plantea una de las preguntas que tengo ante mí por escrito. Es erróneo plantear la cuestión de tal forma. La técnica no puede ser enfrentada a la cultura, ya que constituye su principal instrumento. Sin técnica no existe cultura. El desarrollo de la técnica impulsa la cultura. Y la ciencia o la cultura general levantadas sobre la base de la técnica, constituyen, a su vez, una potente ayuda para el desarrollo posterior de la técnica. Nos encontramos ante una interacción dialéctica.

Camaradas, si queréis un ejemplo sencillo, pero expresivo de las contradicciones contenidas en la propia técnica, no encontraréis otro mejor que el de los ferrocarriles. Si veis los trenes de pasajeros de Europa occidental, apreciaréis que tienen coches de diferentes “clases”. Estas clases nos traen a la memoria las clases de la sociedad capitalista. Los vagones de primera son para los privilegiados círculos superiores; los de segunda clase, para la burguesía media; los de tercera, para la pequeña burguesía, y los de cuarta, para el proletariado, que antiguamente fue llamado, con muy buena razón, el Cuarto Estado. En sí mismos, los ferrocarriles suponen una conquista técnico-cultural colosal para la Humanidad y en un solo siglo han transformado la faz de la Tierra. Pero la estructura clasista de la sociedad también revierte en la de los medios de comunicación; y nuestros ferrocarriles soviéticos aún están muy lejos de la igualdad no sólo porque utilicen los coches heredados del pasado, sino también porque la N. E. P. prepara el camino para la igualdad, pero no la realiza.

Antes de la época del ferrocarril la civilización se desenvolvía junto a las costas de los mares y las riberas de los grandes ríos. El ferrocarril abrió continentes enteros a la cultura capitalista. Una de las principales causas, si no la principal, del atraso y la desolación del campo ruso es la carencia de ferrocarriles, carreteras y caminos vecinales. Así, las condiciones en que viven la mayoría de las aldeas son todavía precapitalistas. Tenemos que vencer lo que es nuestro mayor aliado y a la vez nuestro más grande adversario: nuestros grandes espacios. La economía socialista es una economía planificada. La planificación supone principalmente comunicación; y los medios de comunicación más importantes son las carreteras y los ferrocarriles. Toda nueva línea de ferrocarril es un camino hacia la cultura, y en nuestras condiciones también un camino hacia el socialismo. Además, al progresar la técnica de las comunicaciones y la prosperidad del país, el entorno social de nuestros ferrocarriles cambiará: desaparecerá la separación en distintas “clases”, todo el mundo podrá viajar en vagones cómodos… y ello si en ese momento la gente todavía viaja en tren y no prefiere el aeroplano, cuando sea accesible a todos.

Tomemos otro ejemplo: los instrumentos del militarismo, los medios de exterminio. En este campo, la naturaleza clasista de la sociedad se expresa de un modo especialmente candente y repulsivo. Sin embargo, no existe sustancia destructiva (explosiva o venenosa), cuyo descubrimiento no haya sido en sí mismo una importante conquista científica y técnica. Las sustancias explosivas o las venenosas también se usan para fines creativos y han abierto nuevas posibilidades en el campo de la investigación.

El proletariado sólo puede tomar el poder quebrando la vieja maquinaria del Estado clasista. Nosotros hemos llevado a cabo esta tarea como nadie lo había hecho antes. Sin embargo, al construir la maquinaria del nuevo Estado hemos tenido que utilizar, en un grado bastante considerable, elementos del viejo. La futura reconstrucción socialista de la maquinaria estatal está estrechamente ligada a nuestras realizaciones políticas, económicas y culturales.

No debemos destrozar la técnica. El proletariado ha tomado posesión de las fábricas equipadas por la burguesía en el mismo estado en que las encontró la revolución. El viejo equipo todavía nos sirve. Este hecho nos muestra de manera gráfica y directa que no podemos renunciar a la “herencia”. Sin embargo, la vieja técnica, en el estado en que la hemos encontrado, es completamente inadecuada para el socialismo, al constituir una cristalización de la anarquía de la economía capitalista. La competencia entre diferentes empresas a la busca de ganancias, la desigualdad de desarrollo entre los distintos sectores de la economía, el atraso de ciertos campos, la atomización de la agricultura, la apropiación de fuerza humana, todo ello encuentra en la técnica una expresión de hierro y bronce. Pero mientras la maquinaria de la opresión de clase puede ser destrozada por un golpe revolucionario, la maquinaria productiva de la anarquía capitalista sólo puede ser reconstruida en forma gradual. El período de restauración en base al viejo equipo no ha hecho más que colocarnos ante el umbral de esta enorme tarea. Debemos completarla cueste lo que cueste.

  1. La herencia de la cultura espiritual

La cultura espiritual es tan contradictoria como la material. Y si de los arsenales y de los almacenes de la cultura material tomamos y ponemos en circulación no arcos y flechas, ni instrumentos de piedra, o de la Edad de Bronce, sino las herramientas más desarrolladas y de técnica más moderna de que podemos disponer, en lo referente a la cultura espiritual debemos actuar de la misma forma.

El elemento fundamental de la cultura de la vieja sociedad era la religión. Poseyó una importancia suprema como forma de conocimiento y unidad humana; pero por encima de todo, en ella se reflejaba la debilidad del hombre frente a la Naturaleza y su impotencia dentro de la sociedad. Nosotros rechazamos totalmente la religión y todos sus sustitutos.

Con la filosofía resulta distinto. De la filosofía creada por la sociedad de clases debemos tomar dos elementos inapreciables: el materialismo y la dialéctica. Gracias a la combinación orgánica de ambos, Marx creó su método y levantó su sistema. Y éste es el método que sustenta al leninismo.

Si pasamos a examinar la ciencia, en el estricto sentido del término, es obvio que nos encontramos ante una enorme reserva de conocimientos y técnicas acumuladas por la Humanidad a través de su larga existencia. Es verdad que se puede mostrar que en la ciencia, cuyo propósito es el conocimiento de la realidad, hay muchas adulteraciones tendenciosas de clase. Si hasta los ferrocarriles expresan la posición privilegiada de unos y la pobreza de otros, esto que aparece todavía más claro en la ciencia, cuyo material es en gran parte más flexible que el metal y la madera con los que están hechos los coches de tren. Pero tenemos que reconocer el hecho de que el trabajo científico se alimenta fundamentalmente de la necesidad de lograr el conocimiento de la Naturaleza. Aunque los intereses de clase han introducido y todavía introducen tendencias falsas hasta en las ciencias naturales, este proceso de falsificación está restringido a unos límites tras los cuales empezaría a impedir directamente el proceso tecnológico. Si examináis las ciencias naturales de arriba abajo, desde la acumulación de hechos elementales hasta las generalizaciones más elevadas y complejas, cuanto más cercana a la materia y a los hechos permanece, más fidedignos son los resultados finales, y, por el contrario, cuanto más amplias son las generalizaciones y más se aproxima la ciencia natural a la filosofía, más sujetas están a la influencia de los intereses de clase.

Las cosas son más complicadas y difíciles al acercarnos a las ciencias sociales y a las llamadas “humanidades”. También en esta esfera, por supuesto, lo fundamental es conseguir el conocimiento de lo existente. Gracias a este hecho tenemos la brillante escuela de los economistas burgueses clásicos. Pero los intereses de clase, que actúan mucho más directamente y con mayor vigor en el campo de las ciencias sociales que en el de las ciencias naturales, pronto frenaron el desarrollo del pensamiento económico de la sociedad burguesa. Sin embargó, en este campo los comunistas estamos mejor equipados que en ningún otro. Los teóricos socialistas, despertados por la lucha obrera, han partido de la ciencia burguesa para después criticarla, y han creado a través de los trabajos de Marx y Engels el potente método del materialismo histórico y la espléndida aplicación de este método en El Capital. Esto no significa, desde luego, que estemos vacunados contra la influencia de las ideas burguesas en el campo de la economía y la sociología. En absoluto; a cada paso, las más vulgares tendencias del socialismo profesional y de la pequeña burguesía Narodniki, han puesto en circulación entre nosotros los viejos “tesoros” del conocimiento, aprovechando para colar su mercancía las deformadas y contradictorias relaciones de la época de transición. A pesar de todo, en esta esfera contamos con los criterios indispensables del marxismo verificadas y enriquecidas por las obras de Lenin. Y rebatiremos con más vigor a los economistas y a los sociólogos vulgares si no cerramos los ojos a la experiencia cotidiana y si consideramos el desarrollo mundial como una totalidad, sabiendo distinguir sus rasgos fundamentales bajo los que no son más que simples cambios coyunturales.

En general, en el campo del derecho, la moral o la ideología, la situación de la ciencia burguesa es todavía más lamentable que en el de la economía. Para encontrar una perla de conocimiento auténtico en estas esferas es necesario rebuscar en decenas de estercoleros profesionales.

La dialéctica y el materialismo son los elementos básicos del conocimiento marxista del mundo. Pero esto no significa que puedan ser aplicados a cualquier campo del conocimiento como si se tratara de una llave maestra. La dialéctica no puede ser impuesta a los hechos, sino que tiene que ser reducida de ellos, de su naturaleza y desarrollo. Solamente una concienzuda labor sobre una enorme masa de materiales posibilitó a Marx aplicar el sistema dialéctico a la economía, y extraer la concepción del valor como trabajo social. Marx construyó de la misma forma sus obras históricas, e incluso sus artículos periodísticos. El materialismo dialéctico únicamente puede ser aplicado a nuevas esferas del conocimiento si nos situamos dentro de ellas. Para superar la ciencia burguesa es preciso conocerla a fondo; y no llegaréis a ninguna parte con críticas superficiales mediante órdenes vacías. El aprender y el aplicar van codo a codo con el análisis crítico. Tenemos el método, pero el trabajo a realizar es suficiente para varias generaciones.

La crítica marxista en la ciencia debe ser vigilante y prudente, de otra forma podría degenerar en nueva charlatanería, en famusovismo. Tomad la psicología; incluso la reflexología de Pavlov está completamente dentro de los cauces del materialismo dialéctico; rompe definitivamente la barrera existente entre la fisiología y la psicología. El reflejo más simple es fisiológico, pero un sistema de reflejos es el que nos da la “consciencia”. La acumulación de la cantidad fisiológica da una nueva cantidad “psicológica”. El método de la escuela de Pavlov es experimental y concienzudo. Poco a poco se va avanzando en las generalizaciones: desde la saliva de los perros a la poesía -a los mecanismos mentales de la poesía, no a su contenido social-, aun cuando los caminos que nos conducen a la poesía aún no hayan sido desvelados.

La escuela del psicoanalista vienés Freud procede de una manera distinta. Da por sentado que la fuerza impulsora de los procesos psíquicos más complejos y delicados es una necesidad fisiológica. En este sentido general es materialista, incluso la cuestión de si no da demasiada importancia a la problemática sexual en detrimento de otras, es ya una disputa dentro de las fronteras del materialismo. Pero el psicoanalista no se aproxima al problema de la conciencia de forma experimental, es decir, yendo del fenómeno más inferior al más elevado, desde el reflejo más sencillo al más complejo, sino que trata de superar todas estas fases intermedias de un salto, de arriba hacia abajo, del mito religioso al poema lírico o el sueño a los fundamentos psicológicos de la psique.

Los idealistas nos dicen que la psique es una entidad independiente, que el “alma” es un pozo sin fondo. Tanto Pavlov como Freud piensan que el fondo pertenece a la fisiología. Pero Pavlov desciende al fondo del pozo, como un buzo, e investiga laboriosamente subiendo poco a poco a la superficie, mientras que Freud permanece junto al pozo y trata de captar, con mirada penetrante, la forma de los objetos que están en el fondo. El método de Pavlov es experimental; el de Freud está basado en conjeturas, a veces en conjeturas fantásticas. El intento de declarar al psicoanálisis “incompatible” con el marxismo y volver la espalda a Freud es demasiado simple, o más exactamente demasiado simplista. No se trata de que estemos obligados a adoptar su método, pero hay que reconocer que es una hipótesis de trabajo que puede producir y produce sin duda reducciones y conjeturas que se mantienen dentro de las líneas de la psicología materialista. Dentro de su propio método, el procedimiento experimental facilitaría las pruebas para estas conjeturas. Pero no tenemos ni motivo ni derecho para prohibir el otro método, ya que, aun considerándole menos digno de confianza, trata de anticipar la conclusión a la que el experimental se acerca muy lentamente.

Por medio de estos ejemplos quería mostrar, aunque sólo fuera parcialmente, tanto la complejidad de nuestra herencia científica como la complejidad de los caminos por los que el proletariado ha de avanzar para apropiarse de ella. Si no podemos resolver por decreto los problemas de la construcción económica y tenemos que “aprender a negociar”, así tampoco puede resolver nada en el campo científico la publicación de breves órdenes; con ellas sólo conseguiríamos daño y mantener la ignorancia. Lo que necesitamos en este campo es “aprender a aprender”.

El arte es una de las formas mediante las que el hombre se sitúa en el mundo; en este sentido el legado artístico no se distingue del científico o del técnico, y no es menos contradictorio que ellos. Sin embargo, el arte, a diferencia de la ciencia, es una forma de conocimiento del mundo, no un sistema de leyes, sino un conjunto de imágenes y, a la vez, una manera de crear ciertos sentimientos o actividades. El arte de los siglos pasados ha hecho al hombre más complejo y flexible, ha elevado su mentalidad a un grado superior y le ha enriquecido en todos los órdenes. Este enriquecimiento constituye una preciosa conquista cultural. El conocimiento del arte del pasado es, por tanto, una condición necesaria tanto para la creación de nuevas obras artísticas como para la construcción de una nueva sociedad, ya que lo que necesita el comunismo son personas de mente muy desarrollada. ¿Pero puede el arte del pasado enriquecernos con un conocimiento artístico del mundo? Puede precisamente porque es capaz de nutrir nuestros sentimientos y educarlos. Si repudiáramos el arte del pasado de modo infundado, nos empobreceremos espiritualmente.

Hoy en día se advierte una tendencia a defender la idea de que el único propósito del arte es la inspiración de ciertos estados de ánimo y de ninguna manera el conocimiento de la realidad. La conclusión que se extrae de ella es: ¿con qué clase de sentimientos no nos infectará el arte de la nobleza o de la burguesía? Esta concepción es radicalmente falsa. El significado del arte como medio de conocimiento -también para la masa popular, e incluso especialmente para ella- es muy superior a su significado “sentimental”. La vieja épica, la fábula, la canción, los relatos o la música popular proporcionan un tipo de conocimiento gráfico, iluminan el pasado, dan un valor general a la experiencia y sólo en conexión con ellos y gracias a esta conexión nos podemos “sintonizar”. Esto también se aplica a toda la literatura en general, no sólo a la poesía épica, sino también a la lírica. Se aplica a la pintura y a la escultura. La única excepción, a cierto nivel, es la música, ya que su efecto, aunque poderoso, resulta parcial. También la música, por supuesto, proporciona un determinado conocimiento de la naturaleza, de sus sonidos y ritmos; pero aquí el conocimiento yace tan soterrado, los resultados de la inspiración de la naturaleza son a tal grado refractados a través de los nervios de la persona, que la música aparece como una “revelación” autosuficiente. A menudo se han hecho intentos de aproximar al resto de las formas artísticas a la música, considerando a ésta como el arte más “infeccioso”, pero esto siempre ha significado una depreciación del papel de la inteligencia en el arte, a favor de una sentimentalidad informe, y en este arte estos intentos han sido y son reaccionarios… Desde luego, lo peor de todo son aquellas obras de “arte” que ni ofrecen conocimientos gráficos ni “infección” artística, sino pretensiones desorbitadas. En nuestro país se imprimen no pocas obras de arte de este tipo, y desafortunadamente no en los libros de texto de arte, sino en miles de copias…

La cultura es un fenómeno social. Precisamente por ello el lenguaje, como órgano de intercomunicación entre los hombres, es un instrumento más importante. La cultura del propio lenguaje es la condición más importante para el desarrollo de todas las ramas de la cultura, especialmente la ciencia y el arte. De la misma forma que la técnica no está satisfecha de los viejos aparatos de medición y crea otros nuevos, micrómetros, voltámetros…, tratando de obtener y obteniendo mayor precisión, así en material de lenguaje de capacidad para escoger las palabras adecuadas y combinarlas de la forma adecuada, se requiere un trabajo sistemático y tenaz para conseguir el mayor grado de precisión, claridad e intensidad. La base de este trabajo debe ser la lucha contra el analfabetismo, semianalfabetismo y el alfabetismo rudimentario. El próximo paso será la asimilación de la literatura clásica rusa.

Sí, la cultura fue el principal instrumento de la opresión de clase; pero también es, y herencia sólo ella puede serlo, el instrumento de la emancipación socialista

  1. Nuestras contradicciones culturales

A. La ciudad y el campo

    Lo peculiar de nuestra posición es que nosotros -en la encrucijada del Occidente capitalista y el Oriente colonial-campesino- fuimos los primeros en llevar a cabo una revolución socialista. El régimen de dictadura proletaria se estableció por primera vez en un país con una enorme herencia de atraso y barbarie, de modo que entre un nómada siberiano y un proletario de Moscú o Leningrado median con nosotros siglos enteros de historia. Nuestras formas sociales son de transición al socialismo, por lo que son inconmensurablemente superiores a las formas capitalistas. En este sentido está justificado que nos consideremos el país más avanzado del mundo. Pero nuestra tecnología, que está en la base de la cultura material o de cualquier otra cultura, está extraordinariamente atrasada en comparación con los países capitalistas avanzados. He aquí la contradicción básica de nuestra realidad actual. La tarea histórica que se deriva de esta contradicción consiste en elevar la tecnología al nivel de la forma social. Si no fuéramos capaces de hacerlo, entonces nuestra estructura social caería inevitablemente al nivel de nuestro atraso tecnológico. Sí, para comprender todo el significado del progreso tecnológico para nosotros, debemos decirnos abiertamente: si fuéramos incapaces de complementar la forma soviética de nuestra estructura con la tecnología productiva necesaria, entonces excluiríamos la posibilidad de hacer la transición al socialismo y volveríamos al capitalismo, -¿y a qué tipo? Al capitalismo semiservil, semicolonial. Para nosotros, la lucha por la tecnología es la lucha por el socialismo, a la que está indisolublemente ligado todo el futuro de nuestra cultura.

    He aquí un ejemplo fresco y muy expresivo de nuestras contradicciones culturales. Hace unos días apareció en nuestros periódicos la noticia de que nuestra Biblioteca Pública de Leningrado ha alcanzado el primer lugar en cuanto al número de volúmenes: ¡tiene ahora 4.250.000 libros! Nuestra primera sensación es un legítimo sentimiento de orgullo soviético: ¡nuestra biblioteca es la primera del mundo! ¿A qué se debe este logro? A que hemos expropiado las bibliotecas privadas. Al nacionalizar la propiedad privada hemos creado la institución cultural más rica, accesible a todos. Este simple hecho ilustra indiscutiblemente las grandes ventajas de la estructura soviética. Pero al mismo tiempo nuestro atraso cultural se expresa en el hecho de que el porcentaje de analfabetismo en nuestro país es mayor que en cualquier otra nación europea. Nuestra biblioteca es la primera del mundo, pero todavía la minoría de nuestra población lee libros. Así ocurre en casi todas partes. La industria nacionalizada con los gigantescos pero nada fantásticos proyectos del Dneprostroi, el Canal Volga-Don, etc., – y sin embargo los campesinos siguen trillando con mayales y rodillos. Nuestra legislación matrimonial está impregnada de un espíritu socialista, pero las golpizas siguen desempeñando un papel no pequeño en la vida familiar. Estas y otras contradicciones se derivan de toda la estructura de nuestra cultura, que se encuentra en la encrucijada entre Occidente y Oriente.

    La base de nuestro atraso es la monstruosa dominación de la aldea sobre la ciudad, de la agricultura sobre la industria; además, la aldea está dominada una vez más por las herramientas y los medios de producción más atrasados. Cuando hablamos de la servidumbre histórica, pensamos ante todo en las relaciones de propiedad, en la servidumbre del campesino al terrateniente y al funcionario zarista. Pero, camaradas, la servidumbre tiene debajo un fundamento más profundo: la servidumbre del hombre a la tierra, la plena dependencia del campesino de los elementos. ¿Habéis leído a Gleb Uspenski? Me temo que las nuevas generaciones no lo leen. Debemos reeditarlo, o al menos sus mejores obras, y tiene algunas magníficas. Uspenski era un populista. Su programa político era completamente utópico. Pero Uspenski, el cronista de la aldea, no es sólo un artista magnífico, sino también un notable realista. Fue capaz de entender la vida cotidiana del campesino y su psique como fenómenos derivados que crecen sobre una base económica y que están completamente determinados por ella. Fue capaz de entender la base económica de la aldea como la dependencia esclavizada del campesino en el proceso de trabajo de la tierra y, en general, de las fuerzas de la naturaleza. Sin duda, hay que leer al menos su El Poder de la Tierra. Con Uspensky, la intuición artística sustituye al método marxista y, a juzgar por sus resultados, puede competir con él en muchos aspectos. Precisamente por esta razón, Uspenski el artista siempre estuvo enzarzado en un combate mortal con Uspenski el populista. Incluso ahora debemos aprender del artista si queremos comprender los poderosos restos de la servidumbre en la vida campesina, particularmente en las relaciones familiares, que a menudo se extienden a la vida de la ciudad: ¡basta con escuchar atentamente las diferentes notas de la discusión que ahora se desarrolla en torno a los problemas de la legislación matrimonial!

    En todas las partes del mundo, el capitalismo ha hecho extremadamente tensa la contradicción entre la industria y la agricultura, la ciudad y el campo. En nuestro país, debido a lo tardío de nuestro desarrollo histórico, esta contradicción reviste un carácter absolutamente monstruoso. Por extraño que parezca, nuestra industria ha intentado ya igualar los ejemplos europeos y americanos en un momento en que nuestro campo no ha dejado de retroceder a las profundidades del siglo XVII y de siglos aún más lejanos. Incluso en América el capitalismo es claramente incapaz de elevar la agricultura al nivel de la industria. Esta tarea pasa completamente al socialismo. En nuestras condiciones, con el colosal predominio de la aldea sobre la ciudad, la industrialización de la agricultura es la parte más importante de la construcción socialista.

    Por industrialización de la agricultura entendemos dos procesos que, sólo combinados, pueden borrar definitiva y decisivamente la frontera entre la ciudad y el campo. Detengámonos un poco más en esta cuestión crucial.

    La industrialización de la agricultura consiste, por una parte, en la separación de la economía doméstica aldeana de toda una serie de ramas dedicadas a la transformación previa de los recursos industriales y de las materias primas alimenticias. Pues toda la industria en general ha venido del campo, a través de la artesanía y la producción primitiva, mediante la separación de diversas ramas del sistema cerrado de la economía doméstica, mediante la especialización, y la creación de la formación, la tecnología y luego incluso la producción mecanizada necesarias. Nuestra industrialización soviética deberá seguir en gran medida este camino, es decir, deberá seguir el camino de la socialización de toda una serie de procesos productivos que se sitúan entre la economía aldeana, en el verdadero sentido de la palabra, y la industria. El ejemplo de los Estados Unidos demuestra que tenemos ante nosotros posibilidades ilimitadas.

    Pero la cuestión no se agota con lo que hemos dicho. La superación de las contradicciones entre la agricultura y la industria supone la industrialización de los cultivos, la ganadería, la horticultura, etc. Esto significa que incluso estas ramas de la actividad productiva deben basarse en la tecnología científica: la amplia utilización de máquinas en la combinación correcta, la tractorización y electrificación, la fertilización, la rotación adecuada de los cultivos, las pruebas de laboratorio y experimentales de métodos y resultados, la organización correcta de todo el proceso de producción con el uso más racional de la fuerza de trabajo, etc. Por supuesto, incluso el cultivo de campo altamente organizado diferirá en algunos aspectos de la construcción de maquinaria. Pero incluso en la industria, varias ramas difieren profundamente entre sí. Si hoy está justificado yuxtaponer la agricultura a la industria en su conjunto, es porque la agricultura se realiza a pequeña escala y con medios primitivos, con una dependencia servil del productor respecto a las condiciones de la naturaleza y con unas condiciones de existencia muy incultas para el campesino-productor. No basta con socializar, es decir, pasar a los raíles de las fábricas, ramas separadas de la economía aldeana actual, como la fabricación de mantequilla, de queso, la producción de almidón o de jarabe, etc. Debemos socializar la propia agricultura, es decir, arrancarla de su actual estado de fragmentación y sustituir la escuálida excavación actual en el suelo por «fábricas» de grano y centeno organizadas científicamente, por «plantas de procesamiento» de ganado vacuno y ovino, etcétera. Que esto es posible lo demuestra en parte la experiencia capitalista ya existente, en particular la experiencia agrícola de Dinamarca, donde incluso las gallinas han sido subordinadas a la planificación y la estandarización; ponen huevos según lo previsto, en enormes cantidades y del mismo tamaño y color.

    La industrialización de la agricultura significa la eliminación de la contradicción fundamental actual entre el campo y la ciudad y, por consiguiente, entre el campesino y el obrero: cuando se trata de su papel en la economía de la nación, de su nivel de vida o de su nivel cultural, deben aproximarse hasta tal punto que la propia frontera entre ambos haya desaparecido. Una sociedad en la que el cultivo mecanizado de los campos forme parte por igual de la economía planificada, en la que la ciudad adopte las ventajas del campo (espacios abiertos, zonas verdes) y en la que la aldea se enriquezca con las ventajas de la ciudad (carreteras asfaltadas, alumbrado eléctrico, suministro de agua corriente, alcantarillado), es decir, en la que desaparezca la contradicción misma entre la ciudad y el campo, en la que el campesino y el obrero se conviertan en participantes de igual valor e iguales derechos en un proceso de producción unificado, una sociedad así será una auténtica sociedad socialista.

    El camino hacia esta sociedad es largo y difícil. Las poderosas centrales eléctricas son los hitos más importantes del camino. Aportarán a la aldea tanto luz como poder transformador: ¡contra el poder de la tierra, el poder de la electricidad!

    No hace mucho inauguramos la central de Shatura, una de nuestras mejores obras, construida sobre una turbera. De Moscú a Shatura hay algo más de cien kilómetros. Parecería que pudieran darse la mano. Y, sin embargo, ¡qué diferencia de condiciones! Moscú es la capital de la Internacional Comunista. Pero si te alejas unas decenas de kilómetros, te encuentras con bosques, nieve y abetos, pantanos helados y bestias salvajes. Caseríos negros con cabañas de troncos dormitan bajo la nieve. A veces se ven huellas de lobos desde la ventanilla del vagón. Donde ahora está la estación de Shatura, hace unos años, cuando empezaron las obras, se podían encontrar alces. Ahora, la distancia entre Moscú y Shatura está cubierta por una sofisticada construcción de mástiles metálicos que soportan el cable para 115.000 voltios de corriente. Y bajo estos mástiles, zorros y lobos sacarán a sus crías. Así es toda nuestra cultura: está hecha de las contradicciones más extremas, de los más altos logros de la tecnología y del pensamiento generalizador, por un lado, y de la taiga primordial, por otro.

    Shatura vive de la turba como si fuera pasto. En efecto, todos los milagros creados por la imaginación infantil de la religión, e incluso por la fantasía creadora de la poesía, palidecen ante este simple hecho: máquinas que ocupan un espacio insignificante están devorando el pantano milenario, transformándolo en energía invisible, y devolviéndolo a lo largo de esbeltos cables a la misma industria que creó y puso en marcha esas máquinas.

    Shatura es una belleza. Fue realizada por constructores dotados y entregados a su trabajo. Su belleza no es artificial ni superpuesta, sino que surge de las características y exigencias internas de la propia tecnología. El criterio más elevado, e incluso el único, de la tecnología es la conveniencia. La prueba de la conveniencia es su capacidad de economizar. Y esto supone la mayor correspondencia entre el todo y sus partes, entre los medios y los fines. El criterio económico y tecnológico coincide plenamente con el estético. Podemos decir, y no es ninguna paradoja: Shatura es una belleza porque el kilovatio-hora de su energía es más barato que el kilovatio-hora de otras centrales construidas en condiciones similares.

    Shatura se levanta sobre un pantano. Tenemos muchos pantanos en la Unión Soviética, muchos más que centrales eléctricas. Y tenemos muchas más formas de combustible que esperan ser transformadas en energía mecánica. En el sur, el Dniéper fluye a través de la región industrial más rica, gastando las poderosas fuerzas de su corriente en nada; juega a lo largo de los centenarios rápidos, y espera que aprovechemos sus corrientes con una presa, obligándole a iluminar, poner en movimiento y enriquecer nuestras ciudades, fábricas y campos. Esto es lo que haremos.

    En Estados Unidos, cada habitante recibe 500 kilovatios-hora de energía al año; aquí, la cifra es de sólo 20 kilovatios-hora, es decir, veinticinco veces menos. En general, tenemos cincuenta veces menos potencia motriz mecánica por persona que en Estados Unidos. El sistema soviético equipado con tecnología estadounidense: eso sería el socialismo. Nuestro sistema social daría a la tecnología americana otro uso incomparablemente más racional. Pero entonces la tecnología estadounidense transformaría nuestra estructura social y la liberaría de la herencia del atraso, el primitivismo y la barbarie. La combinación de la estructura social soviética con la tecnología estadounidense fomenta una nueva tecnología y una nueva cultura: una tecnología y una cultura para todos, sin favoritos ni marginados.

    B. El principio «transportador» de la economía socialista

    El principio de la economía socialista es la armoniosidad, es decir, la continuidad basada en la coordinación interna. Tecnológicamente, este principio encuentra su máxima expresión en el transportador. ¿Qué es el transportador? Una cinta móvil sin fin que lleva al trabajador o le quita todo lo que requiere el ritmo de su trabajo. Es bien sabido que Ford utiliza una combinación de cintas transportadoras como medio de transporte interno: de transferencia y de suministro. Pero el transportador es algo más: es un método de regulación del propio proceso de producción, en la medida en que el trabajador se ve obligado a coordinar sus movimientos con los de una cinta sin fin. El capitalismo utiliza esto para una mayor y más completa explotación del trabajador. Pero tal uso está relacionado con el capitalismo, no con la cinta como tal. De hecho, ¿hacia dónde se dirige el desarrollo de los métodos de regulación del trabajo: hacia el pago a destajo o hacia el transportador? Todo indica que en la dirección del transportador. El pago a destajo, como cualquier otra forma de control individual sobre el trabajador, es característico del capitalismo durante las primeras épocas de su desarrollo. Esta forma garantiza una carga de trabajo fisiológica completa para el trabajador individual, pero no garantiza los esfuerzos coordinados de varios trabajadores. Ambos problemas los resuelve automáticamente el transportador. La organización socialista de la economía debe esforzarse por disminuir la carga fisiológica de los trabajadores individuales en correspondencia con el crecimiento de la potencia tecnológica, manteniendo al mismo tiempo la coordinación de los esfuerzos de los distintos trabajadores. Y ése será precisamente el significado del transportador socialista, en contraposición al capitalista. Hablando más concretamente, el punto principal aquí es la regulación del movimiento de la cinta dado un cierto número de horas de los trabajadores, o, al contrario, en la regulación del tiempo de los trabajadores dada una cierta velocidad de la cinta.

    En el sistema capitalista, el transportador se aplica en el marco de una sola empresa, como método de transporte interno. Pero el principio del transportador como tal es mucho más amplio. Cada empresa recibe de fuera materias primas, combustible, materiales auxiliares y fuerza de trabajo suplementaria. Las relaciones entre empresas separadas, incluso las más gigantescas, están reguladas por las leyes del mercado, aunque es cierto que estas leyes están limitadas en muchos casos por diversos tipos de acuerdos a largo plazo. Pero a cada fábrica por separado, y más aún a la sociedad en su conjunto, le interesa que la materia prima se suministre a tiempo, que no se quede en los almacenes ni cree parones en la producción, es decir, en otras palabras, que se someta al principio del transportador, en plena correspondencia con el ritmo de producción. En este sentido, no es necesario imaginar siempre el transportador en forma de una cinta sin fin en movimiento. Sus formas pueden ser de una diversidad ilimitada. Un ferrocarril, si funciona según lo previsto, es decir, sin transporte cruzado, sin acumulación estacional de cargas, en resumen, sin los elementos de la anarquía capitalista, -y bajo el socialismo un ferrocarril funcionará precisamente así- es un poderoso transportador, que garantiza el abastecimiento puntual de las fábricas con materias primas, combustible, materiales y personas. Lo mismo ocurre con los barcos de vapor, los camiones, etc. Todas las formas de comunicación se convertirán en elementos de transporte del sistema interno de producción desde el punto de vista de la economía planificada en su conjunto. Los oleoductos son una especie de transportadores de sustancias líquidas. Cuanto más extendida esté la red de oleoductos, menos necesidad tendremos de depósitos, y menor será la porción de petróleo que se convierta en capital muerto.

    El sistema del transportador no supone en absoluto la aglomeración de empresas. Al contrario, la tecnología moderna permite su dispersión, no, por supuesto, de forma caótica y aleatoria, sino teniendo estrictamente en cuenta el lugar (Standort) más apropiado para cada fábrica por separado. La posibilidad de una amplia distribución de las empresas industriales, sin la cual es imposible disolver la ciudad en el pueblo, y el pueblo en la ciudad, está garantizada en gran medida por la energía eléctrica como fuerza motriz. Los cables metálicos son los más sofisticados transportadores de energía, que permiten dividir la fuerza motriz en unidades mínimas, ponerla a trabajar o apagarla con sólo pulsar un botón. Es precisamente con estas características con las que el «transportador» de energía entra en colisión más hostil con las limitaciones de la propiedad privada. En su desarrollo actual, la electricidad es el sector más «socialista» de la tecnología. Y no es de extrañar, pues es su sector más avanzado.

    Desde este punto de vista, los gigantescos sistemas de mejora de las tierras -para el riego o el drenaje adecuados- son los transportadores de agua de la agricultura. Cuanto más liberen la química, la construcción de maquinaria y la electrificación el cultivo de la tierra de la acción de los elementos, garantizando así el más alto nivel de planificación, más completamente se integrará la actual «economía aldeana» en el sistema de un transportador socialista que regule y coordine toda la producción, partiendo del subsuelo (la extracción de carbón y mineral) y del suelo (el arado y la siembra de los campos).

    Basándose en su experiencia como transportista, el viejo Ford intenta construir algo parecido a una filosofía social. En este intento vemos una mezcla extremadamente curiosa de experiencia productiva y administrativa a una escala excepcionalmente grandiosa con la insoportable estrechez de miras de un filisteo satisfecho de sí mismo que, aunque se ha hecho millonario, se ha limitado a seguir siendo un pequeño burgués con mucho dinero. Ford dice: «Si quieres riquezas para ti y bienestar para tus conciudadanos, actúa como yo». Kant exigía que cada persona actuara de modo que su comportamiento se convirtiera en norma para los demás. En el sentido filosófico, Ford es un kantiano. Pero la «norma» práctica para los 200.000 trabajadores de Ford no es el comportamiento de Ford, sino el movimiento de su transportador automatizado: determina el ritmo de sus vidas, el movimiento de sus manos, pies y pensamientos. Por el «bienestar de los conciudadanos», el fordismo debe separarse de Ford; debe socializarse y purificarse. Y el socialismo lo hará.

    «¿Pero qué pasa con la monotonía del trabajo, despersonalizado y desespiritualizado por el transportador?», se pregunta uno de los asistentes. Esta preocupación no es grave. Si se piensa hasta el final y se reflexiona sobre ella, se dirige principalmente contra la división del trabajo y contra la maquinaria en general. Este es un camino reaccionario. El socialismo y la resistencia a la maquinaria nunca han tenido nada en común, ni lo tendrán jamás. La tarea fundamental, la más crucial y la más importante es la eliminación de la necesidad. Es necesario que el trabajo humano dé la mayor cantidad posible de productos. Pan, botas, ropa, periódicos, todo lo necesario debe producirse en tal cantidad que nadie tema quedarse sin nada. Debemos eliminar la necesidad y, con ella, la codicia. Debemos ganar prosperidad, ocio y, junto con ellos, la alegría de vivir para todos. Una alta productividad del trabajo es inalcanzable sin la mecanización y la automatización, cuya expresión acabada es el transportador. La monotonía del trabajo se verá compensada por su duración cada vez más corta y por su creciente facilidad. La sociedad siempre tendrá ramas de la industria que exijan creatividad individual; allí es donde irán aquellos que encuentren su vocación en la producción. Hablamos, por supuesto, del tipo más básico de producción en sus ramas más importantes, hasta que, en cualquier caso, las nuevas revoluciones químicas y energéticas de la tecnología derriben las formas actuales de mecanización. Pero dejaremos que el futuro se ocupe de eso. Viajar en un bote de remos exige una gran creatividad personal. Viajar en un barco de vapor es «más monótono», pero más cómodo y fiable. Además, no se puede cruzar el océano en un bote de remos. Y debemos cruzar el océano de la necesidad humana.

    Todo el mundo sabe que las necesidades físicas son mucho más limitadas que las espirituales. La satisfacción excesiva de las necesidades físicas conduce rápidamente a la saciedad. Las necesidades espirituales no conocen límites. Pero para que las necesidades espirituales florezcan, es necesaria la plena satisfacción de las necesidades físicas. Por supuesto, no podemos, ni queremos, posponer la lucha por elevar el nivel espiritual de las masas hasta el momento en que no haya desempleo, falta de vivienda o pobreza. Todo lo que pueda hacerse, debe hacerse. Pero sería una quimera miserable y despreciable pensar que podemos crear una cultura auténticamente nueva antes de asegurar la prosperidad, la abundancia y el ocio de las masas populares. Podemos verificar y verificaremos nuestros progresos en la medida en que se expresen en la vida cotidiana del obrero y del campesino.

     C. La Revolución Cultural

    Creo que ahora está claro para todos que la creación de una nueva cultura no es una tarea independiente que se complete al margen de nuestro trabajo económico y de la construcción social o cultural en su conjunto. ¿Forma el comercio parte de la «cultura proletaria»? Desde un punto de vista abstracto, tendríamos que responder negativamente a esta pregunta. Pero un punto de vista abstracto no servirá aquí. En la época de transición, más aún en la etapa inicial en la que nos encontramos, los productos asumen -y seguirán haciéndolo durante mucho tiempo- la forma social de la mercancía. Pero la mercancía debe ser tratada adecuadamente, es decir, debemos poder venderla y comprarla. Sin esto, nunca pasaremos de la fase inicial a la siguiente. Lenin dijo que debemos aprender a comerciar, y recomendó que aprendiéramos de los ejemplos culturales europeos. La cultura del comercio, como ahora sabemos muy bien, es uno de los componentes más importantes de la cultura del período de transición. Si llamaremos «cultura proletaria» a la cultura del comercio asociada al Estado obrero y a la cooperación, no lo sé. Pero que es un paso hacia la cultura socialista es indiscutible.

    Cuando Lenin hablaba de la revolución cultural, consideraba que su contenido básico era elevar el nivel cultural de las masas. El sistema métrico decimal es un producto de la ciencia burguesa. Pero enseñar a cien millones de campesinos este sencillo sistema de medidas significa realizar una gran tarea revolucionaria y cultural. Es casi indudable que no lo lograremos sin el tractor y sin energía eléctrica. La base de la cultura es la tecnología. El instrumento decisivo de la revolución cultural debe ser la revolución de la técnica.

    Con respecto al capitalismo, decimos que el desarrollo de las fuerzas productivas se ve frenado por las formas sociales del Estado burgués y de la propiedad burguesa. Una vez realizada la revolución proletaria, decimos que el desarrollo de las formas sociales se ve frenado por el desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, por la técnica. El gran eslabón de la cadena, que si lo agarramos puede producir la revolución cultural, es el eslabón de la industrialización, -pero de ninguna manera el eslabón de la literatura o la filosofía. Espero que estas palabras no se entiendan como una actitud malintencionada o irrespetuosa hacia la filosofía y la poesía. Sin el pensamiento generalizador y sin el arte, la vida humana estaría desnuda y sumida en la pobreza. Pero, después de todo, así es, en gran medida, la vida actual de millones de personas. La revolución cultural debe consistir en abrirles la posibilidad de acceder realmente a la cultura, y no sólo a sus sobras. Pero esto es imposible sin crear las mayores condiciones materiales previas. Por eso, una máquina que produce botellas automáticamente es para nosotros, en este momento, un factor de primer orden en la revolución cultural, mientras que un poema heroico es sólo un factor de décimo orden.

    Marx dijo una vez que los filósofos habían interpretado suficientemente el mundo, y que la tarea ahora era ponerlo patas arriba. En estas palabras no había en absoluto una falta de respeto por la filosofía. El propio Marx era uno de los filósofos más poderosos de todos los tiempos. Sus palabras significaban simplemente que el desarrollo ulterior de la filosofía, y de la cultura en su conjunto, tanto material como espiritual, exige una revolución en las relaciones sociales. Y por ello Marx apeló desde la filosofía a la revolución proletaria, -no contra la filosofía, sino a favor de ella. En el mismo sentido, ahora podemos decir: está bien que los poetas canten a la revolución y al proletariado; pero está aún mejor que sea una poderosa turbina la que cante. Tenemos muchas canciones de valor mediocre que siguen siendo propiedad de pequeños círculos. Tenemos muy pocas turbinas. Con esto no quiero decir que los poemas mediocres obstaculicen la aparición de turbinas. No, tal afirmación no puede hacerse. Pero la correcta orientación de la opinión pública, es decir, la comprensión de la verdadera correlación de los fenómenos -los porqués- es absolutamente necesaria. Debemos entender la revolución cultural no de un modo idealista superficial ni con el espíritu de los pequeños círculos. Estamos hablando de cambiar las condiciones de vida, los métodos de trabajo y los hábitos cotidianos de un gran pueblo, de toda una familia de pueblos. Sólo un potente sistema de tractores que por primera vez en la historia permita al campesino enderezar su espalda; sólo una máquina de soplado de vidrio que produzca cientos de miles de botellas y libere los pulmones del soplador de vidrio; sólo una turbina de decenas y cientos de miles de caballos de fuerza; sólo un avión accesible a todos; – sólo todas estas cosas juntas garantizarán la revolución cultural – y no para la minoría sino para todos. Sólo este tipo de revolución cultural merece ese nombre. Sólo sobre sus cimientos comenzará a florecer una nueva filosofía y un nuevo arte.

    Marx dijo: «Las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante de la época dada». Esto también es cierto en lo que respecta al proletariado, pero de forma muy diferente a como ocurre con otras clases. Una vez conquistado el poder, la burguesía intentó perpetuarlo. Toda su cultura se adaptó a este fin. Una vez tomado el poder, el proletariado debe esforzarse inevitablemente por acortar al máximo el período de su dominio, acercándose a la sociedad socialista sin clases.

    D. La cultura de la moral

    Comerciar de forma culta significa, entre otras cosas, no engañar, es decir, romper con nuestra tradición comercial nacional: «Si no engañas, no harás una venta». Mentir y engañar no es sólo un defecto personal, sino una función (o acción) del orden social. La mentira es un medio de lucha y, en consecuencia, fluye de la contradicción de intereses. Las contradicciones más básicas se derivan de las relaciones de clase. Por supuesto, se podría decir que el engaño es más antiguo que la sociedad de clases. Incluso los animales hacen gala de «astucia» y engaño en la lucha por la existencia. El engaño -la astucia militar- no desempeñaba un papel menor en la vida de las tribus primitivas. Tal engaño aún fluía más o menos directamente de la lucha zoológica por la existencia. Pero desde el momento en que llegó la sociedad «civilizada», es decir, de clases, la mentira se complicó terriblemente, se convirtió en una función social, se dividió según las clases y también pasó a formar parte de la «cultura» humana. Pero esta es la parte de la cultura que el socialismo no aceptará. Las relaciones en la sociedad socialista o comunista, es decir, en el más alto desarrollo de la sociedad socialista, serán completamente transparentes y no requerirán métodos auxiliares como el engaño, la mentira, la falsificación, el fraude, la traición y la perfidia.

    Sin embargo, aún estamos muy lejos de ello. En nuestras relaciones y en nuestra moral sigue habiendo muchas mentiras arraigadas tanto en la servidumbre como en el orden burgués. La máxima expresión de la ideología de la servidumbre es la religión. Las relaciones en la sociedad feudal-monárquica se basaban en la tradición ciega y se elevaban al nivel de mito religioso. Un mito es la interpretación imaginaria y falsa de los fenómenos naturales y las instituciones sociales en su interconexión. Sin embargo, no sólo los engañados, es decir, las masas oprimidas, sino también aquellos en cuyo nombre se llevaba a cabo el engaño -los gobernantes-, creían en su mayor parte en el mito y confiaban en él a conciencia. Una ideología objetivamente falsa, tejida a base de supersticiones, no significa necesariamente mendacidad subjetiva. Sólo en la medida en que las relaciones sociales se hacen más complejas, es decir, en la medida en que se desarrolla el orden social burgués, con el que el mito religioso entra en contradicción cada vez mayor, la religión se convierte en fuente de una malicia cada vez mayor y de un engaño cada vez más refinado.

    La ideología burguesa desarrollada es racionalista y está dirigida contra la mitología. La burguesía radical intentó prescindir de la religión y construir un Estado basado en la razón y no en la tradición. Una expresión de ello fue la democracia con sus principios de libertad, igualdad y fraternidad. Sin embargo, la economía capitalista creó una contradicción monstruosa entre la realidad cotidiana y los principios democráticos. Para llenar esta contradicción se requiere una forma de mentira de grado superior. En ningún lugar se miente más políticamente que en las democracias burguesas. Y ya no se trata de la «mentira» objetiva de la mitología, sino del engaño conscientemente organizado del pueblo, utilizando métodos combinados de extraordinaria complejidad. La tecnología de la mentira se cultiva no menos que la tecnología de la electricidad. Las democracias más «desarrolladas», Francia y Estados Unidos, poseen la prensa más mentirosa.

    Pero al mismo tiempo -y esto hay que reconocerlo abiertamente- en Francia comercian más honradamente que nosotros y, en todo caso, con una atención incomparablemente mayor hacia el comprador. Una vez alcanzado cierto nivel de bienestar, la burguesía renuncia a los métodos estafadores de acumulación primaria, no por consideraciones morales abstractas, sino por razones materiales: el pequeño engaño, la falsificación y la avaricia arruinan la reputación de una empresa y minan su futuro. Los principios del comercio «honesto», derivados de los intereses del propio comercio en un determinado nivel de su desarrollo, entran en la moral, se convierten en normas «morales» y son controlados por la opinión pública. Es cierto que también en este terreno la guerra imperialista introdujo cambios colosales, haciendo retroceder a Europa. Pero los esfuerzos de «estabilización» del capitalismo en la posguerra superaron las formas más malignas de salvajismo en el comercio. En cualquier caso, si tomamos nuestro comercio soviético en su conjunto, es decir, desde la fábrica hasta el consumidor en la aldea lejana, entonces debemos decir que comerciamos de una manera inconmensurablemente menos culta que los países capitalistas avanzados. Esto se debe a nuestra pobreza, a la escasez de productos básicos y a nuestro atraso económico y cultural.

    El régimen de dictadura proletaria es irreconciliablemente hostil tanto a la mitología objetivamente falsa de la Edad Media como al engaño consciente de la democracia capitalista. El régimen revolucionario está vitalmente interesado en desnudar las relaciones sociales en lugar de enmascararlas. Esto significa que está interesado en la honestidad política, en decir lo que es. Pero no debemos olvidar que el régimen de dictadura revolucionaria es un régimen de transición y, en consecuencia, contradictorio. La presencia de enemigos poderosos nos obliga a utilizar la astucia militar, y la astucia es inseparable de la mentira. Lo único que necesitamos es que la astucia empleada en la lucha contra nuestros enemigos no engañe a nuestro propio pueblo, es decir, a las masas trabajadoras y a su partido. Esta es una exigencia básica de la política revolucionaria que puede verse en toda la obra de Lenin.

    Pero si bien nuestras nuevas formas estatales y sociales están creando la posibilidad y la necesidad de un mayor grado de honestidad del que nunca se ha alcanzado entre gobernantes y gobernados, no puede decirse lo mismo de nuestras relaciones de la vida común y cotidiana; aquí nuestro atraso económico y cultural -y en general toda nuestra herencia del pasado- sigue ejerciendo una enorme presión. Vivimos mucho mejor que en 1920. Pero la escasez de lo más necesario entre las bendiciones de la vida sigue dejando su huella en nuestra vida y en nuestra moral, y seguirá haciéndolo durante muchos años. De aquí surgen las grandes y pequeñas contradicciones, las grandes y pequeñas desproporciones, la lucha ligada a las contradicciones, y la astucia, la mentira y el engaño ligados a la lucha. También aquí sólo hay una salida: elevar el nivel de nuestra tecnología, tanto en la producción como en el comercio. Una orientación correcta en este sentido debería contribuir por sí misma a mejorar nuestra «moral». La interacción entre el aumento de la tecnología y la moral nos hará avanzar en el camino hacia una estructura social de cooperadores civilizados, es decir, hacia una cultura socialista.


    Notas

    [1] Famusov es uno de los personajes principales de la obra de Griboedov, Ay del ingenio (1824). Burócrata moscovita de alto rango y arribista, es especialmente congraciador con sus superiores y arrogante con sus subordinados. Como archiconservador, sólo teme la innovación y el «librepensamiento». Lenin utilizó la referencia en un pasaje interesante: «¡Nuestros Famusov de partido no se oponen a desempeñar el papel de luchadores agudos y despiadados por el marxismo, pero cuando se trata de favoritismo entre facciones, no se oponen a camuflar los retrocesos más graves del marxismo!». (V. I. Lenin, «De la redacción», PSS, vol. 17, p.185) [Ashukin & Ashukina, Krylatye slova, M., 1986, p.657].

    [2] Por supuesto, el cultivo de un pseudofreudianismo como exceso erótico o travesura no tiene nada en común con esta cuestión. Semejante meneo de la lengua no guarda ninguna relación con la ciencia y sólo representa estados de ánimo decadentes: el centro de gravedad se desplaza del cerebro a la médula espinal… L.T.


    El 3 de febrero de 1926, León Trotski pronunció una conferencia titulada «Sobre la cultura» en el Club de la Plaza Roja de Moscú. Luego recopiló esta charla junto con otros discursos que había dado en el siguiente artículo, que se publicó por primera vez en Krasnaya Nov, más tarde ese mismo año. Publicamos aquí una traducción al español de Edicions Internacionals Sedov, como parte de la colección Literatura y Revolución.

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